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LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA

ENTRE CONSTITUCIONALISMO
Y MULTICULTURALISMO
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS
Serie ENSAYOS JURÍDICOS, Núm. 29
Coordinador editorial: Raúl Márquez Romero
Edición: Leslie Cuevas Garibay
Formación en computadora: José Antonio Bautista Sánchez
FRANCESCO VIOLA

LA DEMOCRACIA
DELIBERATIVA ENTRE
CONSTITUCIONALISMO
Y MULTICULTURALISMO

JAVIER SALDAÑA
Traducción

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


MÉXICO, 2006
Primera edición: 2006
DR © 2006. Universidad Nacional Autónoma de México
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS
Circuito Maestro Mario de la Cueva s/n
Ciudad de la Investigación en Humanidades
Ciudad Universitaria, 04510 México, D. F.
Impreso y hecho en México
ISBN 970-32-3918-8
CONTENIDO

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . VII
Javier SALDAÑA

I. La cuestión general: democracia y ver-


dad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
II. Dos modelos de relación entre Consti-
tución y democracia . . . . . . . . . . 3
III. La lectura moral de la Constitución y la
democracia deliberativa . . . . . . . . 9
IV. Democracia y principio mayoritario . . 25
V. La sociedad multicultural tomada en
serio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
VI. Concepciones inadecuadas de la deli-
beración política . . . . . . . . . . . . 42
VII. La democracia costitucional delibera-
tiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
VIII. La deliberación como praxis de la ma-
yoría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72

V
VI CONTENIDO

IX. Las formas de procedimentalismo y la


democracia deliberativa . . . . . . . . 81

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89

Acerca del autor . . . . . . . . . . . . . . . . 99


La democracia deliberativa entre
constitucionalismo y multiculturalis-
mo, editado por el Instituto de Investi-
gaciones Jurídicas de la UNAM, se
terminó de imprimir el 15 de no-
viembre de 2006 en J. L. Servicios
Gráficos, S. A. de C. V. En la edi-
ción se utilizó papel cultural 70 x 95
de 50 kilos para los interiores y car-
tulina couché de 162 kilos para los
forros; consta de 1000 ejemplares.
INTRODUCCIÓN

Uno de los temas más atrayente para los teóricos


de la filosofía práctica en su vertiente política es,
sin duda, el relativo a la democracia. Una mirada
por la historia del pensamiento humano nos mues-
tra cómo este asunto ha ocupado hasta hoy un lu-
gar preponderante en el debate teórico, con espe-
cial intensidad en los últimos tiempos.1 Desde la
Grecia antigua hasta el mundo moderno, la preocu-
pación por dicha forma de gobierno ha sido siem-
pre una constante que paradójicamente ha estado
sujeta a diversas variantes, las cuales han conduci-
do a entenderla de modos muy diversos. Los que
en el iter histórico suelen destacarse como los más
importantes son el sistema democrático del mundo
antiguo y el propio del mundo moderno. Las bases
teóricas y alcances prácticos de ambos modelos son
completamente diversos, igual que sus consecuen-
cias. Veámoslos en sus rasgos más generales.
1 Cfr. AA. VV., Deliberative Democracy and Human Rights,
H. Hongju Koh and R. C. Slye (comps.), New Haven, Yale
University Press, 1999. Hay una traducción al castellano, De-
mocracia deliberativa y derechos humanos, Barcelona, Gedi-
sa, 2004.

VII
VIII INTRODUCCIÓN

Aristóteles, en la Ética Nicomaquea2 y en la Polí-


tica,3 refiriéndose a las formas de gobierno (Consti-
tuciones), estableció claramente que las formas de
gobierno justas eran fundamentalmente tres, en igual
número que sus desviaciones. Las primeras tienden
al bien del hombre: su objetivo es el bien común; las
segundas destruyen al individuo y al bien común:4
son corrupciones de las formas correctas.
Una primera forma de organización es la mo-
narquía, o el gobierno de una persona; la segunda
es la aristocracia o el gobierno de unos cuantos, los
mejores, y en tercer lugar la politeia (traducida ge-
neralmente como república). Sus respectivas des-
viaciones son la tiranía, la oligarquía y la democra-
cia, la cual, señala Aristóteles, “tiene como ideal el
gobierno de la multitud, ya que todos los que son
iguales en el censo lo son en el gobierno”.5 Termina
Aristóteles, no con buen ánimo que digamos, seña-

2 Aristóteles, Ética Nicomaquea, VIII, 10, 1160a32-1160 b20.


Salvo mención expresa en contrario seguimos aquí la versión
de Gómez Robledo, A., México, Porrúa, 2000.
3 Aristóteles, Política, III, 5,1279a26-1279b10. Salvo men-
ción expresa en contrario seguimos aquí la versión de Gómez
Robledo, A., México, UNAM-Bibliotheca scriptorum graeco-
rum et romanorum mexicana, 2000.
4 Cfr. Düring, I., Aristóteles. Darstellung und Interpretatio
seines Denkens, Heidelberg, Universitätsverlag, 1966, trad. de
B. Navarro, México, UNAM, 2000, pp. 768 y 769.
5 Op. cit., nota 2, 1160b17-18.
INTRODUCCIÓN IX

lando que “la democracia es, pues la menos mala de


las desviaciones, porque no es sino una ligera des-
viación de la forma correcta de gobierno”.6 Resulta
especialmente llamativo observar como mientras
para Aristóteles la democracia nunca fue considera-
da como la mejor forma de gobierno sino sólo una
“desviación” de la forma correcta, para el mundo
moderno ha sido exaltada como la mejor, la más in-
cluyente, y por tanto la que ha de privilegiarse.
En un contexto político y doctrinal completa-
mente distinto al de la Grecia clásica, como fueron
los nacientes Estados Unidos de Norteamérica del
siglo XVIII, la Declaración de Derechos de Virgi-
nia de 1776 que, junto a la Declaración de Derechos
del Hombre y del Ciudadano de 1789, sintetiza per-
fectamente el pensamiento liberal del mundo mo-
derno, establecía contundentemente en su sección 2
lo siguiente: “Que todo poder está investido en el
pueblo y consecuentemente deriva de él; que los
magistrados son sus mandatarios y servidores, y en
todo momento responden ante él”.7

6 Ibidem, 1160b18-19.
7 “That all power is vested in, and consequently derived
from, the people; that magistrates are their trustees and ser-
vants and at all times amenable to them”, The Virginia Decla-
ration of Rights, 12 de junio de 1776, trad. de J., Hervada y J.
M., Zumaquero, Textos internacionales de derechos humanos,
2a. ed., Pamplona, Eunsa, 1978, p. 26.
X INTRODUCCIÓN

Como es fácil advertir, es claro el diferente ori-


gen de ambas tradiciones democráticas, pero tam-
bién la diversa concepción del mundo político en el
que se dieron. ¿Cuál es la razón? Justamente prove-
nir de tradiciones filosófico-políticas igualmente
distintas y hasta antagónicas. Hay, sin embargo,
una característica que les es común, aquella por la
que ambos modelos reciben el nombre de democra-
cia: la participación del pueblo en la organización y
ejercicio del poder político a través de la interco-
municación entre gobernantes y gobernados. ¿Có-
mo se llevó a efecto la participación del pueblo en
el gobierno? ¿Cuáles fueron los mecanismos a tra-
vés de los cuales se llevó a cabo dicha intercomuni-
cación? Las respuestas son varias, entre otras: o la
participación popular se realizaba en forma directa
(ésta parece ser la mejor forma en las comunidades
menores); o dicha participación se llevaba a efecto
de manera indirecta (es la forma seguida en comu-
nidades complejas) a través de la elección de quie-
nes los representarían.
Hasta aquí no parece que existan diferencias ra-
dicales entre las dos formas democráticas dibuja-
das. Éstas comienzan a surgir cuando se cuestionan
asuntos mucho más trascendentes al interior de
ellas. Sólo por poner un ejemplo pensemos en la
forma en la que se comprende la sociedad misma o,
mejor dicho, la concepción moral que de la socie-
INTRODUCCIÓN XI

dad se tuvo en ambos modelos democráticos. Para


el pensamiento clásico, la polis tuvo su origen en un
dato natural (el lenguaje), a través del cual el hom-
bre no solamente pudo establecer lo que le era útil
o inútil, aquello que le agradaba o le desagradaba,
sino fundamentalmente aquello que era bueno y
malo, lo que era justo e injusto.8 Esta mentalidad, el
zoon politikon, se caracterizaba fundamentalmente
por poseer una naturaleza eminentemente social y
gregaria. Para el mundo clásico, el hombre sólo po-
día alcanzar su más alto grado de perfección o vir-
tualidad en la sociedad política y en la participación
en el bien común societario. De modo que el bien
del individuo fue de la misma naturaleza que el
bien de la ciudad. Por tanto, la finalidad del Estado
fue siempre moral, y en este contexto fue lógico
proponer como fin general el bien común.9
En cambio, el mundo moderno basó la existencia
de la sociedad y en definitiva del Estado en ser éstos
producto de una convención, de un pacto social.
Los modernos aceptaron sin duda la condición so-
cial del hombre como lo hicieron los antiguos, pero
8 Cfr. Aristóteles, Poítica, I, 1, 1253a10-18.
9 Cfr. Reale, G. y Antiseri, D., Il pensiero occidentale dalle
origini ad oggi, Brescia, La Scuola, 1983, t. I. Existe una tra-
ducción al castellano por J. A. Iglesias, Historia del pensa-
miento filosófico y científico, 3a. ed., Madrid, Herder, 2005, t.
I, pp. 188 y 189.
XII INTRODUCCIÓN

no por referencia a un dato natural, sino por meras


cuestiones convencionales. De este modo, el mun-
do moderno habría de caracterizar al hombre como
un individuo aislado y, en este sentido, indiferente
respecto de cualquier aceptación común del bien
social. En este contexto, la naturaleza humana an-
tes que ser considerada societaria fue entendida en
términos individualistas, egoístas, aun sediciosos,
capaz de acometer los más perversos actos del hom-
bre contra el hombre. Así, el bien privado del indi-
viduo no sólo se distinguió sino que, sobre todo, se
separó del bien público común. Para los modernos,
el Estado no fue así producto de un dato natural
sino de un dato convencional, construido y artifi-
cial.10
¿Cuál de las dos visiones fue la que heredamos?
En rigor ninguna de las dos, al menos en su sentido
puro, aunque probablemente por la cercanía en el
tiempo haya sido la segunda en su versión liberal la
que prevaleció. Según ésta, el supuesto pacto social
comprende dos fases o dos momentos: a) el pacto
de unión o de formación de la sociedad, y b) el pac-
to de sujeción, a través del cual el individuo, consi-
derado en forma aislada, se somete a una autoridad,

10 Sobre la concepción de la distinción entre el origen natu-


ral y artificial del Estado véase García-Huidobro, J., Naturale-
za y política, Valparaíso, Edeval, 1977, pp. 25-42.
INTRODUCCIÓN XIII

dándose una organización política. Esta sujeción a


la autoridad podía darse de dos modos: o se recono-
cía la existencia de una autoridad absoluta frente a
la cual se asumía una posición de sumisión igual-
mente absoluta (Hobbes); o dicho pacto de sujeción
sería sólo el acuerdo entre súbditos y gobernantes,
concediendo, los primeros a los segundos, algunos
poderes limitados, y reteniendo para sí ciertos dere-
chos que se consideraban inalienables. Esta segun-
da forma de comprender el pacto de sujeción se co-
noció como “liberal y constitucionalista”.11
De modo que la concepción democrática que he-
redamos comprendió al gobernante como un man-
datario del pueblo, tal y como lo había señalado la
Declaración Americana. Un pueblo en tanto con-
glomerado de personas compuesto por asociados
individualmente considerados, depositarios de la
soberanía, la cual “delegarían” a favor del manda-
tario.12 Esta sujeción, por tanto, se presentó como

11 Para todo este argumento cfr. Hervada, J. y Zumaquero, J.


M., Textos internacionales de derechos…, cit., nota 7, p. 27.
12 Es especialmente ilustrativo en este punto el artículo 3o.
de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano:
“El principio de toda soberanía reside esencialmente en la
nación. Ningún cuerpo, ningún individuo puede ejercer una
autoridad que no emane de ella expresamente”. Déclaration
des Droits de l’Homme et du Citoyen, Asamblea Nacional, 26
de agosto de 1789, trad., ibidem, p. 44.
XIV INTRODUCCIÓN

un trust, como un fideicomiso, como una delega-


ción fiduciaria, ofreciendo este modelo democráti-
co liberal como la “única forma justa de gobier-
no”.13 Hay aquí, sin embrago, una deformación en
la manera en que fueron entendidos gobernantes y
gobernados. En primer lugar, porque los primeros
fueron minimizados a ser sólo meros mandatarios
del pueblo y, en segundo lugar, porque la soberanía
como poder real de éste se reducía a estar en un
conglomerado de sujetos individualmente com-
prendidos, siendo éstos simples asociados de la co-
lectividad. La consecuencia parece lógica: una con-
sideración de la sociedad sin cohesión interna y sin
referente moral común.
En íntima relación con lo anterior aparece una
variante dentro de la lógica de la democracia mo-
derna: se trata del principio liberal, que no es intrín-
seco a la filosofía democrática, en contra de lo que
repetidamente se suele afirmar. En rigor, tal princi-
pio es más bien distante, aunque no excluyente del
sistema democrático. De ahí que se puedan encon-
trar regímenes democráticos que no necesariamen-
te sean liberales (y regímenes liberales que no sean
completamente democráticos). Aparece así un nue-
vo carácter en la consideración general de la demo-
cracia.
13 Ibidem, p. 27.
INTRODUCCIÓN XV

Ahora bien, de las diferentes formas en que pue-


de comprenderse el liberalismo democrático, posi-
blemente sea el expuesto por John Stuart Mill el
que mejor exprese su real significado. Y dice en su
clásico libro Sobre la libertad:

El objeto de este ensayo es afirmar un sencillo


principio destinado a regir absolutamente las rela-
ciones de la sociedad con el individuo en lo que
tenga de compulsión o control, ya sean los medios
empleados, la fuerza física en forma de penalida-
des legales o la coacción moral de la opinión pú-
blica. Este principio consiste en afirmar que el
único fin por el cual es justificable que la humani-
dad, individual o colectivamente, se entremeta en
la libertad de acción de uno cualquiera de sus
miembros, es la propia protección. Que la única fi-
nalidad por la cual el poder puede, con pleno dere-
cho, ser ejercido sobre un miembro de una comu-
nidad civilizada contra su voluntad, es evitar que
perjudique a los demás. Su propio bien, físico o
moral, no es justificación suficiente.14

El anterior argumento refleja con especial niti-


dez una característica esencial de la democracia li-
14 Stuart Mill, J., On Liberty, 4a. ed., Londres, Longman,
Roberts & Green, 1869. Existe traducción al castellano, que es
por la que se cita, de Pablo de Azcárate, Sobre la libertad, Ma-
drid, Alianza, 2000, p. 68.
XVI INTRODUCCIÓN

beral, tal como ha sido entendida por muchos, a sa-


ber, la absoluta neutralidad pública en cuestiones
morales; en una palabra, la asepsia axiológica por
parte del poder político, cuyo respeto por la libertad
individual, tal y como Mill la entendió, es su piedra de
toque. Según esta concepción, la libertad humana

...exige libertad en nuestros gustos y en la determi-


nación de nuestros propios fines; libertad para tra-
zar el plan de nuestra vida según nuestro propio ca-
rácter, para obrar como queramos, sujetos a las
consecuencias de nuestros actos, sin que nos lo im-
pidan nuestros semejantes en tanto que no les per-
judiquemos, aun cuando ellos puedan pensar que
nuestra conducta es loca, perversa o equivocada.15

La consecuencia para la democracia moderna se


tradujo en la desmembración del mundo social en
dos ámbitos: el público y el privado. Ambas esferas
expresaban las dimensiones fácticas de la actuación
humana: por una parte, aquellas que pertenecían a
un ámbito enteramente público y obligadamente
neutral, y, por la otra, aquellas donde el sujeto po-
día fijar de manera libre sus propios objetivos. De
este modo, la neutralidad que se le exigió al Estado
condujo a negarle también cualquier promoción en
favor del orden público o del bien común. Dichos
15 Ibidem, pp. 71 y 72.
INTRODUCCIÓN XVII

conceptos como formas superiores del buen vivir no


podían ser nunca compatibles con la exigencia de la
neutralidad estatal y con una concepción individualis-
ta de la libertad. ¿Qué tipo de bien común se puede es-
perar en este razonamiento? Ninguno. En este punto
Kelsen, siendo un pensador moderno, con esa cohe-
rencia de pensamiento que siempre lo caracterizó, re-
conocería en forma radical la errónea concepción de
la democracia que presuponga la falsa creencia de que
existe un bien común que pueda ser objetivamente
determinable y que el pueblo pueda conocer. Dice el
profesor vienés a propósito de este tema:
Porque es fácil mostrar que no existe algo así como
un bien común objetivamente determinable, que a
la pregunta de qué sea el bien común únicamente se
puede responder por medio de juicios de valor sub-
jetivos, los cuales pueden diferir sustancialmente de
una a otra persona y que, aunque el bien común
existiera, el hombre medio, y por tanto el pueblo,
difícilmente sería capaz de conocerlo.16

Es claro que el fundamento epistemológico que


sostiene la afirmación anterior y en definitiva a la
16 Kelsen, H., “Fundations of Democracy”, Ethics, LXVI,
1955. Existe traducción al castellano, que es por la que se cita,
de Juan Ruiz Manero, “Los fundamentos de la democracia”,
Escritos sobre la democracia y el socialismo, Madrid, Debate,
1988, p. 209.
XVIII INTRODUCCIÓN

democracia moderna liberal, tal como la hemos ex-


plicado, es el no cognitivismo ético, es decir, el re-
conocimiento expreso de la imposibilidad de la ra-
zón para conocer el bien, y, en un sentido más
general, el bien que le es propio a la sociedad (bien
común). Lo anterior nos conduce a una conclusión
que se presenta como necesaria y que hemos ade-
lantado en renglones precedentes: el sistema demo-
crático del mundo liberal sólo puede ser explicado
desde una posición de asepsia moral que ha de iden-
tificar a todo el ámbito público. Dicho en otras pa-
labras, se exige para la democracia moderna una
aceptación del relativismo moral donde todos los
valores, cualesquiera que sean éstos, incluso los de
carácter colectivo, sean igualmente relativos. De
este modo, pareciera que para ser un buen demócra-
ta era requisito indispensable asumir el relativismo
moral como postura personal. En este punto Kelsen
es muy claro: “si la libertad y la igualdad son ele-
mentos esenciales del relativismo filosófico, su analo-
gía con la democracia política es obvia. La libertad e
igualdad, en efecto, son las ideas fundamentales de la
democracia y los dos instintos primitivos del hombre
como ser social; el deseo de libertad y el sentimien-
to de igualdad están en su base”.17

17 Ibidem, p. 230. Sobre la exigencia de un relativismo mo-


ral como condición del sistema democrático cfr. Ruiz Manero,
INTRODUCCIÓN XIX

Lo señalado hasta ahora nos ayuda a entender


cuáles fueron las circunstancias teóricas en las que
apareció el actual sistema democrático, denomina-
do por la doctrina constitucional como democracia
formal o procedimental. Dicho modelo democráti-
co, en mi opinión, es una concepción minimalista
de la democracia, que explica a ésta como puro mé-
todo (como lo señala Kelsen),18 como mero conjun-
to de reglas de procedimiento para la constitución
del gobierno y la toma de decisiones políticas, pero
sin ninguna referencia a la verdad o a la justicia.
En este mismo sentido, uno de los teóricos que
mejor ha resumido las reglas del juego democrático
ha sido Norberto Bobbio. Para este pensador, las re-
glas de la democracia procedimental se sintetiza-
rían en los siguientes puntos: a) los miembros del
Poder Legislativo, como órgano máximo, han de
ser elegidos directa o indirectamente por el pue-
blo; b) han de existir también otras instituciones o
dirigentes igualmente elegidos, como los entes de
la administración local o los jefes de Estado; c) los
electores deben ser todos los ciudadanos que ha-
yan alcanzado la mayoría de edad, sin distinción
de raza, de religión, de ingresos, etcétera; d) todos

J., “Presentación. Teoría de la democracia y crítica del marxis-


mo en Kelsen”, en ibidem, pp. 14-24.
18 Ibidem, p. 210.
XX INTRODUCCIÓN

los electores deben tener igual voto; e) el voto de los


electores debe ser libre, según su propia opinión
formada lo más libremente posible; f) deben ser li-
bres también en el sentido de que deben estar en
condiciones de tener alternativas reales; g) tanto
para las elecciones de los representantes como para
las decisiones del supremo órgano político vale el
principio de mayoría numérica; h) ninguna deci-
sión tomada por mayoría debe limitar los derechos
de la minoría, de manera particular el derecho de
convertirse, en igualdad de condiciones, en mayo-
ría, i) el órgano de gobierno debe gozar de la con-
fianza del Parlamento o bien del jefe del Poder Eje-
cutivo a su vez elegido por el pueblo.19 Estas serían,
según Bobbio, las reglas que caracterizarían a la de-
mocracia moderna.
Como se puede comprobar, las reglas de este mo-
delo democrático procedimental no guardan ninguna
vinculación con su aspecto material o sustancial, de
modo que entre la concepción moral de bien común
y la democracia procedimental no existe un punto
de unión. Así, la concepción predominante de la de-
mocracia en el mundo occidental habría de privile-
giar los medios, esto es, las reglas del juego demo-

