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El desarrollo de la sociología latinoamericana.

El autor de esta obra, Marcos Roitman, comienza señalando que América Latina,
históricamente, ha estado inmersa en una “maldición” de colonialidad, de
colonialidad cultural. Ello hace que se piense Latinoamérica con base en teorías
anglosajonas, hay una alejamiento de categorías de pensar y actuar para
comprender nuestro espacio y nuestro tiempo. Se marginan conceptos como
colonialismo interno, dependencia, centro-periferia, heterogeneidad estructural,
estilos de desarrollo, entre otros. Así, el colonialismo cultural conlleva una maldición
cuyo poder radica en frenar el desarrollo de las Ciencias Sociales.

Bajo tal maldición, el pensamiento latinoamericano adoptó, sin trabas, la sociología


occidental (Weber y Durkheim). Se dio como “natural” la interpretación de la región
con base en construcciones orientada a racionalidades políticas y a mecanismos
que constituyen un orden social asentado en valores de sociedades industriales.
Asimismo, el capitalismo engendrado se analizó bajo estos supuestos. El resultado
fue que América Latina, en relación a procesos occidentales, tenia un proceso
histórico anómalo, se presentó como una amalgama entre sociedad feudal y
capitalista, una amalgama entre sociedad tradicional y moderna.

Los estudios subyacentes a dicha interpretación tendieron a producir una sociología


del desarrollo, donde lo fundamental fue determinar que elementos se aproximaban
a los modelos occidentales. No obstante, Roitman señala que estos estudios
mostraron una debilidad estructural, a saber: mostraron una incapacidad para
diferenciar el contenido histórico de un concepto social de su apropiación como
herramienta teórica para explicar procesos sociales no incluidos en las
conceptualizaciones originales.

Hacia los años 50 y 60 se luchó para romper con la maldición. La emergencia de


este proceso dio como resultado el nacimiento de un pensamiento propio cuyo
reconocimiento está hoy fuera de duda. Los cuestionamientos de los que se
partieron fueron: ¿hay cambio social?; ¿hay racionalidad política?; ¿era la
sociología una ciencia social burguesa?, y si lo era, ¿podía cambiar de orientación?;
¿existía una ciencia social alternativa?, y de no existir, ¿había que rechazar la
sociología y construir otro tipo de ciencias sociales acordes con las demandas de
las clases sociales explotadas y dominadas, es decir, unas ciencias sociales de la
liberación? Y si lo enunciado tiene sentido, ¿qué papel juega el debate sobre
subjetividad y objetividad en las ciencias sociales? ¿Era la sociología una ciencia o
mera ideología?

De acuerdo a Roitman, bajo estas preguntas se entiende el largo camino recorrido


por la sociología y las ciencias sociales latinoamericanas, a fin de superar la
maldición. Las dos grandes escuelas a las que se debe dicho quiebre (hoy
inexistentes) son la llamada sociología científica y la sociología crítica. La primera
se fundó en el paradigma de la neutralidad valorativa de la ciencia y la segunda en
la tradición marxista. Lo que disputaron, principalmente, ambas escuelas fue la
interpretación del cambio social, la centralidad de la objetividad/subjetividad y
esclarecer el rol del sociólogo.

En cuanto al orden social, el debate comenzó con los sociólogos que defendían los
supuestos de la teoría de la modernización. En esta subyace la idea de que el
desarrollo industrial capitalista presupone la articulación de una sociedad
democrática y liberal. Las actitudes antimodernizadoras y de resistencia al cambio
social son identificadas con lo arcaico y lo tradicional. De esta tradición se
desprenden tres concepciones como parte del cambio social modernizador: el folk
urbano, el cambio social de la sociedad feudal a la sociedad democrática de clases
medias y el modelo de cambio social de una sociedad rural/oligárquica a la sociedad
urbana industrial. Para Roitman, el orden social concebido así acarrea la maldición
antes señalada. Pues la modernización y el desarrollo como objetivos de cambio se
deben conjugar con la racionalidad democrática liberal y asociada al capitalismo.
No hay lugar para alternativas, no hay lugar para procesos antisistémicos y críticos
al capitalismo.

Debido a sus limitaciones y formalismos teóricos, además de las falla en la


implementación de sus políticas, el modelo se derrumbo hacia finales de los años
60. En tal contexto comenzó otra polémica vinculada a la definición de cambio
social, a saber: cuál es el papel del científico social y que lugar ocupan las técnicas
de investigación. De ello el estructural-funcionalismo y sus estudio de las estructuras
sociales del cambio social cobró importancia. La elaboración de estadísticas y
encuestas, además de la utilización de conceptos como desarrollo y subdesarrollo
(también lo hicieron categorías como transición, reforma, insurrección, revolución y
dependeica), cobraron relevancia.

Para Roitman esta sociología del cambio social es una sociología del desarrollo, no
es aséptica ni neutral. Esto se traslada a las estructuras de poder. Las
universidades, los centros de investigación, los institutos privados y públicos del
quehacer político se incorporan financiando o produciendo conocimientos. En tal
línea, con interferencia de Estados Unidos y en el contexto de la Guerra Fría,
cualquier opción de cambio social orientado por bases antisistémicas y
anticapitalistas fue tildado de procomunista y subversivo. En el fondo, lo que
importaba era no solo dar diagnósticos y proyectos de cambio social, sino de crear
una cosmovisión para diseñar el futuro, controlar los tiempos y planificar los
contenidos. Lo anterior, en palabras de Aníbal Quijano, remite a una colonialidad
del poder transformada en colonialidad del saber.

