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Joan-Eugeni Sánchez
"El progreso más importante en las facultades productivas del trabajo, y gran parte
de la aptitud, destreza y sensatez con que éste se aplica o dirige, por doquier,
parecen consecuencia de la división del trabajo" (Smith, 1776: 7)
Recogiendo las enseñanzas de Ferguson, Adam Smith basa los cambios en el sistema
económico en el desarrollo de las fuerzas productivas desde el modo de producción
feudal hacia el modo de producción capitalista, y ello fundamentado en la división del
trabajo, y en concreto en la división técnica del trabajo.
Se acaba con el trabajo del artesano [LW1] -que sabe hacer la totalidad de la mercancía,
desde adquirir y manipular las primeras materias, concebir el producto, fabricarlo en todas
sus partes y componentes, hasta venderlo-, y se le sustituye por el obrero colectivo, por
cuanto se descompone el proceso productivo en un conjunto de operaciones elementales
que pasarán a ser efectuadas por un conjunto de obreros especializados-adiestrados en
una, y sólo en una, de las partes. Se sustituye el individuo que sabe hacer todas las
partes más o menos bien, por un conjunto de individuos que hagan muy bien, muy rápido
y al menor costo salarial cada una de las partes ahora aisladas.
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Dividir significa separar en el tiempo. Y si se puede separar en el tiempo, ello posibilita
poder separar en el espacio. Es decir, la condición necesaria para poder manipular el
espacio-territorio será poder disgregar en el tiempo. En cuanto se consiga descomponer
un proceso, en lo que conlleva de fraccionamiento temporal, se abre la posibilidad de
separar estas etapas. Desde el punto de vista geográfico la idea de división tendrá un
alcance muy importante, en la medida en que va a ser un mecanismo espacial a
manipular, el cual será ampliamente aprovechado a partir de ese momento.
La división, que en la actualidad se nos aparece como algo tan simple, permitió
reestructurar sobre ella todo el sistema productivo. Fue con posterioridad que se introdujo
el desarrollo y fabricación de nuevos productos. Pero en aquel momento se trataba de
continuar produciendo lo mismo, pero de otra manera. Es decir, la innovación en el
proceso precedió a la innovación en el producto, con lo que el inició de la revolución
industrial se manifestó primeramente por la revolución en los procesos de producción. Lo
importante no era qué se producía, ya que se podía continuar produciendo lo mismo -por
ejemplo alfileres-, sino cómo debían producirse para aumentar la capacidad productiva del
trabajo en términos de productividad. Quedaba muy claro que este simple mecanismo de
división permitía multiplicar por varios centenares de veces tanto la productividad del
trabajo, como el rendimiento del capital (Smith, 1776: 9) sin necesidades iniciales de
nuevas inversiones, y sin haber tenido que introducir en la manufactura ningún nuevo
medio de producción, a excepción del derivado de la concentración de obreros y
maquinaria en las nuevas instalaciones manufactureras, pero no por unidad de trabajo.
Las repercusiones sobre el sistema económico y sobre la estructura social serían
evidentes y multiplicativas.
De hecho Adam Smith proponía una división técnica a partir de la posibilidad de tomar
como unidad a dividir los componentes elementales de los productos. Se trataba de
explotar la introducción de la división al fabricar componentes con unidad física que, en
principio, podía parecer difícil que fuesen ejecutados por más de un obrero.
Este sería el fundamento básico de la división del trabajo, en el sentido de división técnica
del trabajo: una única unidad física -el alfiler del ejemplo- pasa a poder ser fabricado por
más de un trabajador, en base a descomponer su proceso de producción en operaciones
elementales -funcionales-.
Al mismo tiempo, Adam Smith buscaba la ganancia de tiempo que la división del trabajo
aporta al proceso, o lo que es lo mismo, el incremento de productividad que de ello se
deriva. La especialización que se consigue, y la posibilidad de introducir máquinas
específicas para cada fase que la producción en masa justifica, hacía que una producción
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elemental como la de agujas, pudiese ser dividida en unas veinte operaciones
elementales. De lo que se derivaba, según sus observaciones, un incremento en la
productividad entre 240 y 4800 veces frente a la forma de producción artesanal (Smith,
1776: 9).
