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Los Collas
La identidad y la formación política de los collas se confunden en parte por el uso
inconsistente del término “colla” en las fuentes documentales. A veces significa una
nación étnica específica, en sentido opuesto a los lupacas, los canas, etc. (como es uti-
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es el otro sitio principal que ha sido investigado (Ayca 1995; Ravines 2008; Revilla y
Uriarte 1985; Ruiz 1973, 1976). En este famoso cementerio, la gran cantidad de tumbas
con una variedad de estilos y materiales, sugiere que diferentes grupos regionales
usaron el sitio por un largo período de tiempo. Las excavaciones confirmaron que el
sitio fue usado durante todo el período Altiplano y el Horizonte Tardío y, quizás, em-
pezó mucho más temprano. Últimamente, las excavaciones de Elizabeth Klarich en
Pukara dan cuenta de una importante ocupación colla sobre los niveles del período
Formativo (Abraham 2006; Klarich 2005). Resultados de prospecciones recientes (aún
sin publicar) están aclarando los patrones de asentamiento en algunos sectores del
área Colla.
Un problema significativo que queda pendiente es la escasez de información en la
cuenca septentrional sobre los siglos después del final de Pukará y antes del inicio del
período Altiplano. La presencia de Tiwanaku es muy ligera en la zona, así que todavía
no tenemos una idea clara del carácter de estas sociedades durante el Horizonte Me-
dio: de los ancestros presumibles de los colla. El trabajo de Cecilia Chávez y sus cole-
gas sobre el estilo Huaña es un paso sumamente importante para llenar este vacío.
Estas investigaciones previas demuestran que en el período Altiplano el tipo de si-
tio más notable fue el pukara. La categoría de pukara incluye una inmensa variedad de
sitios defensivos: refugios sin evidencia de ocupación permanente, aldeas pequeñas,
hasta los pueblos grandes con quinientas o más estructuras y evidencia de ocupación
intensiva, que seguramente constituyeron los centros políticos mayores de la época.
Puesto que actualmente las cimas de los cerros no tienen ocupación y raramente son
cultivables, los pukaras no se ven afectados por las cercanas comunidades modernas
(con excepción del pastoreo, del huaqueo y de ocasionales ceremonias en las cum-
bres), por lo cual muchos pukaras se encuentran en buen estado de conservación y su
arquitectura todavía es visible en la superficie.
(viviendas) que son la forma arquitectónica más común en los pukaras. Unas visitas
adicionales se realizaron en el 2005 y 2007 para tomar más fotos y corregir algunos
planos de los sitios con una unidad GPS más precisa (Trimble GeoXT).
Distribución
La distribución de los pukaras en la zona Colla se observa en la Figura 2. Estos se ubi-
can en los cerros de 3900 hasta 4600 m de altura, con un promedio de 4100 m. Casi
todos están en los cerros que abarcan las pampas o valles de los ríos, pero no en las
áreas más montañosas. Aunque tienen acceso a buen pastoreo, muchos están asocia-
dos a sistemas de andenería en las faldas adyacentes. Es decir, sus habitantes tenían
una base económica agro-pastoril.
301 / Elizabeth Arkush
Datación
La datación de los pukaras no se basa solamente en estilos de cerámica sino que para
mayor precisión se usan fechados radiocarbónicos. Las muestras de carbón se extra-
jeron de los pozos de prueba en diez pukaras, además de muestras de paja o madera
tomadas del mortero de las murallas defensivas en ocho de ellos, consiguiendo un to-
tal de 42 fechados de 15 pukaras (ver Arkush 2008). En el período Altiplano1, la mayo-
ría de las fechas oscilan entre 1300 y 1450 d.C. Tres de los 15 pukaras fueron ocupados
o construidos en la fase temprana del período Altiplano, entre 1000 y 1300 d.C. Estos
son dos pukaras pequeños y bajos, y un caso de un pukara sin evidencia de ocupación
intensiva. Durante la segunda mitad del período, 14 de los 15 pukaras fueron utiliza-
dos y estos incluyen pukaras de todo tipo y tamaño, inclusive los más grandes. Para
resumir, es claro que el fenómeno de los pukaras pertenece mayoritariamente a la
fase tardía del período Altiplano.
1 Hay 3 fechados que corresponden al período Formativo para la ocupación de pukaras, aun-
que no existe evidencia de la construcción de murallas defensivas en esta época temprana.
