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BLOQUE 2.

APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO, MOTIVACIÓN Y


EMOCIONES

Aprendizaje significativo

Me gustaría que observaran esta imagen durante unos minutos mientras piensan... ¿Qué
les sugiere?

Como muchas otras cosas en la vida, no existe una respuesta única. Cada uno de nosotros
es distinto, y por lo tanto, para cada uno de nosotros la imagen puede sugerir una cosa u
otra.

Hay una niña subida encima de unos libros, mirando hacia abajo, sujetando un libro. A
su alrededor hay un paisaje de montañas, el sol... Los libros son bastante grandes en
comparación a la estatura de la niña.

Me gustaría compartir con ustedes la interpretación que yo le doy a esta foto: la imagen
puede sugerir que los libros son muy importantes para crecer; con los libros, la niña va
subiendo eslabones, pues cada vez adquiere más conocimiento... En ese sentido, se podría
decir que vale la pena fomentar el gusto por la lectura y la comprensión lectora. Pero...
¿qué pasa con las montañas, el sol, el paisaje... en definitiva, el mundo que la rodea? La
niña sólo mira los libros, hacia abajo... ¿Le va a servir de mucho leer tanto, estudiar,
adquirir conocimientos... si no tiene la oportunidad de aplicarlos en su día a día? ¿Si no
le sirven para interpretar el mundo que la rodea?

Para mí, aquí es donde el maestro desempeña su rol principal: el de mediador entre niño
y aprendizaje; el de acompañante en la adquisición de conocimientos del niño. Si faltara
algún elemento en esta imagen, para mí sería el de un maestro que tome de la mano a la

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niña; para enseñarle cómo todo lo que se aprende en clase, lo que se aprende en los
libros... se puede aplicar y tiene sentido en la vida real. Sólo así tendrá sentido para la
niña. Entonces estaremos hablando de aprendizaje significativo.

Un objetivo o actividad es significativa cuando significa


algo para el alumno, cuando se ve en ella alguna utilidad
o cuando entretiene o divierte.

Los seres humanos tenemos un gran potencial de aprendizaje, y el aprendizaje


significativa facilita la expansión de este potencial. Como maestros, tenemos una ventaja:
todo niño, todo alumno, presenta una disposición favorable a este tipo de aprendizaje, ya
que aumenta su autoestima, potencia su enriquecimiento personal, se ve el resultado del
aprendizaje (ya que lo pueden aplicar) y se mantiene la motivación para aprender.

Podríamos decir que el término opuesto al aprendizaje significativa es el aprendizaje


memorístico o repetitivo. De acuerdo con ello, diversos estudios muestran como el
aprendizaje basado en la repetición tiende a inhibir el nuevo aprendizaje, mientras que el
aprendizaje significativo facilita el nuevo aprendizaje relacionado. Por otra parte, los
materiales aprendidos significativamente pueden ser retenidos durante un periodo
relativamente largo de tiempo, meses incluso años, mientras que la retención del
conocimiento después de un aprendizaje memorístico por repetición mecánica es de un
intervalo corto de tiempo medido en horas o días (¿Alguien de ustedes se cuestiona en
este punto la finalidad última de los exámenes tal y como están planteados hoy en día?
¿Evaluamos lo que el niño ha aprendido? ¿O más bien lo que el niño ha memorizado?).

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Los aprendizajes por repetición son entidades aisladas,
desconectadas y dispersas en la mente del alumnado, por
lo que no permiten establecer relaciones en su estructura
cognoscitiva. Estos aprendizajes son de rápido olvido y,
aunque permiten una repetición inmediata o próxima en
el tiempo, no son un aprendizaje real ni significativo.
Son un tipo de aprendizaje al que seguramente nuestros
alumnos llamarían “aburrido”. ¿Por qué? Porqué no
despiertan ningún tipo de emoción en ellos.

