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teorias-implicitas-del-psicoanalista-sobre-el-genero
"The psychoaanlyst's implicit theories of gender", forma parte del libro "On Freud's Femininity",
editado por Leticia Glocer Fiorini y Graciela Abelin-Sas Rose, publicado por la International
Psychoanalytic Association (IPA), Londres: Karnac (2010). Traducido y publicado con
autorización de la editorial.
Iniciaré mi revisión teórica tomando prestadas las palabras con las que Ruth
Stein en “Moments in Laplanche’s Theory of Sexuality” con las que presenta el
artículo de Jean Laplanche, Gender, Sex and the Sexual:
"Hablar del pequeño ser humano así es poner en primer lugar al género" (2007, p.
212).
También subraya que la pareja niño/adulto debe ser concebida no sólo como
uno sucediendo al otro, sino como uno, en realidad, encontrándose a sí mismo
en presencia del otro.
En este texto, Laplanche añade el género a su teoría sobre la primacía del otro
en el desarrollo humano y se aproxima a las posiciones y teorías del
psicoanálisis relacional americano cuando afirma no sólo que el género está
estructurado en el intercambio de mensajes en el seno de la relación de apego
y cuidado, sino que el género es plural y no está sujeto a ningún código rígido
tal como las oposiciones pasivo/activo. Plantea la necesidad urgente de
encontrar:
"Modelos de simbolización que sean más flexibles, más múltiples, más ambivalentes
haciéndose eco, así, de la interrogación contemporánea" (p. 218).
Jessica Benjamin (1988, 2004), Muriel Dimen (1991), Virginia Goldner (1991) y
Adrienne Harris (1991), entre otros analistas americanos, han ofrecido
complejos insights respecto a la no-transparencia, la densa trama y la
ambigüedad del género, así como sobre los sesgos del binarismo, de las
distribuciones divisorias.
"Aquí pienso que existe un modo de salir de la aporía de esa 'hermosa' formulación de
Freud que ha dado lugar a tanta reflexión y comentario".
El núcleo de la idea de género es que tanto los niños como las niñas reconocen
al padre y la madre y se identifican con uno y otro, respectivamente, y son
reconocidos por el padre y la madre, quienes se identifican con ellos como niño
o niña iguales a sí mismos –o diferente de- ellos mismos. Esta idea se basa en
la estructura intersubjetiva que configura la feminidad y la masculinidad, del
nacimiento a la etapa adulta, puesto que los rasgos masculinos y femeninos
están abiertos psicológicamente y la identidad cambia a través del ciclo vital,
como hemos observado a lo largo del último siglo. El proceso de identificación
tiene lugar muy pronto, tal como Freud formuló en su concepción de la
identificación primaria, pero es un proceso iniciado y mantenido por los adultos
en la relación con sus hijos, proceso que a su vez, iniciará la identificación
activa de la niña con la feminidad de su madre. Y ¿cuál es la feminidad de la
madre? Sus gestos, su imagen, los modos de relacionarse, o sea su género.
Por tanto, lo que es importante enfatizar es no intentar separar las
representaciones del cuerpo y las identificaciones como procesos diferentes,
puesto que la comunicación intersubjetiva tiene lugar dentro de la relación de
apego temprana.
Puesto que la comunicación no pasa sólo por el lenguaje del cuerpo; también el código
social, y estos mensajes son especialmente mensajes de asignaciones de género, y
provistos por los adultos próximos al niño: padres, abuelos, hermanos y hermanas. Sus
fantasías, sus expectativas inconscientes o preconscientes. Este campo ha sido
escasamente explorado, el campo de la relación inconsciente de los padres y madres
con sus hijos e hijas. [Laplanche, 2007, p. 215]
Esta tira de Mafalda señala con humor una de las paradojas más universales
que conciernen a la madre: la misma persona y los múltiples cambios de
significado y valor que tienen lugar en el curso de la vida de cualquier ser
humano, pero especialmente de las mujeres. La madre de la dependencia
primaria a quien se le atribuyen todos los poderes del mundo –y con razón,
puesto que su función es la heteroconservación del niño, con quien se
desarrolla un apego que forma la base de la vida emocional– es la misma
persona que, mediante la relación de intimidad, transmite la mayoría de los
"enigmáticos" mensajes de la sexualidad, y establece las reglas de la vida en
común que estructuran el superyó temprano. También será admirada/envidiada
por su relación privilegiada con el padre, y valorada positiva o negativamente
dependiendo de cómo haya podido ejercer, ampliar y reconciliar sus distintas
funciones y roles con su maternidad.