En los años 70 se pretendió construir una visión eurocéntrica y de contención hacia


América Latina. Bajo tales criterios se entendió el desarrollo como un simple transito
de un estadio a otro. Subyacente a este paradigma el cambio social pasó a
considerarse un proceso de transición de una sociedad tradicional/rural a una
moderna/industrial. Sin embargo, la visión engendrada por este paradigma
formalista fue la necesidad de construir un dique teórico-político y económico
cultural que frenara los intentos de cambio social antiimperialista, anticapitalista y
nacionalistas.

Frente a los hechos, Roitmam, recurriendo a otros pensadores, insiste en la


necesidad e romper con la maldición. Se deben rechazar los aportes de la razón
cultural europea y sus categorías de análisis. Se deben negar las categorías, los
discursos, el conocimiento orientado a lo racional-moderno. El pensamiento social
latinoamericano debe construir un camino cuya praxis se vincule al desarrollo de
alternativas y la búsqueda de autonomías en la producción frente a la lógica del
imperialismo cultural y a la dependencia estructural. Se debe luchar pro recuperar
la dignidad y la concepción ética de la vida y el ser social. En palabras de Aníbal
Quijano es tiempo de aprender a liberarnos del espejo eurocéntrico donde nuestra
imagen es siempre distorsionada. Es tiempo de dejar de ser lo que no somos.

Ahora bien, y continuando con la estructura del texto, Roitman regresa sobre la
maldición del conocimiento. Ahora lo hace con la categoría de modernización. Él
ubica que la modernización, en la historia de América Latina, tuvo dos formas de
entenderse. Una desde políticas intervencionistas y otra desde el laissez passer
generador de un orden espontáneo, las que se disputan la hegemonía desde la
racionalidad del capitalismo en la producción del orden político. Lo que concluye el
autor chileno es que ambas corrientes, bajo un modelo de ciencia neutral-valorativa,
se apegan a formas capitalistas de dominación y explotación, prima una visión
eurocéntrica, la razón cultural de Occidente es el punto de partida. La modernización
es entendida como un proceso de secularización y racionalización de las estructuras
sociales, se recalcan el ejercicio de libertades públicas y privadas, sociales e
individuales, se busca la consolidación de un Estado de Derecho. En suma, la
sociedad industrial de bases liberales es el objetivo final de la modernización.
Representantes de tal corriente, y con sus respectivas diferencias, fueron Medina
Echavarría y Gino Germani.

Frente a las dislocaciones de este modelo de modernización, surge la sociología


crítica en los años 70. Emerge como una sociología de la crisis, tomando distancia
y adecuando los métodos y técnicas de investigación a realidades disímiles
caracterizadas por ser sociedad poscoloniales de capitalismo dependiente. Se
reconoce la explotación, la dominación política, la existencia de clases sociales y su
lucha. Se describe el colonialismo interno y se cuestiona el capitalismo. Entre las
corrientes de la sociología crítica se encuentra la “Teoría de la dependencia”,
autores como Theotonio Dos Santos, Ruy Mauro Marini, Octavio Ianni, Vania
Bambirra, Henrique Cardoso, Aníbal Quijano, Enzo Faletto, entre otros, con sus
respectivas variaciones, son representantes de dicha escuela.

Una primera aproximación a la Teoría de la dependencia la da Dos Santos, para él


la dependencia se entiende como una situación en la cual la economía de
determinados países esta condicionada por el desarrollo y la expansión de otra
economía, a la que están sometidas la primeras. Siguiendo la línea, y más allá,
Cardoso y Faletto examinan la relación de dependencia a través de las
peculiaridades de cada estructura social y de poder dependiente. Para ellos, las
formas de ejercicio de poder y las maneras de manifestarse la dependencia no son
idénticas, sino que varían en función del tipo de poder político. Octavio Ianni agrega
que hay una dependencia estructural que revela, en detalle, la forma por la cual el
imperialismo se inserta y se difunde en el interior de la sociedad subordinada. Para
Marini la dependencia es entendida como una relación de subordinación entre
naciones formalmente dependientes, en cuyo marco las relaciones de producción
de las naciones subordinadas son modificadas o recreadas para asegurar la
reproducción ampliada de la dependencia.

La Teoría de la dependencia tuvo críticas desde dos frentes. Uno proveniente de la


sociología de la modernización y el desarrollo. Y el otro desde el pensamiento crítico
y de izquierda. Los primeros tacharon la teoría como una propuesta ideológica, el
antimarxismo y el anticomunismo fueron los ejes de la crítica. Los segundos
criticaron desde tres ejes argumentativos: la crítica epistémica acerca de la
ambigüedad del concepto de dependencia; la insuficiencia práctica a la hora de
producir análisis de clase en América Latina; y el consiguiente rechazo a la
existencia de un capitalismo latinoamericano adjetivado como dependiente.

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