¿A alguien se le ocurre un aprendizaje totalmente memorístico y repetitivo, relacionado


con las matemáticas, por el que todo alumno debe pasar? ¿Qué es lo que todo el mundo
sabe recitar a la perfección relacionado con los números? Seguramente muchos ya habrán
acertado: ¡son las famosas tablas de multiplicar! En este caso, queda clara la utilidad que
tiene para nuestro día a día saberse todas las tablas de memoria, pero... ¿Existe una única
forma para que los niños las memoricen? ¿Sólo se pueden aprender algo de memoria a
partir de la simple repetición? Les animo a que piensen en otras formas de enseñar las
tablas de multiplicar que sean significativas para los alumnos. ¿Cómo no les va a costar
aprenderse las tablas de multiplicar, con lo aburridas que son!? Vamos a pensar en formas
de enseñarlas que sean motivadoras para ellos (por ejemplo, ¿Por qué no hacemos una
lista con las canciones favoritas de la clase, y las versionamos, es decir, les cambiamos la
letra, por las tablas de multiplicar?) ¿No pensáis que el aprendizaje va a ser entonces
mucho más motivador y significativo para nuestros niños? De seguro que todos se lo
pasan mucho mejor en clase. Piensen en la cantidad de emociones positivas que habrán
despertado en ellos durante el proceso de aprendizaje de las tablas.

Juego de la Oca diseñado


para el aprendizaje de las tablas de
multiplicar.

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Y es que, generalmente, en un aprendizaje repetitivo, la motivación del alumno no se
tiene en cuenta. En cambio, un aprendizaje significativo se basa, principalmente, en la
motivación del alumno, pues tiene en cuenta sus experiencias personales, sus ideas, sus
deseos y conocimientos.

Entonces, para que un aprendizaje nuevo sea


significativo, el alumno debe poder relacionarlo con
sus experiencias y aprendizajes previos. Dicho de otra
forma, en su proceso de aprendizaje el niño va
construyendo conocimiento como si encajara piezas de
un puzle, las nuevas con las antiguas. Nuestra función
como maestros es la de acompañarlos en la construcción de ese puzle.

Por tanto, para que se produzca un auténtico aprendizaje, que sea a largo plazo y que no
se someta fácilmente al olvido, es necesario que los maestros conectemos nuestras
estrategias didácticas con las ideas previas de los alumnos. Para ello hay que apoyarse en
sus intereses, y conectarlos con los objetivos de aprendizaje que nosotros nos marcamos.
Debemos presentar la información de manera coherente y atractiva, relacionándola con
sus conocimientos previos, para que así cada uno pueda ir encajando las piezas de su
propio puzle. De ahí la importancia de conocer bien a nuestros alumnos, a cada una de
las personitas a quienes van dirigidos los conocimientos y que deben construir su propio
aprendizaje. De ello hablaremos en el siguiente bloque.

Alumno activo vs alumno pasivo: el aprendizaje participativo

Como bien sabemos, ser maestro no es algo tan simple como entrar en clase, leer la
lección del día a los alumnos, indicarles que hagan unos ejercicios al respeto y que luego
memoricen lo leído. En este caso, estaríamos hablando de un papel totalmente pasivo por
parte del alumno, donde no se tiene en cuenta sus intereses, motivaciones, dudas... Y en
el que el protagonista es principalmente el maestro,
considerado el único poseedor de conocimiento.

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Hoy en día, sabemos que el modelo del maestro que explica y el alumno que anota ha
quedado obsoleto. Ser maestro significa ser guía, mediar entre los conocimientos previos
de los que parte el alumno, y los conocimientos nuevos que queremos que adquiera. Debe
saber que para que un alumno aprenda realmente, la información que se le presente en
clase debe ser interesante y motivadora para él. El alumno debe tener la oportunidad de
ver la aplicación práctica de aquello que se le está enseñando en clase; debe poder
contextualizarlo para darle sentido.

La Educación Emocional, que defiende el enfoque del aprendizaje significativo, sigue


una metodología eminentemente práctica. Dicho en otras palabras, considera que “el niño
debe aprender haciendo”. Con la información (saber) no es suficiente.

Por lo tanto, cuando hablamos de aprendizaje significativo, el protagonista es


principalmente el alumno. Todo lo que se le quiera enseñar debe presentarse acorde con
lo que él ya sabe, con sus experiencias previas; sólo así tendrá sentido para él. Así pues,
partimos de la base de que el alumno es el agente activo en su proceso de aprendizaje, del
que participa de forma vivencial.