Viñeta clínica 1
Mujer de 35 años, casada, con éxito profesional, que había acudido a análisis a causa
de numerosos y diversos problemas de corte hipocondríaco, quien hasta hace poco
había expresado escasa preocupación por tener un bebé. Siempre había sido muy
crítica con sus colegas a quienes no consideraba eficaces en el trabajo, con excepción
de una mujer, que no tenía hijos. En una fiesta, vio a esta mujer y a su marido
profundamente absortos el uno con el otro. Pensó que esta mujer estaba embarazada
y sintió envidia, celos, se sintió traicionada e indignada, pero no pudo entender por qué.
En la sesión, finalmente dijo que se iba a quedar la última, y que por primera vez se
sentía mal por no haber pensado en la maternidad hasta ese momento.
Si observamos esta viñeta desde una perspectiva clásica, una mujer casada de
35 años sin deseos ni fantasías de ser madre, envidiosa, celosa y sintiéndose
traicionada cuando ve a una pareja muy enamorada, pensaríamos en términos
de conflictos edípicos no resueltos (Glocer, Fiorini, 2001b). Si lo observamos
desde el punto de vista de una teoría que contemple conflictos inherentes a la
feminidad como género, por ejemplo las dificultades para desarrollar y conciliar
una carrera profesional con la maternidad, entenderíamos problemas
asociados con conflictos intrasistémicos de Ideal del Yo. Esto significa que el
conflicto gira en torno a la madre como modelo más que en torno a la madre
como rival en una configuración edípica triangular. La paciente tenía muchos
recuerdos de su madre como una mujer que no había tenido más vida que sus
quejas, su casa y su hija, y diversos problemas somáticos y se preguntaba si
ella no estaría también encerrada en un "lecho de enfermos". La paciente se
sintió muy aliviada cuando pudo entender cómo y por qué había estado
rechazando la maternidad, negando la experiencia de otras mujeres en torno a
la maternidad, como por ejemplo de su propia analista.
Viñeta clínica 2
Mujer de 40 años que ha decidido no tener hijos, comienza un segundo análisis con
una analista femenina (el primero había sido con un hombre) porque ahora tiene dudas
acerca de su decisión. El análisis revela las fantasías de amenazas a la vida que
implicaba la maternidad, puesto que su madre había padecido una enfermedad auto-
inmune que creía que había surgido con su embarazo, convirtiéndola en una persona
que "siempre estaba enferma". Tuvo un sueño muy significativo sobre un cuadro con
una Madonna y un Niño en una escena muy dulce y beatífica, que se convierte en otra
en la que la virgen aparece vestida con harapos, con una expresión de intenso
sufrimiento, mientras que el pintor observa la escena y el niño está detrás de él. Sus
asociaciones llevaron a la paciente a pensar que su padre nunca protegió a su madre,
y a conectar con el intenso odio hacia él, y también hacia su madre, ya que
insistentemente sostenía que no podía soportar a las "mujeres sufridoras".
La elección de una analista femenina por parte de una mujer con graves
conflictos con la maternidad suele entenderse como un ejemplo de
"transferencia materna con fuerte tinte preedípico". El sueño, que considero
una síntesis abreviada de su proceso, muestra lo que se oculta tras la fórmula
sacralizada de la maternidad: la impotencia, la soledad y la carga emocional de
la crianza que genera tantas angustias y preocupaciones.
Una interpretación clásica sería que ella aparece como la cocinera aventajada
comparada con la hermosa ayudante de su marido; ella es la "sabe todo" y esto
es entendido como una identificación con el falo, que operaría como ilusión
compensatoria para representar su triunfo sobre la madre/analista, eludiendo
de esa manera la experiencia de la envidia, pérdida y duelo. Una vez más, la
diferenciación de la representación de un género devaluado –es posible ser
hermosa y no ser tonta, ser una mujer profesional y al mismo tiempo una
estupenda cocinera, aun mejor que su madre- es considerada un ataque hacia
su madre y la analista, no un deseo legítimo de ella misma, sino un deseo fálico
basado en la envidia al pene o, siendo más benevolentes, un conglomerado de
imágenes de sí misma como masculina y femenina. Estamos de acuerdo con la
idea del conglomerado, pero en el sentido de una buena imagen compleja del
self femenino con la multiplicidad de representaciones del sí mismo: aspectos
emocionales, domésticos, instrumentales e intelectuales.
