Sei sulla pagina 1di 41

Andrés Lanson

Liberar a los oprimidos

Colección Biblia 48

Prefacio

LIBERAR A LOS OPRIMIDOS es una ráfaga de oxígeno en nuestros corazones.

Los oprimidos viven en nuestras calles, cruzan nuestros caminos, trabajan en las
oficinas, en los bancos, en los comercios, en las fábricas, en los barrios, en las zonas
industriales de nuestras ciudades, en los campos y en las sierras.

¿Quién escucha su clamor?

¿Quién recoge su esperanza de liberación

Moisés liberó a un pueblo de esclavos que Dios hizo su pueblo. Cristo asumió la
liberación de los hombres, sobre todo del pueblo de los pobres.

Nadie puede decirse CRISTIANO si no quiere luchar con Cristo para la liberación de
todos los oprimidos del mundo.

Para nosotros cristianos, laicos, sacerdotes y obispos comprometidos con la Buena


Noticia de la liberación de los pobres, este libro es un Llamado, un Clamor, un Desafío.

El lector amigo tiene la oportunidad de descubrir en estas páginas una ráfaga de


oxígeno que dinamiza nuestro corazón.

Cratéus, 15 de junio de 1969

Antonio Fragoso
Obispo de Cratéus (Brasil)

Introducción

Un día, un hachero del noreste argentino expresaba la plenitud de su alegría y


esperanza a causa de que un sacerdote le había hecho ver la legitimidad de reclamo
de sus derechos laborales y sociales, diciendo: “Esta vez, creo que Dios se acordó de
nosotros”. Curioso eco de la reflexión que, 35 siglos antes, hicieron unos esclavos de
Egipto cuando Moisés les anunció que Dios había decidido sacarlos de la esclavitud.

Las páginas de este libro quieren mostrar una línea de fondo en la misma Biblia, que
parte de Moisés, jalona toda la historia de Israel, y determina finalmente el drama de
Jesús que es rechazado por los suyos y crea este nuevo pueblo de testigos, su Iglesia.
A través de los textos sagrados de la Biblia, esta línea se destaca: Dios quiere
promover a la humanidad entera en la felicidad del amor fraterno, poniendo en lugar
privilegiado a los que sufren, son oprimidos, son postergados. Y todo esto, Dios lo
pone como una condición previa para que la humanidad pase a formar parte de su
Familia Divina.

Poner de relieve esta línea mayor, no significa negar otros aspectos. Pero, tal vez, ellos
adquieran mayor vigor al referirlos a este tema central.

NOTA:

Antes de recorrer los textos bíblicos es preciso aclarar un poco las razones por las
cuales se eligieron ciertos textos y se dejaron otros.

Por lo que se refiere al primer capítulo, la “Gesta de Moisés”, se buscaron los textos
más cercanos al hecho histórico, y se dejaron de lado aquellos que reflejan una
mentalidad apologética de los tiempos muy posteriores. Los más posteriores son los de
la llamada tradición “sacerdotal” o “deuteronómica”. Gracias a los estudios de la
exégesis moderna, podemos comprender mejor no solo lo ocurrido efectivamente, sino
también –y es lo que aquí nos interesa– el sentido humano y espiritual del
acontecimiento.

El segundo capítulo es una visión muy rápida del tiempo transcurrido desde la salida
de Egipto del pueblo de Dios hasta el advenimiento de Jesús. Lo que resalta a lo largo
de estos 1600 años es por un lado la gran traición de los dirigentes –reyes, notables y
sacerdotes en relación al ideal de liberación propugnado y realizado por Moisés con
los esclavos de Egipto; y por otro lado las voces cada vez más fuertes de los profetas
que solo encuentran eco finalmente en los pobres del tiempo de Jesús.

El tercer capítulo se detiene a analizar la vida de Jesús: el contenido de su primera


predicación, las reacciones que ésta provocó y los motivos por los cuales Jesús fue
rechazado. De ahí surgen precisamente las bases de este “nuevo pueblo de Dios”: La
Iglesia. Las referencias puestas entre paréntesis a lo largo del texto permitirán al lector
recorrer su propio evangelio y descubrir personalmente al Señor.

1
Un pueblo oprimido se libera
Figura del Líder

“Llegado ya a la madurez,
Moisés
movido por la fe,
renunció a su título de
“hijo de la hija del Faraón”;
y prefirió ser afligido
con el pueblo de Dios
que sufría la esclavitud”
Hebreos 11,24-25

Esperanza entre los desesperanzados

Situación de los esclavos en Egipto1:

Un nuevo Rey tomó el poder en Egipto. No sabía nada de José ni de el por qué los
Israelitas estaban en Egipto. Un día convocó a su Consejo y le dijo: “Los hijos de Israel
forman un pueblo más numeroso de nosotros. Esto es peligroso, porque en caso de
sobrevenir una guerra, se podrían unir a nuestros enemigos y lograr su libertad2. Por lo
tanto -prosiguió el Faraón– tenemos que tenemos que actuar con mucha viveza con
ellos”. Entonces la consigna fue poner al frente de los Israelitas capataces cuya misión
sería hacerles la vida insoportable con trabajos agotadores. Es así como se construían
para el Faraón las ciudades de Pitón y Ramsés3.

Pero los Israelitas, cuanto más se les hacía la vida imposible, más se multiplicaban4.
Lo cual aumentó el temor que se les tenía. Y los egipcios hacía la esclavitud cada vez
más cruel, amargándoles la vida con trabajos de ladrillería o de campo, obligándoles a
un rendimiento imposible5. (Ex 1,8-13).

Surge un jefe nato para la liberación de los oprimidos:

Cuando ya fue grande, Moisés visitaba a sus hermanos de raza y comprobaba con sus
propios ojos los trabajos inhumanos a los cuales se los sometía6.

Un día vio como un capataz egipcio maltrataba a un esclavo israelita. Echó un vistazo
alrededor suyo y, no viendo a nadie, mató al egipcio y lo enterró enseguida en la
arena7.

Pero el Faraón lo supo y buscaba a Moisés para darle muerte. Moisés tomó el camino
del exilio, y se refugió en el país vecino de Madián (Ex 2,11-15).

Dios es sensible a los gemidos de los oprimidos:


Pasó todavía mucho tiempo. El rey aquel murió... pero Israel seguía gimiendo bajo el
yugo de la esclavitud. Gritaba su desesperación. Y sus gritos, arrancados desde el
fondo de esa desesperación, subieron hasta Dios. Sí; Dios escuchó sus gemidos... y
resolvió intervenir8 (Ex 2,23-25).

Dios recurre la jefe nato, Moisés, para realizar la liberación:

Y Dios le dijo a Moisés: “He visto con mis ojos la miseria de mi pueblo Egipto; sus
gemidos arrancados desde fondo de su desesperación me han conmovido. Sí;
comprendo sus angustias. Por eso vengo a ti, para liberarlos de las garras de sus
opresores, los egipcios. y los quiero llevar a una Tierra fértil, donde vivan felices para
siempre. Anda, pues. Yo soy quien te mando al Faraón para que saques a mi pueblo de
esta situación” (Ex 3,7-10).

Sentimientos de incapacidad ante la inmensidad de la tarea:

Pero Moisés le contestó a Dios, diciendo: “Señor yo soy un hombre que no tiene
facilidad de palabra, y esto va desde hace tiempo”9.

Dios le contestó: “Dime ¿quién le dio la boca al hombre?? ¿Quién hace al sordo y al
mudo?... ¿Quién al que ve y al que no ve? Acaso, ¿no soy Yo?... Bueno, entonces:
¡Adelante! Yo estaré en tu boca y te inspiraré lo que has de decir (Ex 4,10-12).

Paso previo a la liberación: crear un equipo de diferentes y dar esperanza al


pueblo:

Moisés dio a conocer a su hermano, Aarón, todo lo que Dios le había dicho al
encomendarle la misión. Moisés y Aarón tomaron el camino hacia Egipto.

A su llegada reunieron a los ancianos del pueblo10. Y Aarón les explicó todo el
proyecto que Dios comunicado a Moisés.

Luego convencieron al Pueblo, el cual se alegró porque el Señor había visto su miseria
y había resuelto liberarlo11 (Ex 4,28-29).

Sugerencias para la reflexión

1. A veces se habla de la “esclavitud moderna”. ¿En qué se parece y en qué se


diferencia de la esclavitud de los Israelitas de Egipto?
2. Si bien la Biblia muestra a Dios como a un hombre que dialoga con Moisés,
sabemos que esa es una manera de decir, porque la voz de Dios solo se percibe a
través de las preocupaciones, angustias e interrogantes de nuestra conciencia.

¿Cuáles eran, entonces, las preocupaciones, angustias e interrogantes de la


conciencia de Moisés?

¿Tenemos nosotros las mismas preocupaciones ante la “esclavitud moderna”?


¿Reconocemos en ellas la “voz” de Dios?

3. ¿Cómo concibe Moisés la preparación de la acción liberadora? ¿Nos parece


acertada? ¿Por qué?

La dura lucha por la libertad

PRIMERA ETAPA: Las tratativas “por las buenas”

Moisés y Aarón ante Faraón

Moisés y Aarón pidieron una entrevista al Faraón y le dijeron: “El Dios de Israel te dice
lo siguiente: Deja ir a mi pueblo hasta el desierto para que me ofrezca sacrificios”. Pero
el Faraón respondió: “Yo no reconozco al Dios de Israel y no tengo por qué obedecerle.
Pierdan las esperanzas de que yo los deje irse”.

Ellos insistieron, diciendo: “Tres días solamente, para que no sobrevenga ninguna
calamidad sobre nosotros”.

Pero el Faraón les dijo: “¿Para qué este paro de tres días? Vayan a trabajar”. El Faraón
pensaba: ¡Ahora que este pueblo es numeroso no es el momento de dejarle tiempo
para pensar! Y aquel mismo día, el Faraón dio las siguientes órdenes a los jefes de la
construcción y capataces: “De ahora en adelante no entreguen la materia prima a estos
esclavos israelitas, como se hacía antes. Que la vayan a buscar ellos mismos. Pero no
por eso dejen de exigirles el mismo rendimiento. ¡Son unos haraganes! Por eso
reclaman ir a sacrificar a su Dios. que se les aumente el trabajo; que no tengan tiempo
libre. ¡Y no presten atención a sus reclamos!”12.

Fueron, pues, los jefes de la construcción y capataces y le dijeron al pueblo: “Escuchen


la orden de Faraón: De ahora en adelante irán ustedes mismos a buscar la paja para
los ladrillos; pero la producción será la misma”.

El pueblo tuvo que acatar la orden. Y los capataces los apuraban (Ex 5,1-13).

Misión “componedora” de los capataces israelitas:


Algunos capataces eran israelitas. Fueron castigados por los jefes de la construcción
porque no ponían celo en hacer cumplir la orden del Faraón. Entonces se fueron a
quejar directamente al Faraón, diciéndole: “¿Cómo es esto? No se nos proporciona
más la paja, la tenemos que ir a buscar nosotros mismos, y sin embargo se nos exige
la misma producción. Y pero todavía: se castiga al pueblo como si la culpa fuera de él”.

El Faraón les contestó: “¡Es que ustedes son unos haraganes; sí, unos haraganes! Esa
es la razón por la cual ustedes quieren tres días de descanso para ir a ofrecer
sacrificios a su Dios... Vayan a trabajar y no disminuyan en nada la producción”13 (Ex
5,14-18).

Luego siembran el desaliento y casi contagian a Moisés:

Los capataces israelitas salieron con el ánimo por el suelo. Y no veían por dónde
solucionar esta situación insostenible. Justo a la salida se encontraron con Moisés y
Aarón que los esperaban. Y se quejaron así: “¡Qué Dios los juzgue a ustedes! Porque,
miren un poco: es culpa de ustedes si el Faraón y sus ministros no pueden ni vernos.
¡Ustedes le han dado la espada en la mano para que nos mate!”.

Entonces, Moisés, desalentado14, se volvió al Señor y le dijo: “Señor, ¿por qué


maltratas así a tu pueblo? ¿Por qué me elegiste justo a mí para esta misión? Mira cómo
desde que empecé a defender a tu pueblo ante el Faraón, ese Faraón lo maltrata. Y tu,
Señor, no haces nada para liberarlo” (Ex 5,19-23).

La promesa de Dios no puede fallar:

Dios habló a Moisés y le dijo: “Yo soy el Señor... Cuando escuché los gritos de Israel,
arrancados desde el fondo de su esclavitud, tuve presente mi alianza con este pueblo.
Por eso, dile a mi pueblo esta promesa: Yo, el Señor, los sacaré de la esclavitud de los
Egipcios. Les voy a dar la libertad e introducirlos en la tierra que prometí a Abraham,
Isaac y Jacob15 (Ex 6,2-8).

SEGUNDA ETAPA: Las medidas de fuerza

Contaminación del agua potable:

El Señor dijo a Moisés: “El corazón del Faraón se ha puesto duro como la piedra. No
quiso dar la libertad a mi pueblo. Mañana por la mañana, ve a verlo cuando se dirija a
la orilla del río. Entonces le dirás: El Señor, el Dios de los Israelitas me manda a decirte
que dejes ir a su pueblo. Hasta ahora te hiciste el sordo; pero voy a castigar el agua
del río, de los canales y cisternas. Los peces del río van a morir y sus aguas se van a
infectar a tal punto que a los egipcios les repugnará beberlas”.
moisés y Aarón actuaron tal como les prescribió el Señor, y todas las aguas se
infectaron. Los peces morían en tales cantidades que el agua tenía un olor
inaguantable y nadie la podía tomar.

Pero el corazón del Faraón se puso más duro todavía y no hizo caso de lo ocurrido.
Muchos perforaron pozos en la orilla del río para sacar agua potable, y todo quedó en
la nada16 (Ex 7,14-24).

Medidas en la salubridad pública:

Una semana después Moisés fue a entrevistarse con Faraón y le dijo en nombre de
Dios: “Deja en libertad a mi pueblo para que me vaya a ofrecer sacrificios en el
desierto. Si te opones a que salga bichos de todas clases van a infestar el territorio,
van a penetrar en las casas, en tus propios palacios, en los muebles y hasta en tu
ropa”.

