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INTRODUCCIÓN A LA EDUCACIÓN EMOCIONAL

“¿Les preocupa la educación? A mí, sí. Y una de mis mayores preocupaciones es que,
pese a las reformas que se están llevando a cabo en sistemas educativos de todo el mundo,
muchas de ellas están impulsadas por intereses políticos y comerciales que tienen una
idea equivocada de cómo aprende la gente y de cuál es el verdadero funcionamiento de
las grandes escuelas. Como consecuencia, están perjudicando las perspectivas de futuro
de innumerables jóvenes”.

“Sea quien sea y esté donde esté, usted tiene poder para cambiar el sistema. En todo el
mundo hay muchas escuelas magníficas, profesores maravillosos y líderes inspiradores
que están trabajando de forma creativa para brindar a nuestros alumnos la clase de
educación personalizada, compasiva y orientada a la comunidad que necesitan”.

Ken Robinson, “Escuelas creativas:


La revolución que está transformando la educación”.

Educación Emocional: ¿Para qué la necesitamos?

Todos conocemos un sinfín de necesidades de nuestros alumnos que no quedan


suficientemente atendidas a través de las áreas académicas ordinarias en la escuela.
Pensemos por un momento, ¿las materias ordinarias (como matemáticas, ciencias
naturales, lenguaje, etc.) son un factor de prevención, por ejemplo, de la ansiedad, estrés
o preocupaciones que muchos de nuestros alumnos sufren? Quizás algunos de ustedes
incluso opinan que es más bien un factor de predisposición...

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En nuestro día a día (no solo dentro del aula, sino también fuera) podemos observar casos
de desmotivación, estrés, baja tolerancia a la frustración, incapacidad para regular la ira
en situaciones de conflicto, actos violentos, maltrato, y un largo etcétera. En todos estos
casos, la importancia de las emociones se hace evidente.

Investigaciones recientes demuestran que muchos de los problemas que surgen en las
empresas u organizaciones tienen que ver la mayor parte de veces con la inteligencia
emocional de las personas. Dicho en otras palabras, podríamos decir que muchos
problemas sociales y personales son una manifestación del analfabetismo emocional.

En este sentido, el desarrollo de competencias emocionales a través de la educación


emocional puede representar una mejora que afecta positivamente a múltiples aspectos
de la vida.

De hecho, varias investigaciones y estudios concluyen que los efectos de la educación


emocional conllevan resultados tales como:

- Aumento de las habilidades sociales y de las relaciones interpersonales satisfactorias.


- Disminución de pensamientos autodestructivos, mejora de la autoestima.
- Disminución en el índice de violencia y agresiones.
- Menor conducta antisocial o socialmente desordenada.
- Disminución en la iniciación al consumo de drogas (alcohol, tabaco, drogas ilegales).
- Mejor adaptación escolar, social y familiar.
- Disminución de la tristeza y sintomatología depresiva.
- Disminución de la ansiedad y el estrés.
- Disminución de los desórdenes relacionados con la comida (anorexia, bulimia).

Pero, ¿qué entendemos por Educación Emocional?

La educación emocional es un término amplio y difícil de definir. Si intentamos


resumirlo, podríamos decir que se trata de un proceso educativo, continuo y
permanente, que pretende potenciar el desarrollo de las competencias emocionales como
elemento esencial del desarrollo humano, con objeto de capacitarle para la vida y con la
finalidad de aumentar el bienestar personal y social. Así pues, la educación emocional se
propone optimizar el desarrollo humano; es decir, el desarrollo integral de la persona
(desarrollo físico, intelectual, moral, social, emocional, etc.).

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La educación emocional, como proceso continuo y permanente, debe estar presente desde
el nacimiento, durante la educación infantil, primaria, secundaria y superior, así como a
lo largo de la vida adulta. Por lo tanto, la educación emocional adopta un enfoque de ciclo
vital, que se prolonga durante toda la vida.

Es en la familia, desde los primeros momentos de la vida, cuando debería


iniciarse la educación emocional. Para que esto sea posible, se necesita
formación, tanto por parte de las familias como del profesorado. La
formación en competencias emocionales es el primer paso para su puesta en
práctica.