Además, tal como por aquellas mismo periodo mostraba Babbage también para la
fabricación de agujas, introduciendo los principios de división social del trabajo, y a
igualdad de tiempo de trabajo, la remuneración de los salarios como consecuencia de la
descualificación implícita en la descomposición social del trabajo, permitía reducir el costo
por salario en unas cuatro veces.
Aplicando los criterios de división social del trabajo (sexo, edad, cualificación) el proceso
de fabricación sería, según sus cálculos:
Mujer 1 0
Tensado
Chica 0 6
Aguzado Hombre 5 3
Chico 0 4 1/2
Torcido y corte
Hombre 5 4 1/2
Encabezado Mujer 1 3
Hombre 6 0
Estañado o blanqueado
Mujer 3 0
3
Envasado Mujer 1 6
Combinando los efectos de ambos tipos de división del trabajo, el coste de la aguja se
vería rebajado entre 4 x 240 y 4 x 4800 (menor salario x menor tiempo) veces respecto a
la aguja artesanal. Esta pérdida en el valor de la fuerza de trabajo por aguja implica una
valorización más alta del capital, contribuyendo a dilatar el radio de acción de la plusvalía
(Marx, 1867: I-285). Lo cual abrió el camino al proceso de descualificación-
sobrecualificación en la evolución de las fuerzas productivas que podrá verificarse
claramente con posterioridad (Marx, 1867: I-284; Freyssenet, 1977; Sánchez, 1979)
En teoría ello podría dar lugar a dos tipos de división del trabajo:
1. Por piezas, siguiendo el modelo artesanal= operarios por pieza
La división del tipo 2 permite aplicar el saber funcional a distintas piezas. Por ejemplo, un
pintor puede pintar distintos objetos; ahora sólo sabe pintar, en el modelo a terminaba la
pieza pintándola; así, pintar un mueble puede ser bien la fase final de su fabricación por
un ebanista, o bien una fase que pasa a manos de un barnizador.
Según esto, los oficios dejan de ser denominados por el producto que fabrican -zapatero,
cordelero,...-, y pasan a ser considerados por la función a ejecutar -tornero, ajustados,
electricista, pintor-. Pero a medida en que se avanza de la revolución industrial a la
científico-técnica, estas funciones pasan a ser asimiladas a los clásicos oficios,
estableciéndose nuevas funciones, cada vez más ligadas a la máquina. Así el tornero o el
ajustador son sustituidos por operadores de máquina, servidores de la cadena de
montaje, como nueva formas de división funcional adaptadas a la máquina y a los
procesos encadenados o seriados de producción. En la actualidad, favorecido por la
incorporación del ordenador, se desarrolla la automatización-robotización, lo que por su
parte introduce nuevas funciones, antes desconocidas, que deben ser ejecutadas por los
nuevos trabajadores.
