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APENAS UN
DELINCUENTE
CRIMEN, CASTIGO Y CULTURA
EN LA ARGENTINA, 1880-1955
LILA CAIMARI
Dirigida por:
Luis Alberto Romero
APENAS UN
DELINCUENTE
Crimen, castigo y cultura
en la Argentina, 1880-1955
por
Lila Caimari
Siglo
veintiuno
editores
Argentina
)*a
Siglo veintiuno editores Argentina s. a.
TUCUMÁN 1621 7» N (C1050AAG), BUENOS AIRES, REPUBIICA AH III N flN A
C a im a ri, L ila
Apenas un delincuente: crimen, castigo
y cultura en la Argentina, 1880-1955. - 1* ed. -
Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2004
312 p. ;21x14 cm. - (Historia y cultura. H)
IS B N 987 -1 1 0 5 -8 0 0
ISBN 987-1105-80-0
Agradecimientos 9
Introducción 15
1. Castigar civilizadamente 31
Castigar mejorando 31
Dos panópticos argentinos 50
a) La Penitenciaría Nacional 50
b) Ushuaia, el panóptico del desierto * 62
2. La fábrica y el laboratorio 75
Los nuevos delincuentes, y sus estudiosos 75
Los criminólogos en la fábrica de buenos trabajadores 99
Notas 271
Bibliografía 303
I
Agradecimientos
tivo intelectual en el salto que lleva de los valores que fundan una
institución a la vida misma de la institución. A la cotidianidad que
desmigaja todo, dice Paul Veyne, pero que obliga a interrogarse
sobre el m odo de existencia de los valores y las ideas en las m edio
cridades del tiem po.8 Volvemos entonces a las perplejidades que
originaron esta digresión, y al tema específico de este libro, para
sugerir que un ejercicio de ese tipo puede contribuir al conoci
m iento de la relación entre saberes, castigo y control social. Pues
la definición cotidiana de la línea de exclusión — la que separaba
al delincuente del ciudadano— se apoyó históricam ente en una
colección de premisas de naturaleza muy diferente, donde lo cien
tífico hacía pie en presupuestos implícitos, que tenían un origen
social o cultural, y que se filtraban por los resquicios de una buro
cracia, a su vez en plena construcción. Este exam en de las ideas
profesionales sobre el estudio del delincuente se ocupa, por ello,
de las refracciones sucesivas de dichas nociones una vez transfor
m adas en proyectos, y sus m etamorfosis en los corredores institu
cionales donde se decidía por dónde pasaba la línea de exclusión:
quién estaba adentro, y quién afuera.
La incorporación de una descripción del uso institucional de
las ideas científicas y, más en general, de sus puntos de contacto
con presupuestos sociales más amplios condujo, en últim a instan
cia, a una expansión de la definición del archivo original. Antes
de explicitar este rum bo imprevisto de la investigación, una últi
ma aclaración vinculada a la reconstrucción de la cotidianidad de
las instituciones. El lugar acordado a la prisión com o escenario
de cruces de saberes y poderes preveía la inclusión de algunos es
tudios de caso: la Penitenciaría Nacional, la Casa Correccional de
Mujeres y el penal de Ushuaia, entre otros. Luego, al pensar el fru
to de estas investigaciones com o libro, fue evidente que el üpo de
abordaje que tal inform ación dem andaba cuadraba muy mal en
el registro general de este trabajo, y que corría el riesgo de con
vertir la historia de la experiencia del castigo en elem ento margi
nal de un estudio sobre los avatares de las ideas, que ya tocaba tan
tos temas. O pté entonces po r incorporar parte de la inform ación
a lo largo de la reconstrucción sobre concepciones, m anteniendo
INTRODUCCION 23
cia y asociado a los instrum entos coercitivos del estado. Pero la evi
dencia m uestra que reos y penados sometidos a los instrum entos
de observación y evaluación podían, sí, ser activos en la definición
de su propio caso, acíwarsobre sus audiencias. I^is dificultades que
plantea la reconstrucción de su punto de vista — com o la opaci
dad fundam ental de todo lo que ocurre tras los m uros de la pri
sión— es evidente. No obstante, es posible com prender las posi
bilidades que a ojos de un recluso de Ushuaia o de la Penitenciaría
Nacional tenía la adopción selectiva e instrum ental de nociones
científicas o legales en su em presa de recuperación de la libertad.
esta institución perm ite articular m uchos de los avatares del refor-
mismo punitivo, que apenas com enzaban con la construcción de
su m onum ento más espectacular. ¿Por qué extenderse hasta los
años cincuenta? Porque para entonces, algunos conceptos cientí
ficos acuñados en el siglo anterior estaban plenam ente integrados
en el sentido com ún popular. Con ellos se había tejido una plura
lidad permisiva de apropiaciones de los saberes profesionales del
crim inal y había cristalizado, paralelam ente, u n a crítica social de
su castigo. Los temas dom inantes de dicho discurso social ingre
saron al estado, por prim era vez, de la m ano del peronism o.
PRIMERA PARTE:
El castigo de una sociedad
m oderna
1. Castigar civilizadamente
Castigar mejorando
a) La Penitenciaría Nacional
para paliar los problem as económ icos que les producía su confi
nam iento, y allí en trab an en contacto con los penados. En este
contexto de alarm ante disolución del proyecto m odelador, el pri
m er gobernador de la Penitenciaría expresaba un temor, que era
extrem o pero no infundado: con la construcción del presidio de
Sierra Chica (para penados de la provincia de Buenos Aires, que
había cedido la gran Penitenciaría al gobierno nacional) m uchos
condenados a penas largas serían transferidos, y la Penitenciaría
porteña corría el riesgo de verse vaciada de sujetos para su régi
m en. Si eso sucedía, se transform aría en lugar de paso de presos
sin sentencia y detenidos policiales. En otras palabras, en una pe
nitenciaría sin penados.55
Q ue la renovación del castigo había sido sobre todo aparien
cia tam poco era un secreto de los pasillos ministeriales. Cuando
en 1894 un periodista de La Nación publicó una serie de notas so
bre la Penitenciaría, la descripción fáscinada e intim idada del edi
ficio term inó conduciendo a un diagnóstico no tan diferente del
de las viejas crónicas de la cárcel del Cabildo. Cientos de procesa
dos “detenidos po r u na tontería” le pedían que los ayudara a salir
de la infam ante institución; decenas de m ujeres llevando víveres
para sus com pañeros encerrados lo recibían en la puerta; los “po
bre m enores” estaban allí sometidos a la “influencia depravadora”
de sus com pañeros de encierro. Finalm ente, la descripción de ese
edificio pleno de im ágenes de higiene y disciplina conducía a una
narrativa de desorden y descontrol: “(...) no es concebible una
cárcel penitenciaria que sea al mismo tiem po hospital de heridos,
asilo de m enores, prisión preventiva, cárcel correccional y quizá
alguna otra cosa que no recordam os”, concluía el periodista.56
¿Cómo integrar esta evidencia, que es abrum adora, con la que
indica el inicio de una experiencia penitenciaria genuina? Es que
este proyecto que quedó inserto en un contexto tan adverso no
fue abandonado, sino reducido a una porción m enor de reclusos
y a algunos rincones de la institución. Los directores más com pro
m etidos procuraron m antener a la m inoría de condenados aloja
da en pabellones separados, con un núcleo de penados en celdas
individuales, cum pliendo los requisitos de escuela y trabajo. En es-
62 LILA CAI MARI
tierra gratuita y m aterial para construir sus casas. Tam bién se les
regalaría tierra a los solteros que prom etieran establecerse en la
zona. H abría trabajo para todos. El estado proveería pasajes gra
tuitos a Ushuaia a los parientes de los penados. La prisión sería un
gran centro de poblam iento.65
Este proyecto optim ista no prosperó, quizá porque su autor
se otorgaba amplios poderes de decisión sobre una institución que
estaba fuera de su jurisdicción (y bajo la del M inisterio de Justi
cia). Esta división de poderes entre gobierno y prisión, allí donde
la prisión era lo único a gobernar, tuvo el efecto de convertir al di
rector del penal en la autoridad más poderosa del territorio.
A partir de 1902, los penados, única fuente estable de m ano
de obra de la zona, construyeron su presidio con las piedras ex
traídas por ellos mismos de las canteras cercanas y con las hayas
que cortaron en el m onte Susana. Ushuaia fue u n a em presa muy
am biciosa en su concepción, y no solam ente p o r su im pactante
planta-abanico de cinco pabellones y dos pisos. (Hoy funciona allí
un m useo por el que pasan anualm ente miles de turistas interna
cionales.) Catello Muratgia, director y diseñador del penal, insis
tió en construir tam bién un gabinete antropom étrico. En la pro
sa de sus inform es, em papada de la retórica crim inológica del
cam bio de siglo, Ushuaia no era sim plem ente un lugar para des
hacerse de los incorregibles: era un brillante faro de m odernidad
punitiva en el fin del m undo. C uando no estuviesen sometidos a
la observación científica, adem ás, estos representantes del bajo
fondo lunfardo en el fin del m undo se transform arían, m ediante
el trabajo, en obreros estatales de la construcción.66
Si bien las am biciones crim inológicas de M uratgia apenas so
brevivieron a su gestión, los reclusos fueron, en efecto, la m ano
de obra detrás de cada elem ento u rb an o construido du ran te el
“p eríodo del p en al”: los edificios públicos, el m uelle comercial,
el pavim ento, la energía eléctrica, las líneas telefónicas, los m ue
bles de los prim eros residentes, etc. Estos logros eran protegidos
por los mismos penados, únicos bom beros del asentam iento.67
La dim ensión de esta población, constructora de la sociedad
donde sufrir su castigo, varió según los períodos. Trescientos en
68 LILA CAI MARI
prisión. Los ciudadanos más duram ente castigados eran los repre
sentantes (forzados) del estado y la m odernidad en los bordes te
rritoriales de su soberanía. Los rituales de celebración del estado
nacional tam bién estaban asociados a la prisión. De allí provenía
la mayor parte de la concurrencia a las cerem onias patrias. Y tam
bién la música, pues las fotografías de estos acontecim ientos mues
tran a la b an d a de uniform ados a rayas — que incluía al célebre
Petiso O rejudo, responsable del bom bo— ejecutando las infalta-
bles m archas ju n to al m uelle comercial.
