Sei sulla pagina 1di 341

LIBER AMICORVM

Manuel
RODRÍGUEZ

(1825-1909)
de BERLANGA
LIBER AMICORVM

BERLANGA
de
RODRÍGUEZ
Real Academia
de Bellas Artes
de San Telmo

Manuel
Dirección General de Universidades DIRECCIÓN GENERAL DE UNIVERSIDADES

REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN TELMO P ORTADA :


AY U N TA M I E N TO D E A L H AU R Í N E L G R A N D E Cortesía de D. Tomás Heredia Campos
Málaga, 2008
Manuel
RODRÍGUEZ

(1825-1909)
de BERLANGA
LIBER AMICORVM

REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN TELMO /


AY U N TA M I E N TO D E A L H AU R Í N E L G R A N D E
Málaga, 2008
ORGANIZADORES DE LAS JORNADAS
Víctor Gallero Galván
Juan Antonio Martín Ruiz
Alejandro Pérez-Malumbres Landa

Edita: Real Academia de Bellas Artes de San Telmo


Excmo. Ayuntamiento de Alhaurín El Grande

© Real Academia de Bellas Artes de San Telmo


© Excmo. Ayuntamiento de Alhaurín El Grande
© Los autores

I.S.B.N.: 978-84-612-4545-1
Depósito Legal: MA-1.424/2008

Diseño y maquetación: Laura Millán


Imprime: Gráficas San Pancracio, S.L. — MÁLAGA
INTRODUCCIÓN
Excmo. Sr. Don Manuel Rodríguez de Berlanga es una de las más extraordinarias figu-
E L

ras que Málaga ha dado a la Cultura universal.


Sus estudios fueron decisivos para difundir por toda Europa en el comedio del siglo
XIX los textos exarados en dos tablas de bronce, descubiertas casualmente en las afueras de
nuestra ciudad, que contenían parte del ordenamiento jurídico de los municipios romanos
de Málaga y Salpensa.
Ambos bronces fueron salvados de la destrucción, pocos días después de haber sido
hallados a fines del mes de octubre de 1851, merced a la ilustración del matrimonio for-
mado por Amalia Heredia Livermore y Jorge Loring Oyarzábal, marqueses de Casa Loring.
Con estos otros excepcionales malagueños emparentaría años después el Dr. Rodríguez de
Berlanga por su casamiento con Elisa, hermana de Jorge.
La Real Academia de Bellas Artes de San Telmo impulsó en el mes de diciembre de
2001 la celebración en Málaga del 150 aniversario de tan trascendental hallazgo, y el Exc-
mo. Ayuntamiento de Alhaurín el Grande organizó poco antes, en octubre del mismo año,
un homenaje a tan ilustre figura, dado que en dicha población el Dr. Berlanga pasaba largas
temporadas y allí escribió muchos de sus trabajos de investigación.
La Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, junto con el Excmo. Ayuntamiento
de Alhaurín el Grande, ha patrocinado este libro, que contiene las intervenciones de los
participantes en aquellas Jornadas, y cuya edición ha impulsado decididamente el Ilmo. Sr.
D. Manuel Olmedo Checa, activo Numerario de nuestra Real Academia, al que debemos
una amplia biografía del sabio investigador Don Manuel Rodríguez de Berlanga, que fue
publicada en el año 2000 por el Centro de ediciones de la Diputación de Málaga.
Es éste un libro que prestigia a las dos instituciones que lo editan, pero que sobre todo
permite recuperar el recuerdo de un malagueño universal, cuya obra, de la que podríamos
decir lo que Horacio dejó escrito de lo que sería la suya: aere perennivs. Y aunque su retrato
contribuya a ennoblecer el Salón de los Espejos del Ayuntamiento malagueño, el Dr. Ro-
dríguez de Berlanga merecería además quedar inmortalizado en bronce como permanente
homenaje a quien sigue constituyendo un imprescindible y singular referente para el cono-
cimiento de la Historia Antigua de nuestra ciudad y aun de nuestra nación.

Manuel del Campo y del Campo


PRESIDENTE DE LA REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN TELMO

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 7
F
UE un privilegio tenerle entre nosotros. Era una época de convulsiones políticas y
sociales, de hambre y miseria, pero también de progreso y reformas. Una época
donde la cultura, el estudio, la investigación y el bienestar era sólo para unos pocos.
Pero ahí es precisamente donde radica la grandeza de personas como Manuel
Rodríguez de Berlanga, que teniendo todo lo material de la época prefirió inves-
tigar, ofrecer sus inquietudes, ideas y sabiduría al mundo; dedicar su vida al conocimiento
para así saber más de nosotros mismos y, sobre todo, de nuestra historia más lejana.
Muchas de las cartas que de él se conservan, buena parte de sus obras y algunos artí-
culos salieron de Alhaurín el Grande. Desde aquí reflexionó sobre temas de la actualidad
de la época como fue el nacionalismo vasco (1897-1898). Aquí firmaría también ese gran
testamento sobre la historia antigua de Málaga y de España que es su famoso “Malaca”
(1905-1907) y aquí, finalmente, en olvido y soledad, habiendo desaparecido ya su vínculo
familiar y social, murió en 1909.
Por estos y otros muchos motivos, cuando Víctor Gallero Galván nos propuso organi-
zar unas jornadas que conmemoraran el 150 aniversario de la muerte de Manuel Rodríguez
de Berlanga, dijimos de inmediato que sí. No podíamos perder esa oportunidad.
Aquellas jornadas de estudio que este Ayuntamiento dedicó en octubre de 2001 a
Manuel Rodríguez de Berlanga, bajo la dirección de Alejandro Pérez-Malumbres Landa,
Juan Antonio Martín Ruiz y Víctor Gallero Galván, se recogen en este libro, que incluye
además de varios documentos inéditos y reediciones de algunos de sus artículos, trabajos
de otros historiadores que han querido sumarse a esta obra, que pretende ser un homenaje
a tan singular personalidad.
Quisiéramos que este libro suponga también una invitación que las dos ciudades ber-
languistas (Málaga y Alhaurín el Grande), quieren hacer al lector del siglo XXI para conocer
la vida y obra de Manuel Rodríguez de Berlanga, y que sirva también como propuesta de
lectura para sopesar y reflexionar.
Desde aquí quiero agradecer a todos los participantes en aquellas interesantes confe-
rencias, la generosidad que tuvieron para con nuestro pueblo. No solo consiguieron trasla-
darnos sus conocimientos sobre la figura de un historiador tan especial, sino que también
nos ilusionaron para que, además de apreciar la verdadera dimensión investigadora e inte-
lectual de Manuel Rodríguez de Berlanga, supiéramos apreciar su categoría humana.
No solo tuvimos el privilegio de tenerle entre nosotros en esa magnífica casa de calle
Albaicín, sino que 158 años después, vamos a ser privilegiados por segunda vez al poder
coeditar esta magnífica obra junto a la prestigiosa Real Academia de San Telmo, a cuyos
componentes, en nombre de los vecinos de Alhaurín el Grande, quiero expresar nuestro
más profundo agradecimiento por las consideraciones para con nuestra localidad y sobre
todo por ser activos defensores del conocimiento y la cultura.

Juan Martín Serón


ALCALDE DE ALHAURÍN EL GRANDE (MÁLAGA)

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 9
B
AJO la frondosa glicinia que cubre el cenador de la hacienda La Concepción, un
nutrido grupo de personas fija su mirada en la cámara del fotógrafo. La escena que
ilustra la portada de este libro pudo ser tomada hacia fines de 1864 o comienzos de
1865.
En ella, a la izquierda, está Jorge Loring, sentado y con un rimero de documentos en
sus manos. La joven situada a su lado quizá sea Elisa Carolina, su hermana. En el centro,
también sentada, Amalia Heredia Livermore, esposa de Jorge, a cuya izquierda, de pie y casi
en segundo término, una figura masculina con atuendo sacerdotal, sostiene una taza de café
mientras mueve la cucharilla.
La señora mayor enlutada probablemente fuera María del Rosario Oyarzábal, madre
de Jorge y de Elisa, que fallecería el 19 de febrero de 1865. Y el varón que sostiene a una
niña en sus rodillas es el Dr. Vicente Martínez y Montes, autor de un libro importante: Topo-
grafía médica de Málaga, y cuya esposa, Matilde Adelaida Loring Oyarzábal, seguramente
formaría parte del pequeño grupo femenino situado en el extremo derecho de la imagen.
Hay una figura que, con Amalia Heredia, parece centrar la atención de quienes obser-
ven esta fotografía: lleva levita blanca, es delgado y muy alto, tiene un porte distinguido y
muestra un rostro severo. Es Manuel Rodríguez de Berlanga y Rosado, el protagonista de
este libro.
Resulta extremadamente difícil para quien esto escribe reflejar la importancia que en
nuestra personal trayectoria, desde hace más de 35 años, ha representado la obra de Don
Manuel Rodríguez de Berlanga, que, aunque nacido en Ceuta, dedicó toda su vida a la
investigación y el estudio de las etapas más remotas de la historia de Málaga, tras doctorarse
en Madrid en el año 1851, vtrivsqve ivris, en ambos derechos, como entonces se decía.
Comenzamos a conocer al sabio maestro cuando en el nº 20-21 del Boletín de Infor-
mación Municipal, correspondiente al año 1973, don Rafael León Portillo publicó con el
título Malaca el conjunto de artículos que el Dr. Rodríguez de Berlanga había ido publi-
cando por entregas en la revista de la Asociación Artística Arqueológica de Barcelona. Sobre
su biografía no había por entonces más datos que los obligadamente muy breves publica-
dos por don Rafael Atencia en el mismo Boletín, en el que aparecieron también pequeños
esbozos biográficos de los personajes malagueños que, junto con don Manuel Rodríguez de
Berlanga, figuran retratados en los veinte lunetos del salón de los espejos del Ayuntamiento
de Málaga.
A los datos que aportaban tales trabajos se añadió después el Boletín de la Sociedad
Malagueña de Ciencias, que localizamos años más tarde por casualidad en un paquete de
documentos de dicha Sociedad que se encontraba en la zona que ocupaba el escritorio
de don Francisco Bejarano en su amplio despacho del Archivo Municipal. Dicho Boletín,
publicado en 1911, contenía varios trabajos en los que se encomiaban con toda justicia la
importantísima trayectoria investigadora del Dr. Berlanga.
La reedición de Malaca supuso para quien esto escribe una auténtica revelación sobre
la Historia de Málaga y sobre don Manuel Rodríguez de Berlanga, y fue acicate para que

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 1
desde entonces intentáramos conocer cuantos datos y documentos se referían al autor de
tan extraordinarios artículos. Tuvieron su origen en un hecho del que ya se ha cumplido más
de un siglo: el inicio en el año 1904 del derribo de los inmuebles militares que jalonaban
la Cortina del Muelle, entre la Aduana y el comienzo del Paseo de Reding, y de las antiguas
murallas a ellos adosados, que sirvieron para defender el frente marítimo de Málaga desde
tiempo inmemorial, y de las que hoy podemos contemplar sus cimientos en el sótano del
Rectorado de la Universidad de Málaga.
La recopilación que el Dr. Berlanga hizo de las obras de los historiadores que se
ocuparon de nuestra ciudad, la búsqueda de la antigua Menace, la descripción de aque-
llos derribos en los que tantas antigüedades se perdieron yendo a parar al relleno de los
terrenos ganados al mar en los que se establecería el futuro Parque, y sus acerbas críticas
a los gobernantes de la época, que nada hicieron para salvaguardar el tesoro arqueoló-
gico que iba apareciendo, compusieron un auténtico tratado de historia y de geografía
urbana de la Málaga antigua, aunque también añadieron un punto más de amargura a los
últimos años de la vida de quien, a nuestro juicio, ha sido el más extraordinario investi-
gador que Málaga ha tenido.
En nada debería tenerse en cuenta nuestra opinión sobre tal excelsa figura si no estu-
viese refrendada por criterios de tanta solvencia como por ejemplo el de don Antonio María
Fabié, de la Real Academia de la Historia, en el siglo XIX, o la del Profesor don José Manuel
Pérez Prendes en el XX, prestigiosa figura en la Historia del Derecho, que fue quien para
muchos “redescubrió” a Rodríguez de Berlanga en la conferencia que pronunció con motivo
del 2º centenario del Colegio de Abogados de Málaga.
Aquella conferencia fue también reveladora para quien esto escribe, porque suponía
la constatación de la impresionante categoría científica del Dr. Berlanga y porque Pérez
Prendes demostró con un rigor magistral lo que Málaga y la Ciencia debían a un personaje
que, como tantas veces suele ocurrir, fue blanco de las críticas de algunos de sus contem-
poráneos, que además se aprovecharon de sus trabajos. Nada nuevo de lo que hoy, a veces,
lamentablemente continúa ocurriendo.
Renovado con dicha conferencia nuestro afán por continuar investigando sobre la
figura de don Manuel Rodríguez de Berlanga, en la medida de nuestras posibilidades, pudi-
mos difundir posteriormente un breve resumen sobre su vida y su obra en un trabajo que
vio la luz en 1985 en la revista Jábega, y en el 2000 una biografía bastante más amplia
precediendo a la reedición de los Monumentos históricos del municipio Flavio malacitano,
obra que pudo ser publicada gracias al decidido apoyo de Dª. Victoria Rosado, directora del
Centro de Ediciones de la Diputación Provincial de Málaga.
La conmemoración del CL aniversario del hallazgo de la Lex flavia malacitana vino
a suponer una nueva ocasión de actualizar el recuerdo de tan excepcional investigador,
y para ello la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo y el Excmo. Ayuntamiento de
Málaga organizaron un ciclo de conferencias en el mes de diciembre del año 2001.
Poco antes, a fines de octubre del mismo año 2001 el Excmo. Ayuntamiento de Alhau-
rín el Grande había organizado un homenaje en recuerdo del Dr. Rodríguez de Berlanga,
que pasó largas temporadas en tan agradable villa, en la que realizó muchos de sus traba-
jos y residió durante los últimos años de su vida. Habitaba en una hermosa casa de la calle
Albaicín, en la que falleció el 3 de junio del año 1909.

1 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Fue el alma de los actos organizados en Alhaurín el Grande nuestro buen amigo don
Víctor Gallero Galván, que posteriormente trabajó sin desmayo para llevar a las prensas el
libro que contenía las intervenciones que en dicho homenaje se produjeron. Sin embargo,
por diversas razones, que mejor es no recordar ahora, tal publicación no pudo salir ade-
lante, por lo que, pasados algunos años, la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo
decidió afrontar su edición.
Una vez conseguidos por la Real Academia los necesarios apoyos económicos de la
Dirección General de Universidades de la Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa de
la Junta de Andalucía y de la Dirección General de Universidades del Ministerio de Educa-
ción y Ciencia, ha sido posible acometer esta publicación, que ha sido coeditada, como no
podía ser de otra manera, por el Excmo. Ayuntamiento de Alhaurín El Grande.
Nuestra participación en las citadas jornadas consistió en una conferencia sobre la
biografía del Dr. Berlanga, que por haber sido acompaña de un centenar de imágenes no
era viable reproducir en el presente libro, aparte de que no suponía más que un abreviado
resumen de la que publicamos apenas un año antes en la reedición de los Monumentos his-
tóricos del municipio Flavio malacitano, a la que ya nos hemos referido.
Por ello hemos preferido que nuestra aportación al presente libro consista en incor-
porar algunos escritos del Dr. Rodríguez de Berlanga, que además de descubrirnos nuevos
datos sobre su vida suponen la recuperación de algunas páginas de su producción investi-
gadora. Unos y otras, en su mayor parte inéditos, nos ofrecen nuevos argumentos que per-
miten apreciar sus profundos conocimientos y además nos acercan a sus sentimientos y a
su carácter.
En tal sentido lamentamos no haber alcanzado éxito en la recuperación de algún
escrito suyo que pudieran conservar los descendientes de su sobrino Manuel Caparrós
Rodríguez de Berlanga, hijo de su hermana Dolores, que hoy viven en distintas poblacio-
nes de Valencia. A todos ellos, y en especial a Dª. Whymma Caparrós Ivars, agradecemos el
tiempo que nos dedicaron.
Puede ser que alguien piense que alguno de tales documentos no tenga encaje en esta
obra. Por fortuna, la Real Academia no tiene por costumbre someterse a discutibles criterios de
exclusión, máxime si provienen de quienes se autoerigen en censores inapelables. Conviene no
obstante exponer algunas razones que justifican la inclusión en este libro de tales documentos.
La primera es que cualquier escrito de Rodríguez de Berlanga merece ser difundido,
dada su impresionante talla intelectual, aunque algunos que acaso merecieran ser moteja-
dos de eruditos a la violeta, desde su mediocridad, los minusvaloren. Además, los escritos
de carácter privado contribuyen a mejorar el conocimiento de la personalidad o la idiosin-
crasia de uno de los más ilustres personajes de la Historia de Málaga.
El primero de los documentos de don Manuel Rodríguez de Berlanga que reproduci-
mos en este libro es un pequeño texto manuscrito, que se conserva en el Archivo Díaz de
Escovar de Málaga, y que lleva por título Fragmento de una imitación de Ossián. Sabido es
que en el año 1762 James MacPherson dio a conocer la legendaria figura de aquel bardo
y héroe gaélico del siglo III, Ossián, hijo de Fingal, rey de Morven, que defendió las tie-
rras altas del Eire contra los invasores romanos. Su vida fue muy desgraciada, y la leyenda
cuenta que transmitió a San Patricio, evangelizador de Irlanda, las más antiguas tradiciones
de aquellas remotas tierras.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 3
El breve ensayo del Dr. Berlanga es una muestra de su extraordinaria erudición y de
su exquisita sensibilidad. Conviene recordar que, nacido en 1825, nuestro personaje vivió
su juventud cuando el Romanticismo estaba en pleno auge en la España de su tiempo. Por
ello su reflexión sobre el mito de Fingal, además de constituir una ventana más desde la
que asomarnos a lo más recóndito de su alma, evoca con romántica ternura la leyenda de
aquel mitológico héroe.
La primera versión en castellano de aquellos poemas épicos pudo ser la de Pedro
Montengon, impresa en Madrid en el año 1800 en la oficina de Benito García. Casi un
siglo después de haber sido publicada la obra de MacPherson, el compositor Mendelssonh
estrenó en 1829 La gruta de Fingal, y más tarde el relato que en 1867 escribió Ibsen con el
nombre de Peer Gynt, fue musicado por Grieg en 1876. Es claro que sus estudios de Juris-
prudencia en Granada o su posterior actividad investigadora no impidieron a don Manuel
Rodríguez de Berlanga estar al tanto de las corrientes literarias de su tiempo.
Por más que podamos caer en reiteración, debemos insistir en que sin conocer su
ambiente familiar, su formación, su época y sus circunstancias, es imposible analizar y
comprender la extraordinaria labor realizada por nuestro admirado Rodríguez de Ber-
langa, en cuya vida, en cuya obra y en cuyo carácter no puede olvidarse ni su espíritu
romántico, ni la influencia de su tío Cesáreo, catedrático que fue en Granada, ni la profe-
sión de sus abuelos, prestigioso ingeniero militar el paterno y no menos prestigioso jurista
el materno.
En el mismo sentido es imprescindible recordar que gracias a la empatía que existió
entre Rodríguez de Berlanga y el matrimonio formado por Jorge Loring y Amalia Heredia,
y gracias al constante apoyo que recibió de su esposa Elisa, se produjeron importantísimas,
decisivas y positivas consecuencias para la Cultura de España y para el conocimiento de
numerosas facetas de la Historia Antigua de Málaga.
Bajo estas claves hay que afrontar la lectura de algunas de las cartas que escribió a
Juan Bautista de Rossi, conservadas en la Biblioteca Apostólica Vaticana, y que consegui-
mos gracias a la generosidad y el favor de fray Alejandro Recio, sacerdote franciscano en el
colegio de San Antonio de Martos (Jaén), que por desgracia falleció el 5 de octubre del año
2005, y con el que pudimos entablar contacto merced al dato que nos facilitó nuestro que-
rido amigo el Excmo. Sr. D. Enrique Mapelli López, Correspondiente en Madrid de la Real
Academia de Bellas Artes de San Telmo.
Tales cartas arrojan una temprana luz sobre su pasión por cualquier faceta de los estu-
dios clásicos, al igual que las que escribió Berlanga a don Juan Facundo Riaño y a don Anto-
nio Cánovas del Castillo, conservadas en la Biblioteca Nacional y en el Archivo Histórico
Nacional, y que desvelan entre otros interesantes datos su enorme interés por conseguir que
no saliera de España la gran inscripción descubierta en las inmediaciones de Sevilla, cuyo
estudio publicó en el año 1891 bajo el título El nuevo bronce de Itálica.
De gran interés resulta conocer de su pluma los ataques que recibió por parte de
algunos inmortales de la Real Academia de la Historia, capitaneados por el Padre Fidel
Fita, que sobrados de soberbia y prepotencia, nunca reconocieron los extraordinarios
méritos y los amplísimos conocimientos de nuestro personaje, que por algunos de sus
contemporáneos no era visto más que como un “provinciano” carente de la imprescindi-
ble preparación.

1 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Llegados a este punto no podemos dejar de recordar que Berlanga recibió del ilus-
tre investigador alemán Emil Hübner, que fue uno de sus mejores amigos, importantes y
continuados reconocimientos a su labor investigadora. Muestra de ello son las dos car-
tas de Hübner que también reproducimos, gracias a la amabilidad de nuestro amigo D.
Javier Miranda Valdés y a la de su esposa Dª. María de los Ángeles Ávila, y que proceden
del archivo de D. Aureliano Fernández Guerra. Ellas dan clara evidencia de la altísima
consideración en que el sabio germano tenía al sabio español.
Incorporamos también a este libro dos artículos prácticamente desconocidos que el
Dr. Berlanga publicó en 1895 en la REVISTA CRÍTICA DE HISTORIA Y LITERATURA ESPAÑOLAS, PORTUGUE-
SAS E HISPANOAMERICANAS, un medio que tuvo una vida muy efímera, pues nacido en 1894 sólo

alcanzó a publicarse hasta el año 1902. Estos trabajos demuestran una vez más sus amplí-
simos conocimientos.
Hemos querido cerrar nuestra aportación a este libro publicando el primer trabajo que
realizó el Dr. Rodríguez de Berlanga. No tenemos noticia de que nadie haya dado a conocer
su Memoria de Licenciatura, como hoy se diría, cuyo título era Ritos, solemnidades y efectos
de los matrimonios en los diferentes períodos de la legislación romana. Obviamente nuestra
labor no ha consistido más que en transcribir el texto de unas deficientes fotocopias, que de
seguro han contribuido a que hayamos cometidos más errores que los que cabía esperar de
nuestro insuficiente conocimiento del latín y de la casuística de la cuestión.
Pero resulta cuando menos paradójico que tan interesante y pionero trabajo nunca
haya sido dado a la minerva. Berlanga, como el Profesor Pérez Prendes afirmaba, fue el
primero que señaló el recóndito sentido del afectio maritalis para mantener realmente vivo
un matrimonio, adelantándose en un siglo a las doctrinas legales y morales que rigen en
la actualidad, y este su primer trabajo hubiera merecido la atención de los especialistas en
esta materia.
Hasta aquí llega nuestra labor. Los expertos podrán analizar con conocimientos de los
que carece quien esto escribe el que fue primer trabajo científico de Berlanga, y que inex-
plicablemente ha tardado 158 años en llegar a ver la luz.
Decía Cánovas que la Historia debía escribirse con apasionamiento. Tal fue siempre
la actitud de don Manuel Rodríguez de Berlanga en su labor investigadora, cuyo ejemplo
hemos intentado seguir en nuestros modestos trabajos, lo que motivó desde hace ya bastan-
tes años nuestra identificación con el sabio investigador.
Muy convulsa fue la España en la que le tocó vivir. Su rigor científico, su firmeza
moral, y las circunstancias personales a las que antes nos referíamos marcaron firmemente
su trayectoria vital. Por sus escritos sabemos que, en ocasiones, se mostró intransigente y
quizá algo injusto al referirse a la Universidad española, una sociedad de holgazanes garan-
tida por el estado, o a la política, como reflejaba el comentario que hacía en una carta diri-
gida a uno de sus íntimos amigos, don Antonio Aguilar y Cano: siéndome repulsivos desde
que los conocí a fondo los círculos, los periódicos y todo cuanto reviste carácter político…
Su gran amistad con Cánovas y con Silvela (pese a que este último abandonó al gran
Hombre de Estado al protagonizar una sonada disidencia) no fue óbice para que su aver-
sión a la política fuera creciendo a lo largo de toda su vida, y seguramente fue una de
las causas de su progresivo alejamiento de la sociedad de la época. En la necrología que
dedicó a Mommsem, publicada en el año 1904, el Dr. Berlanga manifestaba un profundo

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 5
y agrio rechazo a los más censurables aspectos de la democracia ( Churchill aún no había
pronunciado su famosa y clarificadora frase sobre este sistema político), con las siguientes
palabras:

Porque en los tiempos antiguos como en los modernos han sido la vanidad, la envi-
dia y la soberbia las tres cualidades esencialmente inherentes a toda democracia, la
primera la ha hecho presuntuosa, la segunda agresiva y la última intolerante,

Y es que él sufrió también los frecuentes desencuentros que se producen entre los
intelectuales y los políticos. A la inmensa mayoría de éstos la Historia los ha olvidado. A
Berlanga, no.
En todo caso estimamos que el Dr. Berlanga siempre actuó como si tuviera arreglo una
España atrasada, inculta y socialmente injusta, aunque no se apercibió de que formaba parte
de una minoría de privilegiados, lo cual hoy no puede ser considerado como un demérito de
su persona, porque no podemos juzgarlo bajo el prisma de nuestro tiempo.
Quien esto escribe se considera un privilegiado por haber podido participar en este
libro, junto a otros investigadores que, llevados también por su profunda admiración hacia
tan señera figura de la Ciencia española, se han esforzado en el análisis y el estudio de
la vida y la obra de don Manuel Rodríguez de Berlanga, cuyo magisterio constituye uno
de los más señeros referentes de la Cultura europea y un ejemplo que ilumina el camino
de quienes persiguen con pasión conocer y comprender las claves de nuestra más remota
Historia.

