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Universidad de
Independencia y Mapa
Político de América
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
Independencia y Mapa Político de América 1
Presentación
La educación superior se ha convertido hoy día en prioridad para el gobierno
Nacional y para las universidades públicas, brindando oportunidades de superación
y desarrollo personal y social, sin que la población tenga que abandonar su región
para merecer de este servicio educativo; prueba de ello es el espíritu de las
actuales políticas educativas que se refleja en el proyecto de decreto Estándares
de Calidad en Programas Académicos de Educación Superior a Distancia de la
Presidencia de la República, el cual define: “Que la Educación Superior a Distancia
es aquella que se caracteriza por diseñar ambientes de aprendizaje en los cuales
se hace uso de mediaciones pedagógicas que permiten crear una ruptura espacio
temporal en las relaciones inmediatas entre la institución de Educación Superior y
el estudiante, el profesor y el estudiante, y los estudiantes entre sí”.
Introducción
La América en la cual vivimos es producto de un largo y penoso desarrollo histórico
que ha estado más cerca de al rencor político que a la fraternidad de Estados que
tienen mucho más en común de lo que ellos mismos creen. Pareciese que la
principal amenaza de Latinoamérica sean los latinoamericanos mismos y que la
riqueza natural propia de este territorio no sea una oportunidad, sino un semillero
de riesgos y conflictos entre quienes como socios hubiesen conseguido el
desarrollo hace mucho tiempo.
Los conflictos del siglo XIX son una muestra de lo anterior. Los caudillos militares
y los grandes héroes de la independencia llegan al poder para responder a
intereses personales y de grupo, no a un proyecto de Estado, los criollos lograron
la independencia pero no saben que hacer con ella. Cada uno tiene un proyectos
de estado distintos “aquel que mejor se acomoda a sus intereses”, y la libertad se
utiliza como bandera de lucha de los bandos internos y de los partidos que
pretenden alcanzar el poder de estados que ni siquiera son dueños de sus
territorios.
para lamentarla. Por tal motivo, el presente material está elaborado de forma que
el estudiante comprenda el proceso evolutivo del mapa latinoamericano desde una
perspectiva que apunte hacia la interpretación de la naturaleza misma de los
estados. El proceso desde el cual se estructura un estado no es sólo la definición
cartográfica de sus fronteras, y estudiarlo implica necesariamente reflexiones
profundas con respecto a los modos de gobierno, los conflictos internos y los
desafíos que los estados deben afrontar.
Horizontes
• Caracterizar la naturaleza de los Estados Latinoamericanos a la luz del proceso
de independencia y de los conflictos del siglo XIX.
Toda esta situación explica las transformaciones administrativas que durante los
siglos de colonia se llevaron a cabo en el mapa de América. La presente unidad
realiza una radiografía general de esos cambios partiendo de los estudios
geográficos y los inconvenientes políticos que condicionaron la geopolítica
latinoamericana en la colonia.
Horizontes
• Analizar las implicaciones de la geopolítica colonial en la historia de América.
Proceso de Información
1.1 LA CONQUISTA DEL NUEVO MUNDO Y SUS PRIMERAS FRONTERAS1
Antes de que España creara su imperio colonial y definiera las fronteras de éste, el
continente “ya español y portugués”, tenía una organización espacial-política con
base en la geografía cultural precolombina y el dominio de los diferentes
conquistadores, excluyendo el territorio de los Welser (1528) y la parte
noroccidental que tenía firmemente en sus manos Alonso de Ojeda (1508), hasta
el paralelo 1º 20'N, en una serie de gobernaciones que se extendieron
latitudinalmente; el territorio de los Andes que se extiende meridional o
longitudinalmente sobre la costa occidental del continente y que lindaba
teóricamente en el oriente con el meridiano de Tordesillas. Con la capitulación de
Pizarro en 1529 se entregó el territorio septentrional a éste, así:
1
Ernesto Guhl
La curva de nivel de 1.200 m de altura, permite interpretar una mayor altura para
las cuencas interandinas, intercomunicadas entre sí por el “camino del Inca", que
llegaba hasta la depresión del Río Mayo (nombre quechua: Ancasmayo), donde el
mapa indica: “límites probables del poder incaico en la sierra". Es interesante ver
en el mapa, la ubicación de los “Centro(s) urbano(s) incaico(s)", todos sobre el
camino del Inca en las cuencas interandinas altas hasta Pasto.
En el segundo mapa, “la Audiencia de Quito en los siglos XVI y XVII", se observa
un sorprendente paralelismo en cuanto a las repercusiones de los límites naturales
sobre la extensión espacial y sus fronteras de las áreas culturales. Debe tratarse
en toda el área andina ecuatorial y tropical de condiciones básicas que delimitan
estas culturas y determinados espacios de clima y paisaje, y que impiden un origen
y expansión hacia otras regiones. Así que aparece también en este mapa la curva
hipsométrica de 1200 metros. El “límite del obispado de Quito" concuerda
bastante con los “límites del poder incaico en la sierra" norte. En el sur la
frontera, el “límite aproximado de la Audiencia de Quito" contra Lima, repercute
hasta hoy en los problemas fronterizos con el Perú.
El “límite de Gobierno siglo XVI” coincide con el borde oriental de los Andes, y
luego continúa hacia el oriente en el Estado jesuita de Misiones de Maynas y
Quijos en cuyas fronteras de entonces el Ecuador de hoy hace sus reclamaciones
territoriales en la cuenca amazónica. Los “caminos de herradura” son antiguos
caminos indígenas, y las “Tentativas de camino 1615” persisten hasta la
actualidad. La “Navegación marítima - Navegación fluvial”, se desarrolló del
“cabotaje” de la era incaica. La “Zona de ganadería ovina y de manufactura textil
(obrajes)" tiene en claro la ubicación bio-climática.
Una excepción desde la Conquista misma, hizo el territorio que figura en el croquis
como perteneciente a Alonso de Ojeda (todos los territorios llevan los nombres de
los conquistadores respectivos), que ocupaba los Andes septentrionales con sus
largos valles interandinos longitudinales (Atrato, Cauca, Magdalena) que
desembocan en el Mar Caribe. La situación geopolítica de esta región continental
con costas sobre los dos océanos, Pacífico y Atlántico, siempre ha dado un valor
político-económico especial, y durante siglos se ha tratado de impedir que la
entidad política de este territorio fuera dueña de las dos costas. La del Pacífico
pertenecía a Lima y Panamá hasta cuando esta última Audiencia fue incorporada a
la Nueva Granada. Venezuela, la primera costa continental descubierta, estuvo
más vinculada con Santo Domingo, al cual abasteció con esclavos indígenas que
con el continente, y luego dependía del Nuevo Reino de España como Capitanía
General. Ciertamente, el mapa no reclama exactitud, apenas es un ensayo de
interpretación cartográfica de las ambiciones territoriales de los conquistadores,
que teóricamente limitaron en el oriente con la línea de demarcación de Tordesillas
y, por lo mismo, una vez saliendo de los Andes, las líneas demarcadoras (es
absurdo indicar éstas con valores de segundos de arco) deben indicarse con líneas
interrumpidas y cada vez más delgadas. En la costa norte del continente (hoy
Colombia y Venezuela), ocurrieron los primeros contactos “después de las islas
Antillanas” y fue dada a la casa Welser como colonia, en prenda de un préstamo
al monarca español.
De manera que el territorio de los Andes estaba subdividido en cuatro fajas, que
arrancaban de la costa occidental del continente, y en el oriente lindaban
territorialmente con el meridiano fijado en el tratado de Tordesillas.
Tuvo desde un principio una posición política especial; sus habitantes fueron como
esclavos perseguidos y llevados a las islas antillanas, especialmente Haití. Así que
Venezuela pasó a formar parte de la Audiencia de Santo Domingo con las
Gobernaciones de Nueva Andalucía y Guayana, más las islas costaneras. El Río de
la Hacha (Ranchería), formaba la frontera occidental de este territorio. Con la
incorporación en 1535, de la Audiencia de Santo Domingo al nuevo Virreinato de la
Nueva España, también pasó a formar parte de éste Venezuela.
Parte de este nuevo virreinato fueron los territorios de la cuenca del Río de la
Plata. Pero esta región, aún después de la segunda fundación de Buenos Aires, en
1580, y la división del territorio en dos provincias: las de Paraguay y Buenos Aires,
conservó en alto grado su independencia y su desarrollo cultural, económico y
político propios por causa de las enormes distancias, y fue reconocida en 1776 con
la creación del Virreinato de Buenos Aires, de manera que de facto el dominio del
Virreinato del Perú se limitó durante siglos a las tierras andinas.
Las Audiencias
Pero poco después de la creación del Virreinato del Perú, España dividió éste en
Audiencias, basándose en las experiencias vividas en España y más tarde en la
Nueva España.
• La Audiencia de los Reyes: se fundó en 1542 con Lima como capital; mientras
en las costas del Océano Pacífico se extendía más o menos hasta 17 1/2° de
latitud sur, en la sierra coincidía exactamente con la Gobernación de Castillo de
Francisco Pizarro en 1534.
Nuevo Toledo, más los territorios del actual noroeste argentino (Gobernación
de Tucumán con Santiago del Estero, Tucumán, etc).
llegar a las regiones altas de los Andes ecuatoriales. Ya se destacan las grandes
regiones geográficas del país, la Costa Atlántica, el valle del Río Cauca con el
Quindío, la Cordillera Central, el valle del Río Atrato, tan importante como vía de
penetración entonces, mientras que la Cordillera Oriental está todavía bastante
desfigurada y, lo que más vale la pena destacar, la laguna de Guatavita como
epicentro de la riqueza de El Dorado. La parte meridional del mapa que
representa el macizo colombiano con la trifurcación de las cadenas andinas es
geocartográficamente lo mejor del mapa, pero es obvio que como documento de
precisión para fijar fronteras tiene un valor muy limitado.
Fuente: El problema grande de escala, mapas y fronteras: Las líneas Alejandrina y de Tordesillas
en tierras americanas
La frontera entre los hemisferios español y portugués “se han ya topado por
Oriente y Poniente, haciendo círculo perfecto del Universo las dos coronas de
Portugal y Castilla hasta juntar sus descubrimientos, que cierto es cosa de
2
Gonzalo Menéndez Pidal: Imagen del Mundo hacia 1570, Consejo de la Hispanidad, Madrid,
1944.
consideración que por el Oriente hayen los unos llegado hasta la China y Japón, y
por el Poniente los otros a las Filipinas, que están vecinas y casi pegadas con la
China. Porque de la isla de Luzón, que es la principal de las Filipinas, en donde
está la ciudad de Manila, hasta Macan, que es la isla del Cantón, no hay sino
ochenta o cien leguas de mar en medio", según P. Acosta: Historia Natural y
Moral de las Indias.
Y sigue Menéndez P: “la Bula de Alejandro VI (Eximie devotioni), con una visión
amplia de los descubrimientos colombinos habían de imponer en lo futuro, no se
limitó a determinar la soberanía sobre unas tierras individualizadas, sino que,
pensando en la Tierra Firme y en las islas descubiertas y por descubrir hacia la
India o hacia cualquier otra parte, buscó limitar la soberanía por medio de una
frontera que se pudiese establecer aún antes de que las tierras fueran
descubiertas.
"Como los portugueses habían venido interesándose por las comarcas africanas y
por el camino oriental de las Indias, se creyó en un principio suficiente de salvar en
la demarcación estas cosas para Portugal y ceder a Castilla lo que quedase a más
de cien leguas al poniente de las islas Cabo Verde. Pero bien pronto los
portugueses pidieron que la línea de demarcación fuese más occidental, partiendo
por la mitad la extensión del mar que nos separaba de las tierras descubiertas por
Colón, cuya extensión se estimaba en unas setecientas leguas, y en el “Tratado de
Tordesillas" quedó sentado, año de mil cuatrocientos noventa y cuatro, el siete de
junio, que dicha línea y meridiano distase trescientos setenta leguas al Occidente
de las islas de Cabo Verde3. Los Reyes Católicos solicitaron del cosmógrafo Mosén
Jaime Ferrer una interpretación precisa de lo concertado4, prueba de que desde un
comienzo la cuestión se prestó a apreciaciones". Hasta aquí Menéndez Pidal, cuyo
libro es Imagen del Mundo hacia 1570 desarrolla en detalle los trabajos de Ferrer y
López de Velasco.
3
López de Velasco: Geografía General de las Indias.
4
Véase Juan Manzano Manzano: “El derecho de la Corona de Castilla al descubrimiento y
conquista de las islas del poniente", en |Revista de Indias, septiembre, 1942, p. 420.
Nuestro croquis geocartográfico nos indica con base en lo dicho arriba, la frontera
entre las dos “superpotencias" de entonces, repartiéndose el mundo conocido, y
aún desconocido la mayor parte entre ellos, eso sí, con grandes diferencias de
criterio en cuanto a la ubicación de la línea de Tordesillas, cuando aún no se
conocía su paso por América.
El continente asiático era más conocido en su interior que por sus costas, tal como
lo muestra el globo Behaim, que para este fin utilizó mucho los apuntes de viaje de
los miembros de la familia de Marco Polo en el siglo XIII.
Durante la segunda mitad del siglo XVI y primera del siglo XVII estos Estados
ibéricos se encontraban en la cumbre de su poderío, dominando el mundo
conocido de entonces, logrando esta hazaña a través de algunas generaciones de
atrevidos exploradores y conquistadores. Pero con la iniciación del siglo XVIII,
fueron reemplazados por ingleses, holandeses y más tarde también por los
franceses.
Con el desarrollo de las luchas religiosas durante los siglos XVI y XVII se formaron
unos frentes muy definidos. Los holandeses, desde los tiempos de Guillermo de
Orange, y los ingleses de la era de la reina Isabel, eran diametralmente opuestos
como naciones protestantes a los Estados católicos de la Península Ibérica.
Si estos pueblos del norte querían sobrevivir y resistir los ataques de los españoles
y portugueses, tenían que desarrollar sus flotas marinas; en otras palabras, tenían
que convertirse en pueblos marítimos, y así lo hicieron. La ubicación geográfica de
los holandeses e ingleses en el noroccidente de Europa los orientó más hacia los
mares septentrionales, convirtiéndose así en los iniciadores de las grandes
exploraciones nórdicas durante los siglos XVII y XVIII.
Nadie en Europa ni en África sabía en aquella época nada de las dos Américas, y
era muy natural que fuera así puesto que la visión del mundo que tenían los
hombres de Europa y Asia en ese entonces, consideraba la Tierra plana desde el
oriente hasta el occidente y que se perdiera en la infinidad de los mares. Cuando
en la Europa medieval se impuso el conocimiento de la forma esférica de la Tierra,
se suponía que las costas de Europa y África occidental pertenecían a un mismo
mar, que bañaba también las costas orientales de Asia. Sólo poco a poco Europa
se dio cuenta de que Colón había descubierto un nuevo continente que se
interponía como un inmenso muro de separación entre Europa y Asia y que detrás
de este Nuevo Mundo había otro océano, mucho más extenso que el Atlántico,
antes de llegar a las costas asiáticas.
Así nació el esfuerzo por la exploración de los Pasos del noroeste y noreste, en el
cual ya no participaron los pueblos ibéricos. Hoy en día sabemos que durante los
últimos 5000 años llegaron a América, involuntariamente, por causa de las
corrientes marinas y el viento, en sus balsas y botes, habitantes de las islas del
Océano Pacífico y del otro lado del mismo. Fueron llevados por las corrientes
marinas del hemisferio norte (Kuro Shio) a la costa occidental de América. Así
por ejemplo, se encontraron en la costa ecuatoriana en el año 1965 restos de
cerámica que pertenecían a pescadores japoneses, que hace cerca de 5000 años
fueron desplazados por las fuerzas naturales hacia estas costas. También parece
que los habitantes de la Polinesia, que eran los mejores navegantes en el Océano
Pacífico, habían llegado en sus viajes exploratorios hasta las costas de América
donde se ubicaron definitivamente. Lo que no se ha podido comprobar es un
movimiento a la inversa, es decir habitantes de la costa peruana en viajes hacia la
Polinesia.
En cuanto a las exploraciones en la zona del norte, sólo queremos mencionar uno
de los tantos hombres maravillosos que exploraron la región ártica en tiempos
remotos. Se trata de William Baffin (1615-76), ya que es un claro ejemplo de la
aplicación de la ciencia en la exploración de las regiones desconocidas. Baffin
Pero Baffin encontró este camino taponado por el hielo flotante y se devolvió, sin
saber qué tan cerca de la meta, el Paso del Noroeste, había estado.
A principios del siglo XVII en Norteamérica el inmenso interior del Canadá era
todavía totalmente desconocido; también la mayoría de lo que hoy son los
territorios occidentales de los Estados Unidos y algunas regiones al oriente del Río
Mississippi.
En la América del Sur las regiones andinas, al igual que las tierras montañosas
centroamericanas, estaban dominadas por España. La influencia y el dominio
portugués se limitaban a una franja relativamente estrecha sobre el oriente
costanero. La inmensa cuenca amazónica era todavía desconocida, excepto a lo
largo de los ríos navegables que son prácticamente todos (véase el Capítulo 6
sobre el desarrollo histórico de la geografía política en el continente suramericano).