Tengo que vérmelas con un tipo particular de mujer intelectual. No hace mucho las
aspiraciones intelectuales en las mujeres estaban asociadas casi exclusivamente con
un tipo de mujer claramente masculina, que en casos pronunciados no guardan en
secreto su deseo o su reivindicación de ser un hombre. Esto ahora ha cambiado. De
todas las mujeres que hoy en día llevan a cabo un trabajo profesional, sería difícil decir
si la mayoría son más femeninas que masculinas en su modo de vida y su carácter. En
la vida universitaria, en las profesiones científicas y en las empresas, una se encuentra
constantemente con mujeres que parecen cumplir todos los criterios del desarrollo
completamente femenino. Son excelentes esposas y madres, amas de casa
capacitadas; mantienen una vida social y asisten a la cultura; no carecen de intereses
femeninos, es decir, en su apariencia personal y cuando se les requiere aún
encuentran tiempo para desempeñar el papel de madres sustitutas dedicadas y
desinteresadas con sus familiares y amigos. Al mismo tiempo, cumplen con los
deberes de su profesión al menos igual de bien que el hombre medio. Realmente es un
enigma saber cómo clasificar psicológicamente este tipo [Riviere, 1929, pp. 303-304]
¿Por qué eran insuficientes para Joan Riviere los instrumentos conceptuales
del psicoanálisis y, cuando se enfrentaba al tema de la feminidad de una mujer
determinada –en su categoría particular de sujeto singular, no como categoría
de género- lo seguía haciendo sobre la base de configuraciones estándar de
feminidad/masculinidad? Precisamente por el perfil de feminidad de esta mujer
inusual para su época –finales de los años 20- es que surge la cuestión para
Joan Riviere. La teoría implícita es que la feminidad/masculinidad están
claramente presentes como un sistema establecido que ya existe en su mente:
un código sólidamente estandarizado sobre la base de lo que se prescribe o lo
que está prohibido, lo que es adecuado o inadecuado para uno u otro sexo,
puesto que la duda acerca de la pureza de los componentes femeninos de esta
mujer en concreto, evaluada por un psicoanalista en concreto, se establece
sobre la base de la conducta social. La conclusión inevitable es que, incluso
para una analista kleiniana, no hay modo de liberarse de los códigos de
género.
Sin embargo, Riviere no ubica los elementos del análisis dentro del marco de
un código de clasificación que trasciende al sujeto singular: ella cree y
considera que su paciente es difícil de clasificar como mujer. Lo llamativo es
que, tras la clasificación social, Riviere continúa describiendo cómo la paciente
se define o se representa desde un punto de vista psicológico: no como si
estuviera confusa en cuanto a si es un hombre o una mujer, sino que se define
como franca e indudablemente femenina.
Por tanto, vemos que el primer criterio aplicado por Riviere para establecer una
clara demarcación entre feminidad y masculinidad es en términos de
actividades: cuando las mujeres ocupan las aulas universitarias o el mundo
empresarial o profesional y, en lugar de quejarse y pedir ayuda, lo hacen tan
bien como cualquier hombre, la feminidad es atacada y desnaturalizada. Por
tanto, si esto es lo que ocurre al nivel de la acción, desde un punto de vista
psicológico –nivel al que ella supone que está haciendo su análisis-
¿deberíamos sospechar de la pureza de la sexualidad de estas mujeres? ¿Son
mujeres reales o son homosexuales enmascaradas? En los años 30, no había
otro código para entender la cuestión relativa al componente
masculino/femenino que no fuera en términos de pulsión y envidia al pene.
¿Qué problemas tenía esta mujer tan exitosa? Sentía cierta angustia, a veces
muy intensa tras hablar en público, en conferencias y debates pronunciados o
dirigidos por ella, a pesar de su innegable buen rendimiento, cualidades
intelectuales, su capacidad para interesar a las audiencias y para dirigir las
discusiones. Esta angustia se manifestaba de dos formas: 1) temor a haber
cometido algún error o faux pas; 2) compulsión a flirtear y seducir a los
hombres, más o menos discretamente, conductas que desplegaba tras sus
apariciones públicas y que contrastaban enormemente con la actitud objetiva e
impersonal que adoptaba en el curso de las mismas.
Nos detendremos a examinar el síntoma en detalle: para una mujer el tener
funciones ejecutivas, hablar en público, dirigir debates y vivir constantemente
situaciones de evaluación colectiva era tan extraño, poco familiar y
demandante, en los años 30, que podemos aceptar fácilmente su miedo a
cometer errores o faux pas. No parece ser un temor injustificado, sino que, más
bien, habla de un saludable juicio de realidad y un gran cuidado en mantener
su buen rendimiento. Estos rasgos indican un alto grado de organización de las
agencias psíquicas del yo-superyó-ideal del yo. Riviere parece entender esto
pero no enfatiza este hecho, por el contrario considera la necesidad que esta
mujer tenía de seducir a los hombres y su desesperación por aplacarlos, como
defensa ante el horrible temor de que su padre pudiera vengarse, fantasma que
mentalizaba por medio del ofrecimiento sexual.
Con esta compulsión a retornar a una conducta sobre la base de una clara
delimitación de las diferencias de género, ¿qué más había sido borrado por la
actividad intelectual? La razón reside en el hecho de que la paciente -como
cualquier mujer de la década de los 30 y de hecho como muchas mujeres hoy
en día, que desarrollan su tarea en áreas de acción tradicionalmente
reservadas para los hombres- "sabe" que si hace bien su trabajo, provocará
desde un gélido silencio hasta la más profunda indignación en la audiencia
masculina, y que la posible variedad de represalias, que dependerán de lo
seguro que el hombre se sienta en sus posiciones, siempre incluirá, como una
constante, una duda acerca de su feminidad. Lo verdaderamente sorprendente
es que esto es precisamente lo que Riviere –que no es un hombre ni una
observadora prejuiciosa- concluye: se trata una doble transgresión de la
masculinidad y la feminidad. La psicoanalista comparte, en un registro legítimo
ideológica y científicamente, la suposición, tanto de la paciente como de los
hombres, en cuanto a este "tipo" de mujer.
Bajo esa apariencia, el hombre no encontraba en ella propiedad robada alguna que
necesitase atacar o recuperar, más aún, la encontraba atractiva como objeto de amor.
Así, el objetivo de la compulsión no era simplemente la reafirmación segura
provocando en los hombres sentimientos amistosos hacia ella; principalmente para
asegurar su seguridad pareciendo falta de culpa e inocente. Era una inversión
compulsiva de su logro intelectual; y los dos juntos formaban la "doble acción" de un
acto obsesivo, al igual que su vida entera consistía en actividades alternativamente
masculinas y femeninas. [Riviere, 1929, pp. 305-306]
No hay nada más próximo a la verdad que la conclusión de Riviere, puesto que
lo que muestra el material es que la masculinidad de la paciente estaba basada
no en una identidad oculta, o en un deseo de ser un hombre, sino en el
desarrollo de actividades consideradas masculinas. Precisamente en el
transcurso de estas actividades -conferencias, debates- aparecía la angustia.
En otras palabras, el teatro de operaciones en el que su disfraz revelaba su
punto débil estaba bien definido: cuando realizaba actividades que la ponían en
un lugar socialmente atribuido a los hombres.
Para una mujer, "vivir" sentimientos conscientes de rivalidad hacia los hombres
no indica ningún tipo de patología severa, sino, más bien, que tiene ambiciones
y aspiraciones en áreas que tradicionalmente han sido reservadas a los
hombres. Si los hombres son quienes hablan y escriben y su padre era uno de
ellos, y si ella se dedicaba a la acción pública y a escribir, ¿con quién iba a
competir (Abelin-Sas, 2004)? Y, ¿por qué no iba a competir, cuando sin
competir no tendría modo de ser puesta a prueba? Por tanto, si la rivalidad de
esta mujer era simplemente algo que ella "experimentaba", con todas sus
consecuencias psíquicas asociadas –autopersecución, culpa, necesidad de
aplacamiento y reaseguración, el sentimiento que no había ocasionado daño a
terceras partes- y no era procesado en términos paranoides, adjudicando la
responsabilidad a los otros, ni estaba actuando ni creaba problemas en sus
relaciones interpersonales. ¿Qué otro curso podríamos imaginar para la
competencia y rivalidad inherentes a la existencia humana cuando, en una
ocasión cualquiera de las muchas que nos ofrece la vida, hay un solo lugar
para dos?
Me gustaría cerrar este capítulo con las palabras de Jean Laplanche sobre el
así llamado enigma de la feminidad:
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