La densa simbiosis de la vida de la prisión con la del exterior
debía m ucho a la heterogeneidad y distribución espacial de la po
blación confinada en Ushuaia. Inicialm ente, el penal estaba des
uñado exclusivam ente a los reincidentes de Buenos Aires, deses
peración de crim inólogos y penalistas que vieron en su rem oción
física un paliativo al crim en capitalino. Así fue com o tantos con
denados por delitos contra la propiedad — tipo de crim en con ma
yor índice estadístico de reincidencia— term inaron en Ushuaia.
Pero los reincidentes (que, por las características de su delito, ser
vían penas relativam ente cortas) cum plían sus condenas demasia
do rápido para constituir potenciales pobladores. Algunos cum
plieron la totalidad de su p en a d u ran te el largo viaje al sur. De
ellos podría decirse que el castigo fue la travesía misma: entre se
senta y ochenta días en la bodega del barco, con los pies rigurosa
m ente engrillados. (Hasta la reform a instigada p o r Pettinato en
1947, los penados trasladados de un destino a otro usaban pesa
dos grilletes.)
Desde el p u n to de vista oficial, sin em bargo, el ir y venir de
reincidentes en tre Ushuaia y Buenos Aires no justificaba siquiera
el gasto. Por eso, la Cárcel de Reincidentes fue convertida en pre
sidio, para los penados que cum plían las condenas más largas y
duras (el hom icidio fue, en el largo plazo, el crim en asociado a
más de la m itad de esta población). A pesar de este cambio, Us
huaia siguió siendo destino de reincidentes, alrededor de un cuar
to de la población histórica del penal. Si a la misma experiencia
de presidio convergieron ladrones y famosos hom icidas seriales
fue en parte gracias al artículo 52 del Código Penal de 1922, que
70 LILA CAI MARI
vida, a lo cual se sumó el núm ero once, quien tam bién sufre una
co n d en a de veinticinco años”.75 O tra enseñanza: que la falta de
com ida y la desorientación en la m ontaña eran los obstáculos prin
cipales en esos prim eros tram os de vida libre. Es po r tem or a per
derse po r lo que algunos optaban p o r m antenerse cerca del mar,
del cauce de un chorrillo o incluso de las vías del trencito del pe
nal, aunque cualquiera de estas opciones implicase altos riesgos.
Q uedarse en las inm ediaciones del pueblo era peligroso, pero al
gunos lo preferían a alejarse de las fuentes alimenticias. (La apues
ta era sobrevivir así durante semanas, hasta que la búsqueda ofi
cial term inara y las autoridades chilenas cesaran el control
fronterizo.) Si escapar era casi imposible, quien se arriesgaba sa
bía que el regreso al penal equivalía a meses de los castigos más
extrem os. Los intentos de fuga hablan m enos de cálculos raciona
les, que de desesperación lisa y llana. Los suicidios, tam bién. Así
lo explicaba el penado 491: “D eclara que quiso quitarse la vida
porque ya no tiene esperanza de salir de esta cárcel”.76
Por debajo de los intentos más desesperados, había toda una
gam a de estrategias de escape, com o los pedidos de indulto y las
cartas solicitando el regreso a las prisiones capitalinas; pedidos inú
tiles, porque la atestada Penitenciaría se negaba a recibir de vuel
ta a quienes había desechado. La ayuda de la población local, cu
yos habitantes d ependían del presidio para subsistir, era una
posibilidad rem ota, aunque no faltaron casos. La ocasión más im
portante de com unicación con el exterior, por la visibilidad de los
testigos y la duración de su estadía en Ushuaia, llegó con los con
finados políticos radicales de 1934, que coincidió con el m om en
to más oscuro de la larga historia de abusos discrecionales del pre
sidio. Su testim onio tendría m uchas consecuencias para el destino
del penal. Volveremos sobre él al hablar del lugar de la prisión fue
guina en el im aginario punitivo de la sociedad argentina.
2. La fábrica y el laboratorio
L o s n u e v o s d e lin c u e n te s , y s u s e s tu d io s o s
m itad del siglo xix. Pero recién con la catástrofe epidém ica de
1871, cuando la fiebre am arilla m ató a 13.600 personas en una
Buenos Aires precariam ente equipada para las em ergencias sani
tarias, la em ergencia dio crédito a un heterogéneo g ru p o de mé
dicos “higienistas” que reclam aban reformas. Com o la educación
o el castigo m odelador, la higiene pasó, en el últim o cuarto del si
glo, al centro de ese conglom erado de nociones asociadas al pro
greso y la civilización, inspirando una serie de m edidas que mez
claban lo preventivo con lo disciplinador. Nada parecía escapar a
su agenda: con énfasis diferentes según los m om entos, el higienis-
mo se ocupaba de lo técnico y de lo m oral, de la pobreza de las
masas y de la m odernización del equipam iento urbano. Sus líde
res aparecían, así, com o los profesionales m ejor adaptados para
enfrentar los desafíos de la “cuestión social”. T érm ino de época,
“cuestión social” designaba el agregado de problem as de las socie
dades occidentales rápidam ente urbanizadas: hacinam iento, mar-
ginalidad, prostitución, alcoholism o y crim en. P ro nto adquirió,
además, connotaciones políticas, cuando a esos temas se adosó un
movim iento obrero cuya conflictividad creciente fue, en Buenos
Aires, asociada a las tradiciones anarquistas y socialistas de los tra
bajadores recién llegados.78
La evidencia de todos estos males estaba a la vista de cualquie
ra que cam inara po r la ciudad, decían los editoriales de los dia
rios, a m enudo escritos por quienes por entonces huían al confort
de los barrios del norte. Niños “sueltos”, sin tutela fam iliar o esco
lar, se desplazaban en “bandadas” po r las calles del centro, donde
aprendían las peores artes de la delincuencia. Estas víctimas de la
sociedad, cam ino a convertirse en punguistas y escruchantes, circu
laban por los intersticios creados en la carrera de la construcción.
Había incluso invisibles “sociedades de niños ladrones”, o “acade
mias del ro b o ” do n d e “se doctoran de ladrones”, aseguraban los
diarios; los canillitas, en particular, fueron objeto de m uchas de
nuncias ansiosas y de un gran escrutinio científico.'9 Las calles es
taban m inadas de m endigos, y tam bién de atorrantes, palabra que
a mediados de la década de 1880 nom bró a la constelación de “de
sechos de la inm igración mal dirigida” que vivían de la basura y se
78 LILA CAI MARI
na, que hacía sentir a sus m iem bros más tradicionales invadidos y
asediados.82
Este disgusto ante el fin de un m undo sepultado bajo las ba
bélicas m ultitudes era sólo la vertiente aristocratizante de u n a
masa de diagnósticos m ucho más urgentes. Estadísticas oficiales,
gráficos multicolores, libros testimoniales, discursos políticos, in
form es médicos, editoriales periodísticos: allí están las variantes
expresivas de un m iedo al descontrol. M ostraban que esta socie
dad p o rteñ a del fin de siglo era infinitam ente más com pleja, y
tam bién más insegura. Gracias a la prensa, que por entonces am
pliaba sus secciones policiales, la ansiedad ante el aum ento del cri
m en se filtraba en mil interacciones cotidianas y en la intim idad
de los hogares. Los criminales no solam ente eran más que antes,
alertaba el periodism o: eran otros. Por la localización im aginaria
de su espacio de sociabilidad “allá, en las sombrías covachas de los
suburbios”, su frecuente extranjería, la planificación cuidadosa de
los golpes, y los refinam ientos científicos y tecnológicos de los que
echaban m ano, se trataba de “nuevos crim inales”, una “epidem ia”
que crecía “sin desinfecciones provechosas”. Ante esta inquietan
te faceta de la m odernidad, no faltaban quienes se sorprendían
recordando con nostalgia “la franca puñalada de nuestro paisa
n o ”.83 La vigilancia policial, que era proporcionalm ente mayor en
los suburbios más prósperos, no eliminaba m entalm ente esta preo
cupación insidiosa por el delito. Las estrategias de los nuevos de
lincuentes para filtrarse silenciosamente en las residencias —uti
lizando m odernas tecnologías abrepuertas o la interm ediación de
ese servicio dom éstico cada vez más im prescindible— estaban en
todas las conversaciones.84
Las estadísticas policiales, que engrosaban la ola de represen
taciones estatales de los problem as sociales, reforzaban los alarm a
dos diagnósticos impresionistas. ¿Pero qué nos dicen sobre los crí
m enes efectivamente com etidos en la ciudad? Por supuesto, que
habían aum entado, aunque la m edida de este aum ento y la natu
raleza de los delitos son difíciles de precisar, pues las cifras policia
les hablan más y mejor de los esfuerzos de la institución misma que
de los delincuentes. En su estudio sobre los arrestos y denuncias
LA FÁBRICA Y EL LABORATORIO 81
A p e s a r d e l d e s c ré d ito e n el q u e p r o n to c a y e ro n su s h ip ó te sis
m ás d u ra s , y su in siste n c ia e n las p o te n c ia lid a d e s ex p licativ as d e
la a n tro p o lo g ía c rim in a l, q u e ta m b ié n fu e ro n re fu ta d a s, n u n c a se
le d is p u tó a L o m b ro s o su le g itim id a d d e f u n d a d o r d e la c ie n c ia
d e l c rim e n . E n las sucesivas e d ic io n e s d e su lib ro , re p itió su llam a
d o a la o b se rv a c ió n c lín ic a in d iv id u a l y la e la b o ra c ió n d e d iag n ó s-
ticos o b te n id o s d e d a to s e m p íric o s: la c rim in o lo g ía e r a positivista
e n la m e d id a e n q u e re e m p la z a ría las a n a lo g ía s m a te m á tic a s d e
B eccaria p o r c o n o c im ie n to o b te n id o s o b re el m o d e lo d e la c ie n
cia e x p e rim e n ta l. M ás a llá d e las o b je c io n e s a la scuola italiana, es
to s in g re d ie n te s s ie m p re fu e ro n c e n tra le s a la c o n s tru c c ió n a rg u
m en tativ a d e la n u ev a cie n c ia , q u e h izo suya la n o c ió n d e p ro g re so
b asa d a e n la a c u m u la c ió n d e c o n o c im ie n to s o b re la so c ie d a d . La
c o s tu m b re d e visitar las p ris io n e s p a r a o b s e rv a r p a to lo g ía s c rim i
n ales, c o n las q u e c o n s tr u ir re p e r to r io s y c la sific acio n es c o n s ta n
te m e n te e x p a n d id o s , ta m b ié n fig u ra e n tr e los a p o r te s lo m b ro sia-
n o s m ás d u ra d e ro s .