La parte meridional del continente suramericano, excepto las orillas del Río de La
Plata, todavía eran tierras habitadas por la población autóctona, y libre del yugo
europeo.
África parecía en aquella época una tierra pobre en comparación con las riquezas
fabulosas de las Indias Orientales. Muy poco se comerció o se explotó a lo largo
de la costa, como por ejemplo el marfil, oro, pimienta y esclavos. Los nombres de
algunos trayectos de la costa africana todavía recuerdan esta actitud (Costa de la
Pimienta, Costa de Marfil, Costa de Oro). Por lo demás y a lo largo de ella,
coincide inicialmente, se establecieron estaciones de abastecimiento para la
navegación hacia la India. Con la iniciación del comercio de esclavos también
ocuparon los españoles, franceses, holandeses, daneses e ingleses, posiciones
sobre esta costa. Pero no contribuían estas ocupaciones costaneras a la
exploración del interior. La excepción la hacen los holandeses en su colonia de El
Cabo, desde donde penetraron hacia el interior.
El rey español Felipe V creó el virreinato de Nueva Granada por Real Cédula de 27
de mayo de 1717, para sacarle mayor provecho a la agricultura y a la gran riqueza
minera, cuya explotación se hacía sin orden ni concierto. Otra de las razones fue
la de dar mayor autoridad a un funcionario, en este caso el virrey, para combatir
con éxito el contrabando y acabar con los abusos de los funcionarios de la
audiencia y de los gobernadores.
El fundador del virreinato de Nueva Granada “no como virrey propiamente dicho,
ya que sólo había sido designado para establecerlo” fue Antonio de la Pedrosa y
Guerrero, quien fijó la sede en Santa fe de Bogotá. Su gobierno se extendió desde
su llegada a la capital virreinal, el 13 de junio de 1718, hasta el 27 de noviembre
de 1719.
enorme gasto que implicaba sostener una corte virreinal, donde todo era lujo y
boato mientras el hombre común se sumía en la mayor pobreza.
el caso fue que, por insinuación del Consejo de Indias, Felipe V eliminó el
virreinato de Nueva Granada en octubre de 1723, volviéndose al anterior sistema
de la presidencia del Nuevo Reino. Pero los sucesivos presidentes se sintieron sin
un sólido poder y así lo fueron manifestando, lo que trajo como consecuencia que
el Rey instaurara nuevamente y en forma definitiva el virreinato, por Real Cédula
de 20 de agosto de 1739.
Aspectos Culturales
Casi todos estos virreyes estuvieron influidos por las ideas de la Ilustración, que ya
empezaban a difundirse en América. Específicamente, en el Nuevo Reino de
Granada influyó la presencia del sabio naturalista José Celestino Mutis, quien llegó
en 1760. A él se debe la creación de la primera cátedra de matemáticas (1762) y
la realización de la Real Expedición Botánica, una de las más importantes
actividades científicas americanas del siglo XVIII (parte destacada de las
expediciones científicas de la época), favorecida económicamente por el arzobispo
y virrey Antonio Caballero y Góngora.
Este periodo fue fecundo en innovaciones y adelantos culturales. Los jesuitas, que
llegaron a regentar catorce colegios en Nueva Granada, introdujeron la imprenta
(1738). Asimismo, se instaló la primera biblioteca pública (1774) y los colegios
del Rosario y San Bartolomé recibieron los mismos privilegios de la Universidad de
Salamanca. Se introdujo en las aulas el estudio del científico británico Isaac
Newton y del astrónomo polaco Nicolás Copérnico. Con la aparición de la Gaceta
de Santa fe (1785) se inauguró el periodismo neogranadino. Estas y otras
manifestaciones propias de la Ilustración condujeron al movimiento emancipador.
Entre 1774 y 1776, el gobierno del rey español Carlos III se mostró decidido a
tomar medidas resolutivas. El conflicto en los territorios brasileños de Río Grande
con los portugueses y la sublevación de las colonias angloamericanas (la guerra
de la Independencia estadounidense), que distraían la atención de los británicos,
crearon la coyuntura adecuada. Se organizó una gran expedición destinada a
zanjar el viejo litigio de límites entre las posesiones españolas y portuguesas (en
el cual, la colonia del Sacramento venía desempeñando un protagonismo esencial)
y se puso al frente de ella a Pedro Antonio de Cevallos, quien, además del mando
militar, recibió provisionalmente, el 1 de agosto de 1776, el título de virrey. En
marzo de 1777 consiguió la rendición de la isla de Santa Catalina y en junio ocupó
la colonia del Sacramento.
A pesar de los éxitos obtenidos, la campaña fue suspendida por la firma del
Tratado de San Ildefonso (1 de octubre de 1777), por el que España aceptaba la
soberanía portuguesa en la franja sur de Brasil, pero, a cambio, se le reconocían
sus derechos en el Río de la Plata, el Uruguay, el Paraná y el Paraguay, así como
en sus territorios adyacentes. Acabada la contienda y consolidada la demarcación,
Cevallos fue sustituido el 27 de octubre en el cargo. En su breve paso por el
virreinato, Cevallos había dejado su impronta en algunas medidas económicas y
comerciales que favorecieron a la ciudad de Buenos Aires frente a la de Lima
(capital del virreinato del Perú), y en sus recomendaciones a la metrópoli para
establecer un Tribunal de Cuentas y una nueva audiencia en aquélla. En
noviembre de 1777, ya fuera del cargo, recomendó la perpetuidad del virreinato en
una carta dirigida al secretario de las Indias José de Gálvez, en la que señalaba:
“es el verdadero y único antemural de esta América, a cuyo fomento se ha de
propender con todo el empeño..., es el único punto en que ha de subsistir o por
donde ha de perderse la América meridional”.
Los territorios fronterizos con las posesiones portuguesas, esto es, Montevideo,
Misiones, Moxos y Chiquitos, constituyeron gobernaciones militares bajo la
jurisdicción directa del virrey. Los intendentes tenían autoridad sobre las
cuestiones de justicia, policía, guerra y Hacienda, en tanto que los gobernadores
sólo tenían facultades en los asuntos de guerra, policía y justicia.
las islas caribeñas, una porción del norte sudamericano (ya que incluyó durante
buena parte de su existencia a Venezuela) y sobre las islas Filipinas.
Nueva España fue el nombre que dio Hernán Cortés a las tierras que conquistó,
expresando que así la llamaba por las semejanzas que guardaba con España. Esta
designación aparece ya oficialmente en una real cédula del emperador Carlos V (el
rey español Carlos I), de fecha 15 de octubre de 1522. El nombre de Nueva
España llegó a tener tres acepciones distintas. En una abarcó los territorios
conquistados por Hernán Cortés y por sus capitanes, es decir, el espacio
geográfico que ocupan actualmente el Distrito Federal y los estados de México,
Hidalgo, Puebla, Tlaxcala, Morelos, Querétaro, Guanajuato, Michoacán, San Luis
Potosí (excluyendo algunos distritos de éste), el sur de Tamaulipas, Tabasco,
Veracruz y algunos lugares de Durango y Jalisco. En un sentido más amplio, el
nombre de Nueva España comprendió a todo lo que se encontraba bajo la inicial
jurisdicción del virreinato, esto es, a Nueva España en su acepción anterior,
además de los reinos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nuevo León, Nuevo México
y Yucatán. Finalmente, con una acepción mucho más amplia llegó a nombrarse
Nueva España al conjunto de los distritos de las cinco audiencias a ella vinculadas,
las de México, Guadalajara, Guatemala, Santo Domingo (incluida la actual
Venezuela) y Manila. En función de esta acepción, existía en el Consejo de Indias
la Secretaría de Nueva España, en la que se atendía a los negocios concernientes a
estas cinco audiencias. Puede añadirse que también la península de Florida quedó
sometida durante algún tiempo al virreinato novohispano hasta que más tarde
quedó sujeta al gobernador general de Cuba.
estados de Durango y Sonora, parte de Coahuila y Sinaloa (todos ellos hoy en día
pertenecientes a México), y parte de Arizona (en la actualidad, en Estados
Unidos). El reino de Nuevo México abarcaba al estado actual de dicho nombre en
Estados Unidos y algunos territorios adyacentes. Existían asimismo la provincia de
Yucatán, así como las Californias, Alta y Baja. Los gobernantes, tanto de estas
provincias como de los reinos mencionados, recibían su nombramiento de la
Corona, pero en el ejercicio de sus funciones dependían de los virreyes.
La Sociedad Virreinal
Dicha población vivió durante los siglos del virreinato muy desigualmente
distribuida. Por una parte, subsistió la mayoría de las antiguas ciudades y pueblos
indígenas de la región central y meridional del país. Casi siempre se conservaron
sus nombres en lengua indígena aunque precedidos por la invocación
correspondiente a un santo. Hubo asimismo numerosas fundaciones españolas.
La Economía y la Cultura
con Asia, por medio del galeón de Manila o del de Acapulco. Esta doble
vinculación con Asia y Europa permitió el tráfico de productos entre tres
continentes. Menos desarrollado estuvo el comercio con los otros virreinatos y
provincias españolas en el Nuevo Mundo, aunque existió en cierta escala con Cuba,
Centroamérica y con el virreinato del Perú.
Desde el punto de vista cultural, muchos fueron los logros que se alcanzaron. Muy
poco tiempo después de la llegada del primer grupo de los doce franciscanos,
interesó a éstos y más tarde a quien fue presidente de la segunda audiencia,
Sebastián Ramírez de Fuenleal, adentrarse en el conocimiento de la historia y la
cultura indígenas. Si bien ese empeño tuvo una motivación religiosa y asimismo
política “buscar la conversión de los indios y la mejor implantación del régimen de
gobierno español”, a ello se sumó el interés que suscitaban las instituciones y la
mentalidad de los indígenas.
Los frailes fundaron escuelas para jóvenes nativos en diversos lugares. Allí
aprendían ellos la lengua indígena y enseñaban a sus estudiantes el arte de la
escritura, adaptando el alfabeto latino para la representación de los fonemas del
idioma vernáculo. Hay varios testimonios que muestran que hacia 1531 había ya
varios centenares de jóvenes indígenas que sabían escribir en lengua náhuatl.
Consta también que para esa fecha se había logrado preparar una primera
gramática o arte de dicha lengua. Un proceso paralelo se desarrolló en otros
ámbitos de Nueva España. Tal fue el caso de los contactos y establecimientos de
educación que se fomentaron entre indígenas mixtecos, huastecos, zapotecas,
totonacas, otomíes y otros de la región maya.
Contemporáneos suyos fueron los científicos españoles, que trabajaron por algún
tiempo en México, Fausto Elhúyar y Lubice, descubridor del volframio (tungsteno),
y Andrés Manuel del Río, que abrió el primer curso de mineralogía en el Real
Seminario de Minería (también llamado Colegio de Minería) y fue el descubridor
del vanadio. El Colegio de Minería, cuyo edificio (conocido como el Palacio de
Minería) fue diseñado y construido por el arquitecto y escultor Manuel Tolsá, abrió
sus puertas en 1813. Baste con decir acerca de él que, algunos años más tarde,
cuando Alexander von Humboldt estuvo en la ciudad de México, mostró su gran
admiración por cuanto allí se investigaba y enseñaba. El Colegio apareció así a sus
ojos como realización emblemática de lo que era la cultura novohispana a
principios del siglo XIX, es decir, en vísperas de la emancipación de aquellos
territorios respecto de la dominación española.
• ¿Cómo se caracteriza la evolución del mapa latinoamericano entre los siglos XVI
y XVII?
Solución de Problemas
• Si dejamos a un lado los intereses económicos de la época mercantilista ¿desde
qué óptica se hubiese podido ordenar el desconocido territorio americano?
Autoevaluación
• ¿Qué diferencia administrativa existe entre un virreinato y una capitanía?
• ¿Cómo se puede caracterizar la visión de mundo del hombre europeo en el
siglo XVII?
• ¿Cómo se produce el tratado de Tordesillas?
• ¿Cómo se ordena el territorio latinoamericano en el siglo XVIII?
• ¿Qué es la geopolítica?
Repaso Significativo
• Consultar las diferencias de tipo político que los sistemas centralistas
administrativos y los sistemas federalistas tienen en torno a la organización
territorial. Dentro de estas diferencias se deben tener en cuenta el problema
de la autonomía territorial, de la representación política, de la autonomía
jurídica y financiera.
Bibliografía Sugerida
GUHL, Ernesto. Escritos geográficos: las fronteras políticas y los límites naturales.
Edición Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango.
Horizontes
• Precisar conceptos como republicanismo, democratización, caudillismo y
Estado, en el marco histórico de la independencia.
Proceso de Información
2.1 EL PROCESO DE INDEPENDENCIA
Durante las primeras décadas del siglo XIX se adelantaron en las colonias
americanas un conjunto de eventos políticos y militares que condujeron a la
independencia de estos territorios. Conjuntamente, se produce el surgimiento de
los estados independientes de América. A continuación se esbozan, a manera de
resumen, las principales características de los procesos de independencia en
Latinoamérica:
Esta primera guerra civil, con la que surgió la nación, tuvo un elemento político de
trasfondo: el enfrentamiento entre quienes, como Antonio Nariño, pugnaban por
un gobierno centralista y los que defendían el federalismo, como Camilo Torres.
La figura clave fue Simón Bolívar, quien era enemigo declarado del federalismo y
para esta época ya era conocido como El Libertador, gracias a su participación en
la campaña que adelantaron en 1813 las Provincias Unidas para liberar a Caracas
del poder español.
Independencia Militar
Esta batalla abrió paso para que se llevaran a cabo las campañas libertadoras de
Venezuela, Quito, Perú y alto Perú.
Brasil era un actor muy diferente de los demás miembros del sistema de Estados
emergente en América del Sur. Por lo pronto, existía una clara diferenciación de
identidades entre las elites hispanizadas y las lusitanizadas, lo que hacía que las
diferencias entre el Río de la Plata y el Brasil fueran mucho mayores que las que se
registraban entre las provincias que eventualmente configurarían lo que
conocemos como la Argentina, Chile, Paraguay y el Alto Perú (hoy Bolivia).
Por otra parte ningún brasileño fue incluido en este gobierno imperial. Los
portugueses americanos vieron limitada su participación a las administraciones
provinciales y locales. A pesar de ello, y de alguna manera paradójicamente la
colonia ahora era Portugal. Lisboa dejó de ser el centro desde el que se
administraba el comercio de importaciones y exportaciones brasileñas. El
monopolio comercial colonial portugués de 300 años se quebró. En 1808 los
puertos brasileños se abrieron para el comercio directo con todos los países
amistosos.
Esto, sin embargo, no era suficiente para los británicos. Ellos querían el tipo de
privilegios que habían gozado con Portugal por siglos. El príncipe regente era
enteramente dependiente de los británicos para la derrota de los franceses en
Portugal y para la defensa del mismo Brasil, y por lo tanto no podía rechazar esa
pretensión. Lord Strangford, como ministro británico, siguió a dom Joao a Río, y
terminó de negociar dos tratados en febrero de 1810: un tratado de Navegación y
Comercio y un tratado de Alianza y Amistad. Se fijó una tarifa máxima del 15 por
ciento para la mercadería británica. El tratado era totalmente asimétrico. Gran
Bretaña no redujo sus prohibitivos impuestos al azúcar y café brasileños. Además
“y simbólicamente esto era más grave” se estableció un principio de
extraterritorialidad por el cual en los casos que involucraran a súbditos británicos
debían designarse jueces británicos.
Por otra parte, según el artículo 10 del tratado de alianza Dom Joao, se
comprometió a cooperar en la reducción y eventual abolición del tráfico de
esclavos. Los británicos habían tratado de arrebatarles esta concesión a los
portugueses con anterioridad, sin éxito, tres semanas después de su propia
abolición a principios de 1807. Pero ahora los portugueses tenían menos margen
de maniobra. Dom Joao estaba obligado a confinar el tráfico de esclavos a su
imperio, de modo que no se beneficiara del retiro de Gran Bretaña de ese tráfico.
Cuando Portugal fue liberada en 1814, en un principio dom Joao no quiso regresar
a su país, prefiriendo permanecer en Brasil. En diciembre de 1815 elevó a Brasil al
rango de reino. Para algunos historiadores este hecho, más que el arribo de la
corte en 1808, marca el fin del status colonial del Brasil. En 1816, con la muerte
de su madre, el príncipe regente se convirtió en el rey Joao VI de Portugal, Brasil y
las Algarves. Sin embargo, la corte portuguesa se mantuvo leal a los intereses de
la comunidad portuguesa en Brasil, lo que representó un grave conflicto de
intereses que dividió al reino.
Por otra parte, la pérdida del monopolio económico portugués sobre Brasil dañó
fuertemente los intereses económicos portugueses. Se generó un agudo déficit
presupuestario, y los salarios militares y civiles no fueron pagados. Con la revuelta
de 1820 la Junta Provisional exigió el regreso del rey. La Junta gobernaba en su
nombre, pero destituyó al Consejo de Regencia, prevaleciendo una tendencia
liberal y antiabsolutista, que favorecía el constitucionalismo. No obstante,
concomitantemente prevalecía en Portugal una inclinación a volver a colocar a
Brasil bajo status colonial.