La anterior situación es la que percibía, a mediados del siglo XIX, John Stuart Mill:
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"Hasta aquí lo que se refiere a la separación de ocupaciones, primera forma de
combinar el trabajo, sin la cual no pueden existir los rudimentos de la civilización
industrial. Pero una vez que se ha completado esta separación; cuando se ha
convertido en práctica general que cada productor provea a otros muchos de una
mercancía determinada, y sea a su vez provisto por otros de las cosas que
consume; razones no menos reales, si bien menos forzosas, invitan a extender
aún más el mismo principio. Se descubre que, llevando la separación más allá,
descomponiendo más y más cada proceso de la actividad en distintas partes, de
manera que cada trabajador se límite a realizar un número cada vez más pequeño
de operaciones sencillas , se aumenta la fuerza productiva del trabajo. Y así, con
el tiempo, se llega a esos casos notables de lo que se llama división del trabajo"
(Stuart Mill, 1848: 128)
Llegamos a 1867, en que Marx aportará la clave para distinguir claramente lo que es la
esencia de la diferenciación social entre ambos tipos de división. En el capítulo XII del
Libro Primero de El Capital, donde trata de "División del trabajo y manufactura" distingue
entre división del trabajo dentro de la sociedad y división del trabajo dentro de un taller, a
las que atribuye una diferencia no sólo de grado, sino de esencia:
"La división manufacturera del trabajo [división técnica o división del trabajo en
sentido concreto] requiere que la división del trabajo dentro de la sociedad [división
de la producción] haya alcanzado ya un cierto grado de madurez. A su vez, la
división del trabajo en la manufactura repercute en la división del trabajo dentro de
la sociedad, y la impulsa y multiplica. Al diferenciarse los instrumentos de trabajo,
se diferencian cada vez más las industrias que los producen. (...) Para implantar
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de un modo más perfecto la división del trabajo dentro de la manufactura, lo que
se hace es dividir en varias manufacturas, algunas de ellas totalmente nuevas, la
misma rama de producción" (287)
Estas posibilidades de fraccionamiento abren el camino a la reorganización socio-espacial
del proceso productivo, ya que se llega a la incorporación del espacio al proceso de
división de la producción:
"La explotación manufacturera, encargada de fabricar todas las especialidades, da
un nuevo impulso a la división territorial del trabajo, que circunscribe determinadas
ramas de producción a determinadas regiones de un país. La expansión del
mercado mundial y el sistema colonial, que figuran entre las condiciones generales
del sistema, suministran al periodo manufacturero material abundante para el
régimen de división del trabajo dentro de la sociedad" (Marx, 1867: I-287-288)
Recordemos que con anterioridad David Ricardo, a principios del siglo XIX, se había
adentrado en otra de las posibilidades de división espacial, en este caso una de las
formas posibles de la división de la producción: la división a escala mundial.
Es así que en la que se considera la parte más trascendente de su obra, cuando trata
sobre comercio exterior, Ricardo, con una mentalidad ligada a las concepciones
deterministas espaciales de la época, las cuales, por cierto, eran favorables en este caso
a Inglaterra, proponía, como mecanismo de equilibrio universal la división espacial de la
producción entre naciones, lo que podemos entender como división internacional de la
producción. Veámoslo en sus mismas palabras:
Si Smith había visto las ventajas de la división del trabajo, Ricardo las observó en la
división espacial de la producción, en aquel momento basada en las condiciones
diferenciales del medio físico. Es así que dos de los autores fundamentales de la
economía política liberal asientan sus formulaciones en dos elementos claves de división
del proceso productivo.
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Como los procesos de producción y los de intercambio precisan de una componente
espacial, el territorio también será sometido a una división funcional del trabajo, lo que
permitirá manipular las escalas de actuación. También aquí podemos proyectar la doble
componente de la división del trabajo, lo que dará lugar a una división técnica espacial del
trabajo y una división espacial de la producción. En el primer caso, la división (técnica)
espacial del trabajo posibilitará establecer especializaciones territoriales en base a
cualificaciones diferenciadas de la fuerza de trabajo. Por su parte, con la división espacial
de la producción prevalecerá una especialización funcional en base a la concentración
espacial de sectores o ramas de producción.
En este contexto la división internacional del trabajo no será más que la concreción de la
división espacial en el marco global de actuación social. Ambito significativo a partir del
momento en que la internacionalización de las relaciones productivas y económicas
adquiere carta de naturaleza. División internacional del trabajo que a su vez revestirá las
dos formas expuestas. Como división internacional técnica del trabajo y como división
internacional de la producción.
Por un lado cada una de estas partes ahora podrán ser ejecutadas en unidades
productivas distintas, lo que permite formar unidades productivas de muy diverso orden,
por agrupación y combinación en sentido vertical y horizontal de funciones y productos.
