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FACULTAD DE CIENCIAS PSICOLOGICASPSICOLÓGICAS

MAESTRÍA EN PSICOANÁLISIS

Márcia Alves de Camargo Lacerda

La relación entre el deseo y el objeto a:


el fantasma en el diván.

Buenos Aires

2018
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Márcia Alves de Camargo Lacerda

La relación entre el deseo y el objeto a:


el fantasma en el diván.

Tesis presentada al Programa de Maestría en


Psicoanálisis de la Universidad Kennedy, Buenos Aires,
Argentina, para obtención del título de Maestro en
Psicoanálisis.

Directora Dra. Loray, Alejandra

Buenos Aires

2018

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Márcia Alves de Camargo Lacerda

La relación entre el deseo y el objeto a:


el fantasma en el diván.

FOLHA DE APROVAÇÃO

Buenos Aires

2018

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Agradecimientos

Agradezco a la Universidad Kennedy y al Programa de Maestría en Psicoanálisis, por

acompañarme en este proyecto, en especial a los maestros que me inquietaron y me impulsaron. Commented [JLdGM1]: Sugerencia: “que despertaron mi
inquietud”. Inquietaron remite a otro sentido: provocar miedo o
angustia. Ya la frase sugerida, se interpreta como “despertaron mi
A mi directora de tesis, Alejandra Loray, que al portar en su cuello el pigmento de la curiosidad”

inicial de su nombre, me convocó a pensar en la constitución del objeto a mientras demostraba,

de forma elocuente en el cuadro negro, la constitución subjetiva por la operación de la división Commented [JLdGM2]: En español sería Pizarra, que es lo
mismo que “cuadro negro” en Portugués.

del S por el A.

Sin jamás poder disociar la experiencia de la escrita aquí desarrollada de la escucha y de

las palabras vehiculadas en la clínica psicoanalítica, agradezco a mi analista, Tania Vanessa

Nöthen Mascarello por la paciencia en la escucha de los dramas del fantasma y por el coraje y

perspicacia en los cortes metonímicos que me enderezaran he apartado, tal como una banda de Commented [JLdGM3]: “Enderezaran” sería la traducción de
“desviraram”

Moebius, en la búsqueda del deseo.

A los analizantes que me confiaron el lugar de analista, dándome la oportunidad de

escucharlos una vez más a través de esta escrita.

A los colegas que componen la Maiêutica Instituição Psicanalítica de Florianópolis por

ocupar el lugar del “más Uno” y me han acompañado en el recorrido de la formación permanente

en Psicoanálisis.

A mis padres, por lanzar su deseo en el mundo y me he dado la oportunidad de Commented [JLdGM4]: Sugerencia: “y que me ha dado la
oportunidad de perseguirlo”

perseguirlo.

A mi fiel compañero de jornada, mi marido Cesar, por compartir conmigo esta

experiencia del Amor al Deseo y a mis hijos, Gustavo y Gabriela, por mostrarme en el cuerpo,

cada uno a su estilo, que la distancia física que divide al globo terrestre en dos partes idénticas no

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es nada más allá de lo físico, una vez que, psíquicamente, seguimos juntos lanzando el objeto

causa de deseo para un mucho más allá.

¡Mis sinceros agradecimientos!

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Resumen

A partir de un cuestionamiento en cuanto al trabajo en la clínica psicoanalítica con el fantasma,

el presente estudio buscó comprender aquello de lo que se trata este concepto y la relación por él

actuada entre el deseo y el objeto a. Así, por medio de una investigación conceptual de las

formalizaciones teóricas de Freud y Lacan, nuestro estudio se inició por el tema de la

especulación freudiana acerca de la formación de los síntomas, su relación con la angustia y la

formación del fantasma fundamental para, luego, acceder a las relecturas lacanianas sobre estos

mismos conceptos y llegar a la proposición del objeto a en cuanto causa de deseo, del deseo en

cuanto deseo del Otro, y además, de la fórmula del fantasma en cuanto soporte del deseo y

cobertura contra la angustia, una vez que transcribe la relación entre el sujeto tachado con el

objeto causa del deseo. Sin poder dejar de lado la exploración del grafo del deseo, fue posible Commented [JLdGM5]: Sem poder furtar-se a / Sin poder
privarse la
Sugerencia: Sin poder dejar de lado la exploración…
lanzar luz sobre la Constitución subjetiva y la dependencia en cuanto a tal relación que encuentra

en el Complejo de Castración su base irreductible inicial. Avanzando por estos conceptos Commented [JLdGM6]: Sugerencia: “y la dependencia en
relación al Complejo de Castración, donde encuentra su base
reductible inicial.”
constituyentes e interpelando sobre la posición del analista en el lugar del objeto a, de donde

hace valer aquello que Lacan denomina “deseo del analista”, se llegó a la formulación de la Commented [JLdGM7]: Cita?
Commented [JLdGM8]: Frase original: “se llegó a la
transferencia como campo de trabajo en el cual transitan analista y analizante, posibilitando la formulación de…” / Sugerencia: “Se llegó al momento (al punto)
(teórico) de formulación de la transferencia como campo de
trabajo…”
actuación del fantasma en la aproximación de la constitución subjetiva y en la contingencia de

contacto con el deseo. Al final del estudio se presenta una síntesis de la elaboración lacaniana Commented [JLdGM9]: Palabra original en el texto:
Formación/formulación

con relación a las cinco formas de aparición del objeto a, sus respectivos fantasmas

fundamentales y sus posibles atravesamientos a partir de la relación revivida por el sujeto en

análisis.

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Resumo

A partir de um questionamento quanto ao trabalho na clínica psicanalítica com o fantasma, o

presente estudo buscou compreender do que se trata este conceito e a relação por ele atuada entre

o desejo e o objeto a. Assim, por meio de uma investigação conceitual das formalizações teóricas

de Freud e Lacan, iniciando-se pela teorização freudiana acerca da formação dos sintomas, sua

relação com a angústia e a formação da fantasia fundamental chegou-se às releituras lacanianas

sobre os mesmos conceitos e à proposição do objeto a enquanto causa do desejo, do desejo

enquanto desejo do Outro, e ainda, da fórmula do fantasma enquanto suporte do desejo e

cobertura contra a angústia, uma vez que transcreve a relação entre o sujeito barrado pela

linguagem com o objeto causa do desejo. Sem poder furtar-se a exploração do grafo do desejo,

foi possível lançar luz sobre a constituição subjetiva e a dependência quanto a tal relação que

encontra no Complexo de Castração sua base irredutível inicial. Percorrendo estes conceitos

estruturantes e interpelando-se sobre a posição do analista no lugar do objeto a, de onde será

possível fazer valer aquilo que Lacan denomina por desejo do analista, chegou-se à formulação

da transferência enquanto campo de trabalho por onde transitam analista e analisante,

possibilitando a atuação do fantasma, na aproximação da constituição subjetiva e no contato com

o desejo. Ao final do estudo apresenta-se uma síntese da formulação lacaniana quanto às cinco

formas de aparecimento do objeto a, seus respectivos fantasmas fundamentais e os seus possíveis

atravessamentos a partir da relação reatuada pelo sujeito em análise.

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Abstract

Based on the questioning of the psychoanalytic clinics work with the phantasy (phantasm), the

present study sought to understand what this concept is about and the relationship supported

from it between the desire and the object a. Thus, through a conceptual research of the

theoretical perspectives from Freud and Lacan, initiated by Freudian theorizing about the

symptoms, their relation to anxiety and the formation of fundamental phantasm, reached the

Lacanian re-readings on the same concepts and arrive at the proposition of the object a as cause

of desire, the desire as the desire of the Other, and also on the formula of the phantasm as a

desire’ support and cover against anguish, once it presents the relationship between the subject-

barred with the object cause of desire. Not being able to avoid the exploration of the graph of

desire, it was possible to shed light on the subjective constitution and on the dependence on such

a relation that finds in the Castration Complex its initial irreducible base. Traveling through

these structuring concepts and questioning the analyst’s position in the object a’ spot, from

where it is possible to assert what Lacan calls by the analyst’s desire, the formulation of the

transference as a field of work between analyst and analyzer where the phantasm can be acted in

the subjective constitution approximation and in the possibility of desire’s contact. At the end of

the study is presented a synthesis of the Lacanian formulation regarding the five forms of

appearance of the object a, its respective fundamental phantasms and its possible crossings by

the relation revived by the subject in analysis.

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Sumario

Introducción ...............................................................................................................................................................210

La formación de los síntomas en Freud .....................................................................................................................817

1.1) Desarrollos sobre los caminos de formación de los síntomas en las Conferencias introductorias................817

1.2) Algunas teorizaciones freudianas acerca de la angustia y su relacion con la formación de los síntomas ........2534

Capítulo 2 ................................................................................................................................................................3544

La formación del fantasma (fantasía) fundamental en Freud y Lacan .....................................................................3544

2.1) Pegan a un niño ................................................................................................................................................3544

2.2) Las vías perversas del deseo .............................................................................................................................4149

2.3) Síntoma y fantasma: delimitaciones clínicas ....................................................................................................4453

El sujeto del deseo ...................................................................................................................................................5563

3.1) El surgimiento del sujeto en el grafo del deseo ................................................................................................5563

3.1.1) La interdicción del sujeto por el lenguaje [$]. .......................................................................................6270

3.2) El deseo es el deseo del Otro ............................................................................................................................6876

3.2.1) El deseo en el sueño. ...............................................................................................................................7482

3.2.2) El fantasma como soporte del deseo. .....................................................................................................8088

3.3) Objeto a, causa del deseo .................................................................................................................................9097

Capítulo 4 ............................................................................................................................................................105111

El fantasma como posibilidad de trabajo .............................................................................................................105111

4.1) La Transferencia, del Amor al Deseo ...........................................................................................................105111

4.2) El Analista entre la Angustia y el Deseo ......................................................................................................110116

4.3) Los cortes de a..............................................................................................................................................117123

4.4) Atravesamientos del fantasma ......................................................................................................................127133

Conclusión ...........................................................................................................................................................131136

Referencias ..........................................................................................................................................................141146

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Introducción

Frente a la experiencia vivida en el trabajo de la clínica psicoanalítica, sea en el lugar del

analizante o del analista, no hay como dejar de cuestionarse sobre el acto analítico y la forma de

un análisis causar efectos. ¿Con cuáles instrumentos opera el analista? ¿Cómo ese trabajo sería

capaz de causar efectos en la vida del analizante y direccionarlo a una mudanza subjetiva que sea

capaz de aliviarlo de aquello que ha traído al análisis?

Buscando respuestas a esas cuestiones por entre los conceptos presentados en la relectura

lacaniana de la obra de Freud, se encuentra, en la formula del fantasma [$<>a] — sujeto tachado

pulsión de a –, una posibilidad de trabajo clínico que se daría en el campo de la relación del

sujeto con el objeto a, este en cuanto objeto causa del deseo.

La especulación lacaniana en cuanto al objeto a proviene del objeto de amor primordial Commented [JLdGM10]: Original: proveen

presentado por Freud. En ese sentido, este fue pensado como resto de la relación del sujeto Commented [JLdGM11]: Original: el

mítico (S) con el gran Otro (A). Una relación que es estructurante de la vida subjetiva y que se

actualiza en la construcción fantasmática del sujeto. El objeto a es uno de los componentes de la

fórmula del fantasma que vehicula tal relación como base de todas las demás, también de la

relación analítica – analista-analizante –, señalando que, en la dirección de la cura, estarían los

sucesivos atravesamientos del fantasma proporcionados por la relación analítica, posibilitando el Commented [JLdGM12]: Original: la

pasaje del síntoma al sinthome. Pero ¿cómo comprender al fantasma y sus atravesamientos? Y

aún, ¿cómo el trabajo de un análisis con el fantasma reproduce periódicas repeticiones de la

relación entre el deseo y el objeto a y crea el alivio del síntoma que lleva el sujeto al consultorio

psicoanalítico?

En el Seminario 6, Lacan (1958/2015) teoriza sobre el deseo como aquello que se Commented [JLdGM13]: VER NORMA APA

presenta sin palabras en análisis. Traza el grafo de deseo demostrando el surgimiento del sujeto a Commented [JLdGM14]: Original: al
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partir del deseo del gran Otro, siendo este el lugar del lenguaje que lo atraviesa. Así, presenta al Commented [JLdGM15]: Original: este siendo

sujeto como anulado por el lenguaje, por el Otro, perseguidor de un deseo que no sabe, que es Commented [JLdGM16]: Original: el

inconsciente, perteneciente al campo del lenguaje, por ende, constituido a partir del deseo del

Otro.

Pero ¿qué es el deseo del Otro? Delante de la falta de un saber que afecta al sujeto, este se

ve cuestionado. Ahora bien, si del deseo no se sabe, ¿cómo operar con él en un análisis? ¿Cómo Commented [JLdGM17]: todavía,

desde el lugar del analista es posible acompañar al sujeto en el recorrido del inconsciente, Commented [JLdGM18]: del

marcando el lugar de la habla y restableciendo el sujeto del deseo?

Tal proposición apunta para el deseo del analista como posibilidad de producción del acto Formatted: Highlight

analítico, delante del cual el analista hará operar el análisis, por medio del lenguaje, transitando

por la transferencia con el analizante – en ese campo, dando testimonio de la presencia del

inconsciente, sea a través de actos fallidos, de los chistes, de los sueños, de los síntomas, de las

formaciones del inconsciente, escribiendo el lugar de la falta y, así, restableciendo el sujeto del

deseo.

En El sujeto y el otro – la alienación, Lacan (1964/2008) recorre sobre lo imposible de

nombrar en la experiencia del sujeto, algo que escapa a la estructura del lenguaje, marcando, por

lo tanto, la dimensión de lo Real, como aquello que no cesa de no inscribirse y que equivale a la

castración en la vida sexual del neurótico. Así, lo Real sería equivalente a la castración, ambos

estructurantes de la constitución subjetiva, de manera que estarían ligados al sujeto del deseo y

comportarían al campo del trabajo de un análisis.

En su relectura del texto freudiano, Pegan a un niño, en el Seminario 4, Lacan (1956-

57/1995) propone la existencia del fantasma como un elemento presente en el cuadro clínico de

los analizantes que compone la historia estructural del sujeto y que se manifiesta en todos sus

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síntomas. Según él, el fantasma es una formulación y una organización dramática de la vida

pulsional, primitiva y primordial del sujeto que se construye por la posibilidad de la palabra

actual, por lo tanto, que se actualiza en el análisis.

En la obra freudiana, no encontramos el termino fantasma, mas si el análogo fantasía1, la

cual ocupa un lugar prominente en su teoría, especialmente a partir de la segunda tópica, por

ende, es en el texto Pegan a un niño – Una contribución al Estudio del Origen de las Perversiones

Sexuales, que Freud (1919e/1996) presenta un verdadero compendio de su especulación sobre el

origen de la fantasía en el neurótico. Se trata de un relato clínico acerca de la formación de la

fantasía en una fase infantil muy remota trayendo en sí el trazo primario de la perversión. En la

introducción del texto, Freud lo clasifico como el texto más esclarecedor sobre los motivos que

conducen a la represión, explicando, a lo largo de lo mismo, la creación de la fantasía

fundamental por el pasaje por el complejo del Edipo, siendo aquella una cicatriz de este y, por lo

tanto, permaneciendo en el inconsciente sobre la guardia vigilante de la represión.

Miller (1984/1987), en Dos Dimensiones Clínicas: Síntoma y fantasía, presenta

consideraciones fundamentales y esclarecedoras sobre el que hacer psicoanalítico, destacándose

inicialmente la inexistencia de la clínica sin la ética, la cual se viabiliza a partir del deseo del

analista, único capaz de hacer funcionar la transferencia, terreno base para el trabajo del análisis.

Destaca en su texto que, en la dirección de la cura, se hace importante considerar las diferencias

entre el síntoma y el fantasma, entre esos, inicialmente, el síntoma como siendo aquel que lleva

al sujeto al análisis; e, inversamente, al fantasma, aquel que tiene la posibilidad de conducir al

sujeto a un fin de análisis.

1
En este trabajo , los términos fantasía e fantasma son utilizados como sinónimos, una vez que el termino fantasía
es utilizado en las traducciones para el idioma portugués de las obras de Freud y Lacan.

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Síntoma y fantasma se presentan como dos puntos importantes de trabajo en la clínica,

siendo puntas complementarias, relacionadas al complejo del Edipo. En Subversión del sujeto y

la dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano, Lacan (1960/1998) reescribe el aforismo

freudiano, diciendo que el Edipo es un mito y que el complejo es el de la castración, siendo esta

la marca de la falta constituyente que estructura al sujeto del deseo.

En la Conferencia XXIII – Los caminos de las Formaciones de los Síntomas, al presentar

las modificaciones por las cuales pasó su teoría, Freud (1916-1917/1969) expone que, en la vida

sexual de los neuróticos, la formación de los síntomas tienen origen en las fantasías y que estas

están ligadas al complejo del Edipo. Además de eso, en Sobre el Narcicismo: Introducción,

Freud (1914c/1996) trata de explicar el camino de la libido en las diferentes estructuras clínicas,

subrayando que la patología, en la estructura neurótica, aparece en el momento en que hay un

desplazamiento de la libido hasta la fantasía.

Tanto la obra freudiana, al presentar los conceptos fundamentales del psicoanálisis, como

los seminarios lacanianos, al explicarlos y revelarlos, versan sobre las cuestiones que se enuncian

en la dinámica subjetiva, frente a la cual se mantiene la relación entre el deseo y el objeto a,

fundamentales para la comprensión del manejo clínico.

Delante de las cuestiones iniciales levantadas en cuanto al quehacer psicoanalítico en

relación al sufrimiento humano, el presente trabajo de investigación se trató de una investigación

teórica bibliográfica de cuño cualitativo con objetivo exploratorio y descriptivo de las obras de

Freud y Lacan, teniendo como objetivo aclarar como se da el trabajo en la clínica psicoanalítica

con el fantasma del sujeto, el cual vehicula la relación entre deseo y el objeto a.

En ese recorrido, el estudio se inició por la especulación freudiana acerca de las

formaciones de los síntomas, de la fantasía fundamental y la función de la de la angustia en la

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constitución de la neurosis constituyéndose, a partir de ahí, el primer capitulo del presente

trabajo. En la compresión de la formación de los síntomas, fueron seleccionadas algunas de las

conferencias introductorias dadas por Freud por presentar lectura clara y didáctica de sus

conceptos teóricos básicos. Tales textos declinan las primeras teorizaciones freudianas acerca de

la fantasía, de forma que se buscó destacar, especialmente de estos, la relación entre el síntoma y

la fantasía, sin embargo, fue el texto Pegan a un Niño el elegido como base de comprensión

acerca de la formación de la fantasía fundamental. Ya con relación a la angustia, fueron

exploradas la Conferencia XXV, La Ansiedad2, y la Conferencia XXXII, Ansiedad y Vida

Instintual, destacándose de ellas los desarrollos principales para la comprensión de las neurosis y

de la formación de los síntomas.

En la segunda fase de la investigación, fue construido el segundo capitulo, en el cual se

emprendió la búsqueda de los mismos conceptos en la obra lacaniana, donde se encuentran las

teorizaciones sobre el objeto a en cuanto causa del deseo, sobre la formula del fantasma como

soporte del deseo y cobertura contra la angustia. Como texto inicial de la obra lacaniana, se

utilizó Pegan a un niño y al joven homosexual por presentar la relectura de la formación del

fantasma fundamental en Freud. En esta fase del estudio, el texto de Miller (1984/1987) Dos

Dimensiones Clínicas: Síntomas y fantasías fue esclarecedor por presentar las diferencias que

pueden ser observadas entre los conceptos de síntoma y fantasma presentados en las obras de

Freud y Lacan.

2
La palabra ansiedad es utilizada en la traducción de las obras completas por la Imago en Brasil, sin embargo, en
este trabajo se utiliza a la traducción del original angst por angustia, la excepción de cuando se utiliza para referirse
al título de las Conferencias XXV y XXXII, así como en las citas literales de la obra freudiana utilizada.

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En el tercer capítulo, fue tomado el deseo como centro de investigación en la obra

lacaniana. Explorando el grafo del deseo presentado en el Seminario 6 (1958/2015) fue posible

comprender el surgimiento del sujeto dividido por el lenguaje y perseguidor de un deseo que no

conoce, un lugar de falta que remetió a la especulación en cuanto al punto de la angustia y del

deseo del Otro. En este capitulo, además se aludió al deseo en el sueño presentado por Lacan en

su relectura de la Traumdeutung freudiana, como también se habló sobre el fantasma como

soporte del deseo y cobertura contra la angustia. Al final de este capitulo, dedicado a la

exposición del deseo para el psicoanálisis y con el objetivo de delimitar la utilización del

concepto en el presente estudio, el objeto a fue presentado como objeto causa del de deseo, tal

como refiere Lacan (1962-1963/2005) en el Seminario 10.

Por fin, en el cuarto capitulo, se busco abarcar los conceptos tratados a lo largo del

estudio y traerlos para el trabajo clínico conforme la propuesta lacaniana. Así, se interpelo sobre

la transferencia en cuanto campo de trabajo como el fantasma y la dosis de angustia necesaria a

la aproximación del deseo. En este sentido, fue posible reconocer el lugar del analista en calidad

de deslizamiento de a, un lugar de espera – Erwartung – donde el sujeto está en suspenso y

mantiene una relación con el deseo. El estudio termina con una síntesis de la presentación

lacaniana en cuanto a las cinco formas de aparición del objeto a, sus respectivos fantasmas

fundamentales y sus posibles atravesamientos en análisis.

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Capítulo 1

Especulaciones sobre el síntoma

1.1) Los caminos de formación de los síntomas

1.1.1) El sentido de los síntomas y la laguna inconsciente. En la Conferencia XVII - El

sentido de los Síntomas, Freud (1917[1916]/1976) refiere sobre la subjetividad del síntoma al

recordar que, para el psicoanálisis, diferentemente de la psiquiatría, el síntoma tiene un sentido

que es peculiar a la vivencia sexual3 de cada sujeto. En el desarrollo de esa idea, emprende una

diferenciación entre síntomas típicos de una enfermedad – prácticamente los mismos para todos

los pacientes – y los trazos individuales, los cuales tornan posible la interpretación histórica

relativa a la vivencia del sujeto, concluyendo de esta forma que es la vivencia subjetiva que

determina la manifestación de los síntomas típicos. Tal desarrollo puede ser visto como un

ensayo de su especulación de las series complementarias que presentará más tarde en la

Conferencia XXII.

Buscando ilustrar esa concepción, presenta dos casos de neurosis obsesiva, trazando antes

importantes consideraciones acerca de las características observadas en la clínica. Destaca que la

interpretación del síntoma en la neurosis obsesiva, por ejemplo, encuentra fuerte resistencia

frente a una especie de “energía” (Freud, 1917[1916]/1976, p. 307) delante de la cual habría un

desplazamiento, dificultando la comprensión del sentido del síntoma y su interpretación, así

punteando para la necesidad de establecer conexiones a cada uno de los síntomas presentados

antes de trabajar por su eliminación. En ese momento de la especulación, Freud elabora que la

interpretación y la traducción del síntoma no serian suficientes al trabajo psicoanalítico siendo

necesaria la construcción de nuevas conexiones y representaciones, llenando las lagunas


3
Como el presente texto se trata de traducción del original en Portugués, todas las citas fueran traducidas pelo
propio autor.

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asociativas y buscando desvendar la situación pasada en la cual la idea que se presentara sin

sentido se justificaría dando la acción patológica un propósito.

Freud (1917[1916]/1976) rescata, en la Conferencia XVIII – fijación en traumas, el

inconscientes, los dos casos presentados en la conferencia anterior a fin de ampliar su

comprensión con relación a dos puntos principales. Profesa inicialmente hacia el sentido

económico de los síntomas al afirmar que ellos y sus consecuencias, tanto en las neurosis

traumáticas (de guerra) como en las espontaneas, conducirían el paciente hasta su pasado remoto,

manteniéndolo alienado del presente y del futuro, fijándolo en esa fase donde hay una mayor

cantidad de energía psíquica. Tal exceso de energía evidenciaría el punto de fijación como

traumático, de esa forma, marcando la neurosis como resultado de la incapacidad del sujeto en

lidiar con una situación extremamente aflictiva, un padecimiento traumático.

Recuerda que tal concepción ya hacia parte de sus primeras formulaciones con Breuer en

1893 y 1895, mientras, frente de la dificultad de interpretación de los síntomas presentados por

una de las pacientes de la Conferencia XVII – caso en el cual se encontraba el mismo significado

de lo traumático –, advierte que no se debe excluir la importancia del sentido económico de los

síntomas, pero sin considerar la existencia de algo más en la cusa de las neurosis, una vez que a

pesar de la asertiva de que toda neurosis incluye una fijación, “ ni toda fijación conduce a la

neurosis, coincide con una neurosis o surge debido a una neurosis” (Freud, 1917[1916]/1976, p.

326).

Siguiendo en sus teorizaciones, Freud (1917[1916]/1976) levanta como segundo punto

descubierto en la conducción de los casos antes narrados, la existencia de una pérdida de

conexión entre la vivencia traumática y el acto patológico que hace deducir la existencia de una

región aislada en la mente. Así reafirma la presencia de los procesos mentales inconscientes,

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10

concluyendo, además, que siempre por detrás de un síntoma hay un contenido inconsciente que

contiene el sentido del síntoma, por lo tanto, tornar consciente lo inconsciente no es suficiente

para hacer desaparecer al síntoma, siendo necesarias, por lo tanto, adaptaciones a la técnica

inicial del psicoanálisis.

En este momento, Freud (1917[1916]/1976) indica que el síntoma es un sustituto de

alguna otra cosa que nunca sucedió, funcionaria como una troca, como si, en algún momento del

curso de los procesos mentales del inconsciente al consciente, hubiese ocurrido una interrupción,

siendo el sentido de los síntomas obligado a permanecer inconsciente.

Tal sustitución ocurrida en el curso de los procesos mentales y la relación de la formación

de los síntomas con el inconsciente hace con que Freud (1917[1916]/1976) compare la neurosis

con el desconocido, el resultado “(...) de una especie de ignorancia – un no-saber acerca de

acontecimientos mentales de se debería saber” (p. 331), alertando que, aunque un psicoanalista

experimentado pueda comprender cuales son los impulsos mentales inconscientes presentes en la

formación de los síntomas, estos son apenas una parte del sentido, quedando desconocida la

conexión entre los síntomas y las experiencias del paciente.

Así, puntúa que el saber medico sólo puede ser utilizado para colocar al análisis en

funcionamiento y trabajar como la “dinámica de la construcción de los síntomas”, mientras el

conocimiento del paciente acerca del sentido del síntoma es lo que puede venir a causar una

mudanza subjetiva en la vida del paciente. En las palabras de Freud (1917[1916]/1976): “los

síntomas desaparecen cuando su sentido se torna conocido”, de tal forma que es necesario que tal

conocimiento pueda “causar una modificación interna del paciente” (p. 332).

Previene que, a pesar de la extensa explicación tratada en la Conferencia XVIII, Fijacion

en Traumas – el Inconsciente, sobre los puntos esenciales al respecto del sentido de los síntomas,

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del inconsciente y de la relación entre ambos, se tornó posible comprender el trabajo

psicoanalítico en dos direcciones, tanto como un problema clínico en la comprensión de la forma

con que las personas enferman, en cuanto como un problema de la dinámica mental que apunta

para la forma con que los síntomas se desenvuelven a partir de la causa de las neurosis (Freud,

1917[1916]/1976).

A partir de estas ideas, Freud (1917[1916]/1976) afirma que tornar al inconsciente

consciente pasó a ser equivalente a llenar las lagunas de la memoria que se formaron por la

amnesia característica del curso de la formación de los síntomas, sea una amnesia verdadera, tal

como en la histeria, o un rompimiento de la conexión, como en la neurosis obsesiva, siendo

importante comprender el propósito del síntoma a fin de posibilitar una mudanza subjetiva del

paciente.

1.1.2) La represión y los efectos de lo reprimido. En la Conferencia XIX – Resistencia

y Represión, Freud pasa a tratar dos puntos de la experiencia clínica: la dinámica de la neurosis

por la acción de la resistencia y la producción de los síntomas como sustitutos de una

satisfacción sexual frustrada. Denominando inicialmente la resistencia por represión, anota ser

ella una acción del paciente frente a una vivencia de displacer, momento equivalente al de la

formación de os síntomas, y, por lo tanto, precondición de estos. Para comprender esa acción en

la clínica, dice ser la misma acción emprendida por el paciente cuando se busca la resolución de

sus síntomas, o sea, es la fuerza de la represión actuando en el tratamiento psicoanalítico “contra

nuestro esfuerzo de tornar consciente aquello que es inconsciente” (Freud, 1917[1916]/1976, p.

346).

Recordando su especulación sobre la existencia de una región aislada en la mente tratada

en la Conferencia XVIII – Fijación en Traumas – El Inconsciente, donde dice que el síntoma es

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un sustituto de aquello que no sucedió en el desenvolvimiento normal de una idea inconsciente

rumbo al consciente, Freud (1917[1916]/1976) agrega en ese momento que la interrupción en el

curso normal de tal desarrollo se daría debido a la acción obstaculizadora de la represión en el

inconsciente sin ser percibida por el Ego4 y, de esa forma, “conservaría su energía y de él no

restaría ninguna recordación” (p. 346).

Freud (1917[1916]/1976) propone ampliar su compresión con relación al descubrimiento

de la producción de los síntomas como sustitutos de una satisfacción sexual frustrada, agregando

que fue posible percibir en la experiencia clínica algunos casos en que los síntomas parecían

tener el propósito contrario de satisfacción, o sea, tenían también el propósito de excluir o

paralizar una satisfacción, así, los síntomas objetivan tanto una satisfacción sexual como su

rechazo, siendo que el “carácter positivo de realización del deseo prevalece en la histeria y el

negativo, en la neurosis obsesiva”, evidenciando el carácter bilateral de los procesos mentales

inconscientes. Tal bilateralidad, según Freud (1917[1916]/1976), es “el producto de un acuerdo”

y surge “de la reciproca interferencia entre dos corrientes opuestas; representan no sólo lo

reprimido, sino también la fuerza represora que compartió de su origen” (p. 353).

Advierte que, después de esta constatación, se tornó posible observar en las

interpretaciones de los síntomas “el concepto de satisfacción sexual sustitutiva” de una forma

más ampliada y desvinculada de la realidad en términos de satisfacción. Los síntomas

funcionarían como actualizaciones de una sensación, o aún, “la representación de una fantasía

derivada de un complejo sexual”, la cual toma las más variadas e impensables formas pueriles y

vergonzosos, tales como la masturbación, o “formas indecentes de travesuras, que son prohibidas

4
En este momento de la teoría, el Ego es comprendido como la parte consciente del sistema psíquico.

12
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hasta las crianzas – hábitos que fueron erradicados”, o, aún, otros actos de crueldad, típicos de

las fases iniciales de la vida (Freud, 1917[1916]/1976, p. 354).

Se ve en este momento la aproximación que Freud (1917[1916]/1976) emprende entre los

conceptos de síntomas y fantasías, dando pruebas de que los síntomas se originaran en las

fantasías como derivadas del complejo del Edipo. En ese sentido, siguiendo la especulación

acerca de la formación de los síntomas como sustitutos de una satisfacción frustrada y ya estando

la idea de la frustración presentada por Freud en la etiología de las neurosis, sugiere, en la

Conferencia XXII, que ni toda frustración conducirá a la neurosis, siendo una frustración

patológica cuando afecta el modo de satisfacción de la libido deseado por la persona. Agrega aún

que, además de la frustración, se debe contar con el proceso de evolución de la libido y sus

consecuencias, inhibición, fijación o regresión, como otro factor presente en la etiología de la

neurosis, las cuales no son independientes una de otra, siendo que, cuanto más intensas las

fijaciones, mayor será la regresión frente a las dificultades externas.

Al reflexionar sobre el proceso de desenvolvimiento de la libido, Freud

(1917[1916]/1976) se refiere a las funciones en lo plural, denominándolas por tendencias

sexuales parciales. Presenta que parte de estas tendencias pueden haber sufrido fijación en

estadios anteriores del desarrollo, mientras otras podrían tener atinado su objetivo final.

Regresando a los puntos tratados en la conferencia anterior sobre la resistencia y la

represión, expone que la represión debe ser considerada el mecanismo más característico de las

neurosis de transferencia, siendo posible observar sus efectos de dos diferentes formas. La

primera de ellas es el retorno a los objetos de la libidoes incestuosos, tales como ocurre en la

neurosis histérica, y la segunda es el retorno a un estadio de la organización sexual anterior,

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14

como se ve en la neurosis obsesiva, aclarando aún que una regresión de la libido sin represión

llevaría a una perversión y no a la neurosis (Freud, 1917[1916]/1976).

Importante puntuar la diferencia marcada por Freud (1917[1916]/1976) acerca de la

diferencia entre los términos represión y regresión. El primero traducido del vocablo alemán

regression, se trata de un concepto biológico y descriptivo, mientras que represión, del alemán

verdrängung es utilizado en su sentido dinámico y topográfico.

Cuestionándose acerca de las consecuencias del desenvolvimiento de la libido, Freud

(1917[1916]/1976) introduce la plasticidad de esta, explicando la capacidad tanto de alterar de

objeto, como de tomar un objeto por otro, pudiendo ser considerada como un factor protector

contra el enfermar frente a las frustraciones. En ese sentido, inscribe la sublimación como uno de

esos procesos protectores, el cual adquirió especial significación cultural, especialmente por

situar los objetivos sociales encima de los sexuales.