El dilema que entonces se le presentó a Dom Joao era que si volvía a Portugal
caería en las manos de los liberales y arriesgaría la pérdida de Brasil, mientras que
si permanecía en Brasil perdería a Portugal (ya que los liberales portugueses no
estaban dispuestos a tolerar por más tiempo la ausencia de su rey).
En marzo de 1821 Dom Joao accedió a regresar bajo presión de los militares
portugueses y del gobierno británico. Castlereagh aclaró que Gran Bretaña estaba
obligada a defender la casa de Braganza contra enemigos externos, pero no de
ataques internos. Dom Joao se embarcó en abril de 1821, con 4.000 portugueses
y el tesoro real, dejando a su hijo don Pedro, de 22 años, como príncipe regente.
Fueron estos eventos los que llevaron a los brasileños a transferir su lealtad de
Joao VI a don Pedro, presionándolo a desobedecer a las Cortes y a permanecer en
Brasil. A principios de 1822 impidieron el desembarco de tropas portuguesas. En
mayo se decidió que ningún decreto de las Cortes de Lisboa sería llevado a la
práctica sin la aprobación de don Pedro. En septiembre llegaron despachos desde
Lisboa acusando a los ministros de don Pedro de traición, ordenando el regreso de
éste a Portugal y exigiendo la completa subordinación de Brasil. De tal manera,
cuando el 7 de septiembre de 1822 don Pedro lanzó su famoso “Grito de
Ipiranga", una larga serie de acontecimientos había preparado el camino. El
influyente José Bonifacio de Andrada e Silva (1) y su propia esposa (la princesa
austríaca Leopoldina) le aconsejaron romper con Portugal. En octubre fue
proclamado “Emperador Constitucional y Perpetuo Defensor" del Brasil.
Finalmente, el 1º de diciembre de 1822 don Pedro fue coronado. Entre tanto, una
Asamblea Constituyente brasileña había sido elegida indirectamente por sufragio
estrictamente limitado en junio de 1822 y ésta se reunió por primera vez en mayo
de 1823, después de la coronación. Brasil ya era independiente.
Por su parte, Gran Bretaña tenía diversas razones para reconocer la independencia
de Brasil, entre ellas:
El proceso histórico que dio vida a la republica mexicana, duró 11 años de extensa
lucha del pueblo por obtener su libertad e independencia, esta lucha está dividida
en 4 etapas:
Iturbide fue apoyado por los españoles, ya que este les informaba que tenía
sometidos a los insurgentes, sin embargo lo que el quería era unir tanto a criollos
como españoles, para crear una nación que no estaría sometida a España. Al
principio se pensó en un gobierno monárquico, pero se quería que el gobernante
(aunque fuera de la familia de los Borgones) gobernara en forma liberal e
independiente. Y por último se estableció que la única religión sería la católica.
Estas fueron las famosas Tres Garantías: unión (rojo), independencia (verde) y
religión (blanco), entendiéndose por la primera la fusión de los americanos y
españoles. Con tales principios, Iturbide el 1 de marzo de 1821, reunió a sus
tropas y juró ante ellas cumplir los postulados de las Tres Garantías, al ejercito
resultante de la unión de españoles y criollos se le llamó Trigarante o de las Tres
Garantías. En Acapulco, Iturbide sufrió algunas bajas por el ejército de Armijo que
se encontraba en el sur. Iturbide marchó al Bajío y se le unieron varios realistas,
entre ellos Filisola.
En casi todas las provincias se les unieron personas importantes tanto del los
realistas como Bustamante y Cortázar; como insurgentes como Bravo, Guadalupe
Victoria, Rayón, Negrete. A los pocos días, llegó de España, Juan O'Donojú, con el
Declaración de la Independencia
La Sociedad Patriótica, que había sido convocada para ocuparse del desarrollo
económico del país, se convirtió en un foro en donde se llevaron a cabo las
discusiones y los discursos que condujeron a la independencia del país. Entre los
más asiduos participantes estuvieron Simón Bolívar y Francisco de Miranda, a su
regreso de Londres.
se oponga, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca. Sin embargo los
realistas, y muchos religiosos que los apoyaban, aprovechándose de la ignorancia
del la gente, decían que aquello era el castigo de Dios. El poder ejecutivo, dividido
entre 3 personas (triunvirato) resultaba poco ágil y decidió darle poderes
absolutos a Francisco de Miranda para que defendiera la naciente patria,
nombrándolo Generalísimo. Sin embargo, ya era tarde. Miranda encargó al
coronel Ustáriz la defensa de Valencia y al Coronel Simón Bolívar la de Puerto
Cabello. Pero ninguno de los dos logró su objetivo, siendo derrotados.
A Fortín de San Felipe A. Miranda, no le quedó más remedio que rendirse en San
Mateo el 25 de julio de 1812, firmando un armisticio, el cual no fue cumplido por
Monteverde quien lo mandó a encarcelar cuando se preparaba para ir al exterior.
El Manifiesto de Cartagena
Entre las razones que Bolívar da para la pérdida de la república, figura el sistema
federalista, el cual decía que estaba muy bien para los Estados Unidos, pero no
para un país como Venezuela en ese momento. Menciona que se requería un
gobierno centralizado y mucho más fuerte. Explicaba que el gobierno debía ser
mucho más duro con el enemigo y debía construir un ejército más fuerte y
disciplinado. También manifestó que el terremoto significo la “ruina material y
moral” de Venezuela.
Santiago Mariño mientras tanto, en el oriente del país, conjuntamente con unos
patriotas que se habían escapado después de la capitulación de Miranda, logró
La Segunda República
Con la entrada de Bolívar a Caracas, queda instituida una nueva república que
controlaba todas las provincias menos Guayana y Maracaibo. Sin embargo, a la
semana de haber llegado tuvo que volver a salir para luchar contra Monteverde,
quien se había refugiado en Puerto Cabello. En septiembre, los realistas reciben
refuerzos de España. Sin embargo, los éxitos militares de los patriotas continuaron
durante 1813, con las batallas de Bárbula (aunque allí muere Girardot) y con la
victoria sobre Monteverde en Las Trincheras, el 3 de octubre, forzando su salida
del país. Un elemento que fue determinante en la caída de esta joven república
fue la aparición de un caudillo español realista, José Tomás Boves, quien con su
liderazgo y la promesa de darles las riquezas de los blancos, comandó un poderoso
ejército de llaneros pardos. Boves inicia sus victorias el 3 de febrero de 1814,
derrotando a Vicente Campo Elías, en La Puerta. José Felix Ribas, quien contaba
con muy pocos hombres, tuvo que salir a reclutar jóvenes estudiantes de la
Universidad de Caracas y del Seminario para enfrentar a Boves. Ricaurte en San
Mateo - Antonio Herrera en la ciudad de La Victoria, el 12 de febrero, se
defendieron heroicamente hasta recibir refuerzos de Campo Elías y lograr la
retirada de Boves.
Cuenta Baralt, que Morales “pasó a cuchillo no solamente a los prisioneros, sino a
una gran parte de la vecindad, sin respetar edad ni sexo, haciendo como Rosete,
su matanza, en el recinto mismo de la iglesia”.
El fin era inevitable; los jefes patriotas “Bolívar, Mariño, Ribas, Piar, Bermúdez,
Monagas, Cedeño y Zaraza” contaban con pocas tropas y tenían muchas
diferencias entre sí. Ribas pierde en Urica el 5 de diciembre, sin embargo en esa
batalla pierde la vida Boves. Ribas se interna en las montañas, pero es capturado
por un jefe realista quien lo mata, manda a freír su cabeza en aceite, y la envía a
Caracas, en donde es exhibida en la plaza mayor.
Después de la Independencia
Posteriormente, entre 1847 y 1858, los hermanos José Tadeo y José Gregorio
Monagas se alejaron de estos partidos y gobernaron apoyados por sus propios
partidarios. No había libertad de prensa, ni justicia. Inclusive el congreso perdió
su libertad y debía obedecer al presidente. La esclavitud, a pesar de que había
sido abolida por Bolívar, seguía existiendo y no fue finalmente suspendida sino
hasta el año 1850.
La Guerra Federal
Los federales, por su parte, estaban liderizadas por Ezequiel Zamora, Antonio
Guzmán Blanco y Juan Crisóstomo Falcón. Juan Crisóstomo Falcón buscaba la
Se dice que la historia la escriben los vencedores. Una de las pruebas más
evidentes se puede conseguir cuando se analiza el escudo de Venezuela. En
efecto, el escudo nacional tiene dos fechas. La primera, el 19 de abril de 1810, en
la cual se inició la independencia. La segunda, el 20 de febrero de 1859, en la cual
se consolidó la federación. Igualmente, en los documentos oficiales, además de
poner el año en el formato clásico, se añade la inscripción, años tales y tales, que
se cuentan desde esas dos fechas.
La Federación
El país había quedado medio arruinado por la guerra cuando Juan Crisóstomo
Falcón llegó al poder en 1863. Se crearon 20 estados y el país se llamó Estados
Unidos de Venezuela. En 1864 se preparó una nueva constitución que consagraba
los derechos establecidos en el decreto de garantías que acabamos de mencionar.
Sin embargo, una nueva rebelión tumbó el gobierno de Falcón, creando lo que se
llamó el “gobierno de los azules”. En efecto, los conservadores eran los rojos y
los liberales los amarillos. Durante ese período hubo mucha inestabilidad por las
peleas entre Domingo y José Ruperto Monagas hijos de José Gregorio y José
Tadeo Monagas, quienes querían tomar el poder. La anarquía siguió. En abril se
produjo lo que se conoce como “La revolución de Abril", en la que Antonio
Guzmán Blanco, hijo de Antonio Leocadio Guzmán, asumió el poder.
tiempo, la figura central fue Bernardo O`Higgins, un joven chileno, hijo del virrey
del Perú, que había estudiando en Inglaterra y tenía ideas muy “de avanzada”.
Hijo de don Ambrosio O'Higgins, virrey del Perú, y de doña Isabel Riquelme,
Bernardo O'Higgins Riquelme, nació en Chillán el 20 de agosto de 1778. Realizó
sus estudios en un colegio católico de Inglaterra, por lo que su instrucción fue en
muchas áreas superior a la de la gran mayoría de sus compatriotas. En sus
múltiples viajes conoció diferentes alternativas de gobierno y comprendió que el
sistema por el cual los españoles sometían a América era dañino para los intereses
de su pueblo. De este modo, de regreso a Chile, comenzó a ocupar un sitio
considerable en la vida social y política de esta nación. Así, desde que comenzó la
revolución de la independencia, tomó parte de ese movimiento. A pesar de ocupar
un lugar preponderante en la historia nacional, no destacó como un gran estadista,
sino que como líder y en el campo de batalla. Al frente de las tropas nacionales,
su caballería atravesó en Rancagua las trincheras españolas y el mismo mandó la
carga que decidió en Chacabuco y en los Llanos del Maipo la libertad definitiva de
Chile. En 1817 asumió como Director Supremo por seis años, tiempo en que
gobernó con rigidez militar. Sin embargo, fue un patriota hasta el fin, cuando una
parte del ejército se sublevó en Concepción y él, teniendo la fuerza militar como
para aplacar a los rebeldes, renunció al poder para evitar que se produjera una
guerra civil. Desde entonces vivió en Perú, lugar de su destierro y jamás regresó a
Chile.
Por otra parte, la Real Audiencia, que era el Tribunal Superior del Reino, tuvo que
solicitar la renuncia a García Carrasco pues temía que por el mal manejo político de
este hombre estallara una revuelta en la colonia. Así, y según las leyes españolas,
Proceso a la Independencia
En Chile se registraba cierta tensión social, pues sólo los españoles podían ejercer
los cargos públicos. En tanto, los criollos, que se sentían cada vez más
comprometidos con su tierra natal, consideraban que les correspondía a ellos
ocupar esos sitiales. Una razón sumamente poderosa del proceso emancipador
fue la invasión de España por parte de las tropas de Napoleón, que después de la
conferencia de Bayona toman prisionero al rey Fernando VII. Para administrar el
país en la ausencia del legítimo soberano, los súbditos de España formaron juntas
locales de gobierno, que se unificaron en el Consejo de Regencia e invitaron a las
colonias a integrarse a este consejo. Sin embargo, los criollos chilenos no aceptan
integrarse, pues éste representaba al pueblo español y no al monarca, por lo que
instituyen su propia junta de gobierno.
El Gobierno de O'Higgins
templado por las normas que se impuso a sí mismo. En cuanto a las proyecciones
de este mandato, su dictadura correspondió a la única forma de mantener el orden
e imprimir a la administración la eficacia necesaria para crear la escuadra, vencer
al general español Osorio y realizar la misión que le correspondió en la liberación
del Perú.
En México (1810), fueron los indios, campesinos y mestizos los que se movilizaron
tras el liderazgo inicial de los curas Hidalgo y Morelos. En Bolivia, los primeros
pronunciamientos autonomistas (1809) de Chuquisaca y La Paz, anteriores al de
Quito, fueron encabezados por los criollos medios. Pero, finalmente, el proceso
independista hispanoamericano se caracterizó por la dirección política de los
criollos altos, capa social que adquirió conciencia de sus intereses y aspiraciones
durante el último siglo colonial, cuando consolidó su hegemonía en el poder de las
tierras, las minas y el comercio. En el momento decisivo, la independencia
expresó, en definitiva, la confrontación de los criollos (poder económico) con las
autoridades españolas (poder político) por el control del Estado. Las otras capas
5
Por Juan J. Paz y Miño Cepeda, Historiador.
Pero el temprano movimiento de Quito fue cercado, sus líderes perseguidos y sus
dirigentes encarcelados. El 2 de agosto del siguiente año, un intento por liberarlos
fracasó, provocando que la soldadesca del Cuartel Real hiciera una horrorosa
matanza de los patriotas. Quito perdió a un valioso núcleo intelectual, que podría
haber contado para la organización del nuevo Estado.
La Guerra y la Libertad
De sus ruinas se esperaba que surgiera un orden nuevo, cuyos rasgos esenciales
habían sido previstos desde el comienzo de la lucha por la independencia. Ahora
bien, éste se demoraba en nacer. La primera explicación, la más optimista,
buscaba en la herencia de la guerra la causa de esa desconcertante demora:
concluida la lucha, no desaparecía la gravitación del poder militar, en el que se
veía el responsable de las tendencias centrífugas y la inestabilidad política
dispuestas, al parecer, a perpetuarse. La explicación era sin duda insuficiente, y
además tendía a dar una imagen engañosa del problema: puesto que no se habían
producido los cambios esperados, suponía que la guerra de independencia había
cambiado demasiado poco, que no había provocado una ruptura suficientemente
honda con el antiguo orden, cuyos herederos eran ahora los responsables de
cuanto de negativo seguía dominando el panorama hispanoamericano. La noción,
al parecer impuesta por la realidad misma, de que se habían producido en
Hispanoamérica cambios sin duda diferentes, pero no menos decisivos que los
previstos, si está muy presente en los que deben vivir y sufrir cotidianamente el
nuevo orden hispanoamericano, no logra, sin embargo, penetrar en los esquemas
ideológicos vigentes (salvo en figuras cuya creciente adhesión a un orden colonial
imposible de resucitar, condenan a la marginalidad).
La Violencia
Sin embargo, los cambios ocurridos son impresionantes: no hay sector de la vida
hispanoamericana que no laya sido tocado por la revolución. La más visible de las
novedades es la violencia: como se ha visto ya, en la medida en que la revolución
de las élites criollas urbanas no logra éxito inmediato, debe ampliarse
progresivamente, mientras idéntico esfuerzo deben realizar quienes buscan
aplastarla. En el Río de la Plata, en Venezuela, en México, más limitadamente en
6
Los siguientes artículos son extractos del libro “Historia Contemporánea de América latina” de
Tulio Halperin Donghi.
Esa violencia llega a dominar la vida cotidiana, y los que recuerdan los tiempos
coloniales en que era posible recorrer sin peligro una Hispanoamérica casi vacía de
hombres armados, tienden a tributar a los gobernantes españoles una admiración
que renuncia de antemano a entender el secreto de su sabio régimen. El hecho es
que eso no es ya posible: luego de la guerra es necesario difundir las armas por
todas partes para mantener un orden interno tolerable; así la militarización
sobrevive a la lucha.
La Militarización
Los nuevos estados suelen entonces gastar más de lo que sus recursos permiten, y
ello sobre todo porque es excepcional que el ejército consuma menos de la mitad
de esos gastos. Lo que la situación tiene de anómalo es muy generalmente
advertido; lo que tiene de inevitable, también. La imagen de una Hispanoamérica
prisionera de los guardianes del orden (y a menudo causantes del desorden)
comienza a difundirse; aunque no inexacta, requeriría ser matizada. Sólo en parte
puede explicarse la hegemonía militar como un proceso que se alimenta a sí
mismo, y su perduración como una consecuencia de la imposibilidad de que los
inermes desarmen a los que tienen las armas. La gravitación de los cuerpos
armados, surgida en el momento mismo en que se da una democratización, sin
duda limitada pero real, de la vida política y social hispanoamericana, comienza sin
duda por ser un aspecto de esa democratización, pero bien pronto se transforma
en una garantía contra una extensión excesiva de ese proceso: por eso (y no sólo
porque parece inevitable) aun quienes deploran algunas de las modalidades de la
militarización hacen muy poco por ponerle fin.