Manuel Olmedo Checa


DE LA REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN TELMO

1 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
ADDENDA

C UANDO la impresión de este libro estaba a punto de iniciarse nos ha llegado una impor-
tante información, que justifica sobradamente esta addenda.
Durante la segunda guerra mundial parte del archivo personal del profesor Hübner
fue depositado por su hijo en la Staatsbibliothek de Berlín. Tras la caída del comunismo y la
reunificación de Alemania, tales fondos se pusieron a la disposición de los investigadores.
Nuestro amigo D. Javier Miranda Valdés, al que antes ya hemos aludido, hacía tres
años que había localizado en la sección de manuscritos de dicho centro las 381 cartas que
el Dr. Berlanga dirigió al sabio alemán, y el día 6 del presente mes de agosto acaba de regre-
sar de Alemania en donde ha iniciado la digitalización de las mismas.
A esta feliz circunstancia y a la inapreciable colaboración de nuestro amigo el Sr.
Miranda Valdés, y de su esposa y su hija, debemos el poder contar hoy con las primeras de
las ya citadas cartas, por lo cual les manifestamos nuevamente nuestro más sincero y efusivo
agradecimiento.
Cabe destacar que estas 381 cartas constituyen la mayor colección de las más de seis
mil que se conservan de las dirigidas a Prof. Hübner, es decir, que el Dr. Berlanga fue su más
importante corresponsal.
Tan importante corpus documental representa una valiosa aportación no sólo para el
conocimiento de la vida de nuestro entrañable personaje, sino que también supondrá una
información de primera mano sobre la actividad científica del sabio malagueño, cuya amis-
tad con Hübner comenzó en el año 1860, cuando el investigador germano llegó a Málaga,
dentro de su periplo por la Península, para recoger datos que años después le llevaron a
publicar su monumental Corpvs Inscriptionvm Latinarvm.
La feliz circunstancia de poder contar con tan interesante epistolario justifica dar ahora
esta primicia publicando una de dichas cartas en facsímil, y planificar la próxima publica-
ción de un libro que las incluya todas. Con ello esperamos dar un paso más para que se
reconozca a D. Manuel Rodríguez de Berlanga su extraordinaria aportación a los estudios
sobre la huella que la Romanidad dejó en nuestra Nación, una aportación que estimamos
no ha sido aún suficientemente valorada y reconocida por quienes más obligación tenían
de hacerlo.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 7
1 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 9
L
AS investigaciones realizadas en los últimos veinticinco años vienen confirmando
a Manuel Rodríguez de Berlanga como uno de las personalidades más destacadas
de la historiografía del siglo XIX y principios del XX en España, dentro del llamado
paradigma erudito. En una época de muy precarias condiciones institucionales
públicas para las ciencias y las humanidades, la tarea de construir la nueva historia
de España descansó sobre los hombros de un nutrido grupo de individualidades (en España
no hubo “ciencia”, sino científicos, decía Ortega y Gasset) que desde la interdisciplinariedad
más variopinta (coleccionismo, naturalismo, geología, paleontología, filología, anticuaris-
mo) puso en marcha la construcción de una metodología científica en los estudios históricos
(depuración de las fuentes, búsqueda de la objetividad), envueltos todavía en las brumas
de la literatura. “Era la historia un mito fabuloso o cuando más ‘una batalla ilustre contra el
tiempo’ como escribía Manzini en la introducción de la más notable de sus obras”, apuntaba
Berlanga en 1850 refiriéndose a la historiografía del siglo precedente. Es preciso retener la
trascendencia de esa labor –según él, “arrancar la Historia (…) de manos de los soberbios
literatos”, extirpar “la crítica exclusivamente literaria”–, en investigadores que, como Berlan-
ga, se encontraron con abundante documentación falsificada y se enfrentaban a la magnitud
de las nuevas fuentes que afloraron en el siglo XIX.
La obra de Rodríguez de Berlanga nos muestra una enorme capacidad de información,
sobre todo teniendo en cuenta que nunca accedió al profesorado universitario ni a la Real
Academia de la Historia, ni se ligó tampoco a los círculos políticos (como sí lo hicieron sus
contemporáneos Antonio Delgado, Juan de Dios de la Rada o Aureliano Fernández-Guerra).
En una época ocupada en construir una historia nacional, identitaria e ideológica, Berlanga
se interesó más por la modernización historiográfica en términos de fuentes y metodología.
Mientras que, como él mismo dice, los estudios clásicos según la moderna metodología de
la escuela alemana permanecieron estacionarios en España durante toda la segunda mitad
del XIX, y que en buena medida rechazaba el clasicismo y a Roma en nombre de las nacio-
nes, Berlanga centró su atención en el mundo antiguo, consciente del papel de la epigrafía
en bronce como fuente del derecho y de la historia, mucho antes de que Roma o lo clásico
se pusiera de moda y marcara el cambio de tendencia a finales de siglo, mostrándose así epí-
gono del postulado dieciochesco de que lo medieval era un periodo de oscuridad y barbarie
frente a la superioridad de la cultura romana. Algunos de los autores del presente volumen
califican por ello a Berlanga, sin genero de dudas, como el máximo exponente de la Historia
Antigua, de la Arqueología y de la Epigrafía del siglo XIX en España. En efecto, en este cam-
po Berlanga lidera la primera vinculación española con la historiografía alemana, senda en
la que también incidirían Hinojosa y Torres, y por lo mismo cabe relacionarlo, como apunta
el profesor Pérez-Prendes en este volumen, con el fenómeno regeneracionista.
Típico hijo del siglo, Berlanga dirigió su atencion también hacia otros ámbitos históri-
cos. Señalemos, por ejemplo, su interés por la cuestión vasca. Asimismo fue él quien realizó
uno de los primeros planteamientos y aproximaciones –lo veremos en este libro– en un
campo complejo y difícil para la época como era la Protohistoria, concretamente el mun-

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 1
do fenicio e ibérico, en un libro clave en la historiografía del XIX, aunque poco conocido,
como es Hispaniae Anterromanae Sintagma (1881), calificado por Hubner en 1888 como
“el tratado mas completo, lleno de extenso saber y aguda crítica, sobre lo que se puede co-
nocer respecto a los más antiguos pobladores de la Península”. No olvidemos que Berlanga
tuvo la fortuna de que pasaran por sus manos algunos de los principales hallazgos arqueo-
lógicos de la época, como es el caso de la Lex Flavia Malacitana o el sarcófago antropoide
fenicio de Cádiz, descubrimientos que intentó siempre contextualizar y asociar con lo que
ofrecían las fuentes escritas.
No dejó discípulos directos Berlanga. Por esta y otras razones –algunas de las cuales se
analizan en la presente obra–, su trabajo ha sido injustamente minusvalorado, cosa que tam-
bién ha ocurrido con otros autores como Francisco María Tubino, cuya obra se ha rescatado
recientemente. En este sentido, baste decir que el homenaje que le tributó el Ayuntamiento
de Alhaurín el Grande (Málaga) en el año 2001 –localidad donde residió temporalmente y
murió– fue el único acto de reconocimiento científico-institucional que Berlanga ha recibi-
do desde su muerte, excepción hecha del que le rindió la Sociedad Malagueña de Ciencias
el 21 de abril de 1911.
La presente obra recoge, precisamente, las conferencias dictadas en aquella ocasión,
pero además suma otras aportaciones que amplían la temática entonces abordada, ofrecien-
do de este modo una mejor aproximación a esa multiplicidad de facetas característica de la
producción intelectual de Berlanga.
La obra se inicia con la emocionada carta de adhesión que el eminente romanista
Alvaro d’Ors, recientemente fallecido, nos remitiera para el homenaje de 2001.
Carlos Posac analiza el entorno histórico y social de Ceuta en el periodo en que allí
residió Berlanga (1825-1840).
Seguidamente el profesor Pérez-Prendes hace una reflexión sobre la figura de Berlanga
y su contribución a la Historia del Derecho, un recorrido por las relaciones con sus colegas,
con la Universidad, sus hallazgos metodológicos (lo considera pionero del concepto de la
microhistoria), la vigencia de sus lecturas epigráficas y las causas de su silenciamiento por
parte de romanistas e historiadores. Destaca el profesor Pérez-Prendes el mestizaje cultural
de su formación e ilumina su vida científica analizando para ello la etapa del joven Berlan-
ga (su interés por las Matemáticas; la posible influencia de su tío en su vocación jurídica, y
las intuiciones que ya apuntaban en su ejercicio de licenciatura), ofreciendo una panorámi-
ca de sus valoraciones culturales, desde la crítica al Diccionario de Madoz y a la Historia de
España de Modesto Lafuente a la reivindicación del marqués de Valdeflores, pasando por su
actitud ante el materialismo histórico o su rechazo del descripcionismo formalista.
El trabajo de Mauricio Pastor y Juan Antonio Pachón analiza una serie de aspectos
inéditos sobre la investigación arqueológica de la localidad de Osuna (Sevilla), derivados de
la actuación de Berlanga. Su obra Los bronces de Osuna (Málaga, 1881) supone la amplia-
ción de lo que se conocía sobre el derecho colonial latino, hasta entonces reducido a la ley
municipal flavia recogida en las tablas de Malaca y Salpensa, completándose de este modo
la información sobre la administración local en los primeros tiempos de Imperio Romano.
Este trabajo dio inicio en aquellos momentos a una serie de estudios (Hinojosa, Rada, Fabié,
Gago), que han tenido continuidad hasta el presente. Los autores detallan todo un proceso
que principia con esta publicación de Berlanga, y mediante una concatenación de hechos,

2 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
alcanza hasta la excavación francesa de 1903 en Osuna. Berlanga y su obra serían en este
sentido no solo el hilo conductor del proceso sino también a veces el sujeto agente, tanto
por su relación con la “Sociedad Arqueológica de Excavaciones y Excursiones de Osuna”,
como con las posteriores excavaciones de particulares que exhumaron las primeras escul-
turas ibéricas (sobre las que Berlanga había empezado a preparar un estudio), antecedente
inmediato de la intervención de Arthur Engel y Pierre Paris.
Juan Antonio Martín Ruiz y Alejandro Pérez-Malumbres abordan en su trabajo las apor-
taciones de Berlanga a la arqueología fenicia, el pilar fundamental de la contribución de éste
a la investigación protohistórica del siglo XIX. Se describen los estudios de Berlanga sobre los
hallazgos de Cádiz, Málaga, Vélez-Málaga, Almuñécar y Adra, y también la atribución que
hace de una cultura material a esta civilización –en una época en que muy poco era lo que
se sabía sobre la misma–, intentando así insertar los hallazgos arqueológicos en el marco his-
tórico que le proporcionan las fuentes de la antigüedad. En este sentido, Berlanga realizaría
la primera catalogación del sarcófago antropomorfo de Cádiz y de las figuritas funerarias de
uschbeti y reclamaría un origen fenicio para la factorías costeras de salazones, considerando
que los romanos se limitarían a continuar esta actividad. Destacan los autores también la tesis
de Berlanga sobre una colonización fenicia de Ibiza anterior a la llegada de los cartagineses,
cuestión confirmada por las recientes investigaciones, y su adhesión (aunque no explícita) a
las tesis de Bonsor sobre la colonización interior de Andalucia, aludiendo en concreto a su
teoría de que Cártama (Málaga) fue fundación libiofenicia (siglo VI a. C).
El trabajo de Virgilio Martínez y Alejando Pérez-Malumbres ilumina una de las facetas
más opacas del pensamiento de Berlanga: su reducida y negativa visión de Al-Andalus. Des-
de posiciones de defensa a ultranza de la cultura clásica, le vemos adoptar posturas inflexi-
bles en el debate que por aquellos años se ventilaba entre romanistas y medievalistas, entre
civilización (mundo romano) y barbarie (mundo musulman), entre raza semítica y raza
ariana; e incluso entre lo arabo/bereber frente a lo muladi/mozarabe en la configuración de
Al-Andalus. Este ambiente de maurofobia, que impregnaba a un sector de la intelectuali-
dad de la época, no impide a Berlanga, sin embargo, ser amigo de notables “orientalistas”
como Gayangos, Eguilaz, Simonet o Guillén Robles; ni hacer, por otro lado, en el terreno
de la arqueología y numismática andalusí, la primera referencia en la historiografía hispana
a una serie de cilindros tallados de hueso cuya funcionalidad no ha sido posible establecer
sino hasta fechas recientes. Asimismo repasan los autores la intervención de Berlanga en
la polémica sobre la antigua Iliberis y los orígenes de Granada, polémica aún candente en
la historiografia finisecular –en la que participan, entre otros, Eguilaz, los hermanos Oliver
Hurtado y Gomez Moreno– y que, como se sabe, hundía sus raices en las llamadas “falsifi-
caciones granadinas” de los siglos XVI a XVIII.
Enfocando zonas poco exploradas de la personalidad intelectual de Berlanga, Victor
Gallero, por su parte, realiza una disgresión sobre el concepto berlanguiano de la España
Prerromana y su conexión con la teoría del vascoiberismo, todo ello en relación con las
posiciones de otros historiadores significativos como Arturo Campión, Julien Vinson, Miguel
de Unamuno o Enrique Eguren.
El trabajo de María José Berlanga aborda tres cuestiones suscitadas por el proceso de
derribo de la muralla de la Alcazaba de Málaga. En primer lugar las relaciones de Berlanga
tanto con la Comisión de Monumentos de Málaga como con la Real Academia de la Histo-

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 3
ria (se incluye una expresiva carta a su amigo y académico Pedro de Madrazo), el interés de
Fidel Fita en los hallazgos y, al parecer, algún desencuentro con Berlanga por este motivo.
En segundo lugar, los derribos de la Alcanzaba se contemplan como una manifestación
tardía del interés anticuarista por la localización de los lugares citados en las fuentes. Así, el
interés de Berlanga por la topografía antigua de Málaga, confirmando su hipótesis de ubi-
car el núcleo más antiguo de la ciudad sobre el monte de la Alcazaba; y la localización de
Mainake o Menace al este de Málaga. Y en tercer lugar el concepto de método histórico de
Berlanga y su visión historiográfica de los autores que escribieron sobre Málaga.
Finalmente se recuperan también varios trabajos inéditos de Berlanga –uno de ellos,
el texto con el que obtuvo el grado de licenciado en Derecho, pieza clave para entender la
calidad intelectual del joven Berlanga–, se reeditan algunos artículos poco conocidos y se
publica por primera vez parte de su correspondencia con Rossi, Riaño, Cánovas del Castillo
y Hübner.
Como colofón, se reproduce el catálogo de la exposición bibliográfica realizada en
Alhaurín el Grande en 2001, en el que de una manera sencilla y accesible se ofreció una
rápida visión de las principales obras del autor.
En definitiva, la presente edición permite avanzar un paso más en el camino del co-
nocimiento de biografía intelectual de Manuel Rodríguez de Berlanga. Los nuevos aspectos
personales y del entorno que aquí se ofrecen creemos permiten restituirle definitivamente en
el papel que merece en la historiografía general y del Derecho del siglo XIX. Y, de paso, alzar
barrera al humano y diario bostezo del olvido (¿qué es, si no, la Historia?), una pretensión
que no nos surge de la simple melancolía ni obedece a un mero interés erudito, sino de la
convicción de que memoria e identidad son inseparables, de que solo quien sabe dar razón
de los muertos puede dar razón de vida a los vivos.
Por último, nuestro agradecimiento a las instituciones y autores, sin cuyo incondicio-
nal apoyo esta iniciativa nunca hubiera podido publicarse.

Los organizadores de las Jornadas

2 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
ESTUDIOS
CARTA DE ADHESIÓN AL HOMENAJE
A MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA

ALVARO D’ORS

Q
UIEN conozca algo de mis trabajos puede imaginar lo que Don Manuel Rodrí-
guez de Berlanga ha sido para mi larga vida de estudioso. Desde mi juventud
me interesé por sus obras y conservo con emoción algún libro suyo que com-
pré “de viejo”, incluso con la erudita caligrafía de una dedicatoria a un amigo
suyo. Luego, por el favor de mi antiguo maestro de bachillerato (antes de acce-
der él a la cátedra universitaria) Don Juan de Mata Carriazo, me cupo el privilegio, siendo
yo muy joven (1941), de dar a conocer al mundo científico los “Bronces de El Rubio”, pre-
ciosos fragmentos de la ley colonial de Osuna. Con esta enorme suerte, me vi encaminado
y comprometido en el campo de la epigrafía jurídica de la España Romana, a la que, años
después (1953), dediqué un libro que sigue siendo de frecuente referencia, a pesar del gran
progreso de los ulteriores hallazgos; hasta terminar con el diríamos “suculento banquete”
internacional de la llamada “Ley Irnitana”.
¡Cómo me hubiera complacido ver la acogida de mi viejo maestro a distancia, el
inolvidable Rodríguez de Berlanga, ante la actual evidencia de que esas leyes de Málaga
y Salpensa, a cuyo conocimiento tanto él había contribuido, no eran más que difusión de
una única ley municipal, dada originariamente por Augusto para los municipios de Italia, y
adaptada luego por Domiciano para los de España, de la que me he permitido hablar como
“Ley Flavia municipal”!
Con esta posterior contribución a las mal llamadas “leyes dadas”, insólitas en un mo-
mento histórico en el que ya no había “legislación”, vino a ser aquel maestro lejano el des-
cubridor de la auténtica “ley municipal romana”.
¿Cómo no unirnos hoy reverentemente a la memoria de tan ilustre predecesor? ¿Cómo
no sentir con nostalgia el aislamiento en el que él tuvo que trabajar, solitario en España y
mal considerado fuera, como simple “abogado malagueño”, por quienes iban a gloriarse
con lo que él les procuraba?
Es, pues, de justicia que se le rinda hoy este homenaje póstumo, y de que nos reconoz-
camos como epígonos suyos los que hubimos de seguir sus venerables huellas.

Pontevedra, 30 de agosto del 2001

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 7
CRÓNICA HISTÓRICA DE CEUTA
EN LOS PRIMEROS QUINCE AÑOS DE LA
VIDA DE MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA
(1825-1840)

CARLOS POSAC MON

E
L 25 de diciembre del año 1825 en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de los

Remedios de la ciudad africana de Ceuta recibió las aguas del bautismo un niño al
que se impuso el nombre de Manuel. Era hijo de Don Manuel Rodríguez de Ber-
langa Lassaleta y de Doña Rafaela Rosado Hudson, que habían contraído matri-
monio en la parroquia del Sagrario de Málaga el 24 de marzo del mismo año.
Según constaba en un padrón de feligreses de esa parroquia ceutí, correspondiente
al citado año 1825, el abuelo paterno del neófito, Don Mauricio Rodríguez de Berlanga,
Coronel de Ingenieros, habitaba en una casa situada en la calle Real, la vía urbana de mayor
relieve social de la ciudad, sin especificar su número. Con él vivían sus dos hijos, Manuel,
de 28 años de edad y Cesáreo de 26.
En el padrón del año siguiente se aclaraba que la vivienda del Coronel tenía el número
16 de la calle Real pero ya no estaba en ella su hijo Manuel, que aparece en páginas pos-
teriores en una relación de Ministros y Empleados del Real Hospital Militar como Director
interino de éste. Según datos recogidos por Manuel Olmedo permaneció en Ceuta hasta que
en 1840 pasó con su familia a Málaga1.
En los párrafos siguientes presentaré una breve reseña histórica y social de los acon-
tecimientos que tuvieron como escenario la ciudad africana en el curso de los quince años
primeros años de la vida de Manuel Rodríguez de Berlanga Rosado.
En aquel tiempo la plaza de Ceuta tenía la calificación oficial de Presidio, con la doble
significación de este término. Según dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua
se aplica a “una ciudad o fortaleza que se podía guarnecer de soldados” o bien a “un esta-
blecimiento penitenciario en que privados de libertad cumplen sus condenas los penados
por graves delitos”. A tenor de la primera definición Ceuta contaba con importantes unida-
des militares, prestas a defenderla de los asaltos de los belicosos vecinos marroquíes y como
cárcel, albergaba una importante población reclusa en la que un considerable porcentaje
correspondía a prisioneros políticos.
Los destinos de Ceuta estaban regidos por un Gobernador Militar que sumaba a su
autoridad castrense el mando de todos los resortes de la sociedad civil, exceptuando al esta-

1
OLMEDO CHECA, M. (1985), “Manuel Rodríguez de Berlanga: un hombre singular en la Málaga del siglo
XIX”, Jábega, 49, Málaga, pp.71-72.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 9
mento eclesiástico. En su toma de posesión el nuevo jerarca tenía en sus manos un bastón o
aleo con el que, según la tradición, el guerrero portugués Pedro de Meneses se comprometió
jactanciosamente a defender la ciudad, cuando en agosto de 1415 fue conquistada por el
rey Juan I. Desde enero de 1824 ocupaba ese cargo el Teniente General José Miranda.
El Gobernador presidía una corporación municipal organizada de acuerdo con un
modelo heredado de los tiempos en que Ceuta pertenecía al reino lusitano. La integraban
tres Regidores perpetuos, nombrados por el Rey, que anualmente se turnaban en el desem-
peño de los cargos de Juez de Ciudad, Almotacén y Síndico Procurador General. Cuando
vino al Mundo Manuel Rodríguez de Berlanga, integraban el Cabildo Municipal Pedro Car-
nicero, Teniente Coronel de Infantería agregado al Estado Mayor, Manuel Pavía, Capitán de
la Compañía de Caballería y un civil, Ignacio Huguet. Las Actas Capitulares que recogieron
las deliberaciones y decisiones del Cabildo Municipal constituyen nuestra principal fuente
informativa2.
En virtud de Real Orden del 27 de mayo de 1826 cesó el Gobernador Miranda y lo
sustituyó el Mariscal de Campo Juan María Muñoz, que hasta entonces desempeñaba el
cargo de Comandante General de la ciudad pontevedresa de Tuy, junto a la raya fronteriza
con Portugal. Tomó posesión el 6 de agosto con el ceremonial acostumbrado.
Entre los meses de abril y octubre de 1827 se produjeron graves disturbios en Cata-
luña promovidos por los llamados agraviados o malcontents. Fueron reprimidos con mano
enérgica y buen número de los comprometidos en ellos fue enviado a Ceuta. Tuvo notable
protagonismo en la revuelta una dama, Josefina de Comerford, Según la describe el historia-
dor Pirala era de gran hermosura, morena y natural de la plaza gaditana de Tarifa3. Análoga
referencia daba el novelista Pío Baroja en un breve artículo4. Ambas referencias son erró-
neas pues la dama en cuestión era ceutí.
El 12 de agosto de 1829 se celebraron solemnes funerales por el alma de la reina María
Amalia Josefa de Sajonia, tercera esposa de Fernando VII. El 27 de octubre del año siguiente
los duelos se trocaron en manifestaciones de alegría para festejar el nacimiento de la futura
Isabel II. Con asistencia de las autoridades y de numeroso público se celebró un solemne Te
Deum en la Catedral y al caer la noche se encendieron numerosas luminarias.
En octubre de 1831 tomó posesión un nuevo Gobernador, el Mariscal de Campo
Carlos Ulman que ocupaba igual puesto en la villa barcelonesa de Villafranca del Panadés.
Recibió muchas quejas por el excesivo número de tabernas existentes en la plaza, califica-
das de escuelas de vicio. Próximo a su final el año 1832, Su Excelencia fue enviado a otro
destino y tuvo como sucesor al Brigadier Mateo Ramírez de Arellano.
Se recibió en Ceuta una Real Orden fechada el 31 de enero de 1833 sobre la sucesión al
Trono de la jovencísima Isabel. Con tal motivo el 21 de febrero salió de las Casas Consistoriales
una comitiva con maceros y clarineros para comunicar al pueblo la novedad en los sitios acos-
tumbrados, por voz de un pregonero. Acompañaba al cortejo una música militar con un piquete
de soldados. Muchos balcones y ventanas estaban adornados con colgaduras. A primeros de

2
Archivo Central de la Ciudad Autónoma de Ceuta, Actas Capitulares 1825-1840.
3
PIRALA, A., (1984), Historia de la Guerra Civil y de los partidos liberal y carlista, Madrid, vol.I, p.58.
4
BAROJA, P., (1948), “Fantasmas de Tarifa”, en Obras Completas, Barcelona, vol.V, pp.762-766.

3 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
octubre de ese mismo año llegó la noticia del fallecimiento de Fernando VII y con pocas horas
de diferencia se celebraron sus exequias y la proclamación como soberana de su hija Isabel.
Estalló la primera Guerra Carlista y el conflicto tuvo gran repercusión en Ceuta. El 21
de marzo de 1834 el Gobernador Mateo Ramírez de Arellano comunicó al Cabildo que
se tenían noticias fidedignas de que un Canónigo de la Catedral septense, Andrés Claudel,
mantenía contactos con agentes del Pretendiente.
El Brigadier Ramírez de Arellano fue ascendido a Mariscal de Campo y destinado al
Ejército de reserva de Castilla la Vieja, Le sucedió el Mariscal de Campo Carlos Espinosa
de los Monteros que tomó posesión el 17 de mayo de 1835. Pocas semanas después, en
la tarde del 24 de junio, presidió una novillada celebrada para festejar el cumpleaños de la
Reina Regente. Ese día se dio un cuartillo de vino a los soldados de la guarnición.
El 4 de septiembre se anunciaba que un batallón del Regimiento de Ceuta pasaba a
Valencia para combatir contra los facciosos. Hubo dificultades a la hora de sufragar los
gastos que implicaba su desplazamiento a la Península. Antes de que terminara ese mes el
Gobernador recibió orden de ponerse al frente de tropas concentradas en Sevilla. Le susti-
tuiría el Mariscal de Campo Joaquín Gómez y Ansa
A comienzos de agosto de 1836 en diversos puntos de España y, particularmente, en
Andalucía estallaron movimientos sediciosos promovidos por los partidarios de restablecer
un gobierno liberal, que culminaron en la madrugada del 13 de ese mes, cuando se pro-
dujo el llamado motín de La Granja que obligó a la Regente María Cristina a restablecer la
Constitución de 1812.
Desde el inicio de los desórdenes las tropas de Ceuta se habían sumado a la revuelta
y en la noche del 7 de agosto colocaron una lápida en la plaza principal de la ciudad en
honor de la Constitución de Cádiz. Por cierto que en aquel tiempo los militares de la guar-
nición local llevaban cuatro meses sin cobrar sus sueldos.
En septiembre por enfermedad del Gobernador tomó su puesto el Mariscal de Campo
Francisco Sanjuanena. El 1 de enero 1837 hubo relevos en la nómina de los llamados Alcal-
des de barrio. Uno de los cesados fue Manuel Rodríguez que tenía a su cargo el distrito de
la calle Real. Aunque no se consignaba su segundo apellido es muy probable que se tratara
del padre del futuro arqueólogo.
Sanjuanena cesó en su cargo y el 27 de septiembre de 1837 tomó posesión como
Gobernador el Brigadier de la Real Armada Bernardo Tacón. Al comenzar su mandato tuvo
que enfrentarse con ciertos problemas provocados por los fronterizos y supo darles solucio-
nes satisfactorias.
El 3 de noviembre de 1837 en una sesión del Cabildo Municipal fue presentada una
solicitud al Gobernador para establecer bajo la tutela del Ayuntamiento una cátedra de Latini-
dad y otra de Filosofía y que sus títulos fueran reconocidos en las Universidades. Ese proyecto
serviría “para el adelanto de las luces y del saber que hacen la felicidad de los estados”.
Próximo a su término el año 1837 hubo cambio de Gobernador y tomó posesión del
cargo el Brigadier José María Rodríguez de Vera. Su mandato se prolongaría hasta el año
1844, fuera ya de los límites cronológicos fijados a este trabajo.
La Guerra Carlista seguía en diversos puntos de España. En Ceuta estaban confinados buen
número de partidarios del Pretendiente y no faltaban simpatizantes de su causa entre los milita-
res de la guarnición local, que conspiraban en secreto. Según cuenta el historiador Tomás García

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 1
Figueras, el 10 de octubre de 1838 se celebraba en el teatro local un baile de máscaras para
festejar el cumpleaños de Isabel II. Parece ser que en el curso de las danzas uno de los compro-
metidos en la trama subversiva se fue de la lengua y la noticia llegó a oídos del Gobernador.
Rodríguez de Vera convocó a los jefes de la guarnición y les ordenó que hicieran
investigaciones. El Coronel Joaquín Masó Miranda y Ojanguren que mandaba el Regimiento
Fijo de Ceuta informó que algunos de sus hombres pensaban apoyar como rey de España al
autoproclamado Carlos V. Fueron arrestados un Teniente, unos Sargentos y unos Cabos. El
Oficial fue enviado a la Península y solamente un Cabo fue sometido a sumario. Se tuvieron
sospechas de la lealtad del Coronel Pablo Valiñani5. Sospechas que no debieron confirmarse
pues mantuvo su cargo de Teniente de Rey, es decir, segundo jefe militar de la plaza, hasta
que a comienzos del año 1839 fue destinado a La Coruña.
Un Acta Capitular fechada el 4 de febrero de 1839 da cuenta de la publicación de un
bando del Gobernador declarando el estado de sitio por haberse comprobado la existencia
de una trama rebelde con el propósito de proclamar como legítimo soberano al Príncipe
rebelde. Se formó un Consejo de Guerra para juzgar con carácter sumarísimo a los conspi-
radores. El estado de sitio se mantuvo hasta bien entrado el verano.
El 31 de agosto de 1839 con el Abrazo de Vergara, se puso fin a la guerra civil y tal
acontecimiento fue celebrado en Ceuta con diversos festejos. Se repartió una libra de carne
y un cuartillo de vino a la tropa y se distribuyeron piezas de pan a viudas y pobres.
En la mañana del 7 de septiembre de 1840 el Gobernador convocó a los jefes de las
diversas unidades de la guarnición y les comunicó que en Madrid se había levantado el ejér-
cito para defender la Constitución aprobada en 1837, a la Reina y a su madre, amenazadas
por los hijos espureos de la Patria. Todos se mostraron dispuestos a sumarse al alzamiento.
Es posible que en aquel tiempo la familia Rodríguez de Berlanga ya hubiera dejado
Ceuta para instalarse en Málaga.