Los otros fechados pertenecen al período Altiplano.
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Las entradas de las murallas varían de un sitio a otro. Con frecuencia, son peque-
ñas, por lo que tuvieron que haber ingresado en fila india (Figura 7). A veces, hay un
muro paralelo detrás de una entrada o, en otros casos, dos muros flanquean la ruta
de ingreso a cada lado, pudiendo servir como puestos de vigilancia para controlar la
entrada. En otros casos, existen entradas relativamente amplias, quizás para facilitar
el ingreso de camélidos.
304 / Los pukar as y el poder: Los collas en la cuenca...
Finalmente, cabe notar que estos elementos de diseño defensivo en las fortificacio-
nes son muy comunes a través de las culturas: líneas múltiples de defensa, parapetos,
entradas protegidas, etc. El énfasis continuo en el carácter defensivo de los pukaras está
implícito igualmente en las modificaciones a través del tiempo: entradas bloqueadas,
murallas con otra cara añadida, o murallas construidas en episodios múltiples.
Otra arquitectura
Aunque las murallas son los rasgos más imponentes de los pukaras, otras formas de
arquitectura son visibles en la superficie, sobre todo los cimientos de viviendas cir-
culares (Figuras 8, 9, 10). Estos cimientos están marcados con un círculo de una o
dos hileras de lajas horizontales o verticales, que tienen un promedio de 3 a 3,5 m de
diámetro externo, pero varían entre 2 y 6 m. Las excavaciones restringidas en diez vi-
viendas de los pukaras mostraron pisos (superficies compactadas, pero no preparadas
especialmente) y muchos artefactos de ocupación doméstica: fragmentos de cerámi-
ca, huesos rotos de camélidos y otros animales, lascas, piruros, etc. De la estructura
doméstica sólo queda el cimiento y como no hay evidencia de muros de piedra caídos,
supongo que había una estructura bastante baja hecha de adobe y techos de paja. Se
halla una excepción en Cerro Pucará (V3) donde hay superposición de pirca que per-
manece todavía intacta (Figura 10).
Estas viviendas se hallan agrupadas en filas, en terrazas o en canchones habitacio-
nales (Figuras 13, 14). A veces, sus puertas son visibles como un espacio entre las lajas.
Las puertas generalmente están orientadas en una sola dirección (evitando el viento),
o pueden ubicarse frente a otras casas dentro de un canchón amurallado.
305 / Elizabeth Arkush
Figura 9. Una vivienda en Cerro Inka (AZ3), con lajas horizontales y verticales
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Figura 10. En Cerro Pukara (V3), las viviendas tienen estructura de piedras
Figura 11. Esta vivienda en Machu Llaqta (Chila, V2) tiene una laja con un agujero
(centro abajo), posiblemente para amarrar el techo
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les; pueden o no incluir mortero de barro, o de argamasa. Pero aún más comunes que
las chullpas son las tumbas colleradas, tumbas de cistas y varios tipos transicionales
entre ellos y las chullpas. Aunque hay variación local en las formas de las tumbas, hay
también patrones regionales: por ejemplo, las chullpas son mucho más comunes en la
parte sur del área de prospección, cerca de Puno y la Laguna Umayo. Las tumbas en
los pukaras generalmente están agrupadas en diferentes cementerios, separadas del
área habitacional y con frecuencia en la cima alta del cerro, o fuera de las murallas
defensivas. Un pukara, a menudo, está asociado a más de un cementerio sugiriendo la
posible existencia de subgrupos sociales dentro de un sitio grande.
La disposición de las casas, estructuras circulares pequeñas y tumbas en los puka-
ras revela cuestiones de sumo interés. Las probables viviendas y almacenes siempre
están ubicadas dentro de las murallas defensivas, indicando que había que proteger
al pueblo y a la propiedad de los ataques. En cambio, las tumbas se encuentran fuera o
dentro de las murallas, lo que implica que no se hallaban en grave peligro de destruc-
ción o profanación. Más allá de estas observaciones, no hay un patrón ordenado en el
trazado de los pukaras. Parecen ser pueblos que crecieron orgánicamente, por el in-
cremento acumulativo de familias construyendo en terrazas o canchones nuevos, sin
planificación centralizada (Figuras 13, 14). En algunos casos, hay caminos antiguos
que dividen al sitio en sectores, pero no parecen planificados con anterioridad. Tam-
poco existe mucha evidencia de una marcada jerarquía. Los tamaños de las viviendas
varían mucho en cada sitio, pero nunca hay una casa más grande o mejor acabada
que las otras, que obviamente pertenecería a un líder o cacique. Tampoco existen
sectores segregados de elites,
aunque las casas más grandes
suelen estar en las partes más
altas y/o defendibles de los
sitios. En general, los pukaras
no tienen “centros” claros,
aparte de sus cimas rocosas,
donde con más frecuencia se
ubican las tumbas. Estas tum-
bas en los picos altos fueron
posiblemente el foco espiri-
tual así como espacial de la
comunidad.