La Democratización
agrícola, que haga inmediatamente codiciables las tierras indias, explican que éstas
sigan en manos de comunidades labriegas atrozmente pobres, incapaces de
defenderse contra fuertes presiones expropiadoras y además carentes a menudo
de títulos escritos sobre sus tierras.
Sin duda, la revolución no había pasado por esas tierras sin provocar bajas y
nuevos ingresos en el grupo terrateniente; las ha provocado también en otras
áreas de historia político-social menos agitada. Pero ha tenido otra consecuencia
acaso más importante: es el entero sector terrateniente, al que el orden colonial
había mantenido en oposición subordinada, el que asciende en la sociedad
postrevolucionaria. Frente a él las élites urbanas no sólo deben adaptarse a las
consecuencias de ese ascenso: el curso del proceso revolucionario las ha
perjudicado de modo más directo al hacerles sufrir los primeros embates de la
represión revolucionaria o realista. Además la ha empobrecido: la guerra devora
en primer término las fortunas muebles, tanto las privadas como las de las
instituciones cuya riqueza, en principio colectiva, es gozada sobre todo por los
hijos de la élite urbana: la Iglesia, los conventos, las corporaciones de
comerciantes o mineros, donde las hay. Los consulados de comercio, por ejemplo,
se transforman en intermediarios entre los comerciantes y un poder político de
exigencias cada vez más exorbitantes, cuya agresiva mendicidad es temida por
encima de todo. Sin duda, la guerra consume desenfrenadamente los ganados y
frutos de las tierras que cruza; cuando se instala en una comarca puede dejar
reducidos a sus habitantes al hambre crónica, que en algunos casos dura por años
luego de la pacificación. Pero aun así deja intacta la semilla de una riqueza que
podrá ser reconstituida: es la tierra, a partir de la cual las clases terratenientes
Pero la revolución no priva solamente a las élites urbanas de una parte, por otra
parte muy desigualmente distribuida, de su riqueza. Acaso sea más grave que
despoje de poder y prestigio al sistema institucional con el que sus élites se
identificaban, y que hubieran querido dominar solas, sin tener que compartirlo con
los intrusos peninsulares favorecidos por la Corona. La victoria criolla tiene aquí
un resultado paradójico: la lucha ha destruido lo que debía ser el premio de los
vencedores. Los poderes revolucionarios no sólo han debido reemplazar el
personal de las altas magistraturas, colocando en ellas a quienes les son leales; las
ha privado de modo más permanente de poder y prestigio, transformándolas en
agentes escasamente autónomos del centro de poder político. En las vacancias de
éste, luego de 1825 no se verá ya a magistraturas municipales o judiciales llenar el
primer plano como en el período 1808-10; la revolución ha traído para ellas una
decadencia irremediable.
La Iglesia
centros. El Papa no reconoce otro soberano legítimo que el rey de España; los
nuevos estados se proclaman herederos de las prerrogativas de éste en cuanto al
gobierno de la Iglesia en Indias; el resultado es que administradores de sedes
episcopales (ni el Vaticano ni los nuevos Gobiernos se atreven a nombrar obispos)
y párrocos son designados “y a menudo removidos” por las autoridades políticas
y con criterios políticos. Lo mismo que las dignidades civiles, las eclesiásticas han
perdido buena parte de las ventajas materiales que solían traer consigo; han
perdido aún más en prestigio.
un Gobierno cedía desde las rentas de aduana hasta la propiedad de las plazas
públicas de su capital para ganar la supervivencia, y a la vez la interesada
adhesión de esos financistas aldeanos a su causa política), era la voluntaria
ceguera del Gobierno frente a las hazañas de esos reyes del mercado lo que esos
préstamos garantizaban. En uno y otro caso, la relación entre el poder político y
los económicamente poderosos ha variado: el poderío social, expresable en
términos de poder militar, de los hacendados, la relativa superioridad económica
de los agiotistas los coloca en posición nueva frente a un estado al que no solicitan
favores, sino imponen concesiones. (…)
La parte que por acción y sobre todo por omisión tenía en el establecimiento de
ese equilibrio la economía de las nuevas metrópolis parece muy grande. Pero al
lado de ella es preciso tomar en cuenta la que tuvo la política de las naciones que
en Iberoamerica llenaban en parte el vacío dejado también en este aspecto por las
viejas metrópolis. Desde el comienzo de su vida independiente, esta parte del
planeta parecía ofrecer un campo privilegiado para la lucha entre nuevos
aspirantes a la hegemonía. Esa lucha iba a darse, en efecto, pero “pese a las
alarmas de algunos de sus agentes locales” la victoria siempre estuvo muy
seguramente en manos británicas. Las más decididas tentativas de enfrentar esa
hegemonía iban a estar a cargo de Estados Unidos “aproximadamente entre 1815
y 1830”, y a partir de esa última fecha, de Francia.
La Presencia Francesa
La Hegemonía Inglesa
nuevos estados con tratados de amistad, comercio y navegación que recogen por
entero sus aspiraciones. En ese momento la hegemonía de Inglaterra se apoya en
su predominio comercial, en su poder naval, en tratados internacionales. Pero se
apoya también en un uso muy discreto de esas ventajas: la potencia dominante,
que protege mediante su poderío político una vinculación sobre todo mercantil, y
que no desea intervenir más profundamente en la economía latinoamericana,
arriesgando capitales de los que no dispone en abundancia, se fija objetivos
políticos adecuados a esa situación.
En primer lugar no aspira a una dominación política directa, que implicaría gastos
administrativos y la comprometería en violentas luchas de facciones locales. Por el
contrario, se propone dejar en manos hispanoamericanas, junto con la producción
y buena parte del comercio interno, el costoso honor de gobernar esas vastas
tierras. No quiere decir eso que no tenga también en este aspecto puntos de vista
muy firmes, ni que se inhiba de hacer sentir su poder para imponerlos. Pero en
cuanto a esto, hay que tener en cuenta ante todo que los esfuerzos británicos por
imponer determinadas políticas serán siempre limitados: a falta de un rápido éxito
suelen ser abandonados, dejando en situación a menudo incómoda a quienes
creyeron contar incondicionalmente con el apoyo de Gran Bretaña. No hay que
olvidar tampoco que s aspiraciones políticas de Gran Bretaña en Latinoamérica
están definidas por el tipo de interés económico que vincula con estas tierras. Su
política es sólo muy ocasionalmente (en algunos grandes conflictos) la de su
cancillería de Londres; más frecuentemente es la de sus agentes, identificados con
grupos de comerciantes que aspiran sobre todo a mantener expeditos los circuitos
mercantiles que utilizan; en términos más generales, a mantener el statu quo si
éste asegura razonablemente la paz y el orden interno. Salvo excepciones (cada
vez más contadas a medida que se avanza en el tiempo), una extrema cautela es
el rasgo dominante de una política así concebida.
Esa política prudente explica que la hegemonía inglesa haya podido seguir
consolidándose cuando algunas de sus bases comenzaban a flaquear: si a
mediados de siglo el comercio y la navegación británicos siguen ocupando el
primer lugar en Latinoamérica, están ya muy lejos de gozar del cuasi monopolio de
los años posteriores a la revolución. Pero, pese a la multiplicación de conflictos
locales, el influjo inglés, que en líneas generales no combate, sino apoya a los
sectores a los que las muy variadas evoluciones locales han ido dando el
predominio, es a la vez favorecido por éstos. Es en este sentido muy característica
la diferencia que un gobernante gustoso de identificarse con la causa de América
frente a las agresiones europeas, el argentino Juan Manuel de Rosas, establece
entre las francesas “a las que responde con una resistencia obstinada, seguro de
que la victoria será el premio de su paciencia” y las británicas, frente a las cuales
busca discretamente soluciones conciliatorias, convencido como está de que a la
postre Gran Bretaña descubrirá dónde están sus intereses en el Río de la Plata, y
de que, por otra parte, no bastaría la resistencia más tenaz para borrar el influjo
británico de esa comarca. El mismo deseo de esquivar una ruptura total se
manifiesta en Brasil, cuyos dirigentes resistieron, sin embargo, con tenacidad sin
igual las pretensiones británicas en torno a la supresión de la trata de negros: a lo
largo de conflictos que se prolongaron durante decenios y que llevaron en algún
momento a la interrupción de relaciones diplomáticas, el abandono de la órbita
británica seguía siendo, para los dirigentes brasileños, un proyecto imposible.
Fuente: Gómez de Rueda Jemimath. Historia de América II. Bogotá: USTA, 1997.
Un liberalismo brasileño, vocero sobre todo de las distintas aristocracias locales (la
azucarera del norte, la ganadería del centro, la también ganadera del extremo)
choca con un conservadurismo urbano, comprometido por la presencia en sus filas
de los portugueses que dominan el pequeño y mediano comercio de los puertos, y
representado sobre todo por funcionarios herederos de la mentalidad “a menudo
más esclarecida que la de sus rivales los grandes señores liberales” del antiguo
régimen. Sin duda, entre esos adversarios el equilibrio era posible: la misión de la
Corona era asegurar con su influjo algún poder al sector conservador, y a la vez
arbitrar entre ambos. Para ello contaba básicamente con el apoyo del ejército,
sólo lentamente nacionalizado y mezclado “no por casualidad” de cuerpos
mercenarios europeos.
Aun así, su tarea no era fácil: el emperador Pedro I iba a fracasar sustancialmente
en ella; terminó por quedar identificado con los sectores que en el nuevo Brasil
mantenían la nostalgia del absolutismo y de la unión con Portugal. Antes había
tenido tiempo de lanzar al imperio a la primera de sus aventuras internacionales:
la guerra del Río de la Plata por la posesión de la Banda Oriental, rebautizada
Provincia Cisplatina e incorporada como tal al imperio brasileño, luego de haber
sido ocupada, a partir de 1816, por tropas portuguesas. La guerra “fruto de una
Así las cosas, no es extraño que la vida política del imperio haya sido agitada. En
1831 don Pedro I decide trasladarse a Portugal, a luchar contra la rebelión
absolutista de don Miguel y asegurar la sucesión para su hija María de la Gloria.
Ese apoyo “muy discretamente otorgado” no iba a faltar a los ambiciosos planes
de organización americana de Bolívar; de ellos el más grandioso fue el congreso de
Panamá; a este comienzo de una liga de los nuevos países americanos en la que
sólo iban a estar presentes los delegados de Colombia, Perú, México y
Centroamérica, sin embargo, nada; la iniciativa contó desde el comienzo con la
hostilidad abierta de Brasil y la apenas disimulada de Buenos Aires y Chile, poco
deseosos de incorporarse al sistema bolivariano. Que éste haya contado con la
simpatía británica no tiene nada de sorprendente: luego de haber esperado
mucho de la ruptura del orden colonial, los intereses británicos tenían motivos para
temer que ésta hubiese ido demasiado lejos; una restauración de sus rasgos
esenciales no podía disgustarlos. Tampoco les disgustaba el signo republicano que
el sistema conservaba: la monarquía, teóricamente preferible, era una aventura
aún más riesgosa, e implicaba un acercamiento a las potencias continentales.
Nada dañaba a esa simpatía el hecho de que Bolívar se propusiese unificar bajo su
influjo a un área muy basta del antiguo imperio español; se ha visto ya cómo la
creencia de que la nueva potencia hegemónica favoreció sistemáticamente la
disgregación hispanoamericana carece de fundamento.
Este apoyo no fue bastante para salvar el proyecto bolivariano ¿Pero por qué
fracasaban las tentativas destinadas a romper la fragmentación heredada a la vez
de la colonia y la revolución? ¿Por qué fracasó la de Bolívar que comenzó contando
con recursos que nunca volvería a tener ninguno de sus imitadores más tardíos?
Por otra parte, mantenerse en ese papel exigía sacrificios demasiado prolongados:
significaba, por ejemplo, que las tropas colombianas debían permanecer
indefinidamente guardando el orden en comarcas distantes algunos miles de
kilómetros de su tierra de origen. No es extraño entonces que en casi todas partes
los adversarios y los sostenes de Bolívar se hayan entendido para librarse de la
tutela del Libertador; en Perú es la unión de la oposición, a la vez oligárquica y
principista, y unos cuantos generales dispuestos a fructuosas transacciones la que
pone fin al ensayo boliviano; en Colombia el legalista Santander y el personalista
Páez se reconcilian luego de ese derrumbe que han contribuido por igual a
provocar; ese vasto sector de la Hispanoamérica postrevolucionaria, que va desde
Caracas hasta Potosí, está comenzando un duro aprendizaje: el de la
reconciliación consigo mismo, a partir de la cual podrá ir descubriendo los rasgos
todavía secretos del orden postrevolucionario, distinto a la vez del antiguo y del
imaginado en los días esperanzados de 1810.
disolución del viejo sistema. Sin duda, el imperio de Iturbide, solución demasiado
personalizada a los problemas de la transición a la independencia, se derrumba sin
contar con más vivo apoyo de los que serán conservadores que de los futuros
liberales. La caída del régimen imperial es fruto de la acción del ejército,
convocado por el pronunciamiento de un todavía oscuro jefe de guarnición,
Antonio López Santa Anna, seguido bien pronto no sólo por los oficiales surgidos
de los movimientos insurgentes, sino también por muchos de los antiguos
realistas, descontentos por la indiferencia con que el emperador, decidido a tomar
distancias frente a sus antiguos colegas y limitado en su generosidad por la ruina
del fisco, atiende a sus requerimientos. La gravitación del ejército, al que las
guerras de independencia han dejado en herencia un demasiado nutrido cuerpo de
oficiales y una función inexcusable de guardián del orden interno, se revela
decisiva. A la caída del primer imperio sigue la convocación de una constituyente y
la elección como presidente de Guadalupe Victoria, que pese a sus inclinaciones
liberales intentará guardar un cierto equilibrio frente a las facciones cuya hostilidad
crece progresivamente.
Sin duda, ese orden nuevo será en algunos aspectos distinto del viejo: el ministro
británico Ward, que está muy cerca de ese partido, señala que el México
independiente deberá seguir importando más que el colonial, puesto que su
producción artesanal textil no puede competir con la importada; encuentra la
solución en una expansión de la agricultura en tierras calientes, que cree nuevos
rubros exportables a ultramar y permita equilibrar la balanza comercial. Pero
también para él lo primero en orden de urgencia es restaurar la minería y ordenar
las finanzas públicas: sólo la primera, una vez devuelta a la prosperidad, puede
ofrecer capitales para la expansión agrícola, yesos capitales buscarán más
seguramente ese camino cuando un estado indigente no le ofrezca otro más
Los aliados mexicanos del agudo diplomático no dejaban de tomar en cuenta otros
cambios. Eran en primer lugar más sensibles a los derrumbes provocados por la
guerra en los sectores dirigentes: para ellos la emigración de los más ricos
mercados españoles, luego de 1821, no era sólo importante por los más de cien
millones de pesos en metálico que según era común creencia se habían llevado
consigo: significaba, por añadidura, un grave debilitamiento de una clase alta ya
excesivamente minoritaria. Eran igualmente sensibles a la mayor autonomía de
acción de que la experiencia revolucionaria había hecho capaces a los sectores
populares; frente a esta innovación, en la que se advertía sobre todo el peligro
siempre posible de un violento desborde plebeyo, los escoceses tendían a
contemplar con indulgencia el peso creciente del ejército en las finanzas
mexicanas. En cambio, eran menos comprensivos frente a las apetencias de esos
sectores medios que, en la capital y en las ciudades de provincia, esperaban
situarse en las estructuras administrativas del nuevo estado. Ward, que como
ellos veía en esas apetencias el sentido último del federalismo, aconsejaba
recogerlas; el precio que con ello se pagaría por la paz era en suma moderado.
Pese a que éstos logran imponer la expulsión (que estará lejos de cumplirse por
entero) enfrentan desde entonces una oposición tenaz de los conservadores,
transformados “nota complacido Ward” de una pura facción política en la unión
de todos los que tenían algo que perder.
En 1836, guerra de Texas: los colonos del sur de Estados Unidos que allí se han
instalado y han sido bien recibidos por las autoridades mexicanas, no aceptan el
retorno al centralismo que esta en el programa conservador. Santa Anna corre a
someterlos: tras de vencer la resistencia del Alamo es deshecho en San Jacinto.
protegido por Gran Bretaña, capaz de hacer frente al avance expansivo de Estados
Unidos.
Así, devuelto a su papel de garante del orden conservador, siguió gravitando hasta
que la guerra con Estados Unidos, estallada en 1845, le devolvió a su papel
alternativo de jefe militar, llamado ahora por los liberales, a los que la coyuntura
acababa de devolver el poder. La guerra era el desenlace de toda una etapa de la
política estadounidense; si se produjo tan tarde fue porque el Norte no deseaba
fortalecer al bloque esclavista con un nuevo estado, incorporando a Texas ahora el
avance hacia el Oeste anticipaba la posibilidad de equilibrar la anexión de Texas
ampliando la masa de botín con otros territorios destinados a quedar libres de la
institución peculiar del sur norteamericano.