La c rim in o lo g ía a r g e n d n a , q u e fu e p re c o z y re la tiv a m e n te o ri
g in al, n o co n sistió e n u n a sim p le o p e r a c ió n d e “r e c e p c ió n ”, a u n
si a c o rd á ra m o s a este té r m in o u n s e n tid o c re a tiv o .103 El acceso a
la lite ra tu r a c ie n tífic a e u r o p e a (e n p a rtic u la r, la q u e r e p re s e n tó
las v e rtie n te s ita lia n a y fra n c e sa ) estu v o , d e s d e el p rin c ip io , m a r
c a d o p o r u n a a c titu d c rític a q u e im p lic a b a u n a in te n c ió n d e in te r
v en c ió n fu e rte e n el d e b a te . Los c ie n tíñ e o s lo cales, q u e fre c u e n
te m e n te p u b lic a b a n sus te x to s e n fra n c é s, e r a n p a r te d e u n a g ra n
c o n ste la c ió n c o s m o p o lita d e e stu d io so s d e l c r im e n q u e in te rc a m
b ia b a n in fo rm a c ió n p e r m a n e n te m e n te y p a r tic ip a b a n e n p ie d e
ig u a ld a d c o n sus co leg a s e u r o p e o s e n las n u m e ro s a s c o n fe re n c ia s
in te rn a c io n a le s ( u n d a to c o n c o n s e c u e n c ia s a la h o r a d e in te r
p r e ta r su p ro d u c c ió n c ie n tífic a ). El ín d ic e d e su revista p rin c ip a l,
los Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, c re a d a p o r
J o s é In g e n ie ro s e n 1902, es u n te s tim o n io , e n tr e m u c h o s, d e esta
in se rc ió n .
P a ra e n to n c e s , la d is c ip lin a a lc a n z a b a c ie r ta m a d u re z te ó ric a
y c re c ie n te in flu e n c ia in stitu c io n a l. H a b ía n p a s a d o m ás d e d o s d é
ca d as d e s d e las p rim e ra s le c tu ra s d e L o m b ro s o , y si b ie n sus ideas
LA FABRICA Y EL LABORATORIO 91
m ás p o lé m ic a s d e s p e r ta r o n re a c c io n e s v e h e m e n te s , su b a ta lla
c o n tr a la “E scu e la C lásica" y su m e to d o lo g ía d e o b s e rv a c ió n clín i
ca h a b ía n s id o a b ra z a d a s sin re se rv a s. O tr a h e r e n c ia , m e n o s e x
p líc ita , e r a la q u e h a c ía d e la c r im in o lo g ía u n a c ie n c ia d e e x c lu
sió n , e n el s e n tid o d e id e n tific a c ió n d e lo s s u je to s in c o m p a tib le s
c o n el p ro y e c to m o d e r n iz a d o r c iv iliz ato rio . L o m b ro so , q u e escri
b ió e n el c o n te x to d el d e b a te s o b re el f u tu r o d e la Italia re c ie n te
m e n te u n ific a d a , v eía a su c ie n c ia c o m o u n i n s tr u m e n to vital e n
la d e f in ic ió n d e los c iu d a d a n o s (p ro d u c tiv o s ) d e la so c ie d a d d e l
fu tu ro . E ra in ú til, so ste n ía , in te n ta r c a m b ia r a q u ie n e s r e p r e s e n
ta b a n atav ism o y a n a rq u ía : d e b ía n s e r s e n c illa m e n te s e p a ra d o s .104
L os p rin c ip a le s tra b a jo s d e la c rim in o lo g ía a r g e n tin a h ic ie ro n su
ya esta o p e r a c ió n id e n tific a n d o e n lo s su je to s o b s e rv a d o s a los q u e
e r a n in c o m p a tib le s c o n u n im p líc ito m o d e lo d e c iu d a d a n o fu tu
ro . E n sus p rim e ra s v e rsio n e s, e ste ¿ u je to e r a a m e n u d o el in m i
g ra n te la tin o .
L os Hombres de presa, d e L u is M. D ra g o (1 8 8 8 ), fu e el p rim e r
re s u lta d o p a lp a b le d e la a p lic a c ió n d e las te o ría s c rim in o ló g ic a s a
la re a lid a d lo cal. A n tic ip a n d o el g iro e c lé c d c o d e la n u e v a c ie n c ia
a r g e n tin a , c o m b in a b a id eas d e L o m b ro s o , F e rri, S p e n c e r y la es
c u e la fra n c e sa , e n los q u e en v o lv ió el g r a n te m a d e l d e lin c u e n te
e x tra n je ro , q u e s in g u la riz ó a los e s tu d io s n a c io n a le s . S o b re él vol
vió p o c o d e s p u é s A n to n io D e lle p ia n e e n Causas del delito (1 8 9 2 ).
La lle g a d a d e los in m ig ra n te s , c o in c id ía n lo s e sp e cialistas, h a b ía
d e r r a m a d o e n el P la ta los p e o r e s d e s e c h o s d e las so c ie d a d e s m e
d ite rrá n e a s , im p o r ta n d o vicios y m o d a lid a d e s d e tra n s g re s ió n a n
tes d e sc o n o c id a s. Las n u ev as razas (e ste c o n c e p to e sta b a e n el c e n
tro d e d ic h o d ia g n ó s tic o ) tr a ía n su s tr a d ic io n e s d e v io le n c ia
p o lític a (a n a rq u is ta ) y sus sa b e re s d e l c r im e n u r b a n o ; ¿q u é e r a el
punguista p o r t e ñ o s in o u n a im p o r ta c ió n d e l c a r te r is ta d e l V iejo
M u n d o ?, p r e g u n ta b a D e lle p ia n e . D e e sta
líder libertario, una causa tan digna de lucha com o el fin del or
den burgués.110
Gori representa una versión singular de apropiación de pre
misas de la crim inología, sin duda, la más inquietante, por jugar
peligrosam ente en el límite de lo aceptable para sus com pañeros
de ruta. Más cercana a la realidad gremial del acüvismo ácrata, Im
Protesta Humana hacía lecturas cuidadosam ente selectivas de la
oferta científica. Allí, la noción de criminal nato fue desechada de
plano, y tam bién lo fue el derecho a tom ar m edidas coercitivas ba
sadas en tal teoría. En contraste, las etiologías am bientales de la
crim inalidad fueron bienvenidas com o un gran adelanto en las
m aneras de ver el problem a. Después de todo, el m ejor conoci
m iento de los males provocados por la opresión económ ica y por
las condiciones de los sectores más dom inados, sólo podía contri
buir a la lucha por el fin del orden burgués.111
La intersección de la crim inología con el socialismo es más
conocida, aunque sus zonas de confluencia tam poco eran comple
tas. Una vez más, la adopción de las promesas de la ciencia, en es
te caso acom pañada de un proyecto de relación fuerte entre esta
do reform ista y sociedad, parece sustentar dicha sintonía. La
versión argentina de este cruce es un capítulo del com plejo en
cuentro entre positivismo e izquierda que, com o en Europa, fue
tan frecuente a fines del siglo XIX. Ingenieros —com o Lombroso
y Ferri, ambos vinculados en algún m om ento de sus trayectorias
al socialismo italiano— llegó a la crim inología luego de un cami
no de activismo; anarquista prim ero y socialista después. La disci
plina que lideraba era vista bajo la optim ista luz del progresismo
ciendficista. El prim er libro de Ferri, Socialismo y Ciencia Moderna,
escrito en 1894, era una defensa de la com patibilidad entre m ar
xismo y darwinismo, com o lo eran otras obras sobre socialismo y
ciencia difundidos por La Vanguardia y las innum erables conferen
cias científicas organizadas por la Sociedad Luz.112 La relación del
socialismo con el proyecto de la crim inología tam bién debe ser
vista a la luz de la distinción que m uchos hacían entre las teorías
atávicas y sociales de la crim inología. Si Lom broso quedó para
siempre asociado a las prim eras, es porque eran las más fácilmen
LA FÁBRICA Y EL LABORATORIO 97
Panópticos y pantanos
cuyo destino debía ser las colonias penales del lejano sur. Entre las
m edidas dem andadas para agilizar el proceso y lim itar el encarce
lam iento figuran juicios orales y públicos, en una instancia, con
fallo en la misma audiencia (o en más instancias solam ente en ca
sos graves); restricción de la prisión preventiva (en particular, su
supresión po r delitos correccionales y su lim itación a crím enes
graves, o al peligro de fuga); mayor difusión de la libertad provi
sional; adopción urgente de la condena condicional; detención
con límite fijo. (O tra dem anda recu rren te era la publicidad par
cial o total del sum ario, que era secreto, com o en los sistemas pro
cesales inquisitoriales.)138
Si bien el Código de Procedim ientos de la justicia federal no
incorporó estas m odificaciones, el Código Penal sancionado en
1922 reflejaba la tendencia hacia la flexibilización de la definición
de los sujetos encarcelables, introduciendo la condena condicio
nal (y tam bién, la libertad condicional). Este fue uno de los esca
sos triunfos de la escuela positivista en el ám bito jurídico, ya que
dichas medidas iban en el sentido de individualización de la pena.