Así pues, la educación emocional pretende proporcionar recursos y estrategias a las


personas para poder enfrentarnos con las inevitables experiencias que la vida nos depara.
Parte de dos principios básicos: el de prevención, y el de desarrollo humano.

Aquí entendemos por prevención el hecho de prevenir problemas como consecuencia de


perturbaciones emocionales. Se sabe que toda persona puede tener pensamientos
autodestructivos y comportamientos inapropiados como consecuencia de una falta de
control emocional; esto puede conducir, en ciertas ocasiones, al consumo de drogas,
conducción temeraria, anorexia, comportamientos sexuales de riesgo, violencia, angustia,
ansiedad, estrés, depresión, suicidio, etc. La educación emocional se propone contribuir
a la prevención de estos efectos.

Por otra parte se propone el desarrollo humano; es decir, el desarrollo personal y social;
o dicho de otra manera: el desarrollo de la personalidad integral del individuo. Esto
incluye el desarrollo de la inteligencia emocional y su aplicación en las situaciones de la
vida.

La inteligencia emocional es la habilidad para tomar conciencia de las emociones propias


y ajenas, y la capacidad para regularlas. Una persona emocionalmente inteligente reúne
las siguientes cualidades:

1) Conocer las propias emociones: El principio de


Sócrates "conócete a ti mismo" se refiere a esta pieza
clave de la inteligencia emocional: tener conciencia de
las propias emociones; reconocer un sentimiento en el

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momento en que ocurre. Una incapacidad en este sentido nos deja a merced de las
emociones incontroladas.

2) Manejar las emociones: La habilidad para manejar los propios sentimientos a fin de
que se expresen de forma apropiada se fundamenta en la toma de conciencia de las propias
emociones. La habilidad para suavizar expresiones de ira, furia o irritabilidad es
fundamental en las relaciones interpersonales.

3) Motivarse a sí mismo: Una emoción tiende a impulsar hacia una acción. Por eso,
emoción y motivación están íntimamente interrelacionados. Encaminar las emociones, y
la motivación consecuente, hacia el logro de objetivos es esencial para prestar atención,
auto motivarse, manejarse y realizar actividades creativas. El autocontrol emocional
conlleva a demorar gratificaciones y dominar la impulsividad, lo cual suele estar presente
en el logro de muchos objetivos. Las personas que poseen estas habilidades tienden a ser
más productivas y efectivas en las actividades que emprenden.

4) Reconocer las emociones de los demás: Un don de gentes fundamental es la empatía,


la cual se basa en el conocimiento de las propias emociones, y es la base del altruismo.
Las personas empáticas sintonizan mejor con las sutiles señales que indican lo que los
demás necesitan o desean. Esto las hace apropiadas para las profesiones de la ayuda y
servicios en sentido amplio (profesores, maestros, orientadores, pedagogos, psicólogos,
psicopedagogos, médicos, abogados, expertos en ventas, etc.).

5) Establecer relaciones: El arte de establecer buenas relaciones con los demás es, en
gran medida, la habilidad de manejar las emociones de los demás. La competencia social
y las habilidades que conlleva, son la base del liderazgo, popularidad y eficiencia
interpersonal. Las personas que dominan estas habilidades sociales son capaces de
interactuar de forma suave y efectiva con los demás.

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Dicho todo esto, podemos deducir que los objetivos generales de la educación
emocional son:
- Adquirir un mejor conocimiento de las propias emociones: saberlas identificar y
denominar.
- Identificar las emociones de los demás.
- Desarrollar la habilidad de controlar las propias emociones.
- Prevenir los efectos perjudiciales de las emociones negativas.
- Desarrollar la habilidad para generar emociones positivas.
- Subir el umbral de tolerancia a la frustración.
- Desarrollar una mayor competencia emocional.
- Desarrollar la habilidad de auto motivarse.
- Adoptar una actitud positiva ante la vida.
- Etc.

En definitiva, educar emocionalmente implica fomentar


actitudes positivas ante la vida, habilidades sociales,
empatía, etc., como factores de desarrollo de bienestar personal y social.

La Educación Emocional en el aula y en la escuela

¿Cuál es para ustedes, maestros, la finalidad de la educación? ¿Transmitir conocimientos?


