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II Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo C
20 de enero de 2019

El primer signo de Jesús en el Evangelio según san Juan inaugura también nuestro ciclo
litúrgico dominical. Partimos del amor. Amor nupcial, con el que Dios se ha comprometido
con su pueblo desde el Antiguo Testamento: Por amor a Sión no me callaré y por amor a
Jerusalén no me daré reposo. Te llamarán “Mi complacencia” y a tu tierra, “Desposada”,
porque el Señor se ha complacido en ti y se ha desposado con tu tierra. Amor incansable,
pues. Amor alegre. Amor que no se rinde ante la infidelidad humana, sino que persevera
transformando la traición en dicha. Amor que, en el Nuevo Testamento, puede convertir unas
vasijas de piedra vacías en depósito del mejor de los vinos. Amor que convence en la fe y se
promete como el mejor de los horizontes. Amor sólido, que es a la vez tierno; amor
apasionado, que transmite al mismo tiempo paz. Amor en el tiempo que encarna la eternidad
y su sonrisa.

Con su presencia y acción en las bodas de Caná, Jesús mostró su gloria y sus discípulos
creyeron en él. El amor que nos revela es lo que nos pone en el movimiento de la fe. El agua
que llena las vasijas desencadena un proceso impregnado del Espíritu Santo. El vino es
mucho más que una bebida buena. Es la abundancia de la unción, la garantía del júbilo, la
novedad del don. Todo ocurre gratuitamente, como el gesto generoso del auténtico dueño del
cosmos. Aquí no hay robo, ni se procede a hurtadillas. No hay vergüenza en la intimidad ni
reserva en la comunión. Todo es diáfano y puro. Todo es obsequio y entrega. Se desborda
Dios.

El don amoroso que nos congrega y nutre en la liturgia es la vida abundante del Dios
misericordioso, que nos integra y nos fecunda. Es el misterio de la Trinidad, al que se nos
asocia inmerecidamente. Lo ha referido san Pablo: Hay diferentes dones, pero el Espíritu
Santo es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor Jesús es el mismo. Hay diferentes
actividades, pero Dios, el Padre, que hace todo en todos, es el mismo. Y el Espíritu, el Señor
y el Padre que se nos comunican son realmente tres, tres en la unión radical del único Dios,
de modo que también nuestra pluralidad humana puede integrarse en la comunión del bien.
Con razón dirá san Juan que el Dios que es espíritu es también amor, y nos brindará en el
amor el secreto de comprensión de su misterio, a la vez que nos lo participará, como
discípulos, adoptándonos en Jesús por el sello del Espíritu, incorporándonos como pueblo
suyo nuevo, sin abandono ni desolación.

Al iniciar con estos pasajes el tiempo ordinario, reconocemos que su fundamento sigue
siendo la Epifanía y el Bautismo con los que cerramos la Navidad. Una luz esplendorosa nos
envuelve en la lógica del don, y un agua corriente nos sella con la superación de las antiguas
esclavitudes. Ahí donde el Niño Dios corría el peligro del homicida, se reciben los regalos
traídos por lejanos viajeros, y ahí donde el Hombre Dios se enlista en la fila de los pecadores
se escucha la voz primera y el vuelo originario que aleteaba desde el principio. El principio
es el amor, el amor de Dios. El principio del universo, y el principio de la salvación. Y
también nuestro principio.

La multiplicidad de facetas que a lo largo de las semanas vamos contemplando en nuestras