Y así ocurrió.

El Faraón llamó a Moisés y Aarón y les prometió dar libertad al pueblo con tal que lo
libraran de esta peste. Moisés les dijo: “Te ofrezco una linda ocasión de que me ganes:
Fija el momento en que tengo que dejar limpia la ciudad”. “Mañana mismo”, le dijo el
Faraón. “Así sucederá, contestó Moisés, y sabrás que no hay como nuestro Dios”.

Moisés imploró al Señor y el Señor le dio el poder de dejar limpia la ciudad al día
siguiente. Se hicieron inmensos basurales en las afueras de la ciudad.

Pero el Faraón, viendo que la dificultad había sido solucionada, volvió a ponerse duro y
se negó a cumplir lo prometido17 (Ex 7,25; 8,11).

Medidas en el campo:

El Señor siguió alentando a Moisés para que no se desanimara ante el Faraón y


Moisés lo fue a ver de nuevo para decirle: “Así te habla el Señor: Deja que mi pueblo
vaya a ofrecer sacrificios. Si no quieres, la mano de Dios va a caer sobre el ganado
egipcio, sobre los caballos, burros, camellos, bueyes y ovejas. Y esto ocurrirá mañana
mismo”, agregó Moisés.

Y así fue. Murió todo el ganado de los Egipcios.

El Faraón recibió la noticia, pero se volvió más duro todavía y no aflojó el permiso de
salir18 (Ex 9,1-7).
Exigencias de Moisés y empecinamiento total del Faraón:

Faraón llamó a Moisés y Aarón y les dijo: “Bueno. ¡Váyanse a ofrecer sacrificios a su
Dios! Pueden llenar consigo a las mujeres y a los niños, pero queden aquí sus ovejas y
sus bueyes”.

Moisés no aceptó, dándole esta razón: “Tienes que permitir que llevemos lo necesario
para ofrecer sacrificios dignos de nuestro Dios. Necesitamos llevar nuestros ganados,
sin dejar aquí ninguna cabeza, porque recién allí sabremos lo que al Señor le
tendremos que presentar en sacrificio”.

Pero al Faraón (adivinando perfectamente la estrategia para la fuga), se puso


inflexible, le negó todo a Moisés y le dijo: “Sal de aquí y no vuelvas nunca más. ¡Si
vuelves, morirás!”.

Moisés le dijo: “Tu mismo lo dijiste recién: no volveré nunca más aquí”. Y se fue19 (Ex
10,24-29)

TERCERA ETAPA: Ultimo recurso: LA VIOLENCIA

El Señor le dijo a Moisés: “Ahora no queda sino una sola medida contra el Faraón y
Egipto. Desde de este último recurso, te digo que no solo el Faraón los dejará salir,
sino que les suplicará que se vayan”.

En medio de la noche Dios dio muerte a todos los hijos primogénitos de los egipcios,
desde el hijo mayor del Faraón –el heredero del trono– hasta el hijo mayor del último
ciudadano egipcio. El Faraón se levantó furioso y en toda la ciudad se oía un gran
clamor: no había casa donde no hubiera un muerte20.

Enseguida el Faraón mandó llamar a Moisés y Aarón y les suplicó: “Váyanse ustedes y
todos los israelitas. Váyanse a sacrificar a su Dios. Lleven a sus ovejas, sus bueyes, lo
que quieran. Váyanse y déjenme su bendición”.

Los egipcios también apuraban a los hijos de Israel para que fuesen cuanto antes. Se
lamentaba y decían: “¡Vamos a morir todos!”.

El pueblo de Israel tomó todas sus cosas. Y más aún, según la consigna dada por
Moisés, pidieron a los egipcios objetos de plata y oro de valor. Los Egipcios accedieron
a sus pedidos. Y fue así como Israel despojó a Egipto (Ex 11,1-10; 12,29-36).

Sugerencias para la reflexión

1. La liberación de los esclavos se tuvo que realizar finalmente por medio de cierta
violencia. ¿Por qué se llegó a eso? ¿Quién es el responsable de ella ante la historia?
2. ¿Están empeñados actualmente en liberarse los “esclavos modernos”? ¿Cómo
cristalizan su esfuerzo de liberación? ¿Con qué opción tropiezan?

3. ¿Se presenta hoy en día un endurecimiento semejante al del Faraón?

¿Se podrán evitar las “revoluciones explosivas de la desesperación”? ¿De


quienes depende? (Leer el Documento de “Paz” de los Obispos del Celam, No. 223,
224, 225).

Contrarrevolución y victoria final

La contrarrevolución, obra de cobardes:

Los Israelitas partieron, pues, de Ramsés, y se dirigieron hacia Succot. A medida que
avanzaban se engrosaban sus filas con muchos esclavos de diversas nacionalidades.
Tomaron el camino del desierto, hacia el Mar Rojo.

Mientras tanto en Egipto, el Faraón supo que Israel se había fugado, y se dijo: “Deben
andar perdidos acorralados entre el desierto por un lado y el Mar Rojo por el otro”. Y al
mismo tiempo, el pueblo egipcio, también recuperado de su susto, se le quejaba,
diciendo: “¿Por qué hemos dejado salir a Israel? ¡Ahora no nos queda ni un solo
esclavo!”. El Faraón hizo preparar su ejército y se lanzó detrás de Israel, para
recuperarlo.

Llegó el ejército al lugar donde acampaba Israel, frente al Mar. Cuando los israelitas
vieron esto, se estremecieron y profirieron gritos de desesperación. Decían a Moisés:
“¿Para morir en el desierto nos trajiste aquí? Acaso ¿no había sepulcros en Egipto?
¿De qué nos ha servido el haber salido? ¿No te lo decíamos allí: déjanos tranquilos
servir a los Egipcios, que es mejor vivir esclavos que morir libres?”21 (Ex 12,37-38;
13,18.20; 14,2-12).

La confianza serena del que comprendí el designio final de Dios:

Moisés le dijo al pueblo: “No tengan miedo. Permanezcan tranquilos y va a ver la


victoria que hoy mismo Dios nos va a dar. En efecto, de hoy en adelante, les digo, no
volverán nunca más a ver la cara de los Egipcios. ¡El Señor combate con nosotros!
¡Confianza y serenidad!”22 (Ex 14,13-14).

La victoria decisiva23
El Señor mandó un fuerte viento toda la noche que empujaba las aguas del río hacia el
norte, y dejó el mar seco. Enseguida los Israelitas se lanzaron a la travesía sin mojarse
siquiera los pies.

Al ver esto de lejos, los Egipcios se pusieron también en marcha para perseguirlos, con
sus carros y caballos. Pero se les embarraban las ruedas de los carros y se tumbaban
los unos sobre los otros. Se asustaban los Egipcios y unos gritaban: “¡Huyamos rápido
de aquí, porque es el Dios de Israel que nos castiga!”. Pero ya las aguas de la marea
volvían con velocidad y los sumergían por todos lados. Y perecieron en el mar.

Israel fue testigo de todo esto y comprendió que había sido la mano de Dios. Recién a
partir de ese momento le tuvieron fe a El y a su servidor Moisés24.

Entonces, Moisés y todo el pueblo cantaron en honor al Señor este canto:

“Cantaré, cantaré al Señor


que se portó glorioso con nosotros:
los Egipcios, sus carros y caballos
los hundió en el Mar para siempre.
El Señor es mi fuerza,
en El confiaré.
El Señor es mi Salvador,
lo glorificaré.
Por tu gran amor, Señor,
te hiciste caudillo de este pueblo.
Lo libraste, y ahora lo llevas
hacia tu Santa Morada”.

Era Myrian, la hermana de Moisés, la que hacía cantar al pueblo, al ritmo de un bombo
y de un coro de chicas con tamborines (Ex 14,21-31; 15,1-21).

El manifiesto de Dios

Al poner el sello de su autoridad sobre la actuación de Moisés y de esta muchedumbre


de esclavos, Dios lanzó “su” MANIFIESTO en la historia de los hombres. A lo largo de
la Biblia, los profetas lo recuerdan sin cansarse: “Suelten toda clase de cadenas,
levanten todos los yugos de esclavitud... y recién verán la gloria de Dios” (Is 58,6-11).

La humanidad avanzará hacia su plenitud de felicidad en la medida en que rompa las


estructuras que mantienen a sus hijos en la esclavitud o en situaciones infrahumanas, y
los promueva a la libertad total.

El grito de Moisés: LIBERTAD PARA LOS OPRIMIDOS, Dios lo hizo suyo.


Sugerencias para la reflexión

1. ¿En qué se parecen –y por tanto concuerdan– las motivaciones de los egipcios
y de los israelitas cobardes?

2. ¿Se da este fenómeno entre los esclavos modernos? ¿Cómo? ¿Por qué?

3. ¿Es válido hoy en día el grito de Moisés asumido por Dios en aquel entonces?
¿Tenemos algún papel que desempeñar al respecto? ¿Cuál?

2
Los liberados toman un camino equivocado

Dios le había prometido a ese pueblo de esclavos una tierra que mana “leche y miel”,
es decir una tierra de felicidad.

Anhelando por ella erraron durante unos cuarenta años por el desierto. Tuvieron que
defenderse de otras tribus nómadas, ansiosas de robarles sus pocos bienes. Tuvieron
que sufrir hambre y sed, plagas de serpientes, desalientos de toda índole... Pero
apenas pisaron la tierra de Palestina, tuvieron que luchar de nuevo. Rechazados en los
lugares más áridos, vivían en guerrillas continuas para defenderse de los más fuertes,
o quitarles la propiedad de los valles fértiles. Recién después de 400 años conocieron
el dominio efectivo de la Palestina. Y quisieron entonces “instalarse” al modo de los
demás pueblos, con un Rey a su cabeza, ejército, palacios y todo el ritmo de vida que
ello significa.

Fue cuando se levantaron los “profetas” para decirle al pueblo que se estaba
desviando de su ruta; que así nunca lograría la famosa “Tierra Prometida”. Pero pocos
les hicieron caso. Y al final, Israel, carcomido por sus divisiones internas, cayó
sucesivamente bajo el dominio de los Asirios, de los Caldeos y de los Persas. y fue
mediante la deportación y la esclavitud cómo ese pueblo aprendió a recordar su origen
y por tanto su misión histórica. (Véase Oseas 2,16-17).

Después de esa prolongada y amarga experiencia, jamás Israel volvió a realizar sus
sueños monárquicos de grandeza y poderío, sino que por el contrario: la dominación
continua de los extranjeros cristalizó lentamente la esperanza de los pobres que al fin
tomará forma histórica en la persona de un carpintero de la aldea de Nazaret, llamado
Jesús.

El tiempo de la esperanza ideal


Fácilmente los aspectos de fantasía, milagros o simbólicos retienen nuestra atención
en la Biblia. Pero esto nos impide a veces tomar conciencia de los hechos tal cual
ocurrieron, con todas sus facetas humanas. Principalmente se nos diluye el factor
tiempo. Por ejemplo, el largo tiempo de las andanzas por el desierto del Negueb: la
Biblia nos habla de cuarenta años1.

Los factores psicológicos también tienden a pasar desapercibidos. Es difícil darnos una
idea de los problemas psicológicos y sociales que podían surgir en una gran masa de
esclavos nómadas, en un desierto, donde el hambre y la sed provocan rebeliones, y la
desesperación hacía añorar “el buen tiempo de la esclavitud”2.

Vamos a recorrer algunas de las cosas que nos relata la Biblia.

a. Dificultades entre la salida de Egipto y la toma de Palestina3:

Una de las primeras dificultades fue la del agua potable. Un día era salida, imposible
de beberla. Otro día no había ni una sola gota. y en estas circunstancias no faltaba
gente que perdiendo de vista la meta a donde se iba, miraban atrás y sembraban el
desaliento entre la masa. Hacían a Moisés responsable de todo esto, y se lo echaban
en cara así: “¡Danos agua para beber! ¿Por qué nos hiciste salir de Egipto? ¡Para
matarnos de sed a nosotros y nuestros animales!”. Y Moisés se tenía que ingeniar para
endulzar el agua aquí, perforar pozos allá, o llevar el pueblo un poco más adelante
para encontrar vertientes4 (Ver Ex 15,22-27; 17,1-7).

El texto del Exodo dice también que un mes y medio después de la salida empezó a
escasear la alimentación. Y de nuevo los pesimistas murmuran entre el pueblo: “¡Mejor
habría sido que nos hubiera matado el mismo Dios en Egipto! ¿Recuerdan cuando nos
reuníamos allí, alrededor del asado... y pan en cantidad? ¡Nos trajeron al desierto para
matarnos de hambre!” (Ex 16,1-3). Y de nuevo Moisés, que era conocedor de esos
desiertos, tuvo que ingeniarse y solucionar estos problemas. Les enseñó a cazar
perdices y a fabricar pan con la flor de Matariz, que florece a la mañana temprano y
cae al salir el sol. El pueblo, medio escéptico le dijo: ‘¿Qué es esto?” (En hebreo:
“¿Man-há?”). Y Moisés les explicó cómo Dios nunca se olvida de los pobres; y que
hasta en el desierto les prepara el pan de cada día. “Es el pan que baja del cielo”, les
decía. Quedó famosa la expresión “Man-há” (Ex 16,6-21).

Pero aquí, antes de proseguir, conviene destacar un detalle de importancia: al indicar


cómo se puede hacer pan con la flor de Tamariz, Moisés insiste para que nadie recoja
más de lo que necesite (Ex 16,16). Muchos Israelitas desobedecieron esa orden: unos
recogían más y otros, por supuesto, menos (Ex 16,20). Pero Moisés hizo que “el que
había recogido de más no tuviera nada de sobrante, y al que había recogido menos, no
le faltara nada, sino que cada cual tuviera lo necesario” (Ex 16,18). Ese deseo de
luchar contra las tentativas de amontonar lo superfluo mientras falta lo necesario a
otros, nos indica una exigencia fundamental para llegar a la “Tierra Prometida”. Se
pueden además notar dos detalles complementarios en el mismo texto. Por un lado: lo
superfluo del Maná se pudre. (¿No es lo que comprobamos muchas veces en nuestros
tiempos: ahí donde sobra la riqueza, surge la corrupción?). Por otro lado: Israel deberá
guardar permanentemente un poco de Maná. Esta “santa reserva” les tendrá que
recordar siempre esta gran lección que dios les dio en el desierto (Ex 16,20-27.32-34).

Mucho tiempo después, Juan el Bautista volverá sobre esta absoluta necesidad: para
compartir la Tierra Prometida, hay que nivelar la posesión de los bienes a partir de las
necesidades reales de cada uno: “El que tiene dos juegos de ropa, de uno al que no
tiene; el que tiene para comer, convide al hambriento. Voz del que grita en el desierto:
niveles las desigualdades y recién entonces verán la Salvación de Dios” (Lc 3,4-11). En
muchos lugares, la Biblia vuelve con este refrán: “Dios despoja a los repletos, manda
de vuelta a los ricos con las manos vacías; pero eleva a los pobres, sacia a los
hambrientos” (1Sam 2,3-9; Sal 107,9; 113,7; Mal 4,1-2). Acaso ¿no es éste el tema
fundamental del Cántico de la Virgen? (Lc 1,51-53).

Todo el simbolismo del pan de la Biblia y sobre todo en el Nuevo Testamento mantiene
este aspecto “social”: al multiplicar los panes Jesús quiere que todos aquellos
hambrientos se sacien; no quiere la solución de los apóstoles que le aconsejaban
despedirles para que cada uno se las arregle como pueda (Mt 14,14-21).

Entre los primeros cristianos, el signo distintivo era “la fracción del pan” (Hch 2,42; Lc
24,30-31), y por eso una consecuencia lógica de esa fracción del pan, era la puesta en
común de los bienes materiales (Hch 2,44-47; 4,32-37). Lo cual era como un primer
intento de superar un régimen económico en el cual la ley era “a cada uno según su
trabajo”, para instaurar un nuevo régimen en el cual la ley sería “a cada uno según sus
necesidades verdaderas”. Nuevo régimen en el cual uno debe entrar libremente y sin
doblez. En efecto, en el mismo libro de los hechos de los apóstoles (5,1-11) vemos a
un hombre y su mujer tratar de engañar a la comunidad en cuanto al aporte económico
que le hacen. Por desvirtuar la ley de ese régimen “superior”, son culpables de haber
mentido al Espíritu Santo y pasibles de muerte. Un poco más tarde, San Pablo, con sus
cristianos de Corinto tuvo también que intervenir rudamente porque celebraban la
eucaristía sin cumplir con este “compromiso social” (1Cor 11,17-22; 2Cor 8,8-15). Por
lo tanto, la eucaristía exige este comportamiento socio-económico de los cristianos
para llegar a la plenitud de su significación, o sea, para ser realmente “signo eficaz” de
esta nueva forma de vida instaurada definitivamente por Jesucristo y que nos introduce
verdaderamente en la Tierra Prometida, el Reino de Dios.

Pero volvamos ahora a la marcha en el desierto. La dificultad era, a lo largo de esos


años interminables, mantener al pueblo fiel a este rumbo. El primer paso: la liberación
de la esclavitud, había sido relativamente fácil. La meta: la convivencia fraterna entre
todos los hombres para ser capaces de convivir también con las Personas Divinas,
esto era mucho más difícil. momentáneamente la promesa de un territorio cristalizaba
esta meta. Y a pesar de que en varias ocasiones Moisés se tuvo que enojar con su
pueblo porque se desviaba de la meta (por ejemplo en el episodio del Becerro de oro
Ex 32,1-28; o cuando Moisés tiene que hacer una purga que cuesta la vida a 3.000
hombres infieles al ideal de la Liberación), sin embargo, la promesa de conquistar el
territorio de Palestina fue un factor dinamizante5.

b. La toma de Palestina:

Mucho tiempo después de haber tomado Palestina, un escritor, impresionado por los
tristes resultados de una convivencia secular con los paganos en el territorio de
Palestina, redactó un libro, el libro de Josué, donde trata de describir procesos
radicales y fáciles, tales como lo sueñan los revolucionarios utópicos: una epopeya
militar formidable donde las ciudades como Jericó caen al solo estrépito de las
trompetas de Israel, y durante la cual Josué dictamina exterminar a todos los
habitantes anteriores, y repartir sus tierras entre los hijos de Israel, por tribus (Jos 6,1-
21).

Pero esto es solamente un libro tipo novela histórica. La realidad fue muy distinta. El
libro de Samuel, después del de los Jueces (2,18-33), nos describe luchas
dificilísimas. Había que vivir en los peores lugares, defenderse contra los más
poderosos. Y por eso el cansancio llevaba a muchos a recurrir a los dioses de los
paganos: los dioses que dan mies, vendimia, animales... Los dioses de la fecundidad y
los dioses de las victorias militares (Jue 2,3.10-13).

Estos “acomodos” con el apetito humano de la posesión “para sí” de los bienes
terrenales socavaba la esperanza primitiva de Israel (1Sam 2,12-17). Lentamente el
pueblo soñaba con otra cosa y no con su misión histórica: la liberación universal de
toda clase de esclavitud (1Sam 8,3). Unos poseían tierra y otros eran esclavos. Y poco
a poco, Palestina se convertía en una sociedad “como las demás”. Si bien, cuando
Israel era acechado por el enemigo, surgían caudillos para recordarle su misión propia.
Sin embargo, Israel se dejaba llevar por el lado fácil. Muchos descendientes de los
esclavos se convertían en esclavizadores. La ley del más fuerte, la ley del más rico, la
ley del propietario... reemplazaban en los hechos la ley impregnada de fraternidad y
respeto al prójimo que les había dejado moisés. les había sido muy fácil amar la
libertad y la justicia cuando sufrían no tenerlas: pero les fue difícil seguir amándolas
cuando les vino bien esclavizar y ser injustos.

Tenemos en nuestro mundo moderno ejemplos típicos de esta “tentación” del


descanso... a costa de otros. Vemos, por ejemplo, hombres que han luchado muchos
años por sus compañeros, que luego aprovechan cualquier ocasión para promoverse
individualmente y hasta explotar a sus antiguos compañeros de clase y a veces más
duramente que un patrón nato. Vemos clases sociales, como la burguesía del siglo
XVIII, lanzarse a la lucha contra los privilegios, pero apenas tomadas las riendas de su
Nación se apuran en asegurarse privilegios cuantiosos. Vemos hasta países que
reivindicaban la libertad y que hoy en día mantienen a otras naciones bajo el yugo de
sus capitales; y otras que preconizaban la igualdad entre pueblos y la fraternidad
universal, luego defienden sus privilegios y ventajas técnicas, y mantienen a los demás
en el círculo de sus intereses personales. Así ocurrió con Israel en aquellos lejanos
años: él, le encargado de llevar la bandera de la liberación de todas las esclavitudes
habidas y por haber, se dejó seducir por el brillo efímero de “ser una nación como las
demás”, con sus reyes, sus ejércitos, sus alianzas políticas, sus negocios
internacionales, etc.; etc. La primera seducción por el Dios-amor se había lentamente
desvanecido porque la seducción por el dios-dinero había encontrado eco en el
corazón de cada uno.

Sugerencias para la reflexión

1. Buscar ejemplos actuales de esta “tentación del descanso” y reflexionar sobre


sus causas.

2. ¿Puede darse el caso de ciertas Iglesias nacionales o locales que traicionan su


ideal primitivo? ¿Cuál es la causa principal de estas traiciones?

3. ¿Existen posibilidades de traición en la gestación actual de la liberación de los


“esclavos modernos”? ¿Cuáles? ¿Cómo evitarla?

El tiempo de la decadencia y la ruina

“Vinieron a ver a Samuel6, en Ramá, y le dijeron: Ya tú eres viejo y ni tus hijos siguen
tus caminos. Danos un Rey para que gobierne nuestro destino, como todos los demás
pueblos. No le gustó a Samuel. Lo meditó ante Dios, quien le dijo: “Dale el gusto a este
pueblo, porque con esto no es a ti a quien rechazan, sino a mí, porque no quieren que
sea Yo, Dios, quien rija su destino. Desde el primer momento en que lo saqué de Egipto
se han comportado así: dejan de lado mi Promesa y se entregan a dioses de su gusto”.
Samuel comunicó todo esto al pueblo, diciéndole que si dejaban a Dios, Dios los iba a
dejar a ellos. Le contestaron: “No importa. Queremos un Rey. Así seremos como todos
los demás pueblos. Nos gobernará y conducirá nuestras guerras”. Samuel le pidió
consejo a Dios que le dijo: “Dale el gusto no más...” (1Sam 8).

(Reconocemos aquí la misma reacción que tendrán los judíos cuando rechacen a
Jesús: “¡No queremos que éste reine sobre nosotros!” (Lc 19,14). “¡No tenemos otro
rey que el César!” (Jn 19,15).

La gran historia de los Reyes es la historia de toda “instalación temporal” del pueblo de
Dios. No faltaron los buenos reyes ni las buenas condiciones; pero no faltaron tampoco
los malos ni las malas realizaciones. Entre otras cosas, se acrecentaba cada vez más
la distancia entre unos pocos (con algunos profetas a su cabeza) que recordaban que
la Promesa hecha por Dios suponía antes que nada que su pueblo cumpliese con los
requisitos de la vida fraterna: justicia, verdad, derecho, promoción de los
desamparados y de los pobres, y los numerosos instalados, reyes, príncipes,
sacerdotes, abogados y profesionales, ricos y terratenientes, etc., que solo se
preocupaban de prestigio, poder, riquezas y placeres, dejando que se cometiesen
innumerables injusticias y atropellos a los derechos de los humildes. El profeta Isaías
exclamaba: ‘¡Se da por justo al injusto, y al justo se le quita su justicia!’ (Is 5,23).

Uno de los primeros en levantar la voz, es Amós. A pesar de ser un simple chacarero
que vivía a pocos kilómetros de Jerusalén, la capital, Amós ve que en vez de caminar
hacia el cumplimento cabal de la Promesa, se marcha al revés. “Opresiones y violencia
cubren el país... Rapiñas y despojos hacen las riquezas de los palacios” (Amós 2,6-8;
3,9-10; 5,10-12; 6,12-13). Los jueces, en vez de dictaminar según el derecho y
defender a los pobres, se dejan coimear y dictaminan en falso. Es todo su capítulo
segundo que habría que citar aquí. De seguir así, explica Amós, Dios no lo va a
considerar más a Israel como a su pueblo; sino que lo va a entregar a enemigos que lo
destruyan. Pero si Israel se convierte a tiempo, talvez Dios se apiade de él. Tal es la
argumentación exhortiva de Amós en su capítulo cinco.

Por tiempo después surge Oseas. Un hombre que tuvo dificultades con su mujer. Esta
experiencia “en casa” le permite captar el gran desengaño de dios con su pueblo.
Oseas compara Israel a una mujer infiel que se fue con otro marido, los dioses
paganos (Os 1,2.6,8-9; 2,4-15). Ataca en especial a los sacerdotes que en vez de
dirigir al pueblo en el camino del Señor, se preocupan de sí mismos (Capítulo cinco).
Luego denuncia la raíz del mal: es que “a medida que aumentaba su riqueza..., Israel
sembraba perversidad para luego cosechar iniquidad y finalmente comer los frutos de
la mentira” (Os 10,1-13). Es la cadena infernal de una sociedad que se estructura
únicamente a partir del apetito individual de sus miembros para poseer más y más sin
preocuparse de los demás. Por eso Oseas reclama que para evitar la catástrofe final,
Israel “siempre con justicia y coseche con misericordia para renovarse en la verdad:
que éste es el tiempo de pedir al Señor que les enseñe el camino recto” (Os 10,12)
(Ver también Os 2,4-15).

Un poco más tarde surge Isaías. Las costumbres no cambiaron. Más bien empeoraron.
Sigue rigiendo en Israel el despojo de los pobres y la tiranía de los grandes. Para
Isaías el castigo es inevitable. Dios no puede tolerar más tiempo que “su” pueblo siga
este camino de muerte. “El Señor ya está de pie para acusar... Va a venir para
juzgarlos a ustedes, responsables y jefes del pueblo, que lo han devorado. Los
despojos de los pobres llenan sus casas. ustedes han aplastado a mi pueblo, les
machacaron el rostro a los pobres. Ahora, Yo, el Señor, los voy a despojar a ustedes”
(Is 3,13-26). Por faltar a la justicia, al respeto y a la promoción de los pobres, todo el
culto, la religión y los holocaustos de Israel se vuelven vanos: “¿Quieren saber qué
culto me agrada a mí? Este: romper las cadenas injustas, desatar los lazos de la
opresión, liberar a los oprimidos; sí, romper toda clase de cadenas, compartir el pan
con el hambriento, cobijar a los pobres que no tienen techo, vestir a los desnudos. no
desentenderse del hermano. Entonces, verás cómo tu luz brillará, cómo tu justicia
resplandecerá y cómo la gloria del Señor te cubrirá...” (Is 58,1-9). Jesús dirá
claramente que todo aquel que haya hecho todo esto será introducido en el Reino de
su padre, preparado desde el principio para ellos (Mt 25,34-36). Y San Juan escribirá
que el amor a Dios sin amor al prójimo es mentira y engaño (1Jn 4,19-20). Israel entero
estaba en la mentira y en el engaño.

Unos años más y ya el castigo de Dios a Israel impenitente se está cumpliendo.

Casi un siglo más adelante, de nuevo una voz poderosa se levanta cuando los Caldeos
están sitiando la ciudad de Jerusalén. Es Jeremías. En efecto, muchos son partidarios
de recurrir a los ejércitos egipcios (siempre las santas alianzas de último momento);
pero Jeremías se opone (42,1-22). Según él, los Caldeos son el dedo de Dios que
castiga a su pueblo. Hay que saber acatarlo y hacer penitencia (26,1-24).

