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MENSAJE NUEVE
EL HIJO DEL HOMBRE EN MEDIO DE LAS
IGLESIAS
En el capítulo uno de Apocalipsis hay ocho puntos cruciales: la revelación de Cristo, el testimonio de Jesús, el Dios
Triuno, la segunda venida de Cristo, los copartícipes en la tribulación, el reino y la perseverancia en Jesús, las
iglesias locales, los candeleros y el Hijo del Hombre. Después de abarcar los primeros siete puntos, en este mensaje
pasamos al octavo asunto: el Hijo del Hombre que está en medio de las iglesias (1:12-20). En este libro Cristo se
revela primeramente como el Hijo del Hombre. Siempre que El se menciona en relación con la iglesia, es revelado
en Su naturaleza humana porque la iglesia está compuesta de seres humanos. La Cabeza de la iglesia no es
solamente el Hijo de Dios sino también el Hijo del Hombre. El Señor continúa siendo el Hijo del Hombre después
de Su ascensión, lo cual indica que El no se despojó de Su naturaleza humana después de resucitar y que El se
relaciona con nosotros basándose en Su humanidad. El triunfó como hombre en ser el testimonio de Dios. Por lo
tanto, los que estamos en las iglesias hoy, como hermanos que somos, también podemos ser el testimonio de Dios.
El Señor obtuvo la victoria como hombre, y nosotros también podemos obtenerla.
Hoy Cristo está “en medio” de las iglesias. Por un lado, El como Sumo Sacerdote intercede en los cielos por las
iglesias (He. 9:24; 7:25-26; Ro. 8:34), y por otro, se mueve entre las iglesias cuidándolas. Si deseamos participar
de Su mover y disfrutar de Su cuidado, tenemos que estar en las iglesias.
I. EN SU HUMANIDAD
El versículo 13 dice: “Y en medio de los candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que
llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro”. Cristo no solamente es presentado aquí como el
Sumo Sacerdote por Su vestidura, sino también como uno “semejante al Hijo del Hombre”. El sigue siendo divino
y humano. El como nuestro Sumo Sacerdote cuida de las iglesias en Su humanidad.
A lo largo de los siglos algunos que se denominan cristianos han enseñado que Cristo no es el Hijo de Dios. Incluso
hoy, algunos de los que se llaman cristianos no creen que Cristo sea el Hijo de Dios. Negar que Cristo es el Hijo de
Dios es una herejía. Tal enseñanza es maligna y proviene del Hades, y nosotros tenemos que mantenernos en contra
de ella sin transigir. Por otro lado, algunos cristianos no creen que Cristo siga siendo el Hijo del Hombre. Ellos
dicen que Cristo se hizo hombre en la encarnación, pero que al resucitar se despojó de Su humanidad. Algunos de
estos cristianos piensan que Cristo es solamente el Hijo de Dios, y que ha dejado de ser el Hijo del Hombre.
Durante los últimos quince años he peleado en contra de esta concepto, y algunos se opusieron a mí diciendo que
estaba equivocado al enseñar que Cristo continúa siendo el Hijo del Hombre. Algunos cristianos no creen que
Cristo es el Hijo del hombre, pero nosotros sí lo creemos. De acuerdo con la Palabra pura, el Señor Jesús sigue
siendo tanto el Hijo de Dios como el Hijo del Hombre. No podemos explicar esto adecuadamente debido a que la
mente humana es muy limitada. Sin embargo, creemos y aceptamos el hecho de que nuestro Cristo es el Hijo de
Dios, es decir, tiene divinidad, y que también es el Hijo del Hombre, es decir, tiene humanidad. En El tenemos la
verdadera divinidad y la humanidad apropiada.
Durante los últimos diecinueve siglos, especialmente durante los primeros seis, la cristología fue un tema bastante
controvertido entre los cristianos. En cuanto a la persona de Cristo ha habido diferentes opiniones, y los cristianos
han peleado entre sí por causa de esas opiniones. Tenemos que hacer a un lado todas esas escuelas teológicas. De
acuerdo con la Biblia, creemos que nuestro Cristo es verdaderamente el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. El
tiene dos naturalezas, a saber, la divina y la humana.