Les invito a que visualicen este corto vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=0oRXl7qQuy4

Tal y como el vídeo del alfarero muestra, un niño aprende de verdad cuando quiere
aprender “de corazón”, es decir, cuando despertamos una emoción en él; cuando está
motivado para aprender. En el vídeo, el “maestro” no le da al aprendiz toda la información
ni le explica exactamente como modelar el barro. Lo que hace es dejarle espacio para que
él mismo experimente por su cuenta, para que se equivoque, para que practique... y de
vez en cuando, lo guía en sus pasos, pero no lo dirige. El niño aprende mientras hace, en

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un contexto y en una situación reales. Él es el protagonista en todo momento, agente
activo de su propio aprendizaje, con el maestro que lo apoya y que sabe estar allí cuando
lo necesita. El niño alfarero aprende más “haciendo” él mismo sus figuras de barro, que
si el maestro le hubiera explicado con palabras como se hacen. Sólo así el aprendizaje
logra ser significativo y tener un sentido para él.

”Conoces más un camino por haber viajado por


él, que por todas las conjeturas y descripciones
del mundo”(William Hazlitt)

Como vemos, el aprendizaje significativo se basa en la acción. Busca, a partir de


actividades prácticas, variadas y participativas, que el niño despierte su interés, se
cuestione dudas, piense críticamente. En consecuencia, lo que el niño aprende, lo aprende
por sí solo, y por eso le queda marcado: porqué lo ha aprendido con ilusión. Eso le motiva
a seguir aprendiendo, a seguir ilusionándose.

El resultado final de un aprendizaje tiene


un carácter bien distinto si lo enseñamos
diciéndole al niño “esto se hace así; debes
hacerlo así”, que si dejamos que el niño
pase por todo el proceso, dedicándole
tiempo, pasando por el ensayo-error,
volviéndolo a intentar, quizás
enfadándose, mirando como lo hace el
compañero, haciendo preguntas... Ese
resultado tendrá un color distinto: porqué
habrá tenido un sentido para el niño.

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En el modelo de educación que defendemos no existen niños sentados en sus pupitres
recibiendo instrucciones y conocimientos que les proporcionan los libros o los maestros;
sino que son ellos mismos quienes descubren los conocimientos a través de distintas
situaciones que se le plantean (como el niño del vídeo del alfarero).

“Para mi es un mundo raro, un mundo estraño cuando un ser, un


niño o una niña, que están compuestos de creatividad, curiosidad,
ilusión e imaginación, han de dejarlas en la puerta, entrar a clase,
sentarse, comportarse como adultos durante horas, escuchar
datos y luego escupirlos. Para mi eso ya es antinatural. Luego
decimos que hay absentismo. Pero, ¿qué queremos? Si les estamos
robando su esencia. Debemos hacer que la escuela se convierta
en un lugar donde los niños quieran ir”

(César Bona, ganador del premio internacional Global Teacher


Prize en 2015 y autor de “La nueva educación: Los retos y desafíos
de un maestro de hoy”)

Dando al niño las oportunidades necesarias para que piensen, que averigüen, que elijan
lo que quieren investigar y lo que quieren conocer... logramos aprendizajes significativos.
Estos aprendizajes, que perdurarán por mucho tiempo, les ayudarán a ser más críticos con
su entorno, a cuestionarse las cosas, a no tener miedo ante ciertas situaciones de
incertidumbre, y a sentirse más seguros a la hora de tomar una decisión (a diferencia del
niño de las viñetas...).

Muchas veces oímos decir que los niños de hoy representan la sociedad del mañana. Con
esta creencia, muchos educadores consideran que el aula es como una especie de trámite,
de transmisión, un lugar aislado donde uno prepara las maletas y se organiza un poco para
“lo importante”, que es lo que está fuera.

Esos maestros olvidan que lo importante para esos niños no está fuera, sino dentro, en el
aula, donde pasan buena parte del día. Y es que el aula en sí misma representa ya una
sociedad. En ella, nuestros alumnos conviven, se relacionan, siguen unas reglas, trabajan,
aprenden y se desarrollan como personas. Entonces, si queremos que ellos sean los futuros
ciudadanos de una sociedad democrática, y que por lo tanto, que se comporten como
demócratas, en nuestro aula debe haber democracia. En nuestro aula democrática debe
asegurarse la participación de todos los alumnos, oír todas sus voces y escucharles,
respetarles, y considerar sus opiniones. ¿Cómo van a ser ciudadanos que conozcan y

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defiendan sus derechos, si en el aula no les damos la oportunidad de expresarse, de tomar
decisiones, de elegir, de pronunciarse?

