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Aprendizaje significativo
Me gustaría que observaran esta imagen durante unos minutos mientras piensan... ¿Qué
les sugiere?
Como muchas otras cosas en la vida, no existe una respuesta única. Cada uno de nosotros
es distinto, y por lo tanto, para cada uno de nosotros la imagen puede sugerir una cosa u
otra.
Hay una niña subida encima de unos libros, mirando hacia abajo, sujetando un libro. A
su alrededor hay un paisaje de montañas, el sol... Los libros son bastante grandes en
comparación a la estatura de la niña.
Me gustaría compartir con ustedes la interpretación que yo le doy a esta foto: la imagen
puede sugerir que los libros son muy importantes para crecer; con los libros, la niña va
subiendo eslabones, pues cada vez adquiere más conocimiento... En ese sentido, se podría
decir que vale la pena fomentar el gusto por la lectura y la comprensión lectora. Pero...
¿qué pasa con las montañas, el sol, el paisaje... en definitiva, el mundo que la rodea? La
niña sólo mira los libros, hacia abajo... ¿Le va a servir de mucho leer tanto, estudiar,
adquirir conocimientos... si no tiene la oportunidad de aplicarlos en su día a día? ¿Si no
le sirven para interpretar el mundo que la rodea?
Para mí, aquí es donde el maestro desempeña su rol principal: el de mediador entre niño
y aprendizaje; el de acompañante en la adquisición de conocimientos del niño. Si faltara
algún elemento en esta imagen, para mí sería el de un maestro que tome de la mano a la
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niña; para enseñarle cómo todo lo que se aprende en clase, lo que se aprende en los
libros... se puede aplicar y tiene sentido en la vida real. Sólo así tendrá sentido para la
niña. Entonces estaremos hablando de aprendizaje significativo.
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Los aprendizajes por repetición son entidades aisladas,
desconectadas y dispersas en la mente del alumnado, por
lo que no permiten establecer relaciones en su estructura
cognoscitiva. Estos aprendizajes son de rápido olvido y,
aunque permiten una repetición inmediata o próxima en
el tiempo, no son un aprendizaje real ni significativo.
Son un tipo de aprendizaje al que seguramente nuestros
alumnos llamarían “aburrido”. ¿Por qué? Porqué no
despiertan ningún tipo de emoción en ellos.
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Y es que, generalmente, en un aprendizaje repetitivo, la motivación del alumno no se
tiene en cuenta. En cambio, un aprendizaje significativo se basa, principalmente, en la
motivación del alumno, pues tiene en cuenta sus experiencias personales, sus ideas, sus
deseos y conocimientos.
Por tanto, para que se produzca un auténtico aprendizaje, que sea a largo plazo y que no
se someta fácilmente al olvido, es necesario que los maestros conectemos nuestras
estrategias didácticas con las ideas previas de los alumnos. Para ello hay que apoyarse en
sus intereses, y conectarlos con los objetivos de aprendizaje que nosotros nos marcamos.
Debemos presentar la información de manera coherente y atractiva, relacionándola con
sus conocimientos previos, para que así cada uno pueda ir encajando las piezas de su
propio puzle. De ahí la importancia de conocer bien a nuestros alumnos, a cada una de
las personitas a quienes van dirigidos los conocimientos y que deben construir su propio
aprendizaje. De ello hablaremos en el siguiente bloque.
Como bien sabemos, ser maestro no es algo tan simple como entrar en clase, leer la
lección del día a los alumnos, indicarles que hagan unos ejercicios al respeto y que luego
memoricen lo leído. En este caso, estaríamos hablando de un papel totalmente pasivo por
parte del alumno, donde no se tiene en cuenta sus intereses, motivaciones, dudas... Y en
el que el protagonista es principalmente el maestro,
considerado el único poseedor de conocimiento.
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Hoy en día, sabemos que el modelo del maestro que explica y el alumno que anota ha
quedado obsoleto. Ser maestro significa ser guía, mediar entre los conocimientos previos
de los que parte el alumno, y los conocimientos nuevos que queremos que adquiera. Debe
saber que para que un alumno aprenda realmente, la información que se le presente en
clase debe ser interesante y motivadora para él. El alumno debe tener la oportunidad de
ver la aplicación práctica de aquello que se le está enseñando en clase; debe poder
contextualizarlo para darle sentido.
https://www.youtube.com/watch?v=0oRXl7qQuy4
Tal y como el vídeo del alfarero muestra, un niño aprende de verdad cuando quiere
aprender “de corazón”, es decir, cuando despertamos una emoción en él; cuando está
motivado para aprender. En el vídeo, el “maestro” no le da al aprendiz toda la información
ni le explica exactamente como modelar el barro. Lo que hace es dejarle espacio para que
él mismo experimente por su cuenta, para que se equivoque, para que practique... y de
vez en cuando, lo guía en sus pasos, pero no lo dirige. El niño aprende mientras hace, en
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un contexto y en una situación reales. Él es el protagonista en todo momento, agente
activo de su propio aprendizaje, con el maestro que lo apoya y que sabe estar allí cuando
lo necesita. El niño alfarero aprende más “haciendo” él mismo sus figuras de barro, que
si el maestro le hubiera explicado con palabras como se hacen. Sólo así el aprendizaje
logra ser significativo y tener un sentido para él.
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En el modelo de educación que defendemos no existen niños sentados en sus pupitres
recibiendo instrucciones y conocimientos que les proporcionan los libros o los maestros;
sino que son ellos mismos quienes descubren los conocimientos a través de distintas
situaciones que se le plantean (como el niño del vídeo del alfarero).
Dando al niño las oportunidades necesarias para que piensen, que averigüen, que elijan
lo que quieren investigar y lo que quieren conocer... logramos aprendizajes significativos.
Estos aprendizajes, que perdurarán por mucho tiempo, les ayudarán a ser más críticos con
su entorno, a cuestionarse las cosas, a no tener miedo ante ciertas situaciones de
incertidumbre, y a sentirse más seguros a la hora de tomar una decisión (a diferencia del
niño de las viñetas...).
Muchas veces oímos decir que los niños de hoy representan la sociedad del mañana. Con
esta creencia, muchos educadores consideran que el aula es como una especie de trámite,
de transmisión, un lugar aislado donde uno prepara las maletas y se organiza un poco para
“lo importante”, que es lo que está fuera.
Esos maestros olvidan que lo importante para esos niños no está fuera, sino dentro, en el
aula, donde pasan buena parte del día. Y es que el aula en sí misma representa ya una
sociedad. En ella, nuestros alumnos conviven, se relacionan, siguen unas reglas, trabajan,
aprenden y se desarrollan como personas. Entonces, si queremos que ellos sean los futuros
ciudadanos de una sociedad democrática, y que por lo tanto, que se comporten como
demócratas, en nuestro aula debe haber democracia. En nuestro aula democrática debe
asegurarse la participación de todos los alumnos, oír todas sus voces y escucharles,
respetarles, y considerar sus opiniones. ¿Cómo van a ser ciudadanos que conozcan y
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defiendan sus derechos, si en el aula no les damos la oportunidad de expresarse, de tomar
decisiones, de elegir, de pronunciarse?
Asimismo, un maestro que cree en la educación activa y participativa sabe que enseñar
a argumentar es fundamental. Argumentar es explicar las cosas. Las cosas no son porqué
sí, porque lo dice el maestro. Las cosas se explican para que se comprendan. El maestro
que ayuda a sus alumnos a argumentar es un maestro que ayuda a sus alumnos a pensar.
Porqué quiere que sus alumnos se conviertan en personas críticas, comprometidas con su
entorno. En ese sentido, tiene que existir debate en el aula. En el aula deben crearse
situaciones donde haya intercambio de opiniones, donde todos los alumnos participen por
igual. Pues si queremos que nuestros alumnos crezcan en una sociedad inclusiva, nuestro
aula debe ser inclusiva también. Y eso significa facilitar la colaboración entre todos, y
ajustar los objetivos para que todos puedan participar.
“La motivación es esa fuerza interna que impulsa al individuo a hacer cosas para
alcanzar un objetivo” (Harmer, 2001:51)
Entre los muchos factores afectivos que influyen en el aprendizaje de nuestros alumnos,
hay uno que probablemente se encuentre entre los más poderosos: la motivación.
Llamamos motivación a aquella fuerza que nos mueve a realizar actividades. Estamos
motivados cuando tenemos la voluntad de hacer algo. En el caso de la enseñanza, nos
referimos a la estimulación de la voluntad de aprender. Es el interés que tiene el alumno
por su propio aprendizaje o por las actividades que lo conducen a él.
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capacidades, los conocimientos, las estrategias, y las destrezas necesarias (componentes
cognitivos). Pero además, es necesario “querer” hacerlo, tener la disposición, la intención
y la motivación suficientes (componentes motivacionales). En consecuencia, en la mejora
del rendimiento académico debemos tener en cuenta tanto los aspectos cognitivos
(refiriéndonos a la “habilidad”) como los motivacionales (refiriéndonos a la “voluntad”),
y trabajarlos con nuestros alumnos de forma integrada.
Según varios estudios, un estudiante motivado desarrollará una actitud positiva que le
permitirá aprender mejor, mientras que un estudiante ansioso o poco motivado creará un
bloqueo mental que interferirá notoriamente en su aprendizaje.
Como maestros seguro que habrán observado repetidos fracasos que experimentan
algunos alumnos en el aprendizaje, no tanto por falta de aptitud, sino por falta de
motivación. Estos fracasos les llevan a desarrollar creencias de falta de competencia, que
a su vez, conllevan bajas expectativas de logro y como consecuencia, escasa implicación
en las tareas y un bajo rendimiento escolar.
Por otro lado, sabemos que es una suerte encontrar en clase a un alumno que quiere
aprender por sí solo, que siempre llega totalmente motivado... Porqué eso es difícil de
encontrar. Como bien sabemos, en muchos estudiantes la motivación no viene por sí sola,
y en ciertos casos, ésta depende de factores externos, entre los que se encuentran los
compañeros, el contenido, los materiales, el tiempo y, por supuesto, el mismo maestro.
A continuación se presentan algunas pautas generales que los maestros, como factor
directamente influyente en nuestros alumnos, podemos aplicar en nuestra aula para
fomentar su motivación para el aprendizaje:
“La educación más eficiente es aquella que proporciona a los niños actividades, autoexpresión
y participación social” (Froebel)
● Romper con la monotonía del discurso del maestro creando “suspense”: preguntando
a los alumnos, generando interrogantes, relacionando el contenido con sus experiencias,
con lo que conocen o con lo que les es familiar...con el fin de estimular el interés de los
estudiantes.
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● Ser flexible y dinámico: Cambiar a menudo de actividades, de grupos, de lugar, de
espacio dentro del aula... ayuda a captar el interés y mejorar la atención y motivación por
lo que se está haciendo.
Por lo tanto, podemos afirmar que trabajar a través de la motivación de los alumnos
despierta en ellos unas actitudes y emociones positivas, que les ayudan notablemente en
su proceso de aprendizaje. Si tenemos en cuenta la motivación de los alumnos a la hora
de enseñarles, de seguro que las actividades que les propondremos tendrán un sentido
para ellos, serán significativas, y consecuentemente, aprenderán mejor.
Relacionándolo con la participación activa del alumno, de la que antes hablábamos, hay
autores que defienden que se motiva más y mejor quienes mayores y mejores experiencias
viven en el aula. Todos estarán de acuerdo en que casi a ningún niño le motiva estar
sentado en una silla escuchando durante horas. Sin embargo, a la mayoría sí les motiva
levantarse, moverse de un lado a otro, hacer actividades variadas en las que puedan
experimentar, tocar, manipular, conversar, trabajar con sus compañeros en equipo,
equivocarse, probar... Entonces, si sabemos eso... ¿Por qué seguimos obligándoles a
permanecer sentados en una silla mientras nos escuchan recitar la lección? ¿No sería
mucho más motivador, y por lo tanto más efectivo, que aprendieran a través de
actividades dinámicas en las que se les invitara a participar activamente?
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Entonces: si lo importante para que un alumno aprenda es que esté motivado; si lo
importante es la forma en la que presentamos los aprendizajes; si lo importante es que
nuestros alumnos aprendan a través de actividades significativas y motivadoras...quizás
valga la pena preguntarnos lo siguiente: ¿qué tipo de actividades motivan a nuestros
alumnos?
Si les preguntara ¿Qué es lo que a todo niño le gusta hacer? ¿Qué es lo que todo niño,
independientemente de sus orígenes, condición o situación, disfruta haciendo? ¿Qué es lo
que motiva a todos los niños y niñas del mundo? Estoy convencida de que todos
podríamos dar una única respuesta común: jugar; el juego.
Sin embargo, ¿cuantas escuelas enseñan a través del juego a sus alumnos? ¿Cuantos
centros consideran el juego como un método básico de enseñanza, y no sólo como un
medio de ocio y entretenimiento?
Aunque cada vez son más las escuelas que van introduciendo el juego y las actividades
lúdicas dentro del aula como método de enseñanza-aprendizaje, aún hay muchas que
subestiman esta poderosa herramienta. Aún hay muchos maestros para los que el juego
“es algo para la hora del recreo”, “primero a trabajar y luego a jugar”... Pero ¿acaso el
niño no trabaja infinidad de capacidades mientras juega? En seguida lo averiguaremos.
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Y es que pedagogos y psicólogos reiteran una y otra vez que el juego infantil es una
actividad mental, física y social esencial, que favorece el crecimiento del niño de forma
integral y armoniosa.
Porqué el niño necesita jugar no sólo para tener placer y entretenerse. Sino también, y
este aspecto es muy importante, para aprender y comprender el mundo. Y es que el juego
presenta un sinfín de posibilidades educativas que contribuye a la mejora del niño como
ser humano. Como maestros, debemos conocerlas y potenciarlas en nuestra labor
educativa:
● Desarrollo motriz: a través de diversos juegos el niño puede correr, saltar, trepar, subir
y bajar, precisar movimientos finos (como el trazo o la pinza...) y desarrollar muchas más
habilidades motrices.
y fantasía. Por lo tanto, la actividad mental en el juego es continua. A la vez que el niño
juega, crea cosas, inventa situaciones y busca soluciones a diferentes problemas que se le
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plantean de forma lúdica y entretenida. A través del juego, el niño aprende a prestar
atención en lo que está haciendo, a memorizar, a razonar, a asociar, estimulando así su
pensamiento y favoreciendo su desarrollo intelectual.
● Desarrollo emocional: los juegos con los que el niño asume un rol determinado y donde
imita y se identifica con los distintos papeles de los adultos influyen de una manera
determinante en el aprendizaje de actitudes, comportamientos y hábitos sociales. Tanto
la capacidad de simbolizar como la de representar papeles le ayuda a tener seguridad en
sí mismo, a autoafirmarse, acrecentando, además, la comunicación y el mantenimiento de
relaciones emocionales.
A modo resumen, podemos decir que a través del juego, el niño puede aprender a
controlar su propio cuerpo, a coordinar sus movimientos, organizar su pensamiento,
explorar el mundo que le rodea, controlar sus sentimientos y resolver sus problemas
emocionales. En definitiva, se convierte en un ser social y aprende a ocupar un lugar
dentro de su comunidad.
Teniendo en cuenta todas las razones explicadas anteriormente, podemos declarar que el
juego es el recurso educativo por excelencia para la infancia.
¿Cuál va a ser nuestro rol como maestros? Si nos queremos convertir en “directores” del
juego, en personas “adultas y serias”, que mandan, organizan y disponen, jamás
lograremos un clima adecuado, donde el niño se exprese de manera autónoma y libre.
Esto no significa que debamos dejar a nuestros alumnos solos jugando libremente;
debemos jugar a su lado, acompañarlos en el juego, poner palabras a lo que hacen,
orientarlos, darles ideas y animarlos, con el propósito de que encuentren en nosotros a
alguien a quien acudir de una forma abierta y distendida.
Asimismo, debemos saber adaptar cada tipo de juego a los fines educativos que nos
proponemos. Pues no se trata de jugar por jugar, sino que todo juego que diseñemos tendrá
un fin educativo y unos objetivos pedagógicos concretos. Por otro lado, también
deberemos saber adaptar el juego a las necesidades e intereses de nuestros alumnos. Puede
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que al principio suponga un trabajo extra, pero la recompensa de enseñar con este método
es gratificante tanto para los alumnos como para nosotros mismos.
Mediante el juego, los alumnos pueden aprender de una manera más práctica y activa en
su educación. Esto es lo que defiende la Educación Emocional: el aprendizaje a través de
la acción y de actividades significativas (entre las cuales se encuentra siempre el juego).
Si alguien de ustedes participó en la capacitación sobre Educación Emocional que realicé
en su país durante los meses de septiembre y octubre del año pasado, seguramente me
recordarán como alguien que casi no les dejó estar sentados. Pues mi opinión es que todos
(no solo los niños, sino también los adultos) aprendemos cuando nos levantamos de la
silla y hacemos, cuando ponemos en práctica, cuando lo que hacemos tiene un sentido
para nosotros y nos despierta alguna emoción. Los juegos y las dinámicas (a las que todos
los maestros quisieron libremente participar y, a mi parecer, disfrutaron) forman parte
importante de ello. ¿Realmente merece la pena tener a los alumnos tantas horas sentados
en la silla?
Utilizando el gran atractivo del juego, impedimos que los niños pierdan interés y se
motiven para aprender. Al incluirse el juego en las actividades diarias de los alumnos,
se les va enseñando que aprender puede ser fácil y divertido, que se pueden generar
cualidades como la creatividad, el deseo y el interés por participar, el respeto por los
demás, atender y cumplir reglas, ser valorado por el grupo, actuar con más seguridad y
comunicarse mejor, y expresar su pensamiento libremente y sin obstáculos. El resultado
será el de un alumnado con pensamiento más crítico, imaginativo, creativo y con sentido
del compromiso hacia su propia educación y, a la larga, hacia su comunidad.
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