5
GARCÍA FIGUERAS, T., (1971), La ocupación carlista de Melilla (1838-189)), Madrid, pp.12-13.

3 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
VIDA Y OBRA DE DON MANUEL
RODRÍGUEZ DE BERLANGA

JOSÉ MANUEL PÉREZ-PRENDES MUÑOZ-ARRACO


de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo

E
Ldía 22 de octubre de 1976, ya en los últimos momentos de mi gestión como
Decano de la Facultad de Derecho granadina, fui invitado por el Ilustre Colegio
de Abogados de Málaga, a participar en los actos en que se conmemoraba el
segundo centenario de su fundación. Elegí hablar de la vida y obra del jurista
e investigador malagueño (aunque nacido en Ceuta) don Manuel Rodríguez de
Berlanga y Rosado (1825-1909).
El tema resultaba entonces novedoso porque, como luego señalaré, no eran dema-
siados los materiales de los que se disponía en esos momentos para abordar historiográfi-
camente su significación intelectual y sólo se le conocía muy poco y dentro de un ámbito
también reducido, el de los iurishistoriadores1. Por otra parte la Universidad malagueña ape-
nas había iniciado su andadura institucional y parecía útil proponer temas de investigación
que facilitasen su encarnación en la ciudad. Como puede preciarse mi propuesta era sen-
cilla, pero muy pocas veces un esfuerzo tan liviano ha tenido un resultado tan importante.
Concluía yo mi intervención alentando:

“en el nombre de este Colegio de Abogados, de esta ciudad y de su Universidad, a los


jóvenes que aquí veo, para que aquí, donde tanto hay que trabajar para crear una tradi-
ción universitaria, volváis los ojos a Berlanga y trabajéis con su espíritu, no sólo para ree-
ditar sus obras sino también a fin de que el espíritu de este malagueño crítico y duro, que
tan fácilmente puede suscitar una primera y falsa impresión de antipatía, os impregne de
su profundo mensaje crítico, en demanda de eso tan verdadero, triste y cierto, como es
practicar la investigación y conocer la realidad de su estado, más allá de las apariencias
en que muchos se refugian. Sólo la libertad de crítica que Berlanga reclamaba, nos hará
eficaces en ese sentido”2.

1
Puede verse el estado de la cuestión en aquellos momentos consultando los trabajos de Manuel Olmedo
Checa, “Manuel Rodríguez de Berlanga: un hombre singular en la Málaga del XIX”, en la revista Jábega 49. 1,
1985 y en sobre todo en su “Introducción” a la edición facsímil de la obra de Berlanga (1864) Monumentos
históricos del municipio Flavio malacitano, publicada por la Diputación de Málaga en el año 2000. Sería muy
útil que este incansable investigador ofreciese al gran público una publicación separada de sus conocimientos
sobre nuestro autor, con un libro que recogiese su biografía, que él conoce tan detalladamente.
2
Utilizaré en este texto el esquema general y si acaso alguno (pocos) de los fragmentos de aquella conferen-
cia que, como tal no se publicará ya. Si puedo hacer eso, es gracias a Alejandro Pérez-Malumbres Landa,

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 3
Desde esas palabras ha crecido muchísimo en calidad nuestro conocimiento de Ber-
langa, pues antes solo circulaban los restos disponibles de su labor editorial directa, cada
vez más escasos, únicamente habían aparecido unas cortas referencias a su labor y a eso se
podían añadir solamente unas muy pocas reediciones de textos suyos3. Ahora en cambio,
entre las piezas más significativas, además de los trabajos de Olmedo Checa que acabo de
citar, disponemos de no solo más reimpresiones, sino de los cuidadosos estudios contenidos

que ha asumido el infinito esfuerzo de ayudarme, palabra por palabra, a restaurar su sentido originario, a
partir del incomprensible texto que se editó en 1983 y de mis recuerdos. Yo no leí en el acto de 1976 un
texto escrito de antemano, sino que desarrollé oralmente un simple guión. Casi siempre ha sido esa mi
costumbre, fijando después la forma escrita final que correspondiese, una vez conocida la reacción del
auditorio y las observaciones que pudiesen dirigirme personas competentes en el tema expuesto. Además,
posteriormente al envío a la imprenta de esa forma última, siempre procuro corregir las pruebas y darlas
a leer a alguien que goce de mi confianza personal y científica. Nada de esto se observó en el caso cita-
do, imprimiéndose una grabación cuyos resultados yo desconocía. Es obvio que su transcripción se hizo
al oído de personas, no ya legos del tema, cosa natural, sino carentes de una elemental cultura general.
Añádase que jamás se me envió esa transcripción para corregirla y tampoco se me advirtió nunca de la
publicación, de modo que yo sólo tuve noticia de su aparición durante la reunión de Alhaurín el Grande,
en octubre de 2001. La restauración del discurso originario, hecha por Pérez-Malumbres Landa y por mí,
y que voy a manejar aquí, queda, si es que encierra algún valor, cosa que no creo, para uso doméstico,
no tanto mío, como suyo y del resto de los amigos comunes que trabajen sobre Berlanga. Agradezco viva-
mente la amabilidad con la que ilustres investigadores berlanguistas, como el ya citado Manuel Olmedo
Checa, han hecho referencias y citas a diversos pasajes, no demasiado incorrectamente impresos, de la
versión publicada, pero debe quedar claro que, en conjunto, no puedo reconocer ese impreso como re-
flejo (ni siquiera en forma lejana o parcial) de lo por mí dicho en aquel acto. Por eso advierto a cualquier
lector de la amplia inviabilidad de tal edición, indebidamente hecha, expresando sin matices mi inexis-
tente disposición, no ya a valorar críticas, sino incluso a no aceptar diálogo alguno sobre ningún punto
de su contenido.
3
Casi todas la lecturas epigráficas de tipo jurídico hechas por Berlanga-Hübner fueron reproducidas, en la
Historia de España fundada Ramón Menéndez Pidal (y entonces todavía dirigida por él), concretamente
en su vol. II, “España romana” (al que cito por la segunda edición ampliada que apareció en 1955) en
los capítulos redactados por mi maestro Manuel Torres López, pero se da la extraña circunstancia de que,
pese a las referencias personales e inequívocas, contenidas en el texto de Torres, Rodríguez de Berlanga
no aparece el índice alfabético de la obra. Ahí Torres se mantiene en la misma línea de juicios que ya
había vertido sobre Berlanga en la década de los treinta del siglo XX y a los que luego aludiré. Un frag-
mento de la obra de Rodríguez de Berlanga cit., sup., nota 1 de este escrito, apareció en Málaga, 1969,
conteniendo solo la Lex Flavia Malacitana y bajo ese título, precedido de una nota preliminar de Jesús
Gómez Ros. Más elaborada fue la aportación hecha también en Málaga en 1972, por Rafael León Porti-
llo y Alfonso Canales Pérez, quienes escribieron una introducción, reeditaron la misma Lex y revisaron
su traducción, anotándola. Se ha acusado a ambas ediciones y sobre todo a la segunda, por su mayor
empaque científico, de no utilizar la Epigrafía jurídica de la España romana, de Álvaro d’Ors, que había
aparecido en 1953, pero se trata de una crítica demasiado rebuscada; d’Ors no incluye traducción de
las piezas latinas y la innovación que hace con sus observaciones textuales a las lecturas de Berlanga-
Hübner es mínima, de modo que León y Canales se movían en ámbitos distintos de los d’Ors. Éste se
dirigía a un público de especialistas en Epigrafía jurídica romanista tan reducido, que ni siquiera incluía
a todos los iurisromanistas; aquéllos, a un público culto en general y mientras d’Ors resaltaba muy poco
la labor de Berlanga; Gómez Ros, León y Canales, procuraban destacarla. Así las cosas, es de elogiar que,
sobre todo los dos últimos, tuvieran la elegancia de no entrar en polémicas con el romanista. A todo eso
hay que añadir, por otra parte, que en 1973, se publicó la primera reimpresión de Malaca, que se cita
aquí más abajo en la nota 6.

3 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
en ellas, como son los casos de Los Bronces de Osuna4; del Catálogo del Museo Loringiano5;
de Malaca6; de los trabajos de Víctor Gallero Galván7 de los presentados con ocasión de la
reunión de Alhaurín el Grande en 2001, etc. No se ha agotado la labor posible8, pero en ello
se está y desde luego es muchísimo lo avanzado desde 1976.
Cuando repaso los datos y valoraciones biográficas de don Manuel Rodríguez de Ber-
langa, que todos esos especialistas ofrecen hoy, creo que la vertebración esencial que liga
toda la información disponible nos lo muestra dotado de un interesante mestizaje cultural,
ordenado sobre cuatro referencias vitales que resultan primordiales en su vida: su estirpe
familiar, su vocación jurídica, su radicación malagueña y su talante agudamente crítico, no
siempre acertado.
Como es bien conocido, si nació en Ceuta un día de Navidad, su familia originaria y
política (así como sus amistades predominantes) estaban ligadas primordialmente a Málaga,
pues aunque con vínculos por línea paterna con el espacio gaditano-sevillano, la línea de
su madre, Rafaela Rosado de Hudson, era malagueña, con sus abuelos Dolores Hudson y

4
Málaga, 1873, la reimpresión apareció en Granada, 1995 y contiene un interesante Estudio preliminar, debi-
do a Juan Antonio Pachón Romero y Mauricio Pastor Muñoz, del cual es de destacar entre otros aspectos, su
útil listado de “Obras inéditas y publicadas” debidas a nuestro personaje (pp. XXX-XXXI). Esa lista, junto con
el Catálogo, que se cita aquí en la nota 7 de este escrito, amplían mucho la información obtenible en la Enci-
clopedia Espasa, los repertorios de Riaza y de Torres, que se citan aquí en las notas 17 y 16 y en el repertorio
http://www.bne.es “Ariadna”. Yo me felicito mucho de esas iniciativas pues precisamente en la conferencia
de 1976 había señalado expresamente la necesidad de “hacer una bibliografía crítica de Berlanga, porque
al publicar él sus propias obras, en ocasiones distintas, en ediciones que guardan entre sí grandes variantes,
resulta que no sabemos muy bien ni lo que publicó, ni dónde, ni cómo, ni si quedan olvidadas otras cosas
que haya publicado”.
5
Málaga, 1903, la reimpresión apareció en Málaga, 1995, con un muy valioso Estudio preliminar debido al
gran especialista de la Antigüedad clásica Pedro Rodríguez Oliva. Esta obra debe relacionarse con la de En-
carnación Serrano Ramos y Rafael Atencia Páez, Inscripciones latinas del Museo de Málaga, Madrid, 1981.
6
Málaga, 2001. Se forma originariamente con estudios publicados en Barcelona, 1905-1908 que fueron reim-
presos reunidos por primera vez en Málaga en 1973. En el Estudio preliminar, debido también a Pedro Rodrí-
guez Oliva, se hace la historia de la dilatada elaboración del conjunto y de las dos dificultosas reediciones de
la obra.
7
Alhaurín-¿Iluro?, edición especial con comentarios de Víctor Gallero Galván, Alhaurín el Grande, 2001, del
texto incluido en la serie citada aquí en la nota siguiente. También se debe al mismo autor el Catalogo de la
exposición bibliográfica dedicada a Berlanga en Alhaurín el Grande, 2001, obra que debe manejarse junto
con la relación de Pachón-Pastor, citada en la nota 4 de este escrito.
8
Me refiero especialmente a la serie de sus Estudios epigráficos, que contiene temas tan importantes como sus
bio-necro-bibliografías de Emil Hübner (1901); el texto sobre Alhaurín citado aquí en la nota anterior (1900);
un estudio sobre los manuales de numismática clásica (1896); las pequeñas inscripciones jurídicas romano-
hispanas (1902, para mí uno de sus estudios de más calidad); algunas comunicaciones y cartas sobre piezas
diversas (1903); y sus opiniones sobre la antigüedad peninsular, expuestas con motivo de sus comentarios a
Luis Siret, bajo el titulo “Estudios históricos; Herrerías y Villaricos” (1908). Todos ellos se publicaron origi-
nariamente en la misma sede que el conjunto denominado Malaca, aquí citado en la nota 7. No menos útil
sería la reimpresión comentada de sus estudios sobre las piezas de Itálica, Lascuta, Bonanza, Aljustrel, etc.,
así como una exposición orgánica de su visión histórica de la Baetica, dispersa en su trabajos sobre materiales
concretos. O también la edición en fascículos o pequeños libros de temas que tocó con agudeza, pero de los
cuales se tiene poca conciencia en general de que existen y son interesantes, como sus bibliografías comen-
tadas, que podrían entresacarse y ponerse al día, o sus estudios institucionales, etc. En cualquier caso existen
muchas “berlanguianas” que recuperar.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 5
Francisco de Paula Rosado. Ese vínculo se reforzaría al casarse (1874) con Elisa Carolina
Loring Oyarzabal. Amigo por fin de personas como Antonio Cánovas del Castillo, etc., toda
su vida está realmente impregnada de vinculación a Málaga, de lo que es símbolo la tarea
de concebir y dirigir científicamente del Museo loringiano en la finca de la Concepción.
Pero, en mi entender, ni estirpe ni radicación malagueñas agotaron su horizonte vital.
Esa tierra y su principal ciudad fueron el lugar de su anclaje en el mundo, pero desde allí
miró, visitó, participó, renegó y admiró, hacia, en y sobre, horizontes muy diversos. Univer-
sitariamente hablando, estudió en Granada y en Madrid. Convertido ya en un profesional
del Derecho y en un investigador de la Historia, especialmente la jurídica, es cierto que
siempre vivió y trabajó en Málaga-Alhaurín el Grande, pero no lo es menos que visitó Ale-
mania, donde de joven había vivido algún tiempo su mujer, y mantuvo habituales contactos
con sabios españoles y extranjeros, especialmente, aunque no solo, alemanes, todos ellos
muy conocidos y trascendentes a su tiempo9.
Si algunos de sus antecedentes familiares influyeron probablemente lo necesario para
decidirle por seguir el camino del Derecho, de otro lado quizá las raíces paternas, vincula-
das a la disciplina militar, pudieran ser las que, además de prepararle para volar más allá de
los localismos excesivos, le propiciaron el cuarto rasgo característico en él durante toda su
vida. Me refiero a su evidente exigencia crítica. De “furibundo censor” le ha calificado con
acierto Manuel Olmedo Checa.
En verdad, a veces (muchas veces) es certero. Pero siempre tiene un deje agrio y hasta
en ocasiones (no demasiadas) sus críticas son desafortunadas. Valga como exoneración, no
obstante, que las proyecta tanto sobre los demás, como sobre sí mismo, auto criticándose
y rectificando, si es que alguna vez se veía incurso –no muchas veces por cierto– en algún
error, y lo hace con la más absoluta de las tranquilidades de ánimo. Cuando se advierta en
sus textos que nunca llega a condescender con nadie, debe recordarse que otro tanto hacía
consigo mismo.
Se podrán oponer matices a ese rápido perfil que acabo de trazar y los acepto de
buena gana, pero me parece que no se puede borrar lo esencial del dibujo presentado, que
por otra parte no debe perderse nunca de vista cuando se hable o escriba de un personaje
tan difícil y complejo como fue nuestro autor.
Corresponde ahora preguntarnos cómo ha sido recibida su obra en el contexto de los
investigadores que trabajaron sobre cuestiones análogas a las que él tocó. Fijémonos que he
dicho “análogas” y no “iguales”, porque entiendo que ahí se albergan las raíces de ciertos
desencuentros que, pasados los tiempos de los celos personales al extinguirse las personas,
resultan enquencles frutos de vanidades, como ocurrió con la camarilla de Fidel Fita en la
Real Academia de la Historia, tema del que me ocuparé aquí enseguida.
Para fijar el espacio lo mejor posible cabe preguntarse en qué especialidad científica
cabe situar a Berlanga. Cierto que en las humanidades y en las ciencias sociales los espa-
cios son muy abiertos y no es seguro acertar si se encasilla demasiado, pero siempre hay
vectores que dirigen primordialmente la obra de cualquier investigador. Diríamos así que, si

9
Todo eso es bien conocido, pero resulta muy expresivo leerlo en sus propios textos, como ocurre en las pági-
nas que dedicó a Hübner en los Estudios citados aquí en la nota anterior.

3 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
en principio y de modo general es un especialista de la Historia Antigua, cabe precisar más,
señalando dentro del amplio margen correspondiente al dominio de lo sabido en su tiempo
acerca de la Antigüedad clásica y peninsular, que parece indiscutible la mayor fama de la
obra científica de Berlanga en su andadura investigadora sobre temas de Derecho romano y
de Historia del Derecho español.
Sin embargo, frente al interés puesto en su estudio por los especialistas actuales en Histo-
ria antigua, como Pedro Rodríguez Oliva, no resulta discutible que los romanistas lo han olvi-
dado pronto y hoy ya por completo10 y que los iurishistoriadores le han otorgado, a lo sumo, un
lugar secundario en su espacio propio. Si del olvido romanístico solo se puede fijar su realidad,
es posible considerar algo más acerca de su papel en el segundo de estos dos campos.
Por lo que a la Historia jurídica se refiere me atrevo a afirmar que buena parte de la
responsabilidad de se haya llegado a ese semi-olvido corresponde a la fama y prestigio de
quien, con justicia, pasa por ser el fundador de la investigación científica en España, el gra-
nadino, más tarde catedrático en Madrid, Eduardo de Hinojosa y Naveros (1852-1919).
En 1976 sostuve que, por alguna razón que entonces desconocía, Hinojosa y Berlanga,
que fueron casi coetáneos, no se debieron llevar muy bien. Solo se podía adivinar algo así como
un perfume diferente en las siluetas personales de ambos. Estaba claro que eran personas muy
distintas entre sí. Aun dentro de unos posicionamientos vitales que se mueven paralelamente,
como puede ser el hondo cristianismo de ambos, era constatable ya en un primer término, que
el granadino se comportó como alguien que expresaba mucha menos actitud crítica hacia lo
socio-político de su tiempo, que el malagueño, y eso es solo el principio de las diferencias.
Hinojosa aceptó, e incluso solicitó, cargos políticos de relevancia y dificultad como
Gobiernos civiles11, mientras que Berlanga optó por una clara “aversión a la política”, en
afortunada frase de Olmedo Checa. Por otra parte, si el conservadurismo y un cierto servi-
lismo a ciertas autoridades, como las personas reales, se hacen muy patentes en Hinojosa,
en general Berlanga no deja de exhibir tintes más liberales, y su crítica hacia quienes gobier-
nan y son gobernados, no conoce muchas excepciones, como lo prueban sus amargas pala-
bras al respecto, sobre todo después del sexenio revolucionario12
Había, sin embargo, algo que parecía unirlos, me refiero al ámbito de lo científico:
Berlanga e Hinojosa fueron ejemplo de exactitudes al manejar los conocimientos científicos
de los que se disponía en su tiempo. Y aquí es donde la actuación del segundo respecto del
primero, empieza a resultar sorprendente.
Había algo, para mí raro, dentro de la habitualmente esmerada pulcritud hinojosiana,
en la descripción y la valoración de los elementos del debate científico, al escribir sobre
Berlanga. Precisamente ante autores como Hinojosa, donde cada palabra está tasada en una
medición de milímetro, es donde la lectura pausada puede descubrir cosas que no se dicen

10
Salvo menciones de pasada en algún manual de la asignatura, como es el caso de Ursicino Álvarez Suárez,
Instituciones de Derecho romano, I, Madrid, 1973, pág., 138. Pero más significativo resulta el diccionario
titulado Juristas universales, de Rafael Domingo (ed., téngase en cuenta que se trata de un iurisromanista)
Madrid- Barcelona, 2004, donde Berlanga está ausente, pese a la desmesurada amplitud de la obra.
11
Cfr., Alfonso García-Gallo, “Hinojosa y su obra”, en el vol. I, págs. LI y ss., de la edición de las Obras de éste,
iniciada en Madrid, 1948, empresa reeditora que no llegó a concluirse.
12
Cfr. Pachón Romero-Pastor Muñoz, op., cit., pp. XLII

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 7
explícitamente, pero adivinables. Este me pareció ser el caso de sus opiniones sobre Ber-
langa y supuse que sería culpable, quizá inconscientemente, de conclusiones desviadas por
parte de otros cuando le leyeron deprisa. Pero veamos primero los textos a que me refiero.
Cuando en 1880 Hinojosa escribe sobre la Historia del Derecho romano, nos informa
algo acerca de la ley colonial de Urso y con más detalle sobre las municipales de Salpensa
y Málaga, diciendo sobre éstas que:

“La gloria de haber dado a conocer al mundo sabio estos notables documentos y de haber
sido el primero en ilustrarlos, corresponde de derecho al Dr. D. Manuel Rodríguez de Ber-
langa, tan benemérito de la epigrafía jurídica romana. El trabajo del Dr. Berlanga, intitu-
lado Estudios sobre los dos bronces encontrados en Málaga a fines de Octubre de 1851, se
publicó en Málaga en 1853. Posteriormente, en 1855, dio a luz Mommsen (…) un extenso
comentario a éstas leyes (…) Los fútiles argumentos empleados para combatir la autenticidad
de estos monumentos por Laboulaye (…) fueron refutados victoriosamente por Giraud (…) y
por Ardnts (…) El señor Berlanga publicó nuevamente el texto de ambas leyes, ilustrándolo
en muchos puntos, en sus Monumentos del municipio Flavio Malacitano, Málaga, 1864” 13.

Siete años más tarde, revisó esos sus datos primeros, ofreciendo una nueva redacción,
ahora sobre el conjunto de las tres leyes, para decir de Berlanga lo siguiente:

“Sacó a luz y comentó por primera vez el texto de las tablas [de la ley de Urso] encon-
tradas en 1870 [que consistía en los capítulos 91 a 106 y 123-134] D. Manuel Rodríguez
de Berlanga en su libro los Bronces de Osuna, Málaga, 1873. Publicáronlo de nuevo
Mommsen y Hübner con un excelente comentario (…) Giraud, (…) Bruns (...) y Camilo
Re, imprimieron y comentaron también los mencionados capítulos.
Los capítulos 61[a 69 y 69 a]-82 [aparecidos probablemente en 1875] fueron publi-
cados e ilustrados primeramente por Giraud (…) en Noviembre de 1876. En el mes de
Diciembre de aquel año imprimió el Sr. Rodríguez de Berlanga el texto y la traducción
de estos nuevos fragmentos, a cuyo examen consagró después su obra Los nuevos bron-
ces de Osuna, que vio la luz pública en Junio de 1877. Hübner y Mommsen dieron a
luz y comentaron los nuevos Bronces en Diciembre de 1876…y casi al mismo tiempo
comentamos el Sr. Rada y Delgado y yo dicho texto legal”.
“Publicó por primera vez ambos textos [se refiere ahora Hinojosa a los de Salpensa y
Malaca] D. Manuel Rodríguez de Berlanga en su opúsculo Estudios sobre los dos bron-
ces encontrados en Málaga a fines de Octubre de 1851, Málaga 1853. Los dio a luz de
nuevo con más corrección, acompañados de un excelente comentario y con nueva
revisión del texto, Teodoro Mommsen”14.

13
Historia del Derecho romano según las más recientes investigaciones, Madrid, año indicado. Incluyo un extracto
de la nota 3, vol., I .pág., 250. En la pág. 190 de la misma obra se refiere a la Ley de Urso, sin indicar otra cosa
que se encuentra en parte en el Museo loringiano y en parte en el Arqueológico Nacional de Madrid.
14
Historia general del Derecho español, Madrid, 1887, vol., I (único publicado) incluyo aquí extractos sucesivos
de las notas, 2 en la pág. 145 y 1 en la pág. 146. Las palabras entre corchetes son mías.