Asimismo, un maestro que cree en la educación activa y participativa sabe que enseñar
a argumentar es fundamental. Argumentar es explicar las cosas. Las cosas no son porqué
sí, porque lo dice el maestro. Las cosas se explican para que se comprendan. El maestro
que ayuda a sus alumnos a argumentar es un maestro que ayuda a sus alumnos a pensar.
Porqué quiere que sus alumnos se conviertan en personas críticas, comprometidas con su
entorno. En ese sentido, tiene que existir debate en el aula. En el aula deben crearse
situaciones donde haya intercambio de opiniones, donde todos los alumnos participen por
igual. Pues si queremos que nuestros alumnos crezcan en una sociedad inclusiva, nuestro
aula debe ser inclusiva también. Y eso significa facilitar la colaboración entre todos, y
ajustar los objetivos para que todos puedan participar.

La motivación como base del aprendizaje

“La motivación es esa fuerza interna que impulsa al individuo a hacer cosas para
alcanzar un objetivo” (Harmer, 2001:51)

Entre los muchos factores afectivos que influyen en el aprendizaje de nuestros alumnos,
hay uno que probablemente se encuentre entre los más poderosos: la motivación.

Llamamos motivación a aquella fuerza que nos mueve a realizar actividades. Estamos
motivados cuando tenemos la voluntad de hacer algo. En el caso de la enseñanza, nos
referimos a la estimulación de la voluntad de aprender. Es el interés que tiene el alumno
por su propio aprendizaje o por las actividades que lo conducen a él.

Y es que el aprendizaje se caracteriza como un proceso cognitivo y motivacional a la


vez. Para aprender, es imprescindible “poder” hacerlo, lo cual hace referencia a las

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capacidades, los conocimientos, las estrategias, y las destrezas necesarias (componentes
cognitivos). Pero además, es necesario “querer” hacerlo, tener la disposición, la intención
y la motivación suficientes (componentes motivacionales). En consecuencia, en la mejora
del rendimiento académico debemos tener en cuenta tanto los aspectos cognitivos
(refiriéndonos a la “habilidad”) como los motivacionales (refiriéndonos a la “voluntad”),
y trabajarlos con nuestros alumnos de forma integrada.

Según varios estudios, un estudiante motivado desarrollará una actitud positiva que le
permitirá aprender mejor, mientras que un estudiante ansioso o poco motivado creará un
bloqueo mental que interferirá notoriamente en su aprendizaje.

Como maestros seguro que habrán observado repetidos fracasos que experimentan
algunos alumnos en el aprendizaje, no tanto por falta de aptitud, sino por falta de
motivación. Estos fracasos les llevan a desarrollar creencias de falta de competencia, que
a su vez, conllevan bajas expectativas de logro y como consecuencia, escasa implicación
en las tareas y un bajo rendimiento escolar.

Por otro lado, sabemos que es una suerte encontrar en clase a un alumno que quiere
aprender por sí solo, que siempre llega totalmente motivado... Porqué eso es difícil de
encontrar. Como bien sabemos, en muchos estudiantes la motivación no viene por sí sola,
y en ciertos casos, ésta depende de factores externos, entre los que se encuentran los
compañeros, el contenido, los materiales, el tiempo y, por supuesto, el mismo maestro.

A continuación se presentan algunas pautas generales que los maestros, como factor
directamente influyente en nuestros alumnos, podemos aplicar en nuestra aula para
fomentar su motivación para el aprendizaje:

● Conocer las expectativas y las necesidades de nuestros estudiantes; también sus


posibilidades y motivaciones.

● Seleccionar aquellas tareas o actividades de aprendizaje que ofrezcan retos y desafíos


razonables por su novedad, variedad o diversidad.

● Ayudar a los alumnos en la toma de decisiones (por lo tanto, ofrecerles situaciones en


las que puedan elegir), fomentando su responsabilidad e independencia.

● Centrarse sobre el progreso y mejora individual de cada alumno, reconocer su esfuerzo


y transmitir la visión de que los errores son parte del proceso de enseñanza-aprendizaje
(¡recordemos al niño alfarero!).
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● Abrir líneas de participación no solo por parte de los alumnos, sino también de las
familias y la comunidad en general. El grupo-clase no es una isla, sino que forma parte
de otros ámbitos sociales más amplios; es difícil promover cambios en el aula sin contar
con ellos. Cualquier niño estará mucho más motivado
para aprender si su familia cree en la importancia de
lo que se le está enseñando. Merece la pena incluirlas
en nuestro proyecto educativo.

“La educación más eficiente es aquella que proporciona a los niños actividades, autoexpresión
y participación social” (Froebel)

● Realizar una planificación sistemática y rigurosa de las situaciones de enseñanza


contemplando los siguientes tres aspectos: 1) Las características de los contenidos objeto
de enseñanza y los objetivos correspondientes. 2) La competencia (nivel evolutivo y
conocimientos de partida) de los alumnos. 3) Los distintos enfoques metodológicos que
es posible adoptar (presentar de forma atractiva la situación de aprendizaje) para facilitar
la atribución de sentido y significado a las actividades y contenidos de aprendizaje.
Relacionar lo que se enseña con el mundo real y las experiencias del alumno

● Crear un clima afectivo, estimulante y de respeto: lo que significa conectar


empáticamente con los alumnos. Se puede lograr a través de determinadas técnicas o
pautas de comportamiento como: dirigirse a los alumnos por su nombre, aproximación
individualizada y personal, uso del humor (permite una mayor distensión),
reconocimiento de fallos, etc. El profesor debe creer en el alumno y viceversa. Si se pierde
el respeto, se pierden muchas otras cosas. Es importante fomentar este tipo de relación no
sólo entre maestro y alumnos, sino entre los mismos alumnos, pues se pueden influir
positiva o negativamente entre sí.

● Romper con la monotonía del discurso del maestro creando “suspense”: preguntando
a los alumnos, generando interrogantes, relacionando el contenido con sus experiencias,
con lo que conocen o con lo que les es familiar...con el fin de estimular el interés de los
estudiantes.

● Transmitir los contenidos y nuevos conocimientos a partir de actividades que fomenten


la participación de los alumnos, el trabajo cooperativo y el uso de material didáctico
diverso y atractivo.

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● Ser flexible y dinámico: Cambiar a menudo de actividades, de grupos, de lugar, de
espacio dentro del aula... ayuda a captar el interés y mejorar la atención y motivación por
lo que se está haciendo.

● Realizar autoevaluaciones conjuntas, profesor y alumnos, sobre el desarrollo de las


actividades realizadas, expresando de forma sincera las emociones y sentimientos
experimentados durante el desarrollo de la clase. Reconocer su esfuerzo así como sus
fallos, evitando la censura y animando a la mejora. Generar nuevos interrogantes después
de cada lección que estimulen en los alumnos el deseo continuado de aprender.

El éxito anima, el fracaso desanima. Hay alumnos


que saben de antemano de su fracaso, y no ponen
ningún interés en su aprendizaje. Una evaluación
animosa por parte del profesor es eficaz.

Por lo tanto, podemos afirmar que trabajar a través de la motivación de los alumnos
despierta en ellos unas actitudes y emociones positivas, que les ayudan notablemente en
su proceso de aprendizaje. Si tenemos en cuenta la motivación de los alumnos a la hora
de enseñarles, de seguro que las actividades que les propondremos tendrán un sentido
para ellos, serán significativas, y consecuentemente, aprenderán mejor.

Relacionándolo con la participación activa del alumno, de la que antes hablábamos, hay
autores que defienden que se motiva más y mejor quienes mayores y mejores experiencias
viven en el aula. Todos estarán de acuerdo en que casi a ningún niño le motiva estar
sentado en una silla escuchando durante horas. Sin embargo, a la mayoría sí les motiva
levantarse, moverse de un lado a otro, hacer actividades variadas en las que puedan
experimentar, tocar, manipular, conversar, trabajar con sus compañeros en equipo,
equivocarse, probar... Entonces, si sabemos eso... ¿Por qué seguimos obligándoles a
permanecer sentados en una silla mientras nos escuchan recitar la lección? ¿No sería
mucho más motivador, y por lo tanto más efectivo, que aprendieran a través de
actividades dinámicas en las que se les invitara a participar activamente?

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Entonces: si lo importante para que un alumno aprenda es que esté motivado; si lo
importante es la forma en la que presentamos los aprendizajes; si lo importante es que
nuestros alumnos aprendan a través de actividades significativas y motivadoras...quizás
valga la pena preguntarnos lo siguiente: ¿qué tipo de actividades motivan a nuestros
alumnos?

El juego como herramienta indispensable en el proceso de enseñanza-aprendizaje

Si les preguntara ¿Qué es lo que a todo niño le gusta hacer? ¿Qué es lo que todo niño,
independientemente de sus orígenes, condición o situación, disfruta haciendo? ¿Qué es lo
que motiva a todos los niños y niñas del mundo? Estoy convencida de que todos
podríamos dar una única respuesta común: jugar; el juego.

En los apartados anteriores hemos hablado de la importancia de trabajar con alumnos


motivados en el aula; de la importancia de la motivación como base para el aprendizaje.
Pues bien, debemos ser conscientes de que el juego es una profunda fuente de atracción
y motivación para cualquier niño, y que ésta es una cuestión que debemos aprovechar
como educadores para plantear nuestra enseñanza en el aula.

Sin embargo, ¿cuantas escuelas enseñan a través del juego a sus alumnos? ¿Cuantos
centros consideran el juego como un método básico de enseñanza, y no sólo como un
medio de ocio y entretenimiento?

Aunque cada vez son más las escuelas que van introduciendo el juego y las actividades
lúdicas dentro del aula como método de enseñanza-aprendizaje, aún hay muchas que
subestiman esta poderosa herramienta. Aún hay muchos maestros para los que el juego
“es algo para la hora del recreo”, “primero a trabajar y luego a jugar”... Pero ¿acaso el
niño no trabaja infinidad de capacidades mientras juega? En seguida lo averiguaremos.

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Y es que pedagogos y psicólogos reiteran una y otra vez que el juego infantil es una
actividad mental, física y social esencial, que favorece el crecimiento del niño de forma
integral y armoniosa.

El juego constituye la actividad fundamental de todo niño. Mediante el juego, consigue


entrar en contacto con el mundo, y tener una serie de experiencias de forma placentera y
agradable. Jugar es investigar, crear, conocer, divertirse, descubrir,... Y es, sobretodo, un
modo de expresión importantísimo en la infancia, una especie de lenguaje por medio de
la cual el niño exterioriza de una manera desenfadada su personalidad, sus inquietudes,
ilusiones, fantasías... las cuales necesita desarrollar para convertirse en adulto. Si
justamente antes hablábamos de la importancia de que los niños se expresen en el aula,
participen, debatan y se relacionen entre ellos... en la escuela no podemos ignorar su
principal medio de comunicación y expresión: el juego.

Porqué el niño necesita jugar no sólo para tener placer y entretenerse. Sino también, y
este aspecto es muy importante, para aprender y comprender el mundo. Y es que el juego
presenta un sinfín de posibilidades educativas que contribuye a la mejora del niño como
ser humano. Como maestros, debemos conocerlas y potenciarlas en nuestra labor
educativa:

● Desarrollo motriz: a través de diversos juegos el niño puede correr, saltar, trepar, subir
y bajar, precisar movimientos finos (como el trazo o la pinza...) y desarrollar muchas más
habilidades motrices.

● Desarrollo de habilidades sociales: a través de los juegos cooperativos o dinámicas


grupales se fomenta el desarrollo de valores como el respeto y el sentido de pertenencia
a la comunidad.

● Desarrollo lingüístico: Al relacionarse con otros niños mientras se juega, también se


desarrolla y perfecciona el lenguaje. Asimismo, cuando el niño juega solo a representar
con muñecos, objetos a los que otorga un sentido u otros elementos de juego simbólico,
está favoreciendo su pensamiento abstracto y la formación de conceptos, los cuales
constituyen la base del lenguaje.