Desde un punto de vista empresarial, cada unidad productiva puede dar lugar a una
empresa distinta, o a distintas plantas de fabricación especializadas según una
combinación y agrupamiento de unidades productivas diversas.
Por su parte, desde la óptica espacial-territorial las posibilidades que abre la división
técnica del trabajo son muy importantes, por cuanto permiten aprovecharse del espacio
como factor manipulable en los procesos de producción.
Habrán quedado así establecidos los grandes ejes de la división del proceso de
producción: la división (técnica) del trabajo, la división de la producción y su proyección
espacial como división espacial-territorial. En resumen, unas nuevas posibilidades de
articulación socio-espacial se ofrecen a la sociedad industrial.
4 División espacial-territorial
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espacios monoespecializados, bien sea en un tipo de producciones, bien sea a un nivel
de cualificación, desde zonas con un mercado de trabajo de alta cualificación, hasta
zonas en las que sólo se ofrezca una fuerza bruta de trabajo, a bajo nivel de exigencias
salariales, con un alto grado de excedente de recursos humanos que se conformen con
bajos salarios y que presenten una gran docilidad en su uso.
Así podemos encontrar desde áreas que actúan como centros direccionales, donde se
concentran las fases de toma de decisiones y de gestión, situadas en las grandes
metrópolis a escala mundial, hasta las clásicas zonas de bajo salarios, con un fuerte
componente de mano de obra femenina y juvenil, dispuesta a trabajar por bajos niveles
salariales y en condiciones precarias, sin excesivas garantías profesionales ni de
continuidad en el puesto de trabajo.
Aún cuando las formas de división técnica del trabajo bajo cualquiera de los modelos en
que se introduce la división expuestos más arriba, permitan hablar siempre de división del
trabajo, debe quedar claro el doble significado que tiene en cuanto se considere
exclusivamente la división en el interior de una unidad productiva, lo que podemos
entender como división del trabajo en sentido concreto, de aquella división que se
establece en entre distintas unidades productivas, ya que representa una división de la
producción.
Lo que interesa es considerar aquella diferencia de orden social que distingue el producto
como mercancía o no. En la inmensa mayoría de casos esta distinción es social, no
técnica o funcional.
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Situémonos en el ejemplo de la aguja. Es perfectamente factible imaginar la fabricación
de dichas agujas no ya solo por 20 obreros distintos que ejecutan otras tantas funciones
(u oficios como los calificaba A. Smith, 8), sino por más de una empresa (firma) con
unidades productivas (plantas) diferenciadas: Por ejemplo, en una se podría preparar
alambre cortado a medida, otra podría especializarse en efectuar los encabezados, otra
en estañado o blanqueado, y por último envasarlo en una cuarta.
Pero, a su vez, cada una de estas unidades productivas puede pertenecer a una sola
empresa, o bien constituir empresas diferenciadas en cuanto propietarios distintos.
Estas distintas posibilidades ayudan a clarificar el interés en distinguir entre división del
trabajo y división de la producción. En efecto, sobre la base de la división técnica del
trabajo es posible:
a. Tratar cada etapa de la división como un hecho estrictamente técnico, cuando sólo se
efectúa la división del proceso, aprovechando diferencias de habilidad, cualificación, sexo,
edad que permiten ajustar los salarios al menor coste posible. Es lo que podemos
considerar como división del trabajo en sentido restringido. Hasta aquí el producto de
cada trabajo individual no recibe la consideración de mercancía, sino de fase en la
producción de una mercancía.
c. Posibilitar que las unidades productivas puedan estar constituidas por empresas
distintas en cuanto a su propiedad. Ello permite la integración funcional en una
especialización al servicio de diversas empresas (por ejemplo empresas especializadas
en tratamientos térmicos) y estrategias empresariales de integración vertical (absorbiendo
distintas fases del proceso) o de integración horizontal (apropiándose de empresas
competidoras del mismo producto o extendiendo la producción a nuevos mercados
introduciendo nuevas plantas de fabricación en ellos), con la consiguiente capacidad
combinatoria de estas posibilidades, lo que dará lugar a innumerables estrategias
empresariales en función de los productos, los mercados y la evolución de los procesos
económicos, políticos, sociales y culturales. Estrategias que irán desde la pequeña
empresa auxiliar, o la pequeña o mediana empresa altamente especializada y cualificada,
pasando por la empresa internacional (una planta y diversos mercados internacionales) a
las grandes corporaciones multinacionales como empresas internacionales tanto en
mercado de ventas como en producción (multiplantas internacionales), controlando el
conjunto total, o bien partes importantes, del proceso del producto, así como con intereses
en muy diversos sectores.