3 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
No creo que se me acuse de exagerado si interpreto que, comparando ambos textos
se descubre el paso de un claro elogio a Berlanga, que es lo que se hace en el primero, con
citas que le presentan como afortunado descubridor, y competente editor y comentarista
de las leyes de Salpensa y Málaga, a una desvaída mención limitada a reconocerle solo el
primer mérito. Ahí ya se dejan todos los demás en exclusiva para Mommsen, con esa frase
relativa a que el trabajo de éste encerraba “más corrección que la primera vez”, es decir, la
realizada por parte de Berlanga.
Pero hay más, a esa restricción se añade, respecto de la ley de Osuna, el solo recono-
cimiento de la prioridad berlanguista en el mero hecho de publicar las dos primeras series
de sus capítulos. Se omite cualquier mención de calidad en su reconstrucción textual y sus
comentarios de esa publicación, temas que se zanjan explícitamente a favor de los extran-
jeros e implícitamente en pro del propio Hinojosa, junto con Rada y Delgado. Por fin, la
puntillosa datación de los meses, deja traslucir la idea de que Berlanga podría haberse apro-
vechado del trabajo de Giraud. No se contenta Hinojosa con reconocer (no podía negarlo)
la prioridad editora de Berlanga. Buscó, según sostuve en 1976 y con insidia cierta, echar
cuantas gotas de restricción pudo a ese aplauso inevitable y desde luego borró cuanto pri-
mero había añadido en su elogio como editor y comentarista.
Faltaba sin embargo la prueba explícita de esa torcida intención. En el año 2000 la inves-
tigación de Olmedo Checa en las cartas cruzadas entre Berlanga y su amigo Juan Facundo
Riaño demostró la existencia de unos evidentes celos hacia Berlanga que protagonizaban en
esas mismas fechas en que Hinojosa escribía, la camarilla de Fidel Fita y Aureliano Fernández
Guerra y Orbe, albergada en la Real Academia de la Historia15. Basta ojear la biografía de Hino-
josa antes citada16 para añadir otro dato, la presencia del granadino en esa célula y su personal
amistad con el segundo de los citados, con el que llegó a colaborar en trabajos conjuntos.
Esas conexiones explican bien la ramplona rectificación de Hinojosa, actitud que le
deja en un poco honroso lugar. Ciertamente podríamos plantearnos que, si eso es así, y
dado el carácter del malagueño ¿cómo fue que Berlanga no se reivindicó amplia y directa-
mente frente a las turbias, pero muy precisas, manifestaciones de Hinojosa? Desde luego no
cabe pensar que no se diese cuenta de ellas. Sin embargo no parece difícil responder que la
lógica de los hechos explica su reacción. Quien más directamente había saltado a intentar
lograr monográficamente, en público y por escrito, el desprestigio científico de Berlanga fue
Antonio María Fabié y hacia él debía dirigirse forzosamente la reacción del aludido.
Pero había dos cosas más. Una: hacerse eco de lo dicho por Hinojosa, en el espacio
siempre secundario de unas notas de pie de página de libros distintos y separados en el
tiempo, es más bien tarea de terceros que del aludido, pues si éste realiza esa labor de bus-
car, comparar y contestar, siempre corre el riesgo de parecer un engolado hipersensible.
Otra: el granadino, desdiciéndose de su primera opinión, había introducido una compa-
ración entre el trabajo de Berlanga y el de Mommsen y Hübner, a quienes todo el mundo
conocía como amigos de aquel. Como era innecesario desde el punto de vista científico
que Hinojosa se revisase a sí mismo en los términos en que lo hizo, por eso mismo queda

15
Cfr. op. cit. sup., nota 1 de este escrito, págs. 100 y ss.
16
Cfr. op. sup. nota 11 de este escrito.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 9
patente la diabólica trampa tendida a Berlanga. Éste para reivindicarse habría tenido que
auto elogiarse comparándose con personas de cuya amistad siempre disfrutó e hizo exhibi-
ción notoria. Por supuesto no cayó en tan erróneo comportamiento.
No queda este asunto reducido al descubrimiento de una inesperada miseria en quien
siempre ha pasado, como Hinojosa, por honesto y sabio. Errores y mezquindades los hemos
cometidos todos y miente o es tonto quien lo niegue. No por ellos se puede descalificar un
conjunto de hechos y trayectorias de calidad y amplio vuelo, como es el caso de la anda-
dura personal y científica de Hinojosa.
Pero sí es de destacar aquí la intoxicación, que resulta más duradera de lo previsto y
deseado cuando, al servicio de intereses o amistades personales se urden maniobras como
ésta, pues la realidad subterránea que las mueve acaba por perderse en la memoria de las
gentes que, para empezar, nunca tuvieron una información seria cerca de los motivos reales
que impulsaron a escribir. Pero lo escrito, escrito queda y subsiste más allá de sus causas. Si
el contaminado por ellas, en este caso Hinojosa, alcanza con justicia, pero por otro tipo de
actuaciones, el respeto intelectual de muchas generaciones, las palabras que con injusticia
fijó se harán creíbles como supuestamente engendradas por solo motivos científicos.
Por eso lo peor del incidente ha sido que, de alguna forma ese discurso hinojosista
prendió en el ánimo de los historiadores del Derecho y duró mucho tiempo. Hinojosa logró
lo que más convenía a Fernández Guerra. En una auto rectificación habilísima, que cuesta
trabajo percibir a primera vista, sentenció a Berlanga a la condición de autor menor y poco
fiable. Es, por ese influjo, vano, que abramos la mayoría de los libros generales de Historia
del Derecho donde se hable de la historiografía jurídica española y que tratemos de encon-
trar algo que no sea una cita ocasional y secundaria reducida a lo estrictamente impres-
cindible, casi nunca fuera de la vitola suplementaria que corresponde a las notas a pie de
página, de alguna de las muchas empresas que acometió Berlanga.
Quizá al primero al que se podría exculpar de todo esto, el que realmente rompe el
silencio o la minusvaloración es Rafael de Ureña quien, cuando tiene ocasión de abrir el
curso académico en Madrid, en el año 1916, escribe:

“Tampoco debemos olvidar, que en ese poderoso movimiento científico que produjo en
el pasado siglo XIX el estudio de la Epigrafía Jurídica Hispano Romana, hemos estado
dignamente representados por nuestro venerable romanista, el gran jurisconsulto que
dio a conocer al mundo sabio los interesantes bronces de Salpensa y de Málaga, don
Manuel Rodríguez de Berlanga, a quien desde este sitio me creo obligado a tributar el
más respetuoso y entusiasta homenaje”.

Si hay en las palabras de Ureña un claro de intento de reparación que se percibe en la


manera de redactar sus palabras, esa intención se mantiene cuando, poco menos de veinte
años después, en el trabajo conjunto de Román Riaza y Alfonso García Gallo se aporte una
selección bibliográfica de los trabajos del malagueño17.

17
Manual de Historia del Derecho español, Madrid, 1934, pág. 59. Una bibliografía berlanguiana comentada
había aparecido en 1926, en la Enciclopedia Espasa, y conservaba todavía el valor de sus pequeños comen-
tarios individualizados, cosa que no hacen estos autores.

4 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Pero será en la casi inmediata obra de mi maestro, Manuel Torres López, cuando se
vaya más allá, insistiendo, no en usar un tono algo retórico, como son un poco las frases de
Ureña, ni en la aséptica información sin juicios de Riaza y su colaborador, sino trasladán-
dose al fondo de la cuestión y juzgando la labor de Berlanga con la seca valoración propia
de los términos científicos que enuncian hechos, tras revisar la bibliografía a él debida en
términos que ya no se limitan a la selección, sino que vienen a suponer un intento de trazar
su inventario completo. La contundencia de sus términos se acrecienta con su brevedad, en
una idea reiterada:

“Todos los trabajos de Berlanga siguen teniendo mucho interés y dan el texto latino y su
traducción castellana”18.

Es decir que para Torres seguían teniendo vigencia los trabajos de Rodríguez de Ber-
langa en la inmensa mayoría de sus puntos, pero esa opinión ya no se impuso y en manua-
les posteriores perduró el más cómodo cuasi-silencio que suponen las citas escuetas y sin
valoración alguna19. Si se detecta alguna valoración no deja de tener ese aire insuficiente
que se cubre con cierto tipo de elogios. Ese es el caso de d´Ors cuando en 1953 publicó su
Epigrafía Jurídica de la España Romana, y escribió al final de su prólogo:

“No dejaré de rendir homenaje aquí a la memoria del ilustre abogado malagueño D.
Manuel Rodríguez de Berlanga que, en una época de general incuria de los estudios en
nuestra patria, dio lo mejor de su vida por el de las inscripciones legales que ahora pre-
sentamos de nuevo. Hasta qué punto hemos tenido que seguir las huellas de Berlanga, lo
demuestran las muchas referencias que de sus obras hemos hecho en ésta nuestra”

De acuerdo, es patente lo mucho que d’Ors siguió a Berlanga, basta con leer el libro
y comparar, tanto en lo que se le cita como en lo que no se le cita, pero ¿se describe bien a
Berlanga calificándole de “ilustre abogado”, o lo que se quiere con eso es inducir a que se
le vea como un simple aficionado con suerte, tesón y dinero?
Sin embargo no sería justo que no me incluyese yo mismo en la nómina de los equi-
vocados con Berlanga. Cuando en los años sesenta del siglo pasado, andaba en las tareas
de preparar la Memoria sobre el concepto, método y fuentes que a todo opositor se nos
pedía entonces, este caso acerca de la Historia del Derecho, procuré hacer una nómina
exhaustiva de los historiadores del Derecho español, y no tardé en tropezar con Rodríguez
de Berlanga.

18
Lecciones de Historia del Derecho español, 1ª ed., Salamanca, 1933, vol., I, pág., 260; 2ª ed., Salamanca,
1935, pp., 249-250 para la bibliografía y el juicio citado. También en los capítulos correspondientes de la
Historia de España, cit. sup. nota 3 de este escrito, págs. 312 (final de la nota 15), 341 (ilustración 220) y
especialmente pág. 407.
19
No quiero cansar con más citas de manuales que apenas innovan en este punto lo dicho en el de Riaza, aquí
citado en la nota 17, pero cabe valorar que García-Gallo le incluya entre las “figuras aisladas [de los investiga-
dores que] merecen un recuerdo”; cfr., op. cit. sup., nota 11 de este escrito, pág., XXX y que reitere el mismo
juicio en su Curso de Historia del Derecho español, Madrid, vol., I, 1956, pág. 3.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 4 1
Con él me asaltó lo patente del cuasi-silencio que acabo de describir. Era entonces
relativamente fácil adquirir todavía libros suyos y me hice con los que hoy llevan los núme-
ros 10, 13, 19 y 22 en el inventario de Pachón-Pastor y a fuer de sincero, debo confesar que
Rodríguez de Berlanga se me hizo antipatiquísimo. ¿Por qué? Desde luego comprendí ense-
guida que había trabajado muy bien, que nos había ayudado mucho a todos, y no solo tra-
duciendo infinidad de textos (no voy a extenderme en eso último, porque pese a que, ni las
traducciones de Berlanga ni las de nadie, me gustan demasiado, y prefiero las mías propias,
respeto mucho el benemérito trabajo de los traductores, a los que demasiadas veces se les
utiliza y nunca se les cita, para no demostrar luego que uno no sabe la lengua que el otro sí
sabía) pero el tono, la amargura, la ironía, cuando no el desdén manifiesto, me llevaban a
distanciarme de él casi de continuo.
Todos estos rasgos me hicieron reflexionar muchas veces buscándoles algún motivo
razonable pero, sin embargo, me encontraba siempre con alguna nueva aridez que me
hacía volver hacia la antipatía inicial. Por este motivo traté de profundizar, para vencerme a
mí mismo, en la vida científica general de Berlanga, al pensar que en ella estaría la clave de
las monografías que estaba leyendo.
No voy a relatar aquí y ahora lo que examiné en Rodríguez de Berlanga como epigra-
fista jurídico, sobre todo porque sus aciertos nada tenían que ver con su talante expositivo
y sus errores casi me alegraban. Pero sí quiero aludir a otras dimensiones suyas que se me
abrieron, casi como cuando un pico horada la roca y brota el agua que disuelve esa espe-
cie de salinidad, inicial, desconcertante y engolada, que campea en los escritos de nuestro
personaje.
Yo solo tenía dos caminos. Para el primero era necesario, absolutamente necesario,
que me plantease algunas preguntas ¿cómo era este hombre de joven?, o más lejos aún
¿había sido realmente joven alguna vez, anímicamente hablando? Me impuse, pues, la tarea
de procurar acercarme a la formación del “joven” Rodríguez de Berlanga, como dicen los
alemanes muchas veces hablando de sus figuras relevantes.
Al propio Berlanga le gustaría mucho que se le tratara con esta terminología, como los
alemanes han hablado del joven Savigny o del joven Mommsen, en esa etapa tan impor-
tante, tan decisiva, en la que la personalidad se está formando, cuando todavía no está total-
mente terminada la contextura que va a perdurar del sujeto que se trata, pero, sí están ya
apuntados los rasgos básicos de la personalidad. Ahí es quizá, cuando es más interesante,
cuando es más sugestivo y apasionante, tratar de captar esa personalidad que aletea y está
naciendo entre la de otros.
Una segunda interrogación se me suscitaba inmediatamente, si quería encontrar moti-
vos para romper con racionalidad el círculo de la antipatía. Puesto que la investigación
histórico-jurídica estricta le manifestaba tan hiriente ¿pasaba lo mismo cuando se planteaba
otros temas?, y ¿qué otros temas se planteaba? Está claro que no yo podía, en la circunstan-
cia de opositor en que me tracé estas consideraciones, resolverlas satisfactoriamente. Pero
tuve la paciencia, poco frecuente en mí en aquellos años, de asumir que se trataba de un
programa que alguna vez, más tarde, podría cumplir.
En mi estancia como catedrático en Granada hice algunos progresos en esa dirección.
Averigüé más detalles de los usuales (insisto en que entonces no había apenas más biografía
que la de la Enciclopedia Escasa) acerca del hecho de que el joven Berlanga, venía de fami-

4 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
lia militar y de juristas; que hizo sus estudios de bachillerato en Málaga y que los hizo en el
área de Filosofía y en la (no incoherente con la primera) de Matemáticas.
Era una primera pista: se podía pensar que quizá esa formación matemática le habría
llevado a una pasión por la exactitud que nunca le abandonaría durante su vida y le aca-
rrearía algo de su talante en algunas polémicas. En todo caso consta que trató de “recibirse”
(como entonces se decía) de regente de segunda clase en Matemáticas. Concretamente
encontré en el Archivo de la Universidad de Granada un programa manuscrito suyo de
Matemáticas con la explicación de cómo se debían tocar los distintos temas en la clase. Lo
redactó para optar a tal plaza de regente de Matemáticas, de la que luego se retiró, no sé
exactamente por qué. Pero en cualquier caso la lectura de ese programa ya era un dato que
reflejaba un hombre de sólida mentalidad racionalizada, en aquellos momentos iniciales de
su vida académica.
Es posible sin embargo que, en su decisión final de dedicarse al mundo jurídico (lo
que más tarde le llevaría principalmente a la historia del Derecho hispanorromano) tuviera
también alguna parte, su propia familia De ello hay un testimonio suyo bastante tardío,
fechado en 1881, cuando escribe al hablar de su tío Cesáreo Rodríguez de Berlanga (que
había representado por poderes a su abuelo, para ser su padrino de bautismo, aunque él no
dice esto ahí):

“Comprendiendo el Doctor D. Cesáreo Rodríguez de Berlanga, hermano del que fue mi


Padre, y del Claustro de la Universidad de Granada, que era imposible a la generalidad
de los estudiantes juristas entender el texto de las citadas Institutiones romano-hispanae
del Paborde Valentino20, las vertió al castellano y hubiéralas impreso, como era su ánimo,
si la muerte no hubiese venido prematuramente a poner término a toda su esperanza, sin
dejar otro recuerdo de ellas, que el manuscrito de su versión, que conservo”21.

Sería interesante saber a dónde ha ido a parar este manuscrito que Berlanga dice
poseer. Porque una traducción calificada de buena, por un hombre tan duro en la crítica,
como el sobrino de su autor, que podía haberse ahorrado la noticia si el texto era de poco
valor, sería hoy pieza del máximo interés.
En todo caso, en Granada realizó su formación de jurisprudencia, mediante la enton-
ces obligada formación durante siete años, con arreglo a los planes de estudios de la época,
formación que se encierra monótonamente, en las actas que se conservan en el Archivo de
la Universidad, con la nota de sobresaliente en todas las asignaturas y en todos los cursos.
Hay que decir que Berlanga fue un excelente estudiante, un magnífico estudiante.
Y tanto lo fue que, cuando en el año 1850, optó al grado de licenciado en Derecho,
vino obligado a presentar ante los jueces una composición redactada en el momento, sobre
un tema que debía elegir, entre tres que le sacaron a la suerte. Así fue que Berlanga redactó,

20
Es decir, Juan de Sala Bañuls (sin duda por errata escribe Berlanga “Salas”), autor de la larga serie de libros
de texto, inspirados en Vinnio e Heineccio que se utilizaron durante el siglo XVII y XVIII en las Facultades de
Derecho de las Universidades españolas.
21
Los bronces de Lascuta, Bonanza y Aljustrel, Málaga, 1881, pág. XIII.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 4 3
de su puño y letra, un opúsculo que creo citado por primera vez por mí en el año 1976. Es
un texto delicioso, sobre el sentido del matrimonio romano. Pero no es el contenido, diga-
mos técnico-jurídico (con ser cercano a lo que puede ser de buena calidad en tal situación)
del escrito de Berlanga, lo que más me llamó la atención. Era que estábamos en España y en
1850 y se trataba de un mozo que acababa de terminar la licenciatura en Derecho.
Muy poco antes, en 1843 (pensemos en las comunicaciones de entonces) Pedro
José Pidal había descubierto, para los socios del Ateneo madrileño, la existencia, en Ale-
mania, de la Escuela de Historia de Derecho de Savigny y sus epígonos e investigadores
alemanes en general. Había hablado de Mommsen y había descrito o vaticinado, según
los casos de los grandes discípulos que detrás de éstos estaban llegando o iban a venir.
Hablar entonces de la Escuela histórica del Derecho era entre nosotros una primicia. Y
este joven estudiante, al hacer su ejercicio de licenciatura, ejercicio al cual él no va a dar
luego importancia, porque no se preocupa de retirarlo (gracias a eso se ha conservado
autógrafo, entre las piezas más curiosas de la Universidad de Granada) en ese trabajo,
digo, este hombre comienza por hablar de la existencia de la Escuela histórica del Dere-
cho, de su enfrentamiento con el iurisnaturalismo de Thibaut y de algunos otros autores
y de la importancia de una orientación histórico-crítica de los estudios de la jurispru-
dencia.
El texto es clave para entender la calidad intelectual de Berlanga porque, hasta enton-
ces, en las Facultades de Derecho de las diversas Universidades, se había venido ofre-
ciendo un Derecho romano de corte dogmático, presentándole con una sistematización
jurídica que, aún tomando como fuente a las Pandectas de Justiniano, resultaba un “algo
conceptual” perfectamente definido, como si hubiera nacido maduro y armado, al modo de
Minerva en su día, para que los juristas de lo cotidiano lo usasen en su profesión.
Se negaba, prácticamente, la historicidad del Derecho romano, su formación a lo largo
de tiempo con avances y retrocesos, con vacilaciones y perfecciones. Ese ordenamiento,
visto desde el punto de vista de la historia no era, ni mucho menos, algo de lo que se ocu-
para nadie en las Universidades españolas y apenas empezaba a hacerse en las europeas,
más allá de los términos anticuarios puestos al día por Vinnio e Heineccio.
Es interesante recordar estas circunstancias porque ¿cuántos de nuestros licenciados
de hoy son capaces de poder, en un ejercicio de licenciatura, demostrar al tribunal que
conocen cuales son las corrientes últimas, recién nacidas en la ciencia de su tiempo? Haber
podido hacerlo y con suma naturalidad revela, de alguna manera, la talla intelectual de
Berlanga.
Confieso que, cuando leí este opúsculo, me empecé a reconciliar con Berlanga, pero
de una forma que iba más allá de lo erudito y de lo sentimental. La antipatía inicial sí que
había sido sentimental e instintiva, pero la reconciliación ya no lo fue. Lo principal fue que
me asombró su interpretación del matrimonio romano. Era la suya, y sorprendentemente,
una postura basada en la libertad que se deriva del concepto de affectio maritalis, idea
que sólo mucho más tarde encontraría su pleno desarrollo en un autor como Fritz Schultz
(1879-1957) en una obra aparecida en 1951.
No se trata solo de lo importante que resulta la coincidencia intelectual con quien más
tarde sería un gran maestro de romanistas, hay que añadir algo más, porque cuando algo
más de un decenio después, en 1960, José Santa Cruz Teijeiro tradujo su “Derecho romano

4 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
clásico” (por cierto usando de una elegantísima prosa castellana) encontró algunas dificul-
tades de orden social, respecto de cómo presentar a los alumnos aquel concepto schul-
tziano, que no encajaba dentro de las categorías morales de los años sesenta del siglo XX
en España, acerca de cuál era el último sentido del matrimonio romano, y destinó algunas
líneas a justificarse por traducir lo que el alemán había escrito, sin cambiarlo a gusto de la
sociedad española de entonces22.
Es curioso ver como en este escrito modesto de Berlanga, al que no va a dar nunca
publicidad, señala con más de un siglo de antelación, y saliendo de estudiar la carrera, el
recóndito sentido de la affectio maritalis, como medio único de mantener realmente vivo
un matrimonio. No es exageración mía, las frases de Rodríguez de Berlanga, al final de su
trabajo, son rotundas, pero son significativas incluso para el día de hoy. Son éstas:

“Y es que allí, cuando falta el amor, es inútil que venga la ley a tratar de remediar nada,
ya no es la hora del afecto, es la hora de los jueces, es la hora del contrato y no es la
hora de la vivencia amorosa”.

La frase no es, de ninguna manera, meramente literaria, ni rebuscada. Fue ahí, en ese
punto concreto, al encontrarme con un Berlanga que preludiaba a un hombre como Fritz
Schultz (que llamó a ese tipo de inspiración matrimonial “la creación tal vez más sorpren-
dente del genio jurídico de Roma”, tesis tan poco admitida durante muchas generaciones)
donde terminé de reconciliarme con el algo más que “ilustre abogado malagueño”, que dijo
d`Ors. Sé que es imposible, pero me gustaría hoy que pudiera oír mis palabras y le llevaran
el respeto que durante muchos decenios le hemos estado regateando, injustamente, los his-
toriadores del Derecho español.
Pero no nos entretengamos en sentimentalismos porque el joven Rodríguez de Ber-
langa nos va a seguir dando sorpresas. Concluido en 1850 su estudio escolar de la “Lite-
ratura Jurídica”, que así se llamaba el curso monográfico de la asignatura que estudiaba,
marchó a Madrid, el único sitio donde se podía entonces ser doctor, para preparar y defen-
der su tesis en Derecho. Tesis que se publica el mismo año en que se lee, 1852, y que versa
(y aquí de nuevo el Berlanga que precede) sobre un tema infrecuente en su tiempo: “El
Derecho Internacional Privado en Roma”. La hizo bajo la dirección de Joaquín Gómez de la
Cortina Salceda y Morante, vizconde y marques de sus dos últimos apellidos, que tuvo un
dilatado curriculum académico y era por segunda vez Rector de la Universidad de Alcalá
de Henares, ya domiciliada en Madrid.
Bien saben los profesionales del Derecho, que la experiencia política de Roma, en
cuanto vinculada al Derecho internacional, ha sido vista por los investigadores y explicada
en aulas y libros monográficos, como un precedente del Derecho internacional público,
de los foedera o tratados internacionales. Pero ¿qué había en tiempo de Berlanga sobre el
Derecho romano como Derecho internacional privado?.
En realidad esa dimensión aparece hoy como principio admitido generalmente por los
especialistas en esa disciplina, como se acredita consultando a autores como el iurisinterna-

22
Cfr., pág. VII, del prólogo del traductor, Barcelona, 1960.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 4 5
cionalista Mariano Aguilar Navarro23, quien expuso detalladamente el papel desempeñado
por Roma en la configuración histórica de esa rama del Derecho privado entre extranjeros,
planteamiento ausente o apenas perceptible en el mejor de los casos, en sus colegas ante-
riores, como Jitta o Yanguas, etc. Pero entre escritos como los de Aguilar Navarro y los de
Berlanga, median cien años.
Y conviene concluir cuanto debe resumirse aquí y ahora del “joven Berlanga”, con
un tema que, desde entonces, le marcará de por vida. Antes del momento en que, conver-
tido en doctor, nuestro personaje decida abandonar Madrid para reintegrarse de nuevo a su
Málaga vital, se producirá una impresión que según él mismo fue decisiva y que supuso la
decisión de no iniciar la carrera universitaria. Berlanga hubiera querido ser profesor. Este
fue su deseo fallido, lo mismo que lo fue el de Joaquín Costa. La explicación que el ilustre
malagueño ha querido dejar fijada para siempre es algo chirriante:

“En cuanto al profesorado…recién doctorado [se refiere pues a 1852] quise probar for-
tuna y me lo quitaron de la cabeza dos madrileños amigos de mi padre, senador el uno
y director general el otro, cuando averiguaron que las tres o cuatro cátedras de Derecho
romano que salían a la oposición que quería firmar, todas estaban dadas antes de los
ejercicios, por la modesta suma de mil duros cada una”24.

Desempeñaba yo mi primera cátedra en Tenerife, cuando leí esas frases, que me


hicieron el efecto de pedradas y me lancé vorazmente a averiguar quiénes pudieran ser
aquellos corruptos, tanto los opositores como los miembros del tribunal. Llegué a la
conclusión de que tristemente Berlanga se equivocó en su decisión de no participar y de
que tampoco debió escribir esa frase. No voy a desvelar ahora los nombres de aquellos
de los aludidos que encontré como posibles sujetos de la habladuría (en fin de cuentas
yo solo he manejado para lograrlo fuentes impresas que están al alcance de cualquier
curioso) porque no me gusta ofender sin más la memoria de nadie, pero ya en 1976,
cuando hablé sobre Berlanga en Málaga sostuve como seguro a mi entender que, de
haber sabido él lo que yo había podido averiguar sin mucho esfuerzo sobre el asunto, o
no habría recogido la “anécdota”, o no habría escrito esa carta, o la habría destruido de
haberle sido posible.
Quizá me excedí cuando califiqué a los eventuales protagonistas de “eminentes pro-
fesores, grandes amigos suyos, y cosa curiosa, los únicos romanistas españoles a quien
Berlanga elogia”. Déjese, si así se prefiere, en discretos profesores, después conocidos de
Berlanga y no maltratados por él, porque elogiar, a quien elogia es a Pedro Gómez de la
Serna y su Compendio exegético del Derecho Romano, como una de las grandes obras
escritas por españoles de Derecho Romano del que dice no comprender (yo tampoco lo
comprendo, la verdad) porqué no fue libro de texto en las Universidades de su tiempo.

23
Derecho internacional privado, vol. I, tomo 1, Madrid, 1970, en la exposición que ofrece acerca de los su-
puestos del tráfico jurídico externo.
24
Puede leerse el texto completo en Rafael León Portillo, “Cartas inéditas de Manuel Rodríguez de Berlanga”,
en Boletín de información municipal, Málaga, 12.3, 1971.

4 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Pero aún así y todo, me interesa mucho detenerme algo más en la anécdota. El ilus-
tre investigador berlanguista, Manuel Olmedo Checa, comentando esas opiniones mías,
sostiene que, dada la exactitud con la que nuestro autor escribe, no lo habría hecho tam-
poco en esta ocasión si careciese de seguridad en los datos que transmite25. Por tanto no
habría que pensar en una posible rectificación a posteriori. En apoyo de su tesis señala ade-
más Olmedo (con acierto) que Berlanga no critica los conocimientos de nadie, sino que
denuncia lo censurable de un sistema de selección del profesorado, y recuerda una actitud
análoga en autores de hoy, como Eduardo García de Enterría. Por mi parte, deseo hacer
algunas observaciones complementarias, pensando que en ellas Olmedo estará de acuerdo
conmigo.
Sea la primera destacar que los amigos del padre de Berlanga, no pasaban de ser unos
excelentísimos majaderos, pues lo único que consiguieron con su fábula de enteradillos fue
privar a la Universidad, española y europea, de quien hubiera sido un excelente profesional
en sus cuadros docentes e investigadores. Cierto es que Berlanga no dejó de investigar por
eso, pero no lo es menos que se le obligó a ser siempre una especie de “outsider” que, de
una u otra manera, siempre estaba en fuera de juego. Como hombre orgulloso, no insistió,
pero arrastró siempre la profunda amargura de no haber sido lo que él quería, profesor de
Derecho Romano.
A eso debo añadir, aunque respeto, claro está, la no coincidencia conmigo, que sigo
entendiendo inviable de la conseja. A lo que quiero añadir, y de forma bastante patente, el
calificativo de hipócrita para la conducta de los dos cotillas, por muy senador que fuese el
uno y director general el otro.
Inviable, porque dado el poder adquisitivo del dinero en la época, es imposible pensar
que las cifras supuestamente pagadas pudiesen resultar rentables a los sobornantes una vez
obtenido el fruto de la venalidad. El Derecho romano no es hoy, ni menos era entonces, una
especialidad que permitiese establecer rentables bufetes, ni adquirir un gran prestigio social.
Desde luego no fue ese el caso de los supuestamente implicados en esa fantasmagórica
trama de compra de cátedras y ¿hay que hablar de lo que se cobraba como profesor de ese
nivel y el tiempo necesario para amortizar al menos el desembolso realizado?
Hipócrita, porque los dos acusadores eran políticos de alto rango y raya en la más gro-
tesca desvergüenza que sea ningún sujeto de esa pertenencia quien se atreva a considerar a
la Universidad como el reino de corrupción, cuando su propio ambiente, el político, digá-
moslo claro, era entonces y es hoy, la principal sede de tales desmanes, disimulados con
mejor o peor cobertura jurídica, pero reales.
Cuando en 1881 el propio Berlanga se lanza a imprimir unas durísimas censuras sobre
los resultados de las oposiciones a cátedra que él ha presenciado, sus acusaciones se cen-
tran en un solo tema, lo que a él le parece favoritismo de los jueces, y pese a que se trata de
un hombre herido, cuya objetividad en este punto es más que dudosa por ese traumatismo
espiritual, no menciona esta indigna historieta, que tan oportuna le habría sido dialéctica-
mente26.