La guerra fue demasiado fácilmente ganada por Estados Unidos; esa victoria se
explica, en parte, porque el ejército mexicano no había sido organizado para ser
un instrumento de combate en guerras internacionales, en parte porque las
disensiones dejadas por decenios de lucha facciosa estaban lejos de haberse
apagado en México. En todo caso, la derrota “que tuvo, pese al heroísmo de los
defensores de la capital, su punto culminante en la toma de ésta” pareció
despertar las tensiones mal acalladas por el orden conservador: levantamientos
indios en el Norte, guerra de castas en el Yucatán, donde la ampliación de los
cultivos de azúcar estaba privando de tierras a los indios mayas mal pacificados.
La paz parecía aún peor que la guerra: México perdía en 1848 la mitad de su
territorio en beneficio de su vencedor. A pesar de tanta ruina, los conservadores
lograban conservar el poder; su jefe intelectual, Alamán, que por esos años estaba
trazando su negro cuadro del México postrevolucionario, en que distribuía
generosamente culpas a todos menos a su facción (que lo había gobernado
durante casi toda esa etapa), soñaba una regeneración definitiva en la religión y la
monarquía. Mientras esta se alcanzaba, una mano fuerte era necesaria para
frenar el inquietante despertar liberal: era, muy previsiblemente, la de Santa Anna.
La historia de esa etapa mexicana ha sido narrada una vez y otra: deliciosamente
incongruente, llena de salvaje colorido (su episodio más brillante es el entierro
solemne de la pierna de Santa Anna, con el ilustre héroe presidiendo el duelo),
puede servir para hacer de ella un relato brioso. Menos fácil es entenderla. Santa
Anna es un aventurero que no engañó mejor a sus contemporáneos que a los
historiadores dispuestos a divertirse con él; Alamán y Gómez Parias, que se
disputaron su favor, que al hacer de él el interlocutor favorito de los políticos
dentro del ejército confirmaron su predominio sobre éste, eran, por el contrario,
reflexivos observadores de la situación mexicana, y políticos consecuentes con sus
ideas. Quizá era precisamente esa integridad ideológica la que los obligaba a
transacciones tan chocantes con la realidad; ni en el programa conservador ni en
el liberal el ejército, tal como lo había creado la guerra revolucionaria, tenía lugar
legítimo; por lo tanto, los acuerdos con él se hacían en un plano en el cual el
voluble e inseguro Santa Anna se movía mejor que nadie. ¿Pero por qué el
acuerdo con el ejército era necesario? Sin duda porque conservaba un inmenso
poder, herencia de la guerra. Pero también porque ese poder seguía siendo
necesario para mantener el orden interno. Por añadidura, porque lo mantenía
demasiado bien, y para los liberales el camino al gobierno parecía ser un acuerdo
con el ejército y no la rebelión popular, cada vez más difícil a medida que las
convulsiones de la segunda década del siglo se alejaban y el orden se afirmaba
mejor en México.
Los demás países mineros: Perú y Bolivia: desarrollos análogos, marcados por el
estancamiento económico y la incapacidad de hallar un estable ordenamiento
político, encontramos en las otras tierras hispanoamericanas de la plata, ahora
divididas entre la república de Perú y la de Bolivia. Aquí el cuadro es aún más
complicado, porque las élites sobrevivientes están necesariamente desunidas: los
herederos de la Lima comercial y burocrática, los de los centros mineros del Alto
Perú, los hacendados ricos sólo en tierras; que dominan la sierra desde el Ecuador
hasta la raya de Argentina, los hacendados de la costa peruana, muy ligados a la
fortuna comercial de Lima y arruinados por la quiebra de una agricultura de
regadío y de mano de obra esclava y frente a ellos un personal militar que sirve
alternativamente en el ejército de Perú y el de Bolivia está destinado a tener
decisivo papel.
Hacer en Perú y Bolivia un Estado moderno es, en suma, una operación demasiado
onerosa, que deja indiferentes a los de arriba como a los de abajo. Esa empresa
se identifica, además, con una glorificación personal del Protector, que si
encuentra la burla despiadada de las élites urbanas (que no pueden olvidar que
éste es hijo de una cacica india) agudiza rivalidades aun más peligrosas entre los
jefes militares.
En las filas de los invasores son numerosos los peruanos desafectos: aparte de un
sector de jóvenes aristócratas de Lima, que buscan lo que llaman la regeneración,
es decir, un poder no compartido con los rudos generales de la sierra, más de uno
de éstos se les ha unido contra el más poderoso de todos. Con decepción de los
regeneradores limeños, Chile no se inclina por ellos, sino por Gamarra, que vuelto
así al poder en 1841, lleva la guerra a Bolivia y es derrotado. En el vacío que crea
su derrota los regenadores hacen finalmente su tentativa de alcanzar el poder; en
Vivanco, el general aristócrata, satisfactoriamente blanco, encuentra su paladín,
para fracasar junto con él: Ramón Castilla, hijo de un ínfimo burócrata peninsular
y de una india, será quien haga la reconciliación de las facciones peruanas, pero si
tiene éxito donde otros fracasaron es porque algo ha cambiado en Perú; ha
quedado atrás el período de la penuria de Lima y la indigencia del Estado, obligado
a vivir, sobretodo, de la capitación indígena que los jefes de guarniciones de la
sierra saben que podrían detener a su capricho: el guano, y más generalmente el
cambio de la coyuntura económica mundial introducen a Perú, a mediados de
siglo, en una nueva época, en que las élites urbanas podrán desquitarse de sus
pasadas postergaciones y recomenzar la conquista del Estado.
Esa época no ha de llegar para Bolivia hasta mucho más tarde. Caído Santa Cruz,
es su antiguo auxiliar, el general Ballivián, que lo abandonó en la duodécima hora,
el que “tras de vencer a Gamarra y asegurar la independencia boliviana” continua
su obra de modernización administrativa. En 1848 el resultado de un sucederse de
revoluciones fue el ascenso a la presidencia del general Belzú, que por primera vez
empleo en Bolivia la apelación a las clases populares como recurso político;
aunque en la acción el nuevo presidente no se muestra muy lejos de las actitudes
sociales de sus predecesores, ese rasgo significa una innovación importante en la
vida política boliviana: el ingreso en ella, por lo menos como masa de espectadores
impacientes, de la plebe mestiza de las ciudades (en particular de La Paz, donde
funcionaba el Gobierno y donde la vuelta de la economía altoperuano a su
orientación hacia el Pacífico había colocado el núcleo mercantil del altiplano).
Pero, como viene ocurriendo desde 1825, la economía boliviana vive en estado de
marasmo: el recurso empleado por un fisco en quiebra al acudir a una
disminución del tenor de la moneda de plata (que será ahora mal recibida en
tierras vecinas) hace aún más difícil a este país, al que le están faltando productos
exportables, mantener las corrientes de comercio internacional. A mediados del
siglo la quina parece ofrecer algún alivio, y su exportación “monopolio del Estado”
beneficia a éste y a la casa concesionaria, perteneciente a una familia de vieja
aristocracia paceña; no basta, sin embargo, para cambiar los datos esenciales de
la economía boliviana.
No es extraño que el nuevo orden político arraigue mal en tierras que no han
podido encontrar su lugar en la Latinoamérica deshecha por la revolución y
lentamente vuelta a rehacer en medio de una coyuntura desfavorable. En otras
partes, soluciones políticas adecuadas a esa nueva coyuntura logran imponerse de
modo más sólido.
Ecuador
Entre los estados sucesores de la Gran Colombia, encontramos en uno de ellos una
situación comparable a la perú boliviana: es Ecuador el estado que recoge con
nombre nuevo el patrimonio territorial de la antigua presidencia de Quito. En este
marco, más pequeño que el vasto Perú, la línea de desarrollo es más sencilla: los
que hacen de árbitros en la vieja y siempre vigente oposición entre la élite costeña
“plantadora y comerciante” y la aristocracia de la sierra (dominante sobre una
masa indígena vinculada sobre todo por el peso de las deudas heredadas de
padres a hijos, y apenas tocada por los cambios revolucionarios) son militantes
que permanecen extranjeros a Ecuador: los venezolanos de Flores, que
constituyen un cuerpo extraño hasta que sus jefes principales comienzan a tallarse
dominios territoriales en la Sierra. Flores es presidente en 1830; enfrenta la
oposición de la costa, encarnada en Vicente Rocafuerte, un patricio de Guayaquil,
con el que se reconcilia misteriosamente, luego de una lucha civil, en 1834.
Colombia
La Nueva Granada presenta por esos años, como se ve, un modelo político para
tierras más agitadas ¿cuál es el secreto de este éxito, relativo pero indudable?
Venezuela
En 1830 el pronóstico sobre el futuro político venezolano habría debido ser acaso
más pesimista que respecto del neogranadino. Arrasada por la guerra, que fue allí
particularmente feroz, con sus aristocracias costeñas arruinadas y entregadas al
dominio de ejércitos formados por mestizos llaneros y mulatos isleños, Venezuela
parece condenada a una extrema inestabilidad. El proceso es otro: bajo la égida
de Páez, presidente durante largas etapas, y de otros jefes militares de la
independencia, lo que se da es una reconstrucción económica y social sobre líneas
muy cercanas a las del orden prerrevolucionario. La posibilidad de exportar a un
mercado ampliado permite la expansión productiva en la costa: en 1836 se
sobrepasan los niveles de exportaciones inmediatamente anteriores a 1810, y
desde entonces el proceso ascendente prosigue por unos años; la economía
venezolana, apoyada ahora en el café antes que el cacao o el azúcar, sufre, sin
embargo, con la crisis de precios en la década siguiente. El orden conservador
comienza entonces a mostrar sus quiebras. En primer lugar, el retorno a un orden
semejante al colonial hace nacer tensiones muy duras: los beneficiarios del sistema
son grandes comerciantes que se reservan lo mejor del negocio cafetero (el
cultivo se halla en manos de agricultores medios) y grandes propietarios, que en
el litoral intentan rehacer una economía de plantación devolviendo a la esclavitud a
los negros emancipados a todo pasto durante las guerras de independencia, y en
los Llanos buscan imponer una más estricta disciplina de trabajo para utilizar en
pleno las posibilidades abiertas a la exportación de cueros. Sin duda, la revolución
ha introducido nuevos miembros en los sectores privilegiados: son los jefes
militares que ahora gobiernan a Venezuela; Páez, antes capataz en una hacienda
llanera, es ahora gran propietario de tierras, y no es el único. En cambio, los
soldados veteranos no ven facilitado el acceso a la tierra que le fue prometido; las
que se les distribuyen suelen venderlas (Páez las compró en abundancia a sus
soldados, a precio muy bajo) o perderlas cuando el legalismo retrospectivo de la
república conservadora anule las confiscaciones que perjudicaron en el pasado a
los realistas.
América Central
¿En América Central las dificultades hubieran debido ser acaso menores? Esta
tierra no conoció revolución ni resistencia realista; pasada en 1821, junto con
México, de la lealtad a Fernando VII a la independencia, se separó de su vecino
del Norte a la caída de Iturbide, a quien seguían fieles los jefes de las guarniciones
del antiguo ejército regio acantonadas en la capitanía de Guatemala. Surgen así
las Provincias Unidas de América Central: destinadas a vida breve y azarosa, son
desgarradas por la lucha entre liberales y conservadores, que se identifican con la
oposición entre Guatemala “tierra de economía semiaislada y población india,
dominada por una minoría española de estilo señorial” y El Salvador, rincón que
proporciona la mayor parte de las exportaciones ultramarinas de Centroamérica el
primer rubro de ellas sigue siendo el índigo), de propiedad más dividida y
población mestiza. Los liberales, acusados de querer gobernar la vida eclesiástica,
se han propuesto crear un obispado en San Salvador, y quieren llevar allí la capital.
La disolución del estado unitario en 1820 había estado lejos de constituir una
calamidad sin mezcla: sirvió para liquidar bruscamente una situación ya
insostenible. Pero en esa liquidación no sólo salía destrozado el centralismo de
Buenos Aires, sino también el federalismo del resto del litoral, que había tenido en
Artigas su paladín. La política de Buenos Aires alcanzaba un éxito póstumo cuando
los portugueses concluían la conquista de la Banda Oriental y convertían el antiguo
Protector de los Pueblos Libres en un fugitivo cada vez menos respetado por sus
secuaces del litoral argentino; éstos obligaron a Artigas a buscar en Paraguay un
refugio que Francia convirtió en cautiverio; luego emprendieron luchas por la
supremacía, que permitieron a Buenos Aires, derrotada en 1820 y transformada en
una provincia más de una vaga federación sin instituciones centrales, alcanzar en
el litoral argentino una hegemonía indiscutida. Armada de ella, la provincia de
Buenos Aires se opuso a la tentativa de reorganización del país, que en nombre de
las provincias de Tucumán y Cuyo (convertidas casi póstumamente al federalismo,
luego de haber sido columnas del régimen centralizado y gobernadas muy
frecuentemente por quienes habían sido antes agentes del desaparecido Gobierno
central) dirigió el gobernador de Córdoba, Bustos.
La guerra con Brasil llevó a anular muchos de los cambios que había traído 1820:
de nuevo era preciso costear un ejército, devolver gravitación a los oficiales
veteranos de la Independencia y arruinar al fisco. La guerra trajo además el
bloqueo y “como en el país adversario” la inflación, también aquí a base del
recién inventado papel moneda inconvertible. Declarada a fines de 1825, la guerra
culminaba en 1827 con la Victoria argentina de Ituzaingó, que el vencedor no era
ya capaz de aprovechar en pleno. Recibida con general beneplácito cuando no se
habían adivinado las penurias que traería consigo, la guerra era cada vez más
impopular entre los ricos de Buenos Aires, y era ahora la primera causa de
desconfianza frente al nuevo espíritu aventurero de los dirigentes del antiguo
partido del orden que dominaban el congreso constituyente. Estos iban bien
pronto a dar nuevos motivos de descontento a la opinión: harían presidente de la
república a Rivadavia, y excediendo descaradamente sus atribuciones pondrían a la
entera provincia de Buenos Aires bajo la autoridad del Gobierno nacional; esa
maniobra, que los libraba de Las Heras y sus antiguos aliados, y ahora rivales, les
ganaba la aversión definitiva de las clases altas de Buenos Aires. Mientras tanto,
la redacción de una constitución unitaria terminó de enajenar al congreso la buena
voluntad de los gobernantes del interior, ya comprometida por episodios como la
aprobación del tratado de comercio y amistad con Gran Bretaña, que imponía la
libertad de cultos aun en las provincias interiores, y por otros más turbios,
vinculados con las rivalidades entre compañías mineras organizadas en Londres
con el auspicio de Rivadavia y otras igualmente lanzadas al mercado de la City con
el de hombres influyentes del interior. La guerra civil estalló primero en el Norte y
luego en el centro del país: Facundo Quiroga, jefe de las milicias de los Llanos de
la Rioja, terminó por dominar allí. Finalmente, tras de una resistencia cuya
obstinación irritó a lord Ponsonby, enviado como mediador por el Gobierno de
Londres, Rivadavia se avino a tratar la paz con Brasil; el tratado firmado por su
agente y émulo García, que devolvía a Brasilia provincia oriental, era rechazado
por el presidente y el congreso. Pero el régimen presidencial estaba muerto; a la
renuncia de Rivadavia siguió la restauración de la provincia de Buenos Aires,
gobernada por el jefe del antiguo partido de oposición, el coronel Dorrego. Por
detrás de él eran los antiguos sostenes sociales del partido del orden los que
volvían a gravitar, obligando a Dorrego “personalmente adicto a una guerra a
ultranza” a seguir las negociaciones de paz. Éstas culminaban en 1828 en un
tratado que creaba un nuevo estado independiente: la República Oriental del
Uruguay, en cuya viabilidad por el momento nadie creía demasiado. Vuelto de la
Banda Oriental el ejército argentino, se apresuró a derrocar y ejecutar a Dorrego
(diciembre de 1828): el general Lavalle, jefe del movimiento, asumió la
responsabilidad de la decisión, que le había sido aconsejada por algunos
prohombres del antiguo partido del orden, ahora rebautizado unitario. La
ejecución de Dorrego, seguida de un gobierno militar que gravitaba duramente
sobre la campaña, fatigada de guerra, provocó un alzamiento rural que reconoció
como jefe a Juan Manuel de Rosas, un próspero estanciero del sur que había
organizado una eficaz milicia regional en su rincón de frontera. En seis meses el
régimen militar se derrumbó en Buenos Aires, y el camino para el poder quedó
abierto para Rosas. Mientras tanto, el movimiento antifederal era más exitoso en
el interior, donde un jefe cordobés, el general Paz, se apoderaba de su provincia y
luego vencía a Facundo Quiroga, obligándole a refugiarse en Buenos Aires. Nueve
provincias caían bajo su dominio, mientras las cuatro litorales le eran adversas.