(El principal uso judicial de los inform es del Instituto de Crim ino
logía fue, precisam ente, el que hicieron los jueces que debían to
m ar decisiones sobre libertad condicional.) En otros sentidos, no
obstante, el nuevo Código exacerbó la tendencia a la privación de
la libertad. El artículo 52 definió la reclusión indeterm inada de
reincidentes com o opción accesoria de la pena.139 Concebida pa
ra secuestrar a los reincidentes irreform ables y defender la socie
dad de los libres, esta disposición tuvo el resultado de expandir la
sociedad de los cautivos, pero la que estaba lejos de la vista, en Us-
huaia, donde term inaban sus días m uchos ladrones capitalinos. El
temible artículo 52 logró, en efecto, que la suma de tres penas ba
jas fuera equivalente a condenas de límite abierto (otro triunfo po
sitivista), que en la práctica era una condena perpetua. Q uienes
entrevistaban a los penados en el Insdtuto de Criminología, sabían
que la evocación “del 52” tenía virtudes intimidatorías: “¿Se ha da
do cuenta que si persiste va a ir a T ierra del Fuego por toda la vida
con el 52?”, amenazaba un perito a un entrevistado que se negaba
a facilitar datos autobiográficos para su historia crim inológica.140
114 LILA CAI MARI
e x p e r ie n c ia c a r c e la r ia d e l a n a r q u is m o i n a u g u r ó ta m b ié n la lite r a
t u r a d e l c o n f i n a m i e n t o d e l s ig lo XX.
que nuestra testigo observa con previsible desdén, parece aun más
absurda porque las religiosas no ejercen ningún control sobre su
ruidoso rebaño. El diálogo entre vírgenes y pecadoras se estable
ce cuando la m adre superiora atraviesa el límite entre el claustro
virginal y el patio prostibulario. En la misa, “Se oye un ‘Virgo fide-
lis' m onótono, monjil y un ‘ora pro nobis’ reo y gritón". En la cla
se escolar, “Una mujer gruesa contesta el ‘ave m ana' m ientras se
arregla las uñas." El pesimismo con respecto a los efectos de la re
ligión sobre las internas se torna en positivo disgusto cuando esta
observadora que no puede sino aborrecer el planteo del proble
ma social de la prostitución en térm inos de pecado y perdón, com
prueba que las prostitutas incorporan la visión religiosa del m un
do para intentar m ejorar su suerte una vez de vuelta en la calle:
“Che. C arm en, pónete una vela a la virgen p a ’ que no me enca
nen. ¡La pucha, que jetta tengo! (...) Diosy la virgen santísima me
han de proteger para ganarm e la m ulta en la prim er tarde que sal
ga”-
Lo grotesco y lo antihigiénico se com binan con la falta abso
luta de disciplina espiritual, que hace caer a las internas en la su
perstición más abyecta, devoción religiosa infantil de llantos, me
dallas, velas y estampitas. M endoza dram atiza sus argum entos
críticos sobre tal terapia en su confrontación con una de las reli
giosas. Confirm a así el abismo insalvable entre las respectivas con
cepciones de las necesidades de estas mujeres marginales: limpie
za, disciplina laboral y e n tren am ien to intelectual para una,
salvación en el más allá para la otra. En úlum o análisis, religiosas
y prostitutas son igualm ente ciegas a sus intereses reales y a toda
lectura racional de la experiencia que com parten. Vírgenes y pros
titutas —los dos ejemplos dram áticos de la secular esclavitud fe
m enina— se encuentran enfrentadas y unidas a la vez en esta ins
titución de reproducción de la servidum bre fem enina de la
sociedad burguesa. El régim en que enm arca este “maridaje m ons
truoso", no tiene ninguno de los atributos del castigo ilustrado.
M endoza hace muchas observaciones críticas sobre la cárcel de la
que era a la vez víctima y observadora: la ausencia de un régim en
de trabajo, la falta de higiene, las sanciones torpes y la terapia re
PANTANOS PUNITIVOS 131
ces, era la que pasaba por el potente filtro de lo que sus sujetos
(ayudados por sus abogados) creían era aceptable para los docto
res, psiquiatras y juristas que los interrogaban. El filtro mayor, sin
em bargo, residía en el diseño de la encuesta. Regresamos enton
ces al interrogante inicial sobre el significado de los criterios psi-
copatológicos en su uso sobre casos concretos.
Los “Boletines Médico-Psicológicos” eran más inclusivos de
lo que la narrativa científica hacía sospechar.188 En las entrevis
tas se hablaba de m uchos temas, p orque en su paso de los Are}li-
vos2llas instituciones, la categoría “psicopatológica” cobraba ope-
ratividad encarnándose en extensos cuestionarios, que iban de
la estructura afectiva del penado a sus ideas políticas. C om ence
mos por lo más obvio: las preocupaciones oficiales p o r la difu
sión del anarquism o, que estaban en su punto álgido en el mo
m ento de diseño de estas encuestas, se filtran bajo las etiquetas
m édicas, ab onando la hipótesis del papel instrum ental que la
ciencia cum plía para avanzar proyectos de control de grupos sub
versivos. Para entonces, el proceso de crim inalización del anar
quista en las publicaciones científicas estaba consum ado, y la cri
m inología había cubierto con su m anto legitim ador la sanción
de las leyes que lo com batían.189 La presencia de preguntas so
bre ideas políticas en los form ularios de la prisión no es, en to n
ces, del todo sorprendente. Veamos el uso institucional de facto
res psicológicos políticam ente más anodinos: las esferas afectiva,
volitiva e intelectual.
Siguiendo la teoría, las matrices de datos diseñadas po r Inge
nieros preveían el doble de espacio para los factores psíquicos que
para los demás elem entos, y tal proporción fue transm itida casi
idéntica al form ulario siguiente, utilizado bajo la dirección de Fer
nández hasta 1927, para el exam en de más de 3 500 penados. La
descripción de la “estructura afectiva” ocupaba en ella un lugar
central, y era evaluada según dos indicadores: el núm ero de con
tactos con la familia (asiduidad de la correspondencia y visitas) y
el destino del peculio obtenido m ediante el trabajo en la peniten
ciaría (si era destinado a contribuir al sostén de una familia cons
tituida afuera, o no). Lo que esta inform ación m edía no era, pues,
CUANDO CRIMINALES YCRIM INOLOGOS SE ENCUENTRAN 147
ción económ ica, moral y social y con sus defectos orgánicos”. Sa
car al delincuente de la “cam pana de vidrio” para “verlo vivir, esti
m ulado, movido, agitado por toda la atmósfera social”.202 M edian
te esta reintegración (docum ental) de su objeto a la sociedad de
los libres, las historias criminológicas se trasform aron en biografías
científicas totales, reconstrucciones de vidas pasadas y presentes, in
dividuales y sociales. Familia, escuela, trabajo, m oral, cultura, polí
tica, todo era volcado en una ficha matriz que había pasado de cua
tro a veinteséis páginas, con num erosos informes adicionales. Estos
datos provenían de las habituales entrevistas directas con el conde
nado, y de un nuevo “servicio de investigación social”, que aum en
tó dram áticam ente el escrutinio estatal de familias pobres, ya ex
pandido por el higienism o.203 Llegada como consecuencia de un
crim en com etido, su inspección de los domicilios m odestos de
planchadoras, capataces de m ataderos, albañiles o peones era re
cibida con recelo. Algunos se negaban a someterse a la entrevista.