25
Cfr., op., cit., sup., en la nota 1 de éste escrito, pp., 89 y ss.
26
Los bronces de Lascuta, Bonanza y Aljustrel, Málaga, 1881, pp. XI y ss.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 4 7
En cambio, en este último escrito censura con acierto las mutaciones de los planes
de estudios de las Facultades de Derecho, cambios a los que acusa con justicia y exactitud
(tendríamos que plantearnos si somos muchos quienes hoy estaríamos conformes en ello)
de antipedagógicos y dificultativos para producir buenos juristas. Pero lo más significativo
es que vuelve a dolerse de su vieja herida atacando de nuevo a las oposiciones de cátedra.
No al sistema de las oposiciones en sí, sino a las terquedades de las escuelas en mantener
a sus candidatos:

“He asistido a numerosas oposiciones y, hayan sido o no seglares los jueces, he visto
constantemente examinadores, desprovistos de todo conocimiento, humillar y escar-
necer a opositores de reconocido mérito y enaltecer, por el contrario, a los que no
sabiendo, ni aún disimular su ignorancia, se encontraban apoyados por protectores de
gran valía, habiendo sido siempre estériles los gritos de justa indignación y de protesta
de la conciencia pública (…) Tan repetidos escándalos han desconceptuado tales egerci-
cios (sic) que hoy no son más que la indigna representación de una farsa ridícula”.

Ataca, pues, los abusos supuestos denunciados por la práctica de la provisión de las
cátedras, insistiendo en la incompetencia y soberbia de los jueces, pero nada dice de su
venalidad. Es más, aporta otro dato bien creíble, pues desgraciadamente hoy tiene una
enorme actualidad. Se trata de que en el ámbito concreto de las Facultades de Derecho se
sufre una configuración especial de la desvergüenza de unos y de la debilidad de otros, esto
es, el intrusismo que practican en la enseñanza del Derecho unos sujetos que no son juris-
tas, pero se aprovechan de leyes:

“En mal hora promulgadas, [que] han dado ocasión de que profesores de Facultades
diversas a las de Derecho logren, sin oposición y por mero concurso ascender, empuja-
dos siempre por el favoritismo, a explicar las Institutas imperiales, de las que tienen de
seguro olvidado lo poco que en las aulas consiguieron aprender del idioma en el que
fueron escritas por sus célebres redactores bizantinos”.27

Sí cabía entonces esa denuncia sobre el paso absurdo de catedráticos de Latín a cáte-
dras de Derecho, que provocó una baja de la calidad de la enseñanza en estas últimas
Facultades, calcúlese lo que escribiría hoy Berlanga cuando comprobase que no sólo se ha
mantenido esa aberración, sino que los beneficiarios de ella han ido incluso acumulando
cargos académicos que les permitían, no ya examinar de lo que nunca habían estudiado,
sino que, como ocurrió en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, no hace
mucho tiempo, una persona no licenciada en Derecho ocupase el cargo de Vicedecano de
esa Facultad, teniendo a su cargo precisamente las competencias de implantación de sus
planes de estudio.
Es cierto que los profesores siempre hemos estado criticando en público los defectos
que apreciamos en la vida universitaria y que son en gran medida fruto de la incompetencia,

27
Id., el texto anterior pertenece a la página XI y el último a la XII.

4 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
de la ambición o de otras cualidades peores de algunos de nosotros. Yo mismo no he tenido
empacho alguno en situarme en esa línea junto Eduardo García de Enterría, o de Alejandro
Nieto, línea a la que Olmeda Checa alude. Pero no es menos cierto que ese ansia de sanea-
miento se aloja en el seno de una curiosa cápsula de romanticismo cínico y desde luego
no resulta típica del tiempo de Berlanga. Como ha señalado George Steiner el desprecio
del profesorado por parte de los profesores, su sátira antiuniversitaria, viene desde antes de
Goethe28.
Y viene porque es una huída hacia delante. Aparece cuando comprobamos el terro-
rismo intelectual ejercido por determinados colegas y sabemos en conciencia que no somos
suficientemente enérgicos en la lucha contra sus desmanes; cuando se hacen patentes nues-
tros errores en la selección de discípulos; cuando advertimos que después de haber educado
a alguien largamente en la adquisición de un estilo de vida, ese alguien hace exactamente lo
contrario de lo que debería hacer, o en casos aún peores, descubrimos que nos usó como
simple agencia de colocación laboral, etc.
Pero que no se confunda el que nos oye desde fuera. Ese perenne dolor no supone que
pueda generalizarse un diagnóstico de absoluta condena, como Berlanga y otros después
han hecho. No carecemos de conciencia sobre nuestra propia participación y culpa en los
errores mismos que nos agobian. Pero nunca ha sido el soborno por dinero “el sistema” de
provisión de cátedras. Tampoco ninguno de nosotros piensa que deba suprimirse la fórmula
según la cual al profesorado universitario se llega de la mano de los profesores y no por
medio de ejercicios similares a los usados para la provisión de plazas de funcionarios de
Correos, pongo por caso, por muy objetivos que éstos puedan ser.
Cosa distinta será que estemos siempre vigilando, denunciando y criticando las for-
mas concretas en que se articula la fórmula arriba indicada para reducir los abusos. Por eso
no puedo acompañar a Berlanga, ni en la auto inmolación que le supuso dar crédito a los
amigos de su padre, ni en aceptar el monocorde retrato que pinta acerca de las oposiciones
a cátedra. De mi primer rechazo ya he dado los motivos. Justifico el segundo, observando
que, si se creyese lo que nos dice en la plenitud en que lo afirma, se llegaría al absurdo de
admitir que nadie, absolutamente nadie competente ni digno, accedió al profesorado espa-
ñol mientras él vivió y semejante conclusión sería imposible hasta para el propio Berlanga.
En cambio y con todo sentimiento debo decir que me parece adivinar poca altura de
maestro en el marqués de Morante, al que su discípulo malagueño tanto respeto conservó
siempre, pues ni supo retenerlo, ni hacerle ver lo que alentaba de válido bajo los sucesos
rechazables. Quizá la condición de juez de Tribunal Supremo que aleteaba en su espíritu,
le inhabilitaba para entender de verdad los riesgos y las significaciones que habitan en la
vida universitaria profunda y los interpretó con la visión superficial de quien está pensando
en oposiciones a las carreras de funcionarios fiscales o judiciales. ¿O sería que le era más
cómodo alejar hábilmente a un sujeto tan brillante y tan crítico?
Concluyo aquí el primero de los dos caminos que, como arriba dije, me tracé en su
día para intentar comprender a Berlanga. Para avanzar algo por el segundo, es decir hacia
una panorámica más amplia de sus valoraciones culturales, me propongo ahora, muy bre-

28
Lecciones de los maestros, Madrid, 2004, págs. 72 y ss.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 4 9
vemente, dos cosas, moviéndome en unos pocos pasajes de sus obras, escogidos entre los
que lanzaba opiniones, con una gran dureza de convicción, sobre lo divino y lo humano,
pues reestructurando sistemáticamente alguna de esas posturas se puede llegar a saber bas-
tante más de su mentalidad. Pero, por supuesto, mi objetivo aquí ni es, ni podría ser, realizar
una exposición exhaustiva de su “Weltanschaung” cultural, sino solo suscitar determinados
ejemplos.
Mi primera observación se refiere al lado positivo de su ceñudo talante crítico. Gracias
a él se han sabido cosas que quedan todavía hoy casi sepultadas bajo olas de rutina. Por
ejemplo, cuando denuncia con dureza, pero con exactitud, la serie de errores y corruptelas
que circulan en dos obras que todavía mucha gente ilustrada sigue manejando como si fue-
sen frutos nacidos de la misma cabeza de Minerva en un caso, u obras de respeto general
sospechable. Ejemplo inicial es el Diccionario de Madoz, del que dice lo correcto (pese a
la fama de que goza, a falta de algo mejor) esto es, que se trata de un conjunto de aciertos
mezclados con otro o de extravíos y errores, ambos arbitrariamente alternados. Otra crí-
tica de Berlanga, la dirigida a la Historia de España de Modesto Lafuente, anticipa la hoy
ya extendida restricción en su aplauso, que casi a solo se reduce ya a lo tipográfico y por
parte de apenas unos anticuarios. Pero su adusta crítica no fue solo negativa y demoledora,
como sucede cuando advertimos que tiene la virtud de descubrir obras interesantes, pero
bastante desconocidas, como ocurre con la de Luís José Velázquez, Marqués de Valdeflores
(1722-1772).
Más ampliamente interesa comentar ahora dos cuestiones conexas de método. Su adi-
vinable actitud ante el materialismo histórico. Su deducible valoración de la microhistoria.
Por fin concluiré sugiriendo alguna valoración que estimo le puede ser aplicable en cuanto
intelectual poseedor de un especial talante.
Respecto de lo primero cabe empezar con la cita de un texto que me parece impor-
tante. Es un escrito fechado en 1864 en el que, hablando de sus aficiones hacia la Filosofía y
a la Historia en general (lo que lleva situar su origen mental en el año 1852, cuando redac-
taba y leía su tesis) escribe, después de haberse situado en la opinión de Savigny (no creyó
necesario citarle, entendiendo probablemente que por sabido podía callarse) según la cual
las grandes formas de ver el Derecho se reducen a dos, la histórica y la filosófica:

”Me incliné un tanto a la segunda, y pronto las teorías de la propiedad y de las penas, los
orígenes de la sociedad y de la ley, con otras tantas diatribas, provocadas y defendidas
por los jurisconsultos de diversas edades embargaron mi atención en términos, que me
entregué a la filosofía, y llegue hasta el extremo de poner a discusión las más respetables
creencias. Comprendí, en buena hora, que ante las abtrusas doctrinas sostenidas por los
modernos pensadores se extendían los límites de mi razón y retrocedí atemorizado al
ver el abismo a que me hubiera ido sin duda a sepultar para las más puras verdades, hijas
de la fe. Entonces me eché en brazos de la historia, complaciéndome ante una jurispru-
dencia que fue la razón escrita de la sociedad pagana”29.

29
Monumentos histórico, ed. y facsímil citados arriba en la nota 1 de este escrito, págs., VII-VIII del texto de
Berlanga.

5 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
¿Qué quiere decir Berlanga en este párrafo? Ya he dicho que ante todo, el tiempo
que evoca se refiere a su periodo inmediatamente posdoctoral. Pero lo que más sustantivo
resulta es lo difícil de sustraerse al leerlo, del recuerdo de los reproches que Marx dirigió a
Gustavo Hugo en cuanto patriarca intelectual de la Escuela histórica30. La necesidad vital
de admitir la crítica a la Teología que implica el materialismo histórico, es lo que asustó a
Berlanga y le llevó a creer que sentiría más seguro en un camino descripcionista, Si el Mani-
fiesto comunista se publica en 1848 y el malagueño está hablando de ello en 1864, de aquí
se desprenden varias cosas.
No se trata tanto si se es metodológicamente marxista o no se es, eso es una opción
de cada uno y el autor que nos ocupa exhibe la suya. Lo importante en Berlanga no es tanto
la honradez con que explica su postura y su nitidez en señalarla, sino, sobre todo, la capaci-
dad de información que este hombre tenía. Yo no conozco demasiados ejemplos de intelec-
tuales españoles que en estas fechas hiciesen ni semejantes, ni análogas afirmaciones. Hay
en ese texto una crítica que, se comparta o no, se apoya sobre un conocimiento. El no hacía
críticas excepto en los “algos” que le eran conocidos. Para encontrar en España al primer
individuo que conoce de un modo científico y serio al marxismo, debemos esperar a Jaime
Vera, a comienzos del siglo XX, lo que nos sitúa ante el Berlanga adelantado a su tiempo
que frecuentemente se nos presenta.
Ahora bien Berlanga no podía, aunque lo diga, refugiarse en el descripcionismo for-
malista de Hugo que, con justicia Marx rechazó como inmoral. Era una vía donde se mari-
daban el más ramplón de los antiguos arqueologismos y el más seco de los formalismos
jurídicos.
Por eso sus estudios de las piezas romanas que tanta fama le han dado no se reducen
nunca a la edición y traducción de los textos. La lectura de sus investigaciones nos desliza
hacia muestras significativas de una amplitud mental, abarcante de intereses culturales de
ámbito diverso, que exceden del marco de la especialidad epigráfica donde suele colocár-
sele habitualmente.
En todos los estudios de Berlanga sus opiniones navegan constantemente hacia unos
comentarios en los que el objeto concreto del análisis es tomado como referencia de par-
tida para, al situarlo en el contexto histórico que le es propio, introducir a sus lectores en
la reconstrucción más amplia y general posible del ambiente al que corresponde. Lo que
sucede es que, si eso se hace así, resulta que se realiza de un modo tan interiorizado como
natural, y por lo mismo nunca se siente obligado nuestro autor a explicárnoslo con inten-
ción de justificarlo.
Además de ser una práctica tácita, es habitual en Berlanga y por eso resulta difícil
negar que ese sea el método de la microhistoria. Es decir, la reducción de la escala de obser-
vación a un análisis microscópico, como estudio exhaustivo de las piezas documentales
referentes a un evento social concreto. O si se prefiere, la formulación de Jose Fontana, la
“forma peculiar de historia narrativa”31 conectada con la historia de las mentalidades. No

30
Puede verse mi traducción y comentarios al texto de Marx contra Hugo sobre ese asunto en la revista Inter-
pretatio VII.1, 1999, págs. 99 y ss.
31
Historia: análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, 1982, pág. 19.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 5 1
voy a intentar aquí una enumeración total del elenco de temas que Berlanga toca con esa
técnica, nos bastarán unos pocos ejemplos.
Sea el primero la fórmula funeraria H[eredes] M[onumentum] H[oc] N[on] S[equetur].
Ahí las consideraciones berlanguianas, aunque se formulen de modo disperso, invaden la
historia de lo cotidiano, tan típica de la microhistoria, situando la advertencia de que los
herederos del enterrado carecen de expectativas a ser inhumados en la misma tumba, en
una restitución de los elementos esenciales de Derecho romano de familia y sucesión, de
una forma tan expresiva que años más tarde, todavía resulta novedosa, como se advierte si
se acude al trabajo del civilista granadino Alfonso García-Valdecasas, investigación nacida
ya anticuada, al no saber aprovechar del todo los términos en que Berlanga había dejado
la cuestión32.
O cuando a partir de los epígrafes que encierran o aluden a actuaciones públicas, se
reconstruye la visión de Plinio acerca de la configuración administrativa del suelo de la Bae-
tica pero partiendo, eso es lo típico de la microhistoria, no de un discurso previo en el que
luego se engarzan las fuentes, más o menos forzadamente, sino situándose en el hecho para
desde él reconstruir el sentido, en este caso jurídico, de su presencia.
O cuando formula observaciones sobre el sentido general de una historia local obte-
nida desde los testimonios pequeños y dispersos a los que sabe vertebrar en conjuntos cohe-
rentes. Si el corazón de sus aportaciones en este ejemplo concreto es desde luego cuanto ha
escrito acerca de las instituciones municipales, es también cierto que nos las presenta vivas,
en su devenir diario, no como un descripción alejada de la práctica de cada día y presente
solo en el texto de sus bronces legales, marco de convivencia del que siempre hay que pre-
guntarse en qué grado respondió a la vida menuda de todos los días.
O en el estudio sobre la hospitalidad, que a partir de las tesseras que reúne, se inserta
bajo la modesta forma de suplemento, en la obra destinada a estudiar los fragmentos conser-
vados del senadoconsulto que tuvo por objeto disminuir los niveles retributivos acordados
habitualmente para los espectáculos de gladiadores33
O la cuestión del euskara o vascuence, que aparece en sus páginas no de modo oca-
sional, sino como un trabajo sobre la historia vascona y las formas más antiguas de aquel
idioma, que consideró necesario introducir para una mejor exposición sistemática de los
contenidos propios de los bronces de Lascuta, Bonanza y Aljustrel34. No es extraño que
su disertación euskárica pasase “desapercibida” a su cuasi contemporáneo Sabino Arana
Goiri (1865-1903) pues con su precisión habitual y por encima de las discrepancias que
puedan provenir del paso de tiempo y de los progresos lingüísticos e históricos, Berlanga
manifiesta la certeza de una realidad innegable, esto es, lo antiguo y verdadero de la inser-
ción vascona, pacífica y continuada, entre los pueblos peninsulares, en un juego mutuo de
interacciones que va reconfigurando sucesivamente a todos los intervinientes en esas mez-
clas biológicas y culturales, lo cual está en los antípodas de las tesis sabinianas acerca de la

32
“La fórmula H M H N S en las fuentes epigráficas romanas”, en Anuario de Historia del Derecho español 5,
1928, págs. 5 y ss., esta referencia ha sido omitida en el “Índice” de ese AHDE 51bis, 1982.
33
El nuevo bronce de Itálica, Málaga, 1891, págs. 258 y ss.
34
Es la obra citada en la nota 26 de éste escrito, págs. 107 y ss., más las 739-757

5 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
diferenciación suprahistórica de la “la raza que habla la lengua Euskera”35. Pese a lo tajante
de su redacción, no debe entenderse que se exprese en términos despectivos. En este tema,
como en todos los que toca, esa es su forma general de manifestarse.
Ya he dicho que el elenco podría elevarse cuantitativamente mucho, pero mi interés
no reside tanto en engrosarlo, como en aportar pruebas suficientes acerca de mi sugeren-
cia de considerar a Berlanga como pionero de los conceptos en que se apoya la micro-
historia. Hoy se tiene por información válida que su creador fue Carlo Guinzburg en su
conocida obra sobre el molinero Menocchio36, pero creo que existen sólidos argumentos
para reconocer a Rodríguez de Berlanga la paternidad de las ideas conceptuales y su prác-
tica metodológica, elaboradas ambas en una producción científica de amplia extensión y
continuidad.
Pero la situación marginal respecto de los circuitos universitarios que arrastró durante
toda su vida, gracias a la acción combinada de la debilidad de Morante, las insidias acadé-
micas que llegaron a contar hasta con Hinojosa, como ya se ha visto, y también sus propios
desplantes, a veces muy desorientados, impidieron que su acreditación entre los sabios
europeos de su tiempo permitiese, siquiera fuese por una vez, que una innovación metodo-
lógica de ese calado, nacida en España, penetrase ya desde entonces en los ámbitos univer-
sitarios con toda su capacidad innovadora.
He insistido mucho en lo orgulloso de su talante personal. Siendo eso cierto, conviene
corregir una imagen demasiado unilateral subrayando la bondad y la generosidad intelec-
tual de Berlanga cuando no se sentía atacado. Él se glorió muchas veces de haber sido un
buen epigrafista y ciertamente lo era, pero en ocasiones solemnes y decisivas ha dejado
testimonio expreso de cómo, por amor a la ciencia, quiso jugar un papel subordinado a su
gran amigo, Emilio Hübner, a quien consideró, y no sin razón, el máximo epigrafista jurí-
dico mundial en aquella época.
Le cedió el paso para encontrarse con los textos cuando se acaban de desenterrar.
Le envió sus versiones para que las corrigiese. Tuvo la actitud humilde de revisar sobre
el texto original lo que Hübner le enviaba como conjeturas de lectura, devolviéndole de
nuevo esas lecturas a Berlín. Sobre todo nunca se preocupó demasiado cuando Hübner,
menos generoso que él, da muy pocas pistas acerca de cómo ha terminado de fijar sus
lecturas.
Insisto en que no quiero incurrir en hagiografías. Hay testimonios claros de lo que
digo, baste recordar uno datado en 1891, fecha especialmente importante porque marca el
fin de la producción más importante de la obra epigráfica de Berlanga. En él se prueba cómo
asumía con toda naturalidad ese papel subsidiario, respecto de Hübner en una lectura y en
la revisión de los textos:

35
Aunque la tesis sabiniana ha sido harto repetida por su autor, puede ver como uno de sus textos más signi-
ficativos al respecto, “¿Qué somos?”, incluido en sus Obras completas, segunda ed., facsímil de la primera,
Donostia (San Sebastián), 1980, vol. I, págs. 606 y ss. Pese a lo difundido de la voz “euskera”, prefiero como
más tradicional y correcta la forma “euskara”, que Arana se atreve eliminar con la simple razón de ser de uso
más corriente entre los bilbaínos como él, cfr., el mismo vol. I, pág. 41.
36
El queso y los gusanos. El cosmos de un molinero del siglo XVI, versión española en Barcelona, 1981, pero la
obra apareció en 1976.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 5 3
“Antes de que fuese corrido un mes, cuando aun no había mediado el de Agosto, recibí de
Berlín dos hojas impresas, que contenían el texto fijado por el profesor Hübner, la lectura
provisional que del mismo proponía y un breve comentario con el carácter de interino,
todo ello precedido de cortas frases, en el concepto de confidenciales, rogando se parti-
cipasen las correcciones y esclarecimientos que se ocurriesen al sabio editor (…) Cuando
tenía fija la atención en este prolijo examen gramático a la vez que histórico, el profesor
Hübner (…) me excitaba a que fuese a Madrid a hacer una nueva revisión del Bronce (…)
me trasladé a la Corte (…) pude en varios días leer una y otra vez el nuevo Bronce itali-
cense, determinando con precisión algunas variantes y teniendo la fortuna de contribuir a
que desaparecieran casi por completo las cortas lagunas que aún existían37.

Aún incluyendo constantes referencias a que recelaba que su “buen deseo me desva-
neciera hasta el punto de velarme mis ineptitudes bajo la apariencia engañosa de una sufi-
ciencia de que carezco” Berlanga dice más que bastante para que nos preguntemos si en la
versión editada en Alemania, Hübner no se ha atribuido tanto la lectura, que se desdibujan
mucho las intervenciones confiadas y realizadas por el malagueño.
Quizás por acumulación casi inconsciente de impresiones análogas a las que acabo
de sugerir a los lectores, aparece en más de un momento una cierta actitud, digamos auto-
compasiva del propio Berlanga hacia sí mismo. Es muy adivinable, pero cuando se hace
explícita en sus escritos, se encuentra casi siempre en los mismos términos. Así por ejemplo
escribe en el año 1864:

“Abrigo la convicción más profunda de que este libro ha de pasar desapercibido en


España, donde no habrá ninguna persona siquiera que se tome el trabajo de hojearlo, a
no ser mis más íntimos amigos”38.

Y análogas frases amargas volveremos a encontrar al fin de su camino vital, cuando en


el ya citado año 1891, señala la gratitud y elogios que cree deber a Hübner, a Cánovas del
Castillo y al conde de Xiquena, pero apostilla que los hace pese a que él mismo “reconozca
que nada valen, tributados a quien tan poco significa en su patria”39.
Al comienzo de las obras de Berlanga, se contiene siempre una nota, inventariando
las “obras del mismo autor”, y se añade con frecuencia debajo de cada una al describirlas:
“Libro regalado, (…) no ha sido vendido”, en esas o parecidas palabras. Él quiere regalar su
ciencia, como habría querido dar su clase. Él creía que la exactitud estaba en Alemania y
en consecuencia dedicaba todos sus elogios a los alemanes. Él creía que la inexactitud (y
otras cosas peores) estaban principalmente en España, y en consecuencia nos dedicaba, a
los españoles (y a los franceses), una larga serie de censuras.
Es por eso que para mí, que Berlanga es un hombre del 98. Precisamente porque no
es solo una cuestión de estricta cronología, sino de actitudes vitales, su visión es la de un

37
El nuevo bronce de Itálica, Málaga, 1891, págs. 12 y ss.
38
Monumentos históricos del municipio Flavio malacitano, Málaga, 1864, pág. XI.
39
El nuevo bronce de Itálica, Málaga, 1891, pág. 15.

5 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
hombre de esa generación, Su pesimismo sobre España es el pesimismo de un Azorín, de un
Baroja, de un Costa, de un Unamuno, etc., y se prolonga en él las generaciones posteriores,
por el 98 influidas, aunque en el malagueño falten casi por completo los tintes regeneracio-
nistas que suelen encontrarse en estos autores.
En este sentido, y como intelectual, valoro a Berlanga una vez más, y esto es quizá
su mayor destino, como precursor. Precursor en las líneas eruditas que antes apunté y pre-
cursor también en una visión global del talante y de la cultura de los españoles y para eso
se sitúa en muy distintos planos. Censura lo que podríamos llamar la cultura sobresaliente
de los profesionales de la investigación, en los sombríos tonos que hemos ido recorriendo
a lo largo de este escrito. Pero no menos censura los comportamientos diarios de la gente
común, la cultura del hombre de la calle, la del hombre de todos los días, que ha ido apenas
a la escuela y a lo mejor ni eso y al que encuentra inculto, no tanto en el sentido de iletrado,
sino en el de poco elaborado humanamente.
Aparecen así en sus trabajos una serie de valoraciones interesantes en ese sentido, por-
que ya no se dirigen a los intelectuales ni a los sujetos que, por otras vías, puedan alardear
de significación social. Su retrato de la persona y comportamientos del labriego inventor de
los bronces de Osuna, buscando la posibilidad de venderlos, e impidiendo para ello que se
leyeran, es muy significativo.
Le describe como un sujeto, tan receloso, como falto de consideración por todo lo que
no fuera de su interés particular, pero no tanto como rasgo personal suyo, sino como ejem-
plo de lo que pasa en España con todos los individuos con quien nos cruzamos. Lo consi-
dera hombre muy representativo de un desdichado país, persona de escasísima instrucción
y de escasas formas, de miras estrechas y mezquinas, sin atenciones ni cultura, toscamente
convencido de poseer un tesoro material, no cultural, que sólo podría pagársele cumplida-
mente a cambio de una fortuna, lo que le llevaba a desmedidas exigencias, planteadas en
una especie de subasta encubierta, donde las ofertas eran hechas por uno de sus hijos, para
no verse obligado a nada más de lo que pudiera convenirle.
No es solo un ataque al poseedor de los bronces, es un lanzazo, claro está, a todo un
modo de ser, porque Berlanga se cuida bien de recalcar, en su larga descripción del asunto,
que ese es el comportamiento ordinario en España. Se completa así su visión pesimista de la
cultura global del país, que se extiende desde la provisión de cátedras universitarias, hasta el
hallazgo y la conservación de los restos arqueológicos, en la vida normal de un municipio
cualquiera, de uno u otro rincón de la geografía.
Cuando en 1864 no vacila en protestar, y con absoluta razón, por la pérdida de unos
restos que debían haber sido conservados, insiste en decir que no está denunciando un
hecho excepcional. Con amarga ironía llegará a preguntarse si, como eso pasa de continuo
en España, no residiría el consuelo en considerar cuántos restos hay que se pierden sin que
sepamos siquiera que existen y, por tanto, mejor sería que no supiéramos de la superviven-
cia de ninguno.
No hay ninguna matización que hacer, para rebajar la intensidad de esa negra
visión. Pero sí hay que añadir que los juicios generales de Rodríguez de Berlanga sobre
la cultura del país, nunca fueron meros lamentos, sino que se apoyaron en una convic-
ción básica. Para él las causas de la incultura y mezquindad que denuncia, residían en
las constantes mutaciones políticas, lo que con su peculiar forma expresiva, un tanto

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 5 5
retórica, definirá en 1872 como “el pavoroso estruendo de nuestras reiteradas conmo-
ciones intestinas”.
Incluso cuando en él aletea la esperanza en la gestión política de su amigo Antonio
Cánovas para que la cultura vuelva a revivir en España, no deja de expresar la sospecha
de que de nuevo se volverá a las convulsiones políticas que impedirán, una vez más, que
España pueda entrar por el sosiego de la verdadera construcción científica40.
Qué lejos estaba Berlanga de imaginar hasta qué horrible punto, cuanto había ido
denunciando en doloridas frases como esas, era sólo un desvaído preludio de la tragedia
que iba a comenzar en 1936.