En el incremento de esas ideas, Freud (1917[1916]/1976) concluye haber una

congruencia de factores en la causa de las neurosis y entre ellos sitúa la fijación de la libido, en

calidad de constitución sexual, un factor interno predispuesto, y la frustración, o experiencia,

como el factor externo accidental, aludiendo que, cuando uno de los factores es más fuerte, el

otro es menos. Tal congruencia se organizaría de determinado modo a formar lo que Freud

denominó por series complementarias. En cuanto a esta aclara que en uno de los limites de la

serie están los casos extremos de personas que supuestamente habrían enfermado por el singular

desarrollo de su libido, independientemente de sus experiencias, y, en el otro limite, estarían los

casos contrarios en los cuales supuestamente no habrían enfermando si no tuvieran sido las

experiencias primeras en la vida. En casos intermediarios de la serie, habría cierta variación en la

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15

predisposición de la constitución sexual combinada con una variación de experiencia nocivas

vividas.

No obstante esa variación y combinación de factores, se puede admitir una

preponderancia en la importancia de los factores predispuestos, conforme Freud

(1917[1916]/1976): “Su constitución sexual no las habría llevado a la neurosis, si no hubiese

tenido esas experiencias, y esas experiencias no habrían tenido un efecto traumático sobre tales

personas si su libido hubiese sido dispuesta de una otra forma” (p. 406).

Agrega además la adhesividad de la libido como un factor independiente e importante en

la etiología de las neurosis, explicando que la fuerza con que la libido adhiere a determinado

objeto o fase del desenvolvimiento varía de individuo para individuo, teniendo causas

desconocidas. Buscando ilustrar esta idea, cuenta un caso de fetichismo, demostrando que no

sólo en las neurosis podemos observar una fijación excesiva y prematura de la libido, sino

también en las perversiones (Freud, 1917[1916]/1976, p. 406).

Constata, todavía, en la causación de las neurosis, la existencia de un conflicto psíquico

caracterizado por la lucha entre impulsos opuestos plenos de deseos, relativos a dos partes de la

personalidad, una de ellas que defienden sus deseos y otra que los rechaza, agregando que, para

que ese conflicto adquiera una condición patógena, deberá incluir la libido que ya había sido

previamente reprimida, la cual estaba presente en las fantasías de la fase infantil del desarrollo.

Aunque, buscando otra forma de explicar tal conflicto, Freud (1917[1916]/1976) dice valorizar la

explicación que presenta un contenido secreto, o sea, de que el puede ser expreso por la lucha

entre una frustración externa, aquella que remueve una posibilidad de satisfacción, y otra

frustración interna, que busca también excluir otra posibilidad de satisfacción, agregando que

ambas se refieren a diferentes vías y objetos. El momento en que la formación de los síntomas

15
16

prosigue su curso es ese en que la energía de la libido se somete a deformaciones y atenuaciones

para continuar su camino por vías indirectas ya que no es posible acabarse y ni paralizarse.

Freud sugiere que el conflicto se da entre dos partes de la subjetividad, las pulsiones del

Ego de un lado y las pulsiones sexuales de otro. Señala que hay una correspondencia entre las

fases del desenvolvimiento de ambas, entretanto un disturbio en esa correspondencia podría

originar un factor patógeno, el cual se configura de acuerdo con el comportamiento del Yo frente

a una fijación de la libido. En el caso de una acomodación, estaríamos frente a una perversión,

mientras en su inverso, habría una represión en el punto donde la libido sufre una fijación. De

esa forma, refiere como tercer factor en la etiología de las neurosis la tendencia al conflicto

surgida por el desarrollo del Yo contra los impulsos de la libido, o sexuales, una vez que, frente a

las necesidades impuestas por la vida, las tendencias del Yo no se comportarían de la misma

manera que las sexuales. Mientras los instintos de auto-preservación (del Yo) aprenden a

moldear sus desenvolvimientos de acuerdo con las instrucciones de la realidad visando a la

manutención de su objeto de amor, las sexuales no necesitarían de objeto externo ya que

registran la satisfacción auto eróticamente, conservando la característica de ser rebeldes e

inaccesibles a la influencia externa (Freud, 1917[1916]/1976).

Haciendo un retorno a la Conferencia XVIII – Fijación en traumas, Freud

(1917[1916]/1976) alerta para la dimensión económica de los procesos mentales como la más

importante y oscura región del psicoanálisis, lo que lo llevaría a concluir que el propósito

primordial del aparato mental es la obtención del placer, con la disminución, o extinción, de las

cargas de estímulos, mientras inversamente el displacer se daría por el aumento de esas cargas.

En ese sentido, el aparato mental trabajaría para eliminar los estímulos y las somas de excitación

16
17

provenientes tanto de fuera como de dentro de él, siendo que los instintos5 sexuales actuarían

bajo la influencia del principio del placer manteniendo inalterada su función original, mientras

los instintos del Yo se moldearían a las influencias de la educación y de las necesidades de la

vida, ante el principio de la realidad. Sin embargo, aunque delante de las modificaciones que el

Yo precisa emprender, los instintos del Yo asumen la tarea ambigua de evitar el displacer y de

obtener el placer, siéndole “inevitable renunciar a la satisfacción inmediata, frenar la obtención

de placer, soportar un pequeño displacer y abandonar enteramente determinadas fuentes de

placer” (p. 416), dinámica esta presente en los síntomas.

1.1.3) El recorrido de la libido entre los síntomas y las fantasías. Freud

(1917[1916]/1976) inicia la Conferencia XXIII – Los Caminos de la Formación de los Síntomas

trayendo una compilación de lo explayado en las conferencias anteriores sobre la formación de

los síntomas, señala que “descifrar los síntomas significa lo mismo que comprender la

enfermedad” siendo estos “actos, perjudiciales (...) inútiles a la vida de la persona”, de los cuales

se “queja como siendo in-deseados y causadores de displacer o sufrimiento”. Acarreando como

principal prejuicio un esfuerzo mental, tanto en su formación como en la remoción, causando

empobrecimiento de la energía mental y una consecuente “paralización de la persona para todas

las tareas importantes de la vida” (p. 419)

Ocurre que tales precondiciones están presentes para todas las personas, los neuróticos,

siendo lo más importante considerarse el quantum de energía disponible en el sistema psíquico y

la capacidad subjetiva de lidiar con ella. Tal idea remete al esfuerzo mental en la formación de

los síntomas asentando para el carácter dinámico de los procesos mentales, demostrando que,

5
La palabra instinto es utilizada en la traducción de las obras completas por la Imago en Brasil, así se utiliza este
mismo término en varias citas preservando la originalidad de la obra y de la época teórica, aunque se comprenda que
una mejor utilización del término instinto sexual sería pulsión.

17
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más allá del punto de vista teórico de la enfermedad, el ser enfermo es un concepto practico, una

vez que la cantidad de energía disponible al síntoma atrae para sí todas las atenciones, tanto del

propio enfermo como de las demás personas (Freud, 1917[1916]/1976).

Reuniendo la constatación del aumento de energía presente en el síntoma con la de la

regresión de la libido, la cual ya se sabe demostrar el carácter bilateral de los procesos mentales,

explica que aquella, en la regresión a las fijaciones anteriores, provoca un aumento de la catexia6

de libido en aquel punto, tornándolo aún más vulnerable. Sumándose a eso el hecho de que el

recorrido ocurre en el inconsciente, concluye que la formación de los síntomas sufre los procesos

de condensación y desplazamiento, tal como el sueño, el cual Freud clasifica como “la

realización de una fantasía inconsciente constituida de un deseo”. En ese sentido, el síntoma

“emerge como un derivado múltiples-veces-distorsionado de la realización del deseo de la libido

inconsciente, una pieza de ambigüedad engañosamente elegida, con dos significados en completa

contradicción mutua”. Como una diferencia en el procesamiento inconsciente actuante en los

sueños y en los síntomas, destaca que en lo primero el trabajo pre-consciente visa preservar el

reposo y permitir el deseo, mientras en el síntoma hay un esfuerzo del Yo para que el impulso

inconsciente pleno de deseo no irrumpa en la consciencia forzándolo a escoger una forma de

expresión justamente opuesta, hecho que demuestra la presencia de la contradicción en el

síntoma (Freud, 1917[1916]/1976, p. 421).

Recordando que “los síntomas neuróticos son resultado de un conflicto, y que éste surge

en virtud de un nuevo método de satisfacer la libido”, (Freud, 1917[1916]/1976, p. 408) registra

que las dos fuerzas actuantes en el conflicto son aquellas presentes en el síntoma, ocurre que en

esta hay una conciliación de esas fuerzas, lo que torna al síntoma tan fuerte y resistente.

6
Besetzung – quantum – cantidad de energía psíquica

18
19

Buscando aclarar como la libido insatisfecha se comporta frente al conflicto con el Yo,

(Freud, 1917[1916]/1976) enseña que, en la formación de los síntomas de la neurosis histérica, la

libido insatisfecha escapa del conflicto por la regresión a las fijaciones y la catexia regresiva

lleva a la satisfacción sustitutiva por el acuerdo que hace con el Yo, creando, así, vías indirectas

de satisfacción. En ese recorrido es posible observar de un lado la ligazón entre la libido y el

inconsciente, y de otro, el Yo, la consciencia y la realidad.

Reflexionando como tal proceso se daría en las perversiones, donde normalmente no se

configuran objeciones por parte del Yo, señala que los caminos recorridos por la libido llevan a

una satisfacción real. Caso el Yo, con el control a la consciencia y el acceso a la inervación

motora no está de acuerdo con esas regresiones, de la misma forma aparecerá el conflicto, entre

tanto, en ese caso, la libido se desvía del Yo y busca un camino de satisfacción directamente por

el principio del placer (Freud, 1917[1916]/1976).

Freud (1917[1916]/1976) refiere que las fijaciones, a las cuales la libido retorna, están

presentes en las experiencias de la sexualidad infantil, en sus tendencias parciales abandonadas y

en los objetos de esta fase del desenvolvimiento, la cual tiene una doble significación. Si, por un

lado, están las primeras manifestaciones de las “tendencias instintivas que el niño heredó con su

disposición innata” (p. 422); por otro, hay el despertar de otros instintos puestos en actividad en

las experiencias vividas en esa fase del desenvolvimiento, las cuales, por la precocidad del

aparato mental, tienden a potencializar los efectos traumáticos.

En el desenvolvimiento de esas ideas, Freud (1917[1916]/1976) desdobla la ecuación

etiológica presentada en la Conferencia XXII, situando que el factor constitucional debe ser visto

como una combinación del heredado con la disposición adquirida en el inicio de la infancia,

presentando un diagrama en el cual la causa de la neurosis seria el resultado de la (1) disposición

19
20

debido a la fijación de la libido – esta compuesta por la constitución heredada y la disposición

adquirida en el inicio de la infancia – y (2) la experiencia causal traumática ocurrida en una fase

posterior, en el adulto.

Agrega además que, tal como en aquella hay una serie complementaria semejante entre la

constitución y la experiencia del adulto, se tiene una nueva serie complementar semejante entre

la constitución sexual y la experiencia infantil, en la cual se encuentran los mismos casos

extremos y las mismas relaciones entre los dos factores consideradores, no siendo aún posible

señalar cual es la predominancia del factor constitucional sobre los tipos de regresión de la libido

hasta que se haya presentado una nueva y más amplia serie en la etiología de las neurosis (Freud,

1917[1916]/1976).

Al recordar las ideas explayadas en la Conferencia XVII, en la cual trata de la

subjetividad de los síntomas, destaca que la investigación psicoanalítica demuestra la

importancia de la ligazón de la libido a las experiencias infantiles en la etiología de las neurosis,

sin embargo alerta que ellas por si sólo no bastarían para causar una situación patogénica, siendo

la regresión de la libido el factor intensificador y, por lo tanto, significante de las experiencias

infantiles. Además, alude a la existencia de neurosis incluso en la ninez, las cuales se diferencian

de aquellas de la fase adulta por el desplazamiento que emprenden en el tiempo, el cual es

reducido o aún ausente en aquella fase de la vida, así, en muchas ocasiones, la neurosis infantil

puede advenir en el momento exacto de la vivencia traumática y, en general, surge en la forma

de histeria de angustia (Freud, 1917[1916]/1976).

Conforme afirmar, la fijación en el desenvolvimiento de la libido sólo tiene significado

delante de la cantidad de energía retenida en un punto específico, la cual justificaría la regresión

de la libido por una fuerza atractiva. Deduce así una nueva serie complementaria, de esta ves que

20
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envuelve la intensidad y la importancia patógena de las experiencias infantiles de un lado y de

las experiencias posteriores de otro lado, proponiendo que, en los casos en que hay un mayor

peso de la causación patogénica en las experiencias infantiles, habrá una constitución sexual

mediana y un desarrollo incompleto, caracterizando un extremo de inhibición. Por otro lado,

cuando hay un mayor peso de la causación patógena en los conflictos posteriores de la vida, el

análisis mostrara un énfasis dada las impresiones de la infancia como obra de la regresión y,

entre los dos extremos, tal como en las otras series, será posible encontrar todos los grados de

combinación entre los dos factores (Freud, 1917[1916]/1976).

Retomando los puntos tratados en las conferencias precedentes, Freud (1917[1916]/1976)

expone que los síntomas son una formación sustitutiva de la satisfacción que fue frustrada. Tal

formación se da por una regresión de la libido a la épocas del desarrollo precedentes, sea a un

estadio del desenvolvimiento o una elección de objeto. Sobre el hallazgo de que los neuróticos

están anclados en algún punto de su pasado, añade que es este punto relativo a un periodo en que

consideran, por recuerdos o imaginaciones, haber sido felices, demostrando que el síntoma se

utiliza de una forma infantil de satisfacción, un tipo de autoerotismo difuso, que es “deformado

por la censura que surge en el conflicto, vía de regla transformada en una sensación de

sufrimiento y mezclada con elementos provenientes de la causa precipitante de la enfermedad”,

caracterizando un tipo de satisfacción con aspectos extraños al síntomas. Agregando a eso, nota

que aquello que, para el sujeto, en determinada época constituía una satisfacción, en la realidad

pasa “necesariamente a originar resistencia y repugnancia” (p. 427), tal como se muestra la

experiencia muchas veces traumática del desmame y la posterior repugnancia a la leche materna.

Trayendo en cuestión a los dos principios que rigen al aparato mental, subraya que los

síntomas desprecian los objetos de la realidad externa por haber negado el principio de realidad y

21
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se vuelca al principio del placer, por lo tanto no se parecen con ningún modo de satisfacción

moralmente legible. Así, en su dinámica, excluyen los objetivos del mundo externo, buscando la

satisfacción en el propio cuerpo del individuo, un acto externo será sustituido por un interno y

una acción en el mundo se transformará en adaptación. Según Freud (1917[1916]/1976), “por

medio de una condensación externa, esa satisfacción puede ser comprimida en una sola

sensación o inervación, y, por medio de un desplazamiento extremo, ella se puede restringir tan

solo a un pequeño detalle de todo el complejo de la libido” (p. 428), dinámica que torna los

síntomas tan inteligible a la compresión normal.

1.1.4) Las fantasías en la formación de los síntomas. Presentando algo nuevo en su

especulación acerca de la formación de los síntomas, alerta Freud (1917[1916]/1976) que los

síntomas se originan en las fijaciones de la libido vividas durante la niñez, las cuales no son

siempre experiencias de la vida real, pero sin una realidad fantasmal creada por el propio sujeto

en la búsqueda de satisfacción, las fantasías. Estas, construidas o contadas en análisis, eran

compuestas tanto de verdad, como de falsedades, sin embargo con el mismo valor de

experiencias reales en la causa del síntoma, “las fantasías poseen realidad psíquica, en contraste

con la realidad material, y gradualmente aprendemos a entender que, en el mundo de las

neurosis, la realidad psíquica es la realidad decisiva”(p. 430).

Desarrollando el tema de las fantasías, cita que, dentro de los relatos de los pacientes en

cuanto a sus vivencias infantiles, habría algunas que siempre se repetirían, haciendo parte de los

elementos esenciales de una neurosis: las fantasías primitivas de observación de la relacion

sexual, a de haber sido seducido por un adulto y la amenaza de castración. Tales relatos, a pesar

de contar más tarde en la vida, reflejaban vivencias infantiles que adquirirían una significación

en la fase del desarrollo sexual en que se daba el descubrimiento de la diferencia entre los sexos

22
23

y, con ella, la amenaza de castración. Conforme presenta, “el niño, en su imaginación, capta una

amenaza de ese tipo, con base en indicios y con la ayuda de un vago conocimiento de que la

satisfacción auto-erótica le es prohibida, y bajo la impresión de su descubrimiento de los

genitales femeninos” (Freud, 1917[1916]/1976, p. 431).

Señala que, por detrás del relato de la experiencia de observación del coito parental, hay

una fantasía creada a partir de la observación del coito de animales que oculta en si la escopofilia

insatisfecha del niño durante la pubertad, o aún, en los relatos de seducción por un adulto, se

encubre fantasías creadas para encubrir el periodo auto-erótico de su actividad sexual de la

masturbación, del cual se avergüenzan. Por ultimo, menciona que el sentimiento de inadecuación

de estas experiencias es relativo a los años siguientes de la niñez, los cuales, al ser alcanzados,

revelan su transposición temprana, de donde se originan (Freud, 1917[1916]/1976).

Al investigar el origen y significación de las fantasías primitivas, cita que la presión

sufrida por el Yo, en la adaptación del mundo interno a la realidad externa, lo lleva a la búsqueda

de cierta conformidad entre el principio del placer y el principio de la realidad, esfuerzo en el

cual se utilizaría de las fantasías para garantizar acceso al deseo, asegurando sus objetos y

fuentes de placer de una manera disfrazada. Así, apuntando la imposibilidad del hombre vivir sin

construcciones auxiliares en la realización de sus deseos, equipara a las fantasías a las reservas

naturales, espacios aislados de la influencia y de los trabajos humanos, los cuales conservarían su

estado original con todo lo que es peculiar, hasta cosas que podrían ser consideradas inútiles o

nocivas a la realidad externa. Presenta así que los devaneos serian productos de la actividad de la

fantasía, llevándola a la realización por medio de “satisfacciones imaginarias de deseos

ambiciosos, megalomaniacos y eróticos”, los cuales crecen en la medida en que son presionados

contrariamente. Tales formulaciones lo llevaron a la conclusión de que, en la actividad

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fantasmatica, los seres humanos encuentran una forma de gozar de la sensación de ser libres de

la realidad represora, creación esta con el mismo valor de realidad en la formación de los

síntomas neuróticos (Freud, 1917[1916]/1976, p. 435).

De esa forma, presentando la importancia de las fantasías en la formación de los

síntomas, acrece el hecho de que los puntos de fijación a los cuales la libido retorna son

mantenidos con un considerable grado de intensidad en las fantasías, las cuales, en su formación,

no habían entrado en conflicto con el Yo, justamente por formar parte de una fase precoz del

desarrollo infantil. Sin embargo, ocurre que es la introversión de la libido que hace aumentar la

cantidad de energía de la fantasía, la cual pasara a exigir del Yo su realización. Esta exigencia

genera el conflicto y la acción represora del Yo, cual, por su vez, somete las fantasías al

inconsciente. Según Freud (1917[1916]/1976), esta retracción a “un estadio intermediario en el

camino de la formación de los síntomas” (p. 436) provocaría el carácter ficticio de la satisfacción

neurótica y la no diferenciación entre fantasía y realidad.

Puntuando que la actividad mental tendría como objetivo cualitativo la búsqueda por el

placer y, como objetivo económico, dominar las cantidades de excitación, evitando el displacer,

agrega a la serie etiológica de la enfermedad neurótica el sentido económico (cantidad de energía

psíquica) de los procesos mentales, explanando que, para que un factor constitucional sea

patológico, deberá contar con una cantidad excesivamente insoportable de libido presente en la

disposición heredada, pues, siendo esta un factor cualitativo semejante para muchas personas, lo

que difiere de un sujeto para el otro es el quantum de libido no utilizada será capaz de mantener

en suspenso y el quantum podrá desviar para otros finalidades lo que determinará su capacidad

de no padecer (Freud, 1917[1916]/1976).

24
25

Concluyendo la Conferencia XXIII, Freud (1917[1916]/1976) subraya la producción

artística como un camino que lleva de la fantasía a la realidad. El artista, tal como cualquier otro

neurótico, se aparta de la realidad, sólo que, diferentemente, el consigue construir nuevas

posibilidades de testimoniar el deseo, dando estructura a sus devaneos creativos y lanzado en el

mundo real su producto artístico, el cual, por su vez, es apreciado y admirado por muchos, y, por

lo tanto, siendo capaz de satisfacer su deseo de ser amado.

1.2) Acerca de la angustia

La angustia ocupa un lugar preeminente de la teoría psicoanalítica, un punto nodal y

enigmático, según Freud (1917[1916]/1976, p. 458). Este concepto habitó dos grandes

suposiciones a lo largo de la obra freudiana, siendo su primera exposición datada de 1895 y la

segunda después de las discusiones metapsicológicas desarrolladas en el año 20 con la

publicación de la segunda tópica en El Yo y el Ello, especialmente en Inhibición, Síntoma y

Angustia, escrito en 1925-1926 y Nuevas Conferencias Introductorias sobre el Psicoanálisis –

Conferencia XXXII – Ansiedad y Vida Instintual escrita en 1933. Si, en el inicio, Freud

considera que la angustia es generada por la represión de la libido, al final hará un giro contrario

para decir que es la angustia la que genera la represión.

La conferencia XXV – La ansiedad, datada de 1916, presenta las articulaciones

freudianas iniciales acerca de la angustia, la cual, según la nota al pie puesta en la apertura de la

propia obra por James Strachey, es señalada por Freud (1917[1916]/1976) como el más completo

abordaje de la época. Freud inicia esta conferencia presentando la angustia como un estado

afectivo del cual “todos los neuróticos se quejan, y describe como siendo su peor sufrimiento”,

pudiendo llevar a las “actitudes más locas” (p. 457-458).

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26

Buscando explicar su funcionamiento, hace una diferenciación inaugural entre angustia

realista y angustia neurótica, diciendo ser la primera un afecto racionalmente comprensible,

mientras la segunda no. Si, en esta época de la teoría, Freud (1917[1916]/1976) esta sobre la

influencia del pensamiento biológico, luego concluye que la angustia que interesa al

psicoanálisis es la neurótica, pues, no siendo racionalmente explicable, presenta la existencia del

proceso mental inconsciente.

Comprendiendo que la angustia está compuesta por una acción motora (fuga o defensa) y

un sentimiento o un estado afectivo, afirma que, cuanto más el estado afectivo se limita a una

señal de angustia, más preparado el Yo se encuentra para enfrentarla. Además haciendo una

diferenciación entres los afectos de la angustia (Angst), del miedo (Furcht) y del terror (Schreck),

presenta la primera como un puro afecto, sin objeto, el miedo como el afecto frente a un objeto y

el terror como siendo el afecto sorpresa, con el cual la persona se enfrenta sin cualquier especie

de preparación. Sobre tal pensamiento inicial, Freud (1917[1916]/1976) presenta la angustia

como una reacción frente de lo inesperado, concluyendo que la “persona se protege del miedo

por medio de la ansiedad”. Además, marcando el significado de la palabra angst como un

“estado subjetivo de que somos tomados al percibir el surgimiento de la ansiedad” (p. 461),

señala para el afecto en el sentido dinámico, aclarando que la angustia encierra tanto un

componente corporal empujando a la acción, como sentimientos relacionados a las percepciones

de las acciones motoras o de las sensaciones directas de placer y displacer.

En este sentido, el acto del nacimiento parecería esbozar las dos características previstas,

o sea, habría una acción motora y una sensación directa de placer o displacer, lo que llevó a

Freud (1917[1916]/1976) a equiparar la formación de la angustia a la de un ataque histérico.

Asienta que, tal como en este, hay la repetición de una experiencia traumática original. El acto

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27

del nacimiento seria el trauma inicial que daría formato al aparecimiento de la angustia frente de

la constatación de la ausencia de la madre. Tal sensación se repetiría en otras vivencias, en las

cuales se harían presentes las mismas combinaciones de sensaciones dis-placenteras corporales

aliadas a la sensación del peligro de muerte, presente en la angustia.

Discurriendo sobre las formas de manifestación de la angustia neurótica, Freud

(1917[1916]/1976) hace una larga explicación sobre tres diferentes puntos. El primero de ellos

dice respecto a un estado de aprensión generalizada, una “ansiedad libremente fluctuante” (p.

464) lista a ligarse a alguna idea, estado que llamó por neurosis de angustia diciendo formar

parte de las neurosis actuales7. Una segunda manifestación es aquella en que la angustia no está

libre, pero si ligada a un objeto, o una situación fóbica, la cual clasificó por histeria de angustia.

En cuanto a estas dos primeras formas de manifestación, Freud acrecienta no haber ninguna

relación de interdependencia o de causa y consecuencia.

La tercera forma de manifestación de la angustia neurótica es aquella presente en las

psiconeurosis de defensa, en la histeria y en la neurosis obsesiva, en las cuales, por la actuación

del proceso de la represión, no es posible percibir la conexión entre la angustia y el hecho

amenazador. Cita como ejemplo, la angustia que acompaña los síntomas histéricos, o la que

surge apartada de cualquier factores determinantes en forma de crisis de angustia que puede ser

fraccionada, según Freud (1917[1916]/1976):

El ataque total puede ser representado por un único síntoma, intensamente desenvuelto,

por un temblor, un vértigo, por palpitación o por disnea; y la sensación general, por la

cual reconocemos la ansiedad, puede estar ausente o haberse tornado indistinta.

7
Freud, en esa época, clasificaba como neurosis actuales la neurastenia, la neurosis de angustia y la hipocondría.

27
28

Entonces, esas condiciones que describimos como ‘equivalentes de la ansiedad’ deben

ser igualadas a la ansiedad para todos los fines clínicos y etiológicos. (p. 467)

Buscando comprender en que medida es posible correlacionar la angustia neurótica a la

realista, inicialmente clasificada como aquella que presenta un afecto racionalmente

comprensible, Freud (1917[1916]/1976) registra que la manifestación de angustia siempre marca

la proximidad de algo que se teme. Así, al describir indicios clínicos de la angustia neurótica,

presenta el hecho de ella surgir en sustitución a la libido sexual insatisfecha, o aún, acompañando

una cantidad excesiva de libido en el aparato mental: “primero, lo que está en cuestión es un

acumulo de libido impedida de ser normalmente utilizada, y, en segundo lugar, que, en ese

punto, nos situamos enteramente en la esfera de los procesos somáticos” (p. 469).

Otro indicio clínico dice respecto a la manifestación de la angustia en la neurosis

histérica, en la cual está presente el proceso inconsciente de la represión. En la histeria, la

angustia podrá acompañar los síntomas, desvincularse en forma de ataque, o aún, presentarse

como una condición crónica. Todavía, Freud (1917[1916]/1976) constata que la represión

solamente es capaz de actuar sobre la idea a ser excluida, y no sobre el afecto, el cual toma la

forma de angustia:

Así, cuando tenemos delante de nosotros un estado de angustia histérico, su

correspondiente inconsciente puede ser un impulso de características semejantes –

angustia, vergüenza, embarazo – o, con la misma facilidad, una definida excitación de la

libido o agresiva, hostil, como rabia o irritación. Por lo tanto, la angustia constituye

moneda corriente universal por lo cual es o puede ser cambiada cualquier impulso, si el

contenido de la idea vinculado a él estuviera sujeto a la represión. (p. 470)

28
29

Sin embargo, como más un indicio clínico, cita la ejecución del acto obsesivo con la

finalidad de evitar la angustia, concluyendo, de esa forma que tanto en la histeria como en la

neurosis obsesiva, la angustia es sustituida por la formación de un síntoma, siendo este una salida

de la angustia: “Si adoptamos ese punto de vista, la ansiedad se coloca, por así decir, en el propio

centro de nuestro interés por los problemas de la neurosis” (Freud, 1917[1916]/1976, p. 471).

Expone en este momento el conflicto entre el Yo y la pulsión como la origen de la

angustia neurótica y recuerda que “la generación de ansiedad es la reacción del Yo al peligro y la

señal para emprender la fuga”, poco haciendo diferencia si el peligro es externo o interno,

restando siempre una reacción somática frente algo que es temido. Concluye Freud

(1917[1916]/1976) que, tal como es la acción de huir una reacción de defensa frente al peligro

externo, la “generación de ansiedad neurótica da lugar a la formación de síntomas, y esto resulta

en que la ansiedad sea vinculada” (p. 472).

Tomándose la dinámica topográfica en la formación de la angustia y buscando responder

a la cuestión de cómo el Yo podría emprender una fuga de la libido llevando partes de ella

misma, Freud (1917[1916]/1976) recuerda sus consideraciones acerca de la comprensión de las

fobias infantiles, presentando que no se tratan de miedos innatos o ingenuos frente a los cuales

los niños consideran que no conseguirían defenderse, pues ellas no tendrían tal comprensión de

las cosas o personas. El miedo infantil de situaciones o personas que exhibirían riesgos es

adquirido por el conocimiento tardío, normalmente por la educación, de que es necesaria una

defensa contra ellas.

Así, la fobia exteriorizada por los niños frente a una persona extraña se daría cuando ella

se confronta con la separación de la madre, la figura familiar y amada, siendo este, y no el

supuesto trauma del nacimiento, el prototipo de la angustia. Conforme Freud (1917[1916]/1976):

29
30

“Es su desengaño y su anhelo por la madre que se transforman en angustia – su libido,

efectivamente, que se tornó inaplicable, no pudiendo, así, ser mantenida en estado de

suspensión, siendo descargada sobre la forma de angustia” (p. 474. Grifos nuestros).

Tal citación firma el desenvolvimiento principal de la primera especulación freudiana

sobre la origen de la angustia, la cual era tenida como una transformación de la libido no

empleada que estaría ligada a un fuerte deseo: “se deriva de la libido no-utilizada y sustituye al

objeto de amor ausente por un objeto externo, o por una situación” (Freud, 1917[1916]/1976, p.

476. Grifos nuestros).

Recapitulando las conclusiones a partir del conocimiento del origen de las fobias

infantiles, expone haber escasa relación entra la angustia realística y la neurótica en los niños,

destacando que la relación que importa en la comprensión psicoanalítica es aquella entre la

angustia neurótica en los niños y en los adultos, una vez verificados diferentes mecanismos

psíquicos entre ambas, a pesar de la primera ser el prototipo y la precondición de la segunda. La

angustia, sea realista o neurótica, deriva de la libido no utilizada que sustituye un objeto de amor

ausente por otro objeto externo, el cual pasa a representar el peligro (Freud, 1917[1916]/1976).

Menciona, como diferencia verificable del mecanismo utilizado por un adulto o por un

niño, el desenvolvimiento del aparato mental. Para el niño, habría una transformación directa de

la libido relacionada a un deseo en angustia, ya, en el adulto, hace necesario que esta libido haya

sido reprimida para que se encuentre en la misma condición de desconocimiento de la niñes “y,

por medio de la regresión a la fobia infantil, se abre un pasaje, por así decir, a través de la cual

puede realizarse de manera confortable, la transformación de la libido en angustia” (Freud,

1917[1916]/1976, p. 476).

30
31

Acordando acerca de los desenvolvimiento hechos al respecto de la acción de la

represión, la cual actuaría sólo sobre las ideas, escribe la transformación del afecto libremente

flotante como el más importante del proceso, demostrando que la generación de la angustia “está

íntimamente vinculada al sistema del inconsciente” (Freud, 1917[1916]/1976, p. 477).

1.2.1) La angustia como señal. Profundizando este punto en el inicio de la Conferencia

XXXII – Ansiedad y Vida Pulsional, Freud (1933a[1932]/1976) advierte que, siendo la idea

sometida a la represión, quedaría deformada e irreconocible, ya el afecto, que no podría ser

reprimido, seria transformado en angustia, “cualquiera que pueda ser la naturaleza del afecto,

sea el de agresividad o de amor” (p. 105. Grifos nuestros).

Mientras, en la Conferencia XXV, Freud (1917[1916]/1976) afirma que las anti-catexias8

utilizadas por el Yo en el proceso de represión deberían ser mantenidas a fin de armar defensas

contra la angustia y que “la descarga sobre la forma de ansiedad es el destino inmediato de la

libido cuando sujeta a la represión” (p. 477), en la Conferencia XXXII (1933a[1932]/1976), trae

importantes reformulaciones acerca de la relación entre la angustia y el síntoma, profesando la

existencia tanto de una representación, como de una sustitución entre la formación de los

síntomas y la generación de la angustia, concluyendo que “la generación de la ansiedad es lo

que surgió primero, y la formación de los síntomas, lo que vino después, como si los

síntomas fuesen creados a fin de evitar la irrupción del estado de ansiedad” (p. 106. Grifos

nuestros).

Conforme advierte Freud (1933a[1932]/1976), en la Conferencia XXXII, trata de la

relación entre la angustia y el proceso de la represión, habiendo así llegado a dos puntos

importantes, siendo el primero el hecho de que es la angustia que conduce a la represión, y el

8
Cantidad de energía psíquica investida en contraposición a una gran concentración de energía mental.

31
32

segundo, de que la libido que es temida “remonta a una situación de peligro externa” (p. 112), tal

cual es el peligro de la perdida del amor materno, vivido por el Yo en su inmadurez en el inicio

de la infancia, delante de la constatación de la ausencia materna, o tal como el peligro de la

castración para el niño en la fase fálica, o aún, como el peligro vinculado al Superyó que

acompaña al sujeto desde la fase de la latencia.