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Estas posibilidades de división técnica, de la producción, social y espacial-territorial, se
ven potenciadas a medida que se avanza en la complejidad de los productos, formados
por innumerables partes y componentes. Así para una misma función, la del transporte, se
pasa del carro o carruaje, que podía ser fabricado artesanalmente, a un sinnúmero de
medios a cual más complejo: automóviles, furgonetas, camiones, tractores, pero también
ferrocarriles o aviones. Además las leyes de la competencia en el mercado hacen que
estos nuevos productos deban ser distintos y cambiantes en periodos de tiempo que
podemos considerar como cortos, unos pocos años. Es inimaginable, tanto en
complejidad como en inversión necesaria, pensar en la fabricación artesanal (por un sólo
artesano) de aviones comerciales o de autocares.
En este sentido, la división técnica del trabajo ha sido causa y efecto de la complejidad
progresiva de los productos que se fabrican actualmente, al tiempo que ha permitido la
ampliación de los mercados y de los consumidores, implicando el desarrollo de las fases
de distribución y comercialización, con la aparición de funciones y de sectores que se
consideran terciarios, como son por ejemplo, los de marketing, estudios de mercado,
publicidad, asesoramientos de diverso tipo, etc.
Bajando al nivel concreto podemos constatar que un sinfín de productos pasan por las
siguientes fases de producción:
d) Montaje y acabado.
f) Comercialización.
Fases que, a su vez, internamente se dividen en los términos descritos hasta aquí.
Cuando una empresa reúne todas las fases, desde la investigación y desarrollo hasta la
comercialización (y financiación como en el caso del sector del automóvil), desde el punto
de vista de la actividad social se consideran como puestos de trabajo pertenecientes al
sector industrial, ya que el producto industrial es el que caracteriza la producción.
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En cambio, en la hipótesis de que la empresa se dividiese en siete empresas
independientes, una por fase que hemos establecido, el recuento de la población activa
por sectores pasaría a[LW11] distribuirse entre los dos sectores.
Lo que es cierto es que cuando este proceso de división tiene lugar, significa que se han
alcanzado unos volúmenes de producción elevados, y que la localización de las nuevas
actividades terciarias, y la potencial relocalización de las secundarias, tendrán un claro
reflejo de homogeneización funcional espacial-territorial.
Serán, por consiguiente, importantes los efectos territorializadores de este proceso. Por
ejemplo, la autonomización de las funciones i+d (investigación y desarrollo) es la que
posibilita la plasmación de unos espacio altamente funcionalizados, cual son los Parques
Tecnológicos. En este caso una de las ventajas que se considera que aportan esta
especialización territorial es la de aprovechar su efecto como economías de
aglomeración, por un lado en un contexto socio-territorial en el que se den las condiciones
de producción y reproducción de fuerza de trabajo altamente cualificada, mientras que,
por otro, la alta concentración de personas de alta cualificación técnica favorezca un
proceso sinergético de realimentación positiva.
Marx apoya la división social sobre dos pilares. División jerárquica-social, como reflejo de
la relación de propiedad respecto a los medios de producción, separando a los que son
propietarios de los medios de producción de los que, interviniendo en el proceso
productivo, no son propietarios de los medios de producción. Este es el gran eje
articulador de la estructura en clases sociales. Si hacemos llegar hasta nuestros días el
concepto de división social, lo que podemos constatar es que la división en función de la
propiedad esconde otra realidad cada vez más visible. Se trata de la distinción entre
propietario de los medios de producción y gestor de esos medios.
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las sociedades anónimas, en donde una gran parte de los agentes que participan de la
propiedad se hallan desvinculados del proceso productivo en sentido estricto, es una
situación todavía poco clarificada a este respecto.
Por cualquiera de los mecanismos posibles se constata el crecimiento del grupo social
gestor que, al igual que con la apropiación, puede o no coincidir con la propiedad. La
expansión de la sociedad anónima, como paradigma de sociedad empresarial capitalista,
refuerza esta dualización, abriendo una brecha cada vez mayor entre propiedad y gestión.
El mismo principio que permite la separación entre propiedad y gestión estaría en la base
de los intentos de integración obrera en las empresas bajo el modelo de capitalismo
popular, por el cual al trabajador asalariado se le permite participar de los beneficios, al
ofrecérsele la posibilidad de disponer de acciones de la propia empresa, sin que ello
conlleve la posibilidad de una participación efectivo en su gestión.
El tercer nivel en la división social se sitúa en el ámbito ejecución. Ejecución como acto
efectivo de participación en la producción de mercancías, sean bienes o servicios.
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según a las clases o grupos sociales a los que vayan dirigidos, y donde el precio del
espacio construido actuará de mecanismo jerarquizador. Este último es fácilmente
detectable a través de la simple visualización de los distintos lugares que configuran un
espacio urbano. Es por ello que la elección del lugar de residencia pasa por la apreciación
de la clase-categoría social en la que se está incluido, o se aspira a pertenece. Aquí
entraría en juego el principio de polifuncionalidad potencial y monofuncionalidad efectiva
de todo espacio, lo cual nos señalará la categoría a la que quedará adscrito un lugar-
territorio.
Junto a ello, el reciente proceso de desarrollo de los servicios a la empresa como forma
autónoma de constituir empresas, abre otra etapa de importantes consecuencias socio-
territoriales. El deslizamiento de las actividades 'terciarias' que se desarrollaban en el
interior del sector industrial, hacia la constitución de los servicios a la producción como
parte del sector terciario, llevará aparejada, tanto la revalorización social de los individuos
como del territorio donde se asienten, sea como espacio vivido, sea como espacio
autovalorado.
Podemos observar que para los agentes que se deslizan en este proceso, el cambio de
adscripción profesional como trabajadores industriales hacia trabajadores del sector
terciario puede tener como reflejo un cambio de mentalidad colectiva de los individuos que
lo componen.
La causa puede situarse en el hecho del significado que socialmente se les otorga a las
actividades terciarias de alto contenido cualitativo. En efecto, con la tendencia hacia la
terciarización de una parte de la antiguas actividades industriales, por el hecho de pasar a
ser consideradas ahora exclusivamente como actividades de condición terciaria, los
agentes se ven desligados del ámbito de lo 'manual', al que se veían aparejados, para
vincularse -y vivirse- ahora exclusivamente como actividades 'intelectuales'. De ello se
derivará una autoapreciación social de sus miembros como categoría social superior.
La importancia socio-espacial que conlleva este proceso tiene su reflejo en una valoración
territorial diferenciada, según se destine a espacio industrial o de servicios. En la medida
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en que la división del trabajo y de la producción precisen la coherencia territorial, el
espacio-territorio deberá organizarse según su disposición adecuada en cuanto división
territorial. En efecto, los servicios a la producción tienen su baza más importante en
beneficiarse de economías de aglomeración, formando concentraciones espaciales de
alta especialización. Por un lado el centro urbano, o las áreas de centralidad urbana, por
otro los nuevos espacios especializados del tipo business park o de parque tecnológico -
donde precisamente lo manual-industrial que contengan quedará ahora subordinado a lo
científico-técnico-, se presentan como espacio separados y diferenciados de los espacios
industriales, siendo el aspecto más importante la ocupación del espacio urbano por los
servicios, y el desplazamiento -siguiendo de hecho el proceso clásico- de las instalaciones
industriales hacia territorios periféricos -periurbanos, rurales o 'subdesarrollados'- lo cual
ayuda a su vez a reforzar esta apreciación negativista.