40
Como habrá podido percibir cualquier lector familiarizado con la obra de Berlanga, en estos últimos párrafos
míos no he hecho sino reunir diversos pasajes literales suyos, procedentes principalmente de sus escritos de
1864 y 1872 (publicados en 1873) de las tantas veces citadas aquí obras sobre los monumentos históricos
malacitanos y los bronces de Osuna.

5 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA
Y LA ARQUEOLOGÍA EN LA OSUNA
DEL SIGLO XIX

MAURICIO PASTOR MUÑOZ, JUAN ANTONIO PACHÓN ROMERO

• INTRODUCCIÓN

Desde hace algunos años las aportaciones de Manuel Rodríguez de Berlanga al mundo
de los estudios arqueológicos, epigráficos y jurídicos del mundo clásico han adquirido un
considerable interés gracias a la renovación de los análisis historiográficos en España1. Pero
ello no ha impedido la permanencia de ciertos ámbitos menos conocidos, que emanan de
la amplitud de miras con la que Berlanga se acercaba a sus temas de estudio. Este trabajo
pretende ahondar en una vertiente poco conocida relacionada directa, o indirectamente,
con sus famosas publicaciones de los Bronces de Osuna2.
En concreto, nos referimos a la propia villa de Osuna, desde un punto de vista arqueo-
lógico y de la historia antigua, pero centrándonos en la época y en la periferia temporal del
propio Berlanga. Osuna, con su peculiar historia arqueológica, dio un paso trascendental en
la propia conciencia de sí misma y la dotó de nuevos elementos de juicio para la compren-
sión de las colonias romanas, particularmente en lo que respecta a las normas jurídicas de
un municipio cesariano que, en definitiva, era de lo que trataban sus tablas de bronce.
Nuestra introspección partirá de la mejora que, para la visión general del mundo
romano, supuso el hallazgo, estudio y publicación de las planchas municipales de bronce
halladas en Osuna; desde un ámbito general, pero sin perder la referencia que ese aconte-
cimiento significó para el autor y para el propio conocimiento de Osuna en época íbero-
romana. Luego, analizaremos varios aspectos de la historia antigua de Osuna, centrándonos
en los cambios sociales que se produjeron como consecuencia de la implantación de la ley
colonial que hizo de Urso una colonia romana y no una ciudad peregrina.

1
ARCE, J. y OLMOS, R. (Eds.), Historiografía de la Arqueología y de la Historia Antigua en España (siglos XVIII-
XX), Madrid, 1991. Vid. también, SALAS ÁLVAREZ, J. Imagen historiográfica de la antigua Vrso (Osuna, Sevi-
lla), Sevilla, 2002. Conviene señalar también las ‘Jornadas de Estudio sobre Manuel Rodríguez de Berlanga’
que se celebraron en Alhaurín el Grande en octubre de 2001, cuyas ponencias se publican en este volumen.
Con este trabajo queremos sumarnos al merecido y justo homenaje que el Ayuntamiento de Alhaurín el
Grande (Málaga) ofreció a D. Manuel Rodríguez de Berlanga, insigne polígrafo, al que podemos considerar
pionero de los estudios de jurisprudencia latina.
2
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., Los bronces de Osuna, Málaga 1873; ÍDEM, Los nuevos bronces de Osuna,
Málaga, 1876; IBÍDEM, Los bronces de Osuna y los nuevos bronces de Osuna, ed. facsímil y estudio prelimi-
nar de Juan A. Pachón y Mauricio Pastor, Archivum, 52, Universidad de Granada, Granada, 1995.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 5 7
A continuación, nos adentraremos en la situación que arrojaba Osuna en aquellos
años del último tercio del XIX, en lo que respecta a su propio conocimiento arqueológico
y a las consecuencias que aquel hallazgo significó para ampliarlo. Todo, sin olvidar la rela-
ción que puede rastrearse entre la ciudad y Berlanga, al amparo del eco de tan importantes
descubrimientos, del convencimiento de que las tablas eran incompletas y que debían faltar
las restantes, así como de su implicación con algunas de las empresas arqueológicas que se
gestaron en la villa, inmediatamente después del alumbramiento de las leyes municipales
de la colonia.
Por lo demás, tampoco podemos olvidar que ya se han hecho algunas incursiones
en estas materias, tanto de nuestra parte3, como de otros autores4, aunque en esta ocasión
queremos centrar nuestro estudio sin perder de vista la referencia de Manuel Rodríguez de
Berlanga, para lo que aportaremos nuevos detalles de cara a la interpretación arqueológica
de los datos que podemos conocer de aquella época. Se trata de algunos aspectos inéditos,
o mal interpretados, que nunca se han destacado suficientemente, por lo que las nuevas
lecturas que propondremos permitirán en un futuro abrir vertientes novedosas en la investi-
gación arqueológica de Osuna. En este sentido, no se trata de hallazgos de la investigación
que podamos achacar a nuestra exclusiva indagación, sino que debemos reconocer como
elementos parcialmente subsidiarios de las actuaciones de Berlanga, aunque desapercibi-
dos hasta ahora.

A) BERLANGA, LOS BRONCES Y LA HISTORIA ANTIGUA DE OSUNA

Podemos considerar a Berlanga, sin lugar a dudas, el máximo exponente de la Historia


Antigua, Arqueología y Epigrafía del siglo XIX en España. Sus numerosos trabajos arqueoló-
gicos, epigráficos y jurídicos de la historia antigua, fueron muy ensalzados por la comuni-
dad científica europea, aunque en su patria, prácticamente no fueron reconocidos hasta
mucho después de su muerte5.
Dentro de la renovación de la historiografía arqueológica en España, Berlanga repre-
senta uno de sus más valiosos exponentes, como fiel reflejo de toda aquella generación pla-
gada de estudiosos del Mundo antiguo, la Epigrafía y Arqueología, que también merecerían
la recuperación crítica de muchas de sus obras. Por eso, hay que considerar a Berlanga en
el justo lugar que le corresponde dentro de la historiografía arqueológica, epigráfica, histó-

3
Véase la nota precedente (Granada, 1995).
4
SALAS ÁLVAREZ, J. Imagen historiográfica de la antigua ‘Vrso’ (Osuna, Sevilla), Diputación de Sevilla, Sevilla,
2002, pp. 58-81.
5
Cf. “Velada necrológica en Memoria del Dr. Manuel Rodríguez de Berlanga y Rosado”, Boletín de la Sociedad
Malagueña de Ciencias, vol. II, núm. 16, abril, 1911; “El Excelentísimo Señor Doctor Don Manuel Rodríguez de
Berlanga ha fallecido (Q.E.P.D.)”, Revista de la Asociación Artístico Arqueológica Barcelonesa, vol. VI, núm. 58,
1909, p. 851 donde se dice: “Al desaparecer de entre nosotros la gran figura del sapientísimo Dr. Berlanga, queda
su obra inmortal, y el día que la generación actual quiera acordarse de una de las más prestigiosas personalidades
de la Ciencia española, al ensalzar su nombre y memoria, no hará otra cosa más que un acto de justicia estricta.
¡que no sean los sabios extranjeros quienes deban advertirnos que hemos perdido una lumbrera del saber, un
arqueólogo eminente, un epigrafista eruditísimo, uno de los pocos sabios que honraban la España actual!”

5 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
rica y jurídica de nuestro país. Un lugar de privilegio que sólo podremos comprender si nos
atenemos a su brillante trayectoria científica y profesional.
En este sentido, en 1995, contribuimos al reconocimiento de su magistral obra con la
reedición facsímil de las dos publicaciones que Berlanga dedicó al análisis pormenorizado
de las planchas de bronce, con textos jurídicos latinos, halladas en Osuna en el transcurso
del último cuarto del siglo XIX. En aquel volumen, dimos cumplida cuenta de su extensa
biografía y trabajos científicos y literarios, por lo que aquí tan solo ofreceremos unos breves
apuntes sobre el personaje y su obra6.
Berlanga nació en la plaza africana de Ceuta, en el seno de una familia acomodada
de brillante trayectoria militar, aunque pronto iba a caminar por otros derroteros, no preci-
samente, castrenses. De allí pasó a Málaga, donde cursó sus estudios de Bachillerato en el
Seminario Conciliar de esta ciudad. Luego se trasladó a Granada para realizar estudios de
Jurisprudencia y donde se licenció, en 1850, con una Memoria de Licenciatura sobre la ins-
titución matrimonial en la Roma antigua. Iría después a la Universidad Central de Madrid,
doctorándose con una Tesis, que igualmente versó sobre Derecho Romano y en la que sentó
las bases de sus posteriores estudios sobre leyes municipales hispanas de época romana7.
De vuelta a Málaga, se ocupó del estudio de los bronces de Salpensa y Malaca, hallados
en esa ciudad andaluza en 1581, que resultaron ser los correspondientes a la Lex Flavia Mala-
citana8. También allí comenzó a ejercer la abogacía, pero no dejó sus estudios epigráficos y

6
Remitimos a nuestro trabajo para un detallado análisis de la vida y obra de Berlanga; cf. PACHÓN ROMERO,
J. A. y PASTOR MUÑOZ, M. en RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., Op. Cit., nota 2, pp. XVII-XXXVII, princi-
palmente.
7
Aparte de nuestro trabajo, Op. Cit., nota 2, pp. XVII ss. n. 24; vid. también: ATENCIA PAÉZ, R., “Manuel Rodrí-
guez de Berlanga”, Boletín de información municipal, Ayuntamiento de Málaga, 14, 1972, p. 29; ÍDEM, “La casa
en que murió Berlanga”, Sur, Málaga, 20/091972; IBÍDEM, “Manuel Rodríguez de Berlanga”, Miramar, Revista
del Colegio de Abogados de Málaga, 4, 1988, p. 28; PÉREZ-PRENDES, J. M.; “Vida y obra de Don Manuel Ro-
dríguez de Berlanga”, conferencia inédita pronunciada en el Colegio de Abogados de Málaga el 22 de octubre
de 1976; OLMEDO CHECA, M.; “Manuel Rodríguez de Berlanga y Rosado (1825-1909)”, Málaga. Personajes en
su historia, Málaga 1985, pp. 129 ss.; ÍDEM, Manuel Rodríguez de Berlanga: un hombre singular en la Málaga
del siglo XIX”, Jábega, 49, Málaga, 1985, pp.71-80; RODRÍGUEZ OLIVA, P., “Manuel Rodríguez de Berlanga
(1825-1909): Notas sobre la vida y la obra de un estudioso andaluz del mundo clásico”, en ARCE, J. y OLMOS,
R. (Ed.), Op. Cit., nota 1, pp. 99-106; IBÍDEM, “Comentarios sobre el museo arqueológico de los Loring en la
malagueña Finca de la Concepción y sobre el Dr. Manuel Rodríguez de Berlanga, autor de su catálogo” en
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., Catálogo del Museo de los Excelentísimos Señores Marqueses de Casa-Loring,
Málaga-Bruselas, 1903, ed. facsímil, Servicio de Publicaciones Universidad de Málaga, Málaga, 1995, pp. 9
ss.; ÍDEM, “Málaga y el Corpus Inscriptionum Latinarum II”, en Presentación de la nueva edición del vol. II del
Corpus Inscriptionum Lainarum pars V (Conventus Astigitanus), Málaga 1998, pp. 7 ss.; MORA SERRANO, B.;
“Manuel Rodríguez de Berlanga (1825-1909) y los Estudios Numismáticos”, Numisma, 238, 1996, pp. 343-352;
OLMEDO CHECA, M., “Introducción” en RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., Monumentos históricos del muni-
cipio flavio malacitano, Málaga, 1864, ed. facsímil, CEDMA, Málaga, 2000, pp. 9 ss.
8
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., “Estudios sobre los dos bronces encontrados en Málaga a finales de oc-
tubre de 1851”, Revista semanal pintoresca del Avisador Malagueño. Colección de lecturas de literatura,
historia, ciencias, viajes, novela y anécdotas, núm. 7, 14 de febrero de 1853, pp. 49-56; núm. 8, 21 de febrero
de 1853, pp. 57-64; núm. 9, 28 de febrero 1853, pp. 65-72; núm. 10, 7 de marzo de 1983, pp. 73-80; núm.
11, 14 de marzo 1853, pp. 81-88 y núm. 12, 21 de marzo de a853, pp. 89-94; ÍDEM, Estudios sobre los dos
bronces encontrados en Málaga, a fines de octubre de 1851. Por el Doctor Don Manuel Rodríguez de Ber-
langa, abogado del ilustre Colegio de esta ciudad, Málaga, imprenta del Avisador Malagueño, 1853; IBÍDEM,

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 5 9
arqueológicos. Se relacionó con la tertulia literaria de los hermanos J. y M. Oliver y Hurtado
y otros muchos personajes andaluces importantes, como A. Cánovas del Castillo, que prologó
su edición de “Los Nuevos Bronces de Osuna”, E. y M. Lafuente Alcántara, Aureliano Fer-
nández Guerra y el marqués de Casa-Loring, con quien se emparentó familiarmente, casán-
dose con su hermana Elisa Loring. Su estrecha colaboración con el marqués de Casa-Loring
se materializó en un Museo de Antigüedades, que recogió muchos hallazgos malagueños y
andaluces de la antigüedad clásica. Berlanga clasificaba, analizaba y estudiaba todo el mate-
rial recopilado en el Museo Loringiano, del que publicó una excelente monografía9.
Su relación con los Loring le sirvió también de proyección internacional. Sus trabajos
sobre los bronces de Málaga acabaron siendo enviados a Alemania e Italia, donde había
grandes expertos en Derecho Romano y de los que recibió su reconocimiento. En España se
le nombró miembro de la Real Academia de la Historia y su consideración personal subió
considerablemente10. El insigne epigrafista alemán, E. Hübner, tuvo contactos con él durante
su viaje a España para la realización del volumen II del Corpus Inscriptionum Latinarum, que
recogería las inscripciones latinas de la Península Ibérica, que le había sido encargado por
la Academia de Ciencias de Berlín11.
La revolución liberal (1868) y la época del Sexenio Revolucionario, que se inició
en España a la caída de Isabel II, le obligó a salir de Málaga, refugiándose en Gibraltar y

“Estudios sobre los bronces encontrados en Málaga”, Revista general de Legislación y Jurisprudencia, I, 1853,
pp. 281-301, 396-415, 474-491, 615-623 y 676-696; LABOULAYE, E., Les tables de bronze de Málaga et
Salpensa traduites et annotés, París, 1856; GIRAUD, CH., Les tables de Salpensa et de Málaga, París, 1856;
ÍDEM, “La Table de Málaga”, Scéances et Travaux de l’Academie, 2, París, 1857, pp. 117 ss.; GÓMEZ ROS, J.,
Lex Flavia Malacitana, Málaga, 1969; vid. también, RODRÍGUEZ OLIVA, P., “Noticias historiográficas sobre el
descubrimiento y los primeros estudios en torno a las Tablas de Bronce con las leyes municipales de Malaca
y Salpensa (1851-1864)”, en Las Leyes Municipales en Hispania. 150 aniversario del descubrimiento de la Lex
Flavia Malacitana, Mainake, XXIII, 2001, pp. 9-38; STYLOW, A., “La lex malacitana, descripción y texto, IBÍ-
DEM, pp. 39-50; PINO ROLDÁN, M. DEL, “Nueva traducción de la lex flavia malacitana”, IBÍDEM, pp. 51-70
y en general todos los trabajos publicados en ese número monográfico de Mainake, 2001.
9
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., Catálogo de algunas antigüedades reunidas y conservadas por los Excmos.
Señores Marqueses de casa Loring en su Hacienda de la Concepción, Málaga, 1868; ÍDEM, Catálogo del Mu-
seo de los Excelentísimos Señores Marqueses de Casa-Loring, Málaga-Bruselas, 1903, ed. facsímil del Servicio
de Publicaciones de la Universidad de Málaga, 1995 (con estudio preliminar de P. Rodríguez Oliva). Sobre
esta familia, a la que se le otorgó el Marquesado de Casa-Loring por Real Decreto de 11 de abril de 1856 por
Orden de Isabel II, cf. principalmente, GARCÍA MONTORO, C., Málaga en los comienzos de la industrializa-
ción: Manuel Agustín Heredia (1786-1846), Córdoba, 1978; CAMPOS ROJAS, Mª Vª, “Jorge Enrique Loring
Oyarzábal: Primer Marqués de Casa-Loring (1822-1900)”, Jábega, 58, 1987, pp. 32 ss.; RAMOS FRENDO, E.
M., Amalia Heredia Livermore, marquesa de Casa-Loring, Málaga, 2000.
10
A propuesta de los académicos Serafín Estébanez Calderón, Aureliano Fernández Guerra, José Amador de los
Ríos y S. de Olózaga, Berlanga fue nombrado académico correspondiente en la sesión del 29 de mayo de
1857 y se acordó definitivamente el 26 de junio de ese mismo año. Expediente de “Rodríguez de Berlanga,
Manuel” conservado en la Secretaría de la Real Academia de la Historia, Madrid.
11
Cf. al respecto, HÜBNER, E., “Epigraphische Reiseberichte aus Spanien und Portugal”, Monatsberich der
Königlichen Akademie der Wissenschaften zu Berlin, 1860-1861, pp. 596-601; GERHARD, E., “Römisches
aus Spanien”, Archäologischer Anzeiger, 148, 1861, col. 183; el encuentro de Hübner con Berlanga, Lo-
ring y otros investigadores andaluces, como los hermanos José y Manuel Oliver, lo recoge P. Le Roux; vid.,
LE ROUX, P., “E. Hübner ou le métier d’épigraphiste”, Épigraphie Hispanique. Problemes de méthode et
d’édition, París, 1984, p. 21.

6 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Tánger. A su vuelta se ocupó de la redacción de los Bronces de Osuna y fue por esa época
cuando se le nombró Presidente de Honor de la recién creada Sociedad Arqueológica de
Excavaciones de Osuna. A partir de entonces hizo frecuentes viajes a Europa para estudiar
y publicar el bronce de Lascuta, Aljustrel y otros trabajos epigráficos12.
A comienzos del siglo XX, comenzó a producirse la desaparición progresiva de fami-
liares y amigos: el marqués de Casa Loring (1900), la marquesa (1902), también desapare-
cía Hübner (1901) y Mommsen (1903), maestros de la Epigrafía e Historia Antigua. Poco
después fallecía su esposa Elisa (1905), muerte que le llenó de pena y le llevó a retirarse a
su casa de Alhaurín el Grande (Málaga), donde dejó la vida el 3 de junio de 190913. Con él
desaparecía uno de los más destacados epigrafistas y juristas de la Hispania Antigua.
Pero nos quedó una vasta obra, en la que abundan temas epigráficos, jurídicos y
arqueológicos, sin que falten tampoco otros temas relacionados con la historia de Roma
y de España antigua; todos ellos tratados con altura científica y honestidad profesional,
dada su profunda formación en las lenguas clásicas, así como en epigrafía, numismática y
arqueología14.
De su ingente obra destacarían, por encima de todo, las publicaciones dedicadas al
estudio de los “Bronces de Osuna”, que recogen parte de la ley municipal de la Colonia
Genetiva Iulia, la antigua Urso (Osuna, Sevilla), que han generado una enorme bibliografía
desde su aparición15.

12
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., Los bronces de Lascuta, Bonanza y Aljustrel, Málaga, 1881.
13
Sobre los últimos momentos de su vida, cf. principalmente, PACHÓN, J. A. y PASTOR, M. en RODRÍGUEZ
DE BERLANGA, M. Op. Cit., nota 2, pp. XXVII-XXVIII; vid. también, la bibliografía de la nota 7.
14
No vamos a tratar aquí su obra científica y literaria, pues excedería con creces el objetivo de este trabajo; cf.
al respecto nuestro estudio ya citado, Op. Cit., nota 2, pp. XXIX-XXXIV.
15
Cf. principalmente, las obras de M. Rodríguez de Berlanga citadas en la nota 2; vid. también, MOMMSEN,
Th., Lex Colonia Iuliae Urbanorum sive Ursonis data A.V.C. DCCX, Berlín, 1874; GIRAUD, C., “Les bronces
d’Osuna”, Journal des Savants, París, 1874, pp. 244 ss.;ÍDEM, “Les bronzes d’Osuna, remarques nouvelles”,
Journal des Savants, París, 1875, pp. 705 ss.; IBÍDEM, “Les nouveaux bronzes d’Osuna, nouvelle édition
revue, corrigée et argumentée”, Journal des Savants, París, 1877, pp. 52 ss.; HUSCHKE, E., Die Multa und
das Sacramentum, Leipzig, 1874, pp. 548 ss.; RÉ, C., “La Tavole di Osuna”, Archivio Giuridico, XIX, Roma.
1874, pp. 291 ss.; HÜBNER, E., CIL, Suplementum. Ephemeris Epigraphica, II, Berlín, 1875, pp. 87 ss.; DE
LA RADA Y DELGADO, J. D. y DE HINOJOSA, E., “Los Nuevos bronces de Osuna que se conservan en el
Museo Arqueológico Nacional. Estudio”, Museo Español de Antigüedades, VIII, Madrid, 1878, pp.115-174;
FABIÉ ESCUDERO, A. Mª, “Los nuevos bronces de Osuna”, Boletín de la Real Academia de la Historia, 1879,
pp. 446-450; NISSEN, H., “Zu den Römischen Stadtrechten”, Mus Rhen., 1890, pp. 107 ss.; HARDY, E. G.,
Three Spanish Charters and other Documents, Oxford, 1912; ROTONDI, G., Leges publicae populi romani,
Hildesheim, 1912 (2ª ed. 1966); ÍDEM, Die Stadtrechte von Vrso,Salpensa, Malaca in Urtext und Beischrift au-
fgelöst, Heidelberg, 1920, pp. 17 ss.; GIRARD, V.(Ed.), Textes de droit romain, París, 1923, pp. 89 ss.; ABBOT,
F. y JHONSON, A., Municipal Administration in the Roman Empire, Princenton, 1926, pp. 300 ss.; D’ORS,
A., “Lex Vrsonensis, capts. 107-123”, Emerita, XVI, 1946, pp. 254 ss.; ÍDEM, Epigrafía Jurídica de la España
Romana, Madrid, 1953, pp. 457 ss.; MALLÓN, J., “Los Bronces de Osuna. Ensayo sobre la representación ma-
terial de la Lex Coloniae Genetiva Iuliae”, Archivo Español de Arqueología, XVII, 1944, pp. 213 ss.; LE GALL,
J., “La date de la Lex Coloniae Genetivae Iuliae et celle de la Lex Mamilia”, Revue Philologique, XX, 1946, pp.
139-143; GABBA, E., “Reflessioni sulla Lex Coloniae Genetivae Iuliae”, Estudios sobre la Tabula Siarensis,
Madrid, 1988, pp. 157-168; GONZÁLEZ, J., Bronces jurídicos romanos de Andalucía, Sevilla, 1990, pp. 19
ss.; ÍDEM, “Inscripciones jurídicas en bronce”, en J. ARCE (ed.), Hispania Romana. De tierra de conquista a
provincia del Imperio, Milán, 1997, pp. 205-210; Cf. últimamente, CRAWFORD, M. H. (Eds.), Roman Statu-

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 6 1
Las tablas de bronce de Osuna fueron encontradas de forma fortuita por un agricultor
a fines de 1870 “al Este de Osuna, entre una hacienda llamada Olivar de Postigo y la Haza
del tío Blanquet, doscientos metros de la Capilla de San Sebastián, en la esquina última de
la calle Granada”, propiedad de D. Juan Miguel Martín Zambrano y no lejos de las canteras
de arenisca y de la necrópolis romana, donde en el siglo XVIII se realizaron excavaciones
arqueológicas que confirmaron esta noticia16. Desde entonces se han venido produciendo
distintas intervenciones que, de forma intermitente, llegan hasta nuestros días17.
Tres de estas tablas fueron compradas por D. Francisco Caballero-Infante y Zuazo, que
las llevó a su casa de Sevilla, donde las vieron, entre otros, Francisco Mateos-Gago y Fernán-
dez, Antonio Delgado Hernández y el propio M. Rodríguez de Berlanga, en marzo de 1872.
Poco después, y por consejo de Berlanga, fueron adquiridas por el Marqués de Casa-Loring
y llevadas a su Museo en la Finca de la Concepción, cerca de Málaga, donde se conservaron
durante algún tiempo junto con las de Malaca, Salpensa y Bonanza18.
Poco después (1873), aparecieron otros dos bronces en la misma zona; su descubri-
dor, M. Francisco Martín Ocaña, las ofreció al marqués de Casa-Loring a un elevado precio,
por lo que no los compró; también se interesaron por ellos los Museos del Louvre y Ber-
lín; este último los tenía prácticamente apalabrados cuando el gobierno español intervino
y decidió comprarlos y entregarlos al Museo Arqueológico Nacional, donde actualmente

tes, Londres, 1996, pp. 393 ss.; GONZÁLEZ, J., Corpus de Inscripciones Latinas de Andalucía (CILA, II), Vol. II,
t. III, Sevilla, La Campiña, Sevilla, 1996, núm. 611, pp. 11-41; STYLOW, A., “Apuntes sobre la arqueología de
la Lex Ursonensis”, en J. MANGAS (ed.), La Lex Ursonensis: Estudio y edición crítica, en Stvdia Historica. His-
toria Antigua, 15, Salamanca, 1997, pp. 33-45; STYLOW, A.., et alii, Corpus Inscripctionum Latinarum, II, 2,
pars V, Conventus Astigitanus, (CIL, II,2/5,1022), Berlín, 1998, pp. 289-309.; CABALLOS, A., “Las fuentes del
derecho. La epigrafía en bronce”, en Hispania. El Legado de Roma, Zaragoza, 1998, pp. 191 ss.; MANGAS, J.,
“Imágenes antiguas y nuevas de Urso en la Lex Ursonensis”, Homenaje al Profesor Montenegro. Estudios de
Historia Antigua, Valladolid, 1999, pp. 639-648.
16
Cf. DE LA RADA Y DELGADO, J. D. y DE HINOJOSA, E., Op. Cit., nota 15, pp. 115 ss.; LOZA, L. y SEDEÑO,
D., “Referencias antiguas sobre la necrópolis de Osuna”, en GONZÁLEZ, J. (Ed.), Estudios sobre Vrso. Colonia
Iulia Genetiva, Sevilla, 1989, pp. 177-185; PACHÓN, J. A. y PASTOR, M., “Nuevas aportaciones sobre el ori-
gen y evolución del poblamiento antiguo de Osuna (Sevilla)”, Florentia Iliberritana, 3, Granada, 1992 (1993),
pp. 413-439. .Noticias sobre estas necrópolis se conocían ya desde el siglo XVI; cf. FERNÁNDEZ FRANCO, J.,
Memorial de Antigüedades, Manuscrito de la Biblioteca Capitular Colombina de Sevilla, c. 1596; CARO, R.,
Antigüedades y Principado de la Ilustrísima ciudad de Sevilla y Chorographia de su Convento Jurídico o Anti-
gua Chancillería, Sevilla, 1634, pp. 171 ss.; GARCÍA DE CÓRDOBA, A., Historia, Antigüedad y Excelencias
de la villa de Osuna, Manuscrito de la Biblioteca Capitular de Sevilla, 1746.
17
Sobre el desarrollo de las actividades arqueológicas, cf. principalmente nuestro trabajo, PACHÓN, J.A. y PAS-
TOR, M. en RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., Op. Cit., nota 2, Estudio preliminar, IV. “De la Osuna arqueo-
lógica de Berlanga a la actual”, pp. LV-LXXX; vid. también, JIMÉNEZ BARRIENTOS, J. C. y SALAS ÄLVAREZ,
J. A., “Estado actual de la arqueología de Osuna”, en VV.AA. La Lex Ursonensis, Studia Histórica, Op.Cit., nota
15, pp. 9-34; RUIZ CECILIA, J. I., “Fuentes arqueológicas para el conocimiento de la Osuna antigua: historia
de un interés desigual por el yacimiento de Urso, en CHAVES TRISTÁN, F. (ed.), Urso. A la búsqueda de su
pasado, Camas (Sevilla), 2002, pp. 27-40.
18
Cf. ENGEL, A. y PARIS, P., “Une Forteresse Ibérique à Osuna (Fouilles de 1903)”, Nouvelles Archives des Mis-
sions Cientifiques et Literaires, T. XIII, Fasc. 4. París, 1906, pp. 357-491; ÍDEM, Una fortaleza ibérica en Osuna
(Excavaciones de 1903), Ed. facsímil, estudio preliminar y traducción por J. A. PACHÓN, M. PASTOR y P.
ROUILLARD, Archivum,73, Universidad de Granada, Granada, 1999, p. 372; RODRÍGUEZ DE BERLANGA,
M., Catálogo..., Op. Cit., nota 9, pp. 20 ss.

6 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
se conservan19. Posteriormente, se hicieron excavaciones dirigidas por Juan de Dios de la
Rada y Delgado y Francisco Mateos Gago y Fernández con objeto de recuperar alguna tabla
más, pero solo se encontró el fragmento del ángulo superior izquierdo de la tabla II, junto
con otros fragmentos arquitectónicos y escultóricos. Este fue el comienzo de la Sociedad
Arqueológica de Excavaciones de Osuna, creada con la finalidad de “explorar y proteger los
terrenos en los que existen vestigios de poblaciones y monumentos antiguos”20. Por último,
en el 1925, aparecieron otros diez pequeños fragmentos de bronce en el cercano pueblo
de El Rubio (Sevilla), que seguramente debían pertenecer a una nueva tabla de la ley; fue-
ron llevados a Sevilla y adquiridos por D. Juan de Mata Carriazo, que los donó al Museo
Arqueológico Nacional, donde se conservan junto con el resto de las Tablas de Osuna, lo
que supone un total de cinco tablas y once fragmentos21.
El estudio de los bronces vino a significar la ampliación de lo que se conocía sobre el
derecho colonial latino, hasta entonces reducido a la ley municipal flavia recogida en los
tablas de Malaca y Salpensa. Gracias a ella podemos conocer algunos aspectos de la estruc-
tura administrativa y el régimen jurídico y político de la colonia de Urso. Efectivamente, con
el hallazgo y estudio de estas nuevas tablas se completaba la información sobre la adminis-
tración local en los primeros tiempos del Imperio Romano, a la vez que aportaron, desde un
punto de vista meramente histórico, un mayor conocimiento de la propia historia antigua
de Osuna, reducido hasta entonces a las escasas referencias de las fuentes escritas sobre la
guerra entre César y Pompeyo y algunos datos que proporcionaban los documentos numis-
máticos, arqueológicos y epigráficos22.
Las tablas de bronce de Osuna contienen una de las leyes municipales que regulaban
la organización de los municipios y colonias del Imperio romano. En este caso concreto se
trata de la Lex Coloniae Genetivae Iuliae (Urso). Aunque sin querer profundizar en su análi-
sis, vamos a tratar de una serie de argumentos básicos para la interpretación del texto, sobre
todo en lo que respecta a las motivaciones de la concesión estatutaria y a sus repercusiones
históricas en Osuna.
Desde comienzos de la República romana y hasta que se produjo la conversión de
Urso de ciudad peregrina a colonia romana, en la antigua ciudad turdetana convivían dos
sociedades, la romana y la indígena, en un equilibrio desigual y en un proceso de progresiva

19
En sus vitrinas se exponen las tablas de Osuna encontradas en época de Berlanga, que fueron compradas por
el Estado mediante la intervención de D. Juan De Dios de la Rada y Delgado por orden del Rey.
20
Diario El Paleto de Osuna, núm. 48, de 5 de julio de 1903. Sobre esta Sociedad, cf. principalmente, SALAS
ÁLVAREZ, J., “La Sociedad Arqueológica de Excavaciones de Osuna”, Arqueología Peninsular: Historia, Teoria
e Práctica, Actas do III Congresso de Arqueologia Peninsular, I, Porto, 2000, pp. 291-300; ÍDEM, Imagen his-
toriográfica... Op. Cit., nota 4, pp. 72 ss.
21
Cf. GONZÁLEZ, J., Op. Cit., nota 15, p. 20; A ellas hay que añadir una nueva tabla, incompleta, con dos
columnas de texto, cuyo estudio está preparando un equipo de la Universidad de Sevilla, coordinado por An-
tonio. Caballos e integrado por F. Betancour, J. A. Correa, F. Fernández Gómez y J. I. Ruiz Cecilia. Conocimos
un breve avance de su trabajo, que fue presentado por Antonio Caballos en el Congreso Internacional de Epi-
grafía Griega y Latina, celebrado en Barcelona en septiembre de 2002, cuyas Actas aún están sin publicar.
22
Cf. principalmente nuestro trabajo: “Osuna en las fuentes clásicas (Urso Genetiva Urbanorum)” en A. ENGEL y
P- PARIS, Op. Cit., nota 18 (1999), pp. LXXXV-CVIII; vid. también, GONZÁLEZ, J. CILA, Sevilla, II, 3, pp. 11-41,
núm. 611; CIL, II, 2, V, Con. Astig. Cap. XXXXV, Vrso, pp.287-289; CHIC GARCÍA, G., “Una visión de Urso a
través de las fuentes literarias antiguas”, en CHAVES TRISTÁN, F. (Ed.), Op. Cit., nota 17, pp. 187-214.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 6 3
romanización23. Pero este equilibrio acabó rompiéndose tras el otorgamiento del estatuto
colonial a la ciudad. A partir de entonces, sólo habrá un modelo válido único, el romano
y Roma será la única referencia. Roma no va a permitir que exista otro modelo paralelo,
ni diferente. La ciudad únicamente podría progresar económica y socialmente dentro del
Imperio de Roma.
Hoy sabemos que la Lex Coloniae Genetivae Iuliae fue una lex data, es decir, promul-
gada por un magistrado romano autorizado por los comicios, no por los propios comicios,
como las leges rogatae. La lex data, aparte de ser el mecanismo normal para la concesión
de sus leyes a las distintas comunidades, se utilizaba también para otorgar derechos de ciu-
dadanía a los peregrinos en época republicana e imperial y para conceder la libertad a los
esclavos. Estas leyes eran de carácter general y similares para todas las colonias del Impe-
rio24, no hubo una ley única, ni exclusiva para Urso.
En este sentido, no se puede utilizar la ley contenida en los bronces para conocer la
situación histórica de Osuna en época romana. Tan solo nos sirve para conocer el modelo
teórico de funcionamiento que debía darse en la ciudad y las normas por las que la comu-
nidad se debía regir en cuanto a su organización social, política y administrativa. Con la
aplicación de esta ley, el modelo romano se impuso a los habitantes de Urso que debieron
adaptarse a las nuevas leyes romanas y arrinconar sus antiguas normas y tradiciones. Todo
ello supuso una serie de transformaciones en la ciudad que modificaron su fisonomía pobla-
cional a partir de la deductio de la colonia.
La colonia recibió el título oficial de Colonia Genetiva Iulia, como aparece en el texto
de la propia ley y en los documentos epigráficos25, aunque no resulte tan claro en sus mone-
das, que podría señalar quizás acuñaciones más antigua26, o más modernas, si las series con

23
Algunos de estos argumentos han sido señalados recientemente por A. Caballos. Al respecto, cf. CABALLOS
RUFINO, A., “Tiempos de revolución: los ursaonenses en el ambiente de la ley colonial”, en CHAVES TRIS-
TÁN, F. (Ed.), Op. Cit., nota 17, pp. 215-234.
24
Al respecto, cf., FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, R. M., “La ley de la Colonia Genetiva Iulia en la experiencia ro-
mana sobre las comunidades. Urso 73, 74: de las XII Tablas al Código de Justiniano”, en GONZÁLEZ, J. (Ed.),
Estudios sobre Urso. Colonia Iulia Genetiva, Sevilla, 1989, pp. 79-92.
25
Cf. principalmente, CIL, II, 1404, 5441; GONZÁLEZ, J., CILA, II, Sevilla, núm. 611, 620, 622, 630 y 663; en el
núm. 616 y 617 aparece como res publica Vrsonensis; en el núm. 618 se menciona un patronus de la colonia
Genetiva Iulia.
26
Aunque disponemos de algunos estudios sobre el numerario de Osuna, se echa en falta un estudio monográ-
fico en profundidad, que no ha sido cubierto por el más extenso de los existentes, debido a Ortiz Barrrera.
Cf., FLÓREZ, P., Medallas de las Coloonias, Municipios y Pueblos antiguos de España, II, Madrid, 1758, pp.
625-627; HEISS, A., Les Monnaies Antiques de l’Espagne, Paris, 1870, pp. 319-320; DELGADO, A., Nuevo
Método de clasificación de las Medallas Autónomas de España, II, Sevilla, 1873, pp. 324-336; VIVES, A., La
Moneda Hispánica, Madrid, 1924-26, III, CXII; GIL FARRÉS, O., La Moneda Hispánica en la Edad Antigua,
Madrid, 1966, p. 286; GUADÁN, A. M., Numismática Ibérica e Iberorromana, Madrid, 1969, p. 212; VILLA-
RONGA, L., Numismática Antigua de Hispania, Barcelona, 1979, pp. 147-48; ÍDEM, “Las monedas de Vrso”,
Ampurias, 41-42, 1979-1980, pp. 243-286; IBÍDEM, Corpus Nummum Hispaniae ante Augusti aetatem, Ma-
drid, 1994, pp. 367-368; CRAWFORD, M., Coinage & Money under the Roman Republik, Londres, 1985,
pp. 211 y 431; ORTIZ BARRERA, A., Las monedas de Urso, Osuna, 1987; nota 16, pp. 113-132; CHAVES
TRISTÁN, F., “La ceca de Urso. Nuevos testimonios”, en GONZÁLEZ, J. (Ed.), Op. Cit.,nota 24, pp. 113-130;
RODRÍGUEZ MÉRIDA, J. A., “Las monedas de Urso”.Numisma, 222-227, 1990, pp. 23-46; AAVV, Historia
monetaria de Hispania Antigua, Madrid, 1997, pp. 262-264.

6 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
leyenda L. Ap.Dec. hacen referencia a L. Apuleyo Decinano, como afirman ciertos autores
que luego veremos. Se trató de una colonia inmunis, es decir, exenta de cargas fiscales o
tributarias. El epíteto Genetiva hace alusión a Venus Genetrix, diosa protectora de la gens
Iulia, familia de Julio César, fundador de la colonia. Efectivamente, la colonia fue fundada
por orden directa de Julio César, aunque ignoramos en qué momento se efectuó la orden de
César27. En el capítulo CVI de la lex ursonensis se afirma que “la colonia fue deducida por
orden del dictador Cayo César”28 y, más adelante, en el capítulo CXXV se confirma lo mismo
que se había dicho antes en una disposición que alude a los asientos en los juegos públi-
cos: “que nadie los ocupe a no ser que sea por orden del dictador cónsul y procónsul Cayo
César o el magistrado que entonces sustituya al magistrado con autoridad y potestad en la
colonia Genetiva”29. Parece evidente, por tanto, que la colonia fue fundada por César tras
sus victorias sobre los pompeyanos. Sin embargo, en el capítulo CIIII de la ley de la colonia
se hace referencia a la asignación de la colonia por una ley Antonia30. Sin duda se trata de
la lex Antonia agraria del año 44 a.C. mediante la cual se ponía en práctica la fundación de
una colonia programada por Julio César31. Por tanto, la decisión colonial sería obra de César,
pero la realización práctica sería posterior, con la ley Antonia.
E. García Fernández piensa que la lex ursonensis no sirve por sí misma para describir
la situación real de Urso. Para esta autora “esta ciudad (Urso) reúne todas las condiciones
por pompeyana primero y reincidente después, para haber sido duramente tratada si tene-
mos en cuenta que aún después de la batalla de Munda y tras el asesinato de César, volvió
a estar en manos pompeyanas esta vez en la persona de Sexto Pompeyo como atestiguan las
monedas encontradas con la leyenda Ursone y la mención en las mismas del lugarteniente
de Pompeyo, L. Apuleyo Deciano. Posiblemente fue este hecho el que debió retrasar la fun-
dación de Urso al otoño del 44 según el cálculo realizado por A. D’Ors a propósito del cap.

27
Cf. principalmente, BRUNT, P. A., Italian Manpower: 225 B.C. - AD 14, Oxford, 1971, pp. 236, 258, 585-590;
vid. también, GONZÁLEZ, J. CILA, Sevilla, II, 3, pp. 11-41, núm. 611; CIL, II, 2, V, 1022, Con. Astig. Cap. LXVI
y CVI.
28
GONZÁLEZ, J.: CILA, Sevilla, nº 611: cap. CVI: quicumque C(olonus) C(oloniae) G(enetiva) erit, quae iussu
G(ai) Caesaris dict(atoris) ded(ucta) est...
29
GONZÁLEZ, J.: CILA, Sevilla, nº 611, Cap. CXXV, 15: ne quis in eo loco, nisi qui tum decurio C(oloniae)
G(enetiva) erit qui/ve tum magist<r>atus imperium potestamque colonor(um)/ suffragio geret iussuque G(ai)
Caesaris dict(atoris) co(n)s(ulis) prove/ con(n)s(ule) habebit, quive pro quo imperio potestateve tum/ in
col(onia) Gen(etiva) erit. Sobre la mención de Julio César como dictador, cónsul y procónsul, cf. D’ORS, A.,
Epigrafía jurídica de la España Romana, Madrid, 1953, p. 264.
30
GONZÁLEZ. J., CILA, Sevilla, nº 611, Cap. CIIII: Qui limites decumanique intra fines C(oloniae) G(enetivae)
deducti facti/ quae erunt, quaecumq(ue) fossae limitales in eo agro erunt/ qui iussu G(ai) Caesaris dict(atoris)
Imp(eratoris) et lege Antonia Senat(us)que/ C(onsulis) pl(ebi)que sc(itis) ager datus atsignatus erit.
31
Cf., principalmente, D’ORS, A, Op.Cit., nota 29, p. 264; GARCIA y BELLIDO, A., “Las colonias romanas de
Hispania”, Anuario de Historia del Derecho Español, 29, 1959, p.466; THOUVENOT, R., Essai sur la province
romaine de Bétique, París, 1973 (2ª ed.), p. 190; HENDERSON, M.I., “Iulius Caesar and Latium in Spain”,
Journal Roman Studies, 1942, p. 5; VITTINGHOFF, F., Römische Kolonisation und Bürgerrechtspolitic unter
Caesar und Augustus, Wiesbaden, 1952, p. 59; GALSTERER, H., Untersuchungen zum Römischen stadtewes-
sem auf der Iberischen Halbinsel, Berlín, 1971, p. 68; MARÍN DÍAZ, Mª A., Emigración, colonización y mu-
nicipalización en la Hispania Republicana, Granada, 1988, p. 211; por su parte, CRAWFORD, M., Roman
Statutes, Londres, 1996, vol. I, p. 445, piensa que la Ley Antonia antigua corresponde a algo diferente.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 6 5
63 de la ley colonial donde se establece que los apparitores reciban el sueldo proporcional
al tiempo de servicio”32.
Pero la fundación colonial de Urso plantea también algunos problemas relacionados
con su composición social. Plinio, en época flavia, la denomina Urso quae Genetiva Urba-
norum33. Es la única fuente que menciona el apelativo Urbanorum. Tradicionalmente se ha
venido afirmando que dicho apelativo hacía referencia a que los colonos de Urso procedían
de la plebs urbana de la ciudad de Roma, lo que estaría avalado por un pasaje de Suetonio
que alude a los ochenta mil ciudadanos romanos que se asentaron en las colonias de ultra-
mar34. Sin embargo, ya Mommsen opinaba que la expresión urbani se refería a los incolae
y Galsterer - Kröll señalan que el apelativo urbanorum no constituye un apelativo oficial,
puesto que sólo lo testimonia Plinio, mientras que en la propia ley fundacional de la colo-
nia, aparece como colonia Genetiva Iulia35. Por su parte, Vittinghoff tiene una idea distinta;
señala que el apelativo urbanorum puede explicarse en función de que los colonos que se
asientan en Urso forman parte de una legión urbana como, por ejemplo, la legio V36. Su
argumentación está avalada por una inscripción, procedente de Osuna, que hace referencia
a un centurión de la legio XXX, de nombre C. Vettius, hijo de Cayo, que ocupó el cargo de
duunvir en la colonia, a cuyo genius rinde culto37.
Este tal C. Vettius sería, con toda seguridad, uno de los primeros duunviros de la colo-
nia y el primer personaje importante que conocemos en Urso. De él sabemos que fue centu-
rión de la Legio XXX, reclutada en Italia en el año 49 para marchar a Hispania, donde actuó
en la campaña de Ilerda contra los pompeyanos Afranio y Petrenio. Luego marchó hacia el
Sur, para enfrentarse a Varrón, al que consiguió derrotar; posteriormente, la legión estuvo en
Lusitania a las órdenes de Asinio Polión (44-43 a.C.) y, finalmente, acabaría siendo disuelta

32
GARCÍA FERNÁNDEZ, E., “Incolae contributi y la lex ursonensis”, en Studia Historica, Historia Antigua, 15,
Salamanca, 1997, p. 177.
33
PLIN. Nat. Hist. III, 12.
34
SUET, Caes. XLII, 1: octoginta autem civium milibusin transmarinas colonias distributis, ut exhaustae quoque
urbis fraquentia suppeteret sanxit, ne quis civis maior annis viginti minorve decem, qui sacramento non te-
neretur, plus triennio continuo Italia abesset, neu qui senatoris filius, nisi contubernalis aut comes magistratus
peregre proficisceretur...
35
Cf. MOMMSEN, Th., “Die Stadtrechte der lateinischen Gemeinde Salpensa und Malaca in der Provinz Baet-
ica”, Gesammelte Schriften. Juristische Scriften, I, Berlín, 1965, pp. 265 ss.; GALSTERER, H. y KRÖLL, B.,
“Untersuchungen zu den Beinamen der Städte des Imperium Romanum”, Epigraphische Studien, 9, 1972,
p. 59; ÍDEM, “Zu den spanischen Städletischen der Plinius”, Archivo Español de Arqueología, 48, 1975, p.
122-124, n. 26; vid. también, MARÍN DÍAZ, MªA., Op.Cit., nota 31, p. 211.
36
Cf. VITTINGHOFF, F., Römische Kolonisation und Bürgerrechtspolitik unter Caesar und Augustus, Maguncia,
1951, pp. 73-74; vid. también, GARCÍA Y BELLIDO, A., “Las colonias romanas de Hispania”, Anuario de His-
toria del Derecho Español, 29, 1959, p. 466; TOVAR, A., Iberische Landeskunde. Zweiter Teil: Die Völkerund
die Städte des antiken Hispanien Band I, Baetica, Baden Baden, 1974, p. 128.
37
Cf. CIL, II, 1404 = 5438 = ILS 2233; GONZÁLEZ, J.: CILA, Sevilla, nº 620. El texto de la inscripción es el si-
guiente: C(aius) Vettius G(aii) f(ilius) Ser(gia)/ centur(io) leg(ionis) XXX/ (duun)vir iterum/ G(enio) c(oloniae)
G(enetiva) Iul(iae) sacrum dat. La inscripción se ha fechado en época de los triunviros o unos quince años
después de la fundación de la colonia, como puede deducirse por la ausencia del cognomen, tanto en la
legión como en la filiación del centurión. Sabemos que la legio XXX fue reclutada en Italia y licenciada des-
pués de la batalla de Actium. Cf. al respecto, LE ROUX, P., L’Armée romaine et l’organisation des provinces
ibériques d’Auguste a l’invasion de 409, París, 1982, pp. 50 ss.

6 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
por Augusto cuando se vio obligado a reorganizar su ejército tras la derrota de Antonio en
Accio ( 31 a.C.). C. Vettius, adscrito a la tribu Sergia, sería de origen italiano, presumible-
mente de la región de los marsos, donde sabemos que se hicieron levas para los ejércitos
cesarianos. El personaje debió formar parte de alguno de esos primeros reclutamientos para
la fundación de la colonia de Vrso, hasta llegar a alcanzar el duunvirato de la ciudad38.
Pero el problema se complica aún más por la información que nos proporciona la pro-
pia lex ursonensis. En el capítulo CIII se hace referencia a los movilizables por el duunvir
o por el prefecto de la colonia, en caso de que se produjeran movilizaciones o movimien-
tos armados. No obstante, la comprensión de este párrafo es difícil y complicada. Algunos
autores lo han interpretado como col(onos) incolas[que] contributos, es decir, los moviliza-
bles estarían formados únicamente por los colonos y habitantes que debían pagar tributos
(contributi); mientras que para otros autores debe interpretarse como col(onos) incolasque
contributos(que); en este caso, los grupos movilizables serían tres: coloni, incolae y contri-
buti, y, precisamente estos últimos, designarían a los pueblos indígenas sometidos a la colo-
nia, o sea, la comunidad indígena de Urso que se fusionaría con los nuevos colonos en el
momento de su fundación, en un plano de igualdad jurídica y administrativa39.
La nueva fundación colonial de Urso recibió su territorio de las tierras confiscadas a
los anteriores habitantes de la ciudad, decididos partidarios de la causa de Pompeyo durante
la guerra civil que se enfrentaron valientemente contra las tropas de Julio César, como sabe-
mos por el Bellum Hispaniense40. Las tierras y campos confiscados a los indígenas ursonenses
fueron asignados a los nuevos colonos en virtud de la lex Iulia agraria como se deduce del
capítulo XCVII de la propia lex ursonensis. Además, el capítulo CIIII de esta ley, que establece
las disposiciones sobre el campo en general y sobre el ager coloniae, es un calco idéntico del
capítulo LIIII de la lex Mamilia, cuyo contenido es el mismo de la lex Iulia agraria41.
Por tanto, es inútil insistir en el carácter de urbani de los colonos de Urso. En pri-
mer lugar, porque su situación no sería distinta incluso en el caso de que se tratara de una
deducción militar; y en segundo lugar, porque enseguida habría que contar con la llegada
de nuevos colonos, como se deduce de la mención de varias tribus en la colonia. Aparte de
la Sergia y Galeria, las más citadas, también hay menciones de otras tribus, como la Arnen-
sis y la Cornelia, aunque estas últimas no tienen nada que ver con la concesión del estatuto
colonial a la ciudad.

38
Sobre la legión y el personaje, cf. principalmente, CASTILLO, C., Prosopographia Baetica, Pamplona, 1965, p.
174, núm. 333; ROLDÁN, J. M., Hispania y el ejército romano. Contribución a la historia social de la España
Antigua, Salamanca, 1974, pp. 174, 177, 209, 211 y 239; LE ROUX, P., Op. Cit., nota 37, pp. 50 ss.; CUR-
CHIN, L. A., The Local Magistrates of Roman Spain,Toronto, 1990, pp. 166, núm. 291GONZÁLEZ ROMÁN,
C., “Las deductiones de colonias y la Lex Ursonensis”, en Studia Historica. Historia Antigua, 15, 1997, pp.
153-170.
39
Para el texto de la lex ursonensis, cf. principalmente, GONZÁLEZ, J.: CILA, Sevilla, nº 611, p. 21 y 35 respec-
tivamente; vid. también, CIL, II, 5439; D’ORS, A., Op.Cit. p. 234; CIL, II, 2, 5,1002; STYLOW, A., “Texto de la
Lex Ursonensis”, en Studia Historica. Historia Antigua, Op. Cit. pp. 269-302. Sobre los incolae contributi, cf.
últimamente, GARCÍA FERNÁNDEZ, E., Op. Cit, nota 32, pp. 171-180.
40
Bell. Hisp. XXII, 1; XXVI, 3; XXVIII, 2; Cf. CIL, II, p. 852.
41
Sobre esta ley agracia cf. LACHMANN, L., Gromatici veteres, I, Berlín, 1948, pp. 263 ss.; THULIN, C., Corpus
Agrimensorum Romanorum, I, I Opuscula Agrimensoruum Veterum, Lipsia, 1913, pp. 79 ss.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 6 7
De acuerdo con la documentación epigráfica, los habitantes de Urso estaban adscri-
tos a las tribus Sergia y Galeria. Ambas tribus corresponden a dos asentamientos sucesivos,
debidos a César y a Augusto. La tribu Sergia, la más ampliamente testimoniada, correspon-
dería a Urso como comunidad privilegiada de fundación republicana anterior a Augusto,
mientras que la Galeria correspondería a una comunidad posterior a Augusto. Hay referen-
cias epigráficas a las dos tribus, de aquí que los investigadores hayan discrepado en cuanto
a su adscripción. Así, mientras que Kubitscheck y Tovar se inclinaban por la tribu Galeria42,
Hübner, al que sigue González y Alicia Canto, lo hacían por la Sergia43; sin embargo, hoy
día , resulta clara su adscripción a las dos tribus, como han puesto de manifiesto las inves-
tigaciones de Wiegels, González y Stylow44.
No vamos a entrar en el contenido de la ley colonial, aunque sí conviene señalar
que no se ha conservado entera; faltan los capítulos I al comienzo del LXI, gran parte de los
capítulos CVI al CXXIII, algo del capítulo CXXXIV, y desde aquí hasta el final de la ley en
una última tabla que tampoco se ha encontrado. En síntesis, y para hacernos una idea de
su contenido, podemos decir que la ley contiene unas normas básicas que hacen referen-
cia a múltiples temas sobre la administración de la comunidad urbana de Urso. Se legislan
diversos asuntos, entre ellos, la ejecución procesal, la actividad del personal auxiliar de los
magistrados, la obligación de los duunviros de proponer el calendario de las fiestas públi-
cas, la regulación de la vida religiosa de la colonia, el funcionamiento de la vida urbana y la
fiscalización de la gestión pública. También se ocupan de las obligaciones de los augures y
pontífices -que deben vivir necesariamente en Urso-, del nombramiento de los legados, de
la prohibición de gratificaciones y actos semejantes, con el propósito de evitar abusos, de la
jurisdicción de los ediles, del procedimiento de las acciones populares, así como de otros
contenidos que van desde los deberes de las prestaciones a la colonia, hasta los derechos de
asociación y de reunión, pasando por temas como la organización de la defensa, la idonei-
dad de los candidatos a las magistraturas, la indignidad de los senadores, etc. Los capítulos
finales tratan sobre la indignidad de los decuriones, la reserva de asientos en los espectácu-
los públicos, el cuidado de los templos, la subordinación de los magistrados al ordo decu-
rionum, el nombramiento del patronus y del hospes de la colonia, de la regulación de los
banquetes cívicos, de la legitimación de los matrimonios de los colonos y, finalmente, de
la prohibición de subvenciones con bienes públicos a favor de particulares que pretenden
favorecer la ciudad con alguna donación.
Sin embargo, no se puede demostrar que la ley señalara el cambio del estatuto jurídico
de la comunidad por el que la antigua ciudad estipendiaria se transformaba legalmente en

42
KUBITSCHECK, W., De Romanorum tribuum origine et propagatione, Viena, 1882, pp. 128, 153; ÍDEM, Im-
perium Romanum tributim descriptum, Viena, 1889, p. 182; TOVAR, A.: Op. Cit., nota 36, p. 129.
43
HÜBNER, E., CIL, II, p. 852; GONZÁLEZ, J., “Nuevas noticias epigráficas de Osuna”, Habis, 8, 1977, pp.
435 ss.: ÍDEM, “Addenda et corrigenda Epigraphica”, Habis, 12, 1981, pp. 139 ss.; CANTO, A.Mª, “Notas de
lectura a propósito de las nuevas inscripciones de Osuna y Córdoba”, Habis, 10-11, 1979-1980 (1982), pp.
192, n.8.
44
WIEGELS, R., Die Tribusinschriften des Römischen Hispanien, Berlín, 1985, pp. 64 ss.; GONZÁLEZ, J., “Urso:
¿tribu Sergia o Galeria?”, en GONZÁLEZ, J. (Ed.), Op. Cit., nota 16, pp. 133-153; STYLOW, A., “Apuntes sobre
las tribus romanas de Hispania”, Veleia, 12, 1995 (1997), pp. 105-123.