Por supuesto que la policía intervino de inmediato. Lo encarceló y hasta lo sometió a


torturas (Jer 37,14).

Pero desde el fondo de su cárcel Jeremías sigue ejerciendo influencias hasta sobre el
atemorizado Rey Sedecías. Para Jeremías, la destrucción de Jerusalén no es nada al
lado de la destrucción que se hizo del “proyecto de Dios”: la convivencia fraterna de los
antiguos esclavos. ¿A qué haberlos liberado de la esclavitud de los endemoniados, si
una vez libres son siete veces peores? (Ver Mateo 12,43-45).

Resultado: cuatro siglos de estancamiento, o más bien de retroceso. todo esto por
haber querido reducir el proyecto de Dios a una civilización de “confort” con un culto
substancioso y lleno de ostentaciones, pero sin el amor fraterno como ley básica de
sus organizaciones político sociales. Esta falta hacía un culto vacío, más aún, lo hacía
desagradable a Dios. “Estoy harto de vuestros sacrificios” (Is 1,11). “Este pueblo se me
acerca, pero solo de palabra; me honra, pero solo con los labios. Su corazón está lejos
de mí. No sabe que prefiero la misericordia a los sacrificios” (Is 29,13; Mt 9,13).

Al no cumplir con todo lo que significaba esta liberación inicial de los esclavos, Israel
ha quebrantado la ley fundamental del Señor. Por eso Dios mismo los quebrantó a ellos
(Ver II Cró 36,11-21). Se podría citar aquí la triste historia de la ruptura del convenio
firmado ante el Rey Sedecías y todo el pueblo, con respecto a la abolición de la
esclavitud. Pero el lector lo podrá descubrir en Jeremías 34,8-22. Citemos solamente
esta lamentación: “Por los pecados de los falsos profetas, por las maldades de sus
sacerdotes que derramaron la sangre de los justos... Dios mismo los dispersó” (Lam
4,13-16).

Sugerencias para la reflexión

1. De haber escuchado a sus profetas, hubiera sufrido Israel la dispersión?


¿Cuáles eran los principales cambios por los que luchaban los profetas?

¿Qué criterios proponen para distinguir entre la verdadera y la falsa actitud


religiosa?
2. ¿Hay profetas en nuestra época? ¿Quiénes? ¿Qué dicen? ¿Se los escucha o se
los persigue? ¿Qué consecuencias se puede esperar?

3. ¿El mensaje de Cristo necesita del respaldo de las naciones poderosos para
defenderse, o más bien de la fidelidad de los Cristianos a Cristo? ¿Qué debemos
cambiar en nuestra manera de ser cristianos?

De nuevo anhelando la liberación

Despojado, humillado, reducido a casi nada, durante más de medio siglo en los campos
de concentración en las orillas del Eufrates o en los suburbios de Babilonia, todo esto
obligó al pueblo elegido de Dios a reflexionar sobre su vocación específica.

En una carta a sus compañeros de cautividad, Baruc les escribía:

“Oye, Israel, los preceptos de Vida:


¿Por qué estás en tierra extranjera?
Porque habías abandonado al Fuente de sabiduría.
Si hubieras caminado por la senda de Dios,
habitarías en perpetua paz”. (Bar 3,9-13)

“No des a otro tu gloria.


Ni tu dignidad a una nación extraña.
Somos bienaventurados, Israel.
Porque conocemos lo que a Dios le place”. (Bar 4,3-4)

Sí; Dios mismo atraerá a Israel,


lleno de alegría,
a la luz de su Gloria,
con la Misericordia y la Justicia
que El vienen”. (Bar 5,99)

Durante el mismo tiempo de la cautividad en Babilonia, Ezequiel vuelve a transmitir al


pueblo de Dios la promesa de transformarle el corazón.

“Les voy a dar un corazón nuevo.


Voy a poner en ustedes un espíritu nuevo.
Les quitaré ese corazón de piedra.
Y les daré un corazón de carne.
Pondré dentro de ustedes mi espíritu.
Les haré caminar por mis sendas.
Así podrán entrar en la Tierra
que prometí a sus padres.
Así serán mi pueblo,
Y yo seré su Dios”. (Ez 37,26-28).
Renovado en su mentalidad nueva, Israel vuelve a Palestina, cuando Ciro, rey de los
Persas, invade a Babilonia y da la libertad a los cautivos (Ver II Cró 36,22-28)

Sin embargo, ya no es la situación de antes; y de nuevo surgen divergencias en Israel.


En efecto, sucesivamente Israel conoce las invasiones de los del Norte y la del Sur.
Luego serán las invasiones de los griegos y finalmente la de los romanos. La
esperanza de recobrar su independencia política y su soberanía nacional está
continuamente frustrada por esas potencias extranjeras que lo atropellan sin cuidado.
Además, estos vaivenes dispersan a los israelitas por diversas ciudades,
principalmente por Alejandría y Roma (Hch 15,21; II Mac 1,1). Por eso, la distinta forma
de sufrir la nueva situación engendra diversas maneras de comprender la fidelidad a
Dios.

Varias tendencias se manifiestan, a veces opuestas.

1. Una primera divergencia es la que surge de la manera de enfocar la fidelidad.


Unos la ven como una vuelta a las formas anteriores a la cautividad, la fidelidad a las
leyes promulgadas por Moisés. Son los “tradicionalistas”. Otros la ven como un adaptar
los valores que el mundo pagano tiene, al espíritu de la ley moisáica. Por eso ven
como una necesidad abrirse a las filosofías griega o egipcia. Son los “progresistas”.

Los “tradicionalistas” ponían énfasis en el culto del templo, el cumplimiento


estricto de las leyes religiosas, y el no dejarse contaminar por las costumbres de los
paganos que ocupan el territorio. Fieles hijos de esta tendencia son los fariseos que
encontramos en el tiempo de Jesús. Los Gamaliel y Pablo son figuras que muestran la
seriedad de esta tendencia.

Los “progresistas”, al contrario, son partidarios de la apertura a los valores


paganos. La escuela rabínica de Alejandría, por ejemplo, absorbe la cultura egipcia y
griega y pública periódicamente libros impregnados de esa sabiduría mundana, a pesar
de los esfuerzos que hacen para “judaizar” los nuevos aportes (ver Eclesiástico: el
prólogo). El libro de la Sabiduría, los Proverbios, ciertos salmos, el Eclesiastés, etc.,
son típicos de esta tendencia.

2. Otra divergencia surge de la manera de enfocar la situación política. Hay una


tendencia que acepta a los invasores, siempre que no toquen las costumbres
religiosas. Es una mentalidad dualista que hace de la fe algo separado de la vida, y
afirma que se puede vivir en cualquier situación política siempre que ella no se
entrometa en la esfera “reservada” de la religión.

La otra tendencia acentúa, al contrario, la ingerencia de la fe en la vida política.


Para ellos la fe religiosa exige la restauración de la independencia política y soberanía
nacional, con el culto a Dios en el centro de la actividad nacional, y una legislación
estrictamente conforme con la tradición del tiempo de los Reyes. para lograr su
propósito, suscitan continuas “guerras santas” (ver 1Mac 2,7-12.27-41) y
esporádicamente lo logran, como en el tiempo de los hermanos Macabeos y Juan
Hircano (1Mac 16,1-3). Pero nunca obtienen algo duradero. Enseguida vuelven las
tropas de los invasores que liquidan la tentativa. En el tiempo de Jesús, son partidarios
de esta tendencia los “Zelotes”, los mismos que le quieren hacer Rey después de la
multiplicación de los panes (Jn 6,14). ¡Cómo los comprendemos: Un Cristo-Rey
temporal!

3. Otra tendencia, de la cual se habla poco en el Antiguo Testamento, pero muy


importante precisamente a causa de su silencio: son los “anawin”, es decir, los pobres
que esperan la Liberación que Dios había prometido, y no la de los grandes poderosos
de este mundo con sus leyes y sus ejércitos. (Ver Lc 2,25; Mc 15,43).

La Virgen María, San José, Juan el Bautista y muchos otros son de esta
tendencia. Eran muchos los silenciosos que esperaban “la liberación de Israel”. Gente
simple, del pueblo humilde. Lucas no habla de algunos: un anciano que se llamaba
Simeón; una viuda Ana; un matrimonio ya de edad: Zacarías e Isabel; los pastores de
Belén, etc... Confiaban que su esperanza ardiente no quedaría sin respuesta (Lc 1,10-
13).

De hecho, sin que nadie lo sepa, Dios se hizo uno de ellos. Nació pobremente
de una familia que esperaba como ellas “la liberación de Israel”7. Eligió la vida común
de los humildes: obrero en Nazaret. “Hay alguien entre ustedes que no conocen. Y yo
no soy digno ni de lustrarle los zapatos”, decía Juan el Bautista (Jn 1,26-27).

Veamos ahora qué ocurre cuando a partir de los pobres de su Pueblo Dios
empieza a instaurar su Reino.

Sugerencias para la reflexión

1. Existen actualmente varias tendencias en la Iglesia. Tratar de discernirlas y


comprenderlas.

2. ¿En cuál de ellas nos ubicamos? ¿Por qué?

3. ¿Qué tendencia ha elegido para salvar al mundo el Hijo de Dios? ¿Por qué?

3
Surge el Libertador Universal

La persona de Jesús
“Hay alguien en medio de ustedes que no conocen”. Este Jesús carpintero, hijo de
carpintero, no ejerce exactamente lo que hoy en día entendemos por carpintero. Ejerce
la profesión del hombre disponible para cualquier tipo de trabajo manual: arreglar una
puerta o un mueble, perforar un pozo, ayudar a la cosecha, reparar un techo, arreglar
un arado o levantar una pared, cualquier cosa. Una profesión eminentemente “al
servicio del pueblo”. Es ciertamente por eso que Jesús la eligió y por eso también que
se la echaron en cara más de una vez (Mt 13,55; Mc 6,1).

Nacido pobremente, toda su vida está marcada por esa predilección por los pobres, los
que sufren, los oprimidos. Sus compañeros, los elige entre la gente simple. Su lenguaje
es el de los simples. No tiene casa propia, ni viaja con valijas y baúles, sino solo con la
ropa puesta. Conoce el cansancio y el hambre; sufre la intemperie en medio del mar y
sobre las rutas. Recibe el rechazo de los “instalados”, oye las críticas de los
adinerados, la murmuración de los grandes y de los “sabios”, las burlas de los que lo
tratan de “loco” porque reivindica el amor entre TODOS.

Sus numerosas andanzas pasan por los pueblitos, por los lugares de trabajo: la orilla
del lago, el puerto, los campos. Le gusta recibir a la gente después del trabajo, a la
puesta del sol. Sus fatigas, su manera de dormir en cualquier lugar, no muestran
solamente cómo se cansa para servir al pueblo y anunciarle la buena noticia de su
“liberación”, sino también las pocas exigencias de un hombre simple que no ha vivido
nunca entre comodidades. Por eso, por haberlas vivido en casa después de su niñez,
siente profundamente las angustias de la gente sencilla, las angustias de los que
vinieron de lejos para escucharlo y que no pueden volver a su casa sin comer un trozo
de pan con pescado, las angustias de una viuda que lleva su único hijo del cementerio,
o de un padre cuyo hijo es epiléptico, de una anciana que gastó todos sus haberes en
médicos y remedios.

Después abajo, como una madre que recoge a su hijo caído, Jesús tiende sus brazos,
sus ojos, su corazón, todo su ser, para levantar a todos los hombres, sus hermanos.

Por eso los cristianos de los primeros siglos cantaban ese himno a Cristo:

“Cristo Jesús.
No se aferró celosamente
a su condición de Dios,
sino que se hizo pequeño,
se hizo SERVIDOR,
en todo semejante a los hombres.
Aceptó morir como un malhechor,
y aún más,
morir en una cruz.
Por eso, Dios lo resucitó,
e hizo glorioso su nombre,
para que todos reconozcan a Jesús
como “Señor, para gloria de Dios”. (Fil 2,5-11)
su primera predicación

A. “Los tiempos han llegado ya”

Cada evangelista tuvo interés en presentarnos al principio de su obra una especie de


“síntesis” del mensaje de Jesús.

MARCOS, el primero en redactar un evangelio completo, se contenta con resumirlo en


cuatro frases rítmicas, que dicen:

“Los tiempos han llegado ya:


El Reino de Dios está por llegar.
Cambien el rumbo de su vida.
Y, créanlo: es una Buena Noticia”.
(Mc 1,15)

MATEO, vuelve a incluir este resumen de Marcos, pero para que no sea tan abrupto y
que la inteligencia de su síntesis sea más fácil, hace preceder este llamado a la
conversión con una cita de Isaías (8,23 sg.) donde “los que vegetan entre la vida y la
muerte” recobrar esperanza “porque para ellos una Gran Luz se ha levantado” (Mt
4,12-17).

LUCAS, compone en la misma línea, pero con más explicitación todavía, una escena
inaugural del Reino. En la sinagoga de Nazaret, Jesús proclama “la llegada de los
tiempos”: Lucas lo relata así:

“Jesús, revestido del poder el Espíritu Santo


volvió a Galilea.
Se dirigió a su pueblo natal, Nazaret
y, según su costumbre, el día del Sábado
fue a la sinagoga.
Ahí se ofreció para hacer la lectura.
Se le entregó el libro de Isaías.
Lo abrió y dio con el siguiente pasaje:
El Espíritu del Señor está sobre mí,
y me ungió para proclamar
lo que es buena noticia para los pobres:
¡LIBERTAD PARA LOS ENCADENADOS
Y LUZ PARA LOS CIEGOS!
¡LIBERTAD PARA LOS EXPLOTADOS
Y “AÑO DE GRACIA” DEL SEÑOR!
(Is 61,1-2 y 29.18)
Luego Jesús cerró el libro,
lo devolvió al acólito,
y se sentó.
Todos los ojos estaban fijos en él.
Entonces les dijo:
‘¡HOY MISMO, ESTE TEXTO EMPIEZA
A SER REALIDAD!” (Lc 4,16-21)

Es muy importante que nos detengamos un poco en ese texto inaugural. Lucas no cita
casualmente el texto de Isaías, sino que hace una selección dentro de un pasaje
mucho más extenso: Isaías 61 y 62, hasta el versículo 12. Además Lucas inserta una
frase sacada de otro texto, la que dice “Luz para los ciegos”. Es el versículo 18 del
capítulo 29 del mismo Isaías. (En cuanto al texto que se refiere a la curación de los
corazones contritos, fue agregado posteriormente a la redacción de San Lucas).

Veamos la fuerza de esta “proclama inaugural” de Jesús.

1. En el pasaje 61-62, Isaías anunciaba la próxima venida de Dios en medio de su


pueblo para instaurar su Reino, la famosa “Tierra prometida a los padres”. Lucas no lo
cita entero, solo cita lo que le parece ser el meollo de este Reino: la supresión de toda
clase de cadenas y opresiones, a fin de que seamos todos hermanos en el respeto y el
amor fraterno.

2. La inserción del versículo 18 del capítulo 29 viene a reforzar esta idea: “Luz para
los ciegos”. Los ciegos en este pasaje son los que rechazan la ley de Dios y por eso
encadenan y oprimen a su prójimo, creyendo que nadie los ve (Is 29,15). Son los
“violentos”, los “arrogantes”, “los que planean en secreto como explotar mejor a los
demás” (19-20), son los “jueces injustos” “que violan el derecho de los inocentes” (29-
21). Al liberarlos “de la oscuridad y de las tinieblas los ojos de estos ciegos ‘verán’ y
desaparecerá su ceguera” (29,18). Por eso “el que yacía en la miseria se alegrará cada
día más en su Señor, y los pobres harán de Dios el motivo de su alegría” (29,19). No se
puede citar todo el texto; pero estas pocas citas todo el texto; pero estas pocas citas
nos permiten captar la intención de Lucas al insertar esta pequeña frase en la proclama
de Jesús.

3. Finamente, otra cosa que no se puede dejar de anotar, es la significación de la


expresión “año de gracia del Señor”. Una ley judaica exigía que cada cincuenta años
se volviera a la situación económico-social primitiva de las cosas (Lev 25): a cada uno
lo suyo sin que nadie pueda acumular riquezas y adquirir el monopolio sobre los
demás. Legislación cuyos detalles nos parecen complicados y cuya aplicación hoy en
día resultaría imposible, pero cuyo espíritu no deja de tener valor por expresar la
voluntad de Dios. Se parte del principio que al crear la tierra, Dios la creó para todos
los hombres, que son en ella como hijos y hermanos en la casa de su padre (ver el
versículo 23 del capítulo 25 de Levítico). Por eso nadie debe aprovecharse de su
hermano, sobre todo si es pobre, en cuyo caso se lo debe más bien restaurar como a
un igual, un hermano (id 25,35-38). El “reajuste” de las condiciones sociales y de las
propiedades cada cincuenta años tiene a esto. Es lo que llamaban el “año de gracia del
Señor”. Era un medio valedero en aquel tiempo (y no necesariamente en el nuestro),
para un fin que vale en todos los tiempos, y por supuesto en el nuestro.

Un último detalle que vale la pena señalar, es que toda esta legislación está bajo
el signo de la liberación de la esclavitud egipcia (ver los versículos 1.38.42.55), es
decir: esta ley es para que los miembros del pueblo de Dios no se vuelvan semejantes
a los explotadores egipcios.

Veamos ahora que en estas cuatro estrofas, Lucas traza el programa de Jesús: que los
“ciegos” dejen la explotación del hombre por el hombre, la mentira y la violencia, para
que todos vivamos como hermanos en la casa del Padre. Con estas pocas
aclaraciones, comprendemos todo el alcance del simple comentario de Jesús a esta
lectura: lo que hasta ahora es simple promesa del Señor, HOY MISMO EMPIEZA A SER
REALIDAD. Según la expresión de San Juan (5,<7), Dios trabaja el mundo en este
sentido. Quien se opone a esa transformación, a Dios se opone.

Lo que nos queda ahora, es recorrer los evangelios para ver qué hace y qué dice
Jesús para que esta “Buena Noticia” sea una realidad.

B. ¿Qué dice y qué hace Jesús para instaurar esa “nueva tierra”?

¿Qué dice?

“Un día se detuvo Jesús y observó detenidamente a los que lo seguían y les dijo (Lc
6,20ª):

No se crean felices los repletos, los ricos, sino más bien los pobres, porque el Reino
del Amor que viene de Dios se va a volcar hacia ellos. Por eso “¡alégrense ustedes los
pobres!” (Lc 6,20.21.24.25; Mt 5,3.6). No se crear felices os que viven en medio de
risas y fiestas, sino más bien los que lloran actualmente para que se cumpla la justicia,
porque ya se va a instaurar la Justicia total (Lc 16,19-31; 6,21.25; 12,15-21; Mt 5,6.10;
Sant 5,1-6).

No se crean felices los “avivados” que siempre descubren astucias para salvar sus
intereses y engrosar sus fortunas, sino más bien los que llevan en su corazón la
rectitud, porque así es como se ve a Dios (I Co 6,9-10; Mt 5,8).

No se crean felices los “violentos”, que siempre imponen su voluntad a los demás y
provocan así las guerras, sino más bien los que buscan la convivencia pacífica y
prefieren sufrir la injusticia para salvaguardar la paz, porque su labor y actuación los
hace hijos de Dios (Mt 20,25-26; 23,29-36; 5,5.9.38-42; 23,4).

Ni los repletos, ni los vividores, ni los ladrones, ni los adúlteros, ni los hipócritas, ni los
violentos entrarán en la Tierra Prometida (I Co 6,9-10). Pero sí los mansos, los
pacifistas, los que prefieren antes sufrir la injusticia que cometerla, los pobres en
general, éstos sí poseerán la Tierra Prometida (Tit 3,1-83).

Y ¿qué hace?

Para Jesús no había cosa más importante que hacerse presente ahí donde había un
desvalido que rehabilitar, un leproso que reintegrar a la sociedad, un mudo, un ciego,
un paralítico que sana (Mt 8,1-17; Mc 5,23.36). Pareciera que no tenía otra cosa que
hacer. Y estaba tan metido con los pobres que se le reprochaba. “Está loco” decían (Mc
3,21; Jn 10,20). De hecho no tenía tiempo ni para comer (Mc 6,31; 3,20). Y si alguna
vez salía hacia las afueras de la ciudad para descansar un poco, la muchedumbre lo
venía a buscar, y él, movido a compasión, atendía sus enfermos (Mc 6,32-34).

Más que con una predicación de meras palabras, Jesús nos manifiesta por su propio
comportamiento en qué consiste la vida del Reino de Dios (Lc 24,19). Consiste en esto
tan simple: Dios en persona que seca las lágrimas de cuantos sufren (Lc 7,13),
destruye los motivos de llantos, de quejas, devuelve la vida a los muertos y nos
convida a incorporarnos alegres a esta tarea (Lc 8,50; 12,13-15; 7,14; 8,54; Jn 11,33-
34; Lc 9,57-62; ver también Is 65,17-25). Por eso, la manifestación del Reino de Dios
no tiene nada aparatoso, no se parece en nada a una gran aparición fulgurante (Lc
17,20-21). Es más bien una semilla de amor que germina en la tierra (Mc 4,26-29) o
como un rocío que brota del corazón de cada hombre y le abre los ojos hacia su
prójimo (Lc 19,1-10; Mc 8,22-26). Una nueva luz invade al hombre y le hacer todo
nuevamente: en vez de tender hacia arriba y gloriarse de sí mismo, el que ha nacido al
Reino tiende hacia el hermano que más bajo está, para tenderle la mano y conducirlo
hasta la plenitud de vida en el Señor (II Cor 8,9; Fil 2,3-9; Mt 20,26-28).

Invitación tremenda que transforma todo el sentido que uno puede dar a su vida. En
vez de tener valor por el provecho que uno podría sacar de sus talentos y bienes
materiales, éstos valen en la medida que sirvan para la promoción de los aplastados,
los encogidos, los tullidos, los encadenados, los estropeados, los que vegetan a la
sombra de la muerte. Es un cambio total en la escala de los valores.

C. Algunos cambios fundamentales en la escala de valores:

1º Aspirar a una justicia siempre superior y no creerse nunca “justo” del todo

El gran valor que se ostenta en Israel era el poder considerarse “justo” (Lc 16,15; Mc
7,2-5; 10,17-20). Para ello, uno se aplicaba a cumplir la Ley en los menores detalles.
Te doy gracias, Señor, decía un farseo, de que yo no soy como los demás hombres; yo
ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de mis entradas, no soy ni adúltero, ni
ladrón”. Mientras rezaba ese fariseo así, un pobre publicano no se atrevía a levantar ni
los ojos, y se limitaba a repetir: “Ten piedad de mí, Señor, que soy un pobre pecador”.
Esta es la buena actitud, dice Jesús. No la primera. Porque Dios hace progresar al que
no está satisfecho con su propia justicia, pero rechaza al que cree haber llegado a la
justicia perfecta (Lc 18,9-14). “Si la justicia de ustedes no supera a la de los fariseos,
no entrarán en mi Reino” (Mt 5,20).

Otro día Jesús estaba en la casa de un hombre “bien”, llamado Simón. Mientras
almorzaban, entró una mujer pública que, llorando le besaba los pies a Jesús. Simón,
como es de suponer, se escandalizaba en su interior. Pero Jesús le explicó el gran
amor que había en esa mujer y también la estrechez que suponía en él esa actitud de
suficiencia (Lc 7,36-50).

El crecimiento moral del hombre es infinito (Mt 5,48). Quien se quiere limitar a una
serie de Leyes, por muy buenas que sean, se limita a sí mismo y se estanca
inevitablemente (Mc 10,21-27). El sufrir por sentirse uno todavía injusto, estrecho de
corazón, es un valor muy superior a cualquier cumplimiento estricto de las leyes. Es el
hambre y sed de la Justicia perfecta del Reino. Quien tiene esa hambre goza de la
bienaventuranza de los hijos de Dios (Mt 5,6).

Claro que tal perspectiva significa una relativización de la Ley (Jn 9,16). Este fue uno
de los dramas de Jesús. Quiso superar continuamente, para tender hacia lo más
perfecto (Mc 2,27-28; Gal 3,24; 4,1-7). Esta perspectiva escandaliza siempre a los que
se creen los “cumplidores” de la Ley (Jn 9,16). Este fue uno de los dramas de Jesús.
En efecto, para poner bien de manifiesto que la Ley es para el hombre y no el hombre
para Ley, a Jesús le gustaba obrar milagros todos los días sábado (Lc 6,7). ¡Gran
escándalo para los escribas y fariseos, jefes de sinagoga y doctores de la Ley! Una vez
había sanado a una mujer encorvada; y a la gente que se escandalizaba de que
hubiese trabajado un día sábado, Jesús le dijo: “Hace dieciocho años que Satanás la
tenía atada; ¿no se la puede liberar, aunque sea un día sábado?”. El jefe de la
sinagoga, para solucionar esta divergencia creyó hacer bien recomendado a la gente
de venir a hacerse curar los días de la semana; pero Jesús le dijo claramente que su
“solución” no era más que una hipocresía que no solucionaba nada y dejaba a los
hombres “atados” por la Ley (Lc 13,10-17).

¿A dónde vamos, se decían muchos, con esta nueva manera de relativizar nuestras
leyes? (Jn 5,16-18; 9,14.16.24; 11.47; Lc 6,7.9.11). Es cierto que era un nuevo rumbo:
el rumbo hacia lo infinito... y muchos -con tal de no aspirar a ser más- hubieran
preferido quedarse en esas pequeñas prácticas que los justificaban ante sus propios
ojos y les permitía “dormir con la conciencia tranquila” (a no confundir la conciencia en
paz).

2º Otro cambio: Los bienes materiales valen en cuanto promueven a los hombres

Jesús no reconoce a los bienes materiales un valor en si mismo (Lc 12,15). Para él
valen en cuanto sirven a la promoción de los hombres, sobre todo de los que están
más abajo en la sociedad humana.
Una vez, había un loco ya desahuciado. Habían tratado por todos los medios de
“atarlo”, de “encerrarlo”, pero imposible. Quería la libertad. Su misma locura era como
un grito desesperado por la liberación. Finalmente lo habían soltado en el desierto y
ahí se destrozaba, el pobre, con piedras. Pero el pueblo mientras tanto vivía feliz,
tranquilo; pensaba haber “solucionado” el problema. Jesús pasó por ahí y quiso darle
la verdadera solución. Para lograr la “liberación” de ese hombre, tuvo que sacrificar mil
chanchos que pertenecían a los chacareros del pueblo. La cosa se supo enseguida; y
poco rato después Jesús los tenía a su lado. Se admiraron de que el loco hubiera
recuperado su sentido normal, pero a Jesús le pidieron sin embargo que no se quedara
en el lugar (lo veían como un economista peligroso). Jesús no insistió y volvió para
cruzar el lago. Al subir a su lancha, se le acercó el ex-loco. Le pedía el favor de poder
seguirlo. Pero Jesús no quiso, porque su intención era que este hombre se reintegrara
a la sociedad. Si no ¿dónde estaría el verdadero milagro? Y para que no se perdiera el
testimonio de lo que vale un hombre -por muy loco que sea- cuando se trata de
“liberarlo” de verdad, en comparación a mil chanchos, Jesús le pidió que fuera por
todos los pueblos vecinos a contar lo que Dios había hecho por él. y el hombre lo hizo
(Mc 5,1-120).

¡Cuántas razones económicas paralizan las promociones de millones de seres


humanos! ¡Cuántas razones económicas justifican inversiones militares, armamentos
para “disuadir” o “asustar”, bombas, cañones, etc.!... ¡Cuántas razones económicas
justifican inversiones de propaganda para competir con otras firmas!... Pero ¡cuán
escasas son las inversiones para la promoción de los pobres, de “los que vegetan a la
sombra de la muerte” y que esperan la “Buena Noticia” del Nazareno! (Comparar Lc
12,16-21 y 12,33-34). Y sin embargo, mil chanchos por un loco, ¡eso significa una
inversión muy grande por un solo loco! -¡Qué locura es el evangelio! Con esto, ¿a
dónde iría la economía nacional?...- ¡Talvez andaría mejor!

Pero el problema es que este cambio en la manera de valorar los bienes materiales
supone un cambio en la noción de propiedad de lo superfluo, de las riquezas. Desde
ya uno no las puede “amar”, ni buscar por sí mismas. Esto sería contradictorio con la
perspectiva de Jesús (Mt 6,24). Cuando antes, uno las debe ordenar al servicio de la
promoción de los pobres, es decir, de los que por diversas razones “vegetan entre la
vida y la muerte” (Lc 14,13-15; 18,22).

Esta revolución es la forma de invertir los capitales, para Jesús debe engendrar
relaciones de amistad, ahí donde anteriormente el egoísmo engendra rencores y
fermentos de odio. “Háganse amigos con el dinero de la maldad” (es decir, el dinero
adquirido o guardado sin que promueva a nadie (Lc 16,9-13). Jesús no calla su alegría
cuando ve a un rico, como Zaqueo, que se decide a entrar en esta nueva economía
fraterna. Decía en efecto Zaqueo: “A partir de hoy, doy la mitad de mis bienes a los
pobres, y a los que defraudé les voy a devolver cuatro veces lo que les robé”. Jesús
exclama contento; “Hoy mismo entró la salvación en esta casa”1 (Lc 19.1-10).

3º Trabajar para una civilización del “nosotros”


La ‘nueva tierra’ hacia la cual Jesús pide que caminemos, no debe ser una civilización
de “yo”, sino una civilización del “nosotros”. Es muy notable cómo en la oración-tipo
que nos enseñó Jesús -respiración diaria de sus discípulos-, no hay lugar para el “yo”
sino envuelto en el “nosotros”. Es para todos el deseo del Reino que tiene, para todos
la necesidad que uno siente del pan, para todos que uno pide perdón, para todos que
uno desea no caer en la tentación y ser librado del mal (Mt 6,9-13). Nadie debe vivir ni
respirar para si mismo, sino para toda la familia humana de la cual es miembro.

Esa “conciencia colectiva” lleva a uno a no encerrarse sobre su propia justicia, su


propia generosidad, su propia oración (Mt 6,2.5.16). Al contrario, esta “nueva
conciencia” la proyecta hacia los demás, no en afán de conquistarlos, sino de servirlos
con misericordia, con espíritu de reconciliación, con intención de promoverlos,
buscando por encima de todo el Reino de Dios y su Justicia total (Jn 15,1-12; Lc 6,35-
36; Mt 18,21-35; 5,23-24.43-48; 6,33).

Para adquirir esta conciencia del “nosotros”, uno debe dejar la manía enfermiza de
asegurarse “individualmente” el mañana de las cosas materiales: el vestir, el comer,
etc. (Mt 6,23 sg). En cambio, uno debe dedicarse a asegurar primero en sí mismo esta
mentalidad fraterna, considerando al mundo como una casa de familia del Padre (Sant
2,1.9). Por eso debe desaparecer entre nosotros la costumbre del “primero yo, luego
los demás”, porque los demás y yo somos una sola cosa en el “nosotros” (Mt 23,8)
“Hagan por los demás lo que quisieran que hagan por ustedes. Esta es la regla que
resume toda la Biblia” (Mt 7,12). Busquemos el vestir, el comer, sí, pero no
“individualmente”, sino “comunitariamente”.

Perspectivas inmensas que no pueden dejar a un verdadero discípulo, inactivo. Pero


perspectivas que no dejan de asustar a los que gozan de una civilización egoísta que
les otorga privilegios.

4º El gran cambio: Una jerarquía no de “dominadores” sino de “servidores”

De ese cambio dependen, en gran parte, los demás. Porque de la manera como se
ejerce la autoridad dependen la civilización, la utilización de las riquezas materiales y
cultuales y finalmente el progreso moral. Cuando faltan buenos jefes, el rebaño anda
abatido, disperso y sin rumbo (Mt 9,36).

Jesús hombre simple pero muy observador, había observado a fondo la mentalidad del
jerarca Herodes y de su corte en los palacios de la ciudad de placeres de Tiberiades a
orillas del lago (Lc 13,32; 23,9). Sabía muy bien que ahí los títulos, adulaciones,
traiciones y tiranías, adulterios y orgías, soberbia y desprecio del pueblo... se
mezclaban como un olor a pudrición en esos palacios rutilantes de oro y con apariencia
de nobleza (Mt 14,1-12). El mero hecho de que Jesús nunca quiso ir a Tiberiades es
bastante evocador del aprecio que le tenía.
A su puñado de discípulos que tendrían mañana que ejercer también la autoridad,
Jesús les advierte que en esto hay que realizar un cambio radical: “ustedes saben que
los grandes de este mundo son unos tiranos, y que los jefes abusaban de su
autoridad... y les gusta hacerse llamar ‘bienhechores”. Entre ustedes no deberá ser así,
sino todo lo contrario: el que quiere ser grande, que se haga servidor el que quiere ser
primero, que se haga el último de todos” (Mt 20,25; Lc 22,25; Mc 10,43-44). Y para que
este no fuese solamente un consejo dado desde arriba. Jesús nos dio el gran ejemplo:
él, Dios, se hizo hombre; más aún, se hizo “servidor”, obedeciendo hasta aceptar morir
como un malhechor (Fil 2,6-8). Todo esto para rescatarnos de la perdición. Desde su
nacimiento estuvo del lado de los pequeños, de los necesitados, de los que sufren. “No
he venido -decía- para ser servido, sino para servir, y dar mi vida por la multitud” (Mc
10,45).

Esta actitud de Dios que se pone al servicio nuestro, nos desconcierta, casi nos
escandaliza. Tal vez nos averguenza y nos humilla porque nos pone el dedo en la
llaga. En efecto, a nosotros nos gustan los primeros puestos, nos gusta ser saludados,
honrados, alabados y servidos (Lc 14,7-11; Mt 6,2.5.16; 23,5-7). Durante la última
cena, Pedro también se sintió avergonzado y herido en su orgullo cuando Jesús le
quiso lavar los pies como un simple esclavo. Pedro protestó, reclamando por la
dignidad de Jesús, como unos años antes Juan el Bautista (Mt 3,14-15): “¿Cómo tú,
me vas a lavar los pies a mí? ¡No, eso nunca!” (Jn 13,6). Jesús le explicó, y al terminar
su tarea les dijo a todos: “Entiendan bien lo que acabo de hacer. ustedes me llaman
‘Maestro’ y Señor y Maestro, les he lavado los pies, ustedes a su vez deben hacer lo
mismo. Les he dado un ejemplo para que ustedes hagan como yo. Si comprenden esto
y lo practican, serán felices” (Jn 13,12-17).

Todos estos cambios que Jesús predicaba en su tiempo desbordan los límites de su
nación. Tienden a transformar el mundo en toda su extensión geográfica e histórica.
Tienden a envolverlo en un remolino que lo eleve mucho más allá de sus propias
ambiciones (Jn 12,32). Quienes han sentido este soplo inmenso en su interior,
comprenden que este programa es una gran confianza que se debe tener en la misma
humanidad. Jesús es su germen, su cabeza (Col 1,15-20). La conduce no hacia la
dominación de unos pocos sobre los demás, sino todo lo contrario, hacia el
considerarse servidores los unos de los otros (Ro 12,10; Fil 2,3). Esta es la soñada
“liberación de Israel”. Y ahora es toda la humanidad la que se debe poner en marcha
hacia su liberación.

Si la “liberación de Israel” hubiera sido algo meramente espiritual, que solo afecta a las
relaciones íntimas y religiosas del hombre con Dios en el secreto del alma, Jesús no
hubiera tenido ninguna clase de dificultades. Aún más, lo hubiera invitado a hablar en
el Templo de Jerusalén durante las grandes fiestas y peregrinaciones.

Pero proponer un cambio tan concreto, y predicarlo a todo el mundo, así, sin pedir
permiso a nadie (Mt 21,23); poner al desnudo ciertas costumbres económicas
infiltradas hasta en las esferas puritanas (Mt 23,1-36). -esas cosas no muy claras que
ocurrían con las finanzas del templo...-; todo esto no era para agradar mucho a los
grandes del mundo (Mt 15,12). Y pronto suscitó el rechazo de ese Nazareno que
pretendía cambiarlo todo por ser Dios mismo encarnado (Jn 10,31-33).

Sugerencias para la reflexión

1. ¿Se manifiesta hoy en día ese “tiempo de liberación de los oprimidos” anunciado
por Jesús ¿Cómo?

2. ¿Quiénes son hoy los bienaventurados en nuestro ambiente?

3. De los cuatro cambios fundamentales anunciados por Jesús, ¿cuál es el que


más tengo que realizar en mí y alrededor mío para que “venga entre nosotros el
Reino”?

¿Puedo realizarlo solo? Entonces, ¿cómo?

Los motivos del rechazo de Jesús

Resulta asombroso pensar que tal programa, acompañado de hechos concretos,


acreditado por la integridad de la persona de Jesús, haya sido finalmente rechazado
por hombres íntegros, preocupados de la gloria de Dios, siempre atentos a la
enseñanza de las Escrituras y eminentemente religiosos (Lc 19,47-48; Jn 7,45-49; 9,1-
41). Y por el contrario resulta difícil aceptar que hayan sido los “sin cultura”, el
“populacho”, los simples, los pequeños, los que lo han reconocido como su Salvador,
como el Enviado de Dios, el Prometido desde el principio, la Esperanza de los pueblos
(Mt 21,10-16; Lc 12,32; Jn 1,45).

A Jesús también le resultó extraño que fuera así. ¡Cuántas veces lo vemos suspirar de
indignación por la mala voluntad de “los que sabían”! (Mc 3,5; Mt 16,1-4). Una vez, al
contemplar los progresos de su puñado de discípulos, esos pescadores de Galilea,
exclamó: “Sí, Padre, te doy las gracias porque revelaste todo esto a los pequeños, y lo
escondiste a los grandes, a los sabios. Sí, Padre, te doy las gracias de que así te
agradó” (Lc 10,17-24).

Pero tratemos de destacar los motivos por los cuales estos “sabios” no supieron
saborear el mensaje de Dios cuando se hizo de carne y hueso, cuando se hizo realidad
palpable (1Jn 1,1).

1º El escándalo de que Dios venga desde abajo

Apenas se supo en Jerusalén que un profeta había aparecido en Galilea, vemos un


desfile de “observadores” que acuden desde la capital y sus círculos oficialistas para
ver qué clase de profeta era (Mt 4,25; Jn 4,1-3; Mc 2,18.24; 3,2). Anotan el origen y les
desconcierta que sea natural de Nazaret (“¿Qué cosa buena puede salir de Nazaret?”
(Jn 1,46; 7,41.52), hijo de un carpintero (“¡No habrá seguido ningún estudio!”). La
verdad es que habla bien (Jn 7,46); pero deja qué desear en cuanto al cumplimiento de
la Ley (Jn 9,1; Mc 2,16.18.24).

Lo dramático es que Dios no haya pasado por ellos, por sus escuelas, por sus
costumbres; que Dios pueda intervenir en el mundo desde el pueblo, transformando
estas cosas de carpintería, de vida de pueblito, de vecindario, de escuela primaria, de
amigos de infancia, los quehaceres domésticos y todas esas cosas de la vida de los
humildes, en camino real para su Majestad Eterna (Jn 7,52). Esto es increíble; esto no
puede ser. Por lo tanto “este hombre blasfema”, “es un impostor”, “es un mero poseído
del dominio” que “seduce al pueblo”, “es un hereje (un samaritano)”..., hay que
arrestarlo para terminar con este engaño (Jn 10,33; Mc 2,7; Jn 7,20; 8,48; Mt 27,63; Jn
7,12.47). Cuando Dios venga, ¡por favor!, que entre en casa como la gente..., es decir,
por la puerta de la clase selecta (Jn 7,48).

“Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”.

Para los descendientes de los testigos del Sinai, Dios estaba arriba, en una gloria
inaccesible. Su venida se revestía del trueno y de los relámpagos (Ex 19,16-18), pero
no tenía nada que ver con nuestra ida diaria. Sin embargo, Jesús rechazó esta venida
deslumbrante cuando Satanás se la propuso (Mt 4,5-7). Para Jesús, respetar nuestra
pobre situación significaba hacerse pobre con nosotros, esclavo con nosotros, con
excepción del pecado (Fil 2,7; 1Jn 3,5; 2Cor 5,21). Pero la cuestión es cuando uno no
se reconoce esclavo, hasta del pecado, y se cree justo ante Dios (Jn 9,41). Para él,
Dios no puede venir de abajo, porque abajo todo es condenable, bueno para el
infierno: “Este populacho que no conoce la Ley, es maldito” (Jn 7,48-52). Esta fue una
de las razones que cegó a los jefes, los enfureció y los llevó a condenar al Justo, a dar
muerte al Hijo de Dios.

Pero no fue el único motivo.

2º El escándalo del amor de predilección por los pobres:

Continuamente preso de esa gente ávida de que les cure sus enfermedades (Mc 1,32-
34); continuamente rodeado por múltiples que lo escuchan con la boca abierta sin
captar ni la mitad de lo que dice (Mc 1,33-37; 2,2); y ese reducirse a un lenguaje tan
sencillo (Mt 7,28), exponerse a la contaminación de los leprosos (¡hasta los toca con la
mano! Mt 1,41), perder hasta la noción de las horas de alimentarse, porque esa gente
lo come vivo (Mc 3,20; 6,31), sin cuidado por su salid, sin exigir un mínimo de respeto
por su dignidad divina. Hay quienes lo empujan, mujeres medio supersticiosas que lo
tocan para ser curadas (Mc 6,25-28). Vienen a molestarlo para sanar a un peón (Lc
7,2); le traen esos casos de epilépticos... (Mc 9,17-27). Parece gustarle el estar en
compañía de los estropeados, los inválidos, todas las cosas que dan asco al que se
respeta un poco. Tender la mano a un pobre que mendiga en la sinagoga, está bien,
pero zambullirse así, sin reserva, en ese mundo de los desgraciados, no debe
corresponder a una psicología sana (Mt 8,16-17).

Peor aún. Los enfermos físicos, pase. Pero ¿que les parece esto?: zambullirse en ese
mundo impuro de los cobradores de impuestos (ladrones como ellos solos) (Mt 9,11; Lc
19,7), en este mundo de las prostitutas (Mc 2,16; Lc 15,1-2). Tener sus mejores amigos
entre los pescadores del puerto de Cafarnaún. Proclamar que es esa gente la que
llenará la mesa en el banquete celestial (Lc 7,37-50; Mt 21,31-32). ¡No! ¡Es el colmo!
Es señal de un hombre que tiene complejos oscuros o resentimientos sociales. Le falta
dignidad, sentido de lo sagrado, sentido de la gente de bien. Solo los que no tienen
finura espiritual se pueden dejar engañar por un individuo de esa categoría. De hecho,
“ningún hombre de bien, ningún fariseo creyó en él” (Jn 7,48).

3º “Si lo dejamos, los romanos nos van a liquidar del todo”: (Jn 11,48)

Para los fariseos y sacerdotes, Jesús ha llegado a ser un “peligro nacional”. En efecto,
al disminuir el respeto estricto por la ley, al subordinarlo todo al amor al prójimo,
comenzando por los más necesitados, al declarar que el dinero debe convertirse en
instrumento de promoción de los pobres, todo esto constituye un fermento de
sublevantamientos de las masas galileas y proletarias. Y ya que nos desprestigió ante
el público denunciando nuestros arreglitos económicos con el Tesoro del Templo,
diciendo que éramos buenos para enseñar pero que no lo vivíamos nosotros mismos,
que cargábamos sobre el pueblo cosas insoportables... (Mt 23,16-19) y otras cosas que
dice, sin fijarse antes a quien se las dice. Todo esto nos va a hacer incapaces de
controlar al pueblo en caso de sublevarse. Así que es mejor liquidarlo cuanto antes, a
ser liquidados nosotros mismos y toda la nación (Jn 11,45-50).

Toda la predicación y actuación de Jesús, de repente la interpretaron como un ataque a


ellos, como un debilitamiento del orden establecido, una provocación a una revolución
destructora de la nación. No fueron capaces de ver que la revolución bosquejada por
Jesús era precisamente la salvación, no solamente de Israel sino de todo el mundo:
reunir en un pueblo fraterno no solo la nación judía, sino todos los hijos de Dios
dispersos y divididos por el pecado (Jn 11,52).

A partir de aquel día, ya era firme la decisión de matarlo cuanto antes (Jn 11,53-54.57),
y si fuera posible sin que el pueblo se de cuanta, porque podría levantarse en su
defensa (Mt 26,5). Y cuando en su juicio le preguntan si se atreve a afirmar pública y
oficialmente que es el Enviado de Dios, a su respuesta afirmativa se levanta un clamor:
“¡Ha blasfemado!” “No merece sino la muerte” (Mt 26,63-66).

Llegaron a esto por haber encasillado a Dios en sus moldes mentales. No permitían
intervenir a Dios en la historia de la humanidad para su Gran Liberación, sino por estos
moldes estrechos del formalismo, de los privilegios de algunas castas, del respeto a la
propiedad privada de los superfluo económico, de las desigualdades entre los
hombres, etc.
Por suerte, Dios no se echó atrás ni les hizo caso. Ya que lo rechazaban a El, El los
rechazó a ellos. Nada ni nadie puede detener la voluntad de Dios. Todo aquel que
quiere eliminar esta piedra fundamental rechazada por los malos constructores, se
destrozará antes de moverla de su lugar (Lc 20,18).

Sugerencias para la reflexión

1. ¿Cómo vemos, hoy en día, que Dios viene a nosotros desde abajo?

2. ¿Qué opción significa hoy ese amor de predilección por los pobres?

3. ¿Conocemos profetas modernos que fueron liquidados porque su mensaje


amenazaba la seguridad de los privilegiados?

¿Cuáles son las semejanzas y diferencias de sus mensajes y ejemplos con los
de Jesús?

El nacimiento de un nuevo pueblo de libertadores

1. Israel era el pueblo de Dios. Su razón de ser era llevar la bandera del amor
universal (Cant 2,4) hasta que toda la humanidad lo viva y sea introducida en la
intimidad de Dios2. Pero dejó su bandera y se fue con los dioses de la soberanía y del
dinero (Jn 12,43).

Al intuir de lejos este rechazo de Israel, Jesús se retiró entre los paganos para
reflexionar sobre la nueva situación creada por este rechazo (Mc 7,24). Los evangelios
ponen muy de relieve este momento crítico para Jesús (Mc 7,14; Mt 15,21; Lc 13,31-35;
19,41-44; Jn 6,67; 7,33-52). Se va del lado de Tiro y Sidón, y no quiere que nadie sepa
de su paso por allí. Está de reflexión con sus doce. hacen el balance de lo que captó la
gente israelita de su persona (Mt 16,13 sg). Las respuestas son desalentadoras. Para
algunos, Jesús sería Juan el Bautista resucitado; para otros, Elías; para otros,
Jeremías; para otros, un nuevo profeta. Pero para nadie Jesús es el cumplimiento
cabal de la Promesa. No reconocieron que la promesa era esto: Amarse los unos a los
otros, sometiéndolo todo a la ley del amor, empezando por los aplastados (Jn 15,12).
“¿Habré fracasado? -se pregunta Jesús-. ¿No me quedará otra cosa que volver a mi
Padre y confesarle que me fue imposible? (Jn 12,27). Solo me quedan esos doce...” “Y
ustedes, ¿qué dicen de mí?” “Nosotros creemos que Tu eres el enviado de Dios” y que
“tu Mensaje conduce a la plenitud de la Vida” (Mt 16,16; Jn 6,68). Con esta declaración
de Pedro, brotada realmente del corazón, en donde obra el Padre, Jesús vislumbra el
porvenir: “Tu eres la piedra fundamental sobre la cual voy a edificar mi nuevo pueblo, y
desde ya te puedo decir que éste no va a fallar, ni nadie lo podrá destruir” (Mt 16,18).
2. Este libro es demasiado breve para hacer el inventario de todo lo que encierra la
declaración de Jesús que acabamos de citar. En efecto, Israel está descartado
definitivamente de su papel de Bandera de Dios en el mundo; y ahora es un puñado de
hombres que recibe la misión de “manifestar” al mundo cuál es el proyecto definitivo de
Dios, poniéndolo en práctica (ver 1Cor 6,1-2; Mt 19,27-28; Hch 1,8).

Veamos brevemente en qué este nuevo pueblo de Dios es semejante al anterior


y en qué es radicalmente distinto.

a) Igual al anterior es que debe llevar la bandera de la liberación total de la


humanidad hacia su introducción en la intimidad de la Familia de Dios (Col 1,12-23; Ef
4,12-16). En este sentido tiene el papel de fermento que ya tenía Israel. Cuando Jesús
dice que el Reino de Dios es semejante a una mujer que toma un poco de levadura y la
echa en la masa para que fermente, no hace sino recordar la misión de Israel en el
mundo (Mt 13,33). Ahora es la misión de los miembros del nuevo pueblo de Dios la
Iglesia visible, para con toda la humanidad: hacer fermentar en ella el amor fraterno.

b) Pero se advierte una diferencia radical entre Israel y la Iglesia. Esta no es


una nación como lo era Israel. La Iglesia se compone de unos pocos elegidos más bien
entre los pequeños (1Cor 1,26-28), con la misión de hacer visible, dentro mismo de la
gran marcha de la humanidad, la meta a la cual se va, consciente o inconscientemente.
“En esto los reconocerán como discípulos míos: en el amor que se tengan unos a
otros”. “El mundo comprenderá mi mensaje y mi misión al ver cómo ustedes se quieren
entre sí” (Jn 13,35; 17,21-23).

Israel, que se identificaba en forma exclusiva con el Reino de Dios, veía la


integración en el Reino como la integración en el Israel político. Isaías, en su capítulo
60,1-22, describe la gran conversión universal “como palomas que vuelan a su
palomar”. De ahí aquella pregunta ansiosa de los apóstoles: “Señor, ,cuándo vas a
restaurar el Reino de Israel?” (Hch 1,6). Es que para ellos el punto de arranque tenía
que ser esa restauración política nacional. Pero Jesús se va sin restaurarla. Solo les
promete la fuerza del Espíritu Santo para que sean sus testigos. Así les indica
claramente que su Reino es se instaurará de esa manera, sino de otra realmente
distinta.

c) De hecho, en adelante, habrá una pertenencia directa al Reino que se


hará por medio de la apertura al prójimo, aún sin pertenecer a la Iglesia visible de
Jesucristo: “Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del Reino preparado para
ustedes desde el principio, porque tuve hambre, sed, necesité techo, ropa, estuve
enfermo, preso y ustedes se acercaron a sacarme de esta situación en la cual
vegetaba”. “Pero, Señor, ¿cuándo?”. “Cuando lo hacían a los más pequeños, a mí me
lo hacían” (Mt 25,36 sg). El Reino de Dios está sembrado en un mundo en marcha (Mc
4,26-32; Lc 17,20-25). Su inauguración no se debe esperar más (Hch 1,9-11 y Mt
28,20). Ya empezó. Están creciendo juntos trigo y cizaña, el amor al prójimo y el amor a
los privilegios egoístas (Mt 13,24-30). Pero invisible e invenciblemente el Reino crece.
Cuando la humanidad supera sus contradicciones internas y “pasa de condiciones
menos humanas a condiciones más humanas“, es el Reino que avanza. Y todos
aquellos que participan activamente de estos progresos son miembros del Reino. Cada
vez más lúcidamente se ejerce el juicio sobre la historia y los hombres van aprendiendo
a separar lo malo de lo bueno, como los pescadores en la orilla a su vuelta de alta mar
o los cosecheros en el tiempo de la mies (ver Mt 13,47-50).

Mientras tanto, le corresponde a la Iglesia visible desempeñarse para que crezca este
Reino. Lo hace mediante el testimonio de sus miembros fortalecidos continuamente por
la “fracción del pan” (Hch 2,42), signo eficaz de la meta final del mundo y, por lo tanto,
del Misterio del cual son portavoces. Los que quieren asumir este papel de testigos de
Cristo (respondiendo al llamado del Señor) deben morir con El al amor de si mismos,
del dinero, de todo lo que significa “instalarse”, porque hay mucho que andar todavía
(Lc 14,25-35; Mc 8,34-35). Para ser digno de compartir desde hoy, a la vista del
mundo, el banquete prometido, hay que haberse revestido del traje nupcial: la caridad
que Dios difunde en los corazones por su Espíritu (Mt 22,10-11; Ef 4,20-24; Ro 5,5).
Por el bautismo los cristianos “significan” al mundo que han muerto con Cristo a toda
clase de egoísmo y renacido a la “Nueva Vida” (Ro 6,1-11).

Sugerencias para la reflexión

1. ¿Cómo interpretamos a la Iglesia:


• como el rebaño que todos los hombres deben integrar
• o como un puñado de levadura que hace fermentar toda la masa?

2. ¿Qué deben hacer los cristianos de hoy para que el mundo se transforme en el
Reino?

3. ¿Cómo lo deben hacer: entre sí o con todos los hombres de buena voluntad?
¿Integramos éstos a las organizaciones cristianas o integrándose a las
organizaciones del mundo?

Conclusión

Desde el momento en que Adán y Eva, en vez de amarse, quisieron gozar el uno del
otro, el egoísmo y el sufrimiento, las cadenas y la explotación del hombre por el
hombre han invadido el mundo (Ro 5,12). Nuestra gran tarea consiste sobre todo en
reconstruir la hermandad entre los seres humanos. Jesús abrió la marcha y nos invita a
seguirlo (Jn 7,37-38). Aún más, nos asegura, desde dentro de nosotros mismos y en
nuestra relación con los demás, su presencia activa y fecunda: su “gracia” (Jn 15,5; Mt
18,20).

Ante El, cada uno de nosotros está en la perpetua alternativa de convertir la actividad
del momento que vive en un eslabón más que encadena a otros y los ate finalmente a
uno mismo, o en una ocasión de liberación costosa pero salvífica. No hay otra
alternativa: acercarnos a Dios mediante el amor fraterno, o alejarnos de El alejándonos
de los demás. (Ver el discurso de Pablo VI en la clausura del Concilio Vaticano II.
Sobre todo los número 16-19).

El cristiano no es una empresa de religión para una sociedad atemorizada frente al


destino o a la naturaleza, sino la empresa misma de Dios para liberar a la humanidad
de la capa de plomo de su egoísmo que le impide alcanzar la “Tierra Prometida”. Es el
llamado eterno de Jesús que resuena a través de la historia íntima de cada conciencia
humana:

“Si quieres tener la plenitud de la vida,


ve, vende todos tus bienes,
ponlos al servicio de los pobres.
–así tendrás un tesoro cerca de Dios–
y luego: sígueme”.