O tros defendían a sus hijos encarcelados y prom etían ayudarlos a
la salida (prom esa im portante a la hora de decidir la liberación
condicional). La mayoría de las veces, las representantes de la mi
rada estatal (que eran, en su mayoría, m ujeres) encontraban te
mor, desconfianza y tam bién esfuerzos por desligar a quien había
com etido un crim en de la historia del resto de la familia.204
La inclusividad del criterio de recolección de esta inform a
ción, relevante a todas las teorías explicativas de la crim inalidad,
planteaba m uchos problem as de legibilidad estatal, es decir, de tra
ducción de jeroglíficos sociales a form atos simplificados, adm inis
trativam ente útiles.205 Por ello, las “historias clínicas crim inológi
cas” de los años treinta fueron diseñadas para resistir el im pacto
de la burocratización m ediante una gran formalización de los da
tos. Los espacios vacíos habían sido reducidos al m ínim o, y m u
chas preguntas preveían una selección de respuestas que el entre
vistador se lim itaba a escoger y subrayar. Q uienes enfrentaban la
tarea de construcción de un perfil basado en toda esta inform a
ción podían utilizar com o guía un índice agregado a la ficha, con
dos listas de factores de mayor y m enor peligrosidad respectiva
m ente. Cada una construía im pecablem ente el identikit del crimi
154 LILA CAI MARI
boral dentro del sistema penitenciario eran tam bién objeto de ob
servación en una sección titulada “vida industrial”. Puntualidad,
disciplina, deferencia hacia la autoridad, concentración, prolijidad,
peculio, y proyección de salario potencial en la vida libre. Había
una relación fuerte entre el perfil socioeconóm ico del penado y el
peso relativo que su disciplina laboral tenía en el diagnóstico de
peligrosidad. Las sinuosas biografías laborales de tan tos jornaleros,
comenzaban en la infancia tem prana y concluían el día del crimen:
Vida sexual libre. Hay que suponer que en los años anteriores
al delito que purga, como viviese a la intemperie, en sitios bal-
160 LILA CAI MARI
dar cuenta del apetito de los parisinos por los relatos que “ensan
grientan cada página”, Rubén Darío detectaba la inocultable fas
cinación que en los lectores ejercía el riesgo que corrían los cul
pables. Los crím enes ocupaban demasiado lugar en el periodism o
y la literatura, se quejaba, y el interés po r ellos bordeaba peligro
sam ente la celebración del transgresor. “Se debería tam bién mos
trar la virtud, dejarla ver como es, de una belleza superior.”226 En
la Argentina, José María Ramos Mejía deploraba el giro hacia la
sugestión y el engaño tom ado por la prensa m oderna, y recorda
ba con nostalgia al “grave y tranquilo lector de otros tiem pos”, los
tiempos anteriores a la alfabetización masiva, que tanto había em
pobrecido la calidad de la oferta periodística.227 El fulgurante éxi
to de los folletines de Eduardo G utiérrez, donde se codeaban “to
das las categorías de la canalla”, confirm aba las peores hipótesis
sobre las prácticas literarias de las mayorías. “Los detalles de esta
perpetua tragedia [el crim en] form an la sola lectura de una gran
parte del pueblo”, se alarm aba La Vanguardia. También el corres
ponsal de La Nación, José Martí, deploraba el ruidoso interés del
público en una ejecución que presenciaba con fines periodísticos.
Naturalm ente, ju n to a estas protestas, La Nación difundió todos los
detalles de aquella m uerte, y los de m uchas más.228
Tesis, libros y publicaciones criminológicas se quejaban cons
tantem ente de la introm isión de los periodistas en la labor de los
especialistas del crim en. Los lectores de diarios, decía Rodolfo Ri-
varola, sabían m ucho más sobre los sum arios judiciales que los
propios acusados, sometidos al secreto inquisitorial. Las pesquisas
se realizaban en un marco de absoluta confusión y escandalosa pu
blicidad, editorializaba La Nación en 1894. No solamente había su
perposición entre policía y justicia, sino que todo el m undo, in
cluidos la prensa y sus lectores, tenían parte en el proceso.229 La
Voz de la Iglesia, por su parte, veía en esta difusión la causa del cre
cim iento de la crim inalidad, cuyas “extensas y a veces novelescas
crónicas del crim en” estim ulaban las inclinaciones perversas ge
nerando fenóm enos de contagio e imitación. La policía debía de
ja r de suministrar datos al periodism o y prohibir reportajes a los
delincuentes, “tan explotados por nuestros colegas”.230
MALHECHORES OCULTOS Y PERSEGUIDORES MODERNOS 171
U t»- r - »m
El ladrAa toma la ctdana del rtloj y la «*•
traa patando por franta i la viotlma
Si los delincuentes de 1900 eran otros, los crím enes que co
m etían eran una ventana, una ocasión para m irar a esos persona
jes —a esos m undos— a la vez am enazantes y fascinantes. La can
tidad y naturaleza de los delitos, vimos, cam biaba con la acelerada
urbanización, y la percepción de ese proceso estaba sin duda mag
nificada po r otro cambio, dram ático, en las m aneras dom inantes
de m irar a dichos delincuentes. Exam inemos la relación entre las
representaciones publicadas en la prensa y las que p o r entonces
circulaban en los espacios académ icos y científicos del flam ante
saber crim inológico. Esta no sirvió para retratar al ladrón manso,
pero sí al hom icida.
En realidad, pensar en un proceso de “transferencia” de con
tenidos del cam po científico al periodístico es en sí mismo proble
mático, porque los médicos higienistas, psiquiatras y criminólogos
— locales o extranjeros— publicaban ab u n d an te m aterial en los
grandes diarios y revistas. Además de la transcripción de los tex
tos técnicos — forenses, de m edicina legal o diagnóstico antropo
lógico— relacionados con casos célebres, tam bién contribuían
con artículos especialm ente dirigidos al gran público. Francisco
de Veyga, Lucio Meléndez, José María Ramos Mejía, Guglielmo Fe-
rre ro y el mismo Lom broso son sólo algunos de los autores cuyos
textos sobre tem as de lo más diversos aparecían regularm ente.
188 LILA CAI MAR]
(aras y(aretas
p-
C O N F F H f^ c i» FRENOIORM'.
O tro elem ento teórico que entró con fuerza en el retrato pe
riodístico del delincuente proviene de las teorías de la degenera
ción. Gracias a los diarios, miles de personas se enteraban de los
antecedentes médicos de los m iem bros de la familia del perpetra
dor: de los contornos vagamente histéricos del carácter de su her
m ana y de la gota de su padre de setenta y seis años, de quien, se
deducía, el asesino Castro Rodríguez había heredado problem as
nerviosos. En esta clínica crim inal popular tam bién habían deja
do su sedim ento las nociones de contagio y degeneración tan di
fundidas en Buenos Aires por la literatura naturalista de las dos
últimas décadas del siglo. Las novelas moralizantes, com o la con
trovertida En la sangre, de Cambaceres, ilustraban m ediante histo
rias de pasión y castigo los peligros de la herencia, aquella que
oculta sus estigmas a la m irada y los aloja “en la sangre”. Otras cul
tivaban lo m onstruoso y recurrían en sus argum entos a la cons
194 U L A CAIMA R1
En las prim eras décadas del siglo X X , los lectores porteños tu
vieron a su disposición un nuevo tipo de crónica periodística del
crim en, en un nuevo tipo de diario. De perfil más comercial y me
nos político que sus predecesores, a m enudo publicado a la tarde,
seguía el m odelo de los grandes vespertinos norteam ericanos, que
de la m ano de H earst y Pulitzer conquistaban un espacio inédito
entre los lectores urbanos. El prim ero fue La Razón, que en 1905
salió a disputar exitosam ente el m ercado a la prensa m atutina. En
1913, con tres ediciones diarias, se había instalado com o lectura
de la tarde: la de quienes hacían largas colas para enterarse po r la
prensa de los resultados deportivos de la jo rnada, los que leían el
diario en el tranvía de vuelta al barrio, allí donde estaba su fami
lia, su casa con patio y las ricas redes de su sociabilidad vecinal.284
Con una apuesta más osada a la sátira, la caricatura y los grandes
titulares, Última Hora pronto salió a com petir con La Razón por ese
espacio. A ellos se sum arían Crítica y luego, el colorido tabloide El
Mundo. Así, en la segunda década del siglo, Buenos Aires había
entrado en la era de la prensa p opular urbana, que en grandes ti
tulares, caricaturas y fotografías, hablaba de los escándalos de ac
tualidad política, la m oda, el crim en y el deporte. Fue allí donde
las potencialidades de la prensa sensacionalista alcanzaron su má
xima realización.285
El diario que em blem atiza esta e ra es Crítica, que es tam bién
el que más espacio y recursos dedicó a la cobertura del crim en, la
justicia y el castigo de estado. En sus decenas de miles de ejem pla
res cotidianos (que en la década del 30 se contaban por centenas
200 LILA CAI MAR]
D A N ! A g u a n ta n W
• Menores en la Ale*
f AMOTINARON ANOCHE Hirieron Dispar™ál Aire Para l)m" 1nara i<» Mí,,org*J ^||
AS MENORES PRESOS EN
AALCAIDIA OE TACUARI
V ¿ i ** Tm it*M Ttrm-
i Mtmmem
mmn T—romUrreHdmt tü
aVn—»U » h o -
alamma'kj* r l vtasoamo
La policía era abusiva, pero tam bién incom petente y por eso,
fácil presa del ingenio popular. Critica no se lim itaba a publicar
historias que ponían esto en evidencia: su conexión con los lecto
res tam bién era cultivada m ediante relatos de sus propias trans
gresiones, realizadas al servicio de los intereses del pueblo. Cuan
do el D epartam ento de Policía estableció el “m anyam iento”
enm ascarado — m ediante el cual los ciudadanos que reconocían
sospechosos podían proteger su identidad ocultándose tras una
careta— el diario denunció inm ediatam ente el atropello a los de
rechos de los obreros y contraventores encarcelados. Y constru
yendo una com plicidad con el lector a expensas de la policía, el
periodista se detuvo a explicar cóm o la presencia del fotógrafo en
la escena había sido descubierta, cóm o se las había arreglado pa
ra pasar las placas a otro periodista, que a su vez las había contra
210 LILA CAI MARI
rada d el “Manyamiento”
Antifaz, Tuvo Lugar Otra vez Hoy
E n el tugurio gentuza
Bebe y juega los dineros,
Y el alcohol escribe el drama
Que describe el entrevero
—Bloisi...
OFICIAL (Voz suave, tierna).
BLOISI (Ahogándose):—Lléveme, señor... Total, ya no importa.
OFICIAL (Conmovido)-. No, Bloisi. Usted es un hombre todavía.
Yo tengo una misión que cumplir. Pero... prométame que no
se escapará, y...
BLOISI (Anhelante) —¿Yqué, señor oficial? ¿Qué?...