19 Cfr. Bobbio, N., “Democracia”, Diccionario de Política,


8a. ed., México, Siglo XXI, 1994, t. I, p. 450.
INTRODUCCIÓN XXI

crático de manera independiente de ciertos conte-


nidos o conjunto de fines a alcanzar.20
De las reglas del juego democrático expuestas
por Bobbio, probablemente una de las más impor-
tantes, pues presupone que el principio de igualdad
de los electores, es el principio de mayoría, a través
del cual los miembros del conjunto social con capa-
cidad de elegir deciden con su voto quién o quiénes

20 Para algunos, el reconocimiento de los derechos humanos


en los documentos constitucionales plantea el argumento mo-
ral de dichos sistemas constitucionales, y en definitiva de la
misma democracia procedimental, de modo que resultaría
injusta la acusación de que la democracia procedimental se
caracterice por su asepsia moral. Cfr. Salazar Ugarte, P., “De-
mocracia: ¿formal o sustantiva? El problema de las precondi-
ciones en la teoría de Norberto Bobbio”, Política y derecho.
Repensar a Bobbio, México, UNAM-Siglo XXI, 2005, pp.
240-255. Esta tesis tiene algo de verdad, que duda cabe que los
derechos humanos o derechos fundamentales constituyen, a la
vez que un límite al relativismo ético de la democracia proce-
dimental, un aspecto sustancial de ésta, es la visión garantista.
Sin embargo, pienso que una consideración general y por tanto
más amplia de bien común nos llevaría a aceptar aspectos
igualmente contenidos en los sistemas constitucionales pero
que no serían propiamente derechos humanos. Estoy pensan-
do, por ejemplo, en el respeto a ciertos principios jurídicos
sustanciales que tienen que ser tomados en consideración, o en
el reconocimiento también de ciertos valores superiores que,
insisto, no son derechos humanos. De lo que se trata es de re-
conocer tales aspectos como morales y ofrecer de ellos igual-
mente una lectura moral amplia.
XXII INTRODUCCIÓN

serán sus representantes. Esto, en el fondo, plantea


una tesis especialmente fuerte; la de entender que el
gobierno constituido se habrá de establecer a través
de un acto puramente cuantitativo, donde lo que
prioritariamente cuenta es el peso de los votos, no
de las razones. La esencia del principio mayoritario
es expresada rotundamente por Kelsen, al señalar:
“La idea que subyace al principio de mayoría es que
el ordenamiento social esté en concordancia con el
mayor número posible de sujetos y en discordancia
con el menor número posible de los mismos”.21
Sólo de esta forma se asegura una verdadera liber-
tad política.22
Lo señalado hasta ahora ayuda a comprender el
contexto en el que aparece el libro del profesor Vio-
la, quien intenta mostrar una nueva forma de enten-
der la democracia y, en consecuencia, una nueva
manera de ver el constitucionalismo a partir de la
21 Kelsen, H., op. cit., nota 16, p. 239.
22 En este punto es especialmente ilustrativa esta cita de
Kelsen: “En consecuencia, el principio de mayoría simple es el
que asegura el más alto grado de libertad política que es posi-
ble en la sociedad. Si un ordenamiento no pudiera cambiarse
por la voluntad de la mayoría simple de los a él sujetos, sino
que sólo pudiese serlo por la voluntad de todos (es decir por
unanimidad) o por la voluntad de una mayoría cualificada
(por ejemplo, por mayoría de dos tercios o de tres cuartos de
los votos), un solo individuo o una minoría de individuos po-
drían impedir cualquier cambio”. Ibidem, pp. 239 y 240.
INTRODUCCIÓN XXIII

crítica a la visión que de la democracia ofrecen


Bobbio y Kelsen.
Para el profesor Viola, el modelo defendido por
ambos pensadores es insuficiente. Hoy parece ya
un dato incontrovertible reconocer que los nuevos
modelos constitucionales reconocen la presencia
de un patente argumento moral en los textos consti-
tucionales, el cual se expresa de diversas formas:
como valores, principios, directrices políticas o de-
rechos humanos. Todo esto ha dado lugar a lo que la
doctrina viene identificando como “neoconstitucio-
nalismo”,23 “constitucionalismo contemporáneo”, o
simplemente “constitucionalismo”, con lo amplio y
a veces ambiguo que resulta cualquiera de estas ex-
presiones.24 Sin embargo, tomando en considera-
23 Para una consideración detallada de las características
que identifican al neoconstitucionalismo cfr. Zagrebelsky, G.,
Il Diritto mitte. Legge, diritti giustizia, Turín, Einaudi, 1992.
Hay una traducción al castellano de M. Gascón, El derecho
dúctil. Ley, derechos, justicia, 3a. ed., Madrid, Trotta, 1999.
Cruz, L., La Constitución como orden de valores. Problemas
jurídicos y políticos, Comares, 2005, passim. Varios autores,
Neoconstitucionalismo (s), en Carbonell, M. (ed.), 3a. ed., Ma-
drid, UNAM-Trotta, 2003, passim.
24 Bajo la expresión neoconstitucionalismo suelen explicar-
se diferentes cosas. Prieto Sanchís resume las siguientes. “En
primer lugar, el constitucionalismo puede encarnar un cierto
tipo de Estado de derecho, designando por tanto el modelo ins-
titucional de una determinada forma de organización política.
En segundo término, el constitucionalismo es también una teo-
XXIV INTRODUCCIÓN

ción este expreso reconocimiento se encuentra la


reflexión que el mismo Viola propone: “¿Es aún posi-
ble sostener una concepción meramente procedi-
mental de la democracia?” “¿Debemos todavía creer
con Bobbio y con Kelsen que, entre las reglas del jue-
go democrático, el principio procesal de la mayoría
será siempre el más distintivo, si bien no el úni-
co?”(pp. 1 y 2 de esta obra).
A estas y otras importantes preguntas Viola intenta
dar una respuesta, estableciendo desde las primeras
líneas de su trabajo que el objetivo central de su es-
crito es mostrar que la unión entre constitucionalismo
y multiculturalismo exige una transformación de la
manera en la que se han venido entendiendo los
procedimientos democráticos, es decir, la democra-

ría del derecho, más concretamente aquella teoría apta para


describir o explicar las características de dicho modelo. Asi-
mismo, por constitucionalismo cabe entender la ideología o fi-
losofía política que justifica o defiende la fórmula así designa-
da. Finalmente, el constitucionalismo se proyecta en ocasiones
sobre un amplio capítulo que en sentido lato pudiéramos lla-
mar de filosofía jurídica y que afecta a cuestiones conceptua-
les y metodológicas sobre la definición del derecho, el estatus
de su conocimiento o la función del jurista; esto es, cuestiones
tales como la conexión, necesaria o contingente, del derecho y
de la moral, la obligación de obediencia, la neutralidad del ju-
rista o la perspectiva adecuada para emprender una ciencia
jurídica”. Prieto Sanchís, L., Justicia constitucional y derechos
fundamentales, Madrid, Totta, 2003, pp. 101 y 102.
INTRODUCCIÓN XXV

cia procedimental, a partir de una particular forma


de entender la “democracia deliberativa”. El profe-
sor italiano afirma: “si es verdad que los valores
constitucionales son internos a los procedimientos
democráticos, y no son solamente condiciones exter-
nas de su correcto funcionamiento, entonces deberá
ser puesta en duda una concepción meramente pro-
cedimental de la democracia” (pp. 7 y 8).
Viola plantea dos formas diversas de entender
las relaciones entre Constitución y procedimientos
democráticos. Primero, la Constitución actúa como
límite externo de la democracia. Segundo, la Cons-
titución es comprendida como objeto de los mismos
procedimientos democráticos.
En el primer modelo, el texto constitucional
contiene una serie de principios y normas jurídicas
“que tienen ya una propia completud y determina-
ción, siendo directamente justificables” (p. 3). El se-
gundo presupone que estos principios y normas no
están aún completos (p. 4), “incluso serían de por sí
indeterminados”, siendo necesaria para su comple-
tud y determinación una labor de interpretación.
Al segundo tipo de Constitución Viola lo llama
“simiente”, donde los principios constitucionales no
serían sino “razones fundacionales que deben ser de-
sarrolladas también sobre la base de contextos socia-
les y de las circunstancias históricas” (p. 5).
XXVI INTRODUCCIÓN

Si se entiende bien, lo que se encuentra detrás del


trabajo de Viola es algo especialmente importante.
En mi opinión se trata de la propia legitimidad de
los regímenes constitucionales y, por supuesto, de los
propios sistemas democráticos. Así, o la legitimi-
dad sólo se encuentra en la pura autonomía indivi-
dual de las personas, o en una consideración mucho
más elevada que toca aspectos esenciales del bien
común, es decir, en algo de mayor trascendencia
que el mero respeto de dicha autonomía personal.
Viola explora, como buena parte de los teóricos
prácticos,25 la necesaria lectura moral de la Consti-
tución, a través de la cual no sólo se reconoce la
existencia de principios de naturaleza ético-política
formulados de manera abstracta en los textos cons-
titucionales, sino un acercamiento moral a través de
un proceso de interpretación y argumentación.
De este modo, los principios morales no aparecen
sólo como directrices formuladas por la autoridad,
sino como “razones últimas que deben sostener
toda la labor de las instituciones públicas y de la
vida civil de una determinada sociedad” (p. 10). En
dicha labor interpretativa el legislador juega un pa-
pel fundamental, pues antes de legislar es necesario
25 Cfr. Dworkin, R., “La lectura moral de la Constitución y
la premisa mayoritaria”, trad. al castellano de Imer B. Flores,
en Cuestiones constitucionales 7, México, 2002, pp. 3-52.
INTRODUCCIÓN XXVII

que sepa cuál es el contenido de los valores consti-


tucionales.
Ahora bien, la labor de interpretación y argu-
mentación de los principios ético-políticos puede
ser reconducida a través del ejercicio deliberativo
que es común a cualquier órgano de toma de deci-
siones. Éste es el resultado lógico de los distintos
criterios ético-políticos identificados en la socie-
dad. Ante esta diversidad de posiciones es necesa-
rio llevar a efecto un ejercicio de deliberación a tra-
vés del cual sea posible identificar la interpretación
correcta, la que sea mejor, y en definitiva la más
justa.
Por esta razón Viola no acepta cualquier versión
de la democracia deliberativa, sino sólo aquella en
la que se puedan aducir razones a favor de cualquier
ciudadano libre, incluyendo, por supuesto, a aque-
llas personas que no compartan nuestra misma filo-
sofía de vida. No es la aceptación de aquella demo-
cracia deliberativa basada en el simple respeto de la
autodeterminación personal de preferencias y en
la observancia de las puras reglas formales del proce-
dimiento,26 sino de aquella otra que en el ámbito de la
autonomía “obliga a aceptar los principios morales
que tienen más peso argumentativo”, (p. 21) y en el

26 Cfr. Nino, C. S., The Constitution of Deliberative Demo-


cracy, New Haven, Yale University Press, 1996.
XXVIII INTRODUCCIÓN

ámbito de la autoridad ésta impone “a los ciudadanos


aquellas normas que pueden ser mejor justificadas”
(p. 22).
Sólo sobre las bases de la democracia deliberati-
va así entendida se puede hablar de “fines políticos
fundamentales”, no en el sentido de “elegirlos” dis-
crecionalmente, sino “de dar a ellos la interpreta-
ción más correcta” (p. 24). Así, la inclusión del cri-
terio teleológico en el ámbito político refleja muy
bien los dos modos de comprender la democracia
deliberativa que se corresponden con los dos tipos
de Constituciones anunciadas al inicio del trabajo,
aquellas que entienden que la democracia delibera-
tiva no ha de atender a ningún fin, en cuanto que és-
tos están precisados en el texto fundamental, y
aquella otra que estableciendo fines, éstos necesi-
tan ser interpretados eligiendo el más correcto para
el caso concreto.
Pero esta manera específica de entender la demo-
cracia deliberativa debe dar cuenta también del
principio de mayoría explicado anteriormente.
Un principio que, como se afirmó, es un medio sólo
cuantitativo de la toma de decisiones sin ningún
compromiso con un algún criterio sobre la verdad o
la justicia. Pues bien, este principio propio de la de-
mocracia procedimental también ha de ser visto
desde perspectivas diversas a la meramente formal.
Según Viola, el papel que ha de jugar el principio
INTRODUCCIÓN XXIX

de mayoría en la democracia deliberativa, ha de ir


más allá del mero sentido agregativo de mayorías,
ofreciendo en consecuencia formas más amplias de
intersubjetividad y de cooperación, configurando
“la búsqueda común de la interpretación de los va-
lores fundamentales” (p. 30). En definitiva, Viola
defiende una consideración moral del bien común
general. El ejemplo que le sirve para reforzar su pos-
tura en este punto son los éndoxa: que son las convic-
ciones difundidas y consolidadas orientadas a formas
de vida común en la sociedad política. En conclu-
sión, como el propio Viola señala: “por mayoría ha
de entenderse la amplitud del contexto intersubjeti-
vo, comunicativo y participativo de la formación
del consenso político” (p. 31).
Ahora bien, el principio de mayoría propio de la
democracia procedimental ¿sirve para resolver los
problemas del multiculturalismo? Parece, como el
propio Viola sugiere, que el multiculturalismo exige
ir más allá de la dicotomía “mayoría-minoría”, pero
esto plantea otro problema: ¿se requeriría que una so-
ciedad multicultural democrática tenga que dejar a
un lado el principio de mayoría?
Sobre la primera cuestión anunciada, es decir,
ese “ir más allá”, Viola parte del hecho de entender
que una sociedad multicultural, concebida en su
sentido más profundo, es una sociedad política don-
de no existe una cultura dominante y mayoritaria,
XXX INTRODUCCIÓN

sino que hay por lo menos dos con iguales derechos


de reconocimiento. Una sociedad multicultural para
ser considerada realmente una sociedad política en
el sentido profundo de la expresión, ha de ser cons-
truida a través de la “comunicación y el discurso de
las «culturas», las cuales, por tanto, no pueden ser
concebidas como universos simbólicos totalmente
inconmensurables” (p. 40). Por eso la problemática
que encierra la comprensión de las sociedades mul-
ticulturales es de carácter “normativo” y “construc-
tivo”, no puramente factual o descriptivo.
¿Cómo, entonces, ha de llevarse a efecto esta la-
bor de construcción? A través, sin duda, de una labor
de argumentación donde “los argumentos débiles
(aquellos basados en la autonomía indivi- dualista o
sectaria) hayan de ceder el paso a los argumentos
más fuertes” (p. 42). Así, la democracia deliberativa,
como señala Viola, “debe mostrar que las institucio-
nes políticas (y en particular modo los parlamentos)
pueden ser organizadas en modo tal que la fuerza
del mejor argumento tendría una elevada posibili-
dad de transformarse en una fuerza política real”
(pp. 42 y 43).
Sin embargo, la labor argumentativa, que tiene
como objeto la operación o acción humana, no pue-
de ser comprendida como un procedimiento de-
mostrativo, dialéctico y retórico. La deliberación
INTRODUCCIÓN XXXI

implica un análisis congnoscitivo comprometido


con un criterio de verdad o de justicia colectiva. ¿A
través de qué? Sin duda a través de la confrontación
y ponderación de argumentos que tengan como ob-
jetivo la realización de fines de carácter colectivo.
Deliberar significa de este modo “la búsqueda de
bases para principios comunes” (p. 20). Viola lo ex-
presa de manera muy clara:

La cooperación demandada no se limita a ponerse


de acuerdo sobre los elementos constitucionales
esenciales y sobre la coordinación de las acciones
sociales. A través de la práctica de la vida común,
a partir de la herencia del pasado, en el fervor de
las obras de la sociedad civil, se va edificando una
identidad nueva, un estilo de comunidad que Ma-
ritain ha llamado una philosophy of life, cierta-
mente marcada de un cierto pragmatismo, pero sin
olvidarse de la razonabilidad. Hombres provenien-
tes de culturas diversas, y seguramente no deseo-
sos de abandonar su identidad originaria, pueden
encontrar y desarrollar juntos un modelo de vida
común que tenga una propia caracterización valo-
rativa, en cuanto abierta a la recepción de la diver-
sidad (pp. 55 y 56).

En resumen, ¿qué tipo de democracia deliberati-


va tiene mayores probabilidades de afrontar con
éxito los problemas que plantea la sociedad multi-
XXXII INTRODUCCIÓN

cultural? Aquella donde los hombres deliberan


“junto a otros sobre eso que una comunidad o un gru-
po político debe decidir hacer o no hacer” (p. 57). En
definitiva, donde se toman “decisiones colectivas”,
entendidas como las propias de la comunidad polí-
tica, que no se reduce a la mera suma de voluntades
individuales. “Las acciones individuales en razón
del contexto intersubjetivo entran a formar parte de
un performance común que las unifica en una ac-
ción del grupo en cuanto tal” (p. 58). Comprendida
de este modo la “decisión colectiva” parece compli-
cado que el principio de mayoría pueda ser el más
idóneo para justificar dicha decisión. No se trata, en
consecuencia, de privilegiar las propias preferen-
cias individuales, sino sólo aquellas concepciones
propias del bien común por ser las mejores para to-
dos. Así, el principio de la autonomía individual no
es suficiente. Se requiere volver a la autonomía de
la misma comunidad política.
Esta consideración general del bien común, que
apuesta sin duda por una “verdad moral común”, es
la que Viola llama concepción constitucional de la
democracia, por la cual cada uno aporta la propia
concepción del bien común dejando de lado sus pre-
ferencias individuales o personales por considerar
que esta visión de la vida pública es mucho mejor,
más justa, o vale más que los intereses particulares.
INTRODUCCIÓN XXXIII

Son en definitiva preferencias colectivas que no


apuntan al bien subjetivo, sino a lo justo, adquirien-
do un valor epistemológico y de validez propios.
En esta democracia deliberativa los ciudadanos
participantes en el discurso político están obligados
a dialogar con la diversidad, es decir, con quienes
no tienen una misma filosofía de la vida, lo que exi-
ge necesariamente tomar en cuenta tal diversidad.
Esto significa —señala Viola— “que la concepción
personal del bien común varía sobre la base de la
diversidad de los interlocutores, esto es, de la es-
tructura completa de una comunidad política, y que
depende estrictamente del contexto en el cual se
forma” (p. 67).
De lo anterior resulta claro entonces que el princi-
pio liberal, según el cual uno es el mejor juez de sus
propios intereses, es fuertemente discutible. ¿Cómo
se puede ser un buen juez desde los intereses perso-
nales cuando está en juego el interés general? Por
esta razón el principio de mayoría, considerado ex-
clusivamente como puro ejercicio agregativo, no
puede ser compatible con una concepción de la de-
mocracia donde se ofrezcan razones, argumentos y
justificaciones.
Por otra parte, los ciudadanos no sólo están obli-
gados a participar en la discusión pública con aque-
llos que no piensan como ellos, están obligados
también —señala Viola— por los valores consti-
XXXIV INTRODUCCIÓN

tucionales comunes. Se puede decir incluso que el


debate político busca esencialmente la mejor in-
terpretación de la Constitución, la más adecuada.
“Entonces, el discurso público sobre las diferentes
concepciones imparciales del bien común es funda-
mentalmente un discurso interpretativo sobre los
valores comunes de la vida pública” (p. 69). Esta
última idea evita una serie de errores en los que se
suele incurrir: como son, entre otros, considerar
que en el discurso público se esté ante la validez de
una forma comprensiva del bien respecto de otras for-
mas de conceptualizarlo. En realidad, con la delibe-
ración se pone en juego la “aplicación de los princi-
pios constitucionales a problemas ético-sociales
específicos” (pp. 69 y 70). Así, las distintas formas
comprensivas del bien son estimuladas a dialogar
no tanto entre ellas, sino en relación a problemas
específicos que son comunes. Aquí se modifica sus-
tancialmente el comportamiento de los interlocuto-
res, ya no es en razón de la confrontación de sus
propias convicciones, sino “en demostrar la correc-
ción en sí de la solución propuesta y su aceptabili-
dad también por aquellos que no comparten la mis-
ma fe” (p. 70).
Ahora bien, si la democracia deliberativa supone
en definitiva el ejercicio de la razón práctica, ésta
última no ha de descuidar su propia naturaleza. Ha
de prestar especial atención en sus tres dimensio-
INTRODUCCIÓN XXXV

nes, que Viola reconoce y hace suyas, esto es, el


problema de la competencia (quiénes son los acto-
res de la argumentación —evidentemente los ciu-
dadanos—); el juicio de la argumentación (que
siendo de razón práctica es normativo), y la fuerza
de los argumentos que sustancian el debate público.
En la parte final del trabajo Viola vuelve a la pre-
gunta inicial: a la luz de las exigencias conjuntas del
constitucionalismo y del multiculturalismo, ¿es sa-
tisfactoria una concepción puramente procedimental
de la democracia? Evidentemente que a lo largo de
su exposición, el autor ha ofrecido la respuesta. Sin
embargo, después de explicar rigurosamente los mo-
delos de procedimentalismo propuestos por Rawls,
termina reconociendo que ni el procedimentalismo
puro, ni el perfecto, ni el imperfecto son compatibles
con el modelo de democracia deliberativa que él ha
ofrecido. Hace falta un “procedimentalismo razona-
ble”. Así, se ha de reconocer que se está delante de
una práctica social definida como una forma cohe-
rente y compleja de actividad humana cooperativa
donde los valores van realizándose. De allí su opción
por el modelo de Constitución simiente.
Viola, finalizando de una forma por demás clara,
expresa:
...se necesita agregar que la deliberación de la demo-
cracia constitucional deliberativa es una práctica
XXXVI INTRODUCCIÓN

social de tipo interpretativo, en la cual la razonabi-


lidad opera al interior de valores presupuestos.
Esta es la base de la comunidad para una sociedad
pluralista no ya en virtud de una formulación
abstracta, sino sólo en cuanto que, a través de esta
práctica social, se generan comportamientos y con-
ceptos interpretativos compartidos (p. 88).