Por ello, a la valoración peyorativa que todavía pervive en nuestras sociedades respecto
al trabajo manual, se enfrenta la sobrevalorización que se quiere conceder al trabajo
considerado intelectual o de alto contenido tecnológico. La apreciación social de este
segundo tipo de trabajos se hará extensiva a los territorios funcionalizados en esta
dirección. Será así que los territorios especializados en servicios a la producción pasarán
a ser espacios vividos con mentalidad de 'clase media' ascendente, con cierta
componente de clase dirigente en cuanto se vincule a la gestión. Pero no por ello dejará
de ser 'pequeño burguesa', por cuanto permanecerá alejada de la propiedad de sus
medios de producción. La asalarización continua estando en la base de su vinculación
laboral, aunque lo puedan ser como asalariados mejor pagados.
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Dicken, 1990), generadores de nuevos modelos de polarización que aprovechan las
nuevas tecnologías (Duche y Savey, 1987)
Éstas permiten en el interior del proceso productivo y de la empresa, un uso más flexible y
una gestión más descentralizada. Mientras que en la relación entre empresas, y sobre
todo entre unidades productivas separadamente localizadas, aún cuando pertenezcan a la
misma firma, la interconexión tanto física por los transportes, como informacional en
relación con la gestión, amplia la capacidad de flexibilizar la localización y la
relocalización.
Es pues posible un uso flexible de los diferenciales territoriales (Andreola et al. ; Walker y
Storper 1981), lo que lleva a una reorganización territorial de la producción. Es posible,
por ejemplo, la sustitución de la gran factoría integrada en grandes ciudades industriales
en los países avanzados, con uso de gran cantidad de fuerza de trabajo, por factorías
pequeñas y altamente automatizadas, especializadas en tareas particulares,
territorialmente dispersas, pero productivamente integradas, de forma que permita
alcanzar nuevas economías de escala aprovechando los menores costos de las nuevas
localizaciones (Amin y Smith, 1986).
Para Castells en este proceso las nuevas tecnologías no son sólo soporte material de la
economía mundial, sino que son determinantes fundamentales de la competitividad
internacional de las empresas, lo que condiciona en buena medida la riqueza de las
naciones (Castells, 1990). Disponer o no de tecnología, así como tener o no acceso a ella,
se convertirá en un problema de primera magnitud en términos de desarrollo diferencial y
desigual a escala mundial (Stewart, 1977; Cruz, 1987)
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periféricas) en términos de i+d en el marco de una economía segmentada (Morphet,
1987). Por ejemplo, es perceptible la extensión de la subcontratación, generando una
estructura locacional de subcontratación, sobre todo a escala intraurbana (Holmes, 86),
así como una concentración de la desocupación (Johnston 1986). Mientras que otra figura
territorial que ofrece interés son los conglomerados territoriales que forman distritos
industriales como forma de división espacial de la producción entre empresas
territorialmente integradas (Castillo, 1988).
La conclusión final que podríamos extraer es que el concepto de división del trabajo
continua siendo esencial en la organización del proceso productivo a todas las escalas.
Por ello debe ser interpretado en su concreto alcance según sea el ámbito al que se
aplique, siendo conveniente, para una mayor facilidad de análisis e interpretación,
distinguir con claridad analítica y conceptual las distintas formas que asume, desde la
división técnica en el interior de la empresa y en el puesto de trabajo, hasta la división
internacional de la producción. Pues, aún pudiendo decirse que todas ellas se apoyan en
el mismo principio, no obstante, lo que se divide en cada caso, la escala a la cual se
actúa, y lo que se busca alcanzar a través de la manipulación de cada posibilidad, son
aspectos y resultados suficientemente variados, como para requerir estrategias
diferenciadas, en la lucha entre agentes sociales distintos.
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