Figura 14. Una dispersión de casas, estructuras pequeñas y tumbas en Cerro Minas Pata (AR5)
m de diámetro en tres pukaras cerca de Lampa que posiblemente pudieron ser usadas
para reuniones o rituales. Estas estructuras se ubican fuera del área residencial y apa-
rentemente no fueron viviendas (por ejemplo, el recinto en Apu Pukara, L6, está fuera
de las murallas defensivas). En Lamparaquen (L4) tiene muros de 2 m altura y 1 m
ancho, además de banqueta bordeando todo el muro interior. Otro tipo de rasgo pro-
bablemente ceremonial son los petroglifos: mayormente figuras abstractas grabadas
en la roca madre. En algunos casos, los petroglifos están ubicados en un lugar central
(p. ej., en Llongo S4 y a Calvario de Asillo AS1). En otros casos, están dispersos en el
área habitacional. Finalmente, los montículos artificiales formados por agrupaciones
de tumbas son lugares probablemente ceremoniales y a veces tienen un diseño plani-
ficado. En la cima del cerro Santa Vila (P37) hay un montículo lineal con al menos dos
chullpas. En Inka Pukara (PKP8) existen diez tumbas de cistas formando un montícu-
lo circular con una depresión central. Pero en muchos otros sitios, no hay lugares o
estructuras obviamente religiosas, aparte de los cementerios. Dada esta ausencia de
una arquitectura o estilo ceremonial coherente, el patrón más claro es el abandono de
las formas ceremoniales de las épocas anteriores: monolitos, montículos cuadrados y
patios hundidos.
La visibilidad
El paisaje del altiplano circumlacustre, con sus pampas planas y cerros altos, crea un
ambiente de visibilidad excepcional. Las cimas de los pukaras proporcionan excelen-
te visibilidad del terreno circundante y aún más alejado, incluido la de otros puka-
ras. Aparentemente, la visibilidad fue importante para decidir donde se construían,
Figura 16. La vista desde K’atacha (L3) hacia al norte, que incluye otros 4 pukaras.
311 / Elizabeth Arkush
porque otros cerros en la zona colla con una altura en promedio similar a la de los
pukaras, no tienen siquiera la mitad de la extensión óptica (“viewshed”) de los pukaras.
Además, podemos decir que los contactos visuales entre pukaras fueron importantes
y no solo una consecuencia accidental de su ubicación en las cumbres. Distribuciones
simuladas y fortuitas de “pukaras” (hechas en la computadora usando un SIG) tienen
mucho menos contactos visuales entre ellos que los verdaderos pukaras.
Posiblemente, estos contactos visuales pudieron ser utilizados para enviar seña-
les de un pukara a otro – un medio de comunicación especialmente útil en tiempos
de guerra. Tales señales visuales de humo o fuego son reportados para la época Inca
(Garcilaso 1966: 329 [1609: VI.7]) y en fuentes más recientes para los aymara (Ban-
delier 1910: 89; Chervin 1913: 69; La Barre 1948a: 161; H. Tschopik 1946: 548). Grupos
locales de pukaras están vinculados por múltiples líneas visuales, brindando la posi-
bilidad de que estos grupos estuvieran ligados por redes de alianza y filiación.
Estilos de cerámica
Como sugirieran hace varias décadas Luis Lumbreras y Hernán Amat (1966), los esti-
los de cerámica del período Altiplano varían a través del espacio en la cuenca septen-
trional. Este patrón es muy evidente en la distribución de estilos de cerámica de las
recolecciones de superficie en los pukaras (Figuras 17, 18). Aunque la cerámica Collao
se extiende a través de toda el área Colla, otros estilos tienen una distribución más
restringida. Se encuentra cerámica Sillustani sólo en la parte oeste de la zona estudia-
da y en mayores concentraciones cerca del actual pueblo de Lampa. El estilo Pucarani
abarca solo la parte sur de la zona estudiada, cerca de Puno, Sillustani y la Laguna
Umayo y se extiende más al sur en el área Lupaca (De la Vega 1990). El sub-tipo Asi-
llo está ubicado solo cerca del pueblo del mismo nombre. Otros atributos cerámicos,
como figuras zoomorfas o motivos pintados, también demuestran una variación es-
pacial (Arkush 2011). El mosaico de estilos de cerámica refuerza la idea de variación
dentro del área colla, dada por los estilos de tumbas y la arquitectura. Estos patrones
de variación estilística y de redes de visibilidad, que están descritos con más detalle
en otras publicaciones (Arkush 2009, 2011), sugiere que esta área estuvo dividida en
varias partes durante la fase tardía del período Altiplano, con zonas locales o sub-
regionales de interacción y filiación.
Conclusiones
Los collas y la guerra
Pero, ¿qué implica esta evidencia sobre el modo de guerra de los collas?
En primer lugar, es evidente que el peligro de ataque era serio. Las cimas de los
cerros son lugares inhóspitos e inconvenientes para vivir: son fríos, ventosos, de difícil
acceso, alejados de las fuentes de agua, chacras, rutas de intercambio y de otras comu-
nidades. Así que no es sorprendente que hayan sido poco ocupados antes o después del
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período Altiplano. Esto, además del gran esfuerzo invertido en la construcción de las
murallas, señala la presión por la amenaza de ataque durante su uso en este período.
Esta amenaza no fue menor en el centro del territorio Colla así como en sus márgenes.
Tampoco fue breve, porque los pukaras fueron usados intensivamente durante dos si-
glos y varios tienen evidencia de más de un episodio de uso y construcción. Pero es
posible que la amenaza tampoco fuera constante. Por ejemplo, la guerra es estacional
en muchas culturas; hay indicaciones que fue así para los Incas, teniendo lugar en la
temporada seca, cuando los tributarios tenían tiempo disponible luego de las tareas
de cultivo y cosecha (D’Altroy 2002: 207; Rostworowski 1999: 75). Cabe anotar que la
ubicación de las casas en varios pukaras de los collas las abrigaría del viento más du-
rante la temporada seca que en la temporada de lluvias; posiblemente en estos meses
los habitantes de los pukaras se dispersaban a otros sitios. Pero todavía falta evidencia
para evaluar esta posibilidad.
Segundo, las defensas de los pukaras implican un modo de guerra que consistió en
feroces ataques quizás no muy prolongados. En las consideraciones de defensa, siem-
pre hay que recordar que las fortificaciones están diseñadas para resistir la escala de
un ataque esperado en su contexto social, pero nada más (Arkush y Stanish 2005). Las
murallas monumentales de los pukaras grandes son evidencia de la amenaza de fuer-
tes ataques de muchos guerreros. Pero la ausencia de fuentes permanentes del agua
dentro de las murallas en múltiples pukaras sugiere que los collas no prepararon ni
consideraron probables asedios prolongados. Además, sus vínculos visuales con otros
pukaras facilitarían el pedido de ayuda a sus aliados, lo cual haría mucho más difícil
un ataque muy prolongado por parte de los agresores.
Finalmente, dado que el patrón de asentamiento en pukaras es un fenómeno de la
segunda mitad del período Intermedio Tardío, generalmente después de 1300 d.C., es
obvio que estos sitios –y la guerra que esto implica– no resultaron directamente del
colapso de Tiwanaku (Arkush 2008). Es cierto que la ausencia del gran estado permitió
el surgimiento de la guerra endémica en la cuenca del Titicaca, pero debemos buscar
en otros motivos sus causas inmediatas. Las graves sequías de la época (Thompson
1985) son causas probables de conflicto sobre terrenos, cosechas o ganado; y otros
factores sociales posiblemente favorecieron la guerra y evitaron el resolver fácilmen-
te conflictos (Arkush 2008).
vos controlando áreas locales. Puesto que un grupo de pukaras normalmente incluye
sitios mayores y menores, podemos proponer relaciones jerárquicas dentro del gru-
po, aunque no podemos identificar un rango claramente elitista de la sociedad en este
momento. Este escenario de división en esferas locales o subregionales tiene sustento
en la evidencia de variación espacial de estilos cerámicos y mortuorios.
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