OFICIAL —Y... yo le permitiré que vea a su pobrecita madre.330
Crónicas de la prisión
Lejos de ser seres ajenos a la com unidad hum ana, los pena
dos aparecen colmados de hum anidad; por m om entos, de una hu
m anidad infantilizada. Su voz —com o la del condenado Meardi
que había entregado al reportero de La Nación la carta postum a a
su m adre— es restituida. Su testim onio tiene la relevancia moral
del que sufre, y produce culpa. ¿Para qué m arginar tan implaca
blemente?, pregunta un periodista:
En las prim eras décadas del siglo, Soiza Reilly era uno de los
periodistas más populares de Buenos Aires. Colum nista en Caras
y Caretas y Fray Mocho, fue tam bién autor de novelas y libros de en
sayos de en o rm e éxito editorial (su best-seller El alma de los perros al
canzó veinticuatro ediciones). Josefina Ludm er ha identificado a
Soiza Reilly com o una influencia decisiva en la form ación del jo
ven Arlt, y un eslabón clave en una genealogía cultural que conec
taría al anarquism o y al peronism o.342 En el contexto de este tra
bajo, nos detenem os en Soiza Reilly por su papel de difusor de una
sensibilidad popular crítica de la justicia estatal y sintonizada con
las miserias del hom bre pequeño —el delincuente, y más en gene
ral, el pobre y desgraciado— . (O tro ejem plo de literatura popular,
de origen bien diferente, que insertaba su crítica del castigo esta
tal en una estructura de temas similares —el sufrim iento de los pe
queños, los “temas de la miseria”— está en otro best-seller de las pri
m eras décadas del siglo: El Erial, de Constancio Vigil, publicado
en 1915 y reeditado múltiples veces.)343
En La ciudad de los locos (1914), Soiza Reilly relata en prim era
persona — su personaje es Agapito Candileja— las aventuras de
T artarín M oreira (descendiente im aginario de Ju a n M oreira),
quien organizó una delirante fuga de internos en un m anicom io
de Buenos Aires. ¡Criminales! (Almas sucias de mujeres y hombres lim
pios) (1926), abre con un manifiesto que alude — a la m anera, jus
tam ente, de Juan Moreira— a la quim era de la justicia estatal y una
justicia p o p u lar hecha de fuerza espiritual contenida.344 C on su
program a radial “Arriba los corazones! ”, Soiza Reilly alcanzó en la
década de 1930 el pico de su popularidad.
A este periodista Caras y Caretas encom endó dos series de in
tervenciones sobre la prisión. Los títulos escogidos establecieron
el tono dostoievskiano: “U na visita a los m uertos que viven en Sie
rra Chica”(enero de 1930), y “Almas y sombras del presidio de Us-
huaia” (m arzo a mayo de 1933).345 Ambas excursiones estaban
concebidas bajo la antigua form a de la galería de retratos. Pero el
sentido del retrato del preso ha cambiado fundam entalm ente des
de las visitas de G hiraldo y Gori. Por un lado, el sentim iento que
dom ina la m irada del visitante sobre los observados es abrum ado
242 LILA CAI MARI
ram ente compasivo, de una hum anidad que, con pocas excepcio
nes, com prende todos los motivos que tuvieran en el pasado para
transgredir las reglas sociales. La galería de encerrados en Sierra
Chica consiste en una sucesión de viñetas que, con pinceladas pin
torescas y salpicadas de detalles curiosos, no presentan a los habi
tantes del presidio com o especím enes, sino com o víctimas de la
sociedad o de sus propias debilidades puram ente hum anas. Los
rostros dispuestos en serie pertenecen m ucho más al género de la
fotografía social que al de la fotografía científica: restos desproli
jos de barba, ojos suplicantes, m uestras de envejecim iento prem a
turo. Sus epígrafes ya no apelan a los rem otos térm inos patológi
cos, sino que procuran evocar retazos pintorescos de su historia
oculta: “Gregorio Sigarín m ató po r erro r a un niño. Ahora en la
cárcel, hace juguetes para los asilos de huérfanos”, dice uno. “Jo
sé Rom ero Alonso, que entró com o anarquista y ahora es el ora
dor patriótico de todas las fechas gloriosas”, dice otro. Bajo una
foto de tres penados: “Reyes, Fernández y Cacho Ruiz, asaltantes
del Banco Español, en Balcarce, que tuvieron en su poder duran
te quince días un millón de pesos. Hoy tocan la flauta rom ánti
cam ente en Sierra Chica”. “Cayetano del Manzo, que después de
actuar en la guerra europea m ató a su propio herm ano, en com
pañía de su cuñada. C ondenado a 15 años. Del Manzo es el inven
tor de un curioso aparato para cazar tigres y leones”. U no es un fi
lósofo, otro es víctima de una deuda trágica, incluso hay un Juan
Tenorio que suspira en su celda: u0h! Le donne! Le donne/ ”. Al sa
lir de Sierra Chica, Soiza Reilly encabezó una cam paña para obte
n er el indulto de algunos de los internos cuyas historias lo habían
conmovido especialmente.
Este involucram iento del cronista en las circunstancias de los
personajes entrevistados fue desarrollado y escenificado durante la
incursión al penal de Ushuaia, tres años más tarde. En u n a serie
de prom ocionadas notas, y gracias a un acceso privilegiado a los
penados, el popular Soiza Reilly exhibió en Caras y Caretas su con
tacto con la más codiciada galería de crim inales del periodism o
del m om ento. Encontrarse con ellos era una m anera, además, de
volver sobre viejas historias sensacionalistas, com o la del Petiso
LA IMAGINACION DEL CASTIGO 243
1899, por ejem plo, Pietro Gori había denunciado el carácter opro
bioso y traum ático de los uniform es rojos que vestían los presidia
rios de Sierra Chica, crítica repetida, años más tarde, po r el pena
lista Eusebio Gómez.362 El prim er gobernador de la Penitenciaría,
O 'G orm an, se había negado a im poner uniform es rayados. Pero
a pesar del consenso general con respecto a los inconvenientes psi
cológicos que causaban los uniform es llamativos, el tem or a eva
siones había prevalecido sobre otras consideraciones; en la Peni
tenciaría, el uniform e azul y am arillo fue in troducido en 1923
después de algunas resonantes fugas de penados. El tem or a las
evasiones fue precisam ente la objeción de Pettinato a la dem anda
de otros m iem bros del gobierno peronista, que propusieron lle
var más lejos aún la reform a elim inando absolutam ente todo sig
no externo de la pena. El senador Julio H errera, po r ejem plo, pro
ponía revertir el o rd en simbólico del uniform e: en su proyecto,
sólo el personal de las prisiones tendría obligación de distinguir
se por su vestimenta. Q uienes cum plían la pena estarían vestidos
de civil y quienes la hacían cum plir —del director al últim o cela
dor— llevarían uniform e.363
S im ultáneam ente, el peronism o introdujo otra m edida de
m andada desde principios de siglo po r A ntonio Ballvé, y reitera
da por Gómez en los años veinte: la indem nización pecuniaria a
penados que sufrieran accidentes de trabajo en los talleres carce
larios y que salían de prisión con una dism inución de su capaci
dad laboral.364 En el mismo acto en la Penitenciaría, se acabó con
otro rasgo que causaba la “dism inución positiva de la dignidad
hum ana del recluso”: los grillos usados para los traslados, asocia
dos a la siniestra travesía a U shuaia en las bodegas de los bar
cos.365 En adelante, vigilancia del personal y esposas alcanzarían
para escoltar a estos ciudadanos de un destino pen iten ciario a
otro. Grillos, uniform es rayados y fotografías del presidio de Us-
luiaia pasarían a las vitrinas de museos para ilustrar, ju n to con el
cepo rosista y otros instrum entos de tortura, los castigos bárbaros
del pasado oscuro.
2 58 LILA CAI MARI
logrado cum plir su misión, entre otras razones p orque eran ins
tituciones privadas y por eso imposibilitadas de iniciar el trabajo
d en tro de las prisiones. El Régimen A tenuado estaba concebido
para am ortiguar el shock del paso sin transiciones de la prisión a
la vida libre, creando u n a ficción de libertad y autodeterm inación
en el contexto del encierro carcelario. Lim itado a reclusos cuyas
condenas estaban próxim as a expirar,371 el proyecto im plicó la
transform ación de u n o de los cinco pabellones de la Penitencia
ría en un h íb rido disciplinario, mezcla de institución punitiva e
in tern ad o escolar. Las celdas (cuyas puertas perm anecían abier
tas d u ran te el día) fueron redecoradas com o habitaciones. Las
rejas de las ventanas de todo el pabellón, así com o la de la pesa
da pu erta de entrada, fueron eufem izadas m ediante ornam entos
que sugerían un estilo colonial. Los penados com ían en un co
m edor com ún, leían, escuchaban radio, ju g ab an al ajedrez en sa
las de recreación con sendas vitrinas cargadas de libros y recibían
a sus familias en espacios destinados a recrear un contexto de in
tim idad hogareña.
El Régim en A tenuado fue aplicado solam ente en la Peniten
ciaría N acional, vidriera histórica de las novedades del sistema
carcelario. Adem ás de publicar frondoso m aterial gráfico y docu
m ental sobre el experim ento, Pettinato invitó contingentes de vi
sitantes para prom ocionar la novedad. Q ue tal costosa reconver
sión fuese realizada en u n a prisión capitalina cuyo destino
decidido desde hacía décadas era la dem olición habla de la im
portancia acordada a la visibilidad social de la experiencia. Una
suerte de laboratorio de la nueva prisión, para la nueva sociedad.