¿Formar buenos profesionales? ¿Educar ciudadanos para la convivencia? Efectivamente,
todo esto es necesario y constituye elementos esenciales de la finalidad de la educación.
Pero todo ello se justifica solamente en la medida que puede servir al bienestar personal
y social. Pues todas las personas buscamos el bienestar, seamos más o menos conscientes
de ello. Entonces, la pregunta quizás sería ¿Estamos educando a niños felices?

Los expertos dicen que en la sociedad del mañana, los niños van a tener que poseer altas
dosis de confianza, ser muy flexibles, y adaptarse a muchas situaciones cambiantes en
poco tiempo; además, van a tener que saber gestionar sus emociones, especialmente la
ansiedad ante estos cambios.

Y es que, si aplicamos todo lo que sabemos sobre educación emocional a nuestro ámbito,
el escolar, podremos afirmar que es tan importante trabajar para que nuestros alumnos
aprendan, como trabajar para que crezcan emocionalmente sanos. ¿Por qué? Porqué una

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cosa va ligada a la otra, y solo así lograremos en ellos un desarrollo pleno y equilibrado.
Por ejemplo: ¿cuántas veces hemos comentado entre maestros “este niño tiene muchísimo
potencial y es súper inteligente, pero es un niño que sufre, y no puede dar lo mejor de sí”,
o “ésta niña tiene muchas capacidades para aprender, pero no está motivada”.

Si volvemos a los efectos que ejerce la educación emocional, citados en el apartado


anterior, observamos que ésta genera, entre otros resultados, una mejora del rendimiento
académico. Relacionado con esto, Daniel Goleman explica que la capacidad de aprender
se compone de siete ingredientes, todos ellos relacionados, justamente, con la inteligencia
emocional:

1. Autoconfianza: sentido de control y manejo del propio cuerpo y del comportamiento


que se deriva. Sentir que es más probable el éxito que el fracaso en lo que vaya a
emprender. Paralelamente, sentir que los adultos son de ayuda.
2. Curiosidad: Sentir que buscar y conocer cosas es positivo y satisfactorio.
3. Intencionalidad: El deseo y la capacidad de tener un impacto; y actuar en esta dirección
de forma persistente. Esto se relaciona con un sentido de competencia y de ser efectivo.
4. Auto-control: La habilidad de modular y controlar las propias acciones, de forma
apropiada a la edad.
5. Relaciones: Habilidad de implicarse con otros, sentirse comprendido y comprender a
los demás.
6. Capacidad de comunicar: El deseo y la habilidad de intercambiar ideas, sentimientos
y conceptos con otros.
7. Cooperación: La habilidad de equilibrar las necesidades personales con las de los
demás en una actividad de grupo.

¿Todos nuestros alumnos disponen de estos siete ingredientes? Piense en un alumno suyo
al que llamaríamos “bueno”, al que los estudios le van bien, al que aprende con facilidad.

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Si lo relaciona con estos siete ingredientes, seguramente se dará cuenta de que tiene un
poco de los siete. Piense ahora en un alumno “malo”, al que le cuesta aprender y que su
rendimiento no es muy bueno... Si lo relaciona con estos siete ingredientes, seguramente
observará que en alguno (¡o en más de uno!) presenta carencias.

Las emociones positivas estimulan el desarrollo personal y profesional y, por tanto,


favorecen la consecución de los resultados; algunas emociones negativas solo hacen que
limitarla. Queda claro, entonces, que si queremos que nuestros alumnos adquieran
aprendizajes que les sirvan en un futuro, no podemos dejar de lado a las emociones
cuando estamos trabajando con ellos. Y es que... ¿A quién queremos educar? ¿A alumnos
inteligentes con un alto rendimiento académico y que sean exitosos en su vida
profesional? ¿O quizás a alumnos que de mayores sean personas felices?

Es cierto que nuestro único fin como maestros no es crear escuelas para que los niños
sean felices, como tampoco lo es hacer escuelas para que los niños crezcan
emocionalmente sanos. Pero nosotros, los maestros, sabemos que si los niños y niñas
están felices y sanos, aprenden mejor. Y que si los niños tienen un entorno satisfactorio y
motivador, tendrán más ganas de asistir a clase y el aprendizaje se dará con más
probabilidad. La pregunta es: si sabemos que existen estrategias de aprendizaje que
facilitan que los niños quieran ir a la escuela, ¿por qué seguimos con estrategias y métodos
que hacen que los niños no tengan ganas de ir?

