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Los 70 en América Latina habían sido divergentes en materia política entre los 5 países antes
mencionados. En Argentina, la inestabilidad la militarización e inestabilidad se intensificó desde
1969. Chile y Uruguay siguieron el mismo camino a pesar de su trayectoria democrática previa.
Por el contrario, México con Echevarría y López Portilo, adoptó políticas inclusivas frente a las
protestas políticas tras la masacre en Tlatelolco en 1968. En Brasil el boom económico entre el
68 y 73 reforzó la idea del presidente Geisel y el general Golbery de llevar al país a un retorno a
un gobierno civil. En lo económico también hubo divergencia. Desde modelos desarrollistas que
aún eran exitosos en México y Brasil, hasta la nueva ortodoxia monetarista y la apertura
comercial en el Sur: Chile, Uruguay y Argentina.
Desde 1982, los procesos de democratización siguen caminos diferentes. En Argentina, los
conflictos al interior de las fuerzas armadas, el fracaso del programa económico, y la derrota en
las Malvinas, precipitó la entrega del gobierno a los civiles, en específico al radical Raúl Alfonsín.
En Brasil y Uruguay los militares tampoco pudieron impedir la transición a gobierno civiles,
aunque sí pudieron negociar aspectos como la amnistía preventiva a los militares. Además, en
ambos países las elecciones estuvieron sujeta a condicionamientos no democráticos, como
desautorizar candidatos en Uruguay, y forzar a que la elección sea a través del Congreso en
Brasil.
En Chile Pinochet se vio forzado desde 1982 a una liberalización limitada, nombrando a Sergio
Onofre Jarpa Ministro del Interior quien no podía ser manejado. No obstante, Jarpa terminaría
renunciando y las protestas sociales no lograron la unificación de las oposiciones. Aun así
Pinochet no podría eludir el plebiscito prometido para 1988. Pinochet sería derrotado en el
plebiscito ante la oposición ya unificada. Ganó el opositor demócrata-cristiano Patricio Aylwin
en las posteriores elecciones.
En México el PRI logró retener el control del poder político, pero se vio forzado a auspiciar la
liberalización del régimen político “desde adentro”.
Los rasgos de los procesos de democratización confirman las tesis del “modelo interaccionista”
como se le ha bautizado a las proposiciones de O Donell, Schmitter y Przeworski, que destaca
por: 1) las transiciones pueden seguir caminos diversos, 2) los caminos o modos conducen a
subespecies del género “democracia” con diferentes probabilidades de éxito, 3) el desenlace de
la transición es siempre incierto, y el riesgo del retorno al autoritarismo nunca desaparece del
todo. Además, el modelo interaccionista ha hecho bien en señalar que los resultados de las
transiciones son efecto de elecciones contingentes rechazando los determinantes/
precondiciones estructurales. Los resultados dependerán del deseo de los actores políticos
clave, o alternativamente de la fuerza de la personalidad, habilidades y creatividad. Para los
autores de este modelo, la estructura social importa, pero no es un determinante significativo
de resultados concretos.
Sobre la incertidumbre de la consolidación de la democracia, las principales cuestiones son:
a) ¿Las fuerzas democráticas podrán elevar los costos del surgimiento de autoritarismos o
de la continuidad de prácticas autoritarias?
b) ¿Las prerrogativas que hayan sobrevivido de los militares podrán impedir la
consolidación de la democracia?
c) ¿Las prácticas clientelistas debilitarán la efectividad y representatividad de las
instituciones?
Sin embargo, la consolidación no depende solo del modo de transición, si no, como muestran
Brasil y Argentina y Perú sino también de otros factores que se exponen a continuación.