Cuando Cristo viene a relacionarse con nosotros en las iglesias, lo hace no solamente en Su divinidad, sino también
en Su humanidad. Es posible que usted se excuse, pensando que el Señor prevaleció por ser el Hijo de Dios, pero
como usted es humano, el Señor tiene que comprenderlo. El Señor como Hijo de Dios es bastante competente, pero
usted, un simple hijo de hombre, está en un estado lastimoso, y por ende el Señor no le debe exigir mucho. Pero
cuando El viene a usted como Hijo del Hombre, usted no tiene excusa. El también fue un hombre y prevaleció
como hombre, no como Hijo de Dios. Usted no puede excusarse. Si usted es derrotado y falla en la vida de iglesia,
no se tenga compasión y no diga que tiene excusa por ser un simple ser humano. Los seres humanos son el material
adecuado para la vida de iglesia. Por consiguiente, Cristo anda en medio de las iglesias como Hijo del Hombre. En
Daniel 3 se nos dice que el Hijo de Dios se paseaba en el fuego, pero en Apocalipsis 1 vemos que es el Hijo del
Hombre quien anda en medio de las iglesias. Todos debemos adorarle como el Hijo del Hombre. El es muy
maravilloso porque El es tanto humano como divino. Esta es la razón por la cual El conoce el cielo y la tierra, a
Dios y al hombre. En El tenemos divinidad y humanidad. En El estamos en los cielos y en la tierra. Hoy el Señor
está en los cielos y en la tierra andando en Su humanidad en medio de las iglesias locales.
Aunque Cristo existe desde tiempos inmemoriales, El no es viejo. En este capítulo vemos que Su cabeza y Su
cabello eran blancos como blanca lana y como nieve. La blanca lana es un producto natural de la vida, y la nieve
desciende del cielo. La lana no es emblanquecida; es blanca desde que sale, y su blancura viene de su naturaleza.
El blanco es el color de la naturaleza de Cristo. Su antigüedad procede de Su naturaleza. La nieve es blanca porque
viene del cielo y no contiene suciedad ni mancha terrenal. Por consiguiente, la lana blanca, mencionada aquí y en
Daniel 7:9, indica que la antigüedad de Cristo proviene de Su naturaleza, y no de Su vejez, mientras que la nieve
indica que Su antigüedad es celestial, y no terrenal.
Los ojos de Cristo miran, observan, escudriñan, juzgan al iluminar, e infunden algo. Tenemos que experimentar
todos estos aspectos de Sus ojos, especialmente el aspecto de que nos infunden algo. Sus ojos nos infunden todo lo
que El es. Estos ojos son una llama de fuego que arde continuamente. Esto lo podemos comprobar en nuestra
propia experiencia. No ejercite su mente para entender esto; más bien compruébelo en su experiencia personal.
Desde el día que fuimos salvos, los ojos de Cristo han sido como un fuego ardiente que nos alumbra y nos infunde
lo que El es. Sus ojos también nos estimulan a ser fervientes. Después de que Cristo nos mira, jamás podemos
volver a ser fríos como lo éramos antes. Al mirarnos nos encienden y nos estimulan en el Señor. Muchas veces el
Señor viene a nosotros con Sus ojos penetrantes. Tal vez cuando tratamos de ocultar algo de nuestra esposa, el
Señor viene con siete ojos brillantes que penetran nuestro ser y exponen nuestra verdadera condición. He tenido
esta clase de experiencia centenares de veces. Cuando he estado discutiendo con otros, especialmente con los que
me rodean, los ojos brillantes de Cristo han estado sobre mí, y no he podido seguir hablando. Su luz cerró mi boca.
El Apocalipsis es un libro que se caracteriza por el juicio. El fuego es usado en el juicio divino (1 Co. 3:13; He.
6:8; 10:27). “Nuestro Dios es fuego consumidor” (He. 12:29); Su trono es como llama de fuego y las ruedas del
mismo son fuego ardiente, y un río de fuego procede de delante de El (Dn. 7:9-10). Todo esto tiene como fin el
juicio. Los ojos del Señor son como llama de fuego y su fin primordial es juzgar (2:18-23; 19:11-12). Cuando El
venga a tomar posesión de la tierra trayendo juicio sobre ella, hasta Sus pies serán como columnas de fuego (10:1).
Los candeleros y las estrellas brillan en la noche. Un candelero, que representa una iglesia local, es una unidad
colectiva, mientras que una estrella, que representa un mensajero de una iglesia local, es un individuo. En la noche
oscura de la degradación de la iglesia, es necesario el resplandor de las iglesias colectivamente y de los mensajeros
individualmente. Al andar Cristo entre las iglesias, sostiene en Su diestra a los que presiden. ¡Qué alentador es
esto! Los que conducen al pueblo tienen que alabarle porque están en Sus manos y El los sostiene. Los líderes no
deben retraerse ni ser débiles ni confundirse, puesto que están en Sus manos. Cristo verdaderamente es el
responsable de Su testimonio.