Llegados a este punto quisiera señalar que lo que


he expuesto en párrafos precedentes tiene como único
objetivo invitar al lector serio y riguroso a la lectura
del trabajo del profesor italiano Francesco Viola.
Un texto que tiene la virtud de cautivar desde sus
primeras páginas tanto por lo seductor del tema
como por la rigurosidad en su exposición. Sobre
todo ofrece un análisis serio de las nuevas líneas de
reflexión en torno la democracia, que en nuestro
país no se conocen de manera suficiente. Hasta
donde yo sé no existe un trabajo en castellano que
ofrezca, con tanta inteligencia, una nueva manera
de entender un asunto ya de por sí novedoso, como
es el de la democracia deliberativa. Por eso creí ne-
cesario ofrecer al público de habla castellana la ver-
sión de un trabajo tan significativo.
No me resta más que hacer una serie de agradeci-
mientos que en justicia debo. En primer lugar al
profesor Francesco Viola, quien con su entusiasmo
y siempre buena disposición aceptó desde el pri-
INTRODUCCIÓN XXXVII

mer momento la traducción de su trabajo. Debo


también rendirle un público reconocimiento y agra-
decimiento al doctor Diego Valadés, no sólo por
aceptar que el texto apareciera con el sello del Insti-
tuto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, sino
por todas las facilidades e impulsos que ha tenido
para conmigo y mis proyectos durante estos ya casi
ocho años que ha estado al frente del mencionado
Instituto. Con esto el profesor Valadés no sólo ha de-
mostrado un profundo espíritu pluralista, necesario en
la vida académica, sino también una acendrada visión
democrática, tan ausente en estos momentos en Mé-
xico. A la doctora Pilar Hernández por lo atinado de
sus comentarios. Finalmente, un agradecimiento es-
pecial merece mi ayudante de investigación, Carlos
Barrios, quien con sus conocimientos ha ayudado a
pulir la presente traducción y, como siempre, ha te-
nido que aguantar largas horas de trabajo en su pre-
paración. A todos ellos y cada uno de los que direc-
ta o indirectamente han apoyado la publicación de
esta obra extiendo mi más sincero agradecimiento.

Javier SALDAÑA
INTRODUCCIÓN XXXVII

mer momento la traducción de su trabajo. Debo


también rendirle un público reconocimiento y agra-
decimiento al doctor Diego Valadés, no sólo por
aceptar que el texto apareciera con el sello del Insti-
tuto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, sino
por todas las facilidades e impulsos que ha tenido
para conmigo y mis proyectos durante estos ya casi
ocho años que ha estado al frente del mencionado
Instituto. Con esto el profesor Valadés no sólo ha de-
mostrado un profundo espíritu pluralista, necesario en
la vida académica, sino también una acendrada visión
democrática, tan ausente en estos momentos en Mé-
xico. A la doctora Pilar Hernández por lo atinado de
sus comentarios. Finalmente, un agradecimiento es-
pecial merece mi ayudante de investigación, Carlos
Barrios, quien con sus conocimientos ha ayudado a
pulir la presente traducción y, como siempre, ha te-
nido que aguantar largas horas de trabajo en su pre-
paración. A todos ellos y cada uno de los que direc-
ta o indirectamente han apoyado la publicación de
esta obra extiendo mi más sincero agradecimiento.

Javier SALDAÑA
I. La cuestión general: democracia y ver-
dad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
II. Dos modelos de relación entre Consti-
tución y democracia . . . . . . . . . . 3
III. La lectura moral de la Constitución y la
democracia deliberativa . . . . . . . . 9
IV. Democracia y principio mayoritario . . 25
V. La sociedad multicultural tomada en
serio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
VI. Concepciones inadecuadas de la deli-
beración política . . . . . . . . . . . . 42
VII. La democracia costitucional delibera-
tiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
VIII. La deliberación como praxis de la ma-
yoría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
IX. Las formas de procedimentalismo y la
democracia deliberativa . . . . . . . . 81
I. LA CUESTIÓN GENERAL:
*
DEMOCRACIA Y VERDAD

El propósito de estas reflexiones es el de mostrar


que la unión entre constitucionalismo y multicultu-
ralismo requiere una transformación del modo de
entender los procedimientos democráticos en el sen-
tido de la “democracia deliberativa”, y que, además,
de esta misma unión se pueden retomar argumentos
que sustenten una versión específica de la delibera-
ción y de la decisión pública.
Obviamente el fondo de nuestra problemática es
el de la relación tormentosa y dramática entre de-
mocracia, verdad y justicia.1 Desde la óptica del
proceso de constitucionalización de las sociedades
políticas actuales ¿es aún posible sostener una con-
cepción meramente procedimental de la democra-

* Este trabajo ha sido publicado en italiano en la revista Ra-


gion pratica, 11, núm. 20, 2003, pp. 33-71.
1 Esta problemática ha sido recientemente retomada con
fina sensibilidad por dos notables constitucionalistas. Zagre-
belsky, G., Il crucifige e la democrazia, Turín, Einaudi, 1995
y, bajo otros aspectos, Häberle, P., Wahrheitsprobleme im
Verfassungsstaat, Baden-Baden, Nomos Verlagsgesells-chaft,
1995.

1
2 FRANCESCO VIOLA

cia? ¿Debemos todavía creer con Bobbio2 y con


Kelsen3 que, entre las reglas del juego democrático,
el principio procesal de la mayoría será siempre el
más distintivo de la democracia, si bien no el único?
¿Debemos pensar que ello estaría necesariamente
en conflicto con una concepción no meramente for-
mal de la democracia? Además, ¿debemos sostener
que la radicalización del pluralismo en el multicul-
turalismo consolida ulteriormente el modelo proce-
dimental de la democracia y su abstinencia episte-
mológica?4
La reformulación de estas interrogantes está jus-
tificada por el hecho de que la difusión del consti-
tucionalismo y de los derechos fundamentales no
parece ya compatible con una versión puramente
formal de los procedimientos democráticos. En las
Constituciones se encuentran los valores básicos de
la sociedad democrática, y ésta debe saberlos respe-
tar, administrar y desarrollar. ¿Estas tareas pueden

2 Bobbio, N., Il futuro della democrazia. Una difesa delle


regole del gioco, Turín, Einaudi, 1984, pp. 4-7 y 55.
3 Kelsen, H., Vom Wesen und Wert der Demokratie, Tübin-
gen, JCB Mohr, 1929.
4 Sobre este tema cfr. Raz, J., “Multiculturalism”, Ratio
Juris, 11, 3, 1998, pp. 193-205, y, del mismo autor, “Facing
Diversity: The Case of Epistemic Abstinence”, Ethics in the
Public Domain. Essays in the Morality of Law and Politics,
Oxford, Clarendon, 1994, pp. 60-96.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 3

ser adecuadamente resueltas con el puro procedi-


miento democrático? ¿No se requiere quizá un re-
planteamiento de este modelo político tradicional?

II. DOS MODELOS DE RELACIÓN


ENTRE CONSTITUCIÓN Y DEMOCRACIA

Por simplificar se puede afirmar que las relacio-


nes entre la Constitución y los procedimientos de-
mocráticos pueden ser entendidas al menos de dos
modos diferentes: la Constitución como límite ex-
terno de la democracia, y la Constitución como ob-
jeto de los mismos procedimientos democráticos.
Según el primer modelo, la Constitución puede
ser considerada como continente de un conjunto de
principios y de normas jurídicas que tienen ya una
propia completud y determinación, siendo directa-
mente justificables. El texto constitucional los sus-
trae de los procesos ordinarios de la eleción demo-
crática, es decir, de la disponibilidad de la mayoría,
y así los custodia, y al mismo tiempo los pone como
vínculos inviolables. Llamemos a éste, el modelo
de la “Constitución-custodio”. Y entonces, entre
una Constitución que desarrolla las funciones de vi-
gilancia y los procesos de la elección democrática,
que son por ella controlados, no existe sino una re-
lación externa o, más exactamente, extrínseca: los
4 FRANCESCO VIOLA

procedimientos democráticos tienen plena libertad


de elección, pero en un marco de respeto a los dere-
chos y principios constitucionales ya preestableci-
dos. A una Costitución-custodio corresponde, por
tanto, una “particular democracia vigilada”, que no
está en estado de detención y, sin embargo, debe
rendir cuentas de su actuar o, mejor dicho, de los re-
sultados y de los efectos de sus decisiones. Por otra
parte, estos principios son un presupuesto necesa-
rio del funcionamiento correcto de las instituciones
democráticas, porque garantizan los derechos de li-
bertad, de reunión y de asociación, que representan
los valores “externos” de la democracia, esto es,
aquellos derechos históricos del liberalismo.
El segundo modelo de relaciones entre Constitu-
ción y democracia presupone la tesis de que los
principios constitucionales no están aún completos,
incluso que serían de por sí indeterminados. Por
esto deben seguirse reglas generales en relación a
problematicas específicas y de éstas, en cada caso,
reglas particulares de aplicación a los casos concre-
tos. Esta es una labor compleja en la que se necesita
hacer la elección entre interpretaciones concurren-
tes. Tales elecciones, por su importancia política y
jurídica, deben ser confiadas a las instituciones de-
mocráticas. Llamemos, por tanto, a éste el modelo de
la “Constitución-simiente”, entendiendo con esto
que los principios constitucionales no son expresio-
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 5

nes emotivas de valores privados de por sí de una


identidad conceptual, sino que son razones fun-
dacionales que deben ser desarrolladas también sobre
la base de los contextos sociales y de las circunstan-
cias históricas. Estos desarrollos pueden ser buenos o
malos, correctos o desviados, evolutivos o involuti-
vos. Existen, pues, modos adecuados de traducir los
valores fundamentales en reglas jurídicas y modos
inadecuados y deformantes.
Entonces en este segundo modelo, a la “Consti-
tución-simiente”, corresponde una “democracia-
agricultora”, en cuanto toca a los procedimientos
democráticos desarrollar la potencialidad de los prin-
cipios constitucionales fundamentales, respetándoles
su identidad. En este sentido, los principios constitu-
cionales rigen internamente los procedimientos
democráticos y, al mismo tiempo, son el objeto y no
solamente la condición externa o el presupuesto.
Ciertamente no todas las elecciones confiadas al le-
gislador democrático tienen igual importancia y el
mismo valor. Existen algunas que tienen particular re-
levancia porque tocan, directa o indirectamente, los
aspectos esenciales de la vida civil. Una concepción
adecuada de la democracia debe ser proporcional a
estas tareas más elevadas, mientras que para el resto
procurará que la negociación de los intereses suceda
en el marco de las reglas democráticas formales. El
sentido mismo de un régimen político reside en su ca-
6 FRANCESCO VIOLA

pacidad de desarrollar las razones de la convivencia


social, y de dar forma adecuada al respeto de la digni-
dad humana en su forma histórica.
Es necesario aun precisar que la consideración de
la Constitución, como un conjunto de principios aún
indeterminados, no debe ser identificada con la tesis
de su carácter meramente programático respecto a la
legislación ordinaria. Esta tesis, tal y como había sido
desarrollada en la literatura jurídica italiana,5 reducía
los valores constitucionales a meras orientaciones po-
líticas de carácter general, mientras la “Constitu-
ción-simiente” los entiende como principios jurídicos
ya en alguna forma aplicables, sin que se necesite una
compleja mediación legislativa y jurisdiccional.
Ciertamente no existen sólo estos dos modos de
entender las relaciones entre Constitución y demo-
cracia, pero a nuestro entender son los más impor-
tantes. Y no se trata de una tipología puramente
abstracta, en cuanto tiene notables incidencias so-
bre el plano institucional. Por ejemplo, la forma y
extensión de la participación de los jueces constitu-
cionales es entendida de manera diversa en el pri-
mer y segundo modelo.
En el primero, la institución judicial adquiere
una mayor relevancia que la legislativa en el mo-

5 Para esta problemática cfr. Crisafulli, V., La Costituzione


e le sue disposizioni di principio, Milán, Giuffrè, 1952.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 7

mento de actuación de los valores constitucionales,


mientras en el segundo, la actividad legislativa es
una mediación necesaria.
El primer modelo, en el que las normas constitu-
cionales son entendidas como ya determinadas y
completas, se vincula en alguna forma a una inter-
pretación literal, mientras el segundo permite formas
de interpretación judicial mucho más articuladas y,
consecuentemente, acerca al juez constitucional con
el legislador.6
Mi objetivo es el de mostrar que el segundo mo-
delo es el más adecuado para comprender las rela-
ciones efectivas que existen entre una Constitución
liberal y una democracia representativa, y conse-
cuentemente el de defender la tesis de la estrecha co-
nexión entre constitucionalismo y régimen democrá-
tico contra aquellas que afirman su yuxtaposición o
su contraposición. Si es verdad que los valores cons-
titucionales son internos a los procedimientos demo-
cráticos, y no son solamente condiciones externas de

6 Es interesante observar como los mismos padres constitu-


yentes entendieron las relaciones entre Constitución y demo-
cracia, y los resultados serían ciertamente los de constatar su
inclinación general por el primer modelo, pero esto resulta
muy poco vinculante para las generaciones futuras. Para este
problema cfr. Elster, J., Arguing and Bargaining in the Fede-
ral Convention and the Assemblée Costituante, Chicago, Uni-
versity of Chicago, 1991.
8 FRANCESCO VIOLA

su correcto funcionamiento, entonces deberá ser


puesta en duda una concepción meramente procedi-
mental de la democracia.
Como puede notarse facilmente, del modo de en-
tender una Constitución depende el modo de enten-
der la democracia. Ésta podrá ser considerada sola-
mente como un conjunto de “reglas del juego” si es
posible atribuir a la Constitución una completud y
autosuficiencia. Pero si esto de hecho no es posible
entonces debemos revisar profundamente nuestro
concepto de democracia.
Es un hecho que la Constitución, así como hoy la
entendemos, contiene un cierto número de principios
morales o de valores fundamentales. Estos princi-
pios corresponden a la vida pública y al sentido de
justicia a ella conveniente. Pero estos principios son
formulados en forma muy abstracta y no rara vez vaga
e indeterminada. Esto es necesario y comprensible a
la luz de múltiples consideraciones, algunas de las
cuales son: es propio de cada documento o texto jurí-
dico la indeterminación, en cuanto no se pueden pre-
ver todas las posibilidades futuras de su aplicación;
solamente en torno a principios muy generales es po-
sible arribar a un acuerdo unánime como el exigido a
los documentos constitucionales; solamente una Cons-
titución vaga no constriñe excesivamente a las gene-
raciones futuras en su libertad de elección tampoco en
lo relativo a los fines ético-políticos fundamentales.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 9

III. LA LECTURA MORAL DE LA CONSTITUCIÓN


Y LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA

Si es verdad que uno de los objetivos fundamen-


tales de los procedimientos democráticos es el de la
interpretación y articulación de los principios consti-
tucionales esenciales, entonces la democracia debe
acoger de alguna manera el razonamiento moral, por-
que los principios constitucionales requieren una
“lectura moral”.
Esta —como es sabido— es la tesis de Dworkin.7
Ella no se limita a afirmar que los principios consti-
tucionales básicos tienen una naturaleza ético-po-
lítica, y ni siquiera solamente que son a menudo
formulados como principios muy abstractos, sino,
sobretodo, que su tratamiento requiere de un acer-
camiento moral, esto es, métodos de interpretación y
de valoración que son propios de la deliberación
moral. Sin esta última precisión la tesis de la “lectu-
ra moral” de la Constitución sería poco significati-
va. En relidad, ésta se opone a la tesis iuspositivista
por la cual los principios constitucionales, siendo
expresados por un documento jurídico, sobre la
base de la separación entre derecho y moral deben

7 Dworkin, R., Freedom’s Law. The Moral Reading of the


American Constitution, Oxford, Oxford University Press, 1996.
10 FRANCESCO VIOLA

ser considerados y tratados como puramente jurídi-


cos y que, entonces, cada valoración moral debe ser
dejada aparte o debe ser plenamente juridizada.8
También, sin pretender poner en duda la distinción
entre método jurídico y método moral, parece eviden-
te que en el caso de los principios constitucionales bá-
sicos no nos encontramos frente a mandamientos de
una autoridad, sino frente a razones últimas que deben
sostener toda la labor de las instituciones públicas y
de la vida civil de una determinada sociedad. Todas
las reglas (jurídicas o no) tienen siempre razones
que las sostienen y justifican.9 A menudo estas no son
expresas y deben ser inferidas de factores textuales o
extratextuales. Cuando estas razones son positivadas
en los textos constitucionales, entonces no puede ha-
ber duda alguna que serían objeto de interpretación
sea en sí mismas, sea como factor interno de las reglas
que justifican o debieran justificar.
Cuando se trata de interpretar “razones” se debe
recurrir a la argumentación, porque éstas se aclaran
mediante otras razones de segundo nivel con la
consiguiente subdeterminación o supradetermina-
8 Cfr. por ejemplo Ferrajoli, L., Diritti fondamentali. Un di-
battito teorico, a cargo de E. Vitale, Roma, Laterza, 2001, p. 35.
9 Asumo aquí como paradigama de la descripción de una
“regla” la ofrecida por Schauer, F., Playing by the Rules. A
Philosophical Examination of Rule-Based Decision-Making in
Law and in Life, Oxford, Oxford University Press, 1991.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 11

ción del elemento textual. Entonces, la actividad in-


terpretativa comprende en sí también a la argumen-
tativa, y las dos sólo pueden ser distinguidas por el
objetivo o el producto al cual miran, pero no por las
operaciones que implican.10 Desde esta perspectiva
los confines entre razonamiento jurídico y razona-
miento moral tienden a desaparecer.11 Una “razón
positivizada” debe al mismo tiempo ser interpreta-
da y argumentada sin que exista la posibilidad de
distinguir claramente una actividad de la otra.
El recurso a la tesis iuspositivista de la separa-
ción entre derecho y moral tendría alguna plausibi-
lidad si fuera aplicado a los jueces, en cuanto pare-
ce inconveniente que su sentido moral personal
guíe la aplicación de la Constitución incluso contra
la voluntad popular, pero lo es menos si es aplicado
a los legisladores, que en cada caso —esto es según
se entienda la relación entre Constitución y demo-
cracia— deben saber, antes de legislar, cuál es el
contenido de los valores constitucionales. Pero
para saberlo, deben argumentar y deliberar sobre su

10 Sobre este punto Cfr. Viola, F. y Zaccaria, G., Diritto e


interpretazione. Lineamenti di teoria ermeneutica del diritto,
3a. ed., Roma, Laterza, 2001, pp. 98-104.
11 Cfr. Viola, F., “Interpretación e indeterminación de la re-
gla jurídica”, Problemas contemporáneos de la filosofía del
derecho, a cargo de E. Cáceres, I. B. Flores, J. Saldaña y E.
Villanueva, México, UNAM, 2005, pp. 929-944.
12 FRANCESCO VIOLA

correcta interpretación, esto es, realizar valoracio-


nes morales. De hecho, sostener que una interpreta-
ción de un valor constitucional es más correcta o
justa que otra igualmente admisible quiere decir
llevar a cabo, a fin de cuentas, elecciones morales.
Si por ejemplo, el legislador tiene intención de re-
gular la pornografía, debe decidir si el principio moral
que condena la censura para proteger la libertad de
expresión se extiende o no al caso de la pornografía.12
No se puede llegar a una conclusión de este género sin
embarcarse en un razonamiento moral. Los principios
morales se aplican mediante razonamientos morales.
Esto puede no gustar, pero no se puede evitar.
Se ha intentado evitar esta intromisión, de los ra-
zonamientos morales en la práctica jurídica, limi-
tando lo más estrictamente posible la interpretación
de los principios constitucionales a lo que han intenta-
do afirmar los Padres de la Constitución,13 esto es,
sus autores. Es indudablemente una buena regla
preliminar de la interpretación jurídica la de inte-
rrogarse sobre lo que han querido decir los autores