Entre ellos es Rosas la figura dominante, no sólo porque “del mismo modo que en
1820” Buenos Aires, momentáneamente disminuida por su adhesión a una causa
perdida, recupera muy pronto su ascendiente, sino también porque su gobernador
por los antirrosistas desterrados, por algunos de los revolucionarios de Río Grande,
por la plebe rural, Rivera gana finalmente también el apoyo de la diplomacia
francesa, que ya ha entrado en conflicto con Rosas. Toma Montevideo y Oribe se
refugia en Buenos Aires; Rosas, que lo ha juzgado sospechoso de debilidad con los
unitarios, adopta casi póstumamente su causa y no dejará de luchar por la
restauración del que llama presidente legal de Uruguay.
Mientras tanto debe enfrentar el bloqueo establecido en 1837 sobre Buenos Aires
en defensa de las exigencias discutibles (y en todo caso insignificantes) de
algunos súbditos franceses. Las penurias traídas por el bloqueo le enajenan
simpatías en el litoral, mientras las de la guerra con la confederación peruboliviana
crean una corriente antirrosista en el norte argentino. Las rebeliones se suceden:
en 1839 el sur ganadero de Buenos Aires se levanta también, y un millar de
gauchos de esa cuna del federalismo rosista emigran, luego de la derrota, a servir
en el ejército que organiza Lavalle. Este, con apoyo francés, avanza sobre Buenos
Aires; en agosto de 1840 se retira, en octubre una matanza oficiosa de desafectos
“atribuida por el Gobierno a la anónima cólera popular, pero interrumpida en un
instante, y sin incidentes luego de la protesta del agente británico” marca el
comienzo del desquite rosista. Este se inaugura con un tratado con Francia: la
crisis de Siria obliga a la monarquía de julio a abandonar sus agresiones
hispanoamericanas, dejando sobriamente entregados a su destino a sus aliados
locales. Rosas cede en casi todos los puntos en litigio, pero luego de que Francia
se ha lanzado en vano a una campaña abierta para derribarlo se considera sin
equivocarse el triunfador en el conflicto. La victoria sobre sus adversarios internos
es más fácil: un ejército cuyas tropas comanda Oribe conquista el interior, hasta la
frontera de Bolivia y la de Chile, e impone en todas partes gobernadores adictos a
Rosas; desde 1842 éste tiene un poder que ningún anterior gobernante había
alcanzado sobre el conjunto del territorio argentino.
Termina así la época de Rosas; durante ella, pese a todas las vicisitudes, Argentina
prosperó. Esa prosperidad era sobre todo la de la provincia de Buenos Aires, que
si tiene que dar tropas para los ejércitos rosistas, por lo menos no conoce
invasiones ni luchas en su territorio, salvo el paso fugaz de Lavalle en 1840. Era la
más tardía del litoral ganadero: en la década del cuarenta, Entre Ríos y Corrientes
“concienzudamente arrasados por las guerras civiles” comienzan a adquirir
importancia nueva; en particular en la primera de esas provincias una clase
terrateniente muy poco numerosa y muy rica comienza “algo prematuramente” a
sentirse rival de la de Buenos Aires; acepta en pleno el programa de libre
navegación de los ríos que, según cree, la emancipará de esos rapaces
intermediarios que son los comerciantes de la capital de Rosas; es ese programa el
que gana también la voluntad de Brasil, ansioso de asegurarse contacto fluvial con
sus tierras interiores. (Los emigrados de Buenos Aires, que lo proponían tan
persuasivamente, acaso no ignoraban, por su parte, que los grandes comerciantes
porteños ya no necesitaban apoyos políticos para retener su predominio...). Pero
la prosperidad comenzaba también a ser la del interior: a partir de 1840 las
provincias centrales y andinas comienzan a recibir un eco de la que se afirma más
allá de los Andes; la misma dureza del dominio político porteño, al disciplinar la
vida política local, favorece el proceso: las élites locales comienzan a reconciliarse
discretamente en una adhesión unánime pero dudosamente sincera a la política de
Rosas; las legislaturas provinciales de San Juan, La Rioja o Tucumán tienen entre
sus miembros a desterrados políticos recientes; otros vuelven a jefaturas de
milicias desde sus refugios transandinos o desde la tierra de indios. “San Juan”,
dice el desterrado sanjuanino Sarmiento, “es más afortunada que otras
provincias”; “Tucumán”, dice el desterrado tucumano Alberdi, “conoce una
tolerancia excepcional”. Casi todas las provincias han terminado por ser las más
afortunadas, y las élites urbanas, que en 1825-30 han fracasado en su intento de
reconquistar el poder, lo están ahora sitiando pacífica y victoriosamente.
Chile
La victoria del general conservador Prieto sobre el liberal Freire hizo al vencedor
presidente y a Portales ministro todopoderoso: desde el gobierno impuso un
orden muy rígido en lo político y en lo social, combatiendo el endémico bandidaje
rural. El sistema conservador “católico, autoritario, enemigo de novedades” se
expresó en la constitución de 1833; bajo su égida Chile conoció un orden que fue
despersonalizándose, luego de superar las pruebas del asesinato de Portales
(1837) y la guerra con la confederación peruboliviana. Ese orden fue presentado
a la opinión pública hispanoamericana en términos muy idealizados por los jóvenes
emigrados argentinos antirrosistas (Sarmiento, López, Alberdi) que, acusados en
su patria de ser agentes de ideas disolventes, encontraban que sus mensajes de
sabor muy libremente saintsimoniapo eran recibidos sin alarma por el Chile
conservador, que les abría sus periódicos, sus cátedras y, a veces, sus
magistraturas. Esa idealización disimula algunos rasgos de la realidad chilena,
pero subraya otros muy reales: es real, por ejemplo, la institucionalización,
acompañada de una liberalización lenta del régimen, sobre todo a partir de 1841 y
1851 (presidencia de Manuel Montt, que tuvo que enfrentar a los sectores más
cerradamente conservadores). Esa liberalización se vinculaba además con cambios
más generales en la vida chilena: de 1831 es el comienzo de un período de
expansión minera del Norte Chico, que crea, aliado de la clase terrateniente del
valle central que es la gobernante de la república conservadora y que domina
desde tiempos coloniales, un grupo de riqueza más nueva que introduce también
en la capital un estilo de vida menos sencillo y tradicional. Por otra parte, una
aristocracia que vivía de la exportación, como era la chilena, había debido limitar
espontáneamente, en atención a sus intereses económicos, la preferencia, basada
en criterios ideológicos y religiosos, por el aislamiento; las más tenaces resistencias
no impiden los progresos hacia la libertad de culto disidente, que es el de los
ingleses que dominan el comercio de Valparaíso. Notemos, por último, que la
preocupación conservadora por ampliar la enseñanza crea grupos de origen a
veces humilde dotados de nueva capacidad de articular sus puntos de vista, y poco
satisfechos del lugar muy marginal que, salvo excepciones, el orden conservador
les reserva. A mediados de siglo, como los otros países hispanoamericanos que
conocen menos gloriosos regímenes conservadores (Colombia o Venezuela), Chile
aparece trabajado por un descontento muy vasto: aún más que en aquellos
países, en Chile, tras de los voceros más ruidosos de ese descontento, se dibujan
nuevos sectores altos (los mineros) que aspiran a compartir el poder y combaten
por él desde posiciones de fuerza económica ya muy considerable.
Fuente: Arvizu
José Rodríguez y
otros. Historia
Universal.
México: Limusa
Noriega editores,
1998.
Solución de Problemas
• ¿La independencia se puede entender como la génesis de estados democráticos
y autónomos ó, como el origen de formas de gobierno autoritarias, oligárquicas
y de clase?
Autoevaluación
• ¿Qué diferencia se puede encontrar entre independencia, autonomía y
autogobierno?
• Desde la perspectiva del discurso moderno ¿qué características poseen los
estados latinoamericanos?
Repaso Significativo
• Consultar el proceso de independencia y la constitución del estado nacional en
Estados Unidos.
Bibliografía Sugerida
ARVIZU, José Rodríguez y otros. Historia Universal. México: Limusa Noriega
editores, 1998.
Horizontes
• Comprender el proceso histórico que estructura el mapa político actual de
Latinoamérica como producto de conflictos militares, donde el choque de
intereses económicos y no políticos determinan las negociaciones de paz.
Proceso de Información
3.1 LA CONSTANTE EN EL MAPA POLÍTICO LATINOAMERICANO:
INESTABILIDAD Y CONFLICTO
Durante El siglo XIX y parte del XX, los estados latinoamericanos se enfrentan a
grandes retos: la consolidación de los estados nacionales, las propuestas de
desarrollo económico, conflictos internos y la definición de fronteras. Dentro del
marco de la estructuración del mapa latinoamericano resulta fundamental hacer
hincapié en el proceso político-militar que ha permitido la definición de las
fronteras actuales de los países. Las principales guerras que conforman este
proceso, son sintetizadas a continuación.
Mapa 1
Conflicto marítimo entre España, Perú y Chile. Se inició cuando una expedición
española ocupó en abril de 1864 las islas Chincha (frente a la bahía de Paracas),
pertenecientes a Perú y ricas en guano, como garantía de la deuda de este país
con España. En solidaridad con los peruanos, Chile declaró la guerra a España en
septiembre de 1865, a la que pronto se sumaron Ecuador y Bolivia. Tras los
combates navales en Papudo y Abtao, la escuadra española mandada por Méndez
Núñez bombardeó Valparaíso y Callao (marzo y mayo de 1866). La paz se firmó
en Washington en 1871, aunque los acuerdos definitivos entre España y Perú no
se lograrían hasta 1879 y hasta 1883 los de España y Chile.
Conflicto bélico que desde 1932 hasta 1935, enfrentó a las repúblicas de Bolivia y
Paraguay por la posesión de buena parte de la escasamente poblada región del
Chaco, el llamado Chaco boreal, situado al norte del río Pilcomayo, cuya titularidad
reclamaban ambos países debido a la presunta existencia de petróleo. Ésta fue la
razón que también motivó el interés de ciertas compañías petroleras de otros
países (como la estadounidense Standard Oil Company, con concesiones en el sur
de Bolivia) y que a su vez provocó la estimulación del enfrentamiento.
Final de la guerra del Chaco Aunque desde 1935 se había acordado una tregua
que interrumpió las hostilidades, la paz que puso fin a la guerra del Chaco no fue
firmada sino hasta el 21 de julio de 1938 en Buenos Aires, la capital de Argentina.
Acababa así la disputa bélica que había enfrentado a partir de 1932 a Bolivia y
Paraguay por la soberanía sobre la región del Chaco (o Gran Chaco). En la
fotografía aparecen sentados los miembros de la delegación paraguaya enviados
para convenir el tratado. De izquierda a derecha, Luis Alberto Riart, quien
encabezó inicialmente el equipo negociador de su país; el general y futuro
presidente José Félix Estigarribia, principal representante paraguayo en el tramo
final de las discusiones; y el ministro de Asuntos Exteriores Cecilio Báez.
Bolivianos reclutados para la guerra del Chaco: en 1932 estalló un conflicto bélico
entre Bolivia y Paraguay, motivado por las disputas sobre la soberanía de la región
del Chaco (o Gran Chaco). Los respectivos presidentes de ambas repúblicas en el
momento del inicio de los combates eran el boliviano Daniel Salamanca y el
paraguayo Eusebio Ayala. La denominada guerra del Chaco finalizó en julio de
1938, tres años después de haber acordado ambas partes una tregua que
interrumpió las hostilidades militares. En la fotografía se puede apreciar el
reclutamiento de ciudadanos bolivianos durante los primeros días de lucha.
Final de la Guerra
Conflicto que enfrentó entre 1865 y 1870 a Paraguay con las fuerzas de la Triple
Alianza, formada por Argentina, Brasil y Uruguay. La Guerra Civil uruguaya entre
el Partido Blanco y el Partido Colorado fue el detonante. Brasil invadió Uruguay en
apoyo de los colorados, mientras que los blancos obtuvieron la ayuda de Paraguay.
Conflicto que enfrentó a las Provincias Unidas del Río de la Plata y a Brasil, desde
1825 hasta 1828, para obtener la soberanía de lo que luego sería la República
Oriental del Uruguay. A pesar de que el general José Gervasio Artigas había
mantenido a la Banda Oriental bajo su hegemonía durante largo tiempo, en 1820
los portugueses comenzaron una lenta invasión que terminó con la ocupación en
ese mismo año de Montevideo, y, al año siguiente, el Imperio Portugués la declaró
Provincia Cisplatina, que, después de la independencia brasileña, pasó a
pertenecer al Imperio de Brasil. Esto fue considerado usurpación por las
Provincias Unidas del Río de la Plata, puesto que la Banda Oriental había
pertenecido siempre al virreinato del Río de la Plata.
El 15 de enero de 1827, hicieron campamento del otro lado de la orilla del río
Tacuarembó, impidiendo de esa manera que las dos divisiones brasileñas se
unieran. Mientras los ejércitos argentinos al mando de Alvear avanzaban, Juan
Galo Lavalle y Lucio Norberto Mansilla lucharon el 13 de febrero en las batallas de
Bacacay y Ombú contra la división de Bento Manuel Ribeiro, obligándolo a pasar a
Ibicuy. Además, el almirante Guillermo Brown derrotó a la Flota imperial en
Juncal. Luego de varias semanas de movimientos estratégicos, los ejércitos
argentino y brasileño se encontraron el 20 de febrero, en lo que dio lugar a la
batalla de Cutizaingó (que quedó registrada como Ituzaingó para la historiografía
argentina y como Paso del Rosario para la brasileña). A pesar del desorden y de la
falta de tácticas por parte de Alvear, la batalla fue ganada por sus tropas, pero no
fue permitida la persecución a los vencidos que huían. De todas maneras, este
triunfo permitía que la guerra pudiera ser terminada con éxito para las Provincias
Unidas.
A pesar de esto, Manuel José García fue enviado desde el gobierno de Buenos
Aires a Brasil para acordar la paz, y firmó un convenio preliminar por el cual le
otorgaba la provincia al Imperio de Brasil, comprometiéndose el gobierno de
Buenos Aires a indemnizar los daños de la guerra. Esta desastrosa negociación, a
pesar de ser inmediatamente rechazada por el gobierno, provocó la renuncia de
Rivadavia. Finalmente, el 27 de agosto de 1828, se firmó un nuevo tratado bajo el
gobierno de Manuel Dorrego, en el cual Gran Bretaña intervino como mediadora,
otorgando la independencia a la Banda Oriental, que pasó a llamarse República
Oriental del Uruguay.
La Junta Militar argentina decidió llevar a cabo una ofensiva diplomática intensiva e
inflexible que, en caso necesario, culminaría en una acción militar en otoño de
1982. En febrero de ese mismo año, se celebraron en Nueva York varios contactos
diplomáticos, sin que hubiera ningún resultado. Al mes siguiente, algunos
chatarreros argentinos llegaron a otra isla británica, situada al sureste del
archipiélago de las Malvinas, Georgia del Sur. Gran Bretaña sospechó que su
objetivo era establecerse allí de forma permanente, por lo que envió un barco
patrulla, el HMS Endurance, para desalojar a los trabajadores. Este hecho hizo
que el gobierno militar argentino pensara que Londres estaba aprovechando la
oportunidad para reforzar su posición en las Malvinas. En vista de la situación, el
26 de marzo de 1982, la Junta Militar argentina decidió iniciar la ofensiva militar y
el 2 de abril tuvo lugar la invasión, a la que hizo frente un pequeño destacamento
de soldados de infantería de la Marina británica. Al día siguiente, Georgia del Sur
también fue tomada por las tropas argentinas.
Desarrollo de la Guerra
destacamento inició su viaje de 8.000 millas hasta el Atlántico sur, se produjo una
intensa actividad diplomática por parte del secretario de Estado (ministro de
Asuntos Exteriores) de Estados Unidos, Alexander Haig, el cual trató de convencer
a Argentina de que tenía más posibilidades de alcanzar su objetivo aceptando
entablar negociaciones diplomáticas, pero al fracasar en sus esfuerzos, el 30 de
abril anunció formalmente el apoyo estadounidense a Gran Bretaña.
Fuerzas especiales reconocieron la isla para determinar las posiciones de las tropas
argentinas e identificar los lugares más apropiados para el desembarco. Mientras
tanto, la actividad diplomática continuaba, primero a iniciativa del gobierno
peruano y, después, del secretario general de la Organización de las Naciones
Unidas (ONU) Javier Pérez de Cuéllar. Una vez más, el gobierno argentino se
negó a contemplar la posibilidad de una retirada militar si no se le garantizaba que
las negociaciones directas desembocarían en una transmisión de soberanía. El 21
de mayo, unos días después de que concluyeran los esfuerzos de la ONU, sin que
se produjera ningún avance, las tropas británicas desembarcaron en San Carlos
(en la Gran Malvina). El desembarco se llevó a cabo con éxito, pero durante los
días siguientes no cesaron los ataques aéreos contra los buques británicos que
trataban de desembarcar suministros en tierra. Fueron hundidos tres buques de
guerra y un mercante, el Atlantic Conveyor, varios helicópteros se perdieron y
numerosos aviones argentinos fueron derribados.