En el libro de Apocalipsis no hay ancianos en las iglesias; solamente hay mensajeros. Cuando este libro se escribió,
la iglesia se había degradado. Por consiguiente, en Apocalipsis el Señor repudia todas las formalidades. Ser un
anciano puede que sea algo legalista o formal. No aspire a ser un anciano; desee ser una estrella brillante. No
procure alcanzar una posición; más bien sea una estrella que resplandece. Tanto el candelero como las estrellas
brillan en la noche. Tanto la iglesia como los líderes de la iglesia deben brillar. Todos los que toman la iniciativa
deben ser estrellas.
Recientemente en Anaheim terminamos nuestro local de reuniones. Podemos testificar que durante los meses de
construcción nunca peleamos entre nosotros. Uno de los inspectores municipales nos dijo que en sus años de
experiencia siempre que se construye un edificio para una iglesia, la comisión encargada de la construcción termina
peleando entre sí. Pudimos darle testimonio a este inspector de que nosotros no peleábamos entre nosotros debido a
la espada cortante. Esto no quiere decir que no tengamos opiniones y conceptos. Somos humanos y tenemos
muchas opiniones. Pero todos podemos testificar que cada vez que surge una opinión, la espada la corta en
pedazos. Cuanto más piensa usted en su opinión, más es cortado. Esto no es doctrina, es nuestra experiencia.
Siempre que hay dos hermanos a punto de pelear, aparece un tercero, el más fuerte, con la espada afilada y corta las
opiniones de los dos bandos. Mientras construíamos nuestro salón de reunión, la espada afilada ponía fin a los
conflictos. Este tercero que acudía era Cristo mismo, el Hijo del Hombre, quien, como Sumo Sacerdote, anda entre
las iglesias y las cuida en amor. En el Antiguo Testamento, los sacerdotes eran necesarios para despabilar las
lámparas. Hoy nuestro Sacerdote, el Hijo del Hombre, sabe exactamente cuándo recortarnos. Esta es la razón por la
cual tenemos tanta paz entre nosotros. Esta es una de las claves de la vida de iglesia que los demás no entienden,
pues ellos no tienen al Sacerdote que limpia y cuida las lámparas del candelero. Ahora el Sacerdote anda entre las
iglesias cuidando y despabilando las lámparas.
XII. EL ES EL VIVIENTE
En el versículo 18 vemos que el Señor es el Viviente; estuvo muerto; mas he aquí que vive por los siglos de los
siglos. El mismo Cristo que anda en medio de las iglesias, quien es la Cabeza de las iglesias y a quien ellas
pertenecen, es el Viviente, o sea que está lleno de vida. Por consiguiente, las iglesias como Su Cuerpo deben ser
vivientes y estar llenas de vida. ¡Aleluya, tenemos un Cristo viviente, el cual venció la muerte! Nuestro Cristo, el
Cristo resucitado, vive en nosotros y entre nosotros. El vive por los siglos de los siglos. ¡Qué Cristo tan lleno de
vida tenemos en el recobro! En el recobro, todas las iglesias deben estar llenas de vida como Cristo, y vencer la
muerte.
XIII. TIENE AUTORIDAD
SOBRE LA MUERTE Y EL HADES
En el versículo 18 también dice: “Tengo las llaves de la muerte y del Hades”. Por haber caído y pecado el hombre,
vino la muerte y opera en la tierra recogiendo a todos los pecadores. La muerte se asemeja a un recogedor usado al
barrer el polvo, y el Hades es como el recipiente de la basura. Todo lo que el recogedor recibe es echado en el
recipiente de la basura. Por consiguiente, la muerte es un recolector y el Hades es el lugar donde se almacena. En la
vida de la iglesia, ¿estamos nosotros sujetos a la muerte y al Hades? ¡No! Cristo abolió la muerte en la cruz y
venció el Hades en Su resurrección. Aunque el Hades trató de retenerlo, no pudo hacerlo (Hch. 2:24). Con relación
a El, la muerte no tiene aguijón y el Hades no tiene poder. Pero ¿qué diremos de nosotros? El caso tiene que ser el
mismo. En la vida de la Iglesia, las llaves de la muerte y el Hades están en las manos de Cristo. Es imposible que
nosotros venzamos la muerte; simplemente no tenemos la facultad de hacerlo. Siempre que llega la muerte, afecta a
muchos. Pero siempre que le demos al Señor Jesús la oportunidad y la libertad para obrar y actuar entre nosotros, la
muerte y el Hades estarán bajo Su control. Sin embargo, cuando al Señor Jesús no se le da oportunidad en la
iglesia, la muerte prevalece, y el Hades se fortalece y retiene a los muertos. Alabamos al Señor porque Cristo tiene
las llaves de la muerte y del Hades. La muerte está sujeta a El y el Hades está bajo Su control. ¡Aleluya!