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El autor de esta obra, Marcos Roitman, comienza señalando que América Latina,
históricamente, ha estado inmersa en una “maldición” de colonialidad, de
colonialidad cultural. Ello hace que se piense Latinoamérica con base en teorías
anglosajonas, hay una alejamiento de categorías de pensar y actuar para
comprender nuestro espacio y nuestro tiempo. Se marginan conceptos como
colonialismo interno, dependencia, centro-periferia, heterogeneidad estructural,
estilos de desarrollo, entre otros. Así, el colonialismo cultural conlleva una maldición
cuyo poder radica en frenar el desarrollo de las Ciencias Sociales.
En cuanto al orden social, el debate comenzó con los sociólogos que defendían los
supuestos de la teoría de la modernización. En esta subyace la idea de que el
desarrollo industrial capitalista presupone la articulación de una sociedad
democrática y liberal. Las actitudes antimodernizadoras y de resistencia al cambio
social son identificadas con lo arcaico y lo tradicional. De esta tradición se
desprenden tres concepciones como parte del cambio social modernizador: el folk
urbano, el cambio social de la sociedad feudal a la sociedad democrática de clases
medias y el modelo de cambio social de una sociedad rural/oligárquica a la sociedad
urbana industrial. Para Roitman, el orden social concebido así acarrea la maldición
antes señalada. Pues la modernización y el desarrollo como objetivos de cambio se
deben conjugar con la racionalidad democrática liberal y asociada al capitalismo.
No hay lugar para alternativas, no hay lugar para procesos antisistémicos y críticos
al capitalismo.
Para Roitman esta sociología del cambio social es una sociología del desarrollo, no
es aséptica ni neutral. Esto se traslada a las estructuras de poder. Las
universidades, los centros de investigación, los institutos privados y públicos del
quehacer político se incorporan financiando o produciendo conocimientos. En tal
línea, con interferencia de Estados Unidos y en el contexto de la Guerra Fría,
cualquier opción de cambio social orientado por bases antisistémicas y
anticapitalistas fue tildado de procomunista y subversivo. En el fondo, lo que
importaba era no solo dar diagnósticos y proyectos de cambio social, sino de crear
una cosmovisión para diseñar el futuro, controlar los tiempos y planificar los
contenidos. Lo anterior, en palabras de Aníbal Quijano, remite a una colonialidad
del poder transformada en colonialidad del saber.
Ahora bien, y continuando con la estructura del texto, Roitman regresa sobre la
maldición del conocimiento. Ahora lo hace con la categoría de modernización. Él
ubica que la modernización, en la historia de América Latina, tuvo dos formas de
entenderse. Una desde políticas intervencionistas y otra desde el laissez passer
generador de un orden espontáneo, las que se disputan la hegemonía desde la
racionalidad del capitalismo en la producción del orden político. Lo que concluye el
autor chileno es que ambas corrientes, bajo un modelo de ciencia neutral-valorativa,
se apegan a formas capitalistas de dominación y explotación, prima una visión
eurocéntrica, la razón cultural de Occidente es el punto de partida. La modernización
es entendida como un proceso de secularización y racionalización de las estructuras
sociales, se recalcan el ejercicio de libertades públicas y privadas, sociales e
individuales, se busca la consolidación de un Estado de Derecho. En suma, la
sociedad industrial de bases liberales es el objetivo final de la modernización.
Representantes de tal corriente, y con sus respectivas diferencias, fueron Medina
Echavarría y Gino Germani.