12 Para este ejemplo cfr. Michelman, F. I., “Conceptions of


Democracy in American Constitutional Argument: The Case
of Pornography Regulation”, Tennessee Law Review, 56,
1989, 2, pp. 291-319.
13 Esta línea de pensamiento ha conquistado su clímax en el
originalismo. Cfr. Scalia, A., “Originalism: The Lesser Evil”,
University of Cincinnati Law Review, 57, 1980, pp. 1175 y ss.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 13

del texto jurídico, pero esto no significa absoluta-


mente interrogarse sobre cómo ellos habrían inter-
pretado tales principios en relación a los casos con-
cretos, o sea, sobre cómo pensaron cuáles debían
ser las consecuencias de la afirmación de tales prin-
cipios.14 Por retomar el ejemplo dado, los Padres
constituyentes podrían haber vedado la censura por
proteger la libertad de expresión, pero no haber dicho
nada a propósito de la pornografía. Buscar inferir
qué cosa habrían pensado es al menos tan arbitrario
como desarrollar nosotros mismos sus premisas.
Por otra parte, individualizar un principio moral
como conveniente no significa por esto mismo, ni
haber comprendido su alcance, ni saber prever to-
das sus consecuencias.
En un régimen constitucional de nuestro tiem-
15
po para generar decisiones los legisladores y los
jueces deben confrontarse con principios ético-po-
líticos ya dados, que requieren de ser interpretados,
argumentados y determinados en relación a la va-

14 Dworkin, R., “The Moral Reading and The Majoritarian


Premise”, en H. Hongju Koh y R. C. Slye (eds.), Deliberative
Democracy and Human Rights, New Haven, Yale University
Press, 1999, p. 89.
15 Entiendo: el tiempo en el cual las Constituciones (no im-
porta que sean escritas o no escritas) normalmente contienen o
hacen referencia a un catálogo de derechos que encuentran re-
conocimiento también a nivel internacional.
14 FRANCESCO VIOLA

riedad de las circunstancias históricas y en el respe-


to de su rol institucional específico. También, este
conjunto de operaciones intelectuales se debe re-
conducir a la tarea deliberativa que es propia de to-
dos los órganos decisionales.16
Los partidarios de una democracia deliberativa
puramente procedimental consideran que una ver-
dadera y propia deliberación debe ser libre de pre-
supuestos o de vínculos internos de carácter con-
tenutistico, de modo que su resultado correcto se-
ría el mismo producto de la aplicación de las reglas
formales del discurso argumentativo. Pero esto es
irreal, porque cada proceso deliberativo tiene siem-
pre un punto de partida que no es en sí mismo deli-
berado. Esta constatación ha sido usada como un
argumento en contra de la posibilidad misma de la
democracia deliberativa. Sería como pedir a un es-
critor comenzar todos los capítulos de su libro con
la última frase del capítulo precedente. Esta peti-
ción no podría, seguramente, ser desahogada por
cuanto concierne al primer capítulo.17

16 Es obvio que, cuando se sostiene la forma de la “demo-


cracia deliberativa” se quiere decir algo más que la necesaria
presencia de procesos deliberativos en la decisión política,
cosa que es propia de todos los regímenes políticos y no sólo
de los democráticos.
17 Esta metáfora tiende a mostrar la imposibilidad de que
una democracia sea deliberativa bajo todos los aspectos. Cfr.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 15

Considero, al contrario, que la aceptación de pre-


supuestos contenutisticos como punto de partida
de la deliberación no excluye para la democracia, de
ser deliberativa bajo todos sus aspectos fundamen-
tales, si estos mismos presupuestos son, al mismo
tiempo, sujetos al procedimiento deliberativo. Y es
esto lo que sucede cuando estos presupuestos valo-
rativos son susceptibles de interpretaciones diver-
sas, todas plausibles, y es entonces necesario “deli-
berar” cuál sería la interpretación más correcta, cuál
la mejor, o cuál la más justa. El conflicto de la inter-
pretación introduce necesariamente la deliberación
al interior del proceso interpretativo. En tal forma,
una democracia constitucional es deliberativa bajo
todos sus aspectos esenciales.18
La expresión “democracia deliberativa” es de por
sí una formula vaga, capaz de albergar teorías con

Michelman, F. I., “How Can the People Ever Make the Laws?
A Critique of Deliberative Democracy”, en J. Bohman y W.
Rehg (eds.), Deliberative Democracy. Essays on Reason and
Politics, Cambridge, The MIT Press, 1999, p. 151.
18 Es sorprendente constatar la escasa atención que los teóri-
cos de la democracia deliberativa han puesto a las confronta-
ciones de las dimensiones constitucionalistas. Creo que la con-
traposición se reduce a aquéllas entre la versión contenutistica
y la formalistica de la democracia deliberativa sin que se
aclare la importancia de las variantes constitucionalistas de la
primera.
16 FRANCESCO VIOLA

contrastes profundos entre ellas.19 La referencia a


la “deliberación política” es a menudo entendida en
modo genérico sin alguna específica connotación
moral. En este sentido la idea de la democracia deli-
berativa es muy antigua y se puede ya encontrar en
la Atenas de Pericles en el siglo V a C.20 Cuando se
está en desacuerdo sobre las decisiones políticas
por tomar, se necesita buscar el acuerdo en cuanto
es posible, y mantener el respeto recíproco cuando es
imposible. Esta obviedad corre el riesgo de trans-
formar la fórmula de la democracia deliberativa en
nada más que un lugar común.21
De hecho, en una asamblea numerosa no todos
pueden tomar la palabra, y aquellos que lo hacen
tienden preferentemente a convencer a los otros de
la justeza de sus propias opiniones. Parece que la
imposibilidad de la democracia directa hace dismi-
nuir la exigencia de persuadir a una audiencia. El
electorado controla a sus representantes ex post,

19 Para una bibliografía orientativa y una síntesis de las con-


cepciones fundamentales de “democracia deliberativa” cfr.
Bohman, J., “The Coming of Age of Deliberative Demo-
cracy”, The Journal of Political Philosophy, 6, 1998, 4, pp.
400-425.
20 Cfr. Elster, J., “Introduction”, Deliberative Democracy,
Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 1 y 2.
21 Cfr. Walzer, M., The Exclusions of Liberal Theory, Frank-
furt a. M., Fischer Taschenbuch Verlag, 1999.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 17

esto es, en las votaciones sucesivas. Los represen-


tantes son aparentemente libres de formarse las
opiniones que decidan, pero saben que si no actúan
según los deseos de los representados no serán ree-
lectos.22 En esta óptica no se prevé una libre forma-
ción de las opiniones con el fin de conseguir una de-
cisión común, sino una composición de posiciones
ya constituidas antes del debate público.
Cuando un grupo de individuos iguales, libres y ra-
cionales debe tomar una decisión que concierne a to-
dos y cuando falta la unanimidad de los consensos, no
restan más que tres vías posibles: argumentar, nego-
ciar y votar. Los duelos y los torneos hoy no están
más en uso. Argumentar y negociar son formas de co-
municación, mientras que votar no lo es. De hecho,
estos tres modos son usados en la decisión política, a
menudo a través de comisiones complejas. Votar y ar-
gumentar se colocan en los dos extremos opuestos, en
cuanto que con el voto la decisión colectiva es tomada
por vía agregativa, esto es, sumando las preferencias,
mientras que con la argumentación es tomada por vía
deliberativa, esto es, apelando a valores imparciales
sostenidos por razones prevalentes.23

22 Elster, J., op. cit., nota 20, p. 2. De hecho sabemos que


tan débil es este control. La idea de un control anticipado me-
diante la institución del mandato imperativo es incompatible
con la democracia liberal.
23 Ibidem, pp. 5-8.
18 FRANCESCO VIOLA

Es importante distinguir la deliberación de la


discusión. No sólo la deliberación es necesariamen-
te terminada por una decisión, sino que también es
una discusión en la que está permitido solamente
aducir a las razones. Una razón es una considera-
ción que cuenta a favor de cualquier cosa. El senti-
do de “contar para cualquier cosa” es normativo.
Cuáles consideraciones cuentan como razones de-
pende de aquello que en un determinado contexto
sea considerado como lo que cuenta en favor de al-
guna cosa. En este caso se trata de saber lo que pue-
de contar como razón para ciudadanos libres e igua-
les. Se requiere ir en busca de razones que puedan
ser entendidas como obligatorias para otros que no
tengan nuestra misma filosofía de la vida.24 En este
sentido son excluidas las razones que apelan a las
propias preferencias en cuanto tales, o a las propias
y exclusivas ventajas personales o de grupo. Si nos
empeñamos en el discurso público y no ya en la ne-
gociación, se está renunciando implícitamente a
aludir este tipo de razones y se está autocensurando
sobre este aspecto.25

24 Cfr. Cohen, J., “Democracy and Liberty”, en J. Elster


(ed.), op. cit., nota 20, p. 195.
25 Cfr. Elster, J., “The Market and the Forum: Three Varie-
tes of Political Theory”, en J. Bohman y W. Rehg (eds.), op.
cit., nota 19, p. 12.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 19

No debemos, por otra parte, perder de vista otras


dos características esenciales de la deliberación.
La primera había sido ya anotada por Aristóte-
les: la deliberación apunta a las cosas que están en
nuestro poder, esto es, el campo de las acciones hu-
manas por realizarse.26 No se trata de una pura y
simple definición del objeto de la deliberación,
sino, se quiere decir, que se delibera para decidir y
para actuar. La deliberación es una argumentación
práctica, cuya conclusión propia es una acción y no
ya una proposición teórica. Esto quiere decir que la
decisión es parte integrante de la deliberación y no
su resultado externo, eventualmente sujeto a dife-
rentes criterios de verificación. La decisión misma
puede ser considerada como la acción propia de las
instituciones políticas y sociales.
La segunda, todavía más importante, es que el
proceso deliberativo refuta la primacía e indiscuti-
bilidad de las preferencias, porque se basa en el pre-
supuesto de que la gente puede cambiar de idea. La
deliberación es un método para hacer cambiar de
idea, como nos enseña la retórica clásica. Pero esto,
la deliberación, lo comparte con la negociación, no
así con la votación. Es específico de la deliberación
apuntar a la transformación de las opiniones con ar-
gumentos racionales y razonables, que apelen a va-
26 Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1112 a 27-30.
20 FRANCESCO VIOLA

lores imparciales, si ha de arribarse a un común


modo de pensar. Se puede también decir que el
proceso público de deliberación es la búsqueda en
común de bases para principios comunes que se
apoyan sobre razones mutuamente aceptadas.27 La
posibilidad de cambiar de idea no atiende solamen-
te a las preferencias de los individuos, sino también
a las identidades culturales si ellas aceptan una idea
dinámica de “cultura”.
Es ahora el caso de recordar las ventajas de la de-
liberación en política: 1) la deliberación contribuye
a la legitimidad de las decisiones en un régimen po-
bre; 2) presupone la igualdad de todos los ciudada-
nos en todo sentido (también en lo que respecta a la
información); 3) convoca voces que permanecerían
excluidas; 4) anima a los ciudadanos a asumir pun-
tos de vista más amplios y más “generosos”; 5) ayu-
da a clarificar la verdadera naturaleza del conflicto,
que puede ser fruto de malentendidos o de escasa
información, y 6) el método deliberativo es el más
apropiado a la autocorrección.28
Sobre muchos de estos aspectos los teóricos de la
democracia deliberativa concuerdan. Todos están
27 Gutmann, A. y Thompson, D., Democracy and Disagree-
ment. Why moral conflict cannot be avoided in politics, and
what should be done about it, Cambridge, The Belknap Press
of Harvard University Press, 1996, p. 55.
28 Ibidem, pp. 39-49.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 21

de acuerdo sobre el hecho que la democracia deli-


berativa debería atender decisiones políticas que
son el resultado de una intersección de argumentos
dotados por y para participantes que comparten los
valores de la racionalidad y de la imparcialidad.
Pero no todos concuerdan sobre el hecho de que en
tal modo la democracia debería abandonar el mero
procedimentalismo para abrirse a una concepción
sustancial de la vida política. Para algunos la de-
mocracia debe ser deliberativa por las condiciones
y los procedimientos, pero no ya por sus conteni-
dos.29 Se reconoce que de otra manera el ciudadano
sería despojado de su capacidad de autodetermina-
ción moral, y que el mismo rol de la autoridad polí-
tica saldría fuertemente disminuido. Pero esto pre-
supone una idea inaceptable de “autonomía moral”
y de “autoridad política”. La primera, a diferencia
de la autonomía personal de las preferencias, obliga
a aceptar los principios morales que tienen más
peso argumentativo.30 La segunda, esto es, la auto-

29 Cfr. Knight, J., “Constitutionalism and Deliberative De-


mocracy”, en S. Macedo (ed.), Deliberative Politics, Nueva
York, Oxford University Press, 1999, pp. 159-169; en el mis-
mo volumen cfr. también Sunstein, C., Agreement Without
Theory, pp. 147 y 148, y Young, M., Justice, Inclusion and
Deliberative Democracy, pp. 151-158.
30 Somos libres de preferir el helado o el limón, pero no so-
mos libres de respetar o no la dignidad humana.
22 FRANCESCO VIOLA

ridad, a diferencia del mero arbitrio del poder, está


obligada a imponer a los ciudadanos aquellas normas
que puedan ser mejor justificadas. Cuáles razones
cuentan como justificaciones, es inevitablemente
una cuestión sustancial.31 Si se acepta el procedi-
miento deliberativo en la democracia, es necesario
aceptar que deberían prevalecer las razones que tie-
nen mayor peso argumentativo y, entonces, que las
decisiones democráticas tendrían un cierto valor
epistémico.
Se reconoce, de hecho, que el puro procedimen-
talismo ha agotado el interés por la deliberación en
el ámbito de los regímenes democráticos. A menu-
do las teorías de la justicia (comenzando con aque-
lla del primer Rawls) se imaginan una sociedad
ideal ya justa, en la que no es necesario que los ciu-
dadanos deliberen algo, porque no hay nada sobre
lo cual deliberar.32 También los constitucionalistas
convencidos de la completud de la Constitución se-
gún el modelo de la “Constitución-custodio”, han
contribuido al alejamiento de la deliberación, por-
que a este punto todo está ya decidido en lo que res-
pecta a los valores fundamentales.
31 Cfr. Gutmann, A. y Thompson, D., “Deliberative Demo-
cracy beyond Process”, The Journal of Political Philosophy,
10, 2, 2002, p. 156.
32 Cfr. Gutmann, A. y Thompson, D., “Democracy and Di-
sagreement”, en ibidem, p. 16.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 23

No basta, por tanto, pasar de una democracia pu-


ramente procedimental a una democracia constitu-
cional. Es necesario también impedir que esta últi-
ma sea la correspondencia antideliberativa. En la
democracia procedimental los representantes son
responsables de su política y de sus resultados, y no
ya de las razones que la sostienen.33 En la democra-
cia constitucional no deliberativa las razones están
ya todas presentes en la Constitución. En la demo-
cracia deliberativa a las razones presentes en la
Constitución se agregan en modo orgánico aquellas
desarrolladas por el razonamiento político para di-
rimir las interpretaciones concluyentes de las pri-
meras, de modo que los representantes son respon-
sables también de las razones que sostienen a sus
decisiones.
Sobre la base de todas estas consideraciones se
debe sostener que la deliberación política no atiende
solamente a los medios, sino también a los fines polí-
ticos fundamentales. Según la tradición aristotélica
no se delibera sobre fines últimos, en cuanto están ya
dados, sino sólo sobre los medios más idóneos para
alcanzarlos.34 Ahora, parece que el constitucionalis-

33 Ibidem, p. 137.
34 Esta línea de pensamiento es seguida también por quienes
no consideran los medios en el sentido puramente instrumen-
tal, sino en un cierto modo como fines infravalentes y como
24 FRANCESCO VIOLA

mo sustrae a la democracia la deliberación que mira


a los fines, de manera que la democracia deliberati-
va atiende sólo a los medios.35 Pero si es verdad que
los valores constitucionales son indeterminados, en-
tonces se necesitará conceder que el razonamiento
político atienda también a los fines. Sin embargo,
no ya en el sentido de poder escoger con discrecio-
nalidad los fines básicos de la vida pública, sino en
el sentido de dar a ellos la interpretación más co-
rrecta. En este sentido más restringido se puede ha-
blar de una deliberación concerniente a los fines o,
mejor, de una deliberación sobre la interpretación
de los fines ya dados.
Entonces existen dos modos de entender la de-
mocracia deliberativa en relación a los dos mode-
los: en el primero, la deliberación democrática no
atiende a los fines, en cuanto estos están ya precisa-

parte misma de los fines más generales. Por ejemplo, Tomás


de Aquino afirma: “La buena predisposición de un hombre
respecto a los medios requiere la intervención directa de un
hábito de la razón: porque deliberar y elegir, actos teniendo
por objeto los medios, pertenece a la razón. Por ello es necesa-
rio que en la razón exista una virtud intelectual, que le confiera
una predisposición recta en lo concerniente a los medios orde-
nados al fin. Y esta virtud es la prudencia”, (Summa Teolo-
giae, I-II, 57, 5).
35 Es lo que piensa Przeworski, A., “Deliberation and Ideo-
logical Domination”, en J. Elster (ed.), Deliberative Demo-
cracy, cit., nota 20, p. 141.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 25

dos completamente en la Constitución; en el segun-


do, se necesita interpretar estos fines, eligiendo el
apropiado para el caso específico, determinarlos com-
pletamente y entonces dar una lectura moral de la
Constitución. Me parece que esta segunda línea de
pensamiento refleja mejor eso que de hecho suce-
de en la práctica de la democracia constitucional de
nuestro tiempo.
La conjugación del constitucionalismo con la de-
mocracia ha producido el efecto de conectar la rela-
ción entre derecho y moral a aquella entre política y
moral. Éste, y no otro, es el sentido del debate en
torno a la democracia deliberativa. La deliberación
es, de hecho, el signo de la presencia de la moral y
del razonamiento moral.

IV. DEMOCRACIA Y PRINCIPIO


MAYORITARIO

Si es verdad que la práctica de la interpretación


constitucional tiene una naturaleza moral (en los
principios y en el procedimiento), entonces surge el
problema de si la democracia deliberativa sería
compatible con el principio mayoritario.
Se observa, de hecho, que cuando ha llegado el
momento de decidir, no se delibera más, sino que se
vota. En un procedimiento deliberativo, en cambio,
26 FRANCESCO VIOLA

lo que cuenta es el peso de las razones y no de los


votos. La deliberación no puede aceptar la igualdad
de los argumentos o de las razones, sino sólo aque-
lla de los participantes en la deliberación.36 Enton-
ces, el principio de mayoría no parece apropiado a
un modelo deliberativo. Sin embargo, en el sentido
común, la democracia está ligada al principio de
mayoría, y es difícil hacerla a un lado sin poner en
peligro a la misma democracia. Votar da la impre-
sión de un cierto fracaso del discurso público y de
la imposibilidad de resolver la cuestión, o sobre ba-
ses sustanciales o sobre la base del acuerdo unáni-
me. Parece que, si persiste el desacuerdo, la delibe-
ración debería ser hecha a un lado.37
Si me refiero aquí al principio de mayoría, es
porque se trata de una regla fundamental de la de-
mocracia, que es el prototipo del puro procedimen-
talismo. No quiero decir ni que sea la única regla de
la democracia, ni que sea exclusiva del régimen de-
mocrático.38 De hecho, del principio de mayoría se
36 La deliberación sobre cuestiones técnicas presupone la
desigualdad de las informaciones.
37 Waldron, J., “Deliberation, Disagreement, and Voting”, op.
cit., nota 14, p. 212.
38 Sobre este tema cfr. Bobbio, N. et al., “La regola di
maggioranza: limiti e aporie”, en N. Bobbio et al., Democra-
zia, maggioranza e minoranze, Bologna, Il Mulino, 1981, pp.
33-72.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 27

sirven también órganos pertenecientes a regímenes


no democráticos y también, entre las instituciones
democráticas, órganos no representativos como los
del poder judicial. El hecho es que el principio de
mayoría es un método general para tomar decisio-
nes colectivas.
De por sí el principio de mayoría está desprovisto
de cualquier valor epistémico. El hecho que una re-
solución sea agradable a la mayoría de los votantes
(y aun a todos), considerados en modo agregativo,
no dice nada sobre su verdad o justicia. El sacrificio
de las opiniones de la minoría es justificado sólo por
una razón cuantitativa. Es el mal menor. La misma
unanimidad (y, a fortiori, el principio de mayoría) es
un modo cuantitativo de tomar decisiones colectivas
que no da de por sí alguna garantía de imparcialidad.
Las democracias totalitarias del siglo XX se encuen-
tran muy cercanas a la meta de la unanimidad con los
resultados que bien conocemos.
No es extraño que la tentativa más consecuente
de atribuir al principio de mayoría un valor episté-
mico fuerte sea la de Rousseau, cuando escribe:
“…cada uno, votando, expresa su propio parecer en
el propósito; y del cálculo de los votos se recaba la
declaración de la voluntad general. Cuando enton-
ces prevalece el parecer contrario al mío, esto no
significa sino que yo me he equivocado, y que
aquello que creía era la voluntad general, no era
28 FRANCESCO VIOLA

tal”.39 La prevalencia cuantitativa de la mayoría


implicaría, entonces, un valor epistémico fuerte
con la consecuencia de que la minoría estaría por
esto mismo en injusticia. Pero esta afirmación está
más bien comprometida y preñada de consecuen-
cias de la justificación meramente estratégica de la
prevalencia del principio de mayoría. En todo caso
no hay aquí ciertamente alguna deliberación.40
En realidad, el carácter meramente procedimen-
tal del principio de mayoría hace que su justifica-
ción repose exclusivamente sobre la equidad del
procedimiento mismo, y no ya sobre la imprescin-
dible justeza de sus resultados. Pero cuando están
en juego la libertad y la oportunidad fundamentales
no se puede dejar la decisión a la pura y simple
agregación de los votos. A diferencia de la demo-
cracia puramente procedimental, que da relieve a
los derechos que vuelven equitativo el procedi-
miento, la democracia constitucional no puede des-
cuidar aquellos resultados que protegen los intereses
vitales de los individuos.

39 Rousseau, J. J., Contrat social (1762), L. IV, cap. II.


40 Cfr. Manin, B., “Volonté générale ou délibération? ”, Dé-
bat, 33, 1985, pp. 72-93. Un intento de transformar y corregir
la concepción de Rousseau en un epistemic proceduralism es
efectuado por Estlund, D., “Beyond Fairness and Deliberation:
The Epistemic Dimension of Democratic Authority”, en J.
Bohman y W. Rehg (eds.), op. cit., nota 17, pp. 173-204.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 29

Ha sido también notado que eso que convierte el


principio mayoritario en una regla democrática no
es tanto su estructura interna, sino más bien la pre-
sencia del principio del sufragio universal, esto es,
de la idea de igualdad política. El reconocimiento de
que todos los individuos tienen igual valor político
confiere al principio mayoritario aquel carácter de-
mocrático que de por sí no posee.41 Y entonces es
evidente que eso que caracteriza la democracia res-
pecto a las otras formas de gobierno no es tanto la
presencia de una particular regla del juego para to-
mar decisiones colectivas, sino más bien, y más
profundamente, el hecho que tales decisiones son
tomadas por los “muchos” o por los “más”, según la
conocida concepción de Aristóteles.
No se necesita entender la diferencia entre las
tradicionales formas de gobierno sobre bases mera-
mente cuantitativas. La cantidad de los gobernantes
es, más bien, la consecuencia de principios diversos
de legitimación. Si el principio de legitimación es
la tutela de los propios intereses económicos o el
haber contribuido a los gastos públicos, entonces
estarán legitimados para gobernar (esto es para de-
cidir) sólo aquellos que tienen estos intereses, o
aquellos que sostienen en modo relevante las cargas

41 Cfr. Bobbio, N., “La regola di maggioranza: limiti e apo-


rie”, op. cit., nota 38, pp. 40 y 41.
30 FRANCESCO VIOLA

públicas, y estos no son los “muchos” o los “más”. Si,


en cambio, el principio es aquel de obedecer sólo a
leyes que en posición de igualdad se ha contribuido
a formular, entonces el número de los legitimados
se extiende tendencialmente a todos los ciudada-
nos. Es este el sentido democrático de “mayoría”.
Sólo en esta óptica el principio de mayoría se im-
pone, esto es, en virtud de la exigencia antipaterna-
lista de autodeterminación por la que es la misma
comunidad política la del juez del propio bien.
Debemos, entonces, probar la posibilidad de un
sentido no meramente agregativo de “mayoría”,
que será el presupuesto y el fundamento del uso del
proceso mayoritario. Este debería abandonar una
perspectiva atomística de formación del consenso
político para explorar las formas intersubjetivas y
cooperativas en la cual, al interior de una comunidad
dada, se configura la búsqueda común de la interpre-
tación de los valores fundamentales. No es extraño
que Rousseau haya sido un decisivo adversario de
las “asociaciones parciales”, afirmando que el ciuda-
dano debe opinar sólo “por cuenta propia”. Estas
asociaciones, de hecho, podrían entrar en competen-
cia con la voluntad general del Estado. Entre el Esta-
do y el individuo no debe existir nada. 42

42 Cfr. Viola, F., “Società civile e società politica. Tra coope-


razione e conflicto”, Nova et Vetera, 1, 3-4, 1999, pp. 29-44.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 31

En cambio las éndoxa de Aristóteles, esto es: las


convicciones más difundidas y consolidadas son un
ejemplo del modo en que maduran al interior de la
sociedad orientaciones prácticas y formas específi-
cas de vida común, que dan determinación y especi-
ficidad al concepto general de bien común.43 La
Constitución misma es, entonces, entendida en su
complejidad como una práctica social del tipo in-
terpretativo emanada de la Constitución histórica y
de la exigencia conjunta de interpretarla y de deter-
minarla en las situaciones concretas.44 En tal modo,
por “mayoría” ha de entenderse la amplitud del
contexto intersubjetivo, comunicativo y participa-
tivo de la formación del consenso político.
Y entonces, la cuestión que estamos tratando se
pone en estos términos: ¿en qué sentido los proce-
dimientos deliberativos contribuyen y alimentan
esta práctica social de tipo interpretativo? ¿No se
trata quizá de una formación irreflexiva y espontá-
nea, de por sí impermeable a la justificación prácti-
ca? ¿No deberíamos quizá plegarnos a las confron-
taciones de la mera efectividad?
43 Para la aplicación de este concepto cfr. Viola, F., Il diritto
come pratica sociale, Milán, Jaca Book, 1990, pp. 196 y ss.
44 La referencia a la “Constitución en sentido material” es
aquí obligada. Cfr. Mortati, C., La Costituzione in senso mate-
riale, Milán, Giuffrè, 1998, y también la premisa de Zagre-
belsky, G., pp. VII-XXXVIII.
32 FRANCESCO VIOLA

La concepción de la democracia deliberativa no


puede ser reducida a la aceptación de que entre la
práctica de formación de la decisión colectiva existe
también aquella de la razonabilidad práctica, cosa
que es ya evidente cuando se miran las decisiones
de las cortes constitucionales.45 Aún más, ella re-
quiere que tal exigencia epistemológica esté en el
corazón mismo del legislador democrático y consti-
tuya su signo distintivo. Esta demanda es más difí-
cil de atender.
Bajo esta óptica Carlos Santiago Nino ha distin-
guido la Constitución histórica de “la ideal Cons-
titución de derechos”, dejando en el razonamiento
moral la justificación de la primera, de por si incapaz
de proveer fundamentos racionales y, además, soste-
niendo que este tribunal de la razón es plenamente
conciliable con el principio mayoritario democráti-
co.46 Pero hay que preguntarse si esto sería posible
sin una concepción deliberativa de la “mayoría”, en
el sentido más radical del que se ha hablado, esto es,
si sería posible sin colocar a la deliberación como
procedimiento-base de la misma Constitución his-

45 Cfr. Viola, F., “Costituzione e ragione pubblica: il princi-


pio di ragionevolezza tra diritto e politica”, Persona y dere-
cho, 46, 1, 2002, pp. 35-71.
46 Cfr. Nino, C. S., The Constitution of Deliberative Demo-
cracy, New Haven, Yale University Press, 1996.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 33

tórica. ¿No es quizá este último paso muy irreal o


utópico? No es de sorprenderse que los estudios ac-
tuales sobre la democracia deliberativa respecto de
los del pasado, esto es, de los años ochenta, se ha-
yan ido haciendo más atentos a su concreta realiza-
ción y practicabilidad.47
Establecer la relevancia del principio de mayoría
y, sobre todo, del concepto democrático de “mayo-
ría” es aún más necesario para la teoría de la socie-
dad multicultural. Parece, de hecho, que el multi-
culturalismo impone pensar el conflicto social no
más en los términos de mayoría y minoría, sino en
los de una pluralidad de grupos culturales en posi-
ción de igualdad.48 El multiculturalismo obliga a ir
más allá de la mera tolerancia, que es simplemente
el respeto por eso que no compartimos y no com-
prendemos.49 En cambio el principio mayoritario
representa la relación entre mayoría y minoría, en-
tre vencedores y vencidos en el debate político, y
envía a algunos grupos culturales al gheto de los ex-
cluidos. Entonces ¿se necesita concluir que una so-
ciedad multicultural democrática debería hacer a un
lado el principio de mayoría y de sus presupuestos

47 Para una reseña de los estudios recientes cfr. Bohman, J.,


op. cit., nota 19, pp. 400-425.
48 Raz, J., op. cit., nota 4, p. 197.
49 Ibidem, pp. 204 y 205.
34 FRANCESCO VIOLA

ideales? ¿Y puede hacerlo, conservando todos los


efectos de un régimen democrático? ¿La heteroge-
neidad cultural permite referirse a un contexto co-
mún de discurso, que es el presupuesto de la estabi-
lidad política y de la solidaridad cívica?

V. LA SOCIEDAD MULTICULTURAL
TOMADA EN SERIO

Para responder a todas estas preguntas no basta


explorar los variados modos de entender una Cons-
titución, sino que se requiere también enfocarse
sobre las diversas concepciones del multicultura-
lismo.50
Antes que nada se necesita distinguir el multi-
culturalismo del pluralismo en general.51 Aunque
el pluralismo —como apunta Barbano— indica ya
un tomar distancia del individualismo para dar re-
lieve a las agregaciones sociales y a los grupos so-

50 Para un análisis de la crítica al multiculturalismo remitir-


se a Shachar, A., “Two Critiques of Multiculturalism”, Cardo-
zo Law Review, 23, 1, 2001, pp. 253-297, y del mismo autor,
Multicultural Jurisdictions. Cultural Differences and Human
Rights, Cambridge, Cambridge University Press, 2001.
51 Me parece que un ejemplo de esta confusión estaría en
Willett, C. (ed.), Theorizing Multiculturalism. A Guide to the
Current Debate, Oxford, Blackwell, 1998.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 35

ciales, no por esto es necesariamente multicultu-


ral.52 También sociedades monoculturales pueden
ser pluralistas en la medida en que la esfera política
no sofoque la vitalidad del privado-social. El multi-
culturalismo es el pluralismo de las culturas al inte-
rior de una misma sociedad política. No se trata,
pues, del pluralismo de los intereses, de las necesi-
dades o de las preferencias, sino de las “culturas”,
esto es, de los universos simbólicos que confieren
significado a las elecciones y a los planes de vida de
aquellos que la habitan.53 En razón de la peculiari-
dad de este objeto nos encontramos de frente a una
forma de pluralismo que no es parangonable a las
otras, no es una especie de un género común.
Esto se comprende mejor cuando nos comprome-
temos a resolver los problemas derivados del pluralis-
mo, porque esto, independientemente del modo de
considerarlo: o como hecho o como valor, es en cada
caso una fuente de conflictos sociales por adminis-
trar en cualquier forma. Así, los conflictos entre los
intereses y las preferencias son negociables, pero

52 Barbano, F., Pluralismo. Un lessico per la democrazia,


Turín, Bollati Boringhieri, 1999, p. 8.
53 Cfr. por todos Pariotti, E., “Multiculturalismo, globalizza-
zione e universalità dei diritti umani”, Ragion Pratica, 9, núm.16,
2001, pp. 63-85.
36 FRANCESCO VIOLA

no lo son aquellos entre las culturas.54 Los primeros


pueden ser de algún modo ajustados o domestica-
dos y compuestos, mientras los segundos son resul-
tado sólo del reconocimiento, esto es, del tránsito
del hecho de la diversidad a su valor sociopolí-
tico.55 Los primeros requieren el cálculo y el actuar
estratégico, mientras los segundos la comunicación
y el actuar comunicativo. Y es por esto que el plu-
ralismo de la cultura, mientras hace más compleja
y confusa la sociedad civil, es un desafío directo de
la sociedad política, que viene también designada
como “comunidad política” propiamente, por el
hecho de representar aquel único universo de sig-
nificados dentro de los cuales se administran to-
das las otras formas de pluralismo no cultural.
Cuando los ciudadanos atribuyen diferentes signi-
ficados a los bienes objeto de su elección, es bien

54 La razón fundamental de esto reside en el hecho de que la


cultura forma parte de la naturaleza del hombre. Como ha di-
cho Geertz, “somos animales incompletos o no terminados que
se complementan y se perfeccionan a través de la cultura y no
a través de la cultura en general, sino a través de formas de
cultura extremamente particulares”. Geertz, C., The Interpre-
tation of Cultures, Nueva York, Basic Books, 1973, p. 92. La
particularidad de la cultura contribuye a determinar la indivi-
dualidad. Esto vuelve a la identidad cultural algo tan irrenun-
ciable como lo es el ser.
55 Cfr. para todo Taylor, Ch., Multiculturalism and “The Poli-
tics of Recognition”, Princeton, Princeton University Press, 1992.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 37

difícil, si no incluso imposible, negociar y contra-


tar, interpretar y argumentar, y a fin de cuentas de-
cidir en modo democrático.56
Una sociedad multicultural, si queremos dar un
sentido profundo a esta expresión, es una sociedad
política en la cual no existe una identidad cultural
dominante o mayoritaria, sino que existen al menos
dos con iguales derechos de reconocimiento. El pro-
blema de las minorías, de hecho, se coloca específi-
camente al interior de las sociedades monocultura-
les o de aquellas pluriculturales en las cuales todas
las culturas presentes no son reconocidas de igual
modo. En este sentido, son sociedades multicultu-
rales Libano, Suiza y Bélgica, pero no lo son cier-
tamente Italia o Alemania por el sólo hecho de la
presencia de un elevado número de inmigrantes
provenientes de otras culturas.
Se necesita, entonces, distinguir claramente dos
tipos de sociedades multiculturales: aquellas en las
que están presentes desde siempre culturas indíge-
nas locales que aspiran a una plena equiparación sa-
liendo del gheto de la minoría, y aquellas en las que

56 Para la relación entre la virtud del ciudadano y los carac-


teres del sistema político cfr. Murphy, W. F., “Per creare citta-
dini di una democrazia costituzionale”, en T. Bonazzi y M.
Dunne (coords.), Cittadinanza e diritti nelle società multicul-
turali, Bologna, Il Mulino, 1994, pp. 15-52.
38 FRANCESCO VIOLA

el fenómeno de la inmigración introduce nuevas en-


tidades culturales que aspiran a conservar su identi-
dad de origen y a participar en la vida política co-
mún.57 Las problemáticas de una y otra son muy
diversas, y es evidente que las segundas implican
un impulso más dinámico de transformación políti-
ca y ponen a discusiones más directamente la orga-
nización consolidada de la cultura dominante, tam-
bién en razón del progresivo crecimiento numérico
de los pertenecientes a culturas diferentes.
En estas sociedades (con las diferencias de cada
caso) la cultura dominante, o aquella que en un tiem-
po se llamaba “nacional”, se va progresivamente re-
tirando de la esfera, en sentido estricto, “política”,
permaneciendo sobre el plano de la sociedad civil
donde se encuentra con las otras culturas minorita-
rias. Por consiguiente, en esta fase de transición, la
sociedad política resulta vaciada de una dimensión
propiamente cultural y se concentra toda en una di-
mensión jurídico-institucional, que a su vez puede
ser variadamente interpretada y conducida.
Para algunos la esfera institucional debe ser en-
tendida en sentido meramente procedimental, esto
es, neutral, respecto a los valores culturales, de for-
ma que se deje libre juego a las diferencias cultura-

57 Cfr. Shachar, A., op. cit., nota 50, pp. 273 y 274.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 39

les sobre el plano de la sociedad civil. Barry, por


ejemplo, critica una política que introduce diferen-
cias entre los ciudadanos, exceptuando a algunos
del respeto de las leyes generales en consideración
a su diversidad cultural o religiosa. Según la orien-
tación liberal tradicional las diferencias culturales
y religiosas deben ser privatizadas o depolitizadas.
Se argumenta así en favor de una mayor sensibili-
dad y consideración de la vida privada de los ciuda-
danos y de sus más intimas y personales elecciones
religiosas, que serían expropiadas por la transfor-
mación de la cultura en una fuerza política.58 Pero
de esta forma es la misma vida pública la que resulta
mortificada, porque los ciudadanos no participan con
la aportación de sus convicciones más personales.
Para otros, en cambio, el procedimiento jurídi-
co-institucional, y en modo particular los derechos
constitucionales, tienen aún la huella indeleble de la
cultura en la cual tuvieron origen y, consecuente-
mente, son un legado nacional, perdido en el cual, la
sociedad política perdería toda su identidad y fun-
ción. Sostener que sería posible separar los princi-
pios constitucionales esenciales de su interpretación

58 Barry, B., Culture and Equality: An Egalitarian Critique


of Multiculturalism, Cambridge, Mass., Harvard University Press,
2001, p. 25.
40 FRANCESCO VIOLA

histórica es signo de un universalismo abstracto y, a


fin de cuentas, ideológico.
Resta el hecho que en ninguno de los dos casos
sería correcto hablar de una “sociedad multicultu-
ral”: no ya en el primero, porque la neutralidad es-
tatal tiene alejadas a las culturas de la esfera propia-
mente política; no ya, aún más claramente, en el
segundo, porque la interpretación valorativa del
procedimiento implica que en cierto modo la cultu-
ra dominante hace aún sentir su voz en la esfera
propiamente política.
El desafío de la sociedad multicultural se refie-
re a los unos y a los otros. Está directamente contra
la neutralidad de la política y contra la desigual-
dad de las culturas en el ámbito de la vida política.
Es evidente que para contrastar eficazmente estos
dos ataques opuestos se necesita aceptar que la
cultura de la política no se identifica con ninguna
de las vertientes culturales, y que ella vendría edi-
ficada a través de la comunicación y el discurso de
las “culturas”, las cuales, por tanto, no pueden ser
concebidas como universos simbólicos totalmente
inconmensurables.59 Estas condiciones son difí-

59 Me he ocupado de las diferencias entre comunidad en


sentido cultural, en sentido moral y en sentido político en mi
Identità e comunità. Il senso morale della politica, Milán, Vita
e Pensiero, 1999, pp. 3-28.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 41

cilmente conciliables con las aguerridas preten-


siones de las identidades culturales y con la resis-
tencia de las culturas dominantes. No obstante, sin
estos presupuestos sería vano o erróneo hablar de
“sociedad multicultural” en modo significativo
sobre el plano político.
Todo esto significa que la problemática de la so-
ciedad multicultural tiene más bien un carácter nor-
mativo y constructivo que un carácter descriptivo o
sociológico. Es un orden para edificar conciente-
mente, más que una situación pura y simplemente
factual. ¿Es posible que universos culturales dife-
rentes construyan juntos una cultura política unita-
ria, o es necesario mantenerlos en el ámbito de la
sociedad civil, preservando la neutralidad del Esta-
do? Si se responde que no a la primera alternativa,
entonces se necesita renunciar a una sociedad polí-
tica multicultural. Sería “multicultural” pero no se-
ría “política” y quizá ni siquiera en sentido propio
“sociedad”.
Regresando a nuestro tema, se encuentra la cues-
tión de si, y en qué modo, la democracia deliberati-
va podría ser útil y necesaria a la construcción de la
cultura política común como base para una socie-
dad multicultural, dado que aquí nos encontramos
de frente a instancias no negociables.
42 FRANCESCO VIOLA

VI. CONCEPCIONES INADECUADAS


DE LA DELIBERACIÓN POLÍTICA

En donde falta la posibilidad de negociar60 per-


manece solamente —como se ha dicho— aquella
de votar y aquella de argumentar. Pero se ha dicho
también que fiarse exclusivamente al voto significa
reforzar la separación entre mayoría y minoría que
la sociedad multicultural querría superar. No queda
más, entonces, que regresar a la argumentación como
base fundamental de la democracia en el régimen
del pluralismo cultural. Sin embargo, sería irreal
concebir la deliberación política de los ciudadanos
del mismo modo que aquella de un consenso de sa-
bios o de una corte de justicia. Los argumentos más
fuertes deben abrirse camino a través de un entra-
mado de intereses, pasiones, pulsiones que tiendan
a orientarlos y ha condicionarlos, y que son de he-
cho inseparables. La democracia deliberativa debe
demostrar que las instituciones políticas (y en parti-
cular modo, los parlamentos) pueden ser organiza-
das en modo tal que la fuerza del mejor argumento
60 Hay también que precisar que la misma negociación tiende
a respetar reglas éticas que la vuelven similar a la deliberación
para evitar la verificación continua de la fuerza contractual. Cfr.
Habermas, J., Faktizität und Geltung. Beiträge zur Diskurstheo-
rie des Rechts und des demokratischen Rechtsstaats, Frankfurt
a. M., Suhrkamp Verlag, 1992, caps. VII y VIII.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 43

tendría una elevada posibilidad de transformarse en


una fuerza política real.61 ¿Cómo millones de per-
sonas pueden razonar juntas?
No es mi intención detenerme aquí sobre la refor-
ma de las instituciones políticas a la luz de la demo-
cracia deliberativa. Ella presupone un repensamiento
general de la vida pública y también el desarrollo de
específicas virtudes del ciudadano democrático.62 Sin
embargo, más adelante será necesario explorar mejor
cómo debería entenderse propiamente la deliberación
política y su concreto contexto de ejercicio.
En un pasaje del libro III de la Política, Aristóte-
les defiende la tesis de la sabiduría de la multitud
respecto de la de un solo hombre. El argumento
principal reside en el hecho de que más personas es-
tán en condiciones de abordar un mayor número de
aspectos del problema y, por tanto, de alcanzar una
comprensión más completa. La sabiduría popular
dice que cuatro ojos ven mejor que dos.
Hoy se discute sobre la oportunidad de confiar a
una elite judicial, admitiendo que sería sabia, la de-