Os hemos traído [de Ushuaia] más cerca, para eso: para que
—día a día— por boca de vuestras esposas, madres, hijos o pa
rientes, os vayáis enterando que el país que os hizo delincuen
tes, o la situación especial de la sociedad que os obligó a vio
lar los códigos humanos, ya no existe.3'3
Abreviaturas
11 Abelardo Levaggi, Historia del derecho penal argentino, Buenos Aires, Pe-
rrot, 1978, p. 133.
12 Citado en A. Levaggi, Las cárceles argentinas de antaño (Siglos xviny xix).
Teoría y realidad, Buenos Aires, Ad-Hoc, 2002, p. 109.
13 Levaggi, Las cárceles argentinas..., p. 112. Sobre las fugas, Silvia Mallo,
“Fugas y sublevaciones: el peligro latente y la realidad en las cárceles co
loniales”, Documento de Trabajo, Departamento de Historia de la Facultad de
Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata, 1986.
14 Osvaldo Barreneche, Dentro de la Ley, Todo. La justicia criminal de Buenos
Aires en la etapa formativa del sistema penal moderno, La Plata, Ediciones Al
Margen, 2001, p. 52.
15 Oreste C. Cansanello, “Justicias y penas en Buenos Aires. De los ban
dos de buen gobierno a la Constitución Nacional”, S. Gayol y G. Kessler
(comps.), Violencias, delitos y justicias en la Argentina, Buenos Aires, Ma
nantial, 2002, p. 125. La descripción de la población que entraba en la
cárcel en Levaggi, Las cárceles argentinas..., p. 148; O. Barreneche, Den
tro de la Ijey, Todo... Sobre la prisión por deudas, María Rosa Pugliese, “La
prisión por deudas en el derecho patrio argentino”, RIHD, t. 23, 1995,
p. 297-358.
16Cesare Beccaria, De los delitos y de las penas, Buenos Aires, Hyspamérica,
1984, Cap. XII. Las investigaciones que describen este proceso son mu
chas, por lo que me limito a remitir al lector a la Bibliografía. Una sínte
sis de la transformación transcurrida en Europa occidental entre los si
glos xvi y XVIII en Pieter Spierenburg, “The Body and the State: Early
Modern Europe”, N. Morris y D. Rothman (comps.), The Oxford History
of the Prison. The Practice of Punishment in Western Society, Nueva York, Ox
ford University Press, 1995, cap. II.
17 Pedro Trinidad Fernández, Im defensa de la sociedad. Cárcel y delincuen
cia en España (siglos xviii-xx), Madrid, Alianza Universidad, 1991, p. 50; so
bre Lardizábal y Filangieri, Eugenio R. Zaffaroni, Tratado de Derecho Penal,
Parte General II, Buenos Aires, EDIAR, 1987, p. 103.
18 Enrique Mari, Im problemática del castigo. El discurso de..., Buenos Aires,
Hachette, 1983, p. 110.
19 El utilitarismo fue difundido tempranamente en Hispanoamérica gra
cias al periódico El Español, de Josep Blanco White. Sobre la recepción
de Bentham, Beatriz Dávilo, “Ilustración española, cultura utilitaria y uti
litarismo benthamiano frente al desafío de ‘modelar la mente pública’”;
trabajo presentado en las II Jornadas sobre Espacio, Memoria y Repre
sentación, Universidad Nacional de Rosario, octubre de 2002. Sobre las
274 LILA CAI MAR]
40 Sigo en este punto a Ricardo Salvatore y Carlos Aguirre, The Birth of the
Penitentiary in Latín America. Essays on Criminology, Frisan Reform, and Social
Control, 1830-1940, Austin, University of Texas Press, 1996, cap. 1.
41 Santamarina, Sistema penitenciario argentino, p. 22.
42 La muerte era el castigo para el homicida carente de circunstancias
atenuantes. De ella estaban exentas las mujeres, los menores de 18 años
y los mayores de setenta. No podía ejecutarse más de un reo por cada de
lito. Si eran más, la suerte decidiría quién habría de sufrirla.
43 Anales de la Sociedad Científica Argentina, t. V, primer semestre 1878, Bue
nos Aires, Imprenta Coni, 1877, p. 68 y ss.; Ministerio de Justicia e Ins
trucción Pública, Memoria presentada al Congreso, 1893, p. 401.
44 En este último caso, sin embargo, los esfuerzos del gobierno porteño
se vieron frustrados, ya que la demora en el envío del material gráfico
e informativo hizo que el delegado argentino, Ernesto Aberg, tuviera
un papel meramente pasivo en esta primera experiencia penitenciaria
internacional; Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Memo
ria, 1877, p. 20. En 1889, se hizo un envío a la Exposición Universal en
París.
45 La Libertad, 27 y 28 de mayo de 1877, p. 2. Entre muchos visitantes, pa
saron por la Penitenciaría el periodista francés Jules Huret, su compa
triota Georges Clemenceau, Enrico Ferri y Gina Lombroso.
46 Salvo indicación contraria, los documentos analizados han sido trans
criptos en García Basalo, Historia de la Penitenciaría de Buenos Aires..., p.
168.
47 La Libertad, 27 y 28 de mayo de 1877, p. 1.
48 La Libertad, 27 y 28 de mayo de 1877, p. 1.
49José Hernández, Martín Fierro, Buenos Aires, Emecé, 1998, p. 199.
50 Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, 1883, p. XXVI.
51 Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, 1888, p. XVIII.
52Juan E. Castaños, Prisiones. Tesis presentada para obtener el grado de Doctor
en Jurisprudencia, Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de
Banco, 1897, p. 52 y ss. Ministerio de Justicia, Memoria, 1902, p. 63.
53 Los datos estadísticos provienen de los informes de la Penitenciaría Na
cional al Ministerio de Justicia. Las categorías legales especificadas varia
ron con los años; a fin de siglo aparece la categoría de “reincidentes”, que
no he incorporado al análisis. De todas maneras, hacerlo no haría más
que exacerbar las conclusiones presentadas, ya que los reincidentes eran,
en su enorme mayoría, encarcelados por penas cortas. Más tarde serían
enviados a Tierra del Fuego.
NOTAS 277
281 Eduardo Gutiérrez,y«an Moreira, Buenos Aires, Perfil, 1999, p. 13. So
bre las ideas legales en esta obra, Josefina Ludmer, El cuerpo del delito. Un
manual, Buenos Aires, Perfil, 1999, p. 232.
282 Nora Mazziotti, “Bambalinas: El auge de una modalidad teatral-perio-
dística”, en Diego Armus (comp.), Mundo urbano y cultura popular. Estu
dios de Historia Social Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 1990, p. 72.
283 Ingenieros habló de las patologías morales de Moreira en su confe
rencia de recepción a Enrico Ferri, en 1910.
284 Sobre la sociabilidad barrial en el período de entreguerras, Leandro
Gutiérrez y Luis A. Romero, Sectores populares, cultura y política. Buenos Ai
res en la entreguerra, Buenos Aires, Sudamericana, 1995.
285 Sobre los orígenes de la prensa vespertina porteña, Carlos Ulanovsky,
Paren las rotativas. Historia de los grandes diarios, revistas y periodistas argenti
nos, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1997; Sylvia Saítta, Regueros de tinta. El dia
rio Crítica en la década de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, cap. I;
Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, Buenos
Aires, Nueva Visión, 1988, cap. I.
286 En los últimos años, Crítica ha sido objeto de varias investigaciones:
Saítta, Regueros de tinta../, Alvaro Abós, El tábano. Vida, pasión y muerte de
Natalio Botana, el creador de Crítica, Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
287 Gustavo G. González, Testimonios y experiencias de un cronista policial por
teño, como Gustavo G. González se los contó a José Barcia, Buenos Aires, Todo
es Historia, 1979.
288 Sylvia Saítta, El escritor en el bosque de ladrillos. Una biografía de Roberto
Arit, Buenos Aires, Sudamericana, 2000, p. 52; Ulanovsky, Paren las rotati
vas, p. 47; Saítta, Regueros de tinta..., p. 190.
289 Sarlo, Una modernidad periférica..., cap. VII.
290Jorge A. Ramos, Revolución y contrarrevolución en la Argentina, Buenos
Aires, Plus Ultra, 1965; Citado en Abós, El tábano..., p. 305.
291 Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres, Buenos Aires, Seix Barral, 1994
(1948), p. 539.
292 González, Testimonios..., p. 22 y p. 26; Saítta, Regueros de tinta..., p. 219,
nota 32.
293José Zanca, “Pobres pero honrados. La Razón y el delito en los años
’20”; mimeo, UdeSA, p. 18.
294 Crítica, 7 de febrero de 1924, p. 1.
295 Crítica, 10 de septiembre de 1926, p. 4.
296 Crítica, 24 de agosto de 1923, p. 9.
297 Saítta, Regueros..., p. 67.
NOTAS 297
319 “Cómo nos roban. (Charlas sobre Policía Preventiva) ”, Ronda Policial.
Radio teatro. Episodios, Sketchs y Glosas teatralizadas para el micrófono, Buenos
Aires, Verbum, 1938, p. 12.
320 “Sirvientes Ladrones”, Ronda Policial..., p. 35.
321 García Ibáñez, Cortés Conde, Ronda Policial, p. 139.
322 García Ibáñez, Cortés Conde, Ronda Policial, p. 49.
323 CC, 6 de mayo de 1933, s/p.
324 Por ser los responsables del crimen de Ayerza inmigrantes italianos,
el caso desencadenó una ola de xenofobia, que se mezcló con demandas
de represión al comunismo. Las circunstancias del crimen dieron, ade
más, un motivo para reavivar un debate precedente sobre la convenien
cia de restaurar la pena de muerte en el Código Penal.
325 Natalio Castro, oficial principal, “Relatos de la Oficina de Guardia”,
Biblioteca Policial, año III, n®23,1937. Un ejemplo de relatos del bajo fon
do escritos como memorias personales de un policía literario yfláneure n
Adolfo Batiz (subcomisario), Buenos Aires, la ribera y los prostíbulos en 1880.