Por este motivo, la educación emocional propone que en el aula se desarrollen


conocimientos y habilidades sobre las emociones. No solo para que nuestros alumnos
adquieran los contenidos curriculares más satisfactoriamente. Su objetivo es capacitarlos
para afrontar mejor los retos que se plantean en su vida cotidiana, y por lo tanto, también
en la escuela. Todo ello, como hemos dicho, con la finalidad aumentar su bienestar
personal y social. Un alumno contento, feliz y motivado en clase, aprenderá mucho más
y con más ganas que un alumno triste o preocupado, independientemente de cuan
inteligentes sean los dos. Asimismo, un niño que a lo largo de su período escolar haya
aprendido a identificar sus emociones, saber expresarlas, comprenderlas y gestionarlas,
seguramente sabrá afrontar mucho mejor los distintos obstáculos que la vida le presente.

En ese sentido, debemos cambiar la idea tradicional de escuela como simple transmisora
de conocimientos que se memorizan y se reproducen. La misión de la escuela de hoy,

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dicen muchas investigaciones, es la de desarrollar competencias para la vida. Y eso es
lo que la educación emocional persigue.

Diversos estudios concluyen que los beneficios de la educación emocional en el


alumnado se manifiestan en:
 Adquisición de competencias sociales y emocionales.
 Mejora de actitudes hacia sí mismo, hacia los demás y hacia la escuela.
 Comportamiento positivo en clase.
 Mejora del clima de clase.
 Reducción del comportamiento disruptivo.
 Mejora del rendimiento académico.

Por otra parte hay una disminución en:


 Problemas y conflictos
 Problemas de comportamiento
 Agresividad y violencia
 Ansiedad y estrés
 Absentismo escolar

Todos los seres humanos podemos ser emocionalmente inteligentes si se nos da la


oportunidad para ello. Hasta el momento presente, la mayoría de sistemas educativos se
han centrado en potenciar inteligencias y habilidades de tipo mecánico y memorístico
(como la inteligencia matemática, lingüística...). Aun así, no siempre se han tenido en
cuenta las emociones y sentimientos de los niños y niñas en clase. Como consecuencia,
muchas personas adultas que son cognitivamente muy inteligentes, sufren por no saber
gestionar situaciones que les causan cierto desequilibrio emocional. Este desequilibrio les
puede impedir mostrar sus aptitudes y capacidades, por muy inteligentes que sean.

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Sin embargo, cada vez son más las investigaciones que afirman que la educación
emocional debe estar presente en el aula, y que sólo si se trabaja conjuntamente con el
resto de áreas curriculares, se logra un desarrollo integral del alumno.

La competencia emocional de una persona está en función de las experiencias vitales que
ha tenido. Como maestros, podemos formarnos para ofrecer a nuestros alumnos
experiencias educativas que tengan en cuenta sus emociones; para que sean competentes
emocionalmente. Si trabajamos la educación de las emociones des de la escuela,
estaremos formando a una sociedad del futuro más competente a todos los niveles, pero
sobretodo, más feliz y emocionalmente sana.

Así pues, ¿qué pensáis? ¿Vale la pena educar emocionalmente a nuestros alumnos y
formarnos en educación emocional? Si la respuesta es sí... ¡sigamos adelante!

Habilidades de un buen educador emocional

¿Qué hace un maestro que educa emocionalmente? Como maestro, ¿qué puedo hacer para
trabajar las emociones con mis alumnos en clase?

Nuestras emociones son resultado del contacto con nuestro entorno y, por lo tanto, son
espontaneas. Como maestros, podemos educar a nuestros alumnos para que construyan
sentimientos a partir de las emociones espontáneas que surgen en clase. La cuestión es:
¿Qué tipo de sentimientos nos interesa que emerjan para que nuestros alumnos se puedan
desarrollar personal y socialmente? ¿Cuales son los sentimientos clave que debemos
provocar?

● Sentimiento de seguridad: aparece cuando los docentes...

- Son afectuosos con los niños.