celebraciones, tiene su punto de convergencia en ese amor divino. Brota así, también, ante
nuestros ojos, el modo como somos invitamos a participar en los misterios. Con amor. No
hay otra llave que nos abra el acceso a su comprensión. Un amor que surja también desde lo
más hondo de nuestra realidad personal, desde el abismo en el que la huella de Dios nos
constituye como seres espirituales. Por principio, somos capaces de amar. De hecho, las
enfermedades de nuestra naturaleza tienen mucho que ver con un amor lastimado y
extraviado. Por eso, también, la enseñanza que nos dará el Señor nos señalará la ruta de la
misericordia como la auténtica sabiduría, y nos repetirá que en el amor a Dios y al prójimo
está el primero y más grande de sus mandamientos. Y en la concreción de la desgracia física
y moral nos mostrará la carne en la que se ha de hacer presente el amor. Se nos motivará, así,
a poner en práctica, en acciones, el amor del que somos capaces y en el que hemos sido
elevados por el propio amor de Dios. Desaparecerá el resquebrajamiento de las tinajas
inútiles, para convertirnos en depósito noble de amor humano y divino. Y este amor, que ya
es una realidad en nosotros, se nos promete también como plenitud, cuando toda la creación
irradie en su consumación la gloria definitiva.

Aquí estamos, una vez más, en este nuevo ciclo que actualiza la benignidad de Dios y nos
conduce a la comunión, invitados a la fiesta del Señor. Proclamemos su amor día tras día,
su grandeza anunciemos a los pueblos; de nación en nación, sus maravillas.

Lecturas

Del libro del profeta Isaías (62,1-5)

Por amor a Sión no me callaré y por amor a Jerusalén no me daré reposo, hasta que surja en
ella esplendoroso el justo y brille su salvación como una antorcha. Entonces las naciones
verán tu justicia, y tu gloria todos los reyes. Te llamarán con un nombre nuevo, pronunciado
por la boca del Señor. Serás corona de gloria en la mano del Señor y diadema real en la palma
de su mano. Ya no te llamarán “Abandonada”, ni a tu tierra, “Desolada”; a ti te llamarán “Mi
complacencia” y a tu tierra, “Desposada”, porque el Señor se ha complacido en ti y se ha
desposado con tu tierra. Como un joven se desposa con una doncella, se desposará contigo
tu hacedor; como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo.

Salmo Responsorial (Sal 95)

R/. Cantemos la grandeza del Señor.

Cantemos al Señor un nuevo canto,


que le cante al Señor toda la tierra;
cantemos al Señor y bendigámoslo. R/.
Proclamemos su amor día tras día,
su grandeza anunciemos a los pueblos;
de nación en nación, sus maravillas. R/.

Alaben al Señor, pueblos del orbe,


reconozcan su gloria y su poder
y tribútenle honores a su nombre. R/.

Caigamos en su templo de rodillas.


Tiemblen ante el Señor los atrevidos.
“Reina el Señor”, digamos a los pueblos,
gobierna a las naciones con justicia. R/.

De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios (12,4-11)

Hermanos: Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero
el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el
mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Uno recibe el don de la
sabiduría; oro, el don de la ciencia. A uno se le concede el don de la fe; a otro, la gracia de
hacer curaciones, y a otro más, poderes milagrosos. Uno recibe el don de profecía, y otro, el
de discernir los espíritus. A uno se le concede el don de lenguas, y a otro, el de interpretarlas.
Pero es uno solo y el mismo Espíritu el que hace todo eso, distribuyendo a cada uno sus
dones, según su voluntad.

R/. Aleluya, aleluya. Dios nos ha llamado, por medio del Evangelio, a participar de la gloria
de nuestro Señor Jesucristo. R/.

Del santo Evangelio según san Juan (2,1-11)

En aquel tiempo, hubo una boda en Caná de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Este
y sus discípulos también fueron invitados. Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús:
“Ya no tienen vino”. Jesús le contestó: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no
llega mi hora”. Pero ella dijo a los que servían: “Hagan lo que él les diga”. Había allí seis
tinajas de piedra, de unos cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los
judíos. Jesús dijo a los que servían: “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el
borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo”. Así lo hicieron,
y en cuanto el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque
sólo los sirvientes la sabían, llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo sirve primero el vino
mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio,
has guardado el vino mejor hasta ahora”. Esto que Jesús hizo en Caná de Galilea fue la
primera de sus señales milagrosas. Así mostró su gloria y sus discípulos creyeron en él.

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