Contribución a los estudios sociales (Libro Rojo), Buenos Aires, Aga-Taura, s/f
(originalmente publicado en 1908).
326 “Falcón-Lartigau”, episodio dramático interpretado el 14 de noviem
bre de 1935 en L.R.3 Radio Belgrano; García Ibáñez, Cortés Conde, Ron
da Poliáal..., p. 81.
327 García Ibáñez y Cortés Conde, Ronda policial..., p. 138.
328 “Amor, engaño y gratitud”, Cortés Conde, Novaro y González, Relatos
Policiales. Episodios, Sketchs, Anécdotas, Relatos, Historietas y Glosas. Teatrali
zadas especialmente para el micrófono, Buenos Aires, Verbum, 1940, p. 33.
329 Una genealogía del tema del “mal paso” en Diego Armus, “El viaje al
centro: tísicas, costureritas y milonguitas en Buenos Aires (1910-1940)”,
D. Armus (comp.), Entre médicos y curanderos. Cultura, historia y enfermedad
en la América Latina moderna, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2002,
p. 223.
330 “La captura”, Cortés Conde, Novaro y González, Relatos Policiales...,
p. 67.
331 LN, 22 de septiembre de 1894, p. 4.
332 Alberto Ghiraldo, Gesta, Buenos Aires, Biblioteca El Sol, 1900, p. 154;
citado en Gabriela Mogillansky, “Viaje al infierno: Las crónicas de Alber
to Ghiraldo sobre el penal de Sierra Chica”, mimeo. La excursión de Go-
ri en CM, año II, n®5 y ss.
333 Mogillansky, “Viaje al infierno...”, p. 5; CM, año II, n® 8, julio 1899,
p. 231.
NOTAS 299
nos Aires, Gleizer, 1932; Aníbal del Rié, Ushuaia, el presidio siniestro. Régi
men de terror. Relato de un repórter, Buenos Aires, Boston, 1933; Manuel Ra
mírez, El presidio de Ushuaia. Ij i Ergástula del Sud, Buenos Aires, Claridad,
1935; Raúl Luzuriaga, Centinela de la libertad, Historia documental de una
época. Radicalismo, dictadura, exilio, cárcel, ideas, Buenos Aires, López, 1940.
351 Ramírez, El presidio..., p. 17. El informe oficial de 1935 sobre las con
diciones del penal de Ushuaia en Ministerio de Justicia e Instrucción Pú
blica, Mensaje del Poder Ejecutivo a la Honorable Cámara de Diputados de la
Nación en respuesta al pedido de informes relativos al funcionamiento de la Cár
cel de Tierra del Fuego y al cumplimiento de la Ley N s 11.833, Buenos Aires,
Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional, 1935.
352 RPP, vol. XVI, 1951, p. 535; Mañana, 15 de enero de 1952, pp. 1-2. He
adelantado las ideas centrales de este capítulo en Lila Caimari, “Que la
revolución llegue a las cárceles. El castigo en la Argentina de la justicia
social", Entrepasados, año XI, n® 22, 2002, pp. 27- 48.
353 Roberto Pettinato, “Nuevos horizontes del régimen penitenciario ar
gentino”, RPP, vol. XII, 1947.
354 R. Pettinato, “Inauguración del régimen atenuado de disciplina", RPP,
vol. XII, 1947, p. 484; “Nuevos horizontes...”. Pettinato citaba en esta fra
se al criminólogo brasileño Lyra.
355 R. Pettinato, Acción penitenciaria. Relación de la labor realizada al frente
de los servicios carcelarios de la provincia de Córdoba desde el 14 de junio al
1 7 dejulio de 1947, Buenos Aires, Talleres Gráficos de la Penitenciaría Na
cional, 1947, p. 5.
356 Mañana, 13 de mayo de 1947, p. 1. R. Pettinato, Perón y las realizacio
nes del penitenciarismo justicialista, Buenos Aires, Institutos Penales de la
Nación, 1952.
357 Democracia, 23 de marzo de 1947, p. 3.
358 Osiris Troiani, “Ushuaia, tierra redimida", Crítica, 5 de abril de 1947.
359 El Líder también destacó esta lectura del hecho, al hablar de “La Re
volución [que] va paulatinamente llegando a todos los reductos de la in
justicia y la inhumanidad [que] ratifica su propósito de que la acción vi
vificante y renovadora llega en primer término a los humildes. Y nadie
más humilde que esos hombres desesperanzados (...)”; reproducido en
Mañana, 16 de marzo de 1947.
360 “Supresión de la cárcel de Ushuaia”, RPP, t. XII, 1947.
361 RPP, vol. XII, n®43/46, 1947, p. 496.
362 Pietro Gori, “Estudios carcelarios. Una visita a la Penitenciaría de Sie
rra Chica”, CAÍ, año II, n®5, marzo 1899, p. 178. Eusebio Gómez, Estudios
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Zimm erm ann, Eduardo, Los liberales reformistas. La cuestión social en
la Argentina, Buenos Aires, Sudam ericana/San Andrés, 1995.
Títulos de la colección:
1
1- LA REVOLUCIÓN DEL VOTO
Política y elecciones en Buenos Aires, 1810-1852
Marcela Temavassio
3- VECINOS YCIUDADANOS
Sociedad y política en la Buenos Aires de entreguerras
Luciano de Privitellio
5 - LA ARGENTINA EN LA ESCUELA
1.a idea de nación en los textos escolares
Luis Alberto Romero (coord.)
6- LATINOAMÉRICA
las ciudades y las ideas
José Luis Roí ero
II - VIENTO DE FRONDA
liberalismo, conservadurismo y democracia en la Argentina, 1911-1932
María Inés Tato
ü * V-
• 1
Sj
I ;
t!i
TÍTULOS DE LA COLECCIÓN
4 - CRISIS Y ORDEN EN
EL MUNDO FEUDOBURGUÉS
José Luis Romero
5 - LA ARGENTINA EN LA ESCUELA
La idea de nación en los
textos escolares
Luis Alberto Romero (coord.)
6 - LATINOAMÉRICA
Las ciudades y las ideas
José Luis Romero
7 - EL PULPITO Y LA PLAZA
Clero, sociedad y política de la
monarquía católica a la república
rosista
Roberto Di Stefano
8 APENAS UN DELINCUENTE
Crimen, castigo y cultura en la
Argentina, 1880-1955
Lila Caimari
9 - LA DICTADURA NAZI
Problemas y perspectivas
de interpretación
lan Kershaw
1 0 - EL PARTIDO RADICAL
Gobierno y oposición, 1900-1943
Ana Virginia Persello
11 - VIENTO DE FRONDA
Liberalismo, conservadurismo y
democracia en la Argentina,
1911-1932
María Inés Tato
APENAS UN DELINCUENTE
CRIMEN, CASTIGO Y CULTURA EN LA ARGENTINA, 1880-195»
C O L E C C I Ó N HISTORIA Y CULTURA
n i s t r a d o p o r el e s t a d o m o d e r n o s o b r e e l c r i m i n a l e n t r e f i n e s d e l s i g l o
p e r s p e c t i v a s : la d e l o s s a b e r e s e i n s t i t u c i o n e s y la d e la s o c i e d a d q u e
m i r a o i m a g i n a el p a d e c i m i e n t o d e l c r i m i n a l c a s t i g a d o . L a f i g u r a d e
la p r i s i ó n e s t á e n e l c e n t r o d e e s t a p e s q u i s a . E s c e n a r i o d e i n t e r a c c i ó n
e n tre te o ría s , te c n o lo g ía s , b u ro c ra c ia s, a c to re s d o m in a n te s y s u b o r d i
n a d o s , e s t a m b ié n u n lu g a r o c u lto , in v is ib le a lo s o jo s s o c ia le s , y por
e so s u j e t o a la s re p re s e n ta c io n e s p ro d u c id a s p o r te rc e ro s .
Lila Caimari in d a g a e n el á m b it o de q u i e n e s d e f in i e r o n y p r o c u r a
j u r i s t a s , m é d i c o s , c r i m i n ó l o g o s y d e m á s f i g u r a s a s o c i a d a s al p r o c e s o
la t e o r í a c i e n t í f i c a d e l d e l i n c u e n t e e s m a l e a b l e , r e c o n s t r u y e l a s d i v e r
s a s re fra c c io n e s de la s id e a s en la s in s t it u c i o n e s . En fo c a l u e g o al
c i u d a d a n o q u e , d e s p r o v i s t o d e u n i n t e r é s p e r s o n a l e n el t e m a , s e i n
t e r r o g a s o b r e el c r i m i n a l y el s u f r i m i e n t o d e s u p e n a . L a p r e n s a s e n -
sa c io n a lista le p e r m i t e a la a u t o r a i d e n t i f i c a r r a s g o s d e la s o c i e d a d
c o n el “ o t r o ” q u e c i r c u l a p o r s u s m á r g e n e s , y c o n e l e s t a d o q u e t o
m a a s u c a rg o la s m e d i d a s para d i s c i p l i n a r l o , c a s t ig a r lo , e l i m i n a r l o .
Este l i b r o r e v e l a la c o m p l e j i d a d q u e e n c u b r e la c u e s t i ó n c r i m i n a l ,
a la v e z q u e r e v i s a c a t e g o r í a s , d i s c u r s o s y h e r r a m i e n t a s s o c i a l e s q u e
e n t r e 1 8 8 0 y 1 9 5 5 , e n la s o c i e d a d a r g e n t i n a , h a n p r e t e n d i d o d i s c e r
n ir e n tre d e lin c u e n te s y g e n te h o n ra d a .
ISBN: 987-1105-80-0