- Se muestran disponibles para apoyarles.
- Muestran una reacción de aceptación, de respeto y de confianza en sus
posibilidades con independencia de los resultados en el aprendizaje

Cuando los maestros se comportan así, los niños se sienten seguros: con el grupo, con los
maestros, y consigo mismos. Y es cuando el alumno siente esa seguridad emocional, esa
confianza, que aparecen las ganas de explorar el entorno, de conocer el mundo que le
rodea, de hacerse preguntas y querer saber las respuestas. Por lo tanto, cualquier maestro/a
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en el aula tiene que asegurar un clima de seguridad, despertando sentimientos de
confianza en sus alumnos y en el grupo.

● Sentimiento de autoeficacia: es el sentimiento que notamos cuando dominamos algo,


cuando nos notamos capaces, con control. Es un sentimiento que necesitamos para
persistir. Algunos expertos nos advierten que sin este sentimiento no hay aprendizaje, no
hay exploración, no hay recuerdo, no hay persistencia. Este sentimiento se logra cuando
existe una buena relación entre el nivel de competencia y capacidad del niño, y los retos
que se le proponen.

Es importante que en nuestra aula planteemos retos. Pero es muy importante también que
retemos a los niños en función de lo que saben y de lo que les gusta hacer. Si ofrecemos
a un niño un reto demasiado alcanzable (fácil) para él, o un reto que no le interesa en
absoluto, el sentimiento que le vamos a despertar va a ser el de aburrimiento (con lo cual
será difícil que haya aprendizaje). Si por el contrario, le ofrecemos al niño un reto que es
demasiado difícil para su capacidad y que él percibe como inalcanzable, el sentimiento
que le vamos a provocar será el de frustración o ansiedad. En el momento en que
ofrecemos al niño un reto que, aun no siendo demasiado fácil, él percibe como alcanzable,
y además, sobre un tema que le interesa, estaremos despertando en él la motivación. Esa
motivación le llevará a persistir y a continuar en el proceso de aprendizaje.

● Sentimiento de identidad: cuando hablamos de identidad podemos referirnos al


sentimiento de identidad grupal. Cuando nos identificamos con el grupo, sentimos con el
grupo: nos apegamos a él, lo queremos, lo
protegemos y lo defendemos. Se ha visto
que en todos los grupos o aulas donde este
sentimiento emerge, existen menos
posibilidades de acoso escolar, o al menos
no progresa, porqué entre los compañeros
se ayudan.

Pero también existe el sentimiento de identidad a nivel individual. Se produce por los dos
sentimientos anteriores (seguridad y autoeficacia), y también a través de las siguientes
acciones:

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- Facilitar que los alumnos se expresen diferencialmente: que hagan cosas sólo
porqué se les ocurre a ellos, porqué ellos mismos las han pensado, no porqué el
maestro se las dice o les obliga.
- Tratar de no homologar, sino de facilitar que exista la expresión diferencial, la
expresión individual de sí mismos. Reconocerles por lo que son, totalmente
diferentes a los demás.
- Ayudarles a organizar su pasado: el niño debe tener consciencia de sus progresos.
Si hablamos del pasado, de las cosas que nos han afectado emocionalmente, en el
grupo, en el aula, en las materias, con los distintos maestros... ayudamos a que el
niño se vaya organizando en una identidad, en un sentido de sí mismo, en el
autoconocimiento, algo muy importante de cara a la motivación posterior.

● Sentimiento de curiosidad: es un sentimiento natural, todos los niños nacen con él. Sin
embargo, en muchas ocasiones puede acabar muy reducido según las prácticas que
realizamos. Por eso es imprescindible fomentar la curiosidad y admiración de nuestros
alumnos por la diversidad, entendiendo diversidad en su sentido más amplio: diversidad
natural, diversidad de las especies, diversidad de las personas. Para ello, tenemos que
intentar que todas nuestras actividades cumplan una serie de condiciones:

- Que los alumnos y alumnas aporten su propia visión de las cosas: partiendo de su
conocimiento previo y de su derecho de expresión, organizar las actividades de tal manera
que los niños hablen acerca de lo que piensan sobre un tema concreto, porqué seguro que
algo saben.

- Que la actividad les facilite investigar o explorar de manera autónoma, y que se


produzca apoyo y colaboración entre compañeros: plantear lo que les queremos enseñar
con actividades en las que se puedan ayudar los unos a los otros. Proponer actividades
que les permita reflexionar sobre el proceso, que puedan aprender de lo que han hecho y
que puedan autoevaluarse en ese aprendizaje.

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¿Qué competencias necesita el maestro/a para poder desarrollar todo esto? ¿Cuáles son
las cualidades de un buen educador emocional?

● Guía: no dirige a sus alumnos ni les da los conocimientos directamente, sino que les da

pistas y les acompaña en su proceso de aprendizaje, el cual realizan de forma activa y


participativa, no pasiva.
● Mediador: representa la figura media entre el conocimiento y el alumno, lo que
significa que no se limita simplemente a transmitir conocimientos, sino que los adapta a
cada alumno, a su personalidad y a sus intereses. Asimismo, ejerce de mediador entre los
alumnos cuando previene conflictos, negocia acordes y soluciona conflictos sociales.
● Acompañante: representa el compañero de viaje esencial en el proceso de aprendizaje.

● Observador: analiza y trata de conocer los puntos fuertes, los puntos débiles, intereses,
motivaciones, sentimientos y preocupaciones de sus alumnos... para así poder enseñarles
de la forma que más se adapte a ellos. Eso también le ayuda a intimar y a establecer
buenas relaciones con ellos, aumentando su nivel de confianza y seguridad en sí mismos.
● Referente: sabe que establecer un vínculo afectivo fuerte y sano con sus alumnos es la
base para empezar a construir aprendizaje con ellos. Enseña dando ejemplo.

● Flexible e innovador: se adapta a múltiples situaciones, no siempre enseña de la misma


forma. Sabe que cada grupo clase, incluso cada alumno, es distinto y único. Por lo tanto,
sabe que no puede limitarse a explicar siempre de la misma forma o siguiendo una misma
estructura o metodología.

● Motivador: sabe que tener al alumno motivado es clave para que aprenda. Un alumno
que estudie sin ganas y con una actitud pasiva difícilmente va a aprender. Por eso trata
siempre de buscar la forma de llamar su atención y que se divierta mientras aprende.

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● Participativo y con iniciativa: el maestro vive el aprendizaje de sus alumnos de una
forma activa, estando a su lado y acompañándolos en todo momento, no mirándolos de
lejos.

● Empático: trata de comprender y ponerse en el lugar de sus alumnos antes de juzgarlos.


Sabe que la comprensión mutua y la conexión personal son la base para que un alumno
se sienta seguro y confiado. Sabe que estableciendo un fuerte vínculo afectivo con sus
alumnos, les estará facilitando que se abran y que se sientan libres para hablar de cualquier
cosa, favoreciendo así la expresión y la regulación de sus emociones. Por ejemplo, si un
alumno está tenso o nervioso, pero sabe que su maestro lo va a escuchar y va a tratar de
comprenderlo, en el momento en que pueda expresar ese malestar libremente y
compartirlo, esas emociones negativas automáticamente disminuirán. El maestro
empático sabe también que la empatía no es sólo un medio de regulación emocional para
los alumnos. Es también un medio de autorregulación para el propio maestro: empatizar,
llevar la atención hacia lo que posiblemente puede estar afectando al alumno, hace que
me desprenda de mis propios condicionantes y que por tanto mi tensión también
disminuya, y que tolere mejor lo que está pasando en el aula.

● Lo diferente es bueno: valora la diversidad y la heterogeneidad en el aula como una


fuente de aprendizaje y de crecimiento personal para todos, no como un obstáculo.

● Cree en el cambio, en la transformación: parte de la idea de que las cosas que se han
hecho siempre de la misma forma no significa que se hayan hecho correctamente.
Igualmente, cree en el potencial de cada uno de sus alumnos y por eso trabaja para que
mejoren día a día.

● Enseña des de la horizontalidad: el maestro no se cree a él mismo como único poseedor


de conocimiento. Sabe que todos los alumnos parten de conocimientos, experiencias y
creencias previas únicas, y por eso, ninguno está por encima del otro. No los trata ni se
dirige a ellos des de “arriba”, sino estando a su lado. Les habla poniéndose a la altura de
sus ojos.