61 Propuestas innovadoras (y a veces fantasiosas) en este


sentido han sido formuladas por J. Fishkin, Democracy and
Deliberation: New Distinctions for Democratic Reform, New
Haven, Yale University Press, 1991.
62 Para esto remito a Forst, R., “The Rule of Reasons. Three
Models of Deliberative Democracy”, Ratio Juris, 14, 4, 2001,
pp. 345-378.
44 FRANCESCO VIOLA

cisión sobre cuestiones ético-políticas capitales, y


de consolidar aquello que Taylor llama polémica-
mente una politics-as-judicial review, y Sandel una
procedural republic.63 Muchos se preguntan si esto
no significaría el fin de la democracia,64 y esta preo-
cupación no es infundada. ¿Quiénes son estos jue-
ces de la Corte Suprema para decidir lo que es mo-
ral e inmoral para la nación entera?
Para defender a la democracia, Aristóteles usa
una metáfora culinaria: un banquete es mucho más
variado y rico en platillos si cada comensal lleva
uno, y es mucho más pobre si es organizado sola-
mente por uno de los comensales. La experiencia de
vida de cada ciudadano es un bien esencial para la
democracia. Y consecuentemente, el juicio de mu-
chos es más atendible que aquel de uno solo tam-
bién en las cuestiones de valor. Esto que Aristóteles
tiene en mente es un proceso dialéctico en el cual se
llega a la verdad, o al menos nos acercamos mayor-
mente a ella, a través de una confrontación de las di-
ferentes opiniones, como ha reafirmado J. S. Mill
63 Cfr. Taylor, Ch., The Ethics of Authenticity, Cambridge,
Mass., Harvard University Press, 1992, p. 114, y Sandel, M.,
“The Procedural Republic and the Unencumbered Self”, Poli-
tical Theory, 12, 1984, pp. 81-96.
64 Cfr. para esto AA.VV., The End of Democracy? The Ju-
dicial Usurpation of Politics, Dallas, Spence Publishing Com-
pany, 1997.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 45

(government by discussion). El consenso emerge de


la discusión más que ser orquestado de lo alto.65
No basta, sin embargo, ajustarse a la democra-
cia deliberativa, porque existen muchos modos de
entender y de practicar la deliberación política. Es
significativo que Rawls, aun propugnando una de-
mocracia deliberativa, no teorice jamás sobre la
deliberación pública, sino sólo aquella solitaria
bajo el velo de la ignorancia. Esto depende de la en-
raizada convicción de que la deliberación no perte-
nece en sentido estricto a la dimensión política en
general, donde avanzar una opinión significa pro-
piamente hacer uso del poder en una cierta direc-
ción.66 De la opinión escapa la capacidad veritativa
(o la pretensión de verdad) y se evidencia exclusi-
vamente su fuerza de presión sobre las políticas de
elección. Esto significa que las opiniones vienen
concebidas como inmodificables. Detrás de las opi-
niones religiosas se asoma amenazante la Iglesia.
Exactamente por estas razones Rousseau —como
hemos ya recordado— combatía el asociacionismo
de los ciudadanos y consideraba preferible que en
65 Para estas referencias al pensamiento de Aristóteles cfr.
Waldron, J., The Dignity of Legislation, Cambridge, Mass.,
Cambridge University Press, 1999, pp. 93 y ss.
66 “La deliberación en sí no es una actividad para el de-
mos”. Walzer, M., The Exclusions of Liberal Theory, cit., nota
21, p. 59.
46 FRANCESCO VIOLA

las decisiones públicas ellos no se comunicaran por


grupos.67 Si la política es poder y nada más, enton-
ces la deliberación no tiene lugar y se transforma en
el brazo de fierro.
Las concepciones de la deliberación democrática
oscilan entre dos extremos opuestos: por una parte,
aquella puramente lógica que considera la delibera-
ción como un proceso silogístico de deducción de
premisas ya compartidas por los ciudadanos o esta-
blecidas por una teoría de la justicia política;68 por
la otra, aquella fuertemente pragmática para la cual
de la riqueza y variedad de la vida pública emerge
la verdad por una suerte de proceso guiado por una
“mano invisible”.69 Ambas concepciones son ina-
ceptables por razones fácilmente intuibles después
de todo lo que ya hemos dicho.
La concepción logicista presupone que todo está
ya contenido en las premisas del discurso político,
esto es, en la cultura política nacional o en los ele-
mentos constitucionales esenciales, y transforma a
la deliberación en una mera aplicación de eso que
está ya establecido. Los partidarios del patrimonio
cultural nacional, independientemente de su afilia-
67 Rousseau, J. J., Contrat social, L. II, cap. III.
68 Aquí nos referimos obviamente al grupo de teorías ema-
nadas del input rawlsiano.
69 Mill, J. S., On Liberty, ed. por G. Himmelfarb, Londres,
Penguin, 1974, cap. II.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 47

ción y por consiguiente de sus interpretaciones de


tal cultura política (secular o religiosa, de derecha o
de izquierda), defienden una identidad ya plena-
mente formada con el temor de que se volatilice en
el impacto con el multiculturalismo, porque es evi-
dente que una sociedad multicultural está inclinada
a reducir al mínimo las indiscutibles premisas de
fondo. Consecuentemente, se ocuparán de excluir la
legitimidad de ingreso en el debate político de posi-
ciones que juzgan extrañas.
Como se ha visto, también el neutralismo de
Rawls debe ser encuadrado en esta concepción lo-
gicista de la deliberación política. El criterio rawl-
siano, por el cual en la esfera pública podrían sólo
ser admitidas las razones que puedan ser aceptadas
por ciudadanos libres e iguales, significa en sustan-
cia una vez más desconocer el rol del discurso pú-
blico. ¿Cuáles razones pueden aceptar ciudadanos
libres e iguales? Quizá deberían ser ellos mismos
quines lo digan.70 No se respetaría su libertad, codi-
ficando los criterios de la razonabilidad. La única
cosa cierta es que no pueden aceptar aquellas razo-
nes que excluirían el concepto general de libertad y
de igualdad. ¿Pero cuál concepción de la libertad?
¿Y cuál concepción de la igualdad? Es obvio que en

70 McCarthy, T., “Kantian Constructivism and Reconstructi-


vism: Rawls and Habermas”, Ethics, 105, 1, 1994, p. 61.
48 FRANCESCO VIOLA

este punto, al menos en las cuestiones dudosas, nos


encontramos con concepciones controvertidas. Por
otra parte, no se pueden eliminar las cuestiones du-
dosas de la agenda pública sin proveerles, por eso
mismo, una solución.
Al criticar la concepción logiscista de la delibe-
ración pública no quiero decir que el patrimonio de
valores recolectados en el tiempo de la convivencia
civil no deba ser el punto de referencia obligado
sobre el cual construir la evolución de la vida so-
ciopolítica.71 Esto es aún más necesario en la fase
de transición del monoculturalismo al multicultura-
lismo. En Europa, la presencia de identidades cul-
turales diferentes a la nacional es en buena parte
debida al fenómeno de la migración. Esto significa
que las identidades culturales hospedadas se en-
cuentran por cooperar con un universo de valores
ya consolidado, que es la base de la comunidad po-
lítica. Su aportación contribuirá ciertamente a un
desarrollo ulterior de los valores de la convivencia
civil, pero sería gravemente erróneo pensar que
cada cambio de la composición cultural de la socie-

71 Para el aspecto jurídico de esta exigencia cfr. Ferrari, S.,


“Diritto e religione tra multiculturalità e identità. La questione
dello statuto giuridico dell’islam in Europa”, en C. Vigna y S.
Zamagni (coords.), Multiculturalismo e identità, Milán, Vita e
Pensiero, 2002, pp. 273-291.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 49

dad implique una anulación del patrimonio común.


Habitualmente las sociedades se desarrollan por
asimilación o por estratificación, y no por mutacio-
nes culturales radicales. Precisamente por esto la
base de la comunidad, para mantenerse vital, debe
ser cultivada o fecundada por la aportación de la di-
versidad y no debe ser entendida como un bloque
cerrado e impermeable que deja en los márgenes de
la vida sociopolítica a las culturas agregadas.
La concepción pragmatista de la deliberación
política es criticable precisamente porque descuida
excesivamente la importancia del patrimonio co-
mún ya existente. La idea milliana es la de que la li-
bre concurrencia en el mercado de las ideas tiene un
efecto a fin de cuentas benéfico, porque del mel-
ting-pot derivan mezclas e hibridaciones que pue-
den abrir nuevas prospectivas y consolidar nuevos
puntos de vista.72 Y aquí se repiten las claras anota-
ciones de Mill: cada opinión esta constreñida al si-
lencio de un acto de intolerancia y de pretendida
infalibilidad; cada opinión, en cuanto errada, tiene
un espíritu de verdad; cada opinión comúnmente
aceptada, sólo cuando es vigorosamente discutida y
se debe defender, puede devenir consciente y bien

72 Es ésta a fin de cuentas la tesis de Waldron, “Religious


Contributions in Public Deliberation”, San Diego Law Review,
30, 1993, pp. 841 y 842.
50 FRANCESCO VIOLA

fundada, de otra manera se transforma en un prejui-


cio y en un dogma para sus sostenedores. Sólo con
estas condiciones se debe sostener que la decisión
final tendría la mayor posibilidad de ser el resultado
del examen de una rica cantidad de posibles solucio-
nes y, entonces, la mayor posibilidad de ser justa.
A parte del hecho de que las uniones de las doc-
trinas y de las opiniones pueden no raramente gene-
rar deformidades, no creo que el mercado de las
ideas se comporte de la misma forma que el merca-
do de los bienes y del dinero. Si bien es verdad que
la moneda buena aleja la mala, no está dicho que las
opiniones verdaderas puedan llegar a prevalecer
sobre las erradas. La experiencia histórica nos dice
lo contrario. También si la verdad a fin de cuentas
termina por vencer, eso a menudo sucede después
de que muchas lágrimas y sangre han sido vertidas.
Pero eso que hace aun más inaceptable este modelo
de deliberación pública es la completa desarticula-
ción de la sociedad política que ello sugiere. La pri-
macía de la diversidad y la profusión de opiniones
provenientes de todas partes impiden que se forme
una identidad política, sin la cual no existe socie-
dad. Habrá multiculturalismo, pero no una sociedad
política multicultural. Las religiones en toda la
gama de su expresión, desde las grandes religiones
de la humanidad a la más pequeña de ellas, serían
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 51

todas admitidas en el discurso político, pero sus opi-


niones serían inconmensurables, las experiencias
existenciales subjetivas tendrían la preeminencia so-
bre las argumentaciones y sobre el uso de la razona-
bilidad, transformando la deliberación pública en un
discontinuo flujo de emociones administrado hábil-
mente por los medios de comunicación.73 La última
de ellas es siempre aquella que vence.
En realidad la deliberación es un procedimiento
cognoscitivo específico que debe ser cuidadosamente
distinguido de la demostración por una parte, y de la
persuasión retórica por la otra. No parece que los
teóricos de la democracia deliberativa hayan pres-
tado la debida atención al estatuto cognoscitivo de
la deliberación y a su finalidad típica. Algunas ve-
ces van a la búsqueda de reglas lógicas obligatorias
para todos, otras veces se detienen sobre posiciones
minimalistas, para las cuales los argumentos acep-
tables son aquellos que ninguno podría razonable-
mente refutar (not reasonable to reject) desde la
óptica de la reciprocidad.74 Pero con esto se está
73 Una imagen negativa de las culturas entendidas como
mundos cerrados violentos y totalitarios es ofrecido por Levy,
J. T., Multiculturalism of Fear, Oxford, Oxford University
Press, 2000.
74 Cfr. Scanlon, T., “Contractualism and Utilitarism”, en A.
Sen y B. Williams (eds.), Utilitarism and Beyond, Cambridge,
Cambridge University Press, 1982, pp. 103-128.
52 FRANCESCO VIOLA

muy lejos de proveer una idea precisa y distintiva


de la deliberación.
Como ya se ha dicho, se delibera para actuar,
esto es para saber cuál acción debe ser realizada
aquí y ahora.75 En el caso de la deliberación colecti-
va, la acción en cuestión es una decisión práctica,
de la cual deriva una regla para casos concretos. El
objeto primario de la deliberación es la operación
humana en cuanto tal, esto es, en toda su contingen-
cia, variabilidad y particularidad. Deliberar sobre
ella significa reconocer que también esta materia,
así circunstanciada, es susceptible de ser guiada por
reglas de la razón, pero en modo diverso del proce-
dimiento demostrativo, dialéctico y retórico. Del
demostrativo porque el objeto no es universal y ne-
cesario; del dialéctico porque el conocimiento no es
teórico sino práctico; del retórico porque la delibe-
ración no mira a persuadir sino a conocer la verdad
práctica. La deliberación implica un análisis cog-
noscitivo,76 una confrontación de los puntos de vis-

75 La concreción de la acción es susceptible de gradaciones


diversas: la regla específica es más concreta que el principio ge-
neral, el caso particular es más concreto que la regla. En este
sentido, la actividad legislativa opera a un nivel de concreción
que no es el mismo que el propio de la actividad judicial.
76 Cuando se trata de cuestiones empíricas, se debe remitir a
los métodos de indagación comúnmente aceptados. Este es el
vínculo de la verdad proposicional.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 53

ta y una ponderación del pro y del contra con el ob-


jetivo de individualizar los medios más adecuados
para la realización de un fin en el orden individual o
colectivo. Como sabemos, esta forma de conoci-
miento pertenece, según Aristóteles, a la phronesis,
que es muy distinta de la episteme y de la techne,
porque se trata de saber conjugar lo universal con lo
particular, la abstracción de los principios con la
concreción de los casos particulares.77
Porque —como se ha dicho— en la deliberación
se va a la búsqueda de los principios universales
apropiados para guiar el caso concreto, entonces en
su interior se coloca el problema de su interpreta-
ción y de la elección entre interpretaciones concu-
rrentes. En este sentido, se puede también decir
—como es usual entre teóricos de la democracia de-
liberativa— que deliberar significa buscar las bases
para principios comunes que se apoyen sobre razo-
nes mutuamente aceptables,78 pero no es sólo esto y
ni siquiera es principalmente esto. Se entiende así
también porque los teóricos de la democracia deli-
berativa insisten sobre la centralidad de la recipro-
cidad, aunque no siempre la entiendan del mismo

77 Cfr. Massini, C. I., La prudencia jurídica. Introducción a


la gnoseología del derecho, Buenos Aires, Abeledo-Perrot,
1983.
78 Gutmann, A. y Thompson, D., op. cit., nota 27, p. 55.
54 FRANCESCO VIOLA

modo.79 En cada caso el principio de reciprocidad80


implica el no pretender que los otros ciudadanos
acepten un argumento que está ligado a un modo de
vida sectario que no todos comparten, o bien, el
buscar los términos equitativos de una cooperación
social, pero a condición de precisar que esto no su-
ceda jamás en un espacio vacío de valores.
Por una parte existen valores elementales comu-
nes a cada ser humano en tanto humano,81 por la
otra existe respaldo de la praxis específica de una
comunidad histórica que da incesantemente deter-
minación a los principios constitucionales básicos.

79 Para las diversas formas como es entendida la reciproci-


dad cfr. mi “Ragionevolezza, cooperazione e regola d’oro”,
Ars interpretandi. Annuario di ermeneutica giuridica, 7, 2002,
pp. 109-129.
80 La reciprocidad es una pálida imitación de la phronesis aris-
totélica, buscando de recorrer la vía intermedia entre el método
prudencial de la negociación y aquel universal y demostrativo de
la imparcialidad, al menos si se quiere entender esta última en tal
modo. Cfr. Gutmann, A. y Thompson, D., op. cit., nota 27, p. 53.
81 La tesis de la inconmensurabilidad de las culturas no puede
ser llevada hasta el punto de negar la existencia de valores comu-
nes a toda la humanidad, por cuanto vagos e indeterminados. Los
mismos derechos humanos, su difusión actual y su innegabilidad
de principio son una prueba. La misma regla de oro sostiene la
posibilidad de la comunicación de las perspectivas en el ámbito
de los valores de la comunidad humana. Cfr. para lo último Toul-
min, S., Return to Reason, Cambridge, Mass., Harvard Univer-
sity Press, 2001, p. 184.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 55

Las “buenas razones” de la democracia delibera-


tiva no pueden ser identificadas en un vacío ético,
sino que siempre y necesariamente presuponen
aquello que Taylor ha llamado una evaluative spa-
ce, aunque esto debe entenderse en un sentido
abierto y no ciertamente comunitarista.
Si la deliberación individual es difícil, la pública lo
es aún más por la coordinación de una multitud de
personas y por la complejidad de los problemas. La
vía justa —es fácil decirlo desde el escritorio— es
aquella intermedia entre el logicismo y el pragmatis-
mo. Una sociedad política no es —como ha anotado
Aristóteles— el lugar en el cual los animales pastan
cada uno por cuenta propia, y ni siquiera el lugar de
una convivencia utilitarista. La cooperación deman-
dada no se limita a ponerse de acuerdo sobre los ele-
mentos constitucionales esenciales y sobre la coordi-
nación de las acciones sociales. A través de la práctica
de la vida común, a partir de la herencia del pasado, en
el fervor de las obras de la sociedad civil se va edifi-
cando una identidad nueva, un estilo de comunidad,
que Maritain ha llamado una philosophy of life, cierta-
mente marcada de un cierto pragmatismo, pero sin ol-
vidarse de la razonabilidad.82 Hombres provenientes
de culturas diversas, y seguramente no deseosos de
82 Maritain, J., “Introduction aux textes réunis par L’ UNESCO
(1948)”, Oeuvres Complètes, Fribourg, Éditions universitaires,
1990, vol. IX, p. 1215. Es superfluo precisar que la prudencia
56 FRANCESCO VIOLA

abandonar su identidad originaria, pueden encon-


trar y desarrollar juntos un modo de vida común que
tenga una propia caracterización valorativa, en cuanto
abierta a la recepción de la diversidad.83
Si la deliberación pública es entendida en este
modo, entonces no habrá necesidad de purificarse de
la pasión política, y ni siquiera de abandonar las exi-
gencias de la razón práctica; al contrario, el procedi-
miento deliberativo está necesariamente impregnado
de una y de otra, estando dirigida no a establecer ver-
dades teóricas, sino a construir comunidades huma-
nas. “La democracia exige deliberación, o bien una
cultura de la argumentación, y exige también un cuer-
po de ciudadanos sensibles, al menos en teoría (y a
veces también en la práctica), a los mejores argumen-
tos. Pero la argumentación no puede ser aislada de to-
das las otras cosas que los ciudadanos hacen”.84

aristotélica es muy diversa del método prudencial basado so-


bre el self-interest de Gauthier.
83 Cfr. en general AA.VV., Identità nazionale, democrazia e
bene comune (42a Settimana sociale dei cattolici italiani),
Roma, Ave, 1994.
84 Walzer, M., op. cit., nota 21, p. 57. Por esto algunos pre-
fieren hablar de discursive democracy más que de deliberative
democracy. La deliberación, de hecho, puede ser conducida
por cuenta propia sin llamar necesariamente a un proceso so-
cial colectivo. Cfr. Dryzek, J. S., Deliberative Democracy and
Beyond. Liberals, Critics, Contestations, Oxford, Oxford Uni-
versity Press, 2000.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 57

VII. LA DEMOCRACIA COSTITUCIONAL


DELIBERATIVA

¿Cuál forma de democracia deliberativa será, en-


tonces, capaz de afrontar los problemas de una so-
ciedad multicultural?
Para orientarse en este campo se requiere dar me-
jor cuenta de qué cosa debe entenderse por “deci-
sión colectiva”. No se trata, de hecho, de deliberar
por sí mismo sobre eso que se debe o no se debe ha-
cer, sino de deliberar junto a otros sobre eso que
una comunidad o un grupo político debe decidir ha-
cer o no hacer. Hasta ahora no hemos distinguido
fehacientemente la deliberación privada de la pú-
blica.
Una decisión colectiva puede ser entendida en
modo agregativo, esto es, como el resultado de la
suma de la acción de los individuos que componen
el grupo, pero no del grupo como tal. Esta es una
concepción de la democracia que Dworkin eficaz-
mente llama “estadística” (statistical democra-
cy).85 Ésta, conduce a una visión mecánica del con-
cepto democrático de mayoría, entendido como la
fuerza cuantitativamente prevalente que empuja

85 Dworkin, R., op. cit., nota 14, pp. 94 y ss.


58 FRANCESCO VIOLA

el grupo en una cierta dirección.86 En esta óptica el


constitucionalismo (aquel que hemos llamado “cons-
titucionalismo-custodio”) es visto como la tentativa
de sustraer poder a la voluntad de la mayoría, trans-
firiéndolo a los jueces que no son representan tes
del pue blo. Con secuen te men te ha brá mucha des-
confianza en las confrontaciones de la lectura mo-
ral de la Constitución.
Una decisión colectiva puede también ser enten-
dida como propia de todo el grupo o de toda la co-
munidad política en modo irreductible a la mera
suma de las voluntades individuales. Las acciones
individuales en razón del contexto intersubjetivo
entran a formar parte de un performance común que
las unifica en una acción del grupo en cuanto tal. Es

86 Locke entiende esta fuerza literalmente en sentido físico.


Un cuerpo se mueve en razón del impulso más fuerte. ¿Qué
hay más fuerte que la mayoría en un cuerpo político? Pero
—nota Waldron—, el principio de la prevalencia del grupo
más fuerte presupone la compatibilidad y unidad del cuerpo
social, presupone la exclusión de que el movimiento final sea
el resultado de una combinación de las fuerzas, presupone, fi-
nalmente, la igual intensidad del empeño e influencia de cada
uno. En general, la explicación naturalista del principio de ma-
yoría es infeliz, porque no puede presumir la igualdad formal.
En la naturaleza, las fuerzas no son iguales y una batalla se
gana no sólo por el número sino también sobre la base del va-
lor, del coraje y de la habilidad de los combatientes. Cfr. Wal-
dron, J., The Dignity of Legislation, cit., nota 65, pp. 130 y ss.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 59

esto lo que sucede en una orquesta en la que sus eje-


cuciones musicales son cualitativamente diversas
de la aportación individual de cada uno de sus com-
ponentes. En este caso, frente al otro, es convenien-
te notar que cada uno es responsable de la acción
común en su complejidad, como en una escuadra en
la cual victorias y derrotas pertenecen a todos inde-
pendientemente de su real contribución. En este
sentido consideramos a un pueblo como algo diver-
so de un mero agregado de individuos.87 A la luz de
este segundo modo de entender la decisión colecti-
va es dudoso, sin embargo, cuál rol tendría el prin-
cipio de mayoría y el mismo procedimiento delibe-
rativo. Parece que ambos no serían idóneos para
una decisión colectiva así entendida.
El procedimiento deliberativo, de hecho, presu-
pone que los participantes se encuentren en una po-
sición de igualdad y sean todos formalmente com-
petentes para expresar su propia opinión sobre la
decisión final. Pero este no es el caso de los ejem-
plos dados de la orquesta y de la escuadra deporti-

87 Dworkin da el ejemplo de la responsabilidad del pueblo


alemán en relación a los crímenes nazis. También aquellos que
no han participado directamente y nada menos que las genera-
ciones sucesivas se sienten envueltas en esta responsabilidad.
Cfr. Dworkin, R., “The Moral Reading and the Majoritarian
Premise”, op. cit., nota 14, p. 99.
60 FRANCESCO VIOLA

va, en los que está presente una autoridad que orga-


niza la aportación de los participantes a la empresa
común y existe una división de roles. En general, en
donde la aportación de cada uno está diferenciada,
es necesaria una autoridad que guíe la coordinación
de las acciones sociales. Consiguientemente, no ten-
dría ningún sentido usar el principio de mayoría, que
presupone —así como la deliberación— la ausencia
de una autoridad directiva del grupo. Cada ciudada-
no es una autoridad para los fines de la decisión co-
lectiva democrática. Parecería, entonces, que nos
debemos resignar a una concepción estadística de
la democracia. Pero no es así.
Viendo bien el ejemplo del pueblo, no es del
todo análogo a aquel de la orquesta o de la escuadra
deportiva. La diferencia principal consiste en el he-
cho de que la empresa común a la cual está llamado
no consiste en una obra de cumplimiento conjunto,
sino en determinar los fines comunes al grupo o a la
comunidad política, fines que son al mismo tiempo
del grupo como tal y de los individuos que a él
perte ne cen, y en la elec ción de los medios más
idó neos para realizarlos. Cada uno debe contribuir
a determinar estos fines en posición de libertad y de
igualdad. No se trata de hacer valer las propias
preferencias individuales, sino de mostrar que la
propia concepción del bien común es la mejor
también para los otros, y que éstos deberían acep-
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 61

tarla y compartirla. Tenemos así, un tercer tipo de


decisión colectiva, aquel relativo al bien común de un
pueblo.
Resulta, por tanto, aún más evidente la dife-
rencia entre la concep ción estadística de la demo-
cracia y aquella que podríamos llamar la “concep-
ción constitucional” de la democracia. Esta diferen-
cia reside sobre todo en la manera de entender la
naturaleza de la aportación individual a la decisión
común.
Según la democracia estadística cada uno aporta
las propias preferencias y los propios intereses que
mecánicamente vienen agregados sobre la base del
principio de mayoría. Esto —como se ha dicho—
es puro procedimentalismo, porque el resultado
será siempre correcto en ausencia de un criterio de
valoración independiente. Pero es claro que no po-
demos atribuir a este método democrático ningún
valor epistémico relativo al conocimiento e indivi-
duación de la solución “justa”. Esta democracia no
apunta a la verdad por definición.
Según la concepción constitucional de la demo-
cracia cada uno aporta la propia concepción del
bien común y no la propone revestida de una prefe-
rencia o de un interés personal, sino con el de una
visión de la vida pública que se piensa debería valer
independientemente de una particular fe religiosa o
62 FRANCESCO VIOLA

doctrina ética o plan de vida.88 Además, esta con-


cepción del bien común debe ser presentada como
una interpretación de los valores constitucionales
fundamentales. Es este el aspecto propiamente “cons-
titucional” de este modelo.
Ha llegado entonces el momento de preguntarse
cómo en esta óptica vendría entendido el concepto
de “mayoría” que es fundamento del uso del princi-
pio mayoritario como procedimiento decisional de-
mocrático. ¿Cuál es la diferencia entre argumentar
sobre el bien común de la sociedad política y argu-
mentar en defensa de las propias preferencias? ¿Y
cuál es la consecuencia de esta diferencia sobre el
modo de concebir la democracia deliberativa?
Antes de continuar recordemos una vez más que
la democracia deliberativa, si quiere ser significati-
va, no puede aceptar que la deliberación no tenga
un cierto valor epistémico sin autocontradecirse,
esto es, no puede aceptar una democracia sin ver-
dad. En perspectiva escéptica la deliberación no
tendría sentido.
Examinemos ahora, como ejemplo emblemático,
un importante intento de defender el valor episté-
mico del principio de mayoría en una óptica en la

88 Con esto no quiere decir que no se pueda argumentar a


favor de la imparcialidad, partiendo de un interés personal.
Cfr. Elster, J., op. cit., nota 6, p. 59.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 63

cual la aportación de los participantes en la delibe-


ración común es aún vista como fundamentalmente
ligada a las preferencias y a los intereses individua-
les. Me refiero a la tesis de Carlos Santiago Nino,
que he mencionado anteriormente.
El propósito de Nino es el de transformar la de-
mocracia estadística de modo que adquiera un valor
epistémico. La premisa preliminar es aquella de
Mill, por la cual cada uno es el mejor juez de sus
propias preferencias y de sus propios intereses. Se
trata —como he apuntado— del principio antipa-
ternalístico, que conecta la verdad moral al consen-
so. La solución justa es aquella que rescata el con-
senso de todos. Pero la unanimidad es un ideal a
menudo inalcanzable y, entonces, a causa de la ne-
cesidad de decidir, se requiere recurrir al sucédaneo
de la mayoría. La misma democracia puede ser de-
finida como una discusión moral con un límite de
tiempo.89 Si no existiera tal límite, se podría siem-
pre esperar alcanzar la unanimidad antes o después.
Esto, sin embargo, no significa que el principio de
mayoría esté justificado por razones cuantitativas,
esto es, en cuan to es más cer cano a la una ni midad
y sacrifica los intereses de un menor número de
personas.90

89 Nino, C. S., op. cit., nota 46, p. 118.


90 Ibidem, p. 119.
64 FRANCESCO VIOLA

En realidad cada uno tiene interés en encontrar


un apoyo por parte de los otros para sacar adelante
sus propias preferencias. Precisamente por esto es
inducido a tomar en cuenta también las preferencias
y los intereses de los otros. No puede limitarse a
adelantar los propios sin alguna justificación, sino
que debe aceptar la posibilidad de modificar sus
propias exigencias e intentar modificar las de los
otros con argumentos imparciales. Esto significa
que el horizonte de la intersubjetividad y el de una
decisión común sería el procedimiento más confia-
ble para acceder a la verdad moral. Este procedi-
miento consiste en el intercambio de las ideas, en la
justificación de las propias y en la atención impar-
cial de los intereses de cada uno. La imparcialidad
está garantizada sólo si están satisfechas todas las
condiciones que son presupuesto del procedimiento
democrático: participan en la decisión todos aquellos
que están interesados en ella, tienen igual oportuni-
dad de expresar sus opiniones, de justificar su solu-
ción del conflicto, etcétera. Todo esto confiere va-
lor epistémico a los procedimientos democráticos,
esto es, capacidad de acceder a la verdad moral con
imparcialidad.
Nino defiende una concepción de la verdad moral
definida en relación a los presupuestos del discurso
práctico y no a sus actuales resultados. Tales presu-
puestos incluyen principios sustanciales, como el de
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 65

autonomía, mientras reglas formales, como la de la


imparcialidad, sirven de filtro para los principios.
Si estos presupuestos de la deliberación son asegu-
rados, la decisión mayoritaria tendrá mayores pro-
babilidades de ser la justa.
Muchas observaciones criticas pueden ser avan-
zadas en las confron taciones de esta concep ción
de la democracia deliberativa. Se puede decir, por
ejemplo, que no es verdad que ella se interese sólo
en los presupuestos de la deliberación, porque tam-
bién el resultado está ligado al respeto del valor
fundamental de la autonomía individual, que devie-
ne la esencia misma de la democracia. Pero sobre
esta base, resulta más difícil comprender cómo la
minoría puede aceptar el sacrificio de sus propias
preferencias. Además, ya se sabe en que consiste la
verdad moral, en el valor de la autonomía indivi-
dual apuntada, y ésta es ya una fuerte limitación a
los resultados de la deliberación. Deseo, sin embar-
go, aquí concentrarme a otros tipos de objeciones.
La concepción de Nino descuida mucho el hecho
que en una democracia constitucional el contenido
de las deliberaciones más importantes no atiende a
las preferencias de los individuos, sino a sus con-
cepciones generales del bien común, de la cual de-
pende su orientación en el marco de la decisión co-
lectiva. En estos casos el discurso público registra
una competencia entre una pluralidad de concep-
66 FRANCESCO VIOLA

ciones del bien común que pretenden todas ser im-


parciales,91 en caso contrario no se respetaría la
condición democrática del igual tratamiento de los
ciudadanos. Mientras en la concepción de Nino,
una sola es la concepción imparcial, aquella que re-
sulta del procedimiento deliberativo, aquí tenemos
una pluralidad de concepciones imparciales y, en-
tonces, la imparcialidad misma no basta92 y debe
ser sometida a un escrutinio ulterior.
La diferencia entre deliberar en torno a las prefe-
rencias y deliberar en torno a las concepciones del
bien común es muy profunda. No se pueden tratar
tales concepciones como si fueran preferencias. Sin
duda también las preferencias son modificables y,
como las concepciones del bien co mún, pueden
formarse en el curso del discurso público. Ambas
tienen necesidad de la interacción y de la intersub-
jetividad para constituirse como tales. Se puede
presumir que cada ciudadano tendría sus propias
preferencias, creencias, planes de vida, pero su con-
cepción del bien común y del sentido de la decisión
colectiva no se puede reducir a esto. La delibera-
ción pública induce a formarse las preferencias que
conciernen no sólo a sí mismas, sino a la sociedad
91 Se ha hablado de “fuerza civilizadora de la hipocresía” y
del uso estratégico del argumentar. Cfr. Elster, J., op. cit., nota
6, p. 127.
92 Esto es notado por Waldron, J., op. cit., nota 37, p. 213.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 67

en su conjunto, preferencias colectivas y no simple-


mente individuales. Los ciudadanos se forman una
idea de la buena so cie dad, así como se for man
una idea de la vida buena.93 Esto significa que estas
“preferencias comunitarias” no están solamente en
el orden del bien subjetivo, sino también en el del
justo, y esto cambia su estatuto epistemológico y su
pretensión de validez.
Sin duda ellas son, de hecho, derivadas o in-
fluenciadas por la propia concepción general del
bien, pero no se trata de la misma cosa, porque una
concepción del bien común debe demostrar ser va-
liosa para todos y no solamente para aquellos que
comparten la misma fe o la misma ética. Por esto,
en el momento en el cual el ciudadano participa en
un discurso político-deliberativo, esta obligado a
dialogar con la diversidad y, entonces, en cierto
modo a tenerla en cuenta. Esto significa que la con-
cepción personal del bien común varía sobre la base
de la diversidad de los interlocutores, esto es, de la
estructura concreta de una comunidad política, y
que depende estrictamente del contexto en el cual
se forma.
Esta diferente situación deliberativa pone en dis-
cusión el principio milliano de que cada uno es el

93 Los utilitaristas en cambio tratan todos los valores como


preferencias individuales.
68 FRANCESCO VIOLA

mejor juez de sus propios intereses. Cuando se trata


de los intereses comunes, de la decisión colectiva
sobre el bien común, el mejor juez es la comunidad
entera o, mejor, el proceso de formación, de con-
frontación, de compenetración y de mutua influen-
cia de las diferentes concepciones del bien común.
El principio de la autonomía individual no basta ya,
y se requiere retornar a la autonomía de la misma
comunidad política. Esto que confiere un cierto va-
lor epistémico a la “mayoría” es el contexto delibe-
rativo en el cual toma cuerpo su orientación sobre el
bien común y los controles preventivos y sucesivos
a los que está subordinada una decisión colectiva
así deliberada. Cada ciudadano posee así un dere-
cho a la justificación argumentada94 y un deber de
justificar, o bien, un derecho-deber a la razonabilidad.
Esta última consideración nos permite eviden-
ciar otra característica de la democracia deliberati-
va en referencia a las concepciones del bien común.
El ciudadano partícipe en el discurso público no
está solamente obligado por las exigencias de la co-
municabilidad de sus propias convicciones en las
confrontaciones con aquellos que piensan de mane-
94 Este basic moral right to justification es considerado por
Forst como la virtud moral propia del ciudadano democrático.
Cfr. Forst, R., “The Basic Right to Justification: Toward a
Constructivist Conception of Human Rights”, trad. al inglés de
J. Caver, en Constellations, 6, 1999, pp. 35-60.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 69

ra diversa, sino también obligado por los valores


constitucionales comunes. Es más, podríamos decir
que en estas condiciones el debate público es sus-
tancialmente un debate en torno a la mejor, más
conveniente, y más adecuada interpretación de la
Constitución. Lo hemos ya mencionado antes: si
discutimos para llegar a decidir sobre cómo debe ser
tratada la pornografía, estaríamos comprometidos a
interpretar de la mejor manera la libertad constitucio-
nal de expresión del pensamiento y la prohibición de
censura. Entonces, el discurso público sobre las dife-
rentes concepciones imparciales del bien común, es
fundamentalmente un discurso interpretativo sobre
los valores comunes de la vida pública.
Esto no significa que las diferentes doctrinas
“comprensivas” (como las llamaría Rawls) deban
necesariamente acreditarse en cuanto tales como
“razonables” y constitucionalmente admisibles; no
es éste el objeto del debate público. No es ni siquie-
ra verdad que en una sociedad democrática multi-
cultural no sería posible del todo un acuerdo moral.
Existe por ejemplo en torno de la esclavitud o de la
tolerancia religiosa.95 En el discurso público no
está en juego la validez de una concepción com-
prensiva del bien respecto de las otras, sino la apli-

95 Cohen, J., “Democracy and Liberty”, en J. Elester (ed.),


op. cit., nota 20, p. 191.
70 FRANCESCO VIOLA

cación de los principios constitucionales a proble-


mas ético-sociales específicos. Esta instancia mo-
difica necesariamente el comportamiento de los in-
terlocutores, ahora no sólo interesados en la pura y
simple fidelidad a la doctrina, sino en demostrar la
corrección en sí de la solución propuesta y su acep-
tabilidad también por aquellos que no comparten la
misma fe. De tal forma las múltiples concepciones
comprensivas del bien son inducidas a dialogar, no
tanto directamente entre ellas, sino en relación a
problemas determinados, y sus partidarios a dia-
logar, prescindiendo de las pertenencias. Con esto
mismo viene promovido un comportamiento auténti-
camente deliberativo que se fundamenta en la pre-
valencia de la argumentación respecto al predomi-
nio de la identidad y que configura la tensión sobre
una imparcialidad de segundo grado, esto es, la im-
parcialidad en las confrontaciones de las concep-
ciones “imparciales” del bien común.
Esto es diferente de decir —como hace Rawls—
que las concepciones comprensivas deben ser pues-
tas entre paréntesis por su especificidad.96 Si lo fue-
ran vendría al menos un recurso necesario de ali-

96 Éste es llamado el método de evitar o esquivar (avoidan-


ce) eso que podría dividir. Cfr. Greenawalt, K., Private Cons-
ciences and Public Reasons, Oxford, Oxford University Press,
1995.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 71

mentar la búsqueda común del bien público. No es,


pues, el caso de pedir a los ciudadanos una suerte de
self-restraint epistemológico o de autotrascenden-
cia respecto de sus propias convicciones más ínti-
mas,97 al contrario, ellos son obligados a mostrar
que sus argumentos valen también para aquellos que
no comparten su concepción comprensiva del bien,
esto es, se pide a ellos un esfuerzo epistemológico
ulterior. Falta, sin embargo, el hecho de que el obje-
to del discurso público son precisamente estos ar-
gumentos imparciales y no ya su proveniencia o su
fuente originaria.
Una sociedad política multicultural se encuentra
frente a la encrucijada del pluralismo de los ordena-
mientos jurídicos,98 que destruyen la unidad de la
comunidad política en cuanto tal, y la constitución
de una unidad política intercultural, que está habili-
tada por culturas deseosas de dialogar y de fecun-
darse mutuamente. Para una cultura política co-
mún, no es necesaria una religión común, ni la
común pertenencia al mismo grupo étnico o racial y
ni siquiera un lenguaje común, aunque todo esto es
sin duda útil.99 Las culturas no pueden ser entendi-

97 Cfr. por ejemplo Ackerman, B., “Why Dialogue?”, The


Journal of Philosophy, 86, 1989, p. 16.
98 Cfr. por ejemplo Tie, W., Legal Pluralism. Toward a
Multicultural Conception of Law, Dartmouth, Ashgate, 1999.
99 Raz, J., op. cit., nota 4, p. 202.
72 FRANCESCO VIOLA

das como una comunidad de intereses, y el dialogo


intercultural requiere hoy del diálogo también de
los sentimientos.100

VIII. LA DELIBERACIÓN COMO PRAXIS


DE LA MAYORÍA

En el campo de la verdad práctica el más compe-


tente para juzgar sobre un fin y los medios para conse-
guirlo es aquel que tiene dicho fin como propio.101
Así, se requiere que exista alguien para quien el fin
propio sea el mismo bien común. En una demo-
cracia la ciudadanía es el título legítimo para juz-
gar sobre el bien común de la sociedad política. Los
muchos son mejores jueces no sólo en materia de
hecho, esto es, de utilidad social, sino también en
materia de valor. Además, porque la política
—como lo ha apuntado Aristóteles— es una de
aquellas artes (como el construir una casa o cocinar
un platillo) de las cuales son jueces los consumido-
res y no solamente los creadores, se puede decir que

100 Cfr. Jaggar, A. M., “Multicultural Democracy”, The Jour-


nal of Political Philosophy, 7, 3, 1999, pp. 308-329, y Gagnon,
V. P., “Imagined Frontiers: Notions of borders and groupness”,
en B. Jaksic (ed.), Frontiers: The Challenge of Interculturality,
Belgrade, Forum za etnicke odnose, 1997, p. 56.
101 Summa Theologiae, I-II, 90, 3.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 73

los ciudadanos tienen una doble legitimación aten-


diendo al juicio sobre el bien común.
En el campo de la verdad práctica —como se
sabe— el juicio de conciencia es normativo, porque
pertenece al contenido mismo del bien que es cons-
ciente y libremente elegido por aquel que cumple la
acción. Y es por esto que el modo auténtico de prac-
ticar la benevolencia no exige hacer propios los fi-
nes de los otros, sino hacer valer su posibilidad de
ser ellos mismos en una sociedad justa.102 La ambi-
ción de la democracia es la de transferir esta prima-
cia del juicio personal de la ética a la política, de la
decisión personal a la decisión colectiva. Este es, de
hecho, el noble fundamento de la teoría del con-
senso, sin embargo, este consenso puede ser enten-
dido como una mera convergencia de las opiniones
personales (overlapping consensus) sin interacción
comunicativa, o como una comunidad de convic-
ciones y de orientaciones sobre la interpretación de
los valores fundamentales, un idem sentire. La co-
munidad política en sí misma no está obligada a
aceptar ciertas prácticas culturales que son conside-
radas por la amplia mayoría de los ciudadanos
como repugnantes en cuanto contrarias a la digni-
dad humana. Cuando el diálogo se interrumpe pre-

102 Spaemann, R., Glück und Wohlwollen: Versuch über


Ethik, Stuttgart, Ernst Klett Verlag, 1989, p. 172.
74 FRANCESCO VIOLA

valecen los valores más ampliamente difundidos en


la sociedad (the operative public values of the wi-
der society).103 En consecuencia —como ya se ha
anotado— tendremos dos conceptos de “mayoría”.
En el campo de la verdad práctica, en fin, se ne-
cesita entender el concepto de “argumento más
fuerte” en modo específico y distinto. No se trata de
una fuerza exclusiva y puramente lógica, esto es,
de una absoluta irrefutabilidad. Se trata frecuente-
mente de equilibrar valores y de ordenarlos en rela-
ción a situaciones concretas, de sopesar los pros y
los contras.104 Se dan a menudo casos en los cuales
existen argumentos plausibles para soluciones dife-
rentes, y entonces la elección final está confiada a
otros factores respecto a aquellos meramente racio-
nales (la histo ria de las interpretaciones del pasa-
do, la cultura de fon do y, no menos impor tante, el
mis mo recurso a la mayoría numérica calificada).
La deliberación sirve para excluir los argumentos

103 Esta consideración es compartida por un notable estudioso


y defensor del multiculturalismo. Cfr. Parekh, B., Rethinking
Multiculturalism. Cultural Diversity and Political Theory, Cam-
bridge, Mass., Harvard University Press, 2000, p. 272.
104 Existen también los “casos trágicos” en los cuales hay un
conflicto insalvable entre valores fundamentales. Cfr. Atienza,
M., “I limiti dell’interpretazione costituzionale. Di nuovo sui
casi tragici”, trad. de S. Sanavio, en Ars interpretandi. Annua-
rio di ermeneutica giuridica, 4, 1999, pp. 293-320.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 75

inaceptables y para circunscribir aquellos sensatos


y plausibles. Existe inevitablemente un factor cul-
tural que induce a ser sensibles, más a la bondad de
ciertas razones que a la de otras. Por otra parte, se
ha ya insistido sobre el hecho de que la deliberación
política está siempre “en situaciones”.
En suma, la democracia deliberativa no puede y
no debe desatender estas tres dimensiones de la ver-
dad práctica, concernientes al problema de la com-
petencia, del juicio y de la fuerza de los argumentos
que sustancian el debate público. No creo que exis-
ta algo de autoritario en buscar la verdad práctica,
pero se necesita hacerlo en el respeto de su estatuto
epistemológico.105
Lo importante no es el acuerdo preexistente, sino
la comunicación siempre abierta. Aristóteles no
sostiene de hecho —como cree MacIntyre— que la
comunidad política esté conformada por una vi-
sión compartida del bien.106 También los éndoxa
no son comunes a todos, sino algunos a la gente or-
dinaria, otros a los filósofos, otros aun a una elite
restringida. La cooperación debe ser vista dinámi-
camente como el resultado de la deliberación co-
105 Sobre la necesaria confianza en la búsqueda de la verdad
cfr. Estlund, D., “The Insularity of Reasonable: Why Political
Liberalism must admit the Truth?”, Ethics, 108, 1998, pp. 252-
275.
106 Waldron, J., op. cit., nota 65, p. 119.
76 FRANCESCO VIOLA

mún. Si arribamos a resultados comunes, ello no


significa que partimos de premisas comunes.
En estas condiciones es esencial que la decisión
sea tomada por aquellos que participan en la delibe-
ración, esto es, por el conjunto de los ciuadadanos.
No tendría sentido confiarla a una élite de sabios
que, en cuanto en abstracto más competentes, no es-
tarían directamente implicados en la decisión en
cuestión. Y entonces, el principio de mayoría resul-
ta aún necesario para asegurar la autonomía del
cuerpo político en su conjunto, sin excluir con esto
que existan otros modos de arrivar a la decisión
común que tutelan igualmente esta autonomía.107
Porque —como se ha visto— garantizar la autode-
terminación significa custodiar aquel modo de deli-
berar que es el más adecuado para las decisiones co-
lectivas sobre el bien común, entonces se puede
afirmar que el principio mayoritario contribuye en
modo indirecto al valor epistémico del procedi-
miento democratico.108
Esta defensa del carácter epistémico de la demo-
cracia no se refiere más —como en el pensamiento
107 También sigue esta línea de pensamiento Benhabib, S.,
“Toward a Deliberative Model of Democratic Legitimacy”,
ahora en F. D’Agostino y G. F. Gaus (eds.), Public Reason,
Aldershot, Ashgate, 1998, p. 102.
108 Hurley, S., Natural Reasons. Personality and Polity, Nueva
York, Oxford University Press, 1989, cap. 15.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 77

de Nino— a la satisfacción armónica de una plurali-


dad de intereses individuales. No es más la autono-
mía individual el valor directivo. Junto a ello existe
el valor de la autonomía de la práctica deliberativa.
La autonomía individual justifica la participación
en la decisión, pero esto implica que es necesario
tutelar también la autonomía del contexto partici-
pativo sin la cual la misma participación individual
no sería posible. Al mismo tiempo no es el principio
mayoritario de por sí lo que da valor epistémico a la
democracia, sino el contexto deliberativo en el cual
está inmersa y la función que desempeña en sus
confrontaciones. Se puede afirmar que, si son res-
petadas todas las condiciones preliminares para la
deliberación política de una multitud de ciuada-
nos,109 la adopción del principio mayoritario, en ra-
zón de la protección de la autonomía decisional, se-
ría de ayuda en la búsqueda de soluciones correctas
y justas. Pero esta consideración final tiene sus ca-
veat, que me limitare a enunciar en forma sintética.
La primera advertencia atiende a la interpreta-
ción de la definición de la democracia como un pro-
ceso decisional condicionado por límites de tiempo.
Esta definición no es bien interpretada por razones
109 Es inútil recordar cuanto es aún más difícil hoy que tales
condiciones sean respetadas en razón del incontenible poder de
los medios de comunicación. Cfr. por ejemplo Sartori, G., Homo
videns: televisione e post-pensiero, Roma, Laterza, 1997.
78 FRANCESCO VIOLA

puramente pragmáticas para las cuales el ideal sería


esperar reunir la unanimidad. La decisión es parte in-
tegral de la deliberación, porque es su fin. Se delibera
para decidir y no para discutir. No decidir o decidir en
retardo es un error del procedimiento deliberativo.
En realidad la acción humana, sea individual o
colectiva, opera en lo contingente, es eso que debe
cumplirse aquí y ahora. El límite del tiempo es una
condición estructural de la acción humana y no ya
su defecto. Esto significa que es impropio conside-
rar el principio mayoritario como un sustituto de la
unanimidad.
Una segunda advertencia atiende más directa-
mente al valor epistémico de las decisiones demo-
cráticas. No se trata de arrivar a una solución justa
de una vez por todas. Ella vale en relación a contex-
tos dados, a determinadas circunstancias y tiene
siempre un carácter provisorio, también porque
está siempre abierta a la corrección y a la autoco-
rrección.110 Las mismas instituciones democráticas
son self-correcting institutions.111 En este sentido,
la deliberación tiene un carácter “infinito”, como es
propio de la búsqueda de la verdad. “In democratic
politics all destinations are temporary. No citizen
110 Existen causas de desacuerdo deliberativo insuperables,
aun no siendo “casos trágicos”. Cfr. Gutmann, A. y Thomp-
son, D., op. cit., nota 27, pp. 73-79.
111 Forst, R., op. cit., nota 62, p. 374.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 79

can ever claim to have persuaded his fellow once


and for all”.112
La tercera advertencia, la más importante (y por
otra parte conectada con las dos precedentes), atien-
de al carácter procedimental de la democracia deli-
berativa constitucional. Afrontaremos más directa-
mente este problema en el próximo parágrafo, pero
desde ahora se requiere precisar que la deliberación
política comprende en sí una compleja multiplicidad
de procedimientos, que se extiende también a aquel
momento en el cual la decisión colectiva es tomada.
No basta que sean puestas todas las premisas para
una auténtica deliberación y no basta tampoco que se
establezca cómo tomar la decisión final, se requie-
re también que ella sea una interpretación correcta
de los valores constitucionales fundamentales y que
existan ulteriores controles en tal sentido. Esta últi-
ma exigencia es propia del carácter deliberativo del
procedimiento y de sus pretensiones epistémicas.
Sabemos que este control es completado por los jue-
ces constitucionales que se encuentran en una posi-
ción bien diversa de la de los ciudadanos que delibe-
ran, porque no están directamente involucrados en la
decisión, sino la juzgan en un cierto modo desde el
exterior. Se trata no ya de probar si la deliberación

112 Walzer, M., Spheres of Justice: A Defense of Pluralism


and Equality, Nueva York, Basic Books, 1983, p. 310.
80 FRANCESCO VIOLA

adoptada sería la “justa”, sino de controlar si perte-


nece a aquellas plausibles y razonablemente funda-
das, esto es, si sería “correcta”.
Esto significa que existen diversos grados de im-
parcialidad: la de los participantes en la decisión y
la, de segundo nivel, de aquellos que tienen una po-
sición de terceros. Este control es necesario por mul-
tiples razones. Una de ellas es la de proteger los de-
rechos individuales de la tiranía de la mayoría y al
ciudadano del poder político. Y sin embargo, ha sido
justamente anotado113 que también las cortes consti-
tucionales no pueden hacer a un lado el principio de
mayoría cuando deliberan. Esto significa que el va-
lor epistémico de la democracia no está ligado y re-
suelto en el ámbito de un único lugar de delibera-
ción, sino que es el resultado de la sobreposición de
una multiplicidad de sedes en las que la misma cues-
tión es objeto de deliberación: la opinión pública, la
sociedad civil, los medios de comunicación, los co-
micios electorales, los programas de los partidos, las
asambleas parlamentarias y las cortes de justicia,
cada una de las cuales tienen sus características pro-
pias, su propia modalidad de discusión y específicos
procedimientos decisionales.114

113 Waldron, J., op. cit., nota 37, p. 215.


114 Aquí se puede recordar el principio de la inclusión delibe-
rativa (cfr. Cohen, J., “Democracy and Liberty”, en J. Elester,
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 81

La concepción constitucional de la democracia


deliberativa no se agota, entonces, ni en el texto
constitucional, ni en la asamblea parlamentaria,
sino que se presenta como una poliarquía de sedes
deliberantes que —como la tela de Penélope— in-
cesantemente elaboran interpretaciones de los valo-
res fundamentales y las reelaboran, las corrigen, las
transforman mediante una mutua influencia. Cuan-
to más rica y multiforme es la actividad deliberativa
de una comunidad política y del mismo orden inter-
nacional, tanto mayor es la posibilidad de alcanzar
decisiones justas atendiendo al bien común nacio-
nal e internacional.115

IX. LAS FORMAS DE PROCEDIMENTALISMO


Y LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA

Ha llegado el momento de intentar dar una res-


puesta a nuestra pregunta inicial: ¿a la luz de las exi-
gencias conjuntas del constitucionalismo y del mul-

op. cit., nota 20, p. 202) y el principio de la inclusión ciudada-


na (cfr. Walzer, M., “Exclusion, Injustice, and the Democratic
State”, Dissent, 40, 1993, p. 64), ambos particularmente im-
portantes para la sociedad multicultural.
115 Held, D., Democracy and the Global Order. From the Mo-
dern State to Cosmopolitan Governance, Cambridge, Polity Press,
1995, y también Dryzek, J. S., Transnational Democracy, ahora
en Deliberative Democracy and Beyond, cit., pp. 115-139.
82 FRANCESCO VIOLA

ticulturalismo es satisfactoria una concepción pu-


ramente procedimental de la democracia?
Se necesita recordar que existen diversos modos
de entender un procedimiento y, consiguientemente,
existen concepciones diversas de “procedimenta-
lismo”. Rawls ha distinguido tres formas de proce-
dimentalismo en el tema de la justicia, y nos servi-
remos de esta compilación para responder a nuestra
pregunta.116
El procedimentalismo puro se basa en el supues-
to de que no existe un criterio independiente del
procedimiento para valorar sus resultados. No se
sabe a priori, por ejemplo, cuando los resultados de
una distribución son justos, sino que existe un pro-
cedimiento equitativo y razonable, que si se sigue
correctamente, conduce a resultados ipso facto equi-
tativos y justos. Pero cuáles deben ser estos resulta-
dos se podrá decir sólo después de la aplicación del
procedimiento y no antes. El ejemplo de escuela es
el de la lotería, que es un procedimiento en el cual
todos tienen la misma oportunidad de ganar el pre-
mio. Si las operaciones del sorteo son seguidas sin
engaños, el afortunado gana justamente, pero, ¿se
pue- de decir de aquel que es quien debería de haber
ganado? En el procedimentalismo puro queda duda

116 Rawls, J., A Theory of Justice, Oxford, Oxford University


Press, 1999, pp. 74 y 75.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 83

si el resultado correcto se puede considerar el “jus-


to” o bien el no injusto. Esto depende de la capaci-
dad epistémica que se atribuye al procedimiento
mismo.
En el procedimentalismo perfecto existe un cri-
terio independiente que dice cual resultado es justo,
y existe un procedimiento que conduce infalible-
mente a este resultado. El ejemplo aportado por
Rawls es el de la división de un pastel; asumiendo
que es justa la división en partes iguales, entonces
bastará seguir el procedimiento por el cual aquel
que reparte debe tomar el último pedazo. Obvia-
mente estará constreñido a dividir el pastel en par-
tes iguales, de otro modo, le tocaría la parte más pe-
queña.
Para volver a nuestro tema, podemos agregar que
la concepción rousseuniana de la democracia puede
ser considerada como una forma de procedimenta-
lismo perfecto. El criterio independiente de justicia es
la voluntad general y existe —según Rousseau— un
pro cedi mien to de mo cráti co, aquel del prin cipio
de mayoría que “garantiza” cual sería el contenido de
esta voluntad. En este caso —como ya se ha di-
cho— el procedimiento tiene un valor epístémico,
esto es, el principio de mayoría es el modo para al-
canzar la verdad práctica de la decisión colectiva.
En el procedimentalismo imperfecto existe un
criterio independiente que dice cuál resultado es
84 FRANCESCO VIOLA

justo, y existe un procedimiento que, sin embargo,


no conduce siempre e infaliblemente a dicho resul-
tado. El ejemplo de escuela es el del proceso penal,
que está construido con la finalidad de condenar al
culpable y absolver al inocente, pero el resultado no
está asegurado en modo infalible por el procedi-
miento previsto, aun con todos los cuidados del caso.
El procedimiento dispuesto es aquel que con el más
alto grado de probabilidad puede alcanzar la verdad
práctica, pero esto no está asegurado.
Si ahora nos preguntamos cuál de estas formas
de procedimentalismo sería apropiada para aquella
deliberación colectiva que es propia de la democra-
cia constitucional deliberativa, así como ha sido
por nosotros configurada, a primera vista parece
que la candidata más propicia sería precisamente
la última, esto es, el procedimentalismo imperfec-
to.117 De hecho, en una democracia constitucional
deliberativa existen criterios independientes de la
deliberación colectiva, que consisten en los valores
constitucionales y en los derechos fundamentales.
La deliberación legislativa, en tanto sujeta a víncu-
los de diversos géneros, no se puede decir que al-

117 Es esta, de hecho, la orientación seguida por algunos teóri-


cos de la democracia deliberativa. Cfr. por ejemplo Gutmann,
A. y Thompson, D., Democracy and Disagreement, cit., nota
27, núm. 34, p. 368.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 85

cance infaliblemente resultados conforme a tales


valores y derechos, como es ampliamente mostrado
por las sentencias de las cortes constitucionales,
que, por otro lado, a menudo no son ellas mismas
infalibles.
Esto que no convence en esta reconducción de la
deliberación democrática en el ámbito del procedi-
mentalismo imperfecto, es el considerar los valo-
res constitucionales y los derechos fundamentales
como un criterio independiente del procedimiento
deliberativo. Es así, sin duda, en el modelo de la
Constitución-custodio, para el cual tales valores y
derechos están ya completos y bien individualiza-
dos, pero no ya en el modelo de la Constitución-si-
miente, para el cual ellos están en un estado em-
brionario y son determinados y desarrollados por el
pro cedi mien to mis mo. He mos di cho, de he cho,
que ésta tiene por objeto estos valores y derechos, que
por tanto no son totalmente “independientes”, sino
que adquieren forma y determinación precisamente
después de la aplicación del procedimiento delibe-
rativo.
Con base en esta consideración debemos con-
cluir que ninguna de las tres formas de procedi-
mentalismo es aplicable a la deliberación democrá-
tica. Ella tiene características propias, que no son en
rigor compatibles con la noción misma de “procedi-
mentalismo”: existe un criterio externo al proce-
86 FRANCESCO VIOLA

dimiento (a diferencia del procedimentalismo puro);


no existe un criterio externo totalmente independien-
te del procedimiento (a diferencia del procedimen-
talismo imperfecto), sino que éste es interno e in-
manente al procedimiento mismo;118 el resultado
tiene un cierto valor epistémico, pero no ya en vir-
tud del principio de mayoría (como en el procedi-
mentalismo perfecto), sino en la medida en la que el
criterio interno es hecho valer en lo mejor de su po-
tencialidad.
He dicho que la deliberación democrática no es
“en rigor” una forma de procedimentalismo, por-
que creo que es esencial en esto que el criterio de
justicia, el que sea, sea independiente del procedi-
miento en cuanto esto asegura el formalismo del
procedimiento mismo y su invariable y correcta
aplicación. Pero ahora, más allá del procedimenta-
lismo puro, que minimiza un criterio independien-
te, y del imperfecto y perfecto, que en cada caso
distinguen tal criterio del procedimiento adoptado,
se presenta también la posibilidad de que no exista
una nítida separación entre el procedimiento y el cri-
terio de valoración de sus resultados. Se da el caso
118 Esta constatación es compartida en cierta medida por Forst
cuando señala que “the normative standards that trascend exis-
ting procedures and results of democratic justification are at
the same time standards immanent to these procedures”. Forst,
R., “The Rule of Reasons”, op. cit., nota 62, p. 374.
LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA 87

que la determinación y la especificación del criterio


sean el objeto mismo del procedimiento y que éste
tenga una función interpretativa. El criterio de va-
loración conserva una cierta independencia, porque
de otro modo el procedimiento no sería en sentido
propio “interpretativo”, pero, por otra parte, no hay
forma de capturar el criterio y de aplicarlo sino a
través de una interpretación del mismo, esto es,
siempre al interior del mismo procedimiento deli-
berativo. En suma, cada uso de los valores constitu-
cionales se hace siempre al interior de un procedi-
miento deliberativo de tipo interpretativo. Y, sin
embargo, sus resultados no son automáticamente
justos, ni sus interpretaciones necesariamente co-
rrectas, porque los valores internos son al mismo
tiempo trascendentes y excedentes respecto del
procedimiento mismo. En suma, el procedimiento
deliberativo, si se considera en toda su complejidad
y extensión, es un self-critical enterprise.
En otra parte he designado esta modalidad de jui-
cio y de decisión como “procedimentalismo razo-
nable”, porque la razonabilidad es la forma de la
elección práctica.119 Pero en rigor estamos frente a
una práctica social, que ha sido bien definida como
“cualquier forma coherente y compleja de actividad
humana cooperativa socialmente establecida, me-
119 Cfr. Viola, F. y Zaccaria, G., op. cit., nota 10, pp. 38-44.
88 FRANCESCO VIOLA

diante la cual los valores innatos en tal forma de ac-


tividad vienen realizados en el curso del intento por
alcanzar aquellos paradigmas que pertenecen a ella
y parcialmente la definen”.120 Además, se necesita
agregar que la deliberación de la democracia cons-
titucional deliberativa es una práctica social de tipo
interpretativo, en la cual la razonabilidad opera al
interior de valores presupuestos. Estas son las bases
de la comunidad para una sociedad pluralista, no ya
en virtud de una formulación abstracta, sino sólo en
cuanto que, a través de esta práctica social, se gene-
ran comportamientos y conceptos interpretativos
compartidos.121

120 MacIntyre, A., After Virtue. A Study in Moral Theory,


Notre Dame, Indiana, University of Notre Dame Press, 1984,
p. 225.
121 Para un desarrollo de esta concepción hermenéutica de la
deliberación social y política, remitirse a Viola, Francesco, op.
cit., nota 43, pp. 154-178.
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ACERCA DEL AUTOR

Catedrático de Filosofía del derecho en la Universi-


dad de Palermo; codirector de la colección “Recta
Ratio”, de la revista Ragion Pratica y de Ars Inter-
pretandi. Annuario di Ermeneutica Giuridica; vice-
presidente del Comitato Científico de la Società Ita-
liana di Filosofia del Diritto e Filosofia Politica.
En 2000 recibió el premio del Club de juristas al
mejor libro jurídico italiano del año. Sus trabajos se
enfocan a temas como la ciencia y la interpretación
jurídica, el concepto de ley, el pensamiento de Tho-
mas Hobbes, el concepto de autoridad jurídica y po-
lítica, ordenamiento y sistema jurídico, derechos
del hombre y ley natural, hermeneútica jurídica, de-
recho y moral, naturaleza y derechos, multicultura-
lismo.
Entre sus obras destacan: Il diritto come pratica
sociale; Dalla natura ai diritti. I luoghi dell’etica
contemporanea; Identità e comunità. Il senso mora-
le della politica; Etica e metaetica dei diritti umani;
Diritto e interpretazione. Lineamenti di teoria erme-
neutica del diritto; Le ragioni del diritto y forme de-
lla cooperazione. Pratiche, regole, valori.

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