Conflicto que enfrentó a México y Francia entre 1838 y 1839, a causa de las
reclamaciones realizadas por el gobierno francés, para obtener indemnizaciones en
favor de los súbditos franceses residentes en México, que habían sufrido daños en
los disturbios internos. Fue llamada así, porque entre los damnificados figuraba un
pastelero de Tacubaya. La postura de Francia estaba motivada por su deseo de
obtener ventajas comerciales. Una escuadra francesa bloqueó el puerto de
Veracruz en abril de 1838 y bombardeó el castillo de San Juan de Ulúa en
noviembre de ese mismo año. La mediación de Gran Bretaña permitió alcanzar la
paz en marzo de 1839. México entregó 600.000 pesos a Francia, que renunció a
los 200.000 pesos que exigía por los gastos de guerra y a las ventajas en el
comercio de menudeo.
Guerra civil uruguaya que tuvo lugar desde 1839 hasta 1852, y que enfrentó a los
respectivos seguidores de los denominados Partido Blanco y Partido Colorado, cuyo
hecho más destacado fue el sitio de nueve años a Montevideo por parte de las
tropas blancas. A pesar de haber logrado su independencia, después de la Guerra
Argentino-brasileña (1825-1828), Uruguay permaneció siempre bajo la influencia
de estas dos potencias, que intervinieron en su política interior contribuyendo a su
inestabilidad.
Esta división se prolongó desde 1839 hasta 1852, en la llamada Guerra Grande;
hubo dos gobiernos y dos capitales: los colorados gobernaron desde Montevideo y
los blancos desde el Cerrito (una colina cercana a la capital). Además de los
colores que los identificaban, también se denominó “legales” a las fuerzas de
Oribe, por ser a éste a quien le había correspondido ejercer la presidencia de la
República; y “usurpadores” a las fuerzas de Rivera, por haber invadido
Montevideo y tomado el poder en 1838. El hecho más importante del conflicto
bélico fue el sitio a Montevideo, iniciado en 1843 por las tropas de Oribe y que se
prolongaría durante nueve años hasta el final de la guerra, que tuvo su origen
cuando el general argentino Justo José de Urquiza venció a Rosas en la batalla de
Caseros, el 3 de febrero de 1852, y las fuerzas de Oribe perdieron su mayor
apoyo. Concluida la guerra, siguió un periodo muy difícil para los uruguayos, pues
la larga escisión no fue olvidada rápidamente.
Influido por las optimistas perspectivas del ministro de Guerra, el general Miguel
Correa, que no temía una posible intervención de Estados Unidos en el conflicto,
así como por el temor de que una solución distinta hubiera puesto en peligro al
propio régimen político, el gobierno español rompió relaciones diplomáticas con
ese país el 21 de abril, después de haber rechazado un intento de compra de Cuba
por parte estadounidense. La respuesta no se hizo esperar y Estados Unidos
declaró la guerra a España cuatro días más tarde. Las siguientes resoluciones del
Congreso estadounidense afirmaron la independencia de Cuba y aseguraron que
Estados Unidos no actuaba movido por intereses imperialistas.
Acciones Militares
• Batalla de San Juan: Poco después de que diera comienzo la Guerra Hispano-
estadounidense, el republicano Theodore Roosevelt, que tres años más tarde
se convertiría en presidente de Estados Unidos, creó un regimiento de
voluntarios cuyos miembros pasaron a ser conocidos como los rough riders. El
1 de julio de 1898, cerca de la ciudad cubana de Santiago de Cuba, tuvo lugar
una batalla cuyo objeto era la posesión de la colina de San Juan, asediada por
las tropas estadounidenses y defendida por los españoles, cuya soberanía sobre
la isla estaba siendo disputada tanto por los independentistas cubanos como
por los propios norteamericanos. El general William Rufus Shafter había
desembarcado días antes al frente de 1.700 hombres en la cercana playa de
Daiquiri. Los defensores españoles bloqueaban el acceso a Santiago de Cuba
atrincherados en la cima de la colina de San Juan, finalmente conquistada por
los invasores. La parte principal del asalto estadounidense contra San Juan fue
llevada a cabo por los voluntarios de Roosevelt.
Conflicto bélico que enfrentó a Estados Unidos y México, desde 1846 hasta 1848,
cuyo desenlace final supuso la pérdida de una inmensa cantidad de territorios de
este último en beneficio de aquel país.
México el 13 de mayo de 1846. Cinco días antes, el coronel Zachary Taylor había
encabezado una fuerza desde el río Nueces hasta el río Bravo, donde logró vencer
a las tropas mexicanas en la batalla de Palo Alto.
Dado que, al contrario que en Texas, no eran muchos los colonos estadounidenses
que habitaban esos territorios, existía el temor en Estados Unidos a que cayeran
bajo control británico o francés.
A pesar de estas victorias estadounidenses y del éxito del bloqueo, México se negó
a reconocer su derrota, por lo que Estados Unidos decidió enviar una expedición
militar para conquistar la capital mexicana y poner así fin a la guerra. Tras un
prolongado y cruento cañoneo de la ciudad, las tropas estadounidenses al mando
del general Winfield Scott, que había desembarcado el 9 de febrero con 13.000
hombres, conquistaron Veracruz (29 de marzo de 1847) y derrotaron a los
mexicanos “que al mando del general Santa Anna le esperaban” en Cerro Gordo,
y posteriormente en Contreras y Churubusco. Más tarde, ocuparon Casa Mata y
Molino del Rey; y a continuación tomaron al asalto el castillo situado en el cerro de
Chapultepec “a pesar de la tenaz resistencia de los cadetes del Colegio Militar,
popularmente conocidos como los Niños Héroes”, ruta de acceso a la ciudad de
México, que cayó el 14 de septiembre de 1847.
La guerra con Estados Unidos supuso para México la pérdida de más del 55% de
su territorio (2.400.000 km2), en tanto que Estados Unidos, cumpliendo con la
doctrina del destino manifiesto, proclamada por John L. Sullivan en 1845, se
anexionó tierras de enormes riquezas agrícolas, mineras y petroleras, puertos
excelentes y logró una dominante situación estratégica y geopolítica mundial.
Conflicto bélico que enfrentó a los unitarios y a los federales de las Provincias
Unidas del Río de la Plata, desde 1828 hasta 1831.
El gobernador de Buenos Aires desde 1827, Manuel Dorrego, era un federal que
gozaba de la confianza de los caudillos del interior. Acusado de firmar una paz
desventajosa con el Brasil, la oficialidad del Ejército desembarcado de regreso,
encabezado por el general Juan Galo Lavalle, se sublevó contra el gobernador.
Lavalle, como representante de los jefes y la oficialidad del Ejército, tomó contacto
con la logia, un grupo que trabajaba en la revolución desde la caída del gobierno
de Bernardino Rivadavia, en julio de 1827; el cual le proponía el apresamiento de
Dorrego, de Juan Manuel de Rosas y de los principales federales, para amedrentar
a los caudillos del interior.
Mientras tanto, al interior fue enviado el general José María Paz, quien
inmediatamente derrocó a Juan Bautista Bustos, erigiéndose gobernador de
Córdoba, desde donde más adelante alzó una fuerte liga de gobiernos interiores, la
denominada Liga Unitaria, que le confirió el supremo poder militar. Después de los
cruentos combates de La Tablada y Oncativo, entre las fuerzas del general Paz y el
caudillo federal Juan Facundo Quiroga, ocurridas en junio de 1829 y febrero de
1830, respectivamente, se continuó con el terror, infundiendo espanto en la
población serrana, fuertemente federal. A partir de Oncativo, se repitieron los
fusilamientos de prisioneros, convirtiéndose en una guerra sin tregua, en la cual a
quien no se lo degollaba en el campo de batalla se lo fusilaba en el cuartel si se
negaba a “pasarse” de bando.
El 26 de agosto de 1829, se hizo cargo del gobierno de Buenos Aires Juan José
Viamonte, quien intentó apaciguar los ánimos entre unitarios y federales; confirmó
el último gabinete de Lavalle e inauguró el Senado consultivo intentando una
conciliación. Mientras tanto, el prestigio de Rosas en el partido federal era
creciente y se asentaba en el apoyo popular. Viamonte estableció una Junta y
llamó a Rosas a Buenos Aires, al cual se le designó nuevo gobernador de esa
provincia, otorgándole las “facultades extraordinarias que el nuevo gobernador
considere indispensables”, fundadas en la necesidad de prevenir los ataques que
pudieran intentar los más radicales y en afianzar el orden y la tranquilidad pública.
Por ello era reconocido como el digno “restaurador de la leyes”. Como Paz había
formado la Liga de gobiernos interiores, Rosas debía organizar una liga paralela de
gobiernos federales que, en caso de impedirse una guerra con el general Paz,
podría llegar a ser el fundamento de un Pacto de la Confederación Argentina,
preliminar al Pacto Federal que se firmó finalmente el 4 de enero de 1831. Este
pacto consistió en una alianza ofensivo-defensiva que implicaba el compromiso de
organizar el país bajo el sistema federal, al tiempo que significó la concentración
de un poder militar que venció al ejército de Paz ese mismo año.
Conocida también como guerra de los tres años, guerra civil colombiana, que tuvo
lugar desde el 17 de octubre de 1899 hasta el 1 de junio de 1903, en la cual se
enfrentaron conservadores y liberales. Aquellos contaron con el apoyo del
gobierno presidido por Manuel Antonio Sanclemente, a quien sucedió en 1900 el
vicepresidente José Manuel Marroquín; en tanto que los liberales, organizados en
buena parte en guerrillas, estuvieron dirigidos por Gabriel Vargas Santos, Foción
Soto, Benjamín Herrera, Rafael Uribe Uribe y Justo L. Durán. El gobierno financió
la guerra con emisión de moneda, empréstitos y contribuciones forzosas de sus
enemigos. Por su parte, el liberalismo se financió por medio de contribuciones
obligadas, requisas, saqueo y pillaje, y aportes de gobiernos simpatizantes.
Este conflicto comprometió a todo el país, con excepción de las zonas selváticas y
el departamento de Antioquia. Concluyó con la firma de tres tratados de paz: el
primero, el de Neerlandia, firmado entre Rafael Uribe Uribe y Juan B. Tovar; el
segundo fue el del Wisconsin, nombre del barco de guerra estadounidense que
sirvió de sede para las negociaciones, en el cual rindió sus armas el Ejército liberal
(10.000 hombres) que dirigía victorioso Benjamín Herrera en Panamá; y el
tercero, el de Chinácota, que fue firmado con el anterior en noviembre de 1902.
Así mismo, hay que ver el agudo problema de zonas marítimas, conflictos
limítrofes e interrelaciones geopolíticas como expresión o reforzamiento de un
proceso de fragmentación, o como un proceso que fomenta la integración y
unidad.
El Mapa muestra los límites de los países teniendo en cuenta la zona de 200 millas
y omitiendo las líneas costaneras.
Mapa 2
Son así territorios sobre los cuales los países pueden ejercer sus derechos de uso,
pero no son territorios en el sentido del derecho político. Los tres países del
bloque continental del norte y los siete países del sur controlan un 79% del área
caribeña total, mientras que las 35 naciones restantes del bloque mediano se
tienen que conformar con el espacio que sobra, siendo éste excesivamente
dividido. Ya no quedan espacios marítimos libres más allá de las 200 millas.
Mapa 3
Esta zona es de especial interés, si no se considera como espacio vacío, sino como
es en realidad: área provista de recursos naturales, potenciales y reales,
conocidos por medio de investigaciones realizadas por diversas naciones. Esta
situación tiene tres consecuencias inmediatas: en primer lugar, era de esperar que
las islas e islotes muy retirados de las costas correspondientes serían puestas en
duda, como sucedió con las Islas Aves (Venezuela), Monje (Venezuela), San
Andrés, Providencia y Cayos Guano (Colombia) y Nassava (EE.UU). En segundo
lugar, cobra especial importancia la línea base desde la cual se miden las zonas
marítimas, es decir, si Venezuela, por ejemplo, la mide desde la costa norte o
desde la cadena de islas situadas entre Margarita y Bonaire. En tercer lugar, surge
la tendencia a continuar los conflictos limítrofes del área continental al área
marina, conflictos que afloran desde la Colonia.
Imagen 4
Las diferentes concepciones de estos dos países sobre la dirección del límite en su
extensión hacia la bahía eran inconciliables: (Véase Mapa, números 6 y 7).
Así los cayos e islas de este umbral fueron adjudicados a Colombia. Los Cayos del
Guano (Bancos de Bajo Nuevo, Serranilla, Quitasueño, Serrana y Cayos de
Roncador) quedaron en manos de los EE.UU, con el Tratado de las Islas del
Guano en 1936. Las islas del Maíz se anexaron en 1890 a Nicaragua. En el
Convenio de Managua en 1928 se acordó una línea limítrofe frente a San Andrés y
Providencia, pero el convenio fue declarado nulo por Nicaragua en 1980, y este
país reclamó los derechos sobre las islas y cayos del umbral nicaragüense. Entre
tanto se le habían devuelto los Cayos del Guano a Colom bia en 1972, después de
largos debates. Algunos cayos fueron reclamados por Honduras, pero Colombia ya
había firmado convenios limítrofes con Panamá, Costa Rica y Haití, y se estaban
preparando similares con Jamaica y Gran Bretaña (Islas Caymán).
Mapa 5
Perspectiva Venezolana Perspectiva Colombiana
Mapa 6
Estos ejemplos del Mar Caribe occidental nos incitan a ampliar nuestra visión y
plantean nuevas preguntas sobre el espacio caribeño. Nos muestran que no se
deben reducir los mapas político-administrativos a espacios terrestres, y que se
hace completamente necesario incluir los espacios marítimos, de los que resultan
nuevas vecindades, siendo éstas una nueva dimensión del “conflicto territorial”,
que demandan la celebración de nuevos tratados.
Otro ejemplo: desde el punto de vista “nacional” los pasos marítimos entre las
islas de las Antillas Grandes y Pequeñas son límites primarios entre las respectivas
zonas de derecho, pero desde el punto de vista norteamericano estos pasos son de
fundamental importancia estratégica, ya que más o menos la mitad del suministro
de petróleo crudo y gran parte de la bauxita pasan por estos canales hacia los
EE.UU., y en caso de crisis, la tercera parte de las provisiones para la OTAN y la
mitad de las que van para el Asia oriental pasarían por allí. La rápida y creciente
militarización en los antiguos territorios británicos y la política de puntos de apoyo,
como son, por ejemplo, la ampliación de la base militar en Antigua, también tienen
estrecha relación con esta orientación hacia los pasos o canales.
Imagen 7
La nueva legislación sobre áreas marinas hay que entenderla como un instrumento
para reglamentar y resolver conflictos en zonas marítimas pertenecientes a dos o
más Estados. Esto no contradice el hecho de que los diferentes Estados traten de
obtener mayores beneficios en la delimitación. El nuevo reglamento tiene en
algunos casos un efecto neutralizante, no tanto por la instalación de un Tribunal
Supremo de Justicia Marítima, sino por la presión existente para llegar, por medio
No podemos tratar regiones como el Mar Caribe como un espacio vacío. Por sí
solo, el Mar Caribe nunca ha sido ni un unificador ni un separador, pero hoy en día
ha perdido su “inocencia” por haber sido dividido en “territorios marítimos”,
caracterizados por límites y vecindades. Aquí fragmentación es al mismo tiempo
unificación. Ambos elementos constituyen la misma realidad: el espacio caribeño.
Tras la emancipación, a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, de los
territorios americanos pertenecientes al Imperio español, al Imperio portugués y al
Imperio Británico, se inició un largo y arduo camino en ese continente con el
propósito de trazar las fronteras internacionales. Los límites entre la colonización
anglosajona, portuguesa y española, así como los de las entidades políticas
creadas por las potencias coloniales, sirvieron de base para la definición de los
territorios de los nuevos estados. Pero, diversos factores hicieron que el trazado
Las repúblicas de Hispanoamérica consagraron como norma para dirimir los litigios
fronterizos el principio del Uti Possidetis Juris, expresión latina que significa
“poseerás como poseías”; esto es, sus territorios serían aquellos que poseían en
1810 según la división político-administrativa establecida por España en sus
colonias americanas. La aplicación de dicho principio no resultó sencilla, porque
aún en un elemento orográfico como la cordillera de los Andes, que puede ser
destacado como ejemplo de frontera natural, las disputas entre Chile y la
Argentina culminaron en una fecha tan tardía como es 1999.
Durante el siglo XVIII era común elegir accidentes geográficos (ríos, cordilleras)
como límites, pero no existía la necesidad de precisar con exactitud las líneas,
motivo por el cual surgieron luego los enfrentamientos. El dirimir estas cuestiones
creó sentimientos de recelo entre los países, mutuas acusaciones de deseos
expansionistas entre estados colindantes y la persistencia de hipótesis de conflicto
que los mantuvieron en alerta constante, imposibilitando acercamientos para
proyectos de desarrollo en común. En la actualidad, los procesos de integración
están restando importancia a los viejos recelos y se tiende a solucionar las
cuestiones limítrofes pendientes.