Recordando las conclusiones en su primera especulación acerca de la angustia, Freud

(1933a[1932]/1976) presenta una vuelta en su pensamiento inicial, lo que le fue posible a partir

de su segunda tópica:

Parece que la ansiedad, en la medida en que constituye un estado afectivo, es la

reproducción de un evento remoto que representó una amenaza de peligro; la ansiedad

sirve al propósito de auto-preservación y es señal de un nuevo peligro; surge de la libido

que se tornó de algún modo no-utilizable y incluso surge durante el proceso de represión;

es sustituida por la formación de un síntoma, es, digamos así, psíquicamente vinculada

– se tiene la impresión de que aquí está faltando algo que juntaría todas esas piezas en un

todo. (p. 107. Grifos nuestros)

Así, la manifestación de la angustia podría ser entendida de acuerdo con la relacion del

Yo con las demás instancias psíquicas, tal como la angustia realista seria proveniente de la

relación del Yo con el mundo externo, la neurótica del Ello y de la angustia moral9 con el

Superyó. En ese punto de la especulación, la angustia como señal gana destaque y la

diferenciación en cuanto a su origen pierde el interés. Es la angustia proveniente del pasaje por el

complejo del Edipo, con el descubrimiento infantil de la diferencia entre los sexos y la amenaza

de la castración, que otorga forma a la angustia originaria. Recuerda Freud (1933a[1932]/1976,


9
En esa conferencia, tal como escrita después de la segunda tópica, añade la nomenclatura angustia moral
relacionada al superyó.

32
33

p. 110) que “el temor de la castración es uno de los motivos mas comunes y más fuertes para la

represión y, por lo tanto, para la formación de las neurosis”, aunque se sepa que la castración no

se trata de una realidad fáctica.

Anunciando el proceso de represión sobre la influencia de la angustia, Freud

(1933a[1932]/1976) describe las acciones emprendidas por el Yo y las consecuencias de

represión en las diferentes instancias psíquicas. Declara que el Yo, delante de la percepción del

peligro de la satisfacción de la pulsión, utilizaría una catexia experimental para satisfacer parte

de los impulsos de la libido, dando lugar a sentimientos dis-placenteros que despiertan el placer-

displacer por medio de una señal de angustia que podría generar o un ataque de pánico, o un

síntoma, o, aún, una formación reactiva. En el ataque de pánico, el Yo procuraría apartarse de la

excitación censurable; en el síntoma, el opondría una anti-catexcia que se sumaría a la energía de

la libido reprimida; y, en la formación reactiva, reincorporaría este impulso contrario de

configuración definitiva, contribuyendo a la construcción del carácter.

Describiendo las posibles consecuencias del proceso de represión en el Ello, señala que

una de las salidas seria la conservación de la carga de la libido reprimida a los costos de una

constante presión del Yo. Otra consecuencia seria la destrucción del impulso de la pulsión y su

desvío por otras vías de modo permanente, tal como sucedería en la disolución del complejo del

Edipo. Dice aún ser posible la regresión de la libido a un estadio anterior, tal cual tendría lugar

en la neurosis obsesiva, donde se ve la actuación conjunta de la regresión y de represión,

emprendiendo así una degradación de la libido (Freud, 1933a[1932]/1976).

Siendo la señal de angustia emprendido por el Yo delante de la emergencia de un peligro,

este vivido tal como un momento traumático, Freud (1933a[1932]/1976) subraya, como cuestión

determinante, la cantidad de excitación presente en el aparato mental, con el cual el principio del

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34

placer no podría lidiar, así, propone ubicar en una serie la angustia neurótica, la realista y la

situación de peligro/traumática, apuntando que, cuanto mayor la energía e incapacidad del Yo,

mayor será la angustia, sea realista o neurótica:

Es solamente la magnitud de la suma de excitación que transforma una impresión en

momento traumático, paraliza la función del principio del placer y ofrece a la situación

de peligro a su importancia. Y, siendo así las cosas, pudiesen sido estos enigmas

solucionados de forma tan habitual, se pregunta por qué no sería posible que momentos

traumáticos semejantes surjan en la vida mental sin referencia a hipotéticas situaciones

de peligro – momentos traumáticos, pues, en los cuales la ansiedad no es despertada

como una señal, pero si generada de nuevo, por un nuevo motivo. (Freud,

1933a[1932]/1976, p. 118. Grifos nuestros)

Como una vuelta definitiva en su teoría de la angustia, concluye que la experiencia

clínica demuestra que la angustia como señal es fruto de las represiones posteriores que actúan a

partir de una situación de peligro preliminar, pues las represiones originales surgen directamente

de momentos traumáticos vividos por el Yo endeble frente a una situación que remonta el

“modelo del nacimiento”, delante al cual se ve imposibilitado de lidiar:

El mismo puede aplicarse a la generación de la ansiedad en la neurosis de angustia,

debido al perjuicio somático causado a la función sexual. No más sostendremos ser la

libido la que es transformada en ansiedad, en tales casos. Sin embargo, no puedo ver

como objetar contra la existencia de un doble origen de la ansiedad – una, como

consecuencia directa del momento traumático, y la otra, como señal que amenaza con

una repetición de tal momento. (Freud, 1933a[1932], pp. 118-119. Grifos nuestros)

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Capítulo 2

Del Síntoma al fantasma

2.1) Pegan a un niño

El texto freudiano Pegan a un Niño – una contribución al estudio del origen de las

perversiones sexuales es esclarecedor en cuanto a la formación de la fantasía fundamental. En

este, Freud (1919e/1996) apunta a la fantasía como una cicatriz del complejo del Edipo que

permanece en el inconsciente sobre el guardia vigilante de la represión. Aún, como el propio

titulo sugiere, el texto ilustra el tema de la perversión, la cual es situada como una característica

normal del desarrollo sexual, presente en el establecimiento de la relación del niño con su primer

objeto de amor. Testifica que “después que el complejo sucumbió, oprimido por el sentimiento

de culpa ligado a él (...), sin embargo, sigue retirando una determinada cantidad de energía” (p.

207).

Se trata de un texto que también contribuye, sobre todo, para la compresión de los pares

de opuestos sadismo y masoquismo, o actividad y pasividad, los cuales fundan la sexualidad

humana que es presentada por Freud como infantil, perversa y polimorfa, o sea, no hay par

femenino y masculino, pero si la bisexualidad. Conforme ya afirmaba en su texto Tres Ensayos

sobre a Teoría de la Sexualidad, el sadismo y el masoquismo “ocupan una posición especial entre

las perversiones, una vez que el contraste entre la actividad y la pasividad que subyace por detrás

de ellos se sitúa entre las características universales de la vida sexual” (Freud, 1905d/1972, p.

161).

Enseñando las conclusiones las que llegó acerca de la formación de las fantasías en Pegan

a un Niño, Freud (1919e/1996) escoge, entre seis casos clínicos, cuatro de ellos, todos de

35
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mujeres, justificando que la formación de las fantasías en los hombres está ligada a otras

cuestiones que tratará al final del texto. El primer descubrimiento es de que la formación de las

fantasías se dan en una fase remota de la niñez, antes de los dos años de edad, fase del

desenvolvimiento que trae en sí el trazo primario de la perversión, la cual “no persiste

necesariamente por toda la vida; mas tarde puede ser sometida a la represión, sustituida por una

formación reactiva o transformada por medio de la sublimación” (p. 197).

Explica que la fantasía de una crianza siendo golpeada se trataba de una escena, o idea de

una golpiza, cargada de alto grado de placer y satisfacción auto erótica identificada en el relato

de sus pacientes durante el proceso analítico, durante el cual eran frecuentemente tomados de

mucha abstención, vergüenza y culpa. Agrega Freud (1919e/1996) la existencia de un desarrollar

histórico en el relato que se modificaba con relación al autor de la fantasía, al objeto, al

contenido y al significado, así, exponiendo la formación de la fantasía en tres diferentes fases.

La primera de las fases estaría inicialmente caracterizada por una identificación de la

escena que era contada por medio de una frase vaga, sin mencionar o recordar los personajes, tal

como: Pegan a un niño. En el recorrer del análisis de los pacientes, la escena avanzaba tomando

una forma mas clara. El personaje agresor pasaba a ser un adulto y, luego después, el padre del

niño que fantasea. Un poco mas adelante, el niño que fantasea agregaba una cualidad al niño

indefinido inicialmente para decir que aquello que era golpeado era alguien que él odiaba,

entonces la frase final de esta primera etapa se tornaba: mi padre está golpeando el niño que yo

odio, tomando un carácter sádico. La idea de que el padre pega en alguien que el sujeto odia

apunta para el significado incestuoso del amor parental, o sea, el padre pega como forma de

probar su amor por la crianza que crea la fantasía (Freud 1919e/1996).

36
37

Diferentemente de la primera y de la tercera fase, la segunda no podría ser accedida

conscientemente debido a la combinación de los procesos de represión y regresión sufridos en la

transición entre la primera y la segunda fase. Siendo así, tal fantasía inconsciente sólo podría ser

construida durante el proceso analítico. En esa fase, la crianza que sufre la golpiza sería siempre

aquella que fantaseaba. La frase que caracterizaría a esta fase sería: estoy siendo golpeado por mi

padre. Tal construcción sucede del sentimiento de culpa asociado a la necesidad de castigo por el

amor incestuoso – mi padre ama sólo a mi – de la primera fase, la cual se transforma en su

contrario – estoy siendo golpeado por mi padre (Freud, 1919e/1996).

El amor incestuoso prohibido sufriría represión a partir del complejo parental y originaría

la culpa que transforma al sadismo en masoquismo. Además de eso, habría una regresión de la

libido a una fase anterior del desenvolvimiento, tal como recuerda Freud (1919e/1996):

(...) si la organización genital, que mal consiguió firmarse, se enfrenta con represión, la

consecuencia no es apenas la de que toda representación psíquica de amor incestuoso se

torna inconsciente, o permanece inconsciente, pero existe también otro resultado: un

rebajamiento regresivo de la propia organización genital para un nivel mas bajo. (...) Ese

ser golpeado es ahora una convergencia del sentimiento de culpa y del amor sexual. (pp.

204-205)

Así, señala la segunda fase como la más importante y significativa, en la cual los

pacientes son tomados por un alto grado de placer y excitación aliados al sentimiento de culpa:

(...) no es apenas el castigo por la relación genital prohibida, sino también el sustituto

regresivo de aquella relación, y de esa ultima fuente deriva la excitación de la libido que

se liga a la fantasía a partir de entonces, y que encuentra agujero en actos masturbatorios.

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Aquí tenemos, por la primera vez, la esencia del masoquismo. (Freud, 1919e /1996, pp.

204-205)

También en Tres Ensayos sobre la Teoría de la Sexualidad, Freud (1905d/1972) señala

que el masoquismo es una continuación del sadismo, una inversión del objeto sexual para el

propio sujeto, añadiendo que “el análisis clínico de casos extremos de perversión masoquista

muestra que un gran numero de factores (tales como el complejo de castración y el sentimiento

de culpa) se combinan para exagerar y fijar la actitud sexual pasiva original” (p. 160).

En la tercera fase de la fantasía, habría nuevamente una indefinición en la escena, es que

la persona que golpea, antes el padre, ahora pasaría a ser un sustituto de éste, normalmente una

persona de autoridad como él. También el niño golpeado deja de ser aquel que el niño

fantaseador odia de la primera fase, o incluso él mismo de la segunda fase, pasando a ser, en esa

fase, a varios niños. También hay una identificación en cuanto a la posición del niño que

fantasea, apareciendo muchas veces como estando, tal vez, en lugar de un mero espectador. Esta

tercera fase, al igual que la primera, reanuda la forma sádica, sin embargo, como recuerda Freud

(1919e/1996), la satisfacción con la escena es extraída de la libido que estaba ligada al amor

incestuoso reprimido y del sentimiento de culpa, quedando la elaboración de la misma

enriquecida por las experiencias de la niñez con los castigos de la época de la escuela o en la

familia, con hermanos o primos, transmutando de esta forma, la acción de palizas en castigos

más elaborados o humillaciones.

Buscando otros esclarecimientos en cuanto al masoquismo, concluye Freud (1919e/1996)

que, en la formación de las fantasías, la represión opera de tres modos distintos, sea tornando

inconscientes las consecuencias de la organización genital, sea obligando a una regresión al

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estadio sádico-anal del desarrollo o, aún, transformando el sadismo en masoquismo, el cual, a

pesar de transparentar un carácter pasivo, es activo su vuelta narcisística al propio Yo.

Al final del artículo, recordando que trató sólo de la formación de la fantasía en los casos

femeninos, presenta que en los casos de los pacientes hombres, verificó otra forma de

organización de los pares de opuestos actividad y pasividad, siendo que la forma original de la

fantasía masculina inconsciente que era soy amado por mi padre y fue transformada en la

fantasía consciente estoy siendo golpeado por mi madre, o sea, sería una fantasía pasiva desde el

principio, pudiendo ser leída como una actitud femenina hacia el padre, tal cual en el caso de las

niñas. Conforme resume Freud (1919e/1996):

En el caso de la niña, la fantasía masoquista inconsciente parte de la actitud edípica

normal; en el caso del niño, parte de la actitud invertida, en la que el padre es tomado

como objeto de amor. En el caso de la niña, la fantasía tiene un estadio preliminar (la

primera fase), en el cual la paliza no tiene un significado especial y se hace sobre una

persona vista con odio egoísta. Ambos aspectos están ausentes en el caso del niño, pero

esa diferencia particular es una de las que podrían ser removidas por una observación

más afortunada. (p. 213)

En la transición hacia la fantasía consciente de la tercera fase, que toma el lugar de la

inconsciente, la niña mantiene la figura agresora del mismo sexo que es el padre, pero cambia la

figura y el sexo de la persona que está siendo pegada, que pasan a ser los niños, configurando

una escena en la que el agresor y el agredido son del mismo sexo, apagando la calidad sexual,

mientras que, por el contrario, en las fantasías de los niños, la figura agresora pasa a ser la madre,

permaneciendo el niño como el pegado, o sea, habría la presencia de los dos sexos en la escena

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demarcando su significado genital original. En el caso de la niña, una situación masoquista

transformándose en sádica, ya en el caso del niño, la situación permanece masoquista:

El niño burla a su homosexualismo al reprimir y remodelar la fantasía inconsciente – y lo

que es notable acerca de su posterior fantasía consciente es que esta tiene como

contenido una actitud femenina sin una elección homosexual de objeto. Por lo mismo

proceso, por otro lado, la niña escapa enteramente las exigencias del lado erótico de su

vida. En fantasía ella se transforma en hombre, sin tornarse activa a la manera masculina,

y nada es de lo que el espectador de un acontecimiento que toma el lugar de un acto

sexual. (Freud, 1919e/1996, p. 214)

Recordando sus teorizaciones acerca de la operación de los procesos de la represión y de

la regresión, concluye que el material inconsciente, independiente de cual es el contenido

reprimido, conserva su energía de la libido potencialmente operativa a la cual se sumará al efecto

de la regresión, conservando un lugar en el inconsciente a la fantasía masoquista de ser castigado

por el padre. Esta cuestión ya había sido presentada por Freud (1917[1916]/1976), en la

Conferencia XVIII – Fijación en Traumas – El Inconsciente, al registrar la potencialidad de los

puntos de fijación por sus cargas de la libido, resultantes de la interrupción en el curso normal de

un proceso de inconsciente para el consciente por medio de la represión.

Demuestra que debido a la imposibilidad de la represión alcanzar todo su objetivo, una

parte de la libido será utilizada de diferentes formas en cada caso. Así, en la formación de la

fantasía del niño, al intentar escapar de una elección homosexual de objeto, cambiando al padre

por la madre y manteniendo su sexo, actúa pasivamente en sus fantasías conscientes y dota a las

mujeres de atributos activos. La niña, que abrió mano de su sexo, reprimiendo de forma más

completa su amor incestuoso, no se libera del padre, manteniéndolo en lugar de activo, al mismo

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tiempo que se mantiene ilesa, pasiva, al colocar a los niños como aquellos que sufren la paliza

(Freud, 1919e/1996).

2.2) Las vías perversas del deseo

En su relectura del texto freudiano Pegan a un Niño, Lacan (1956-57/1995) propone la

existencia del fantasma como un elemento en el cuadro clínico de los sujetos en análisis que

compone la historia estructural del sujeto y que se manifiesta en todos sus síntomas. Evidencia

que el fantasma fundamental es una frase que remonta una situación primitiva dramática en la

cual el sujeto se ve impulsado a formular y organizar en un determinado punto de su análisis, así,

se construye por la posibilidad de la palabra actual. Sin embargo, alerta que esta formulación no

es de tan fácil acceso, es el momento en que el fantasma entra en juego en el proceso analítico, el

discurso del sujeto se reviste de una profunda imprecisión, el acaba “dejando abiertas las

cuestiones a que sólo responde con mucha dificultad” (p. 116).

Además de eso o inclusive por este hecho, el fantasma también está revestido por

sentimientos como vergüenza, culpa y repugnancia y, en ese punto, Lacan (1956-57/1995) hace

notar que, a pesar de las prácticas masturbatorias estuvieran ligadas “más o menos” a los

fantasmas, tales sentimientos no acompañan al sujeto en tales practicas, sólo cuando las formula

en palabras, revela que “ese comportamiento del sujeto ya es una señal que marca un limite: eso

no es de la misma orden del jugar mentalmente con la fantasía, o hablar de ella” (p. 116).

Confirma que el fantasma es presentado por medio de una frase, la cual es escandida en

tres etapas que se abren a la medida que el trabajo de análisis avanza, en una perspectiva

histórica construida retroactivamente – como la primera frase gramatical que marca, en la

historia del sujeto, la introducción de un rival en disputa por el amor paterno, o sea, ya habido el

paso por el complejo de castración, se declara por la frase fantasmal: “Mi padre pega a un niño

41
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que es el niño a quién odio” (Lacan, 1956-57/1995, p. 117). Retrata en esa construcción

gramatical una tríada de personajes, el primero, aquel que golpea, el segundo, aquel que sufre la

acción y el sujeto como tercero.

Hay también “una dimensión y una tensión triple”, una vez que el sujeto se relaciona con

los otros dos y detiene al elemento central en juego, que es la precedencia. Aquella que golpea,

generalmente el Padre, lo hace comunicando al sujeto, como tercero, su predilección en relación

al otro según que sufre la acción y ocupa, pasivamente, el lugar de “instrumento de la

comunicación”. La escena carga aún la tensión y la noción del miedo, una vez que, por la

estructura triple se configuran la posibilidad de elección del primero por un tercero en perjuicio

de un segundo, marcando “una estructura entre los sujetos plena”, o sea, conforme aclara Lacan

(1956-57/1995), “lo importante no es que la cosa haya sido hablada, sino que la situación

ternaria instaurada en la fantasía primitiva porte en sí misma la marca de la estructura entre los

sujetos que constituye toda palabra consumada” (p. 118).

La segunda etapa que lleva la frase fantasmal yo soy golpeado por mi padre exhibe una

situación binaria. Hay en la escena sólo el padre y el niño que fantasea. Una situación dual y, por

lo tanto, ambigua, así que por su ambigüedad, se precipita muy rápido a la tercera etapa del

fantasma en que retorna la situación ternaria, por ende, de esta vez, el sujeto es apenas un

observador, el padre no es más necesariamente la persona que golpea y el niño se diluyó en

varias otros (Lacan, 1956-57/1995).

El fantasma terminal que se presenta en la tercera etapa es ‘pegan a un niño’,

caracterizando una desubjetivación de la escena narrada y una reducción del sujeto a la condición

última de objeto, en el caso del espectador, al mirar. Conforme Lacan (1956-57/1995), “la

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producción fantasmatica lo trace estallar y lo multiplica por mil ejemplares, poniendo así de

manifiesto la desubjetivación esencial que se produce en esta relación” (p. 119).

Lacan (1956-57/1995) elucidada la especulación freudiana acerca de la formación del

fantasma fundamental y del tema de la perversión utilizándose de su esquema Z en el cual

inscribe la relación del sujeto con el gran Otro, o sea, con el lenguaje. Un lugar del habla en que

“el sujeto recibe del Otro su propia mensaje, bajo la forma de una palabra inconsciente” (p. 10).

Anãde, a partir de su esquema, que la relación imaginaria (a–a’) entre el yo e el otro, marcada

por la especularidad, desconoce la relación de palabra inconsciente entre el sujeto y el gran Otro

(S-A), interviniendo de la palabra inconsciente y fundando la relación de objeto como una

relación en la cual el sujeto se identifica con el otro siempre en una reciprocidad y ambivalencia

“ver-ser visto, atacar-ser atacado, pasivo-activo” (p. 15), una relación dual y conflictiva que

funda el drama fantasmal.

Aclara, además, que la palabra inconsciente, marcada por la línea S-A, puede ser

encontrada por el trabajo de análisis de la transferencia al posibilitar la valorización de un acento

cualquiera de la relación dramática narrada por el fantasma, así, haciendo surgir aquello “que

está excluido, que no está presente en la neurosis, pero cuyas evoluciones se manifiestan, alias,

en todos sus síntomas constitutivos, es reencontrado en un elemento del cuadro clínico que es la

fantasía” (Lacan, 1956-57/1995, p. 120).

Delante del misterio que el encuentro con el fantasma, Lacan (1956-57/1995) prosigue

profesando que el fantasma emprende una reducción simbólica eliminando progresivamente toda

la estructura subjetiva hasta que reste apenas un residuo no-subjetivado y enigmático, “los

elementos significantes de la palabra articulada” en el gran Otro, la palabra inconsciente como

un puro signo, donde todo lo que es significación está perdido. El fantasma fundamental

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testimonia “al S en la medida en que es palabra, historia, memoria, estructura articulada”, entre

tanto, destituido de la relación entre los sujetos, así, aclara “lo que se puede llamar de

significantes en estado puro (...) vaciados de su sentido” (p. 120). El es el soporte de todos los

valores eróticos constituyentes de la escena narrada, una vez que el “fija, reduce al estado de

instantaneidad, el flujo de la memoria, lo deteniendo en este punto que se llama al recuerdo

encubridor” (p. 121).

Constata aún que el molde de la perversión está en la valorización de la imagen, en la

relación imaginaria (a-a’) que atraviesa el camino “de lo que se pasa del sujeto al Otro, o mas

exactamente de aquello que, del sujeto resta situarse en el Otro”, una vez que reprimido, o

inconsciente. La palabra del sujeto, que es por “su naturaleza de palabra, un mensaje que el

sujeto debe recibir del Otro sobre una forma invertida”, puede ser actualizada en el interior de la

experiencia analítica, una vez que instituí el campo posible de acceso al inconsciente y de

aproximación de la fuente de constitución subjetiva que se da en la relación del sujeto con el

Otro, por la vivencia del complejo parental en que la perversión, tal como pulsión parcial

irreductible, no elaborada, “puede articularse sino como un medio, una pieza, un elemento de

algo, a fin de cuentas, sólo concebible, comprensible, articulable. En, para y por medio del

proceso, la organización, la articulación, del complejo del Edipo” (Lacan, 1956-57/1995, p. 122).

2.3) Síntoma y fantasma: delimitaciones clínicas

En el texto Dos Dimensiones Clínicas: Síntoma y fantasía, Miller (1984/1987) pretende

delimitar diferencias entre síntomas y fantasma, tejiendo consideraciones esclarecedoras sobre el

que hacer psicoanalítico. Indica inicialmente que el síntoma está relacionado con la entrada del

sujeto en análisis, siendo un acto “que se precipita en su formalización”, es de el que el sujeto se

viene a quejar al analista. Por otro lado, presenta al fantasma relacionado al final del análisis, o

44
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por lo menos, a su recorrido, pues el sujeto no habla de él, no se queja, sino lo utiliza como un

“recurso contra su síntoma, un consuelo” (p. 100) siendo así accesible apenas por una

construcción del proceso analítico.

Comenta en su texto que en el síntoma hay una articulación del sujeto con el significante

así como en las demás formaciones del inconsciente, sueños, chistes y actos fallidos, de esta

forma, es interpretable. Por otro lado, en el fantasma, hay una articulación del sujeto con el

objeto, tal como lo presenta por la formula lacaniana [$<>a] – sujeto tachado pulsión de a –, de

esa forma no interpretable, pero si construido en análisis (Miller, 1984/1987).

Sobre la calidad de precipitación de los síntomas y la posibilidad de interpretarlos, se

encuentra en la especulación freudiana sobre la fijación en traumas, la idea de que los síntomas

llevarían a los pacientes a fijarse en modos de satisfacción de la libido característicos de la época

infantil, en los cuales habría una excesiva cantidad de libido. Sin embargo, por no sufrir

represión, la carga de libido buscaría caminos alternativos de satisfacción, haciendo aparecer los

síntomas como resultado del conflicto entre la satisfacción de la libido y el yo, actos a la vida del

paciente que demandarían interpretación (Freud, 1917[1916]/1976).

En cuanto a los fantasmas, a pesar de inicialmente Freud (1917[1916]/1976) clasificar las

fantasías como sueños diurnos y producciones imaginarias, concluye que el fantasma

fundamental, donde se origina la selva de las fantasías, es una fantasía inconsciente localizada

en los puntos de fijación, donde, por la introversión de la libido, habría mayor carga de esta.

También en Pegan a un Niño (1919e/1996), aclara que el fantasma de golpiza, en especial la

segunda fase de la formación del fantasma bajo la frase estoy siendo golpeado por mi padre,

permanece bajo la guardia vigilante del inconsciente, después de sufrir los procesos de represión

y regresión por la culpa asociada al amor parental que toma formato con el pasaje por el drama

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del Edipo. De esta forma, se concluye que el fantasma, como heredero del complejo de

castración, habiendo sufrido procesos inconscientes, no es fácilmente accesible, a no ser por un

proceso de construcción por el trabajo analítico.

En ese mismo sentido, Lacan (1956-57/1995) declara que el sujeto no consigue expresar

claramente sus fantasmas una vez que se trata de palabra inconsciente, desviada por la relación

imaginaria (a-a’) y excluida del resto de la neurosis. Manifiesta que, en cuanto al fantasma, el

sujeto “no puede dar de salida, una respuesta satisfactoria, pues casi nada más es capaz de decir”

(p. 116), él marca el camino perverso de la satisfacción de la pulsión.

Al discurrir sobre la imposibilidad de la represión de la libido, Freud (1917[1916]/1976)

abre el camino para la comprensión de las vías indirectas de satisfacción, las cuales pueden ser

accedidas en las diferentes manifestaciones de las formaciones inconscientes. También, al

teorizar sobre las series complementarias, anota que las producciones del inconsciente guardan

relación con la historia individual del sujeto. Así, al presentar los síntomas como “actos

perjudiciales” (p. 419) a la vida de la persona, resultado de un conflicto psíquico entre dos

fuerzas opuestas, demuestra en estos la búsqueda de satisfacción de la libido por la vía del

displacer y, a la inversa, a las fantasías como “satisfacciones imaginarias de deseos ambiciosos,

megalomaníacos y eróticos” (p. 435), como búsqueda de satisfacción por el placer.

Al presentar su Más Allá del Principio del Placer, Freud (1920g/1976) demarca las

diferencias entre los modelos de funcionamiento mental regidos por los principio del placer y el

de realidad frente a las exigencias del yo. Señalando que el principio de Realidad “no abandona

la intención de fundamentalmente obtener placer; no obstante, exige y efectúa el aplazamiento de

la satisfacción, el abandono de una serie de posibilidades de obtenerla, y la tolerancia temporaria

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del displacer como una etapa en lo largo e indirecto camino hacia el placer” (p. 20), demuestra la

existencia del goce, como ese más allá del placer y la forma de satisfacción ligada al síntoma.

Subrayando estas ideas, Miller (1984/1987, pp. 102-103) marca mas una diferencia entre

síntoma y fantasía, situando el primero al lado displacer, donde “hay una dimensión del goce”, y

el fantasma, por su condición puramente inconsciente, al lado del principio del placer.

Sumándose a esa proposición a la hipótesis lacaniana de que el fantasma es “una maquina de

transformar el goce, en placer”, revela el goce como posibilidad de aproximación entre el

síntoma y el fantasma, registrando que tal puede ser visto en el juego del fort-da presentado por

Freud. El niño, frente de la angustia suscitada por la falta de la madre, se utiliza del juego de tirar

el carretel lejos de sí, recreando la escena, presencia y ausencia, a fin de dominarla, elaborando el

displacer en placer. Miller indica, aún, que el fantasear para el adulto equivale al jugar infantil,

ambos teniendo la función de transformar “una situación tanto de goce como de angustia” en

placer.

Partiendo de la relectura lacaniana acerca del lugar ocupado por el gran Otro, Miller

(1984/1987) subraya que la angustia se presenta frente de la ausencia del gran Otro, la cual

representa esencialmente, el Otro en cuanto excluído, y, aún, en cuanto deseante, el deseo del

Otro. En ese sentido, asienta la importancia del matema de Lacan [Ⱥ] – A mayúscula tachado -

en la comprensión del fantasma del sujeto con el objeto, una vez que el deseo del Otro [S(Ⱥ)], al

estipular la falta, se presenta, incluso, como falla en el campo del significante, demostrando la

articulación del sujeto con el objeto [$<>a], y no una articulación con el significante, tal como se

configura en el síntoma [s(A)]. Concluye Miller que “la fantasía es una maquina que se pone en

acción cuando se manifiesta el deseo del Otro” (p. 103), siendo construcciones auxiliares

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aisladas del restante de la neurosis, utilizadas por el sujeto para dominar la angustia y

transformar el goce en placer.

Si en la Conferencia XXXII Freud (1933a[1932]/1976) describe la angustia como la

posición del sujeto frente la constatación de la ausencia de la madre como un peligro de la perca

del objeto – el peligro del posicionamiento frente a la libido que es temida –, en su relectura,

Lacan (1956-57/1995) aclara que toda la angustia es de la castración y está en la base de la

relación del sujeto con el mundo. La angustia proviene del paso por lo complejo del Edipo, a

partir del hallazgo infantil de la diferencia entre los sexos, por lo tanto, estando relacionada tan

con el síntoma como con el fantasma.

Conforme Freud (1933a[1932]/1976, p. 110), “el temor de la castración es uno de los

motivos más comunes y más fuertes para la represión y, por lo tanto, para la formación de las

neurosis”, sin embargo, aclara Lacan (1956-57/1995, p. 224), mismo que la castración se refiera

a la constatación de la ausencia del pene en la mujer, no si trata del órgano, pero si del falo, una

vez que “ninguna castración, de aquellas en juego en la incidencia de la neurosis, es jamás una

castración real. Ella sólo entra en juego en la medida en que actúa en el sujeto sobre la forma de

una acción incidiendo sobre un objeto imaginario.” Tal citación aclara la angustia por la lógica

del tener o no tener el falo, siendo siempre la de la castración. Estando la angustia relacionada al

complejo de castración, la falta que ella suscita no está dada a la realidad fáctica de la ausencia

física de la figura materna, mas si al campo del registro de lo Real, aquel que no es posible

aprehender mas está en cuanto constituyente.

De las proposiciones lacanianas se vislumbra que la falta, estando directamente ligada a

la angustia de castración, da abertura al sufrimiento y establece una modalidad de goce, delante

del cual, el sujeto se posiciona armando sus historia fantasmatica. Tal historia transcribe un

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drama cargado de ambivalencia y reciprocidad entre el sujeto y el objeto a, resto de la falta. Es la

propuesta de Lacan en la formula del fantasma: sujeto tachado pulsión de a [$<>a].

Al resaltar la importancia del matema de Lacan [Ⱥ] – A mayúscula tachado – en la

comprensión de la angustia tal como relacionado al deseo del Otro, Miller (1984/1987) recuerda

la proposición lacaniana del fantasma fundamental [$<>a] como aquel que recubre la angustia.

Según expone, “la propia angustia aparece cuando hay un desfallecimiento de la cobertura

fantasmatica” (p. 106), tal como se puede ver en la fobia del Pequeño Hans o en las demás

estructuras clínicas en la calidad de cobertura fantasmal frente la angustia. Refiere, aún, que la

falta se manifiesta inscrita tanto por el deseo del Otro como por la falta en el campo significante,

ambos demostrando que la resistencia presentada por el sujeto al hablar de su fantasma no se

trata de un no querer hablar pero si de una falta Real en el campo significante, proponiendo que

“la verdad de esa resistencia es exactamente esa posición en el lugar del Otro, que es un punto de

falta en el significante” (p. 110).

Delante de la falta constituyente cual se da siempre en esa relación del sujeto con el gran

Otro tachado, registra Miller (1984/1987) por su relectura de Lacan que el trabajo analítico con

el fantasma no se trata de interpretación o alzamiento, tal como se daría en el síntoma, pero si de

una revelación e un atravesar, los cuales pueden ser pensados a partir de tres dimensiones del

fantasma propuestas por Lacan, Imaginario, Simbólico y Real.

Bajo el aspecto Imaginario el trabajo con el fantasma puede ser pensado en relación

imaginaria (a–a’) del sujeto con sus imágenes, es el yo (moi) con la imagen del Otro, el otro

minúsculo. En el que se refiere a la dimensión Simbólica, se presenta el aspecto gramatical de la

formación del fantasma fundamental, tal como observado por Freud en Pegan a un Niño. Es a

partir de esa gramaticalidad que se configura el trabajo de construcción en análisis y la

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posibilidad de decantación de los fantasmas hacia el axioma fantasmal, donde se encuentra el eje

Real del fantasma.

En ese sentido, la dimensión Real del fantasma puede ser entendida a partir de la idea

lacaniana del fantasma fundamental así como un axioma lógico, un “punto de partida (...) limite”

(Miller, 1984/1987, p. 135) que porta el signo de la verdad. Acorde con Miller, está en este punto

“la dimensión fundamental de la fantasía” (1984/1987, p. 113).

En ese sentido, retomando el aforismo lacaniano sobre el fin de análisis estar relacionado

con el atravesamiento del fantasma, Miller (1984/1987) sitúa el trabajo analítico como un

proceso de la lapidación sobre “la selva de la fantasía (...) en dirección a una formalización, una

simplificación, una especie de singularización” (p. 105). Tal proceso se daría en los diferentes

registros, Imaginario, Simbólico y Real, hasta que reste el fantasma fundamental del sujeto. Este

es como una matriz, un manantial de donde se originan los fantasmas. Constituye lo

infranqueable, lo que resta intacto, inmóvil, siendo propio de la estructura subjetiva.

Exponiendo en este punto otra diferencia entre síntoma y fantasma, Miller escribe el

estancamiento del fantasma en contraposición a la dinámica del síntoma. Demarca que la

inmovilidad propia del fantasma puede ser vista en la relación del sujeto con el objeto a, objeto

este que, así como el deseo, tiene una condición absoluta, o sea, ellos no se colocan en relación

con otros. Diferentemente del síntoma que presenta una dinámica propia del deslizamiento de la

cadena significante, el fantasma presenta “una resistencia fundamental de la cual podemos decir

que es la propia consistencia de la estructura neurótica. En esa consistencia estructural hay una

inercia, una fijación, cuyo análisis es la travesía de la fantasía. El análisis de esta ultima – y

fundamental – inercia del sujeto” (Miller, 1984/1987, p. 130).

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51

A partir de esta exposición de Miller se puede comprender el trabajo analítico sobre un

tejido tramado por la dinámica del síntoma y el estancamiento del fantasma, sobre el cual la

entrada en análisis se daría por una demanda interpretativa cerca del enigma que el síntoma

revela y el fin de análisis como una posibilidad de modificación de la relación del sujeto con su

fantasma fundamental.

Bajo este punto de vista, la mudanza subjetiva esperada con el trabajo de análisis se daría

a partir de una cierta comprensión por parte del sujeto acerca de lo que su fantasma encubre, o

sea, una comprensión acerca de la angustia delante del deseo del Otro.

La propia coherencia de la estructura neurótica puede permanecer, y seguramente

permanece, mismo que los síntomas desaparezcan, cosa que se puede observar, por

ejemplo, entre analistas. No hay histéricos más puros, de cierto modo, que los analisados.

Es que se obtienen, a través del análisis, una estructura neurótica de coherencia más pura

– sin prejuicio de los síntomas, evidentemente, se tengan disipado. (Miller, 1984/1987,

p. 131)

Al fines de elucidar más un poco los conceptos de síntoma y fantasma a partir de las

referencias freudiana y lacanianas, Miller (1984/1987) rememora que para Freud la fantasía es el

“nombre propio del recalcado” (p. 131) y, por lo tanto, determina el síntoma.

Recurriendo a la obra freudiana, se constata que en 1917 él discurre cerca de los

conceptos de síntoma y fantasía siempre muy cercanos. Exhibe el síntoma “como un derivado

múltiples-veces-distorsionado de la realización del deseo de la libido inconsciente” tal como “la

realización de una fantasía inconsciente constituida de un deseo” (Freud, 1917[1916]/1976, p.

421), el cual se forma por caminos perversos, alternativos, traspasados por la libido en búsqueda

de la satisfacción de manera diversa de la neurosis. Tales caminos alternativos llevarían a una

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satisfacción directa por el principio del placer, una vez que retornan a las fijaciones presentes en

las experiencias de la sexualidad infantil, perversa y polimorfa, las cuales son mantenidas por las

fantasías. En este sentido, el síntoma se utilizaría de una forma infantil de satisfacción, una

fantasía, un tipo de autoerotismo difuso, que sucumbiría con el pasaje por el complejo parental.

Los síntomas se originarían en las fijaciones de la libido vividas en la niñez, o sea, en las

fantasías autoeroticas creadas por el propio sujeto. Tales construcciones del fantasma poseeríais

el mismo valor de experiencias de la realidad: “las fantasías poseen realidad psíquica, en

contraste con la realidad material, y ajustadamente aprendemos a entender que, en el mundo de

las neurosis, la realidad psíquica es la realidad decisiva” (Freud, 1917[1916]/1976, p. 430).

Siguiendo a la lectura lacaniana en cuanto a los conceptos, recuerda Miller (1984/1987)

que si en el inicio de sus estudios Lacan “sitúa al síntoma como una formación simbólica, en

cuanto a la fantasía aparece localizada en la dimensión imaginaria”, tal como retrata en su

primera formula del fantasma [a ---- a’], entre tanto, después presentará que la “prevalencia de

una imagen del sujeto corresponde a una falta en el sistema simbólico” (p. 132), el que llevaría

Lacan a rever la prevalencia dada al aspecto imaginario del fantasma al fin de situar el lugar de la

falta en la cadena significante y la posibilidad de señalar el estatuto Real del objeto a, de la

misma manera que se podrá vislumbrar de la segunda formula del fantasma [$<>a] – sujeto

tachado pulsión de a – el la cual se implican dos elementos heterogéneos, el sujeto como sujeto

marcado por la falta del Significante y el objeto a como falta en el campo de lo Real.

Reflexiona Miller (1984/1987) que, en Freud, ya habría alusión a esta heterogeneidad en

la composición de una fantasía tal como “un placer proveniente de la zona erógena” donde están

presentes tanto el goce así como el deseo. El deseo, asociado al sujeto anulado, se liga al objeto

a, “ese goce, vinculado con $ [sujeto tachado], el sujeto del deseo”. Añade que la utilización

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hecha por Lacan del crosscap demostra esta “vinculación posible entre dos elementos de

estructuras diferentes”, donde la banda de Moebius corresponde al sujeto y esa parte cualquier

del plano al objeto. De la misma forma, supone reflexionar cerca de la dualidad de la

constitución subjetiva en la cual el “se el sujeto es, por un lado, efecto de la cadena significante,

no se debe olvidar que, por otro, se presenta en la experiencia analítica con una inercia, una

resistencia proveniente de sus estrecha vinculación, a través de la fantasía, con el objeto” (p.

133).

Acorde Miller (1984/1987), Lacan demostró la relación entre síntoma y fantasma al trazar

el grafo del deseo y situar el fantasma en el camino entre el deseo del Otro [S(Ⱥ)] y el síntoma

[s(A)], en esta posición, funcionando como tapón del deseo del Otro y también como

determinante del síntoma. Además de eso, en tal situación, el fantasma está en un punto de

bifurcación del piso superior, el “ultimo lugar donde aún es posible volver, regresar a lo que

puede ser consciente para el paciente” (p. 134), siendo así el portador de toda producción

inconsciente y relacionada al síntoma.

Señala que la cuestión principal en el trabajo clínico es dar cuenta de esa relación entre el

síntoma y el fantasma, lo que se torna posible, según Miller (1984/1987), con la definición del

fantasma como un axioma, o sea, como un irreductible que está dado desde el principio, una

premisa, un dogma, una verdad. Partiendo de esta formulación es posible aproximar la enseñanza

freudiana de la fantasía estar apartada de la neurosis, entre tanto ligada a ella, con la idea

lacaniana del fantasma como un axioma lógico una vez que el fantasma está para la neurosis, así

como un axioma está para la lógica.

Finalmente, al buscar una profundización en la cuestión, Miller (1984/1987) cita que, en

la lógica, los matemáticos descubren las cosas a partir de operaciones y no de formalizaciones,

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esas vienen en segundo plano con la formulación de los axiomas, las pequeñas frases que dan

origen a las operaciones posibles. De la misma forma el axioma fantasmal implica una pura

creación significante. Tal como se puede leer en Pegan a un Niño, la frase no se mas, es

enunciada con una incertidumbre que marca un no saber, una falta [S(Ⱥ)] que porta el axioma

bajo el cual se construye el drama fantasmal. Es eso que marca para Lacan que la fantasía

fundamental “está ligada a una significación absoluta” (p. 136). Sobre esa formulación

problematiza Miller: “el problema de la travesía de la fantasía y del fin del análisis es: ¿cómo se

puede transformar, si es que se puede, la relación del sujeto con esa significación axiomática

absoluta?” (p. 137).

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Capítulo 3

El sujeto del deseo

3.1) El surgimiento del sujeto en el grafo del deseo

En la introducción del Seminario 6, El deseo y su interpretación, Lacan (1958/2015)

aclara que su objetivo al construir el grafo en dos pisos y cuatro procesos fue demostrar las

relaciones del sujeto con el significante. Relaciones estas que están permeadas por contenidos

inconscientes y que, por lo tanto, deben ser aprendidas a partir de un cierto manejo de la

interpretación del deseo.

Recordando las enseñanzas freudianas, en los cuales sitúa al sujeto del inconsciente como

aquel que no sabe lo que habla ni lo que hace cuando habla – “el sujeto que habla no sabe lo que

hace cuando habla” (p. 51) – y que “tampoco sabe el mensaje que le llega de la respuesta a su

demanda en el campo de lo que quiere” (p. 45), se cuestiona sobre lo que es posible hacer, desde

el lugar del analista, con estas relaciones del sujeto con el lenguaje cuales profesan un más allá

de la habla. Presenta Lacan (1958/2015, p. 36) que el grafo sirve a los analistas en el sentido en

que demarca tres importantes puntos de trabajo que deben ser distinguidos, inclusive como ha

alertado Freud: “lo reprimido, el deseo y el inconsciente”.

Por esta vía, Lacan (1958/2015) diseña el grafo en tres etapas, sobre ellas advirtiendo sus

oyentes de que no deben ser tomadas en un sentido evolutivo, pero sin simultáneos en los dos

pisos que desarrolla – “hay que pensar que en el menor de los actos de la palabra estos dos pisos

funcionan, ambos, al mismo tiempo” (p. 37) –, y así como explica los actos del habla y la

constitución subjetiva en una “anterioridad lógica”, al final del diseño de la tercera etapa,

presenta la existencia de cuatro puntos iniciales de donde intervienen la actividad del significante

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en una simultaneidad de trayectos, tal como la cadena significante funciona en cierta sincronía

como una “batería significante” (p. 21).

Presentando como uno de los puntos iniciales de los cuatro trayectos diseñados, anota el

punto inicial del sujeto, además en cuanto infans, fuera del campo del lenguaje. Un lugar en que

el sujeto está en intención. En ese, marca el punto Δ del grafo, a partir del cual el sujeto se dirige

a su primera identificación, en otro extremo de tal línea trayectoria, donde anota la letra I

mayúscula. En este trayecto de la línea (Δ—I), el sujeto es atravesado por la cadena discursiva

(D—S), la cual, por su vez, viene del otro, en el caso, un adulto que recibe al infans. En tal

sentido, el primer punto de encuentro del sujeto, tal como infans, como la cadena discursiva es el

código, a lo cual Lacan representa por la letra i mayúscula. El código tiene lugar en un nivel

sincrónico dada la simultaneidad de los significantes. Él es semejante a “algo que se comporta

como una máquina de hablar” (p. 21), una vez que el mensaje emitido por el otro está localizada,

en dichas trayectorias, en el segundo punto de encuentro en que el sujeto se depara con la cadena

discursiva (Lacan, 1958/2015).

Ese segundo punto de encuentro es aquel donde se produce el mensaje (M) que fuera

anunciada por el código (C), así la significación (s minúscula) siempre se afirma mediante un

juego retroactivo de sucesión de los significantes (S mayúscula). En este juego, intenta Lacan

(1958/2015) hacer entender que aquello que se tiene tal como mensaje toma conformación en un

momento posterior, a partir del código que se coloca al frente, mientras en el recorrido inversa de

la cadena discursiva (D—S), el mensaje (M) se formula anticipadamente al código (C).

Continuando en presentar los cuatro trayectos de la actividad significante, Lacan señaliza

como otro punto inicial aquel donde parte la cadena discursiva (D—S). Esa en cuanto estructura

fundamental que somete el lenguaje a una sucesión diacrónica entre el mensaje y el código, bajo

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la cual está implicado el sujeto frente a una “anterioridad lógica” (p. 20) al respecto de cada lugar

que ocupa en el grafo. Conforme discurre Lacan (1958/2015), la cadena significante se produce

por la sucesión de los significantes (S1, S2,... Sn) tomando el lugar del acto de la demanda y

dirigiéndose al significante (S).

Estos dos trayectos que se entrecruzan de forma invertida entre sí (Δ—I e D—S) forman

la primera etapa del piso del grafo, a partir del cual Lacan (1958/2015) deja indicado que, en ese

primer recorrido, hay un proceso intencional transcurrido por el sujeto de Δ hasta I, definido por

la identificación primaria del infans, tal como un sujeto mítico, en su relación con el gran Otro.

Tal identificación se da a partir de la eclosión de la necesidad, una vez que ese sujeto mítico está

inicialmente fuera del discurso y que sólo puede dirigirse al Otro a partir de una condición

inocente, mismo que haya reconocido al Otro como hablante, portador del lenguaje.

Es así, a partir de ese primer encuentro con el Otro en su trayecto en la búsqueda de cierta

satisfacción de la necesidad, que el infans es capturado, atravesado por el lenguaje haciéndose

discurso. Equivale decir que, delante de la cadena discursiva que atraviesa el recorrido del sujeto

en busca de su Ideal, la necesidad se torna demanda y hay la presión del Otro como lenguaje.

Una detención sin “camino de retorno” una vez que el sujeto está ahora capturado, mismo sin

saber. Consecuentemente, estando el sujeto “relacionado con otros sujetos hablantes hace que en

el extremo de la cadena intencional [Δ—I] se produzca lo que aquí llamé para ustedes la primera

identificación, la identificación primaria, I” (Lacan, 1958/2015, p. 22).

El tercer punto de los cuatro trayectos que presenta Lacan (1958/2015) está en A (a

mayúscula), el tesoro de los significantes, local del grafo donde inicialmente había situado el

código del mensaje (C), en aquel donde se da el cruzamiento del sujeto con la cadena discursiva,

allí donde él es tomado por los significantes, por la emisión de la palabra, asumiendo, así, el

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lugar del gran Otro (A). Según enseña Lacan, es el punto en que el sujeto está en cualidad del Yo

(Je) hablante. A modo de admisión del código por el tesoro de los significantes, el A, o el gran

Otro, da inicio al trayecto en dirección a la significación (s) dada por el Otro, punto donde se

produce el mensaje. En ese momento, Lacan, de forma didáctica, propone una modificación en

las letras presentadas en el primer grafo tal como constituyentes de la cadena discursiva (D—S).

En el lugar del mensaje (M), sitúa la significación dada por el Otro (s(A)) y en el lugar del

código (C), sitúa al Otro (A).

Es posible concebir del grafo que, en el trayecto del sujeto en búsqueda de su primera

identificación, el significado del Otro (s(A)) al llamado del sujeto se sobrepone a la necesidad,

tornándola demanda. Como declara Lacan (1958/2015), antes mismo de la emisión de la palabra

por el niño, él ya es capaz de hablar, de comunicarse con su madre, el gran Otro primordial, la

cual “no es meramente la que da el seno [sein], sino también la que da la signatura [seing] de la

articulación significante”, una vez que, en la cualidad del gran Otro es capaz de revelar “al niño

justamente la función del símbolo como revelador” (p. 41).

En esa primera etapa de construcción del grafo, es posible percibir un más allá del sujeto.

Subraya Lacan (1958/2015) la existencia de una aprehensión del sujeto por el Otro, así como

lenguaje, por el discurso que impone su forma, pasando de una aprehensión inocente al

inconsciente del sujeto, tal como discurso. Además, en la segunda etapa, hay algo más allá de esa

aprehensión que “se funda en esa experiencia del lenguaje, a saber, la aprehensión del Otro como

tal por parte del sujeto” (p. 23), ese Otro que asume el lugar de dar al sujeto una respuesta a su

llamado expresa en lo ¿Qué quieres? o ¿Che Vuoi?, un llamado que evoca el primer contacto con

el deseo, aquel que es propio del sujeto, entre tanto que se presenta, en ese momento, como

deseo del Otro. Conforme Lacan (1958/2015), la:

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experiencia del deseo del Otro es esencial, se debe a que permite al sujeto realizar ese

más allá de la articulación lingüística alrededor de la cual gira esto: que el Otro es quien

hará que un significante u otro esté presente o no en la palabra. Hasta el momento, en

efecto, la batería de los significantes, entre los cuales podía hacerse una elección, estaba

allí, pero sólo en sí. Ahora, en la experiencia, esa elección revela ser conmutativa en la

medida en que está al alcance del Otro hacer con que uno u otro de los significantes esté

allí. (p. 24)

En el ejercicio del sujeto con el deseo, inicialmente como deseo del Otro, el se lanza en

busca de una respuesta a la pregunta que atribuye al Otro (¿Che Vuoi?), de esa forma

dirigiéndose a un más allá representado por el segundo piso del grafo. Ese lanzamiento parte del

punto en que esta el Otro primordial, el tesoro de los significantes (A). En ese recorrido, Lacan

presenta el lugar del surgimiento del deseo que da en, y por la, experiencia del sujeto con el Otro

(A), el cual hace representar para la letra d minúscula, la cual sitúa en un intervalo abierto por

ese más allá de la experiencia del lenguaje, o sea, en una distancia que separa y une, al mismo

tiempo, el significado y el significante, local de la presentación del sujeto en su propio ser.

Conforme Lacan (1958/2015):

Desde su aparición, en su origen, el deseo, d, se manifiesta en un intervalo, en la brecha,

entre la pura y simple articulación lingüística de la palabra y lo que marca que el sujeto

realiza en ella algo de sí mismo, algo que no tiene alcance, sentido, más que en relación

con esa emisión de la palabra, algo que es su propio ser – lo que el lenguaje llama por ese

nombre. (p. 25)

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Añade Lacan (1958/2015) que este es el intervalo que hay entre los vestigios de la

demanda y la “exigencia de reconocimiento por parte del otro que en este caso podemos llamar

exigencia de amor” un espacio en que el sujeto podrá situar su propio deseo.

En ese intervalo, esa brecha, se sitúa la experiencia del deseo. Tal experiencia es al

principio aprehendida como la del deseo del Otro, y en el interior de la misma el sujeto

ha de situar su propio deseo. Éste no puede situarse fuera de ese espacio. (p. 26)

Arrojándose en esta coyuntura, el sujeto busca una respuesta en el Otro al respecto de su

deseo. Tal como presentado en el primero piso del grafo, el encuentro del sujeto es inicialmente

con el código del mensaje, el cual ya, desde ese momento, se puede comprehender así como la

demanda del Otro (A<>D). Es entonces a partir de la demanda que el sujeto se dirige al lugar de

la mensaje, el cual, ahí en el segundo piso del grafo, tal como en el primero, es donde Lacan

(1958/2015) situará el cuarto punto de origen de los cuatros trayectos de la actividad significante

con la letra X, justificando exactamente su escoja grafica por ser un lugar de incógnita al sujeto,

es donde busca una respuesta al saber con respecto al deseo, un no saber.

En esa confrontación del sujeto con el no saber al respecto del deseo, inicialmente

situado como deseo del Otro, Lacan (1958/2015) presenta la tercera etapa del grafo, afirmando

que es delante de esa falta que el sujeto buscará defenderse con su yo apoyado en la experiencia

de la relación especular (yo/moi), relación esta que se ve entre el yo y el pequeño otro, imagen

soporte del yo, en la línea m—i(a) situada por Lacan en el primer piso del grafo y que tiene su

equivalencia en la relación del deseo con el fantasma, situado por él en el segundo piso.

Evidencia Lacan (1958/2015, p. 28) a partir de ahí que, al defenderse de la falta de un

saber con la experiencia imaginaria (yo/moi), el sujeto construye algo con el otro que es diferente

de la experiencia especular, “lo que el sujeto refleja (...) no es simplemente su aparición ante el

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otro con el prestigio y con la finta, sino que se refleja a sí mismo como sujeto hablante”, un

sujeto que no sabe lo que habla, pues, en cuanto sujeto del habla, esta suprimido ($) desde el

principio, donde la demanda entró en el lugar de la necesidad. Es así, en esa condición de un sin

saber, que el sujeto puede relacionarse con el otro, en cuanto objeto. Relación tal que Lacan

expone en la fórmula del fantasma [$<>a] y que sirve de soporte al deseo que allá se encuentra

del otro lado del grafo. Afirma Lacan que el fantasma es “el lugar de referencia” del deseo, de la

misma forma que la imagen del semejante en el primer piso (i(a)) sirve como soporte del yo

(moi).

Al introducir la tercera etapa de su grafo, Lacan (1958/2015) esclarece que donde se sitúa

la demanda del Otro (A<>D) es el lugar donde se presenta el verdadero discurso del ser. El

discurso de un sujeto excluído, “marcado por el significante, en presencia de su demanda”

($<>D), una demanda que no es primitiva, pero si transmutada a partir de la relación del sujeto

con ella y que deja como marcas las “formas orales, anales y demás, de la articulación

inconsciente” (p. 45).

Por otro lado, el mensaje que el sujeto recibe es un significante del Otro (S(Ⱥ)), el cual

está también marcado por la falta de un significante, y, por lo tanto, de la misma forma, sometido

al lenguaje. Carente de una parte que es justamente el “elemento problemático en la pregunta

concerniente a este mensaje” (Lacan, 1958/2015, p. 45). El sujeto, en cuanto inconsciente,

marcado por la falta de un significante, demuestra su condición de no saber frente al mensaje

que el llega en el nivel del discurso del ser.

Expone Lacan (1958/2015) que, delante de la falta constituyente, sin saber “el mensaje

que le llega de la respuesta a su demanda en el campo de lo que quiere”, el sujeto puede contar

apenas con el falo como significante que se coloca especialmente afectado a “designar las

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relaciones del sujeto con el significante” (p. 45). Mientras busca articular la respuesta, “el sujeto

se aniquila y desaparece” (p. 46), así, delante de la demanda situada sobre la falta del

significante, el tener o no tener el falo, brota la castración, y el sujeto se depara con aquello que

no quiere ver, que no quiere saber.

3.1.1) La interdicción del sujeto por el lenguaje. Lacan (1958/2015) deja marcado, a

partir de su grafo, la existencia de una oposición entre dos sistemas en las relaciones del sujeto

con el significante, los cuales hace representar, en su diseño, por líneas continuas y puntilladas.

Según sus explanaciones, la línea continua representa el sistema sincrónico de la lengua, en que

cada significante atribuye su propio valor en el tiempo del habla, es el discurso de la demanda

que toma forma en el lugar en la solidez sincrónica del código. Por otro lado, con las líneas

puntilladas, demuestra el giro del material reprimido en el circuito que se coloca a funcionar a

partir de una primera entrada, tal como ha presentado Freud sobre el contenido del material

inconsciente, el reprimido que se trata de elementos significantes.

Informa Lacan (1958/2015) que, en esos giros entre los dos sistemas, el discurso del

sujeto llega al punto de hacerse sentir “en que el algo del mensaje en el nivel del discurso del ser

llega a perturbar el mensaje en el nivel de la demanda, lo cual constituye todo el problema del

síntoma analítico” (p. 51).

Elucida además de esos dos sistemas, hay otro (también puntillado) que prepara aquello

que llama por lugar de descansillo, algo como una pausa, una tregua, un hiato, antes de

sobrevivir a la primera captura del sujeto dentro de la demanda, el yo (moi). Este otro sistema es

lo que Freud descubrió y se interrogó a partir del inconsciente de su segunda tópica, o sea, “el

sujeto que habla no sabe lo que hace cuando habla”, así, en ese nivel del lugar original de

nacimiento del sujeto en su intencionalidad en dirección a la primera identificación en I, el sujeto

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se constituye como yo (moi) en algún lugar de este trayecto. Además como parte de los

desarrollos freudianos de la segunda tópica, resalta Lacan que el Súper-yo toma el lugar del

discurso primitivo que es impuesto arbitrariamente, lanzando un eco en el discurso del sujeto y

dejando abierta la posibilidad de descubrir y articular la función metafórica del lenguaje (Lacan,

1958/2015, p. 51).

Al diseñar el grafo del deseo en el Seminario 6, Lacan (1958/2015) demuestra las

relaciones del sujeto con el significante como estructurador de la constitución subjetiva. El

sujeto, mientras anulado por el lenguaje, por el Otro, el portador de los significantes, está

determinado por esta relación, una vez que es el Otro, el tesoro de los significantes “quien hará

que un significante u otro esté presente o no en la palabra” (p. 24). Pero ¿qué quiere mostrar

Lacan con eso?

Se sabe que, para Lacan (1960/1998, p. 833), “un significante es aquello que representa al

sujeto para otro significante”, o sea, el sujeto es aquel que se reemplaza por el significante, pero

no cualquier uno, mas si el significante que constituye al sujeto del discurso, el discurso de la

demanda.

Elucida Lacan (1958/2015) que el significante del cual se fala en psicoanálisis no es aquel

de la teoría de la comunicación, en el cual el código lingüístico se dirige a alguien sustituyendo

un tercero. En la teoría psicoanalítica, el significante suplica otro significante y toma el valor en

cuanto en relación a otros significantes dispuestos en un sistema de oposición y de acuerdo con

cierta diacronía en la experiencia del sujeto. Así al hablar que “cuando está en juego la

subjetividad capturada por el lenguaje” (p. 20), aclara que el significante está subjetivado en la

experiencia y representado en el acto del habla de cada sujeto.

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Agrega que, cuando el sujeto humano opera con el lenguaje, él se anuncia por sí mismo,

se presenta desde su posición primitiva, una posición de dependencia que denuncia la existencia

del deseo humano como deseo del Otro. Es a partir del entendimiento de que el sujeto se

constituye por el lenguaje, transcribiendo en ella el deseo, del cual sólo caben aproximaciones

por su interpretación, que Lacan (1958/2015) declara el titulo de su seminario sobre el tema: El

deseo y su interpretación.

Conceptúa que, por la condición del sujeto atravesado por el lenguaje como punto crucial

de la experiencia psicoanalítica, la condición del sujeto es esencialmente su dependencia

fundamental a ser hablante – “el psicoanálisis nos muestra, en esencia, lo que denominaremos la

captura del hombre dentro de lo constituyente de la cadena significante” (Lacan, 1958/2015, p.

19).

Cotejando ese dominio del significante y demostrando la dimensión metafórica y

metonímica del lenguaje, Lacan (1958/2015) enfatiza la presencia de los tres principios de la

cadena significante: el principio de sucesión, que dice respecto a la elección, por parte del gran

Otro, de un significante dentro de muchos; el principio de sustitución, que representa la relación

de coexistencia, simultaneidad e impenetrabilidad entre el significante (S) y el significado (s); y,

por fin, el principio de semejanza, que hace operar la dimensión metonímica de la cadena

significante.

Es a partir de esos mismos principios que Lacan (1958/2015) sugiere las diferencias entre

la enunciación y el enunciado. Discurre que, en el momento en que la cadena discursiva lanza el

llamado al gran Otro a partir de la pregunta del deseo (¿Che vuoi?) hay una distinción, aun que

sea coexistente y simultaneo, entre el sujeto de la enunciación que aparece en el segundo piso del

grafo y aquel del enunciado que está en el primer piso. El sujeto de la enunciación está

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sobrepuesto al enunciado, hay una impenetrabilidad entre ambos, llevando a concluir que hay

diferentes trayectos del sujeto del lenguaje en los pisos del grafo: “la captura del sujeto dentro de

la articulación de la palabra – captura que al principio era inocente – deviene inconsciente” (p.

25) y, justamente en esa condición, el sujeto no sabe lo que habla.

Al decir que “todo discurso es el discurso del Otro, incluso cuando quien lo sostiene es el

sujeto”, alude Lacan (1958/2015, pp. 43/44) que, por la condición inconsciente de todo discurso,

la distinción entre los dos pisos del grafo deja de ser arbitraria. El segundo piso imprime una

dificultad para los seres hablantes, una vez que el acto de habla está revestido de un no saber que

afecta la acción de significación proveniente de la habla. Lo que se ve, en el segundo piso, a

partir de la pregunta al deseo del Otro, es un imperativo al sujeto para que asuma su condición de

ser, de señor de su deseo. Relata Lacan que la pregunta “contiene un Fiat que es la fuente y la

raíz de aquello que en la tendencia viene a inscribirse para el ser hablante en el registro del

querer”, así el yo (Je) se coloca, por un lado, en el acto del hablar y, por otro, al asumir el deseo

como propio.

En otras palabras, demuestra Lacan (1958/2015) que el yo (Je) no es simplemente aquel

que articula el acto de la habla en el discurso, es también lo que designa el soporte del mensaje,

un semantema, es la raíz de la palabra que no tiene articulación en la función pura y simple de un

código. Él no se relaciona nunca con algo que pueda ser definido en función de otros elementos

del código, pero si en función del acto del mensaje. Es también algo que varia a cada instante.

Lo que puede llamar de sujeto verdadero del discurso está siempre seguido de un

paréntesis, a saber, cuando el sujeto anuncia “yo (que hablo), o yo (digo que)” evidencia en su

discurso dos yo (Je), aquel que dice y aquel que agrega “y yo lo repito”, el sujeto de la

enunciación y el sujeto del enunciado (Lacan, 1958/2015, p. 43).

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Aclara Lacan (1958/2015) que, si el “significante conlleva una duplicidad interna entre

proceso del enunciado y proceso del acto de la enunciación” (p. 93), marca la diferencia entre los

dos yo (Je) y denuncia la existencia del deseo humano enlazado a una represión, una censura,

algo que no puede ser dicho, de algo que queda interceptado, o, que sufre una interdicción.

En ese juego entre lo enunciado y la enunciación, la pregunta del deseo es la respuesta del

Otro al acto del habla del sujeto. Una respuesta que se presenta en un discurso de llamado al ser

en el segundo piso del grafo, donde se sitúa el acto de la palabra, el código que está dado por

algo que se coloca más allá de la demanda primitiva que está perdida desde el inicio. Aclara

Lacan (1958/2015) que la respuesta formulada como pregunta (¿Che vuoi?) responde “al temible

signo de interrogación cuya forma misma, en mi esquema, articula el acto de hablar” (p. 44).

Profesa que, tal como en el primer piso del grafo, el segundo asimismo posee una batería

de significantes inconscientes transcribiendo un mensaje que anuncia la respuesta a la pregunta

del deseo (¿Che vuoi?) de forma peligrosa, una vez que la distinción entre los procesos de la

enunciación y del enunciado exigen del sujeto cierta preocupación a fin de resguardar la verdad

del deseo, la prohibición que necesita ser preservada, un no dicho que se presenta en el nivel de

la enunciación como el discurso del Otro (Lacan, 1958/2015).

Lacan (1958/2015, p. 88) recuerda que Freud ya había indicado que el sujeto en el acto de

la habla se coloca ante tanto una dificultad particular, como una posibilidad especial, una vez que

la “verdad del deseo” es ubicarse frente a una interdicción, a lo prohibido, como “una ofensa a la

autoridad de la ley”, una verdad que merece ser censurada, mientras más, aparece en el proceso

de la enunciación. Conforme desarrolla: “todo discurso destinado a desterrar del proceso de la

enunciación este enunciado va entonces a encontrarse en delito más o menos flagrante con su

fin”. Mostra que en el nivel de la línea superior del grafo es posible encontrar la matriz de esa

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imposibilidad, una vez que el sujeto al “articular su demanda, es capturado en un discurso

respecto del cual nada puede hacer para no ser erigido, él mismo, como agente de la

enunciación”, no pudiendo abrir mano del enunciado bajo penalidad de ser sustraído como

sujeto.

Apoyándose en las enseñanzas freudianas de la interpretación del deseo en los sueños,

indica Lacan (1958/2015) que la estructura más profunda del significante es un no dicho que

puede ser borrado, tal como Freud ha exhibido acerca del deseo en el sueño ser la marca de una

represión, una censura. Agrega que “la represión, cuando se introduce, está ligada en lo esencial

a la aparición absolutamente necesaria de la posibilidad de que el sujeto se borre y desaparezca

en el nivel del proceso de la enunciación” (p. 88).

El significante comienza exactamente en este no decir que puede ser borrado, apagado,

“no en la huella, sino en que se borre la huella, [...]. Con la barra anulo ese significante pero

también lo perpetúo en forma indefinida” (Lacan, 1958/2015, p. 95).

Reflejando sobre la articulación del deseo entre el sujeto de la enunciación y del

enunciado, Lacan (1958/2015, p. 97. Grifos nuestros) expone que lo no dicho, o lo interdicto, se

exterioriza en la propia articulación del significante en el nivel de la enunciación, en la cual el

sujeto niega lo que dice. Al decir “yo no digo que soy tu mujer”, esconde su deseo prohibido de

ser su mujer. Por otro lado, en el nivel del enunciado, lo interdicto está en la propia negación del

“yo no soy tu mujer”.

Afirma que, desde las enseñanzas freudianas, ya se puede concluir que la negación cae de

la enunciación al enunciado, exponiendo una paradoja que causa extrañamiento y pavor.

Discordancias entre la enunciación y el enunciado se ofrecen al sujeto como un “temor que se

anticipa al hecho de que él venga, como anhelo que no venga”. Siempre que se hace presente

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una negación, el enunciado suplica un auxiliar que introduce la dimensión del sujeto, el cual

señala que la negación es la posición original de la enunciación. Así, “el sujeto se constituye en

el proceso de distinguir el yo de la enunciación con respecto al yo del enunciado” (Lacan,

1957/2015, p. 98. Grifos nuestros).

3.2) El deseo es el deseo del Otro

Al enseñar la segunda etapa del grafo del deseo en el Seminario 6, Lacan (1958/2015)

declara que el primer contacto del sujeto con el deseo se otorga a partir del Otro, señalado como

ausencia, a la cual el sujeto emite un llamado como presencia, exhibiendo, en este espacio,

alguna cosa más allá del lenguaje. El otro es alguien que logra dar al sujeto una respuesta a su

llamado acerca de lo que quiere: ¿Che vuoi?. La pregunta del deseo “Se la plantea desde el lugar

donde el sujeto tiene su primer encuentro con el deseo, el deseo como algo que en primer lugar

es el deseo del Otro” (pp. 23-24).

En la introducción de su seminario sobre la angustia, Lacan (1962-1963/2005) prologa

como punto inicial de reflexión, la relación del deseo del Otro con la angustia. Según expone, el

Otro, ubicado por la falta, es aquel que desea. Al desear cuestiona al sujeto sobre lo que quiere -

¿Che vuoi? – acerca de su propio deseo. La pregunta del deseo y sus desdoblamientos lanzan al

sujeto al encuentro con la angustia, un espacio de falta en que el sujeto se cuestiona con relación

al deseo del Otro, por detrás del cual se esconde el deseo propio.

Recuerda Lacan (1962-1963/2005) que la pregunta del deseo está en el centro del grafo,

en el sitio preciso que se ve entre sus dos pisos, entre “las dos vías de regreso que designan en

cada uno el efecto característico” (p. 14), así, señalando para la existencia tanto de una dialéctica

como de una distancia entre la identificación narcisista en el piso inferior y la relación con el

deseo en el piso superior, punto en que introduce la función de la angustia.

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Al discurrir sobre cuatro diferentes formulas de las teorizaciones filosóficas y

psicoanalíticas con respecto al deseo y la angustia, Lacan (1962-1963/2005) anuncia que el deseo

psicoanalítico, cuya fórmula presenta como: d(a) < i(a):d(Ⱥ), es aquel en que el deseo del Otro,

emplazado como falta (Ⱥ), es equivalente a la imagen soporte i(a) del sujeto, constituida a partir

de su condición hablante, así, atravesado por el lenguaje que viene del Otro.

Con el propósito de aclarar el concepto de angustia para el psicoanálisis, Lacan (1962-

1963/2005) se vale de los tres significantes del título freudiano, Inhibición, Síntoma y Angustia,

los cuales, según él, utilizará como una “red de protección” (p. 18) para la exposición inicial del

Seminario 10. Diseña con los tres términos un cuadro matricial, colocándolos escalonados en

relación al “movimiento” y a la “dificultad” y trata de ir desarrollando en su texto aquello que la

angustia no es. Afirma que ella no es el síntoma y tampoco la inhibición, también no es una

emoción, o efusión, ni es un impedimento o un embarazo. La angustia es un afecto, tal como ya

fuera presentado por Freud, que no puede ser rechazado, “el se desprende, queda a la deriva” (p.

23).

En tal exposición en el Seminario 10, se sirve, igualmente, de un pequeño esquema que

introduce como base en los preceptos filosóficos de Heidegger y Sartre para explicar los

términos “tratamiento”, “preocupación” en la versión española (“sorge” o “souci” como “cura”),

“seriedad” (“esprit de sérieux”) y “expectativa”, tratando de demostrar que la angustia, en el

campo del psicoanálisis, no es la misma de la cual se acerca a la filosofía o a la psicología,

recomendando, de esa forma, a los analistas, se situaren a cierta distancia cuando se trata de abrir

un discurso sobre la angustia, distancia esta que sea capaz de preservar el vacío que ella requiere,

la falta que ella denota, sin embargo, con cierto grado de seguridad, conforme presupone la

operación analítica.

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En ese recorrido teórico, conforme busca demostrar con las cuatro diferentes formulas

presentadas en su texto Angustia, Signo del Deseo, Lacan (1962-1963/2005, p. 35) preludia que

la verdad de la angustia “sólo puede ser aprendida cuando se refiere a la formula 2

[d(a)<i(a):d(Ⱥ)], que concierne al deseo como psicoanalítico” y que, a pesar de las diferentes

concepciones del deseo para el psicoanálisis y a la filosofía, la presencia del objeto a en el lugar

de aquel que desea es el punto en común en las formulas.

Desenvuelve que el sujeto, en el lugar del objeto a como aquel que desea, demuestra, más

allá de su posición relativa al deseo, su condición finita, dando abertura, en ese lugar, al

surgimiento de la angustia:

Por causa de la existencia del inconsciente, podemos ser ese objeto afectado por el deseo.

Por añadidura, es en la condición de ser así marcada por la finitud que nuestra propia

falta, sujeto del inconsciente, puede ser deseo, deseo finito. En la apariencia, él es

indefinido, porque la falta, que siempre participa de algún vacío, puede ser llenada de

varias maneras, aunque sepamos muy bien, por ser analistas, que no la llenamos de mil

maneras. (Lacan, 1962-1963/2005, p. 35)

Expone Lacan (1962-1963/2005) que la infinitud del deseo no cabe en el deseo

psicoanalítico, a no ser una falsa infinitud que la teoría del significante permite imaginar a partir

del Un repetitivo del deslizamiento metonímico, el cual “no agota la función del Otro” conforme

demuestra a partir de la operación de división del sujeto. En esa división, procura tornar visible

que el sujeto, al situarse como determinado por el significante que lo atraviesa en el campo del

Otro, también se sujeta a la inscripción del Otro como el resultado de una división, un cociente

igualmente borrado en el campo del inconsciente.

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De tal división hay una sobra, “un residuo”, un “Otro último”, conforme denomina Lacan

(1962-1963/2005, pp. 35-36), “el objeto a que aparece aquí como prueba y garantía única, al

final, de la alteridad del Otro”. Así, a partir de la operación de la división del sujeto por el

lenguaje, se tiene al sujeto tachado [$] y el objeto a del lado de la verdad objetiva de la barra, en

el campo del otro, en cuanto el Otro excluído se sitúa del lado en que el sujeto se constituye

como inconsciente, aquel que el sujeto no alcanza. Se obtiene, de esa división, que los dos

elementos constituyentes del fantasma, el sujeto anulado y el objeto a, se sitúan en el campo del

Otro.

Al anunciar la tercera etapa del grafo del deseo en el Seminario 6, Lacan (1958/2015)

demuestra que delante del deseo del Otro el sujeto se cuestiona frente a un no saber, un nada, un

vacío, un lugar de falta de significantes. En este sitúa la experiencia del desamparo [Hilflosigkeit]

como el “verdadero lugar [de] la experiencia de la angustia” (p. 27), suscitado por ese nada saber

al respecto del deseo del Otro. Por lo tanto, advierte que, a pesar del deseo producirse en el

mismo sitio de la experiencia del desamparo, la angustia no se produce en el mismo nivel del

deseo.

Evidencia Lacan (1958/2015) que, delante del desamparo, el sujeto se defiende con su yo,

con el recurso de la experiencia imaginaria, en la cual refleja a sí mismo como sujeto de la habla,

el sujeto tachado ($) que se refiere al otro imaginario como el mirar, el fantasma. En ese sentido,

utiliza su construcción fantasmagórica [$<>a] como soporte del deseo – “el deseo humano tiene

esa propiedad de estar fijado, adaptado, asociado, no a un objeto, sino siempre esencialmente a

un fantasma” (p. 28).

Al discurrir sobre la interpretación del deseo, Lacan (1958/2015) puntúa que la aparición

del deseo se da en la experiencia con el Otro, en cuanto sujeto del deseo, en la intersección entre

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“la pura y simples articulación lingüística de la palabra y lo que marca que el sujeto realiza en

ella algo de sí mismo, algo que no tiene alcance, sentido, más que en relación con esa emisión de

palabra, algo que es su ser” entre las metamorfosis de la demanda y la “exigencia de amor”, un

espacio en que el sujeto debe “situar su propio deseo” (pp. 25-26. Grifos nuestros).

Declara Lacan (1958/2015) que, si el deseo parece “llevar consigo cierto quantum de

amor, muy a menudo se trata de un amor que se presenta a la personalidad como algo

conflictivo, un amor que no se confesa, un amor que incluso se niega a confesarse” (p. 13), así,

por detrás del sentido de la frase “yo te deseo”, hay un sentido más complejo de que su

enunciado. Él condensa todas las “imágenes enigmáticas” (p. 49) que causan el deseo del sujeto.

Su enunciación carga la frase: “Yo te deseo porque eres el objeto de mi deseo. Dicho de otro

modo, Eres el común denominador de mis deseos” (p. 50).

En ese mismo sentido, Lacan (1962-1963/2005) descubre en el Seminario 10 que la

subsistencia del fantasma como soporte del deseo está ligada a la “experiencia del amor”, una

experiencia que no tiene el mismo sentido tal cual la propuesta hegeliana del deseo, pero si del

deseo psicoanalítico como situado en el campo del Otro y sustentado por el fantasma [$<>a].

Clarifica, a partir del primer esquema de división del sujeto, que, en la experiencia del amor

psicoanalítico, cuando el sujeto asume su amor por medio de una frase como: “Yo te deseo,

mismo si no lo saber”, está declarando al otro que lo desea de forma inconsciente, dando apertura

al lugar de la falta y al espacio del deseo. En ese lugar, el sujeto, sitúa a su objeto de amor

desconocido, el objeto a que se exhibe como velo delante de la falta. Ambos se identifican con el

objeto de deseo:

(...) yo lo tomo por el objeto, por mi mismo desconocido, de mi deseo [...] yo te

identifico, a ti con quien hablo, con el objeto que falta a ti mismo. Al dirigirse por ese

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circuito obligatorio para alcanzar al objeto de mi deseo, realizo para el otro justamente lo

que él procura. Cuando, inocentemente o no, tomo ese desvió, el otro como tal, que aquí

es objeto – observen bien – de mi amor, caerá forzosamente en mi red. (Lacan, 1962-

1963/2005, p. 37)

En La Metáfora del Amor, Lacan (1960-1961/2010) apunta que el problema del amor se

revela por ser él una metáfora, una sustitución en la cual, tanto amante cuanto amado están

separados por un vacío, una falta que se anuncia a cada uno, frente a un no saber, una

“desconocimiento” propio del inconsciente. Según Lacan, el objeto amado, al no saber lo que

tiene de oculto, ocupa el lugar del objeto atractivo. Declara que entre amado y amante hay una

discordancia:

Lo que falta a un no es lo que existe, escondido, en el otro. Ahí está todo el problema del

amor. (...) En el fenómeno, se encuentra a cada paso el desgarramiento, la discordancia.

(...) basta que esté en el, basta amar, para ser preso de este vacío, de esa escisión. (p. 56)

Además en la Transferencia en el Presente, Lacan (1960-1961/2010) comunica que el

amor es la función más misteriosa de la relación entre los sujetos, y, como analista, es necesario

observar el valor de ese enigma. Como punto de reflexión, recuerda la escena final del Banquete

de Platón, entre Alcibíades y Sócrates, en la cual el tema del agalma podrá ser visto como el

“objeto oculto en el interior del sujeto Sócrates” (p. 213). La escena revela la estructura en la

cual se presenta la posición del deseo, tomándose al sujeto, conforme presentado en el grafo del

deseo, como constituido entre las dos cadenas significantes. En cuanto determinado por el

significante, el sujeto es también su soporte y, en esa condición, se produce en él la metonimia

del deslizamiento incesante e indefinido de los significantes, en los cuales se presenta el deseo.

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Esclarece Lacan (1960-1961/2010) que, en esos deslizamientos, los elementos se tornan

equivalentes, así que uno de ellos asumirá, como representante en la enunciación subjetiva, el

lugar del objeto para lo cual el sujeto se dirige, o, igualmente, su propia acción, así, el objeto a se

coloca en la posición privilegiada delante del sujeto del deseo que se expone en el fantasma:

Ora, es en la propia medida en que algo se presenta como revalorizando el tipo de

deslizamiento infinito, el elemento disolutivo traído al sujeto, por sí mismo, por la

fragmentación infinita, el elemento disolutivo traído al sujeto, por sí mismo, por la

fragmentación significante, que él asume valor de objeto privilegiado, que estanca ese

deslizamiento infinito. Un objeto puede asumir también, con relación al sujeto, ese valor

esencial que constituye la fantasía fundamental. El propio sujeto se reconoce ahí como

detenido, o, para recordarles una noción más familiar, fijado. En esa función privilegiada

nosotros la chamamos de a. (p. 214)

Agrega que, por el hecho del sujeto estar fijado a su fantasma fundamental, el deseo

asume consistencia y denota su sumisión al deseo del Otro, el gran A. El A como “lugar de la

habla (...) ese tercer lugar que existe siempre en las relaciones con el otro, a, desde que hay una

articulación significante”, pero que está en una condición inestable, de falta, dejando al sujeto en

ese lugar movedizo, sin saber lo que ese Otro le puede donar, o lo que quiere. Lugar del más-allá

de la demanda del sujeto, lugar de la experiencia del amor, del cual el Otro pueda responder

como presencia o ausencia (Lacan, 1960-1961/2010, p. 215).

3.2.1) El deseo en el sueño. Delante del deseo como enigma y justificando el nombre de

su Seminario 6 – El deseo y su interpretación, Lacan (1958/2015) se utiliza de varios sueños de

la Traumdeutung freudiana, reafirmando que, tal como presentado por Freud en su obra, en la

interpretación de los sueños se hace posible una aproximación del deseo como Wunsch (desear),

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un deseo formulado, articulado (en todas las partes del sueño), por ende retorcido, desfallecido,

escondido. Agrega que “el sueño es una metáfora” (p. 70) que trascribe un significado que es

formulado a partir de su interpretación, una vez que esta tiene como meta final “la restauración

del deseo inconsciente” (p. 68).

Elucidando tal característica enigmática del deseo en el sueño y emprendiendo una

diferenciación con el deseo de la filosofía, se utiliza del sueño freudiano de la inyección de Irma

a fin de demostrar que, a pesar de los desenvolvimientos psicoanalíticos tienen demostrado la

presencia de la sexualidad en los sueños, lo querer ver Irma desvestida, o querer salvarla de la

enfermedad, no era exactamente el deseo de Freud en el sueño, pero si sus vestigios (Lacan,

1958/2015).

Retomando la localización del deseo entre los dos pisos del grafo, Lacan (1958/2015)

recuerda que él se sitúa en el intervalo entre el punto en el cual el sujeto se esconde como

constituido por el lenguaje, “esencialmente, la alienación del llamado de la necesidad”, y aquel

“más allá en el cual va a introducirse como esencial la dimensión de lo no dicho” (p. 103).

Para argumentar de forma didáctica la localización del deseo en el grafo, Lacan

(1958/2015) utiliza el sueño del padre muerto, introducido por Freud en su Traumdeutung. Se

trata de un sueño en que un sujeto ve aparecer delante de él propio el padre que había fallecido

después de una grave enfermedad. Delante del aparecimiento del padre, el sujeto es tomado de

de “un profundo dolor” al pensar que su padre está muerto y no lo sabía. Reforja que Freud

insiste precisamente en este punto del no saber que “resuena absurdamente”. Es sobre el absurdo

que se puede acercarse de la interpretación del deseo añadiéndose al hecho del padre muerto la

frase “según su anhelo”, o sea, que “él no sabía que estaba muerto según su anhelo” (p. 104).

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Esclarece que situar los elementos de ese sueño en el grafo es buscar comprender como el

sujeto se inscribe frente a los desfiladeros de la demanda en su doble articulación. Discurre

Lacan (1958/2015) que, por detrás de toda demanda de satisfacción, está la simbolización del

Otro como presencia y ausencia, exactamente todo lo que él puede dar.

Demostrando el funcionamiento de esa doble articulación de la demanda, Lacan

(1958/2015) destaca las dos construcciones simbólicas del sueño – estaba muerto y él no sabía –

agrega aquella sugerida por Freud – según su deseo – situándolas en el grafo. Inicialmente

emplaza la frase él no sabía en la línea de bajo del grafo, en el nivel del enunciado, una vez que

el sujeto debe situarse como no sabiendo, como sujeto del inconsciente, para que lo no dicho

adquiera su alcance.

En efecto, si el sujeto nos cuenta el sueño, lo hace para algo muy diferente del enunciado

que él nos relata. Lo hace para que busquemos su clave, su sentido, es decir, para saber

qué quiere decir. Desde esta perspectiva tiene toda su importancia el hecho de que él no

sabía, que en el dibujo se inscribe en el primer plano de la escisión, sea dicho en

imperfecto. (Lacan, 1958/2015, p 106)

Ahora bien, para que adquiera su alcance, el enunciado debe ser soportado por una

enunciación, a lo que Lacan (1958/2015) localiza la frase él estaba muerto en la línea de arriba

del grafo, por esto, esclareciendo que en el nivel de la enunciación, el sujeto ya está introducido

en la existencia, en el orden del significante y ya no puede más destituirse de él. No puede más

salir de ese “encadenamiento intolerable que se despliega de inmediato para él en lo imaginario y

que hace que ya no pueda concebirse más que como algo que siempre resurge en la existencia”

(p. 105).

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En la interpretación del deseo en el sueño del padre muerto, el no saber sobre la muerte

transcribe tanto el dolor del sujeto por la muerte del padre como también el deseo por ella. Es

tanto un deseo de acabar con el dolor vivido al tiempo de la enfermedad, como incluso de

realizar el deseo infantil de la muerte del padre. Acorde dilucida Lacan (1958/2015), en esa

duplicidad, el hijo hace resurgir el padre muerto. En el sueño, el padre es quien habla, en cuanto

al hijo está atónito, oprimido y tomado por el dolor “de pensar que su padre estaba muerto y que

no lo sabía”. La interpretación del deseo en ese sueño requiere, según recuerda Lacan las

enseñanzas freudianas, añadiendo la frase “según su anhelo”, ligando así el no saber al deseo del

sujeto: “¿No sabía qué? Que era según su anhelo” (p. 131).

Alerta que la interpretación del deseo requiere un recorrido analítico para que sea posible

al sujeto situarse ante el propio deseo. Avanza Lacan (1958/2015, p. 108) que, mismo delante de

un no saber, el sujeto puede ver que “que sin saberlo asume el dolor de su padre. Y por eso le

resulta del todo necesario mantener la ignorancia que sitúa ante él en el personaje del padre, en el

objeto, bajo la fórmula él no sabía, para no saber que más vale no haber nacido” que ser él,

ahora, el sujeto sobre el cual recaerá la castración, ya que sobre el padre muerto, ella ya se ha

centrado.

El sueño retrata la confrontación del sujeto con la propia muerte al tiempo en que se

coloca como vivo, nutriendo un sufrimiento que se ubica como llamado “el único al que el sujeto

puede aferrarse en este momento crucial” que es justamente el de confrontarse con un rival: “el

de asesino del padre, el de la fijación imaginaria”, aquello que deseó la muerte de su padre

(Lacan, 1958/2015, p 110).

Conforme aclara Lacan (1958/2015), al considerar la estructura del sueño en mayor

detalle, se llega a la conclusión que:

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(...) el sujeto se confronta con cierta imagen y que lo hace en ciertas condiciones muy

particulares. Diría que entre esta imagen y lo que el sujeto asume en su sueño se

establece una distribución, una repartición, que va a mostrarnos la esencia del fenómeno.

(p. 131)

Exponiendo una nueva distribución entre los elementos significantes del sueño, Lacan

propone invertir las frases situadas en el grafo del enunciado a la enunciación. El no saber al

respecto de la muerte del padre presenta una ambigüedad. Es una referencia “fundamentalmente

subjetiva” dice Lacan (1958/2015, p. 131), no hay como recaer sobre alguien que está muerte. Es

subjetiva y, por lo tanto, estructural del sujeto, entre tanto es un no saber que el sujeto en su

construcción onírica atribuye al otro, o sea, el sujeto se presenta como aquel que guarda un

secreto, colocando al otro en desventaja – es el otro que no sabe. Conforme aclara Lacan

(1958/2015):

Que esté muerto es un enunciado que, por supuesto, no podría llegar al otro. Pero

semejante expresión simbólica, estar muerto, esconde una paradoja, ya que hace que

subsista aquel a quien apunta, lo mantiene en el ser, mientras que aquí no hay ser porque

está muerto. No hay afirmación simbólica del estar muerto que no lo inmortalice. De eso

se trata en este sueño. (p. 132)

En Introducción al objeto del deseo, sosteniéndose en la interpretación del mismo sueño,

Lacan (1958/2015) propone interrogar la función del deseo inconsciente a partir de la fórmula

del fantasma [$<>a]. Presenta que en la interpretación del deseo en el sueño es posible concluir

que hay un enfrentamiento entre el sujeto y el otro, su semejante. Una ambigüedad entre el lugar

del padre muerto que reaparece frente al sujeto y lo hace cargar el dolor de existir y el deseo. El

padre como representante “cuya alma el sujeto vio agonizar. Es aquel cuya muerte anheló - en la

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medida en que nada es más intolerable que la existencia reducida a sí misma (...), la existencia

sostenida en la abolición del deseo” (p. 112).

Añade que el sueño aclara la hipótesis freudiana de que todo deseo es un deseo de

muerte. En él el deseo alcanza el pleno sentido de no despertarse. De acuerdo con Lacan

(1958/2015, p. 112) “es el deseo de no despertarse (...) al mensaje, el mensaje más secreto que

pueda conllevar el sueño mismo”, la significación de la castración del cual el padre es el

portador. Sin embargo, como el sujeto siempre niega la castración, el sueño como realización del

deseo se utiliza de la presencia del padre como protección contra el enfrentamiento con la

muerte, la castración en su grado más extremo, restando el dolor de existir como signo de un

recuerdo inconsciente del deseo infantil de la muerte del padre (‘él estaba muerto según su

anhelo’). Además, desarrollando a lo largo del Seminario 6 sus ideas acerca de la interpretación

del deseo en el sueño, dice que éste presenta en sus dos formas interpretativas el no saber del

sujeto mismo respecto a la significación de sus “antiguos anhelos de muerte contra el padre” (p.

133) y también respecto al dolor fundamental de la existencia, la cual transcribe el dolor por la

finitud del deseo. Es el no querer saber de la castración:

(...) el dolor de la existencia como tal, en ese límite en el cual la existencia subsiste en un

estado en que nada se aprehende de ella más que su carácter inextinguible y el dolor

fundamental que la acompaña cuanto todo deseo le abandona, cuando todo deseo se ha

desvanecido de esa existencia. (Lacan, 1958/2015, p. 133)

Añade Lacan (1958/2015) que delante del dolor de la existencia se instaura la situación

conflictiva configurando una división de las funciones intersubjetivas. Esta división queda clara

en el sueño, ya que en él el sujeto hace recaer sobre la imagen del padre su propia ignorancia, el

no saber, él no sabía, mientras que por otro lado asume en sí mismo el dolor de la existencia por

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la experiencia con la muerte del padre, él estaba muerto. Como posibilidad de sutura de esa

división, hay que intentar interpretar y acomodar el deseo, lo no dicho del sujeto, con la

introducción de la frase sugerida por Freud: según su anhelo. Así es que la interpretación del

deseo en el sueño del padre muerto sería – ‘él no sabía que estaba muerto según su anhelo –

adquiere su sentido.

El deseo del sujeto es poder “sostenerse en esta ignorancia, prolongarla” (Lacan,

1958/2015, p. 112) mientras sus efectos son la perpetuación de la imagen del padre, como objeto

y soporte de la ignorancia que sostiene el deseo:

Él no sabía es, en suma, un apoyo otorgado a lo que hasta allí era la coartada del deseo.

Mantiene y perpetúa lo que era la función misma de la interdicción que el padre

vehiculaba. Ésta es la que aquí da al deseo su forma enigmática, abismal incluso. Separa

al sujeto de su deseo, proporciona al sujeto un refugio, una defensa, a fin de cuentas,

contra ese deseo, le provee un pretexto moral para no afrontarlo. (Lacan, 1958/2015, p

113)

3.2.2) El fantasma como soporte del deseo. Al presentar el grafo del deseo en el

Seminario 6 y afirmar que es delante de la falta que el sujeto busca defenderse con su yo apoyado

en la experiencia de la relación especular, Lacan (1958/2015) anota para la existencia de una

relación de equivalencia entre los dos pisos del grafo y sitúa el fantasma como soporte del deseo

(d—[$<>a]).

Llamando la atención para la relación entre los dos pisos del grafo, Lacan (1958/2015)

posiciona al deseo (d) en el espacio entre la demanda del Otro y aquello en lo que ella se

convirtió, la exigencia de amor. El sujeto en ese trayecto, siempre regresivo, partiendo del

código (A) al mensaje (s(A)), pasa por el deseo y por el fantasma [$<>a]. Tal disposición tiene

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su equivalencia en el piso inferior entre el yo (moi) y el pequeño otro [i(a)], la persona plena en

la relación imaginaria con el otro, demostrando entre los dos discursos, lo de la demanda y lo del

ser, o aún, entre lo enunciado y la enunciación, la existencia de una hendidura en la cual se

reproduce “de manera homóloga la relación con el otro en el juego de prestancia” (p. 47) donde

está situado el deseo.

Sitúa que dada la dificultad de situar el deseo articulado en esta laguna, él queda marcado

como falta, siendo así, es a partir del fantasma fundamental, como soporte del deseo, que se

encuentra la posibilidad de interpretación del deseo. El fantasma es “el punto clave, el punto

decisivo en el cual debe producirse la interpretación del deseo, si el término deseo tiene un

sentido diferente al del término anhelo en el sueño” (Lacan, 1958/2015, p. 50).

El deseo está siempre por sus vestigios, por sus efectos, así, acercarse de él, conforme

Lacan (1958/2015), requiere una comprensión en cuanto a la relación constituyente del fantasma

en el cual la no oposición entre el sujeto y el objeto se da sobre el piso caótico de la pulsión. Es

en lo caótico incesante de la pulsión que el fantasma adquiere consistencia y da soporte al deseo:

(...) el análisis designa con mucha precisión, en diferentes niveles, la pulsión, en la

medida en que ésta es justamente la no coordinación, ni siquiera momentánea, de las

tendencias, y el fantasma, en la medida en que introduce una articulación esencial o, más

exactamente, una especie por completo caracterizada en el interior de esa vaga

determinación que se designa como la no oposición entre el sujeto y el objeto. (Lacan,

1958/2015, p. 18)

Lacan (1958/2015) exhibe que es en el campo del deseo donde están articuladas las

relaciones del sujeto con el objeto que interesan al psicoanálisis. Aclara que no son relaciones de

necesidad, pero si “una relación compleja” marcada por los vestigios del deseo. Completa que el

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objeto como causa del deseo es aquel que apoya al sujeto en su existencia como sujeto suprimido

por el lenguaje. Es por constituirse como sujeto a partir de una división con el gran Otro,

restando un objeto, que este objeto se presenta como causa del deseo:

(...) el objeto consiste en algo que está fuera de él y que él sólo puede captar en su

naturaleza propia del lenguaje en el momento preciso en que como sujeto debe borrarse,

desvanecerse, desaparecer detrás de un significante. En ese momento que, si aquí cabe

decirlo, es un punto pánico, el sujeto ha de aferrarse a algo, y se aferra justamente al

objeto en calidad de objeto del deseo. (p. 100)

En ese sentido, en cuanto resto caído de la división del sujeto, el objeto causa sostiene

aquello que el sujeto no puede revelar ni a sí mismo y el deseo asume una connotación de

secreto, un no dicho que sólo puede ser traducido por medio de una creación fantasmatica que

circula un objeto metonímico. Al velar el deseo, el objeto representa exactamente aquello que el

sujeto no puede revelar acerca de sí mismo (Lacan, 1958/2015).

Mientras hablaba de la interpretación del deseo en el sueño, (Lacan, 1958/2015) inscribe

a los analistas el proceso de identificación del sujeto con el otro en la posición de agresor, tal

como se ve en la construcción freudiana presentada en el texto Pegan a un Niño. Un proceso que

se asenta en la constitución subjetiva en un determinado momento de la infancia y que da lugar a

una construcción posible de la interpretación del deseo. En cuanto al sueño del padre muerto

utilizado por Lacan en el Seminario 6, la construcción de la frase según su anhelo que dejaba de

aparecer en la habla del sujeto al contar su sueño, según muestra, sólo podría alcanzar la

interpretación del deseo por una cuidadosa operación analítica que tendría efecto al conseguir

ofrecer al sujeto la posibilidad de evitar la dificultad de “la estructura fundamental que hace del

objeto de todo deseo el soporte de una metonimia esencial” (p. 114).

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Es en ese sentido que, frente al objeto causa, se presenta de una forma vacilante,

deslizante, siempre escapando de la castración, la interpretación del deseo debe ser capaz de

contornarlo y confrontarlo al sujeto con su propio deseo:

Para interrogar con más detalle lo que ese deseo humano quiere decir, lo que significa,

hemos aquí pues llevados a tomar la cuestión por la otra punta, una punta que no se

presenta en los sueños, a saber, por nuestro algoritmo, en el cual la S tachada es

confrontada, puesta en presencia, puesto delante, de la a minúscula, el objeto. (Lacan,

1958/2015, p. 114)

Desde el primer momento en que el sujeto se ve confrontando con el deseo, se depara con

su propia impotencia, su castración, la ausencia del falo y, en este momento, busca ajustarse

frente a sus identificaciones con el otro a través de la construcción fantasmatica.

El sujeto aliena siempre su deseo en un signo, una promesa, una anticipación, algo que

conlleva como tal una pérdida posible. Debido a esa pérdida posible, el deseo se ve

ligado a la dialéctica de una falta. Es subsumido en un tiempo que, como tal, no está allí

– al igual que el signo no es el deseo –, un tiempo que en parte está por venir. En otros

términos, el deseo ha de confrontarse con el temor de no mantenerse en el tiempo bajo su

forma actual y, artifex, de perecer. (Lacan, 1958/2015, p. 117)

En este temor del perecimiento, lo que está en juego es “ser privado de su propio deseo”

(Lacan, 1958/2015, p 117), es la desaparición del deseo que se elabora a partir de la dimensión

del decir y, lo que el análisis muestra es que la vivencia humana estar sostenida por el deseo, el

sujeto siempre cuenta con él. Como ha presentado Lacan, la posición primitiva del sujeto es

contar con su propio ser, con aquello que es propio de su deseo: “cuando el sujeto humano opera

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con el lenguaje, se cuenta” (p. 85), y, en ese mismo sentido, el deseo “es algo que el sujeto

humano ve delante de sí y teme que le falte.” (p. 118) bajo la penalidad de él mismo desaparecer.

Aún, en Introducción al objeto del deseo, Lacan (1958/2015) reflexiona que la relación

del sujeto con el objeto escapa de la dimensión del conocimiento cuando el deseo está en juego.

Aclara que el verdadero dilema del sujeto con su deseo no es conseguir alcanzarlo, una vez que

algunas veces consigue tanto satisfacerlo como anticiparlo como satisfecho, el verdadero temor

es cuanto está a punto de satisfacer su deseo – “cuando no está afectado de impotencia” (p. 118)

y se ve en la dependencia de otro para que su deseo se satisfaga.

El sujeto pasa su tiempo evitando una tras otra las ocasiones que se le presentan de

encontrarse con lo que en su vida siempre fue acentuado como el deseo más apremiante.

Ocurre que aquí también está lo que él teme: esa dependencia – que yo evocaba – para

con el otro.

De hecho, la dependencia respecto del otro es la forma bajo la cual se presenta en el

fantasma lo que el sujeto teme y lo que lo hace apartarse de la satisfacción de su deseo.

(p. 119)

Continua explicando Lacan (1958/2015) que el temor de todo sujeto es depararse con la

propia castración, el signo que le corta, le divide como sujeto del lenguaje, “el signo de su

abolición como sujeto, ese signo que se escribe $” (p. 119), que le da estructura.

De eso resulta que, delante del deseo, el sujeto no consigue ser fiel, una vez que, en la

presencia del objeto causa de deseo, el sujeto se desvanece. Ilustra Lacan (1958/2015) que “(...)

en las márgenes de la problemática del significante, el sujeto, para hacer frente a la suspensión

del deseo, tiene ante sí, por así decirlo, más de una artimaña” (p. 121), las cuales registran para la

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manipulación del objeto a en la formula del fantasma y también para la presencia del falo como

significante que hace deslizar las relaciones entre el sujeto y el objeto, tapando la castración.

Cuando la interposición del significante torna imposible la relación del sujeto con el

objeto, hay un desplazamiento del objeto que impide la satisfacción del deseo y que preserva

siempre un objeto causa, simbolizando por la metonimia, la satisfacción. El objeto es siempre

parcial, expone Lacan (1958/2015), él fue extraído “del campo de la necesidad pura y simple” (p.

124), asumiendo una volubilidad que tanto lo valoriza como lo desvaloriza, preservando una

distancia entre deseo y el objeto causa. Conforme agrega en su Seminario 8: “hice que ustedes

observaran que quien introduce la noción de objeto parcial, Karl Abraham, entiende por eso, de

la manera mas formal, un amor del objeto del cual una parte es excluida. Es el objeto menos esa

parte” (Lacan, 1960-61/2010, p. 470).

Lacan (1958/2015) desenvuelve que la identificación con la imagen del padre introduce la

función imaginaria del narcisismo constituyendo la solución de la confrontación del sujeto

tachado con el objeto a, una vez que da soporte al problema del deseo. Afirma que “el Eros

humano está comprometido en determinada relación con cierta imagen que no es otra cosa que la

del cuerpo propio” (p. 126), en la cual se produce un intercambio entre el sujeto y el objeto en la

estructura del fantasma. La naturaleza del fantasma es, por lo tanto, transferir del sujeto al objeto,

este en cualidad de narcisista, el afecto que el toma delante del deseo, mientras al sujeto retorna

la delegación del afecto que envió al objeto a.

Esclarece Lacan (1958/2015) que se debe cogitar al objeto a:

(...) en calidad de imagen de a¸ imagen del otro que, con el yo, son una sola y la

misma cosa. Esta imagen está marcada por el índice de una I mayúscula, de un Ideal del

yo, en la medida en que éste es el heredero de una relación primera del sujeto, no

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con su deseo, sino con el deseo de su madre. Este Ideal toma pues el lugar do lo que ha

sido experimentado por el sujeto como el efecto de ser un niño deseado.

A continuación de este desarrollo necesario, la I va a inscribirse en cierta huella. Aquí

se impone una transformación del algoritmo, que ya puede inscribir en la pizarra a título

de anuncio. La I se inscribe en cierta relación con el otro, a, en la medida en que es

afectado por el sujeto mismo cuando éste es afectado por su deseo. (1958/2015, p.

127 – grifos nuestros)

3.2.3) El falo en la dinámica del fantasma. En La mediación fálica del deseo, Lacan

(1958/2015) desenvuelve que el deseo humano se inscribe en la formula fundamental de toda

relación entre sujetos, la formula del fantasma [$<>a], recordando que tal relación ya había sido

explorada por él en lo esquema L, en el cual, de igual modo, se ve que la tensión imaginaria entre

el yo (a) y el otro (a’) define la estructura de la relación del sujeto con el objeto, siendo que, la

formula del fantasma demuestra la suspensión del sujeto [$<>a] delante de la incidencia del

deseo en las relaciones del sujeto con las funciones imaginarias.

Enseña que el sujeto del lenguaje no consigue alcanzar el objeto sin verse como sujeto,

excluído. Así, elidido como sujeto, marcando el lugar de la falta de un significante, busca

taponar ese lugar, colocándose el mismo como objeto privilegiado, como falo. “De ello parte el

hecho de que, en toda asunción de la posición madura, la posición que denominamos genital, se

produce algo que tiene su incidencia en el nivel imaginario: se llama castración” (Lacan,

1958/2015, p. 135).

Ocurre que, buscando esquivarse de la castración, el sujeto arma su historia del fantasma

siendo creada la relación imaginaria por el propio sujeto como artificio de defensa. Tal situación

demuestra la ambigüedad presente en la manifestación del deseo. Lacan dice que este es “el

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punto esencial donde el ser del sujeto intenta expresarse y afirmarse” (Lacan, 1958/2015, p. 138)

delante del deseo perverso.

Recurriendo al fantasma fundamental presentado por Freud en Pegan a un Niño, Lacan

busca demostrar las implicaciones de la estructura del deseo en el nivel de lo imaginario y el

juego necesario de la partida significante entre la demanda y el deseo.

Recuerda que, en la primera fase del fantasma, el niño que es golpeada es un rival del

sujeto, alguien que él odia. Según Lacan (1958/2015), en esta fase, Freud presenta “la más

intensa cualidad del amor y del odio” que el sujeto experimenta. El niño que recoge está

totalmente sometido al máximo de la desvalorización simbólica por parte del padre del niño que

fantasea. Es el máximo de la frustración y de la privación de amor. “El odio apunta a él en su ser,

apunta en él a lo que se demanda más allá de toda demanda, a saber, al amor. La denominada

afrenta narcisista que se hace al sujeto odiado es aquí total” (p. 140).

En la segunda fase de la formación del fantasma, el sujeto ve recaer en él mismo la

anulación subjetiva que incidió sobre el pequeño otro, su rival. Esclarece Lacan (1958/2015) que

esta fase “interviene precisamente en el momento en que el sujeto, en su búsqueda, roza su

realización de sujeto en la dialéctica significante” (p. 141).

Lacan (1958/2015) señala que la segunda fase del fantasma es la más significativa una

vez que presenta la formula del masoquismo primario. Expone que la esencia del fantasma

masoquista es “la representación, por parte del sujeto, de una serie de experiencias imaginadas”

en que el sujeto es “tratado como una cosa (...) que, en última instancia se comercia, se vende, se

maltrata, se anula en toda especie de posibilidad anhelante de captarse como autónomo”. Es la

base de transformación para la entrada de la tercera fase, el punto de equilibrio del sujeto como

atravesado por el lenguaje, una vez que “ingresado en la dialéctica de la palabra” (p. 142).

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Conforme enseña, lo que se ve en la tercera fase es un incerteza, una vacilación del

sujeto. No sabe quien pega, quien apaña y donde está el mismo, “sea a o a’, i(a) o a, el niño

hasta cierto punto participa de ese fantasma, ya que es él quien lo produce” (Lacan, 1958/2015,

p. 143), así, el no saber recae, precisamente, en mismo sujeto, en la oscilación de su propia

posición.

Recobrando la especulación acerca de los elementos constituyentes de la subjetividad en

el sueño del padre muerto, recuerda Lacan (1958/2015) que en ese afecto estaba localizado en el

dolor del soñador, mientras, en el fantasma sádico, él recae sobre la imagen fantaseada del

semejante, en la medida en que hay un cierto suspenso en ser rechazado, batido, maltratado. En

ese sentido, teje consideraciones al respecto de la proximidad entre el posicionamiento del sujeto

frente a su fantasma sádico y a la angustia, alertando que “no hay que confundir la pérdida pura y

simple del sujeto en la noche de la indeterminación subjetiva, y algo que es muy diferente, la

alarma, la tensión, del sujeto ante el peligro” (p. 143).

Citando a Freud en Inhibición, síntoma y angustia, Lacan (1958/2015, pp. 143-144) llama

la atención sobre la distinción entre los términos abwarten, traducido por padecer, aguardar o

soportar, y erwarten, traducido por prever o estar preparado para, siendo en ese registro el lugar

de afecto en el fantasma sádico una vez que esté vinculado al otro, al semejante, al a minúsculo.

En cuanto al sujeto, está entre ambos, en el lugar de instrumento, de aquel que no raramente se

presenta como el “personaje esencial en la estructura imaginaria del deseo” por mas paradójico

que se presente, en el lugar del falo.

Lacan (1958/2015) afirma que el sujeto en lugar del falo, se aniquila delante de su deseo,

de esa forma asentando tanto para la problemática sexual de la exigencia fálica fundamental

como para la mediación fálica del deseo. La problemática fálica encuentra su máxima expresión

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en la relación entre odio a la madre y el deseo del falo, la envidia del pene (penisneid), marcada

en la salida del Edipo para el niño y en la entrada para la niña.

Buscando situar el lugar del significante falo en la experiencia imaginaria de la

construcción del fantasma, el cual está estructurado en las relaciones narcisistas entre sujeto ($) y

su semejante (a). Lacan discurre que el falo en el lugar del a, en el cual asume el lugar del otro

imaginario, o sea, es aquello que el sujeto tiene en sí mismo como pulsión no elaborada, “antes

de ser capturada en la dialéctica significante”, representante de una “cierta manifestación de la

necesidad en el sujeto”. En cuanto lugar de localización de las necesidades, la imagen del otro

expone la primera identificación del sujeto con el gran Otro, “la primera identificación con las

insignias del Otro. En otros términos, el significante I mayúscula sobre la a minúscula” (Lacan,

1958/2015, p. 145).

Lacan (1958/2015, p. 147) esclarece que el fantasma es la vía especular a través de la cual

el sujeto busca alcanzar su lugar en lo simbólico, un lugar que se edifica ante una “cierta

reflexión realizada con ayuda de palabras”, donde el sujeto se acomoda a cierta distancia en

relación a las insignias simbólicas que el sujeto recibe del Otro y con las que tiene sus primeras

identificaciones imaginarias. Así, el nivel imaginario cuenta con “algo preformado” que es

fragmentado a partir de lo simbólico, así pues, es por la acción de lo simbólico que se produce la

transformación de la relación imaginaria de a con i(a).

El sujeto está atravesando, costurando, engendrando en esa relación imaginaria que

transcribe tanto el conjunto imaginario de elementos fragmentados del propio cuerpo como la

organización de ellos sobre la “marioneta” que se articula en lo simbólico, sin embargo, el falo

no está ahí, está en el lugar de la falta. “El falo opera en otro lugar, en la función significante.

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Ante el otro, el sujeto se identifica con el falo pero él mismo se fragmenta cuando está en

presencia del falo” (Lacan, 1958/2015, p. 147).

3.3) Objeto a, causa del deseo

Como letra inicial de la palabra autre (otro), Lacan (1956-57/1995) inicia su especulación

acerca del objeto a (objet petit a o objeto pequeño a) también antes de su coronación en el

seminario sobre la angustia. Es a partir del objeto freudiano, un objeto perdido y siempre

buscado en la relación del sujeto con el otro, que se presenta ese objeto como causa de deseo del

sujeto:

Es a través de la búsqueda de una satisfacción pasada y superada que el nuevo objeto es

buscado, y que es encontrado y aprendido en otra parte que no en el punto donde se lo

busca. Existe ahí una distancia fundamental, introducida por el elemento esencialmente

conflictivo incluido en toda búsqueda del objeto. Esta es la primera forma bajo la cual, en

Freud, aparece la relación de objeto. (p. 13)

El elemento que trae en sí ese punto conflictivo, conforme presentado por Lacan (1962-

1963/2005), estaría ligado a la búsqueda de algo que no es encontrado. Denota una satisfacción

imposible o insatisfecha con relación al deseo del sujeto. Un deseo que es distinto de la demanda

y que tiene su identificación con la ley. Delante de la ley primordial de la prohibición del incesto,

“el deseo se presenta como voluntad de goce” (p. 166) que siempre fracasa en la medida en que

se depara con su propio limite, la ley. Este hecho, según Lacan, queda muy claro en el neurótico,

el cual sólo puede sustentar su deseo como insatisfecho, tal como en la histérica, o imposible,

como para el obsesivo. El neurótico “valoriza el hecho ejemplar de que sólo puede desear según

la ley. El sólo puede dar un estatus a su deseo como insatisfecho o imposible” (p. 167).

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Ligado al deseo como causa, el objeto a asume cierta localización en la dinámica

subjetiva, según Lacan (1962-1963/2005) como un espejismo:

(...) el objeto a no debe ser situado en cosa alguna que sea análoga a la intencionalidad de

una noese. (...) en la intencionalidad del deseo, que debe ser distinguida de él, ese

objeto debe ser concebido como la causa del deseo. (...) el objeto está atrás del deseo.

(pp. 114-115. Grifos Nuestros)

Conforme la lectura emprendida por Harari (1997) acerca del seminario sobre la angustia

de Lacan, la relación entre el deseo y el objeto a debe ser aprendida a partir de la especulación

lacaniana sobre la angustia. Según el autor, hay múltiples lecturas y maneras de abordar el tema

de la angustia tal como los aforismos lacanianos de que la angustia no es sin objeto, además, de

que ella es la falta de la falta. Harari dice apoyar sus lectura sobre “al menos tres” (p. 61)

alternativas interpretativas sobre la cuestión. La primera de ellas es reflexionar acerca del

complejo de castración en cuanto falta y su representante, el apoyador, el falo. Como segunda

alternativa, presenta al fantasma en cuanto “artificio eficaz contra la angustia” (p. 64),

protegiendo al sujeto del encuentro con la falta del Otro, el Otro tachado. Y por ultimo, el

Extraño, Unheimlich de Freud, como aquello que aparece en lo inesperado:

La cuestión del lo siniestro, esa tercera modalidad de concebir lo que está en juego

cuando falta la falta, de manera alguna está divorciada de las dos anteriores. La

recusación de la castración y el establecimiento del fantasma – con sus “postizos” – son

decisivos - , en cuanto envuelven los conceptos de castración y objeto a – para elucidar,

en términos metapsicológicos, lo que es el Unheimlich. (Harari, 1997, p. 67)

Aclarando sus abordajes en cuanto a la cuestión de la angustia y de la compresión del

objeto a, Harari (1997) desenvuelve que no hay una implicación reciproca entre angustia y

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objeto a, pero si una implicación simple. Afirma que al enfocar la angustia siempre surgirá el

objeto a, por ende no al contrario.

Lacan (1962-1963/2005, p. 113) sustenta que el objeto a está en el centro de su discurso

sobre la angustia, siendo esta “la única traducción subjetiva” de aquel. Recordando las

enseñanzas freudianas en cuanto a las diferencias entre el miedo, el temor y la angustia en la

presencia, o ausencia, del objeto, reafirma Lacan que diferentemente de la primera presentación

de Freud “la angustia no es sin objeto”, ella presupone el objeto en cuanto representante del

deseo del Otro, marcado así, como falta.

Ese objeto a, del cual sólo hicimos esbozar las características constitutivas, y que hoy

ponemos aquí en el orden del día, es siempre del que se trata cuando Freud habla de

objeto a la posición de la angustia. La ambigüedad recurre de no podernos hacer otra

cosa si no imaginarlo en el registro especular. Aquí, se trata precisamente de instituir una

otra forma de imaginación, si así puedo decir, en la cual se defina ese objeto. (Lacan,

1962-1963/2005, p. 50)

Explica Lacan (1962-1963/2005) que el sujeto, al constituirse necesariamente como

sujeto dividido por el lenguaje, por el Otro, no encuentra otra forma que no la imagen especular,

en el trayecto al ideal (I). En ese arreglo, el deseo vacila en una hendidura, en una brecha, entre

dos pilares, i(a) y a, siendo que la relación marcada por el fantasma del sujeto dividido, marcado

por la pulsión con el objeto a, es una relación imaginaria posible para la sustentación del deseo

del sujeto. Por ende, advierte, ese objeto no es especular, el falta; “El a, soporte del deseo en la

fantasía, no es visible en aquello que constituye para el hombre la imagen de su deseo” (p. 51).

Recordando su manipulación de la figura del cross-cap y de la banda de Moebius, a

través de las cuales busca demostrar la relación entre el menos phi, el falo, y la constitución del

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pequeño a, Lacan señala sobre dos pedazos diferentes del cuerpo, el cross-cap como aquel que

puede tener una imagen especular y la banda de Moebius que no la tiene:

De un lado, la reserva imaginariamente imperceptible, aunque este ligada a un órgano

que, gracias a Dios, aún es perfectamente aprehensible – ese instrumento que, a pesar de

todo, de vez en cuando deberá entrar en acción pata la satisfacción del deseo: el falo. Del

otro, el a, que es el resto, el residuo, el objeto cuyo estatus escapa al estatus de objeto

derivado de la imagen especular, esto es las leyes de la estética trascendental. Su estatus

es tan difícil de articular, que fue ahí que entraron todas las confusiones en la teoría

analítica. (Lacan, 1962-1963/2005, pp. 49/50)

Lacan (1958/2015) busca demostrar la diferenciación entre el falo – “personaje esencial

en la estructura imaginaria del deseo” (p. 144) – y el objeto a. Según su presentación en el

Seminario 10 (1962-1963/2005), la diferencia entre el falo y el objeto causa de deseo se trata de

una reflexión acerca de la “función de identificación en el nivel del deseo” (p. 109). El objeto a

no es el objeto común construido en la relación especular, el cual puede ser transpuesto de una

fase a la otra, de la derecha para la izquierda. Aclara la cuestión a partir de la demostración de las

diferencias entre lo que ocurre con la superficie del cross-cap y la banda de Moebius, la cual, tal

como el objeto a, es una superficie de fase única, ella no puede ser virada, especulada. Así como

la banda de Moebius, el objeto a es la “parte residual” que se hace a partir del corte de una

superficie y que es toda igual a sí misma, equivale a decir que ella no tiene imagen especular. En

la “entrada del a en el mundo de lo real, donde el sólo hace retornar” (p. 112).

Pensar el objeto causa de deseo a partir del corte y de la operación de división es también

pesarlo como falta. Según Lacan (1962-1963/2005, p. 121), el objeto a como falta es el

equivalente a “la reserva ultima e irreductible de la libido” tal como Freud presentó la roca viva

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de la castración. Es una falta que se presenta bordeada, delimitada, moldurada en una escena,

que sólo se presenta por un límite, alias, tal como se podría entender el diamante presente en la

formula lacaniana del fantasma, sujeto tachado pulsión de a.

En cuanto falta, el objeto a ocupa la función del deseo, y, como afirma Lacan (1962-

1963/2005), esta función “es perfectamente sensible en las formulaciones de Freud,

nominalmente en a las concernientes a la pulsión” (p. 115). Refiriéndose a la utilización de la

palabra lidibohaushalt por Freud, Lacan llama la atención para la compresión de aquello que

aparece como “sustentación de la libido” en la vida psíquica y la interrupción de tal sustentación:

“en una palabra, esa relación con la libido” en la vida psíquica y la interrupción de tal

sustentación: “en una palabra, esa relación con el objeto de que les hablo hoy permite hacer la

síntesis entre la función de señal de angustia y su relación al final, con algo que podemos llamar,

en la sustentación de la libido, de una interrupción” (p. 116). En ese sentido, la angustia como

señal de la que habla Freud es la señal de un peligro relacionado a la interrupción en la

sustentación de la libido, de venir a faltar la falta que causa el deseo del sujeto, de la cual el

objeto a es el representante.

Al proclamar que la angustia es de “todas las señales, la que no engaña”, Lacan (1962-

1963/2005, pp. 178-179) revela que la angustia contiene una verdad como una señal de lo

irreductible en el campo de lo Real – Lo Real como aquel que no cesa de no inscribirse, como el

resto de la operación de división del sujeto, en cuanto constituido en el lugar del Otro, el lugar

del lenguaje, que es, de cierta forma, anterior al propio sujeto. El Otro es la “forma primaria del

significante”. Este resto es el objeto perdido, a, que se relaciona con la angustia, con el deseo y

con algo anterior a la constitución del sujeto y que marca, retroactivamente, el lugar del Otro, el

goce.

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En esa lógica es que Lacan presenta la angustia entre el deseo y el goce en las tres

diferentes etapas de la operación de división del sujeto. Tres etapas que también pueden ser

pensadas a partir de la construcción del fantasma fundamental conforme la presentación

freudiana en Pegan a un Niño. Cabe reflexionar sobre las referencias que hace Lacan (1962-

1963/2005) sobre las diferentes posiciones del sujeto frente a la angustia y al deseo.

Caracteriza que, mientras el deseo sádico se presenta en rituales en los cuales el agente

del deseo no sabe que buscar “hacerse aparecer, él mismo, como puro objeto, fetiche macabro”

(p. 118), en el deseo masoquista el agente se presenta a sí mismo como objeto común, el objeto

de cambio, “la encarnación de sí mismo como objeto es el objeto declarado”. Por ende, conforme

enfatiza Lacan (1962-1963/2005), “yo no dije que el masoquista alcanza su identificación como

objeto (...) como en el sádico esa identificación sólo aparece en una escena, el sádico no se ve, ve

tan solamente el resto” (p. 118. Grifos nuestros).

En Pegan a un Niño, el deseo sádico aparece en el primero y no en el tercer tiempo, en los

cuales el sujeto cuenta escenas de golpiza de las cueles él participa como mirada y como objeto

causa de deseo por detrás de la escena. Ya, en la segunda fase de formación de la fantasía

fundamental, en la cual se presenta el deseo masoquista, el sujeto no está mas apenas como

mirada en la escena, él ocupa el lugar de sujeto golpeado, unido a si, en cuanto sujeto, la causa

del deseo de golpiza.

Freud presenta que la fantasía es una cicatriz del complejo del Edipo, el cual permanece

en el inconsciente conservando su carga de libido y oprimido por el sentimiento de culpa

característico de la segunda fase de formación de la fantasía, donde se configura el deseo

masoquista. Por este ángulo es que Lacan (1962-1963/2005, p. 119) aclara que, “si existe

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masoquismo, es porque el superyó es muy malvado”, o sea, el superyó también como una

formación oriunda del pasaje por el Edipo “participa de la función de ese objeto como causa”.

Conforme expuesto por Freud y subrayado por Lacan (1962-1963/2005, p. 120), el valor

del masoquismo tensiona evidenciar que “el deseo del Otro produce la ley”. El deseo del Otro, en

cuanto Padre, el portador de la ley, normaliza la vida subjetiva a partir del Complejo de

Castración.

Colocándose en el lugar del sujeto golpeado, el masoquista se posiciona en su fantasía

como objeto de goce del Otro, enmascarando su propia voluntad de goce, teniéndose a sí mismo

como objeto del deseo. Discurre Lacan que lo que es buscado en el Otro, “la respuesta a la caída

esencial del sujeto en su miseria suprema” (1962-1963/2005, p. 182), es la angustia.

Escribe Lacan (1962-1963/2005, pp. 182-184) que, diferentemente del fantasma

masoquista donde la angustia está oculta y el objeto preeminente, en el fantasma sádico la

angustia viene “al frente de la fantasía”, como una condición necesaria para llevar a cabo “el

goce de Dios”, transcribiéndose en esta acción una “Suprema Maldad”, en la cual, igualmente, lo

que es buscado es la angustia del Otro, aunque enmascarando el goce del Otro.

Creo haberles mostrado aquí el juego de ocultación mediante el cual, en el sádico y en

el masoquista, la angustia y el objeto son llevados a pasar para el primer plano, uno a

costa de otro término.

En esas estructuras se denuncia la ligazón radical de la angustia con el objeto como

aquello que sobra. Su función esencial es ser el resto del sujeto, el resto como tal. (Lacan,

1962-1963/2005, p. 184)

En cuanto a la función de corte de superficie que da origen al objeto de deseo, se hace

presente pensar en tal superficie como un cuerpo, es el cuerpo que interesa al psicoanálisis, aquel

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afectado, pulsionalizado, por el lenguaje. Es en los diferentes niveles de la experiencia corporal

que el corte es producido, definido el objeto como parte de ese cuerpo, por lo tanto, parcial.

Conforme Lacan (1962-1963/2005), “no somos objetos de deseo sino con cuerpo” y el deseo

siempre es “deseo del cuerpo de Otro, y nada más allá del deseo se su cuerpo” (p. 237).

Lacan (1962-1963/2005) evidencia que, en la constitución del sujeto en cuanto anulado

por el lenguaje, la función del corte da lugar al objeto a como resto caído del cuerpo, tanto del

sujeto, como del Otro que lo atraviesa, el lenguaje. Por esa acción, no se trataría de pensar el

seno materno como objeto, pero si en lo que resta de corte del cuerpo de la madre, en cuanto

objeto caído amboceptor, algo que no es propiedad de la madre y ni de la crianza, pero ocupa un

espacio intermedio entre ambos. Conforme expresa, “cuando digo amboceptor, destaco que es

tan necesario articular la relación del sujeto materno como el seno en cuanto a la relación del

lactante con el seno. El corte no se da para ambos en el mismo lugar” (p. 185), produce restos

diferentes para cada uno. Un objeto siempre parcial. El objeto total sólo existe en la imagen

reflejada, unificada en el yo-ideal.

3.3.1) Entre el goce y el deseo. Señala Lacan (1962-1963/2005) sobre la importancia de

esa reflexión en la compresión de la incidencia de la castración y en la localización de la angustia

en cuanto señal de esa amenaza. Una amenaza que no está ligada a una acción de la realidad

vivida, pero si al hecho de, en la condición humana, el sujeto considerar al falo como objeto

privilegiado y tener en el orgasmo la experiencia de ese objeto caer fuera del juego.

Así, es el falo en cuanto objeto valorizado, y también caído, que da a la castración el

carácter de normalización en la historia del sujeto del deseo. Por lo tanto, delante de la

valorización del falo, la estructura del deseo, desde el deseo del Otro, debe ser distinguida de la

dimensión del goce, una vez que el objeto caído, el objeto a, será siempre aquel que se muestra

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en el momento de la irrupción de la angustia, exactamente a medio camino entre el goce y el

deseo.

Es esencialmente que eso sea puesto en relevo, porque, al tiempo en que el deseo no

fuera estructuralmente distinguido de la dimensión del goce, en cuanto no se indagar si

existe para cada copartícipe una relación, y cual es ella, entre el deseo – específicamente,

el deseo de Otro – y el goce, toda esa historia quedará condenada a la oscuridad. (Lacan,

1962-1963/2005, p. 187)

Tal como parte separada del cuerpo, Lacan denomina al objeto a por “libra de carne”, un

pedazo que arrancado, destacado del cuerpo, es parte de él mismos y funciona como causa del

deseo del sujeto. Ese objeto se constituye de forma progresiva y regresiva simultáneamente.

Partiendo de los estadios oral, anal y fálico, expuestos en la obra freudiana, referenciando a cada

uno de ellos tres formas de la aparición del objeto a, oral, anal y fálico, Lacan (1962-1963/2005)

propone ir más allá de esos tres objetos y presenta los objetos mirada e voz como dos nuevos

objetos causa, afirma que a partir de estas cinco formas de aparición del objeto a, la función de

ellos será siempre la misma: “saber como él se liga a la constitución del sujeto en el lugar del

Otro y lo representa” (p. 321. Grifos nuestros).

Hay, en la etapa oral, una cierta relación de la demanda con el deseo velado de la madre.

En la etapa anal, hay, para el deseo, la entrada en juego de la demanda de la madre. En la

etapa de la castración fálica, hay el menos-falo, la entrada de la negatividad en cuanto al

instrumento del deseo, en el momento del surgimiento del deseo sexual como tal en el

campo del Otro. Pero en estas tres etapas, el proceso no se detiene, una vez que, en su

límite, deberemos encontrar la estructura del a como apartado. (Lacan, 1962-1963/2005,

p. 251)

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Conforme la compresión expuesta por Harari (1997) en cuanto a las cinco formas de

aparición del objeto causa del deseo propuestas por Lacan, como objeto parcial, los diversos

cortes del objeto pueden ser comprendidos a partir de los diferentes pisos del grafo propuesto por

Lacan, los cuales denotan siempre la forma con que cada uno de ellos aparece como resto de la

operación de división subjetiva del sujeto mítico, un pre-sujeto, en relación con el gran Otro, el

otro completo (A), no castrado. Esta relación se sostiene en una falta que se exhibe como

necesidad, demanda, goce, potencia o como deseo en el gran Otro, el cual exige del sujeto su

caída como resto, objeto causa del deseo.

Según elucida Harari (1997), se trata de buscar comprender el funcionamiento de los

fantemas fundamentales, relacionándolos a los objetos causa. Es ante una falta como necesidad

en el Otro que el sujeto se coloca frente al desamparo, el Hilflosigkeit, y construye un fantasma

de ser devorado relativo al seno como objeto caído. De la misma forma, ante una falta transcrita

en tanto demanda en el Otro, el sujeto se coloca frente a la pérdida de ese objeto demandado, los

excrementos, construyendo un fantasma de seducción, colocándose como ese objeto, tanto

valorado, como a la inversa, ante el Otro. Siguiendo la misma lógica, es ante una falta suscitada

en calidad de goce del Otro que el sujeto construye el fantasma de la castración, de la mutilación,

colocándose en el lugar de tener o ser el falo, siendo colocado fuera del juego frente al goce en el

Otro.

La misma coherencia está en los dos nuevos objetos presentados por Lacan, la mirada, y

la voz. Es ante una falta interpretada como potencia en el Otro que el sujeto construye el

fantasma de la escena primaria y se ubica fuera de ella en calidad de mirada. Lo que está detrás

de la escena primaria es el ser poseído. Además, frente a la falta suscitada tal como deseo en el

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Otro, el sujeto construye el fantasma de la novela familiar colocándose fuera de ella como el mal

parido, anunciado por la voz del Superyó (Harari, 1997).

Aclara Lacan (1962-1963/2005) que, a partir del entendimiento de la angustia según lo

presentado en su Seminario 10, es posible dar lugar a cierta aprehensión del deseo y de la

relación existente entre él y la función de corte, por lo demás, anunciada por el objeto que está en

su causa, como un objeto parcial. Una parcialidad que preludia la “no coincidencia de esa falta

con la función del deseo en acto, estructurado por la fantasía” (p. 253) ante la cual el sujeto

vacila y se coloca delante de la angustia, la cual, en cuanto verdad, no engaña. Lo que quiere

definitivamente asentar Lacan es que hay un punto de angustia que no es coincidente con el

punto del deseo.

Acabo de enunciar a vos, en verdad, la distribución topológica del deseo y de la angustia.

El punto de la angustia queda en el nivel del Otro, el cuerpo de la madre. El

funcionamiento del deseo – es decir, de la fantasía, de la vacilación que une

estrechamente al sujeto al a, de aquello por lo cual el sujeto se descubre suspendido,

identificado con ese resto a – está siempre elidido, oculto, subyacente a cualquier

relación del sujeto con tal o cual objeto, y es necesario que lo detectemos ahí. (Lacan,

1962-1963/2005, p. 260)

Sin embargo, subraya que no es dentro de una topología vista con obviedad que se

aprehende el lugar de la angustia y del deseo, pues, en el nivel de la cuestión central que subyace

todo el estudio del psicoanálisis, a nivel del complejo de castración, “asistimos entonces a una

verdadera inversión del punto de deseo y del lugar de la angustia” (Lacan, 1962-1963/2005, p.

260).

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Así va delimitando el lugar de la angustia y del deseo estructurados en los fantasmas

fundamentales, empezando por el fantasma devorador relacionado con la pulsión oral. Enseña

Lacan (1962-1963/2005) que, en este fantasma, “el punto de la angustia se encuentra en el nivel

del Otro” (p. 259), mientras el deseo se localiza en el objeto que pende en el vacío, entre el seno

de la madre y la boca del niño — “el a es un objeto separado, no del organismo de la madre, sino

del organismo del niño” (p. 258).

A partir del dibujo de un grafo similar al grafo del deseo, Lacan (1962-1963/2005)

relaciona la constitución de los objetos a, según él, de forma “circular”, en la cual el falo ocupa

la parte central, privilegiada, encima del grafo. De forma retrovertida, de izquierda a la derecha,

siguiendo las otras dos fases freudianas, oral y anal, sitúa, en dos cortes en el referido grafo, la

caída de los referidos objetos. Sin embargo, según lo resalta, es en el nivel de la fase fálica, como

privilegiada, que “la función del a es representada por una falta, o sea, la falta del falo como

constitutiva de la disyunción que une el deseo al goce” (p. 321).

Abordando la función del objeto ligado al deseo anal, Lacan (1962-1963/2005) revela que

la subsistencia del objeto se da bajo distintas modalidades. En calidad de causa del deseo anal,

los excrementos tienen la función de constituir el sujeto en el lugar del Otro y representarlo, lo

que es diferente de actuar como efecto del deseo: “El excremento no desempeña el papel de

efecto de lo que situamos como deseo anal, pero es la causa de ese deseo” (p. 322).

Es por el hecho del sujeto ser constituido por el lenguaje que el excremento entra en la

constitución subjetiva a partir de la demanda materna. Conforme afirma Lacan (1962-

1963/2005),

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es siempre ante la demanda del Otro que los excrementos serán retenidos o entregados, formando

parte del propio cuerpo del sujeto, una parte que ora es valorada, otra es demandada a perder, tal

como se concibe el falo:

En otras palabras, fue en calidad de simbolizar la castración que el excremento llegó en el

ámbito de nuestra atención. Afirmo que no podemos comprender nada de la

fenomenología de la obsesión (...) si no percibimos, de manera mucho más íntima,

justificada y regular de lo que habitualmente hacemos, la conexión del excremento no

sólo con el (-phi) del falo, pero con las otras formas del a, evocadas en el cuadro en su

clasificación, digamos, escalonada. (p. 328)

De esta forma, será siempre a partir de la conexión con el menos phi y con las diversas

formas de aparición del objeto en calidad de caído que el objeto a asume su función de causa del

deseo. Anuncia Lacan que, en la fase del objeto oral, el sujeto aún no consigue situarse en este

lugar, siendo sólo a partir de la fase anal, con la posibilidad de estructurarse en calidad de objeto

separado de la madre, un objeto relacionado a la demanda del Otro, un objeto ambiguo, entre el

ser y el tener del niño, que la función de causa aparece en su lugar (Lacan, 1962-1963/2005).

Al señalar a la ubicación privilegiada del falo en su relación con el deseo, Lacan (1962-

1963/2005) justifica el título de su Seminario 10 - la angustia, una vez que ella ocupa la función

central de aquello que denomina la aparición de la “caducidad del órgano” y de aquello que “da

cuenta, de manera diferente a cada lado, de lo que podemos llamar la insaciabilidad del deseo”

(p. 331). La angustia denuncia, a partir de la ausencia del falo, la existencia del objeto causa del

deseo en toda relación del sujeto con la experiencia. Una experiencia que no es otra, sino la de la

castración.

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Al presentar el término “contemplación” en calidad de una “clase de aquietamiento” en el

campo de la visión, Lacan (1962-1963/2005, pp. 264-265) busca exponer el lugar del objeto

mirada como en calidad de causa del deseo. Es como una “fascinación de la mirada” que el

objeto se plantea en el deseo del sujeto dentro de la escena enmarcada por el fantasma. Una

escena que se sitúa en un “punto cero”, entre el ver, ser visto, no ver, no ser visto, marcando una

“suspensión del rompimiento del deseo” y un lugar de persistente inquietud donde pueden

situarse el punto del deseo y el de la angustia. Sin embargo, puntualiza Lacan: “el deseo, que

aquí se resume a la abolición de su objeto central, no existe sin ese otro objeto que llama la

angustia”, ese objeto que debe faltar, representado por el falo mientras menos phi. Para que haya

el deseo, deberá haber un objeto que lo cause, que sea faltante, “no fue al acaso que ese sin les

proporcioné la fórmula de la articulación de la identificación del deseo”, pero el punto de la

angustia está más allá de ese “no es sin objeto”, está en el “impasse del complejo de castración”.

Con respecto al objeto a, voz, explicita Lacan (1962-1963/2005) que no es por la calidad

de “resonar en el vacío” que adquiere la función de causar el deseo, sino de que este vacío sea la

falta de garantía propia la estructura del Otro como tal, “es en ese vacío que la voz resuena como

distinta de las sonoridades, no modulada, sino articulada. La voz de que se trata es la voz como

imperativo, como a la que reclama obediencia o convicción. Ella no se sitúa en relación a la

música, sino en relación al habla” (p. 300).

Como parte del cuerpo, el objeto voz no se trata de una asimilación, sino de una

incorporación. Lacan (1962-1963/2005) se utiliza del instrumento antiguo, el chofar de las

sinagogas, para indicar tal incorporación y la función del objeto voz como sustituto del habla:

Él sirve de modelo del lugar de nuestra angustia, pero observen, sólo después de que el

deseo del Otro haya asumido la forma de un orden. Es por eso que puede desempeñar su

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función eminente de dar a la angustia su resolución, que se llama perdón o culpa,

mediante la introducción de otro orden. (p. 301)

Refiere Lacan (1962-1963/2005), el objeto a es pensado cada vez, no sólo como

separado, “sino siempre elidido en otro lugar que no aquel en que sostiene el deseo, sino en una

relación profunda con él” (p. 276). El deseo que sostiene el objeto voz es el original de que habla

Freud, el deseo de la muerte del padre. “Es por esa desviación que vuelvan a valorar las

funciones de deseo, objeto y angustia, en todos los niveles, hasta el del origen” (p. 279). Es así,

ante un deseo como imposible de transgredir, que el objeto voz da a la angustia su resolución. En

calidad de culpado, el sujeto preserva la falta. En cuanto objeto caído, cortado, colocado fuera

del juego, aclara Lacan (1962-1963/2005):

(...) en relación al deseo, el objeto a siempre se presenta en la función de causa y es, para

nosotros, posiblemente, si ustedes me están acompañando, el punto-raíz en el que se

elabora en el sujeto la función de causa. La forma primordial de la causa es la causa de

un deseo. (p. 321)

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Capítulo 4

El fantasma como posibilidad de trabajo

4.1) La Transferencia, del Amor al Deseo

Al introducir su Seminario 6, Lacan (1958/2015) expone que el psicoanálisis como

tratamiento psíquico se hace posible en la medida en que pone en juego las cuestiones del deseo

humano. Esclarece que lo mecanismo psíquico con que trabaja el psicoanálisis adquiere

importancia en la medida en que, apoyado en la noción de libido, está erotizado, tomado por la

energía psíquica del deseo.

En ese mismo sentido, también en el Seminario 10, Lacan (1962-1963/2005) recuerda

que hablar de la angustia es algo que los psicoanalistas hacen a partir de sus prácticas como

erotólogos, una práctica que se refiere al deseo, siempre como el deseo del Otro, y que se pauta

en el deseo del analista, en cuanto posibilidad de hacer resurgir este Otro.

Señalando sobre el sentido del término deseo para el psicoanálisis, Lacan (1958/2015)

presenta que son los poetas y filósofos aquellos que mejor pueden expresarlo, dada “la naturaleza

de la creación poética en sus relaciones con el deseo” (p. 14), ya que tales creaciones se

aproximan más fielmente al significante y la función metonímica del lenguaje.

Aclara, en el Seminario 8, que “con relación a la cadena significante inconsciente como

constitutiva del sujeto que habla, el deseo se presenta como tal en una posición que sólo se puede

concebir con base en la metonimia determinada por la existencia de la cadena significante”

(Lacan, 1960-61/2010, p. 214).

También Freud, en Escritores Creativos y Devaneos (1908[1907]/1976), expresa que los

poetas tienen una especial habilidad de colocar a los lectores en contacto con sus deseos más

puros y, consecuentemente, con sus fantasías:

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El escritor suaviza el carácter de sus devaneos egoístas por medio de alteraciones y

disfraces, y nos soborna con el placer puramente formal, es decir, estético, que nos ofrece

en la presentación de sus fantasías. (...) el escritor nos ofrece de, de allí en adelante,

deleitarnos con nuestros propios devaneos, sin auto-acusaciones o vergüenza. (Freud,

1908[1907]/1976, p.158)

Es así, a partir de esa aproximación del deseo con las creaciones poéticas y filosóficas

que Lacan propone, en su comentario sobre El banquete de Platón, la práctica psicoanalítica

como erotología y el deseo ligado al amor. Sin embargo, así como el deseo para el psicoanálisis

no es aquel de lo que se aproxima la filosofía o la psicología, también el amor para el

psicoanálisis debe ser aprehendido de otra forma. Señala Lacan (1960-61/2010) que el amor no

tiende a la armonía, sino que puntea a la caída del otro como objeto: “el último resorte del deseo,

que siempre obliga, en el amor, a disimularlo un poco: su objetivo es la caída del Otro, A en otro,

a” (p. 222).

En la introducción de La Metáfora del Amor, Lacan (1960-61/2010) señala que “el

problema del amor nos interesa en la medida en que nos va a permitir comprender lo que pasa en

la transferencia — y hasta cierto punto, por causa de la transferencia” (p. 50), ésta tan como

campo de trabajo que deberá ser instituido entre el par analista y analizante, como Sócrates y

Alcibíades, en cuanto amado y amante, “el érastés y el érôménos” (p. 50), posiciones en las que

el analista buscará el lugar de la vacilación del objeto causa del deseo.

En la exposición sobre el Banquete hecha por Lacan, es posible una aproximación de lo

que quiere decir en cuanto al trabajo psicoanalítico con la transferencia. Un campo que se

establece gracias a la presencia de esa relación costurada entre el amor y el deseo, erotizada entre

106
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amante y amado, analista y analizando. La transferencia por sí sola coloca al analista en el lugar

de envoltura del objeto causa ante el cual el sujeto vacila y se constituye como sujeto del deseo:

Por el simple hecho de haber: transferencia, estamos implicados en la posición de ser

aquel que contiene el agalma, el objeto fundamental de que se trata en el análisis del

sujeto, como ligado, condicionado por esa relación de vacilación del sujeto que

caracterizamos como lo que constituye la fantasía fundamental, como lo que instaura el

lugar donde el sujeto puede fijarse como deseo. (Lacan, 1960-61/2010, p. 243)

En el banquete, Alcibíades, aun sin saber en cuanto al deseo, tiene en Sócrates el

envoltorio del objeto causa y le hace una declaración pública de amor, una demanda de amor. Sin

embargo, como rememora Lacan (1960-61/2010), detrás de toda demanda de amor hay un

objeto. Sócrates, como objeto, también sin no saberlo — siempre con relación al deseo —

asume la posición de analista ante Alcibíades al no aceptar su demanda de amor, una vez que no

se trata de ella, sino de otra cosa. En ese posicionamiento, al profesarlo en Agatón, Sócrates

restituí a Alcibíades su objeto causa.

Tal movimiento de fuga, de una salida de la escena, abre el lugar de la falta dando

apertura a la aparición del deseo. Es éste el movimiento de Sócrates, lo socrático, el cual, según

Lacan (1960-61/2010), marca el lugar del analista, en cuanto sujeto del deseo: “Sería necesario

llegar a concebir que algún sujeto pudiera ocupar el lugar del deseo, esto es, abstraerse,

escamotearse a sí mismo en la relación con el otro, de cualquier suposición de ser deseable” (p.

449).

Es interesante recordar, como se desprende del grafo presentado en tantas ocasiones por

Lacan (1960-61/2010), que el no saber en cuanto al deseo es estructural en la constitución

subjetiva. Según afirma sobre la posición del deseo: “Su forma general es dada por el splitting, el

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desdoblamiento fundamental de las dos cadenas discursivas significantes donde se constituye el

sujeto” (p. 213), una posición que el analista deberá ser capaz de asumir y que se refiere al

llamado deseo del analista. Pasar del lugar de amante al de amado sin apropiarse como objeto

causa sólo es posible a partir de su propio análisis. Sólo el sujeto advertido de la presencia del

deseo logra ocupar el lugar de la falta de un saber. El lugar del analista es de un supuesto al

saber, el SsS (sujeto supuestamente al saber) es aquel que podrá deslizar sobre el campo de la

transferencia para que el analizante pueda apropiarse de su lugar, también de amante, deseante,

en falta.

Al operar según el deseo del analista, éste ocupa el lugar de semblante de a, de envoltura

del objeto causa, apoyando su trabajo en el campo de la transferencia, buscando por medio de la

interpretación efectuar cortes en el discurso de la demanda para que sea posible emprender un

deslizamiento metonímico y el sujeto consiga pasar de amado a la amante, lugar donde es posible

la “emergencia de la manifestación del deseo del sujeto” (Lacan, 1960-61/2010, p. 247).

En cuanto falta, el deseo es siempre insatisfecho, busca siempre la no completad (el

movimiento metonímico), transcribiendo al acto del amor esta búsqueda, de la pulsión, donde

están en juego esos dos personajes del drama amoroso. Uno busca en el otro aquello que el otro

no tiene, porque no puede tener, bajo pena de deshacer ese amor. En las palabras de Lacan

(1960-61/2010): “el amor es dar lo que no se tiene” (p. 49) a quien no lo es, situación que abre

mucho el deseo humano siempre como deseo desconocido — “La cuestión de las relaciones

entre el deseo y eso ante lo que él se fija ya nos condujimos a la noción del deseo mientras deseo

de otra cosa” (p. 50).

De todo, por ser siempre de otra cosa, no habrá un final posible, al menos como vida,

pulsión irrefrenable, deseo. Recordando Lacan (1960-61/2010) lo que dice Freud acerca de lo

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que será posible encontrar al término de un análisis que no sea más que una falta: “Quiere

llamaren a esa falta de castración o Penisneid, eso es significativo, metáfora” (p. 55).

Lo que el análisis debe favorecer al par analista y analizante como campo de trabajo no es

una relación intersubjetiva, sino lo que Freud denominó por transferencia. Un campo que sólo se

puede establecer si, según Lacan (1960-61/2010), es posible romper “con la tradición que

consiste en abstraer, en neutralizar, y vaciar de todo su sentido lo que puede estar en cuestión en

el fondo de la relación analítica, entiendo partir del extremo, de lo que se supone por el hecho de

que alguien se aísla con otro para enseñarle qué? – lo que le falta” (p. 26) y, añade, lo que falta el

sujeto sólo va a aprehender amando.

Al enseñar que el amor, como significante, es una metáfora, Lacan (1960-61/2010)

apunta a la posibilidad de trabajo analítico con él, pues, donde hay metáfora, hay una sustitución

de un significante por otro. El amante como significante de la falta se sustituye al amado como

objeto – en el amor se trata de un objeto y no de un sujeto – y así se produce la situación

amorosa. Como portador de la falta, el sujeto del deseo emprende la renuncia narcisista y prepara

el escenario para la vicisitud del deseo.

El deseo siendo, en su esencia, el deseo del Otro, y éste, siendo el lugar de la falta de un

saber, da impulso al nacimiento del amor mientras:

(...) lo que pasa en ese objeto hacia el cual extendemos la mano por nuestro propio

deseo y que, en el momento en que nuestro deseo hace eclosionar su incendio, nos deja

aparecer, por un instante, esa respuesta, esa otra mano que se extiende hacia nosotros, así

como su deseo.

(...) Es en la medida en que no sabe lo que Sócrates desea, y que es el deseo del Otro,

es en esa medida que Alcibíades es poseído, ¿por qué? - por un amor del que se puede

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decir que el único mérito de Sócrates es designarlo como amor de transferencia, y

remitirlo al ser verdadero deseo. (Lacan, 1960-61/2010, p. 225)

4.2) El Analista entre la Angustia y el Deseo

Al hablar sobre la aproximación entre el deseo y la angustia en el Seminario 6, Lacan

(1958/2015) anota que, a pesar de la experiencia del desamparo (Hilflosigkeit) es el “verdadero

lugar de experiencia de la angustia” (p. 27) produce el deseo, la angustia no se produce en el

mismo nivel del deseo. Ante el desamparo, el sujeto se defiende con su fantasma, como recurso

imaginario, soporte del deseo y cobertura contra la angustia.

Lacan (1960-61/2010) inscribe la construcción fantasmatica [$<>a] del sujeto como el

punto “neurálgico” siempre evocado en el lugar del signo de la angustia, un lugar que mantiene

relación con el objeto causa del deseo, una vez que en el lugar de la aparición del signo de

angustia, hay un desplazamiento de la inversión de la libido del objeto al sujeto, en cuanto

dividido, escindido en la relación con el objeto causa del deseo, sujeto deseante. Justifica: “Para

que la angustia se constituya, es preciso que tenga relación con el nivel del deseo, y es

justamente por eso que los conduzco hoy de la mano al nivel de la fantasía para abordar el

problema de la angustia” (p. 443).

Acentuando las anotaciones de Freud de que el carácter esencial de la angustia no es un

peligro ni siquiera el desamparo (Hilflosigkeit), sino el Erwartung, Lacan (1960-61/2010) vuelve

a presentar, en el Seminario 8, el lugar de la angustia como aquel de la expectativa, de la espera,

ante lo que queda cuando el objeto no está en su lugar, pero que aún mantiene una relación con el

deseo, un vínculo final – “la angustia es el último modo, modo radical, bajo el cual el sujeto

sigue sosteniendo se, aunque de una manera insostenible, la relación con el deseo” (p. 445).

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Cuestionando acerca del lugar del analista en la relación del sujeto con el deseo, Lacan

(1960-61/2010) aclara estar en el lugar del objeto causa del deseo, el objeto que desliza de

manera metonímica y que “porta en sí la amenaza en cuestión, y que determina el

Zurückgedrängt, el a lo reprimir” (p. 443). Es, incluso, el mismo lugar de la señal de la angustia,

aquel de la espera, Erwartung, ya que al deslizar de su lugar, deja al sujeto en suspenso, sin

embargo, aún con la posibilidad de mantener la relación final con el deseo.

Sin embargo, como deja claro en su Seminario 10 (1962-1963/2005), el analista,

ocupando el mismo lugar de la angustia, deberá operar con ella en la medida correcta, ni tan

cerca, ni tan lejos, una distancia que sea capaz de preservar el vacío que ella requiere,

rechazando su propia angustia al analizante y dejando marcado el lugar de la falta.

El analista deberá ser capaz de dejarse convocar como otro para “dar la señal de la

angustia”, lo que sólo le será posible hacer si consigue asumir el lugar del “deseante puro”, de

aquel que es capaz de “abstraerse, escamotear a si mismo en la relación con el otro, de cualquier

suposición de ser deseable” (Lacan, 1960-61/2010, p. 449).

Tal como la angustia es la que sustenta el deseo como falta del objeto causa, el deseo es

un “remedio contra la angustia”, por lo tanto, aun ante su carácter amenazador, “por

incomodidad que sea con toda su carga de culpa, [el deseo] es aún mucho más fácil de sostener

que la posición de angustia”. Delante de ese enigma, advierte Lacan (1960-61/2010), al analista

“conviene tener siempre al alcance un pequeño deseo bien provisto, para no estar expuesto a

poner en juego en el análisis un quantum de angustia que no sería oportuno ni bienvenido” (p.

451).

Operando desde esta posición, será posible alcanzar lo que realmente importa como

efecto de un análisis: que los sujetos puedan diferenciar aquello que podrían llamar por sus

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deseos de sus necesidades y también que puedan descubrir que, detrás de todo deseo, hay un

“carácter evidentemente amenazador” (Lacan, 1960-61/2010, p. 449).

(...) la función de señal de la angustia advierte sobre algo, y algo muy importante en la

clínica y en la práctica analítica. La angustia a la que sus sujetos están abiertos no es en

absoluto, o no es únicamente, cómo se cree y como ustedes siempre buscan, si puedo

decir, interna al sujeto. (...) La angustia con que el neurótico de ustedes lee, la angustia

como energía, es una angustia que tiene el gran hábito de ir a los montes, al torcido ya a

la derecha, en uno u otro de los grandes A con los cuales se enfrenta. Ella es tan válida y

utilizable para él como la de su propia invención. Si no lo llevaren eso en cuenta en la

economía de un análisis se van a engañar enormemente. (Lacan, 1960-61/2010, pp. 446-

447)

Al teorizar sobre la angustia como señal de un peligro, Freud (1933a[1932]/1976) apuntó

a los peligros del mundo psíquico ya a la amenaza de castración, discurriendo que la angustia

originaria es proveniente del paso por el complejo del Edipo, con el hallazgo infantil de la

diferencia entre los sexos – “el temor de castración es uno de los motivos más comunes y más

fuertes para la represión y, por lo tanto, para la formación de las neurosis” (p. 110).

Es a partir de esa lectura freudiana que Lacan propone que toda angustia es de castración,

y el falo, en calidad de menos phi, entra como uno de los objetos imaginarios, en este caso,

privilegiado, ya que logra tanto llenar la falta como mantenerla como causa del deseo.

El fantasma, en cuanto relación estructural del sujeto suprimido con el objeto causa del

deseo, es armado como cobertura contra la angustia al mismo tiempo que es un remedio contra

ella, ya que él, al intentar enmascararla, abre la posibilidad de circundarla. El trabajo con el

fantasma del sujeto es susceptible de causar efectos en la medida en que busca simbolizar y

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también rechazar toda y cualquier simbolización, un vez que, conforme Lacan (1962-

1963/2005), no se trata de una “reducción de la privación, su simbolización o su articulación que

suspenderá la falta”, ya que la privación es de la orden de lo Real, sin embargo, además de eso,

tiene su rostro en el Simbólico, el cual abre la posibilidad de trabajo analítico con lo que llama

por castración – “Es claro que una mujer no tiene pene, pero si ustedes no simbolizan el pene

como el elemento esencial para tener o no tener, ella no sabrá nada de esa privación” (p. 151).

Si toda la teoría analítica, a partir del descubrimiento del inconsciente, en especial, a

partir de la segunda tópica, tiene como cierto que el sujeto, como hablante, no sabe lo que hace

cuando habla y tampoco sabe de su deseo, el trabajo del analista estaría marcado por una especie

de revelación en cuanto a los elementos significantes del discurso del sujeto que encubren y

sostienen el deseo. Un trabajo que se pauta, primitivamente, en el deseo del propio analista. Sin

embargo, si en este no saber, que implica el acto del habla y el deseo, el sujeto “tampoco sabe el

mensaje que le llega de la respuesta a su demanda en el campo de su querer” (Lacan, 1958/2015,

p. 45), el trabajo con el significante se presta a aquel destinado a designar las relaciones del

sujeto con el significante, el falo.

Considerando a la falta como estructural y la privación como Real, el trabajo

psicoanalítico con la angustia propuesto por Lacan (1962-1963/2005) encuentra en el falo una

forma segura de manejo clínico, ya que él asume el lugar del objeto causa. El falo es “un pedazo

del cuerpo” (p. 149), que se desliza entre la presencia y la ausencia y asume la prominencia

como instrumento del deseo en el campo del Otro.

Conforme ilustra Lacan (1960-61/2010), el objeto de la fobia reproduce la función fálica

del objeto causa, una vez que, tal como el falo, él es aquel que sorprende al desempeñar su

función operativa absolutamente suficiente cuando se mueve en el campo del Otro. “Basta que se

113
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mueva en el campo del Otro” y que pueda desaparecer para poner en evidencia la “consistencia

del Otro, o, más precisamente, de lo que está allí como campo de investidura narcisista” (p. 457).

La relación del cuerpo propio con el falo tiene un carácter central. Ella condiciona la

relación con los objetos más primitivos. Su carácter de objeto separable, posible de

perderse, su posición en función del objeto perdido, todas esas características no se

presentarían de la misma manera si no hubiera, en el centro, el objeto fálico, emergiendo

como de un plano al frente de la imagen del cuerpo. (Lacan, 1960-61/2010, p. 466)

En el Seminario 10 Lacan (1962-1963/2005) refleja que el falo aparece como significante

del deseo, supliendo el lugar en que el Otro desaparece. Así, “El punto de donde surge la

existencia del significante es aquel que, en cierto sentido, no puede ser significado. Es lo que

llamo punto falta-de-significante” (p 150). La dificultad del manejo del falo estaría marcada por

la atracción que hace del deseo, eso que no tiene significante posible.

Para el psicoanálisis, desde Freud, la castración es el fenómeno fundamental de la

estructuración subjetiva. Lacan (1962-1963/2005) la enfatiza en toda relación del sujeto con el

Otro como simbólica, y el falo, asumiendo el lugar del soporte imaginario de la castración, es

una de las formas posibles de aparición de la falta. Sin embargo esta falta es relativa a un saber

con relación al propio deseo, algo que se da desde la experiencia final con el gran Otro, desde el

momento en que el sujeto se coloca ante la cuestión de lo que quiere el Otro, el Che Voui que se

presenta como la cuestión aterrorizadora para el sujeto.

La cuestión del no saber causa temor en el sentido en que presenta al sujeto su herida

narcisista, de la cual él se defiende con el júbilo de la experiencia especular, el yo ideal. Lo que,

en el primer piso del grafo del deseo Lacan presenta por la línea m—i(a), soporte del yo (moi) y

que tiene su equivalencia en el segundo piso en la relación del deseo con el fantasma. Es

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115

precisamente por causar temor que guarda la relación con el deseo y la angustia de castración,

siendo puntualmente el punto de trabajo con el fantasma del sujeto, en el cual él refleja como

hablante, por lo tanto excluído.

A partir del cuestionamiento lacaniano en cuanto al sujeto — “¿Cómo puede, a partir del

sujeto, ser conducida toda la dialéctica del deseo, si el sujeto no es más que una apóstrofe,

inscrita en una relación que es, ante todo, relación con el objeto deseo del Otro?” (Lacan, 1960-

61/2010, p. 477) — es posible comprender que él, el sujeto, no es más que el soporte del

significante en la cadena discursiva inconsciente que lo constituye, así, es en el medio de la

cadena discursiva, en la metonimia, que el deseo se presenta ligado al fantasma fundamental. Él,

el fantasma, porta la relación del sujeto con el objeto que asume el estatuto de valor esencial

como resto del grande Otro, A, el lugar del habla, un lugar tercero en las relaciones con el otro y

que viene a faltar.

Bien, es en la medida en que algo se presenta como revalorizando el tipo de

deslizamiento infinito, el elemento disolutivo traído al sujeto, por sí mismo, por la

fragmentación significante, que él asume valor de objeto privilegiado, que estanca ese

deslizamiento infinito. Un objeto puede asumir también, con relación al sujeto, ese

valor esencial que constituye la fantasía fundamental. El propio sujeto se reconoce

allí como detenido, o para recordarles una noción más familiar, fijado. En esta función

privilegiada nosotros lo llamamos a. Y es en la medida en que el sujeto se identifica a la

fantasía fundamental que el deseo como tal asume consistencia, y puede ser designado

(...) como deseo del Otro, grande A. (Lacan, 1960-61/2010, pp. 214-215. Grifos

nuestros)

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Al sumar sobre el manejo de la transferencia alrededor del a, Lacan (1962-1963/2005, pp.

154-155) argumenta que el lugar ocupado por el analista requiere una distinción inicial entre la

posición del sujeto con respecto al a y la constitución de su deseo. Esclarece que, si en la

estructura fantasmal psicótica la a queda al lado de i(a), en el neurótico “algo de la fantasía

aparece del lado de la imagen i’(a)”, como un sustituto, ya que el objeto causa no es especular.

El fantasma así aparece en el lugar del objeto causa obedeciendo a la lógica de la

castración para que la falta no salga a la superficie. A fin de preservar una distancia entre el

sujeto y el objeto causa del deseo, el fantasma emerge como un obstáculo de separación. Al

responder con su fantasma ante la falta, el sujeto vela la castración del Otro, la angustia.

Lacan (1960-61/2010) enseña que el análisis debe ser capaz de llevar al sujeto a pasar

más allá de sus demandas. “En un más allá que es la demanda de amor. En un más lejos que es lo

que llamamos el deseo, con lo que lo caracteriza como condición, y que llamamos su condición

absoluta en la especificidad del objeto al que se refiere, a, objeto parcial” (p. 248).

Ora, es a la cuestión formulada al Otro, en cuanto a lo que él puede darnos y al que tiene

para nos contestar, que se une el amor como tal. No es que el amor sea idéntico a cada

una de las demandas con las que lo asediamos, pero él se sitúa en el más allá de esa

demanda, en la medida en que el Otro pueda o no respondernos como última presencia.

(Lacan, 1960-61/2010, p. 215)

El analista entre la angustia y el deseo está exactamente en un lugar vacilante, el lugar del

a, en que no se fija ni al lado de la angustia, a pesar de acercarse de ella, ni en el lugar del deseo,

que debe ser mantenido siempre en falta garantizando que ella no venga a faltar.

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4.3) Los cortes de a

Al ir trabajando con su idea de la división del sujeto por el Otro en el Seminario 10,

Lacan (1962-1963/2005, pp. 192-193) sitúa la angustia entre el goce y el deseo y descompone su

fórmula del fantasma. Esclarece que tal división presenta como resultado un sujeto anulado,

aquel que es representado en su fórmula como “uno de los dos términos que constituyen el

soporte del deseo” y que mantiene relación de oposición con el objeto a. Lacan hace representar

tal relación entre sujeto y objeto por los rombos, una forma compuesta por opuestos, disyunción

y conjunción, mayor y menor. El sujeto suprimido es el fin de la operación, ya que el “a es

irreductible, es un resto, y no hay modo de operar con él”, entre tanto, como hace referencia a

recordar, es una operación, una relación en que hay tanto un resto, como un resultado, el cual no

lo es sin pasar por tal proceso.

El sujeto, justamente por ser excluído y resultado de la operación de división, es el sujeto

del deseo. En esta relación constitutiva con el objeto a, como resto resistente a la

“significantización”, el sujeto puede ser aquel deseante – “en el camino de su búsqueda” – y

separarse del sujeto del goce. En las palabras de Lacan (1962-1963/2005), “es al querer hacer ese

goce entrar en el lugar del Otro, como lugar del significante, que el sujeto se precipita, se

anticipa como deseante” (pp. 192-193). Sin embargo no es una precipitación en el sentido de una

imprudencia, sino de poder pasar por el lugar donde se sitúa la angustia, entre el deseo en el goce

y, así, ascender al deseo.

Esa pasaje es aquello que podría ser entendida como el trabajo emprendido por el análisis

con el fantasma del sujeto, como soporte del deseo y cobertura contra la angustia. Pero el

fantasma necesita ser construido en análisis:

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La relación del sujeto con el significante exige la estructuración del deseo en la fantasía,

y el funcionamiento de la fantasía implica un síncope temporalmente definible de la

función del a, que, forzosamente, se apaga y desaparece en una determinada fase de la

dinámica del fantasma. Esta eclipse del a, la desaparición del objeto como alguna cosa

que estructura un cierto nivel de la fantasía, es aquello cuyo reflejo tenemos en la función

de causa. Cada vez que nos encontramos ante este último funcionamiento de la causa,

irreductible incluso a la crítica, debemos buscar su fundamento y su raíz en ese objeto

oculto, como algo sincopado. (Lacan, 1962-1963/2005, p. 240)

Al introducir sus ideas sobre la relación del sujeto con ese objeto, sobre cuestiones como

división, resto o resultado, así como fantasma, cabe reflexionar en cuanto a la existencia de un

cuerpo. El cuerpo es el inconsciente. El que acuesta al diván, no es sino aquel inscrito en el habla

del sujeto deseante. Al presentar los pisos de aparición del objeto en su relación esencial con el

deseo, el objeto a en calidad de caído como resto de la dialéctica del sujeto con el Otro, Lacan

(1962-1963/2005) desarrolla que hay un conocimiento en la fantasía y éste se refiere al

compromiso del cuerpo en el habla del sujeto anulado.

Hay siempre una perdida de pedazo del cuerpo, el que Lacan (1962-1963/2005)

denomina por “libra de carne” (p. 224), este resto corporal del sujeto hablante que “sobrevive a

la prueba de la división del campo del Otro” (p. 243) por la propia presencia del sujeto en la

dialéctica. Conforme alerta, “si lo que más existe de mí mismo está del lado de afuera, no tanto

porque lo he proyectado, pero por haber sido cortado de mí, los caminos que yo seguir para su

recuperación ofrecerán una variedad enteramente diferente” (p. 246).

En tales caminos de recuperación, se evidencian la estructura del a, en cuanto de separado

y cortado en la causa deseo. Aclara Lacan (1962-1963/2005), “elidido en otro lugar que no aquel

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en que sostiene del deseo, sino en una relación profunda con él” (p. 276) y que no se liberta de la

presencia del Otro en calidad de portador primero, original, del deseo.

Al discurrir sobre los niveles de la constitución del objeto a, Lacan puntea a la operación

de división establecida entre el sujeto mítico (S) y el gran Otro (A), una relación que hace surgir

el sujeto tachado y el objeto causa del deseo, que se refleja en la función del objeto (a), un

pedazo restante, amboceptor, del cuerpo entre el sujeto y el Otro, un medio, un hueco, que hace

transparentar el lugar de la constitución del deseo que está en causa.

Cabe recordar que este lugar de transparencia del deseo, un lugar de falta, es también

aquel donde se sitúa la angustia, sin embargo, esta es la señal de que este lugar venga a falta, no

es lo mismo que el deseo. A partir de la concepción de la diferencia (y similitud) entre deseo y

angustia propuesta por Lacan, es posible lanzar otra mirada al trabajo clínico con el fantasma del

sujeto en análisis, posibilitando la aproximación del deseo con la dosificación soportada de

angustia:

El deseo, les enseño a ligarlo a la función del corte y ponerlo en una cierta relación

con la función del resto que sostiene y mueve el deseo, como aprendemos a identificar en

la función analítica del objeto parcial. Otra cosa es la falta a la cual se liga la satisfacción.

La distancia y no coincidencia de esa falta con la función del deseo en acto,

estructurado por la fantasía y por la vacilación del sujeto en su relación con el objeto

parcial, es eso que crea la angustia, y la angustia es la única que clama la verdad de esa

falta. Es por eso que, en cada etapa de la estructuración del deseo, debemos situar lo que

llamaré punto de angustia. (Lacan, 1962-62/2005, p. 253)

En la parte final de su Seminario 10 (1962-1963/2005), Lacan empieza de los tres objetos

freudianos – seno, excrementos y falo – para hacer consideraciones sobre cinco puntos de corte y

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surgimiento de los objetos añadiendo a esos, la mirada y la voz. Tal presentación permite

comprender, a partir de una primera diferenciación entre el deseo y el punto de angustia, la

dinámica fantasmatica del sujeto.

La exposición hecha por Harari (1997) en cuanto al seminario lacaniano sobre la angustia

ayuda a vislumbrar los diferentes atravesamientos de los fantasmas:

(...) el fantasma proporciona el régimen de formación y procesamiento de los a. Es que

estos no caen de ningún cielo platónico, sino que, al igual que encuentran su apoyo en el

cuerpo atravesado por la habla, son generados y orientados en el seno de la estructura

fantasmal. (p. 213)

Lacan (1962-62/2005), como de costumbre, se utiliza de un grafo para presentar las cinco

formas de aparición del objeto a en un recorrido denominado por él Del Anal al Ideal. En este,

sitúa el objeto a, en calidad del falo, en la posición central entre ellos, destacándolo como lo que

actúa como intermediario de las relaciones entre los sexos y, también, como mediador de las

otras cuatro formas de aparición del a.

El falo, desde Freud, es central en la teoría psicoanalítica. Él es considerado como el

punto inicial de donde parte toda la especulación freudiana, una vez que es el representante de la

castración — el Mito de Edipo. Al reflexionar sobre el recorrido de un análisis, se verá que el

Edipo está relacionado tanto al punto inicial como final de ella. A este lugar donde el falo ocupa

como central en la teoría, Lacan lo denomina por menos phi, el representante tanto de la

castración como de la angustia, ya que ésta es siempre la de castración.

Contando con la ayuda de Harari (1997) para reflexionar acerca de la estructura fantasmal

en torno al corte del objeto a en cuanto falo, es posible pensar que el sujeto, en su relación con el

gran Otro, se ve amenazado por su goce en el mismo lugar donde se daría acceso al deseo. Con

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todo, en calidad de deseo imposible, una vez que debe preservar la falta, el falo cae, es cortado

de la escena para la garantía del deseo en el mismo punto en que el sujeto se encuentra frente a la

angustia, de castración. Tal caída es representada por un menos, el menos phi lacaniano,

representante de la castración, lugar donde se produce la angustia. En esa escena, el fantasma de

la mutilación sostiene el deseo al tiempo en que es la cobertura de la angustia.

Conforme Lacan (1962-1963/2005), la caída del falo es "constitutiva de la disyunción que

une el deseo al goce" (p. 321). Como intermediario en la relación entre los sexos, la desaparición

del falo y su función de menos phi marca el lugar de la aparición de la angustia entre el deseo y

el goce:

Es por no realizar el encuentro de los deseos [entre los dos amantes], a no ser en su

desvanecimiento, que el falo se convierte en el lugar común de la angustia.

(...) como toda la experiencia psicoanalítica nos muestra que es en la medida en que es

convocado como objeto de propiciación, en una conjunción en impasse, que el falo,

revelándose en falta, constituye la propia castración como un punto imposible de rodear,

en la relación del sujeto con el Otro, y como un punto resuelto en cuanto a su función de

angustia. (Lacan, 1962-1963/2005, p. 290)

Volviendo al fantasma relacionado al objeto a en la fase oral, Lacan (1962-1963/2005, p.

317) señala que el sujeto – siempre en la relación con el Otro – es atravesado por una “necesidad

en el Otro” y se constituye creyendo que el objeto causa, cortado en la escena fantasmal, el

mamelón, es el Otro, la madre, sin embargo este objeto, como todos, “forma parte del mundo

interno del sujeto”.

En la aclaración de Harari (1997) en cuanto al fantasma relacionado al objeto oral, es ante

la falta, en cuanto necesidad en el gran Otro (no castrado, A mayúscula sin barra), que el sujeto

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se coloca frente al peligro del desamparo, del Hilflosigkeit, construyendo el fantasma de retorno

al seno materno, como objeto caído, garantizando el deseo de ser devorado.

La exposición lacaniana en cuanto a la relación entre madre y niño en el nivel de la fase

oral aclara la diferenciación entre el punto de la angustia, que se encuentra en el nivel del Otro, y

el punto del deseo que se expresa por su relación con el objeto seno, este ubicado en el íntimo del

sujeto, en la escena fantasmal del vampirismo (Lacan, 1962-1963/2005).

Recurriendo al objeto en el nivel de la fase anal, Lacan (1962-1963/2005) lo sitúa como

el “resto de la demanda del Otro”, la que despunta situando el objeto excrementos en su

ambivalencia característica, retener y soltar, amor y odio. Una ambivalencia que hace al sujeto

— típicamente obsesivo — mascarar el deseo bajo la demanda, o sea, el objeto sólo es cesible

ante la demanda del Otro y la angustia alcanza un “núcleo irreductible, y es casi imposible

controlarla en algunos casos” (pp. 318-319).

En la exposición de Harari (1997), en esta fase se constituye el fantasma de la seducción

ante la demanda en el Otro, la cual amenaza al sujeto con la pérdida del amor objeto y garantiza

el deseo de caer como objeto excrementos, de ser cagado, lo que equivale a decir ser amado y

odiado al mismo tiempo.

De acuerdo con la exposición lacaniana sobre la constitución de los objetos seno,

excrementos y fallo, se evidencia que, en los dos primeros, el “punto de angustia queda en el

nivel del Otro, en el cuerpo de la madre” una vez que el deseo es detectado en el resto de la

operación del sujeto dividido por el Otro, el a. Hecho que se presenta radicalmente opuesto en el

nivel de la castración, donde el “Otro está evidentemente implicado” (Lacan, 1962-1963/2005, p.

260).

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Exponiendo lo primero de los dos objetos propuestos por él propio en la teoría

psicoanalítica, Lacan (1962-1963/2005) sitúa en el grafo el objeto mirada en el lado opuesto, que

también es complementario al objeto excrementos. Conforme discurre, el ojo, portador de la

mirada, es un objeto privilegiado por su constitución como un espejo. El ojo “organiza el mundo

como espacio. Refleja aquello que es reflejo en el espejo, sin embargo, para el ojo más

penetrante, es visible el reflejo que él mismo carga en el mundo, en ese ojo que él ve en el

espejo” (p. 246). En esta condición, la mirada se constituye como objeto a potente, aquel de

vehicula “el respaldo narcisista del autodominio en la relación con el lugar del Otro, es ahí donde

está la conexión” (p. 333).

Invocando Harari (1997), él considera que, al relacionarse con el gran Otro como

potencia, el sujeto (mítico) se ve frente al peligro de la mantis religiosa (el insecto de nombre

alaba-dios que tiene como característica una visión en tres y puede identificar sus presas por la

mirada), cuestionándose en cuanto al deseo, y construye el fantasma de la escena primaria, en la

que cae en cuanto mirada y sostiene el deseo de ser poseído.

Desarrolla Lacan (1962-1963/2005) que el objeto a, en cuanto representante de la falta,

no es especular. El no aparece en la imagen, así, a través de la comprensión en cuanto al estadio

del espejo, es posible encontrar el sentido de la experiencia fantasmatica con el objeto mirada,

una vez que en ella el sujeto no puede ver lo que pierde como objeto: “(...) a través de la forma

i(a), mi imagen, mi presencia en el Otro, no tiene resto. No puedo ver lo que pierdo allí” (p.

277).

Lo que el sujeto no puede ver es la imagen reflejada de su propia mirada en calidad de

deseo, “en otras palabras, el ojo instituye la relación fundamental deseable porque siempre tiende

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a hacer desconocer en la relación con el Otro, que detrás de lo deseable hay un deseante” (Lacan,

1962-1963/2005, p. 296).

Trayendo a la superficie su aforismo de que la angustia es no sin objeto, Lacan (1962-

1963/2005) se asegura que ante el objeto a mirada, el punto del deseo y el de la angustia

presentan una relación recíproca, una vez que el deseo como falta, garantiza la anulación de su

objeto causa, el cual presenta el lugar donde se constituye la propia angustia, tal como señal de

que el objeto venga a faltar. La angustia, en ese sentido, se presenta en el mismo lugar del deseo,

entre tanto ella está en el punto ciego de la mirada, en el espacio entre ojos, en el no querer ver:

“Cero del a: es por ahí que el deseo visual a las veces enmascara la angustia de lo que falta

esencialmente en el deseo” (p. 278).

Considerando que “ese carácter de evitación” del objeto a queda muy evidente en la

mirada, es en esta fase que el fantasma asume “el soporte más satisfactorio de la función del

deseo” (Lacan, 1962-1963/2005, p. 276).

Esclarece Lacan (1962-1963/2005) que aquello que el sujeto no quiere ver es el fantasma

de la escena primaria, una vez que en ella el traumático está en la desaparición del falo.

Siguiendo el ejemplo usado por Lacan en la comprensión acerca de la relación recíproca entre el

punto de la angustia y el deseo, la escena narrada por Freud en cuanto a su clásico Hombre de los

Lobos, con todos los lobos posados en el árbol, retrata el fantasma más angustioso para el sujeto

del niño, quien los mira paralizado por la fascinación de la imagen “hasta el punto de poder

concebir que lo que le mira en la escena, y que es invisible por estar en toda parte, no es nada

menos que la transposición del estado de estancamiento de su propio cuerpo, aquí

transformado en ese árbol, el árbol cubierto de lobos” (p. 284. Grifos nuestros).

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Con relación al objeto voz, Lacan (1962-1963/2005) anuncia que, a pesar de ser el último

enunciado en el grafo “es el más original” (p.29) e introduce nuevas dimensiones en la relación

entre deseo y angustia. A fin de representarlo, se utiliza del chofar, instrumento de soplo hecho a

partir de cuerno de cabra y utilizado por los judíos desde la antigüedad en los rituales en las

sinagogas tales como el Yom Kippur (día del Perdón) y el Rosh Hashana (Año -Nuevo), en la

proclamación del año sabático:

Es un objeto, y que me servirá de eje para sustantivar ante ustedes lo que entiendo por la

función del a ese nivel – él sobrepasa el de la ocultación de la angustia en el deseo ligado

al Otro –, yo lo abordo por la gestión de un objeto, un objeto ritual. (Lacan, 1962-

1963/2005, p. 268)

El chofar como objeto sirve muy bien al entendimiento de la función de la voz en la

circulación del deseo y en la dimensión de la angustia suscitados ante el sonido que emana. Hace

rememorar Lacan el enredo totémico que se pone en el origen de la humanidad, desde los

pueblos más antiguos. Es necesario recurrir nuevamente a Freud, esta vez a Totem y Tabú, para

comprender que el totemismo, como la ley primera que establece las relaciones entre los

miembros del clan, tiene como prohibición severa, inicial e indiscutible, el incesto. Así, la

exogamia es una institución relacionada con el totemismo. Por otro lado, el parricidio, o la

muerte del Padre – como posibilidad de acceso al deseo –, presenta el crimen primero de la

humanidad y porta en sí, en su origen, el sentimiento inconsciente de culpa y la angustia.

Discurre Lacan (1962-1963/2005) que otro objeto cualquiera que pueda levantar la

cuestión de la culpa original por la muerte del padre podría ser usado, no sólo el chofar. La

cuestión es poder comprender la función del objeto a en calidad de voz como forma de

reverencia:

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Digamos que el sonido del chofar, el Zikkronot, es lo que existe de recuerdo ligado a este

sonido. Sin duda, ese recuerdo es la de aquello sobre lo cual se medita en los instantes

precedentes, en la Aquedah, que es el momento exacto del sacrificio de Abraham, en el

cual Dios detiene su mano ya aquiescente y sustituye a la víctima, Isaac, por el carnero

que ustedes conocen, o piensan conocer. (Lacan, 1962-1963/2005, p. 274)

Siguiendo las enseñanzas de Freud, Lacan (1962-1963/2005) marca que el deseo original

no es aquel ligado a la madre, sino a la muerte del padre para el acceso a la madre. Tal muerte,

como acto practicado por el hijo, lleva en sí la culpa original, que necesita ser disfrazada por el

carnero en el sacrificio de Abraham.

Digamos, más simplemente, que es el hecho original inscrito en el mito original del

asesinato del padre que da partida en aquello cuya función tenemos de aprehender, por

consiguiente, en la economía del deseo, es decir, que interdictamos, como imposible de

transgredir, aquello que constituye, en su forma más fundamental, el deseo original.

(Lacan, 1962-1963/2005, p. 279)

Alerta Lacan (1962-1963/2005) que, a pesar de servirse del chofar como objeto que

emana un sonido, el objeto voz, en calidad de a, se trata de una caída, una ausencia y no de un

sonido específico: “(...) ¿en cuánto al sujeto en vías de constituirse, es exactamente del lado de

una voz desligada de su soporte que debemos buscar el resto?” (p. 298).

Es a partir de la voz como lenguaje que “resuena en un vacío” que hace posible entender

ese objeto en causa del deseo del sujeto en su relación con el gran Otro faltante, del cual no se

tiene garantía. Lo que el sujeto recibe del Otro por el lenguaje “bajo la forma vocal” es

incorporado (Lacan, 1962-1963/2005, p. 298).

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Afirma Lacan (1962-1963/2005), “la voz, por lo tanto, no es asimilada, sino incorporada”

(p. 301), ella “se experimenta, se refleja únicamente por sus ecos en lo real” (p. 300), en lo que

no se tiene alcance y que ya está dado desde el principio, sirviendo así “al modelo del lugar de

nuestra angustia” (p. 300), ante el deseo del Otro como un imperativo, un orden.

4.4) Atravesamientos del fantasma

Con base en el texto de Miller (1987), se desprende que una de las diferencias que

podrían ser marcadas en la clínica entre síntoma y fantasma, es que el síntoma sería la puerta de

entrada y el fantasma la de salida. En el mismo sentido, Lacan (1962-1963/2005) observa que,

según la propuesta freudiana, la entrada en análisis se da por una puerta enigmática, la neurosis

de transferencia, ya que está en todo, la cual, para sorpresa y espanto de los sujetos, es la misma

con que él sale del análisis, pero, advertido. Sin embargo, la propuesta lacaniana es dar una

vuelta más. Según anuncia, el deseo del analista es la dimensión esencial en el trabajo analítico

en cuanto al objeto a:

(...) el camino pasa por el a, que es el único objeto a ser propuesto al análisis de la

transferencia, eso no quiere decir que, de ese modo, todos los problemas sean resueltos.

Esto deja abierta, como verán, otro problema. Es justamente en esta sustracción que

puede aparecer la dimensión esencial de una cuestión formulada desde siempre, pero por

cierto no resuelta, porque la insuficiencia de las respuestas es flagrante a todos los ojos

(...), el deseo del analista. (p. 307)

Al final de su seminario sobre la angustia, Lacan (1962-1963/2005) anuncia que su

intención en el referido escrito fue elucidar la presentación freudiana en cuanto a la angustia.

Alerta que la idea de Freud, inacabada o inteligible, presenta la angustia relacionada a un peligro

de vida, mientras que para él, el peligro está “ligado al carácter de cesión del momento

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constitutivo del objeto a” (p. 352) situado como anterior a dicha cesión. Tal posicionamiento

lacaniano se une a la proposición de Freud en cuanto a la existencia de algo primitivo a la

situación del peligro.

La peculiaridad de corte es esencial en el trabajo psicoanalítico. El deseo, según lo

abordado por Lacan, está en el origen de lo que se puede teorizar como dinámica psíquica. Es él

que está en juego. Un deseo de separación, de corte como constituyente de la condición

subjetiva. Lacan (1962-1963/2005) comenta que la función técnica del analista deberá sostenerlo

en el nivel en que el objeto a es siempre escogido justamente por ser cortado, perdido en el

vínculo con el Otro, de donde se puede deducir que “se trata de un sujeto a ser constituido en su

función de ser representado por a, función que seguirá siendo esencial hasta el final” (p. 357).

El rompimiento que lanza el objeto causa del deseo es el punto de anticipación de la

angustia, sin embargo hay un intercambio entre el punto en que el objeto es cedido como causa

del deseo de cederlo y la angustia previa a la cesión. Según Lacan (1962-1963/2005): “Se trata

ahora de percibir que las respectivas posiciones de la angustia y de lo que es el a son

intercambiables. Por un lado, existe el punto primitivo de inserción del deseo, constituido por la

conjunción, en un mismo paréntesis, del a y de D mayúsculo de la demanda, y por otro, existe la

angustia” (p. 357), lo que puede ser vislumbrado en el segundo el piso de su grafo del deseo.

Entre estos dos puntos existe un pasaje en el que el sujeto se descubre como objeto del

Otro, el punto en que el Otro arroja la pregunta del deseo: ¿Che vuoi? Tal pasaje es comentado

por Lacan como momentáneo, o sea, el sujeto no se mantiene allí a no ser por un momento de

atravesamiento.

En ese punto, podemos decir que el sujeto se ve efectivamente enfrentado con lo que la

fenomenología hegeliana traduce por imposibilidad de coexistencia de las conciencias-

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de-si, y que no es nada más que la imposibilidad de que el sujeto encuentre su causa en sí

mismo en el nivel del deseo. (Lacan, 1962-1963/2005, p. 358)

El sujeto no puede reconocer el deseo como suyo. Es siempre un no saber en cuanto al

deseo y su causa, el a. Esto se da desde el principio, en la constitución del sujeto, cuando se da la

operación de división de S por A. Desde allí el sujeto anulado y el a se encuentran en el campo

del Otro (A), donde el sujeto no puede reconocerse.

La única vía por la cual el deseo puede revelarnos de qué modo tendremos que reconocer

en nosotros el objeto a (...) sólo se abre cuando se sitúa el a como tal en el campo del

Otro. Y él no sólo tiene que ser situado allí, como está situado allí por todo y cualquiera.

Esto no es otra cosa que la posibilidad de transferencia. (Lacan, 1962-1963/2005, p. 366)

Es entonces en la transferencia que el analista, a través de su deseo, logra ocupar el lugar

del Otro y hacer reproducir la escena fantasmal del analizante para que sea posible los sucesivos

atravesamientos del fantasma en la búsqueda del deseo. Y eso se hace posible a partir del paso

del analista por su propio análisis, como sujeto del deseo frente al Otro. “Lo que hace de un

psicoanálisis una aventura singular es la búsqueda del ágalma en el campo del Otro” (Lacan,

1962-1963/2005, p. 366).

El deseo del analista es aquello que conduce el trabajo del análisis más allá de los límites

de la angustia: "Ciertamente conviene que el analista sea aquel que, mínimamente, no importa

por qué aspecto, por qué borde, haya hecho su deseo entrar suficientemente en lo que es

irreductible para ofrecer a la cuestión del concepto de la angustia una garantía real” (Lacan,

1962-1963/2005, p. 366).

No hay otra forma de encuentro con el deseo que no sea a partir del deseo del Otro, y en

lo que se refiere a la práctica psicoanalítica, el deseo del analista debe estar en su lugar, en el

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deseo del Otro, pero no como vanidad, pero si como “un resto irreductible a la simbolización en

el lugar del Otro” (Lacan, 1962-1963/2005, p. 359). Por eso, el analista no puede funcionar como

tampón de la angustia, sino como un velo, en que sea posible vislumbrarla en cantidad

soportable.

La falta de que se trata y que da al deseo su carácter, no es una falta del sujeto, sino la que

necesita ser exigida al goce que se encuentra en el nivel del Otro. Lacan (1962-1963/2005) es

incansable en la asertiva de que el deseo sólo puede ir al encuentro de ese goce que está situado

en el Otro, por lo tanto para acceder a él, el sujeto “debe no sólo comprender, sino transponer la

propia fantasía que lo sostiene y lo construye” (p. 359), así los atravesamientos del fantasma

llevarían al sujeto al encuentro del deseo, una vez que emprenderían el paso entre el goce y el

deseo cruzando por la angustia – “es al querer hacer que este goce entre en el lugar del Otro,

como lugar del significante, que el sujeto se precipita, se anticipa como deseante” (p. 193).

O nuestra praxis es falla, quiero decir, falla en relación a sí misma, o ella supone que

nuestro campo es el del deseo, y que el deseo es generado por la relación de S con A. Esa

relación, sólo podemos encontrarla en nuestra praxis en la medida en que reproducimos

sus términos. Lo que nuestra praxis genera es ese universo, simbolizado, en última

instancia, por la famosa división que nos guía, a partir de un cierto momento, por los tres

tiempos en que el S, sujeto todavía desconocido, tiene que constituirse en el Otro, y en

los cuales el a aparece como resto de esa división. (Lacan, 1962-1963/2005, p. 296)

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Conclusión

Para hablar sobre la elección del presente tema de maestría, cabe traer las enseñanzas de

Lacan acerca de la constitución subjetiva al presentar su grafo del deseo: el sujeto, en el camino

de su ideal, es cortado por el discurso del gran Otro y pasa de una condición inocente a la

inconsciente. Es a partir de una elección que parece inocente que el sujeto se vuelve inconsciente

y toma contacto con una experiencia más allá de él. Hay una aprehensión del sujeto como

lenguaje, discurso que viene del Otro, en cuanto palabra invertida, y, en ese camino, el Otro

asume el lugar de dar al sujeto una respuesta al deseo por la pregunta ¿Qué quieres? O ¿Che

Vuoi?

Fue por el deseo, en ese más allá de la articulación lingüística, que se planteó la cuestión

inicial del presente trabajo: ¿cuál es la relación entre el deseo y el objeto a?

Como muestra toda la teoría psicoanalítica desde Freud, cuando se trata de inconsciente,

no tenemos acceso fácil a ningún entendimiento, a no ser por vías indirectas, por interpretaciones

y construcciones. En ese sentido, Lacan, en sus vueltas, giros, turbaciones y insubordinaciones

de las palabras, además de tontear a sus oyentes, logra llevarlos a un nuevo lugar de saber hacer

algo más allá de un conocimiento que sus matemas, grafos y formulas de álgebra quieren decir.

En ese baile de palabras e ideas es que la fórmula lacaniana del fantasma se presenta como

campo de estudio en cuanto a la relación en cuestión: ¿cómo el trabajo de análisis causa efectos

en la vida del analizante, dirigiéndolo a un cambio subjetivo capaz de aliviarlo de aquello que lo

lleva al análisis?

La elección de este tema, por lo tanto, no tendría otra pregunta inicial que no fuera la del

propio análisis del investigador. Una cuestión que no es de fácil acceso, ya que se refiere a la

dinámica inconsciente, donde se hace presente, siempre, más otro. De la análisis se descubre que

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el sujeto no se constituye sólo, y, una acción de corte no equivale a una separación, sino como

parte. Para que el deseo resista, hay el corte del objeto a que está siempre en el lugar de su causa.

El corte aquí propuesto tuvo que incidir para definir un tema entre tantos, también fueron

necesarios otros tantos cortes de la hoja en blanco por las palabras escritas y, no menos

traumático, el corte como momento de concluir, para el cual, una vez más, el maestro Lacan no

deja de prestar el apoyo necesario: “En el análisis, en la técnica analítica, en la medida en que

estamos implicados en ella (...), debemos encontrar, en la elaboración de los conceptos, con el

mismo obstáculo reconocido como el que constituye los límites de la experiencia analítica — a

saber, la angustia de castración” (Lacan, 1962-1963/2005, p. 281).

Así como en el recorrido analítico, tal como, se puede decir, en la vida, es la propia

angustia como principio que mueve la relación aquí tratada de su inicio al fin. No fue sin

angustia su comienzo y no es sin angustia su final, pero ambos se dieron.

A partir de la presente investigación fue posible demostrar la importancia de la

comprensión acerca de la relación existente entre el deseo y el objeto a en la dinámica subjetiva

y en la dirección del trabajo en la clínica psicoanalítica de orientación Freud lacaniana. A partir

de la lectura de Freud, el trabajo fue escrito en cuatro capítulos que se aproximaron a la lectura

de los seminarios de Lacan y de su proposición en cuanto al trabajo con el fantasma. Conforme

pensado inicialmente, no fue posible pasar a la lectura de los seminarios posteriores a 1964,

entonces el Seminario 10 marca el corte final del estudio aquí conducido.

Empezando de una de las preguntas de investigación —¿con qué instrumentos opera un

analista? — se iniciaron los trabajos de investigación en la obra freudiana. Siempre incansable en

sus investigaciones clínicas en cuanto a la formación de la neurosis y en la búsqueda de

respuestas a las posibilidades de abreviar al sufrimiento humano, Freud parte de las primeras

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teorizaciones acerca del trauma para ir construyendo su teoría del inconsciente, la cual alcanza

lugar prominente en la Interpretación de los Sueños. Al afirmar que los sueños son la realización

de un deseo, Freud (1900/1976) destaca igualmente la importancia del concepto de deseo para su

teoría y práctica clínica.

A lo largo de sus estudios clínicos, Freud reorganizó y reformuló sus convicciones por

diversas ocasiones. Si al principio pensaba que hacer el inconsciente consciente causaría la

remoción de los síntomas y asentaría a la solución de los problemas psíquicos, pronto anunció

que el curso del tratamiento psicoanalítico era una tarea mucho más compleja de lo que él

imaginaba, esencialmente, porque, en la formación de la neurosis, los síntomas tomarían el lugar

de una satisfacción frustrada, la cual buscaría satisfacción a través de las formaciones

fantasmaticas.

Las fantasías fueron teorizadas por Freud como historias dramáticas cargadas de alto

grado de placer y satisfacción auto erótica, o sea, servirían al propósito, así como los sueños, de

realización de los deseos infantiles, perversos polimorfos. Cabe destacar que el texto Pegan a un

Niño (Freud, 1919e /1996) fue esclarecer en la comprensión de las tres etapas de la formación

del fantasma fundamental y de las posibilidades de trabajo con él en la clínica psicoanalítica. Es

un texto que trata de forma clara el proceso de represión ligado al complejo del Edipo y la

alternancia de los pares de opuestos sadismo masoquismo como complementarios en la

constitución subjetiva. La relectura lacaniana del texto, al enfatizar el carácter de dualidad de la

escena en la segunda etapa de formación, acentúa la relación del sujeto con el Otro, una relación

dual y conflictiva que está en la base de la estructuración subjetiva.

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Tal relación clarifica la hipótesis del complejo del Edipo freudiano, nominado por Lacan

por complejo de castración – para Lacan el Edipo es un mito –, el cual es fundamental en la

teoría psicoanalítica y trae consigo el concepto de angustia.

Principiando de las formulaciones en cuanto a la formación de las neurosis y siguiendo el

mismo recorrido de reestructuración de sus ideas, el concepto de angustia, que fue inicialmente

pensado por Freud como una consecuencia de los síntomas, sufre una vuelta teórica y pasa a ser

entendido como causa de la neurosis, así los síntomas, inversamente, funcionarían como una

cobertura contra la angustia. Sin embargo, fue, al presentarla como una señal de peligro, que la

diferenciación en cuanto a su origen perdió el interés para la teoría y sus formulaciones giraron

en torno al complejo del Edipo, tal como un momento traumático, peligroso, que levantaría el

contacto del sujeto con la angustia. Enfatiza la relectura lacaniana que a partir del

descubrimiento infantil de la diferencia entre los sexos es posible decir que toda angustia es de

castración.

Enfocados los tres conceptos principales para el presente trabajo de investigación del

trabajo en la clínica psicoanalítica – deseo, fantasma y angustia –, todavía serían necesarias

aproximaciones para comprender lo que Lacan pensó sobre los atravesamientos del fantasma.

Al presentar la formación de las fantasías, Freud enunció que ellas son una construcción

del análisis, en especial la segunda fase, aquella inconsciente, que nunca es hablada, y, en ese

sentido, la asertiva de Lacan en cuanto al inconsciente ser estructurado como lenguaje es

perspicaz para hacer entender que el fantasma sólo es pasible de ser construido por la palabra

dicha en análisis ante la presencia de un gran Otro. Sin embargo, llegar hasta el fantasma

requiere un recorrido analítico que tiene como puerta de entrada el síntoma. Para Lacan, el goce.

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En el entendimiento de ese punto, el texto de Miller, Dos Dimensiones Clínicas: Síntoma

y fantasía, fue aclaratorio para la comprensión en cuanto a las diferencias entre la dinámica del

síntoma y la del fantasma conforme se pueden ver en la clínica. Miller ilumina el concepto

lacaniano de deseo del Otro, arrojando luz sobre el fantasma como un axioma lógico entre el

deseo y el síntoma y permitiendo pensar el atravesamiento del fantasma por la posibilidad de

transformación de tal significación axiomática absoluta. Tal texto aún preparó el campo para el

estudio y entendimiento más profundo del grafo del deseo presentado por Lacan (1958/2015) en

el seminario dedicado al tema.

Conforme resaltado por el propio Lacan, el grafo del deseo demarca los tres más

importantes puntos de trabajo clínico: el reprimido, el deseo y el inconsciente. A partir de la

exposición del grafo, fue posible comprender el surgimiento del sujeto en la búsqueda de su

Ideal, a partir del deseo del gran Otro. Este concepto es sustancial en la obra lacaniana,

especialmente por dar apertura a la construcción del objeto a en calidad de resto caído de la

operación de división del sujeto en su relación con el Otro, el lenguaje inconsciente. Es a partir

de ahí que se puede pensar que el sujeto del deseo se constituye en cuanto dividido.

En la división que lo constituye, el sujeto es tomado por un no saber que envuelve todo su

ser. Él no sabe lo que habla y ni reconoce su deseo a no ser como deseo del Otro. El punto

crucial de la experiencia psicoanalítica está en la condición de que el sujeto esté en la

dependencia fundamental a ser hablante, y, en esta condición, está enlazado en las mallas del

discurso, entre el enunciado y la enunciación, entre los cuales la pregunta del deseo – ¿Che vuoi?

– es la respuesta del Otro al acto del habla del sujeto. ¿No sería esa la experiencia exacta del

sujeto acostado en el diván?

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Por un camino paralelo al del fantasma, la interpretación del deseo en el sueño trabajado

por Lacan en el Seminario 6, además de asomar el clásico texto freudiano inaugural del

psicoanálisis recordando que el sueño es la realización de un deseo, deja evidente que el deseo se

esconde por el deseo detrás de un no dicho entre el discurso de la demanda y del ser, el

enunciado y la enunciación, en un lugar de falta, en el que el sujeto niega lo que dijo. Pero niega

no por querer negar, niega porque está sumido en el no saber en cuanto al inconsciente.

En este sentido es que una de las preguntas iniciales en la presente investigación buscó

respuestas para iluminar la operación analítica ante la falta de un saber que afecta al sujeto

confrontado con su deseo.

Ante tal dificultad en relación al sujeto del deseo constituido como discurso es que se

puede lanzar una mirada a la construcción fantasmatica en la clínica como forma de

interpretación del deseo. Al buscar acceder al fantasma en el diván, se origina una posibilidad de

recreación de la escena que lleva la relación esencial que hay entre el sujeto y el objeto. Sin

embargo, esa relación del sujeto suprimido no es con ningún objeto, en lo que se refiere al

fantasma, es en esa historia valorada por el sujeto que él se reconoce como objeto causa del

deseo, a, y el deseo asume consistencia, como deseo del Otro. Es por este aspecto que Lacan

asienta el objeto a en el Seminario 10, un resto caído de la operación de división del sujeto

mítico, un sujeto aún por constituirse, con el gran Otro. Una operación que presenta no sólo el

objeto a como resto, sino también el sujeto dividido en cuanto cociente.

La exploración del seminario sobre la angustia condecora el presente estudio con los

conceptos centrales al tema propuesto: la angustia, el objeto a y el deseo.

Al sostener que el objeto a está en el centro de su discurso sobre la angustia, Lacan

reafirma que, a diferencia de la primera presentación freudiana de que la angustia es ante un

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objeto, la angustia no es sin objeto, ella presupone el objeto como representante del deseo del

Otro, marcando así, la falta constituyente y necesaria a la condición subjetiva, al surgimiento del

deseo, donde se coloca el objeto a como velo.

Un velo que intenta apaciguar la falta constituyente que, al mismo tiempo en lo cual

coloca al sujeto frente a la angustia, preserva la posibilidad del deseo. Aunque se pueda pensar

que tal especulación en cuanto a la falta trae una equivalencia entre los conceptos de deseo y de

angustia, Lacan no deja pasar desapercibido la necesidad de distinguirlos. Alerta que, a pesar de

la angustia y el deseo darse en el mismo lugar, no son lo mismo, algo que se puede deducir a

través de la dinámica fantasmatica. El fantasma como soporte del deseo, funciona como

cobertura contra la angustia y, por eso mismo, señal de ella. Él es la posibilidad de acercamiento

con el deseo sin el abandono de la angustia. Aludió a Lacan que el analista debe saber dosificar

la angustia para tener acceso al deseo, ya que ella es el último punto de contacto con éste,

estando en un lugar primordial, entre el goce y el deseo.

Es en la transferencia, operando desde el lugar de objeto a, que el analista consigue hacer

resurgir este lugar de causa del deseo, marcando el lugar de la falta y posibilitando el

surgimiento del deseo. En la comprensión de ese fenómeno, la presentación del Banquete de

Platón por Lacan en el Seminario 8 tuvo inequívoca contribución al entendimiento de la

transferencia como instrumento de trabajo en la clínica psicoanalítica. En este texto, Lacan

enseña que el amor es una metáfora, una sustitución, la cual puede ser representada por el pasaje

que el analista debe ser capaz de hacer, dentro del par operante en análisis, de una condición de

amante al amado, tránsito que sólo es posible por una renuncia narcísica alcanzada a partir del

propio análisis del analista, donde él llegó a conocer algo sobre su no saber y fue capaz de

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sostenerse en un deseo más estructurado, el deseo del analista, colocándose en esta condición,

advertido en cuanto a la angustia.

El psicoanalista, al ser capaz de salir del lugar de sujeto supuestamente al saber, deja

marcado el lugar del lenguaje inconsciente, aquella que atraviesa al sujeto con la pregunta sobre

lo que quiere y, él mismo, analista, se echa fuera de la escena, tal cual el objeto a,

calculadamente dosificando la angustia y permitiendo al sujeto tomar contacto con la falta

constituyente del deseo que lo impulsa. El deseo, por ser falta, es siempre deseo de otra cosa. El

deseo es el deseo del Otro. Tales proposiciones lacanianas son esenciales en la comprensión de la

relación entre el deseo y el objeto a que se transmite en el fantasma.

Aún sobre la posición del analista, ocupa el lugar del gran Otro para luego caer en calidad

de a, reproduciendo la operación de división del sujeto. Tal caída representa no sólo el

desplazamiento del analista, sino también lo que él puede operar con las palabras o incluso con el

corte de la sesión, se trata de un deslizamiento metonímico.

Al presentar los cortes del objeto a como restos irreductibles de la dialéctica del sujeto

con el Otro, es posible visualizar la relación esencial trabada entre él y el deseo a partir de los

cinco diferentes fantasmas fundamentales: retorno al seno materno, seducción, castración, escena

primaria y novela familiar.

En la cuestión de las apariciones de los objetos a por sus cortes, Lacan alerta a la cuestión

del cuerpo, según pensado por el psicoanálisis, inconsciente, y para la existencia de un

conocimiento en el fantasma que se refiere al compromiso del cuerpo en el habla del sujeto

tachado. La verdad que se pone en el fantasma es que tanto ese objeto caído como el grande Otro

son partes del propio cuerpo del sujeto del inconsciente, lo que abre la posibilidad de que, por los

sucesivos atravesamientos del fantasma, el sujeto tome contacto con su propio ser.

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De la lectura, siempre en forma circular — con idas, venidas y retornos — del cuarto y

último capítulo del Seminario 10, es posible deducir que las cinco formas del objeto a se dan

siempre por la falta representada en el gran Otro y viene a exigir del sujeto suya caída como

objeto de goce del Otro: seno, excrementos, falo, mirada y voz. En ese punto del estudio, la

lectura de Harari fue fundamental para pensar el trabajo clínico con los diferentes fantasmas

relativos a cada uno de los objetos. Entre los objetos, los tres primeros — seno, excrementos y

falo – son utilizados por Lacan teniendo como base las fases del desarrollo psíquico freudiano,

mientras que los dos últimos – mirada y voz – son auténticas creaciones lacanianas relacionadas

a los primeros. El falo, sin embargo, está situado en la posición central, asumiendo su función de

mediador entre los otros cuatro objetos. Como representante de la castración, el falo, o menos

phi, como presenta Lacan, es central en la teoría psicoanalítica y marca el lugar donde se produce

la angustia, entre el goce y el deseo.

En este momento de conclusión, habiendo iniciado por la especulación de la formación de

los síntomas, de las fantasías, situando el lugar de la angustia, comprendiendo el surgimiento del

sujeto del deseo enlazado en la relación que marca la falta de un saber, el fantasma es una de las

posibilidades de enfocar el trabajo de un análisis. Al entrar por la puerta del síntoma y mirando

por la ventana del fantasma, se puede pensar que un análisis causará efectos si es capaz de

mostrar al sujeto que el deseo no es una necesidad, que está siempre ligado a algo peligroso, y

que, a pesar de ello, es un remedio contra la angustia.

Si fuera posible sintetizar un trabajo de estudio tan amplio como el realizado aquí, se

podría decir inicialmente que el trabajo con el fantasma en la clínica psicoanalítica debe ser

pensado en el plural, o sea, los atravesamientos de los fantasmas, ya que no hay un fantasma a

ser atravesado, pero varios y en varias ocasiones a lo largo de un tratamiento psicoanalítico. No

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hay como olvidar – una vez que mismo Freud ya anunció al principio de su teoría – que el

trabajo de un análisis es una larga y ardua tarea para el par que se compone en el diván, analista

y analizante.

Los atravesamientos de los fantasmas son las operaciones hechas en análisis, en cada vez

más, algo que va relativizando la fuerza de las historias dramáticas de la vida del sujeto, para ir

desatando, aflojando los nudos que atan sujeto y el gran Otro, para que el otro el sujeto pueda

reconocerse dentro de su propio deseo, asumirse como autor de su propia historia, incluso

delante la historia fantasmatica como un axioma básico que lo constituye, que él pueda gozar de

la vida y no más de su síntoma. Que él pueda llegar al punto de allí, donde el síntoma lo tomaba

y lo prendía al drama fantasmático, hacer otra cosa.

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