● Desarrollo cognitivo-intelectual: todo juego implica creación, imaginación, exploración

y fantasía. Por lo tanto, la actividad mental en el juego es continua. A la vez que el niño
juega, crea cosas, inventa situaciones y busca soluciones a diferentes problemas que se le

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plantean de forma lúdica y entretenida. A través del juego, el niño aprende a prestar
atención en lo que está haciendo, a memorizar, a razonar, a asociar, estimulando así su
pensamiento y favoreciendo su desarrollo intelectual.

● Desarrollo emocional: los juegos con los que el niño asume un rol determinado y donde
imita y se identifica con los distintos papeles de los adultos influyen de una manera
determinante en el aprendizaje de actitudes, comportamientos y hábitos sociales. Tanto
la capacidad de simbolizar como la de representar papeles le ayuda a tener seguridad en
sí mismo, a autoafirmarse, acrecentando, además, la comunicación y el mantenimiento de
relaciones emocionales.

“El juego infantil es una actividad cultural que desarrolla la


inteligencia” (Jean Piaget).

A modo resumen, podemos decir que a través del juego, el niño puede aprender a
controlar su propio cuerpo, a coordinar sus movimientos, organizar su pensamiento,
explorar el mundo que le rodea, controlar sus sentimientos y resolver sus problemas
emocionales. En definitiva, se convierte en un ser social y aprende a ocupar un lugar
dentro de su comunidad.

Teniendo en cuenta todas las razones explicadas anteriormente, podemos declarar que el
juego es el recurso educativo por excelencia para la infancia.

¿Cuál va a ser nuestro rol como maestros? Si nos queremos convertir en “directores” del
juego, en personas “adultas y serias”, que mandan, organizan y disponen, jamás
lograremos un clima adecuado, donde el niño se exprese de manera autónoma y libre.
Esto no significa que debamos dejar a nuestros alumnos solos jugando libremente;
debemos jugar a su lado, acompañarlos en el juego, poner palabras a lo que hacen,
orientarlos, darles ideas y animarlos, con el propósito de que encuentren en nosotros a
alguien a quien acudir de una forma abierta y distendida.

Asimismo, debemos saber adaptar cada tipo de juego a los fines educativos que nos
proponemos. Pues no se trata de jugar por jugar, sino que todo juego que diseñemos tendrá
un fin educativo y unos objetivos pedagógicos concretos. Por otro lado, también
deberemos saber adaptar el juego a las necesidades e intereses de nuestros alumnos. Puede

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que al principio suponga un trabajo extra, pero la recompensa de enseñar con este método
es gratificante tanto para los alumnos como para nosotros mismos.

Mediante el juego, los alumnos pueden aprender de una manera más práctica y activa en
su educación. Esto es lo que defiende la Educación Emocional: el aprendizaje a través de
la acción y de actividades significativas (entre las cuales se encuentra siempre el juego).
Si alguien de ustedes participó en la capacitación sobre Educación Emocional que realicé
en su país durante los meses de septiembre y octubre del año pasado, seguramente me
recordarán como alguien que casi no les dejó estar sentados. Pues mi opinión es que todos
(no solo los niños, sino también los adultos) aprendemos cuando nos levantamos de la
silla y hacemos, cuando ponemos en práctica, cuando lo que hacemos tiene un sentido
para nosotros y nos despierta alguna emoción. Los juegos y las dinámicas (a las que todos
los maestros quisieron libremente participar y, a mi parecer, disfrutaron) forman parte
importante de ello. ¿Realmente merece la pena tener a los alumnos tantas horas sentados
en la silla?

Utilizando el gran atractivo del juego, impedimos que los niños pierdan interés y se
motiven para aprender. Al incluirse el juego en las actividades diarias de los alumnos,
se les va enseñando que aprender puede ser fácil y divertido, que se pueden generar
cualidades como la creatividad, el deseo y el interés por participar, el respeto por los
demás, atender y cumplir reglas, ser valorado por el grupo, actuar con más seguridad y
comunicarse mejor, y expresar su pensamiento libremente y sin obstáculos. El resultado
será el de un alumnado con pensamiento más crítico, imaginativo, creativo y con sentido
del compromiso hacia su propia educación y, a la larga, hacia su comunidad.

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