Así, la guerra del Pacífico, que tuvo lugar entre 1879 y 1883, culminó con la
pérdida de la salida al mar para Bolivia y de un territorio rico en guano y salitre,
que en aquella época tenían gran demanda como fertilizantes. La guerra del Acre,
librada contra Brasil y en cuyos orígenes estuvo el control del caucho, y la guerra
del Chaco, que la enfrentó con Paraguay por el petróleo existente en esa región
sudamericana, le significaron a Bolivia un estrechamiento territorial en el este y en
la Amazonia.
En otros casos, los enfrentamientos tuvieron o se vieron favorecidos por una doble
motivación, interna y externa: tal es el caso de la Guerra Mexicano-
En 1998, Perú y Ecuador pudieron definir el límite en la cordillera del Cóndor, que
posee una veta de oro y donde se disputaban un pequeño territorio estratégico
para la comunicación hacia el Amazonas, no sin antes haberse enfrentado
militarmente.
México se torna otro caso sui géneris. Si bien el conflicto entre el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional y el gobierno mexicano ha disminuido en su
intensidad, los fuertes desequilibrios socio-económicos, la corrupción y la falta de
una gobernabilidad óptima todavía configuran un terreno preocupante.
Finalmente, en los comienzos del siglo XXI, tres países muestran signos de
inestabilidad que se han cristalizado en procesos diferentes, pero que en definitiva
afectan sus sistemas de gobernabilidad democrática. En Ecuador, la irrupción de
un fuerte movimiento indigenista y la consolidación de un foco militar insurgente,
determinó la caída institucional del presidente Jamil Mahuad. En Paraguay, el
sistema político trata de recomponerse luego de la dura crisis sufrida tras el
asesinato de su último vicepresidente, Raúl Argaña, que determinara la destitución
del presidente Raúl Cubas. La investigación en torno a los autores del magnicidio
apuntan al militar golpista Lino Oviedo y a su entorno, cuyo asilo político en
Argentina, así como un eventual refugio en Brasil o Uruguay, produjo una aguda
crisis diplomática en el área del Mercado Común del Sur (Mercosur). Por último,
en Venezuela, la llegada al poder del presidente Hugo Chávez si bien todavía no ha
generado focos de resistencia de alta magnitud, la concentración de poder que el
mandatario ha logrado mediante una reforma constitucional conforma un contexto
especialmente proclive a la irrupción de antagonismos conflictivos, más allá del
estado de alerta en que se han colocado los principales organismos
internacionales.
Por último, existe un gran grupo de países que si bien tienen un sistema político
democrático consolidado y una transición relativamente resuelta, poseen
indicadores preocupantes en lo que esta investigación denomina “violencia
invisible”, sobre todo relacionada a sus procesos de reformas estructurales.
Algo más que 50% de los mismos respondieron a luchas por el control territorial y
un porcentaje algo menor correspondió a disputas por el control del gobierno.
Más allá de las cifras, una de las certezas fundamentales entonces, es que se ha
avanzado considerablemente en la prevención de las guerras entre los Estados
gracias a un perfeccionamiento de los instrumentos del derecho internacional.
Empero, como contrapartida, el mundo parece tener pocos recursos para entender
y para resolver los nuevos conflictos gestados en las profundidades internas de
cada Estado.
Otro de los nuevos parámetros que condicionan las causas y el desarrollo de los
conflictos modernos es la globalización de la economía de mercado. Este
fenómeno no sólo repercute en el plano económico, sino que afecta de manera
polifórmica a los sistemas culturales de los países. Como se expondrá a lo largo de
la investigación, la exclusión que consagra el sistema económico dominante en
detrimento de los sectores más vulnerables, provoca una creciente variedad de
tensiones. No solamente quedan al margen determinados países, sino regiones
dadas al interior de los Estados.
Tipos de Conflictos
cada país, con el objetivo de que las futuras políticas de prevención tomen en
cuenta los consiguientes perfiles.
• Conflictos por el control del Estado: las luchas protagonizadas por los
movimientos revolucionarios, las pugnas de las elites por la transferencia del
poder o las campañas de descolonización son ejemplos de esta categoría. El
investigador Vicen Fisas cita al conflicto en la ex Zaire como un caso típico. En
estas luchas suelen inmiscuirse también motivaciones religiosas, étnicas o
comunales. Según Fisas, la mitad de los conflictos del presente son de este
tipo.
• Conflictos por la formación del Estado: tienen que ver con la forma del Estado
mismo y generalmente involucran a regiones particulares de un país que
pugnan por diversos grados de autonomía, por el derecho de decidir mediante
un referendum la posibilidad de escindirse o por una lisa y llana secesión. En la
actualidad, 40% de los conflictos mundiales son de este tipo y son
representativos los casos de Sudán, India, Sri Lanka, Indonesia, Filipinas y la ex
Yugoslavia.
El conflicto peruano se ha atenuado con relación a los últimos datos del Informe
1999 del Conrad College. De todas formas, las condiciones socioeconómicas de
Perú lejos están de haber disuelto las causas de un conflicto que podría reavivarse
Aunque el MRTA recibió un duro golpe por parte de las Fuerzas Armadas peruanas,
tras la toma de la Embajada de Japón en 1997, también existen versiones de que
el movimiento aún estaría activo. Se calcula que unas 30.000 personas, en su
mayoría civiles, murieron desde el comienzo del conflicto en 1980.
A los efectos de identificar las raíces de los conflictos de América Latina, nos
parece muy apropiada también la tipología elaborada por Doom y Vlassenroot:
estos investigadores describen cuatro tipos de conflictos:
• Los conflictos de legitimidad: son los que aluden a la fragilidad de los sistemas
democráticos, ya sea por la escasez de participación política o por los
problemas en la distribución del bienestar. La falta de legitimidad de un
gobierno según Fisas, son “típicos en las nuevas democracias” (Fisas, p. 51;
Lund, pp. 379-402). Este concepto no sólo implica la consideración de los
atributos del liberalismo político (separación de poderes, elecciones periódicas
y pluralidad de partidos políticos en competencia), sino también cómo
realmente se ejerce la democracia en la realidad y las condiciones de
gobernabilidad de los países.
El autor considera que los conflictos que afectaron a Perú, Guatemala, Haití y
Paraguay serían de este tipo. Los acontecimientos producidos en México y los
más recientes ocurridos en Ecuador también pueden incluirse dentro de esta
categoría. En Venezuela, a pesar de no haberse producido estallidos violentos,
sí existe una situación por lo menos compleja, determinada por una reforma
constitucional que concentra poder en la figura de su presidente.
De todas formas, por todo lo expuesto, parece vislumbrarse que los tipos de
conflictos que afectan con mayor fuerza a la región latinoamericana son los de
“transición”, los de “desarrollo” y los de “legitimidad”, mientras parece cobrar
una mayor incidencia, aunque de manera muy gradual, la dimensión étnica o de
identidad.
El politólogo Sergio Salinas cree que en América Latina son cada vez más
frecuentes los “conflictos de actores”, ya que diversos grupos comienzan a liderar
novedosas formas de conflicto, desde la acción del Movimiento de los Sin Tierra
(MST) o los Sin Techo, en Brasil, hasta la acción de los movimientos indigenistas,
a la vez muy vinculados a la acción ecologista. La percepción de la marginalidad
propia por oposición a la modernidad de la época actual es una de las
características que marca a estos grupos, que además buscan generar espacios
alternativos a los desarrollados por el sistema.
Salinas resalta también el papel más activo, con relación a las décadas pasadas, de
los movimientos de campesinos. Estos grupos se movilizan en torno a la demanda
de tierra y reivindicaciones gremiales, más que en torno a objetivos políticos. El
caso de los productores de coca bolivianos, tras la decadencia de la explotación
minera es uno de los más claros, en ese sentido. También ocurren movilizaciones
similares en Paraguay con la Federación Nacional del Campesinos, en Ecuador y en
México, donde precisamente la lucha social se ha localizado en los Estados
campesinos de Chiapas, Guerrero y Oaxaca.
En esa línea, los diversos investigadores creen que es necesario precisar las
categorías más amplias de conflictos e identificar las diferentes fases que llevan al
desarrollo pleno de tales crisis. De esa manera, se puede determinar en qué
direcciones se van a concentrar las acciones preventivas y la resolución de los
conflictos.
Las principales líneas de la investigación para la paz han resumido una serie de
indicadores, de señales de alerta, para abordar las condiciones de fondo de los
conflictos y sus dinámicas. La propiedad de los indicadores estaría dada por su
capacidad para revelar un conflicto en sus etapas más precoces, en sus primeros
estadios.
Sin embargo, no todos pueden acceder a estos recursos de igual forma ya que los
bolsones de hidrocarburos se encuentran repartidos de forma desigual en el
subsuelo del planeta. Así, las regiones del mundo que tienen la mayor cantidad de
petróleo en reservas probables, son la región árabe-pérsica, el territorio
venezolano, Siberia occidental, el golfo de México, el mar del Norte, el norte del
mar Caspio y el Golfo de Guinea en África Occidental Según datos de Oilwatch, el
petróleo en el mundo se encuentra principalmente en 26 yacimientos
supergigantes en zonas bien definidas: 10 en Medio oriente, 8 en territorios de
países de la Ex Unión Soviética, 1 en Holanda (mar del Norte), 1 en Venezuela, 1
en México y 1 en Alaska.
El principal consumidor de estos recursos son los Estados Unidos cuyo consumo en
el 2003 ascendió a más de 20 millones de barriles de petróleo diariamente, y 700
mil millones de metros cúbicos de gas, mientras que sus reservas solo abastecen
alrededor del 40% de sus demandas.
Si comparamos la demanda de los Estados Unidos con Brasil, este último tiene una
demanda potencial de cerca de 450.000 GWh para el 2005, comparada con la de
Perú que es de cerca de 27.000 GWh, o la Ecuador que asciende a casi 17.000
GWh. Brasil significa más del 50% de la demanda de la región. Pero, el interés de
los procesos de integración de infraestructura regional como el IIRSA, a más de
crear mercados, es también el de acceder a recursos naturales, como los
hidrocarburos como fuente de energía. En el caso de Sudamérica, entre los
principales objetivos energéticos están los yacimientos gasíferos de Bolivia y el
proyecto Camisea en Perú, así como los yacimientos de Colombia, Ecuador,
Venezuela o Trinidad y Tobago.
Aun cuando la firma del Acuerdo de Libre Comercio para las Américas “ALCA”
parece haberse dilatado debido a la vorágine de Acuerdo Bilaterales, es un tema
que no debemos olvidar en el análisis de los intereses de control geopolítico en la
región. El ALCA tiene como objetivo el garantizar el libre comercio de mercancías,
servicios y capitales para salvaguardar el libre mercado. El ALCA y sus estrategias
permitirán a los Estados Unidos consolidar su posición sobre América Latina, y
garantizará la apertura y la desregulación económica, financiera y ambiental, que
debilita políticamente a los estados de Latinoamérica y conduce a profundizar la
precarización de sus economías.
En este contexto la seguridad energética es clave, aunque el ALCA entre sus líneas
no incluye específicamente el tema de energía, la extracción y transporte de
hidrocarburos fósiles es una necesidad para que el acuerdo funcione. El objetivo
de este acuerdo es desarrollar una política energética continental liberalizada.
El IIRSA prevé de 12 ejes multimodales (Mapa): Eje Mercosur – Chile (San Pablo
-Montevideo-Buenos Aires-Santiago); Eje Andino (Caracas-Bogotá-Quito-Lima-La
Paz); Eje Interoceánico Brasil-Bolivia-Perú-Chile (San Pablo-Campo Grande-Santa
Cruz-La Paz-Ilo-Matarani-Arica-Iquique); Eje Venezuela-Brasil-Guyana-Surinam; Eje
Multimodal Orinoco-Amazonas-Plata; Eje Multimodal del Amazonas (Brasil-
Colombia-Ecuador-Perú); Eje Marítimo del Atlántico; Eje Marítimo del Pacífico; Eje
Neuquén-Concepción; Eje Porto Alegre-Jujuy-Antofagasta; Eje Bolivia-Paraguay-
Brasil; Eje Perú-Brasil (Acre-Rondonia).
Los ejes son corredores multimodales por donde transitarán las mercancías, las
telecomunicaciones y la energía. Estos permitirán la integración de más de 300
millones de personas, 18 millones de km y un PIB de 1500 millones de US Dólares.
Cuatro de los 12 ejes afectan de forma directa al Perú y otros 3 tienen influencia
sobre su territorio y población. Además el IIRSA comprende los siguientes
procesos sectoriales de integración que son:
Aún cuando la explotación petrolera se realice en un país que parece reflejar una
imagen de democracia y respeto a las libertades individuales, no ocurre lo mismo
en el ámbito local y con las poblaciones locales de los lugares de donde se extrae
petróleo. La historia de violaciones a los derechos humanos a lo largo de la
historia no es reciente, muchos de los casos son conocidos por todos y parecemos
estar acostumbrados a esto. Sin embargo, solo lo asociamos con casos de
encarcelamiento arbitrario, pérdida de libertad de expresión, esclavitud, tortura o
muerte por conflictos armados, etc.
Sin embargo, existen otras violaciones a muchos otros derechos que se dan en
procesos de extracción de recursos naturales. A pesar de la existencia de
organismos internacionales, como las Naciones Unidas, la OEA, numerosos
tratados, convenios, pactos o declaraciones internacionales, así como leyes
nacionales, las empresas siempre se han mantenido en impunidad frente a estas
violaciones.
Este mismo autor, tiene otro estudio preparado para Oxfam en el que dice que hay
una relación directa entre conflictos bélicos y militarización con el grado de
dependencia la industria extractiva. El cuadro siguiente muestra algunos de estos
ejemplos. Además, Ross sostiene que en estos países se gasta en promedio
12,5% de sus presupuestos en gastos militares y que por cada 5 puntos que
aumenta la dependencia al petróleo, los países gastan 1,6 % más en su
presupuesto militar.
Las guerras civiles o entre naciones del siglo XX y principios del XXI, se han
alimentado del petróleo, y en la mayoría de los casos el petróleo ha sido la causa
del conflicto.
A nivel interno, el rol de fuerzas armadas es central para que las empresas puedan
acceder al petróleo y al gas. La producción petrolera podría ser vista como una
invasión y ocupación del espacio por parte de las empresas para sacar el petróleo.
3.5.6 La Alternativa 14
energía deben tener como parte integral, la discusión con los usuarios y
proveedoras.
Se debe parar todo proyecto que suponga dependencia, que destruya los recursos
o que atente al bienestar local y nacional. Debemos evitar la pérdida del
patrimonio nacional en términos de recursos o de infraestructura. La soberanía
energética es el ámbito político que permitirá desarrollar propuestas alternativas
para un modelo de desarrollo diferente. Así como la salud, la educación o el
desarrollo son derechos fundamentales, el agua o la energía también deben ser
consideradas como derechos humanos. Esto implica plantear una canasta mínima
energética que es aquella que todos los seres humanos requieren para llevar una
vida digna.
Así mismo, deben crearse las obligaciones relativas a este derecho. Por ejemplo,
que sea energía limpia, renovable, accesible, que no comprometa otros recursos.
Solución de Problemas
• ¿Cómo la solución de los conflictos regionales puede permitir un mejor
desarrollo de las políticas globales, si se parte del supuesto que el sistema
económico capitalista condiciona las relaciones diplomáticas y las alternativas
de solución a los problemas locales?
• ¿El ALCA es una alternativa para superar los conflictos ó resulta ser semillero
de nuevas confrontaciones?
− Republicanismo vs caudillismo.
− Partidos políticos y democracia representativa.
− Intereses económicos y nacionalismos.
− Guerra o violencia estatal.
Autoevaluación
• ¿Cómo ha evolucionado la geopolítica latinoamericana en los dos siglos de
independencia?
Repaso Significativo
• De cada uno de los temas tratados en la presente unidad, elaborar una lista de
cinco palabras claves. Con esta lista de conceptos elaborar un esquema que
los interrelacione gráficamente. Este esquema será expuesto a los compañeros
de cipa.
Bibliografía Sugerida
BERNAL, Jorge A. Integración y equidad: democracia, desarrollo y política Social.
Corporación S.O.S. Colombia. Págs. 269-296. Santa fe de Bogotá: 1994.
• Diferentes aspectos culturales: cada grupo social tiene una forma cultural de
relación/apropiación de los recursos naturales (Leff, 1998). La diversidad
cultural es un concepto estrechamente ligado a los conflictos socioambientales,
en donde se encuentran una serie de grupos con concepciones muy disímiles
sobre el uso y aprovechamiento de los recursos: empresarios, indígenas,
campesinos, conservacionistas, comunidades rurales y urbanas. Las diferencias
se reflejan en diferentes concepciones sobre el uso y acceso a los recursos
naturales, sobre como se plantean los derechos de propiedad o sobre como se
estructura un esquema de desarrollo.
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
ARVIZU, José Rodríguez y otros. Historia Universal. México: Limusa Noriega
editores, 1998.
DE GANDÍA, Enrique. Historia de América tomo IV. Buenos Aires: W.M. Jackson
editores, 1951.
GUHL, Ernesto. Escritos geográficos: las fronteras políticas y los límites naturales.
Edición Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango.