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Neurociencia de bolsillo
A medida que nos hacemos mayores, empezamos a temer el olvido. Cuando comenzamos a olvidar cosas habituales, lo que más tememos es que eso sea el
principio de una grave enfermedad, como el alzhéimer. Pero, aunque todos estamos expuestos a padecer algún tipo de demencia, las señales de olvido que
aparecen tempranamente –antes, incluso, de los 50 años– no conducen necesariamente a una enfermedad mental.
Las ochenta mil millones de neuronas del cerebro y las múltiples conexiones que se establecen entre ellas le confieren una capacidad de memoria mucho mayor
de la que ejercemos, ya que, si lo hiciésemos, podríamos tener problemas para pensar y razonar con normalidad, sin interferencias. Incluso cuando somos
jóvenes y estamos sanos, es mucho más lo que olvidamos que lo que recordamos, aunque no podamos apreciarlo. Es así porque el cerebro posee mecanismos
que actúan como un freno para impedir que la memoria se cargue de información irrelevante. Estos mecanismos se basan en proteínas –enzimas fosfatasas– que
dificultan la formación o el fortalecimiento de las conexiones neuronales que constituyen el soporte físico de la memoria. Pero, incluso con este freno, son
muchas las cosas que recordamos. ¿Cómo es posible, entonces?
A veces ocurre que las memorias están disponibles, pero no son accesibles, como cuando decimos: “Pero si lo sabía, ¿por qué no me acuerdo?”, o “¿Qué he
venido a hacer aquí?”, o “Lo tengo en la punta de la lengua”... En muchos de estos casos, la incapacidad para recordar se debe a que la memoria está
relacionada con el estado fisiológico del cuerpo o con nuestra situación exterior.
Además, el recuerdo puede depender también del contexto ambiental en que nos hallamos, como cuando no reconocemos a una persona si la vemos en un lugar
diferente al de donde solemos encontrarla, o cuando no recordamos lo que hemos ido a buscar a la cocina y necesitamos volver al comedor para acceder a la
memoria. La mejor manera de facilitar el recuerdo consiste, entonces, en situarnos en un contexto orgánico y ambiental lo más parecido posible al original,
cuando adquirimos la información.
Hipocampo
Para formar estas memorias, es necesario activar regiones cerebrales como el hipocampo, lo que se consigue incitando recursos mentales como la comparación,
el contraste, la inferencia y la deducción. Si no interviene el hipocampo, las asociaciones cerebrales y las memorias que se forman tienen un carácter más
rígido, y son difíciles de recordar si la situación que lo requiere es muy distinta a la original.
Ninguna memoria es despreciable, por lo que, cuando aprendemos algo, debemos adoptar las estrategias adecuadas para desarrollar la memoria más apropiada.
En el cálculo matemático o para hablar una lengua extranjera, por ejemplo, nos conviene más una memoria inflexible, basada en la repetición de la experiencia.
El razonamiento matemático o la biología, por su parte, requieren una memoria diferente, flexible, basada en el contraste y la comparación.
Desafortunadamente, el olvido puede consistir también en la pérdida de conexiones entre las neuronas. En las personas mayores, las memorias más
vulnerables al olvido son las más recientes. Para evitarlo, conviene no descuidar, cuando llegamos a esas edades, el mantenimiento de las memorias ya formadas
o en curso de formación utilizando recursos como el repaso mental de lo que no queremos olvidar ayudándonos con anotaciones. Asimismo, cuidar las
condiciones de salud que permiten que el cerebro reciba suficiente oxígeno y glucosa es muy importante.
Son fórmulas sencillas y de probada eficacia. Como lo es también mantener una actividad intelectual de todo tipo, sin esperar milagros ni dejarnos engañar por
productos químicos o informáticos que, aunque no se nos diga o lo calle la publicidad, suelen tener una limitada efectividad para mejorar realmente las
capacidades mentales. En cualquier caso, buena parte del déficit mental de la senectud puede suplirse con una actitud positiva que nos motive a esforzarnos para
mantenernos en forma, tanto física como psíquicamente.
Practica regularmente actividades físicas o deporte. Incluso 30 únicos minutos de marcha en bicicleta o carrera pueden ser suficientes para mejorar el tiempo
de reacción y la velocidad de procesamiento de la información en el cerebro. La actividad física de todo tipo genera una especie de lubricante en las neuronas
que facilita el funcionamiento de la maquinaria cerebral para aprender, formar memorias y recordar.
La restricción calórica en la alimentación favorece la mayoría de los procesos mentales, la memoria incluida.
El sueño anticipado prepara al cerebro para aprender, y cuando ocurre después del aprendizaje, potencia la formación de las memorias, las estabiliza y con
ello favorece el recuerdo. Incluso una siesta de una o dos horas después de comer es buena, aunque periodos más largos suelen ser generalmente más
beneficiosos.
Dedica los tiempos muertos de que dispongas –mientras descansas, viajas, das un paseo o en el trayecto de casa al trabajo– a recordar las cosas que más te
importan y que no deseas olvidar, como por ejemplo los nombres de familiares y amigos, los compañeros de trabajo o de ocio, las fechas importantes, los
cumpleaños de cada uno de ellos… En definitiva, recuerda con frecuencia todo aquello que te interese mucho. Practicar el recuerdo es lo que más refuerza la
memoria, especialmente cuando nos vamos haciendo mayores.
6. Disfruta de la lectura
Lee revistas, periódicos o lo que más te interese. Lee. Ten siempre un libro empezado y otro en lista de espera, y no puntualmente o durante las vacaciones,
sino durante toda la vida. Para que no te aburras, es muy importante que los temas que elijas sean siempre de tu interés y no del interés de quien te recomienda
los libros, salvo, claro, que tengáis gustos parecidos o que sus recomendaciones suelan dar en el clavo y te fíes de él. La lectura es el gimnasio más barato y
asequible de que disponemos para ejercitar la mente en general y la memoria en particular. Recuerda que solo somos mayores, pero no viejos, mientras creemos
que todavía tenemos cosas que aprender.
Practica más de una lengua o aprende una nueva. La mayor capacidad de ejecución y flexibilidad mental de las personas bilingües se manifiesta
frecuentemente en la vida, se ha observado en todas las edades y la conservan mucho más que los monolingües en la vejez. El multilingüismo enlentece el
envejecimiento.
Practica también la música siempre que puedas. Si tocas un instrumento, hazlo un rato cada día. El estudio y la práctica de la música puede tener un efecto
similar al lenguaje, ya que no es más que otra forma del mismo.
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