● Habla des de la honestidad y el sentimiento, no des de la autoridad: se dirige a sus


alumnos no como seres inferiores a él, sino como personas que, como él, sienten. Así,
cuando tiene que corregirles, no lo hace en tono autoritario, sino que lo hace apelando a
los sentimientos que el acto del alumno ha despertado en él (por ejemplo, decirle a un
niño “Lo que acabas de hacer me ha hecho sentir muy triste, no esperaba eso de ti...” en

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un tono pausado y grave, probablemente será más efectivo que hacerle copiar la frase “no
lo volveré a hacer”).

● Conoce la importancia del diálogo: sabe escuchar, lo que significa que dedica tiempo
a analizar y a reflexionar sobre lo que los niños le cuentan, intentando imaginarse su
universo. Además de escuchar, sabe hacer preguntas que ayuden al niño a reflexionar y a
desarrollar la comprensión de sí mismo y de aquello que se está tratando. Sabe argumentar
y debatir, y considera el aula como un espacio de debate constante acerca de los temas
que se están tratando. Sabe hablar y comunicarse en público y facilita así que sus alumnos
sepan hacerlo, aprendiendo a desarrollar discursos, a organizarse y a comunicarse para
trabajar en equipo.

● Tiene carisma, capacidad de conectar y motivar: el maestro no está sentado en la silla


todo el día con una expresión facial pasiva, leyendo en voz alta las páginas de un libro.
El maestro se levanta, habla, juega e interactúa con sus alumnos, porqué sabe que la
interacción y el establecimiento de una buena relación con ellos es la base para que éstos
quieran aprender.

● Educa a través de la acción: Se basa en el principio “hacer para conocer”, ya que sabe
que de nada le sirve al alumno que le cuenten una lección, si esta lección no la puede
poner en práctica, si no la puede experimentar por sí mismo. Por eso, procura brindar a
sus alumnos ejemplos prácticos, les ofrece oportunidades para descubrir por sí mismos,
para experimentar, creando situaciones en donde vivan el aprendizaje en primera persona.
Utiliza las dinámicas de grupos para que tanto alumnos cómo él mismo aprendan a
conocerse a sí mismos y a los demás ante distintas situaciones sociales.

● Empodera al alumno: el educador emocional sabe que su función es la de dar al niño


responsabilidad, autonomía, ofreciéndole oportunidades en las que pueda ejercitar y
poner en práctica todo lo que sabe. Dicho en otras palabras, el educador emocional da
poder a sus alumnos, les da un rol totalmente activo en su educación; les proporciona
herramientas útiles para su día a día y para su futuro profesional y personal.

● Expresa emociones: el maestro que cree en la educación emocional es un maestro que


expresa sus emociones. Sabe que es fundamental, en cualquier caso, que los alumnos
sepan exactamente cómo se siente su maestro o maestra. Sabe que sus alumnos están
siempre indagando sobre eso, y que son súper sensibles a las emociones que expresan los

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docentes... porqué dependen de ellas. Su expresión de cómo
se siente, ya sea de forma verbal o gestual, les es una guía,
una orientación. El maestro expresa emociones positivas
para contagiar, para animar, para ilusionar a sus alumnos. Y
también conoce la importancia de expresar emociones
negativas de manera coherente, algo clave para saber poner
límites, que a su vez dan seguridad al alumno.

● Gestiona emociones negativas: las emociones positivas nos ayudan a vincularnos, a


abrirnos más, a organizarnos para perseguir el placer y mantener aquello que nos hace
felices. Las emociones negativas nos permiten evitar aquello que nos produce malestar y
sufrimiento. Pero no sólo eso. También nos empujan a hacernos preguntas, a pararnos a
reflexionar acerca de lo que va mal, y a encontrar respuestas acerca de nosotros mismos
y lo que nos rodea. Por lo tanto, cuando hablamos de transformación y de cambio,
debemos escuchar también las emociones negativas, no ignorarlas; pues son aquellas que
nos ayudan a transformar aquello que no funciona, permitiéndonos conseguir un
autoconocimiento valiosísimo.

Los cambios educativos y sociales suelen ser lentos. Aunque ya hace más de veinte años
que se está investigando sobre el tema y que hay mucha gente que habla de ello, lo cierto
es que la propuesta de la Educación Emocional sigue afectando poco a la práctica
educativa diaria. De nosotros, maestros de hoy, depende que haya buenos educadores
emocionales en las aulas para los jóvenes del mañana.

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