(Mt 19,21)

INDICE

Prefacio

Introducción

1. Un pueblo oprimido se libera


Esperanza entre los desesperanzados
La dura lucha por la libertad
PRIMERA ETAPA: Las tratativas “por las buenas”
SEGUNDA ETAPA: Las medidas de fuerza
TERCERA ETAPA: Ultimo recurso: LA VIOLENCIA
Contrarrevolución y victoria final

2. Los liberados toman un camino equivocado


El tiempo de la esperanza ideal
El tiempo de la decadencia y la ruina
(mensajes: de Amos, de Oseas, de Isaías, de Jeremías)
De nuevo anhelando la liberación: tradicionalistas y progresistas; dualistas e
integristas; la esperanza de los pobres

3. Surge el Libertador Universal


La persona de Jesús
Su primera predicación
- La llegada de los tiempos
- Lo que dice y lo que hace Jesús
- Algunos cambios fundamentales con respecto a:
La justicia
Los bienes materiales
La civilización
La autoridad
Los motivos del rechazo de Jesús
- El escándalo de que Dios venga desde abajo
- El escándalo del amor de predilección por los pobres
- El temor político de los privilegiados
Nacimiento de un nuevo pueblo de “Libertadores”
- El rechazo de Israel
- Semejanzas y diferencias entre Israel y la Iglesia

Conclusión

PIES DE PAGINA

1 El pueblo de Dios va a surgir de entre los esclavos. Este hecho, del que arranca
todo el judaísmo y el cristianismo pone muy de manifiesto que la acción de Dios no
procede desde las oligarquías humanas, sino al contrario, parte desde abajo para
generar a toda la humanidad. (Se puede leer al respecto la primera carta de San Pablo
a los Corintios, 1,26-29, y en el evangelio de San Lucas 10,21).
2 El peligro para el hombre privilegiado es que su esclavo logre la libertad. De ahí
sus mil astucias para inventar medidas que lo mantengan en la esclavitud.
3 La mayor parte del episodio, y el punto de partida de la revolución, parecen
haber ocurrido en la ciudad de Ramsés, entonces en construcción (ver Ex 12,37).
Podríamos hacer una comparación con la situación de Brasilia en sus tiempos de
construcción: muchos obreros y poca clase media y alta. En Ramsés eran pocos
todavía los habitantes egipcios y muchos los esclavos israelitas. De ahí la mayor
tensión entre los dos grupos y la más fácil toma de conciencia de parte de los esclavos.
4 No se le escapará a nadie el hecho de la proliferación de los pueblos pobres,
causa de preocupación para los pueblos ricos.
5 Otra medida tomada por los elegidos, fue pedir a las parteras que matasen a los
recién nacidos varones de Israel (Ex 1,15-22). Vieja fórmula antihumana de los
procedimientos políticos de reducción de la natalidad en los países satélites y temibles
por su alto crecimiento demográfico. En efecto, actualmente qué sería de Occidente si
Japón, Indonesia y la India se unieran a China para reclamar espacio vital en Siberia y
Australia. las fórmulas modernas no difieren mucho de las antiguas, inspiradas por un
mismo miedo y un mismo egoísmo.
6 Notar esta cualidad del verdadero líder: comprobar con sus ojos lo que pasa en
la base, para así interpretar fielmente la realidad.
7 “Moisés era un hombre mansísimo, más que todos en la tierra” (Número 12,3).
Por lo tanto, no debemos ver aquí el resultado de un resentimiento social o racial, sino
la santa indignación de un hombre profundamente justo ante la justicia llegada a su
límite.
8 Esta resolución de Dios no fue circunstancial. Es eterna. Siempre Dios quiere
intervenir para la liberación de los oprimidos. Por eso quien oye su llamado no
solamente puede contar con su agrado y apoyo total, sino también debe contarse entre
los que propugnan el advenimiento de su reino. (Ver la carta del Apóstol Santiago 5,1-
6).
9 ¡Cuántas veces el líder de los pobres es también un pobre que no cuenta con
muchos años de escuela y medios de expresión!
10 Término que no se refiere tanto a la edad cuanto a personas maduras que eran
consideradas como autoridades en medio de pueblo.
11 Ya es la “Buena Noticia para los pobres” que empieza. Le falta mucho todavía al
pueblo para que comprenda a qué liberación lo predestina Dios. Pero en su alegría el
pueblo expresa su intuición que por allí está la salida.
12 Principalmente la paja que se mezclaba con el barro para hacer ladrillos. La
nueva exigencia consiste en ir a buscarla en los pastizales del Río. Este
recrudecimiento de la represión es típico de la reacción de los opresores ante las
reivindicaciones de liberación.
13 Desde el primer momento el Faraón se dio cuenta que la verdadera razón no era
de orden religoso-cultual, sino que se relacionaba con la toma de conciencia que el
pueblo había hecho de su esclavitud. Más adelante el Faraón sospechará una huida
posible. Por eso los diálogos del Faraón con Moisés nos dan la impresión de dos
zorros que juegan a “quien ganará a quién”.
14 ¡Cuántas veces el militante se siente solo y desalentado, y sin embargo su
conciencia le pide que prosiga!
15 Es de hacer notar cómo la perspectiva del futuro se hace a partir de un hecho
pasado. Aquí es “la tierra de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob” la que sirve de
punto de referencia para anhelar la liberación. En efecto, un pueblo esclavizado y por
tanto alineado, no puede anhelar un ideal abstracto, sino refiriéndolo a una experiencia
pasada e idealizada (por ejemplo, una tierra que “mana leche y miel”). De ahí su
fuerza, a la vez que su ambigüedad.
16 ¡Cuántas huelgas que terminan sin resultado tangible!
17 Podemos notar aquí la falsedad con que juega el Faraón. La falsedad de
promesas que luego no serán cumplidas es un recurso muy común para “apaciguar” y
engañar las justas reivindicaciones populares.
18 Siguen otras medidas, durante las cuales vemos a Dios quejarse del Faraón
porque al mantener a su pueblo en la esclavitud se constituye “como un muro entre
Israel y su Señor” (Ex 9,17). Más adelante, durante otra medida, los ministros del
Faraón le aconsejan aflojar “para evitar algo peor para Egipto. El Faraón, que
sospecha una posible huida de los esclavos, les permite ir a ofrecer sacrificios, pero
sin llevar a las mujeres ni a los niños (Ex 10,7-11). ¡Cuántas veces esto se repite: se da
aparente libertad al trabajador, pero se sabe muy bien mantenerlo en la dependencia a
partir de sus compromisos familiares!
19 Moisés, “criado en las altas escuelas del palacio del Faraón” (ver Hechos de los
Apóstoles 7,21), se había volcado hacia los explotados (ver Hebreos 11,24-25).
Mantenía relaciones con este ambiente de la clase alta; pro eran cada vez más tensas.
Al final la ruptura se hace inevitable y Moisés la toma como una liberación suya de esta
relación social que le impedía actuar con fuerza. En su respuesta última al Faraón, lo
vemos ya decidido a ligar para siempre su destino al de los esclavos.
20 Este último recurso provoca víctimas inocentes, nos llama poderosamente la
atención, sobre todo si tenemos en cuenta que su protagonista es Dios mismo. Lo
conocíamos más bien como el Dios paciente y bondadoso, misericordioso. Pero el error
consistiría precisamente en hacer de Dios una persona insensible y aje a nuestras
situaciones humanas, mientras toda la Revelación nos lo manifiesta “comprometido”
con nuestras situaciones.
Aquí lo vemos comprometido en una “insurrección revolucionaria” contra una
“tiranía evidente y prolongada que atentaba gravemente contra los derechos
fundamentales de la persona humana y damnificaba peligrosamente el bien de la
comunidad” (Pablo Sexto en “Pop. Prog.” Nº 30). En tales casos es necesario ver bien
claro que la violencia a que se llega no es más que el eslabón último de toda una
cadena de violencias que empezó cuando un hombre o un grupo social aprovechó de
su superioridad militar, económica o científica, para explotar a otro. La historia de la
humanidad es elocuente al respecto: a medida que los explotados quieren sacudir el
yugo que los esclaviza, sienten más y más las uñas de sus amos que se les clavan en
el cuerpo para mantenerlos sumisos. Esta ley del más fuerte es la que desencadena
toda la serie de violencias que culmina en esa lucha a muerte entre el egoísmo de los
privilegiados (representado aquí por el endurecimiento creciente del corazón del
Faraón) y la voluntad de libertad de los oprimidos, lucha ineludible cuyas
consecuencias son imprevisibles. Pablo Sexto dice a propósito del egoísmo de los
ricos, que “su prolongada avaricia no hace más que suscitar el juicio de Dios y la cólera
de los pobres, con consecuencias imprevisibles” (id Nº 49).
Y el episcopado latinoamericano, reunido en Medellín en 1968, dice que si los
ricos “retienen celosamente sus privilegios, y sobre todo si los defienden empleando
ellos mismos la violencia, se hacen responsables ante la historia de provocar las
revoluciones explosivas de la desesperación” (Documento “Paz” No. 223). En cuanto al
movimiento de “presión moral”, su animador y organizador, Monseñor Helder Cámara,
advierte claramente en su proclama: “Esta es una última oportunidad para los
privilegiados, porque si la presión moral fracasa, entonces la salida por la violencia
estará definitivamente abierta... Y los responsables de esta violencia no seremos
nosotros, sino ellos, los privilegiados”.
Así que si este último recurso de Dios nos llama la atención y choca con
nuestros ideales de tiempo de paz, sin embargo es muy importante que ante el drama
de muchos pueblos, y de muchos siglos, la Biblia tenga páginas como éstas que
muestran que Dios no se retira del escenario cuando hay que asumir medidas
extremas como éstas.
21 Para los cobardes lo mejor es volver a venderse a los explotadores, con tal de
no tener que luchar. La contrarrevolución cuenta así con un acuerdo tácito e
inconsciente entre los explotadores que se resienten por el despojo y los explotados
cobardes que no tienen la valentía de ser libres.
22 Aquí la confianza que irradia el Jefe no viene de su obstinación ni de sus fuerzas
militares, sino de la fe que tiene, en que su acción es correcta interpretación de la
realidad y de la voluntad de Dios sobre ella.
23 Moisés era conocedor de la región y de los efectos de los vientos sobre el Mar
Rojo. De ahí su confianza ante la aparentemente dramática situación creada por la
llegada súbita del ejército egipcio.
El relato actual del Paso del Mar Rojo, tal como lo encontramos en la Biblia, es
una mezcla de dos “tradiciones”. Seguimos aquí el relato más antiguo y más verosímil:
un viento del sur corre las aguas del Mar Rojo y lo deja medio seco ante los ojos
asombrados de Israel, que ve en esto “la mano de Dios”. Cuando ejército egipcio se
quiere lanzar detrás con sus carros de guerra, se embarran y no pueden escapar a
tiempo ante la marea que ya vuelve rápidamente. El otro relato, muy posterior, injerta
en este relato primitivo intervenciones espectaculares de Dios y Moisés. Nos parece
superfluo aquí.
24 Así es el pueblo: no cree en los proyectos revolucionarios mientras son meras
palabras. Pero sí, cree en los hechos. Esta es una cruz para los dirigentes mientras se
desarrolla la lucha y cuando son más numerosas las derrotas que las victorias.

1 Una simple comparación, en cuanto a la duración de la marcha entre el


alzamiento en Egipto y la toma de Palestina que, según la Biblia, duró 40 años (Deut
8,2-4), se puede hacer con otras andanzas revolucionarias de los tiempos modernos. Al
hablarnos de 40 años en los desiertos del Negueb, la Biblia nos invita por lo tanto a
tomar en serio todos los esfuerzos de supervivencia y de legislación que realizó este
pueblo formado de ex-esclavos de varios orígenes.
2 La marcha conoce sus cobardes que recomiendan dar marcha atrás (Núm 13,1
hasta 14,4), sus desertores y sus traicioneros Núm 16,1-15).
3 Después de cada revolución ocurre lo mismo, hasta que la economía vuelva
tomar un ritmo organizativo.
4 No pocos líderes populares reconocerán en esto las mil dificultades que surgen
a último momento y que el líder tiene que solucionar de inmediato para evitar que el
pueblo se eche atrás o se ponga en contra.
5 Un interesante análisis queda por hacer de la legislación primitiva que Moisés
da a su pueblo todavía corto en comportamiento social. Se nota en especial una
promoción de la mujer (véase sobre todo Ex 21,8-11; 22,25). y toda una legislación
para evitar el mantenimiento perpetuo de cualquier persona en la esclavitud.
6 El último de los caudillos de los primeros siglos de vida de Palestina, y el
primero de los profetas. Testigo de la decadencia espiritual de su pueblo y de sus
propios hijos.
7 Lucas dice que Simeón “esperaba la consolación de Israel” (2,25). Expresión
que alcanza un sentido de liberación cuando la reubicamos en su contexto histórico
(Isaías 40,1-11) y que empieza así: “Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice Dios.
Díganle a Jerusalén, con voz fuerte, que su servidumbre se acabó... etc.”

1 ¡Qué grande sería si, hoy en día, viéramos a Europa devolver a América Latina,
Africa y Asia todas las riquezas que les robó durante siglos de colonialismo! ¡Oh!, el
oro de las catedrales de Venecia, Génova, Quito... ¡devuelto a los indios de los
altiplanos para su promoción!; ¡el estaño que enriqueció a Holanda devuelto a Bolivia
para su industrialización!; ¡las riquezas del petróleo del medio oriente devueltas a los
árabes! ¡Qué milagro más maravilloso! Con Jesús podríamos decir a los artesanos de
tal devolución: ‘¡Hoy mismo entró la salvación en este mundo”. Pero ¿por qué no
seríamos nosotros mismos los artesanos de tal devolución?
2 La promesa no consiste solamente en hacer de este mundo una gran familia
donde todos y cada uno ame a los demás con un amor total y sin falla, sino que
contiene también otra dimensión: Dios mismo nos quiere tomar en su propia familia, en
su amor de Padre, de Hijo y de Espíritu Santo. La Biblia no sabe cómo expresar este
aspecto de nuestra esperanza. A veces dice que lo veremos “cara a cara” para sugerir
la alegría de dos amigos que se encuentran después de mucho tiempo. Habla también
de un “banquete celestial”, o de “entrar en la alegría del Señor”. San Lucas y San Juan
dicen que “cenaremos juntos” y que “Dios mismo nos servirá la comida”. Pero la
imagen más fuerte para dar a comprender la intimidad a la cual estamos convidados,
es la de la unión conyugal. Así como dos esposos se conocen verdaderamente cuando
los dos ya no forman sino una sola carne, de la misma manera la humanidad entera
reconocerá la intimidad del que quiso ser su esposo, hecho carne de su carne. Una
intimidad de amor que supera todo lo que pudiéramos imaginar (Is 62,1-5). Nuestros
esfuerzos actuales de amor fraterno son como el primer paso y el camino para llegar a
esa plenitud de Vida a los cuales somos convidados.

Potrebbero piacerti anche