6 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
una nueva colonia inmune. Tampoco tenemos constancia de que en ella se formularan los
criterios por los que se iniciaba el proceso de la deductio, es decir, el reclutamiento, traslado,
asentamiento y reparto de tierras a los nuevos colonos45. Del capítulo CXXVI de la propia ley
se deduce que, a partir de su promulgación, los habitantes de Urso se distribuyeron en coloni,
incolae, hospites y atventores. Los colonos eran los verdaderos dueños de la colonia, que sería
creada para ellos. Los únicos que gozarían de pleno derecho de ciudadanía. Podían intervenir
legalmente en la gestión política y administrativa de la colonia. Frente a ellos estarían los inco-
lae, los residentes en la ciudad, con domicilio estable. Podían ser ciudadanos romanos, latinos
o peregrinos, pero sin plenos derechos de ciudadanía. Había también, según la propia ley, dos
tipos de incolae: los incolae propiamente dichos, o sea, los residentes oficiales por decisión de
la propia comunidad y que conservaban su ciudadanía de origen en otra ciudad y los incolae
contributi, bien estudiados por E. García Fernández, que serían los incolae que resultaron de
la deductio de la colonia; estos últimos serían los primitivos habitantes de Urso que habían
perdido sus derechos ciudadanos, como consecuencia del establecimiento de la colonia en
su territorio46. Finalmente, estaban también, los hospites y adventores; o sea, huéspedes y
transeúntes, que visitaban la colonia con frecuencia, pero que no estaban domiciliados. Estos
también podían ser propietarios de tierras en el territorio de Urso y, por ende, tenían algunas
obligaciones legales con la colonia, como pagar tasas o impuestos, si se dedicaban a activi-
dades empresariales o comerciales en el espacio urbano. A partir de entonces, las formas de
vida de los antiguos habitantes de Urso se integraron plenamente en las de los romanos. Poco
a poco, las estructuras sociales y político-administrativas indígenas irían transformándose, al
tiempo que la fisonomía urbanística de la ciudad se iría asemejando al modelo romano, aun-
que, todavía hoy resulta muy problemático reconstruir el trazado urbanístico de Osuna y su
territorio en época romana47.
La ciudad de Urso, convertida ya en colonia romana, facilitó también la transforma-
ción de la sociedad, que se fue integrando en el orden social romano en un proceso lento,
pero irreversible. De Osuna y de sus alrededores proceden una gran cantidad de documen-
tos epigráficos que nos proporcionan importantes datos para el estudio de su sociedad en
época romana, tanto de las capas sociales altas, como de las inferiores48.
Osuna, heredera de la indígena Urso, va a alcanzar durante el siglo I la categoría de
colonia civium romanorum, perteneciente al Conventus Astigitanus. A partir de entonces

45
Cf. CABALLOS RUFINO, A., Op.. Cit., nota 23, pp. 280-281.
46
GARCÍA FERNÁNDEZ, E., “Incolae contributi y la Lex Ursonensis”, art. cit. pp.171 ss.; Vid. también, RODRÍ-
GUEZ NEILA, J. F., “La situación socio-política de los incolae en el mundo romano”, Memorias de Historia
Antigua, 2, 1978, pp. 147-169; CABALLOS RUFINO, A., Op. Cit., nota 23, pp. 280 ss.
47
Al respecto, cf. principalmente, VARGAS JIMÉNEZ, J. M. y ROMO SALAS, A., “El territorio de Osuna en la
Antigüedad”, en CHAVES TRISTÁN, F. (Ed.), Op. Cit., nota 17, pp. 147-186; ÍDEM, “Yacimientos arqueoló-
gicos de Osuna (Sevilla). Actualizaciones y diagnosis”, Anuario Arqueológico de Andalucía, Sevilla,1998, III
(2001), pp. 1039-1053; vid. también, SAÉZ, P. “Las tierras públicas en la Lex Ursonensis”, en Studia Historica.
Historia Antigua, 15, pp. 137-152. Véase más adelante el apartado B) y también PACHÓN, J. A., “Modelos
de asentamiento en la Osuna prerromana”, en TRISTÁN, F. (Ed.), Op. Cit., nota 17, p. 76.
48
Un análisis de los personajes de Osuna a través de la documentación epigráfica puede verse en nuestro
trabajo, PACHÓN, J. A., PASTOR, M. y ROUILLARD, P., “Osuna en las fuentes clásicas (Urso Genetiva Urba-
norum)” en A. ENGEL y P. PARIS, Op. Cit., nota 18, pp. LXXXV-CVIII.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 6 9
comienza una nueva etapa de su historia. Desde aquel momento, la colonia de Urso debió
alcanzar un importante esplendor en el mundo provincial romano, dando a Roma ciuda-
danos influyentes que participaron en las actividades políticas, sociales y económicas de
la provincia. Seguramente, alcanzó una gran importancia en la administración municipal y
provincial romana, al ser un núcleo importante de comunicación entre el Mediterráneo y el
Valle del Guadalquivir y un enclave de gran potencialidad económica. Su riqueza material y
su extraordinaria ubicación geográfica facilitó su desarrollo social y económico. La colonia
ursonensis durante todo el Alto y Bajo Imperio, desarrolló libremente, en el marco de una
administración autónoma, los diferentes aspectos económicos, sociales, religiosos y cultu-
rales de una vida romana activa y floreciente, como una más de las colonias y municipios
latinos de la Bética integrados en las diferentes provincias del Imperio.

B) LA ARQUEOLOGÍA DE OSUNA Y SU RELACIÓN CON BERLANGA

Cuando en el año de 1995 tuvimos la gran fortuna de reeditar los fundamentales escri-
tos que Manuel Rodríguez de Berlanga nos legó sobre las tablas municipales de la Colonia
Iulia Genetiva, nos introdujimos muy someramente en el contexto de la arqueología de
Osuna en la época de aquellos hallazgos, ya que sólo pretendíamos desarrollar una visión
de conjunto de toda la historia arqueológica de la ciudad. Pero, desde aquel tiempo, se han
hecho algunas contribuciones generales49, y particulares50, a la historiografía arqueológica
local, por lo que cabe ahora retomar el asunto y traer a colación algunas cuestiones que
entonces no debatimos, o que solo pudimos tratar de pasada, y que, además hoy, podemos
considerarlas desde una perspectiva más profunda y adecuada.
Las condiciones en las que se produjo el hallazgo que después publicaría Berlanga
fueron afortunadas para el conocimiento de las leyes municipales romanas, pero muy des-
graciadas en lo relativo a su adecuada contextualización arqueológica51. Parece que se trató
de un hallazgo casual, por lo que, en realidad, no hubo nada que pudiera aportarse a la rela-
ción sincrónica de dichas tablas con otros materiales, o estructuras contemporáneas. Úni-
camente, la posterior investigación de campo llevada a cabo por Juan de Dios de la Rada

49
SALAS ÁLVAREZ, J., Op. Cit., nota 4.
50
SALAS ÁLVAREZ, J., Op. Cit, nota 20; ÍDEM, “La Colonia Iulia Genetiva Vrso en la literatura renacentista y
barroca: un análisis historiográfico”, Gerión, 19, Madrid, 2001, pp. 659-685; IBÍDEM, “Historiografía arqueo-
lógica de la Colonia Iulia Genitiva Vrso (Osuna, Sevilla)”, en CRESPO, S. y ALONSO, A., Scripta Antiqva in
honorem Ángel Montenegro Duque et José María Blázquez Martínez, Valladolid, 2002, pp. 633-642; RUIZ
CECILIA, J. I., Op. Cit., nota 17.
51
Como se comprenderá, sólo nos referimos a los restos de la ley municipal encontrados en Osuna. Debe re-
cordarse que también se han recuperado otros fragmentos del mismo texto legal en la cercana población de
El Rubio, en 1925 (GONZÁLEZ, J.,Op. Cit., nota 21, p. 21). Igualmente, de los inicios del siglo XVII (1609),
se tienen noticias de la aparición de otra tabla de bronce en un lugar algo alejado de Osuna (la Boca del Sa-
binal), sitio que no sabemos identificar en la actualidad, pero que todos los investigadores consideran -pese
a haberse perdido- que perteneció al mismo conjunto legal latino (GARCÍA DE CÓRDOBA, A., Op. Cit., nota
16). A todo ello se añadiría una última tabla a la que nos hemos referido en la nota 21, pero que aún no se ha
publicado, ni dadas a conocer las circunstancias del hallazgo.

7 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
y Delgado, en una primera fase, y por Francisco Mateos Gago y Fernández, en un segundo
momento, para encontrar nuevos elementos de las leyes, permitió dar a conocer la existen-
cia de abundantes restos de edificaciones romanas, mosaicos, fragmentos de terra sigillata,
terracotas y pequeños vestigios de inscripciones; así como de otro mínimo fragmento de
una de las tablas ya conocidas, junto a un trozo de la moldura que las rodeaba originaria-
mente52. Sin embargo, tanto estos elementos, como las excavaciones correspondientes, solo
sirvieron para demostrar que la ley municipal se trataba de un documento inequívocamente
romano, aparecido en asociación con diversas construcciones de la época, pero de las que
no se pudo determinar mucho más53.
Por lo demás, también se sabe cómo el hallazgo de las tablas se produjo en la misma
Vereda de Granada, o quizás en algún lugar muy cercano de ella54, mientras que algunas
de las construcciones que entonces se exploraron corresponderían a los restos de grandes
edificios, por lo que cabría pensar que el espacio explorado se trataba del área noble de la
ciudad, en la que algunas edificaciones públicas pudieron haber servido en su tiempo como
soporte oficial de los bronces municipales. En este sentido, tenemos que referirnos necesa-
riamente al reciente y ya citado estudio de A. U. Stylow, con el que refrenda la hipótesis de
una reconstrucción y colocación de las tablas en una sola línea con todos sus elementos
broncíneos. Esta idea no es original del investigador alemán, sino que la había señalado
mucho antes Mallón55, cuando en la década de los cuarenta del siglo pasado vino a señalar
que las planchas metálicas se dispusieron así y alcanzaban alineadas una dimensión aproxi-
mada de algo más de trece metros de largo por cincuenta y nueve centímetros de altura. Se
trata de una conclusión que apoya unas dimensiones de cierta consideración, hasta el punto
de que exigirían para su exposición una extensión muraria que no debía estar fácilmente
disponible en cualquier pared de un edificio corriente, sino que obligaría necesariamente a
la búsqueda de un muro con la amplitud suficiente, y ésto solo sería posible en una cons-
trucción singular ad hoc.
Este dato, que nos parece ciertamente fiable, podría convertirse en un referente funda-
mental sobre el que imbricar cualquier exploración que pretendiese recuperar –en lo posible–
las partes que todavía se desconocen de la ley municipal de Osuna. O, sencillamente, localizar
los restos de la edilicia sobre la que en su día se fijaron las tablas de bronce donde se escribió el
texto legal. Visto así, en un campo de ruinas determinado, donde quedasen suficientes eviden-
cias del trazado urbano, no debería resultar demasiado difícil localizar las estructuras monu-
mentales donde pudieron estar suspendidas las tablas de bronce de la lex coloniae.

52
DE LA RADA Y DELGADO, J. y DE HINOJOSA, E., Op. Cit., nota 15, pp. 120-121.
53
Dentro de esta relativa descontextualización, son interesantes las conclusiones de tipo arqueológico obteni-
das del estudio directo de las planchas de bronce en tiempos muy recientes (STYLOW, A. U., Op. Cit., nota
15).
54
En realidad, la noticia del hallazgo señala el sitio como un lugar “al este de Osuna, entre una hacienda llama-
da Olivar de Postigo y la haza del tio Blanquet, doscientos metros de la capilla de San Sebastián en la esquina
última de la calle de Granada....” (GONZÁLEZ, J., Op. Cit., nota 15, p.12), lo que coincidiría con un lugar de
la Vereda de Granada, a la distancia que se señala de esa calle Granada y a oriente de Osuna, como habría
de demostrar la posterior excavación de F. Mateos Gago.
55
MALLÓN, J., Op. Cit., nota 15, p. 234.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 7 1
De ambas posibilidades, la primera, parece cada día más ardua, aunque no la crea-
mos imposible. Debe considerarse, en este sentido, la gran dispersión de los hallazgos par-
ciales que conocemos de las tablas de bronce: Vereda de Granada, Boca del Sabinal, El
Rubio56 y Osuna (?)57, lo que avanza la constatación de que la ley había sido dividida de
antiguo -coetáneamente o no- en una serie de lotes que no permiten abrigar muchas espe-
ranzas de que todavía permanezcan in situ, al menos el total de lo que aún falta. La segunda
y última posibilidad, quizá sea todavía factible, pero se trata de una cuestión que escapa a
la consideración y límites de este trabajo. En realidad, avancemos solo al respecto que lo
importante sería conocer con qué datos se contaba, en torno a la época de Berlanga, para
poder vislumbrar si esa posibilidad era viable:
Por lo que sabemos, en base a la documentación de la época, la idea de descubrir un
espacio monumental relacionable con las tablas, ni siquiera aparece por ningún lado en los
escritos de entonces, y ello a pesar de las evidencias favorables que sí existían y que hubie-
sen permitido una localización convincente. Así, posiblemente, las observaciones extraídas
de las excavaciones de Mateos Gago aludan a alguna construcción significativa y asociable
a ciertas arquitecturas públicas notables; pero la escasa documentación que nos dejaron
sobre dibujos, dimensiones más detalladas, fábricas constructivas empleadas, etc., impiden
hoy una adecuada relación. Se parte, pues, de una falta de datos que, no obstante, podrían
completarse con algunas otras referencias que se conocieron poco antes de las excavacio-
nes de 1876.
En este sentido, fue el mismo Demetrio de los Ríos quien transmitiría un relato en
el que abundaba sobre la existencia de unos vestigios arquitectónicos bastante consisten-
tes. Precisamente, se trataría de una serie de datos recabados en Osuna unos días de julio
de1876, durante una visita que hizo con la intención de recoger toda la documentación
que necesitaba para la publicación de las cuevas sepulcrales y sus pinturas murales58. Aten-
diendo a sus propias palabras:

«.... en las tierras del Sr. Blanquet, vecino de Osuna, adviértese otra considerable cons-
trucción clásica59, formada por muros, que aún se elevan á bastante altura del suelo.
Miden estos dos muros paralelos 0 m, 70 de espesor, sobre 20 m, 80 de longitud, que
con otros de igual grueso, y 5 m, 30, también paralelos entre sí, abarcan un espacio
rectangular de no escasa superficie60. Lo aislado de esta construcción, que sin disputa
continuaría, o tal vez conserve sus cimientos ocultos en el suelo, nos impiden, lo mismo
que en el anterior caso, y en el de otro recinto de 5 metros por 10 metros, clasificar a

56
GONZÁLEZ, J., CILA 2, III, Op. Cit., nota 15, p. 13. Véase también lo señalado en la nota 51.
57
Nos referimos a la última de las tablas recuperadas (ver nota 21) que, según las noticias que poseemos, pro-
vendría también de Osuna, pero de un lugar a bastante distancia de la Vereda de Granada, de donde procede
el mayor de los conjuntos.
58
DE LOS RÍOS, D., “Las Cuevas de Osuna y sus pinturas murales”, Museo Español de Antigüedades, X, Madrid,
1880, pp. 271-281.
59
Ya antes citaba otra notable construcción, pero que aquí no nos interesa, al tratarse del teatro romano de la
ciudad.
60
El subrayado (negrita) es nuestro.

7 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
qué clase de edificio particular ó público pertenecieran semejantes mutilados comparti-
mientos; pero no sucede así en la construcción peregrina que vamos ahora á recordar;
pues aunque muy destrozada, y casi deshecha del todo, claramente proclama su exclu-
sivo destino y la importancia de su erección, desconocida hasta nuestra visita á Osuna,
verificada en los primeros días de Julio de 1876»61.

Este dato no debería parecernos en absoluto baladí. En concreto, nos referimos a la


clara constatación de la existencia de edificios de cierta relevancia que eran visibles un mes
antes de las excavaciones de 1876, con dimensiones –al menos en uno de los casos– para
poder haber sostenido en alguna de sus paredes las leyes municipales. Piénsese en que
la primera construcción que señaló D. de los Ríos en el texto evocado, al margen de una
dimensión superficial considerable (110,24 m2), ofrecía con su configuración rectangular
dos lados de veinte metros y ochenta centímetros de longitud; es decir, sendos paños mura-
rios con un exceso de casi siete metros, una vez que se hubiesen colocado las tablas en
cualquiera de ellos. Pero la trascendencia de que hablamos no solo surge por esa posibili-
dad, sino porque cuando De la Rada y Mateos Gago removieron los rellenos arqueológicos
de Osuna, a la búsqueda de nuevas tablas de bronce, sabemos certeramente que exploraron
construcciones de cierta envergadura, y algunas de ellas pudo ser la misma que relatara De
los Ríos, o partes complementarias de ella y del mismo sector urbano.
Sabemos que, durante la primera parte de la excavación, De la Rada no señaló hallaz-
gos de especial interés, salvo los restos de dos inscripciones lapidarias62 y otra cerámica63;
pero la indagación de Mateos Gago sí supuso un cambio cualitativo en los resultados de la
investigación de campo. En efecto, durante ella fue cuando apareció el fragmento de una de
las tablas y la moldura decorativa. Pero, además, el relato escrito por De la Rada indicaría:

«La necesidad de regresar á la Corte con las tablas el comisionado, hizo que se sus-
pendieran por el momento las excavaciones, aunque quedaron cuidadosamente vigi-
ladas por los dependientes de la autoridad; y habiendo propuesto su continuación al
Gobierno, bajo la dirección del citado Sr. Mateos Gago, que con gran desprendimiento
y patriotismo se brindaba á ello, provisto de fondos se trasladó éste de nuevo á Osuna, y
hasta el día ha encontrado en medio de destrozadas ruinas de grandes edificios64, otros
notables restos de la antigüedad; entre ellos, grandes tegulas; barros saguntinos; figuras
de barro (terras cottas), un pedazo cuadrado de piedra con cuatro líneas que dice:

.....indicándonos los nombres de tres personas que tuvieron un sitio designado ó com-
prado en el cercano teatro de la colonia, otro con letras en ambos lados, de distintas
épocas, leyéndose en una parte.... y en la otra.... siendo estas últimas letras cuadradas,

61
DE LOS RÍOS, D., Op. Cit., nota 56, pp. 272-273.
62
GONZÁLEZ, J., Op. Cit., nota 15, inscripciones números 636 (pp. 61-62, fig. 375) y 669 (p. 83, fig. 399). El
texto de estas inscripciones son: LINäEäA / ATTIE / HEDONE / LOCA III, la primera, y: [...] DIS.LIM [...] / [...]
VLFIR[MI...] / (vacat) AN(norum) [...], la segunda.
63
Sobre el asa de una posible ánfora, aparece la siguiente inscripción en cartela: L. CAMILI / MELISSI.
64
El resalte en negrita es nuestro.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 7 3
del siglo augusteo; y las otras largas y estrechas, como los caracteres antonianos; el asa
de una tinajilla con la marca... y un gran pié izquierdo, de mármol, de estatua militar
con sandalia que lo indica, mayor que el natural, de bellísimo arte, el cual, acaso, pudo
pertenecer á la estátua de Julio César, que adornaría el vestíbulo principal en que se fijó
la famosa ley colonial.

Pero lo más notable para nuestro principal propósito, fué el hallazgo del pequeño frag-
mento, que faltaba en la segunda tabla, de las dos que acertadamente acababa de adqui-
rir el Gobierno, y otro de la moldura que las rodeaba ....»65.

Sabemos que las excavaciones aludidas se hicieron en 1876, después de la Real


Orden de 21 de agosto de ese mismo año, por la que se autorizaba dicha investigación con
cargo a los presupuestos nacionales en la Vereda de Granada. Esto representaría que, en el
momento en que Berlanga estudia los bronces, solo se intuiría en Osuna la existencia de un
área pública romana, a la que habría de pertenecer el teatro, las construcciones hidráulicas
de Las Piletas, alguna que otra gran edificación y las Cuevas. Éstas se encontraban parcial-
mente excavadas de antiguo, pero se exploraron sobretodo en 1784-8566, lo que facilitaría
la posterior puesta al día que conocemos gracias al estudio de Demetrio de los Ríos, con el
que se dio publicidad a las pinturas de una de esas grutas artificiales67.
Como dijimos más arriba, De los Ríos había visitado Osuna muy poco antes, en julio
de 1876, por lo que no resulta descabellado deducir que las ruinas de grandes edificios a las
que hizo mención en su estudio podrían haber sido los mismos que se excavaron luego por
Mateos Gagos y de los que presumiblemente podrían haber procedido el grueso de las tablas
de bronce, como probarían los dos pequeños fragmentos descubiertos por éste último.
Desde luego que las circunstancias tecnológicas, y el propio desarrollo científico de
la arqueología en el último cuarto del siglo XIX, impidieron una mayor interpretación de
aquellas excavaciones. Fue lamentable que la aparición de los dos trozos fragmentarios de
las propias tablas se hiciera en circunstancias estratigráficas desconocidas, hecho que hoy
no hubiese ocurrido y que sería de vital importancia para el avance de la investigación en
el conocimiento de la temporalización de Vrso. Por otro lado, su relación con estructuras
edilicias también expresaría aspectos de gran interés para comprender la forma en que se
materializaba la articulación urbana de la antigua Vrso, así como para entender la interrela-
ción que debió establecerse entre el municipio romano y la ciudad prerromana. Pero tam-
poco sería posible apreciar estas cosas entonces.
Desde nuestro punto de vista, la importancia de lo que acabamos de destacar tendría
que ponerse en relación con la labor del propio Berlanga, de cuya investigación surgió la
necesidad de las excavaciones de Rada y Mateos Gago. Los estudios de Berlanga habían
dejado evidencias claras de que debían quedar más tablas de bronce por descubrir. Esto
generó un gran interés por las investigaciones arqueológicas, que continuarían después:

65
DE LA RADA Y DELGADO, J. D. y DE HINOJOSA, E., Op. Cit., nota 15, p. 121.
66
Lo de Arcadio Martín y el relato de Rodríguez Marín.
67
DE LOS RÍOS, D., “Las Cuevas de Osuna y sus pinturas murales”, Op. Cit., nota 56.

7 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
primero, con la mediación de la Sociedad Arqueológica de Excavaciones de Osuna68 y, pos-
teriormente, con otras sociedades de carácter privado de aficionados69, cuyas actividades
llegarán hasta la presencia en Osuna de Arthur Engel y Pierre Paris, avisados en gran medida
por los hallazgos de esculturas ibéricas en el yacimiento.
Esto tampoco debe hacernos olvidar que resulta igualmente evidente que estamos ante
el continuum del propio desarrollo histórico de la investigación arqueológica en Osuna,
aunque entrevemos en el mismo una articulación que supera la mera sucesión de aconte-
cimientos, existiendo de hecho una concatenación de causa-efecto que, arrancando de la
labor de Berlanga podríamos llevarla al menos a la excavación francesa de 1903. Berlanga
y su obra no deben verse, así, solo como el hilo conductor del proceso, sino muchas veces
como sujeto agente, ya que estuvo relacionado tanto con la propia Sociedad Arqueológica
de Excavaciones, como con las posteriores excavaciones de particulares que precedieron
inmediatamente a la actuación de Engel y Paris. Veamos:
Sobre la actuación y desarrollo de la Sociedad Arqueológica de Excavaciones es difícil
aportar datos inéditos, porque es muy poco lo nuevo que podemos decir después del estu-
dio particular que sobre la misma se ha realizado70. De todos modos, sí es factible recordar
que la denominada literalmente Sociedad Arqueológica de Excavaciones y Excursiones de
Osuna nació a lo largo del año 1887, como un apéndice específico del Ateneo y Sociedad
de Excavaciones de Sevilla, pero bajo la responsabilidad directa de los miembros de Osuna.
La sesión fundacional de la Sociedad tuvo lugar el 6 de febrero y fue recogida por la prensa
local71, aunque el Reglamento Social no se aprobaría hasta el 22 de abril72, después de la
supervisión y enmiendas del Ateneo hispalense73.
Una de las pretensiones perseguidas por la Sociedad Arqueológica de Excavaciones
de Osuna fue siempre excavar en la zona monumental arqueológica de Vrso, aunque en sus
inicios tampoco se desdeñó hacerlo en yacimientos cercanos como el Cerro de la Camorra,
junto al cortijo de Consuegra, en La Lantejuela. Aquella intención básica entronca directa-
mente con la resaca que había provocado el fenómeno de la aparición y estudio de los bron-
ces jurídicos, así como las subsiguientes excavaciones de 1876, junto a la llamativa noticia
de las cuevas con pinturas murales de Demetrio de los Ríos, aunque esta última en menor
medida. No extraña, así, la presencia en la primera Junta Directiva de Francisco Rodríguez
Marín, como Secretario-archivero y mentor importante de la Sociedad en la prensa ursao-
nense, en la que siempre jugó un papel de gran importancia74. Pero, además, este personaje

68
SALAS ÁLVAREZ, J., Op. Cit., nota 20; ÍDEM, Op. Cit., nota 4.
69
Este aspecto lo hemos estudiado indirectamente en otro sitio (PACHÓN, J. A., PASTOR, M. y ROUILLARD, P., “Es-
tudio Preliminar”, en ENGEL, A. y PARIS, P., Una fortaleza ...., Op. Cit., nota 18, pp. XXXIV ss. La fuente más directa
de estas actuaciones arqueológicas se encuentran en el periódico local El Paleto durante los años 1901 y 1902.
70
SALAS ÁLVAREZ, J., Op. Cit.,nota 20.
71
El Centinela de Osuna, 54, 13 de febrero de 1887; El Paleto de Osuna, 48, 5 de julio de 1903.
72
El Centinela de Osuna, 69, 5 de junio de 1887.
73
Libro de Actas de la Junta Directiva del Ateneo y Sociedad de Excursiones de Sevilla, tomo 1º, folio 9 (9 de
abril de 1887).
74
ÁLVAREZ SANTALÓ, R., Rodríguez Marín, periodista (1880-1886), Fundación García Blanco y Caja General
de Ahorros de Granada, Osuna, 1993. Para un análisis general de la prensa local debe analizarse a este mis-
mo autor: ÁLVAREZ SANTALÓ, R., “Osuna y su prensa en los últimos años del siglo XIX”, Archivo Hispalen-
se,189, Sevilla, 1979, pp. 71-105.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 7 5
acabaría representando el mejor ejemplo contrastable de aquella resaca, al habernos dejado
un sabroso y divertido cuento sobre lo que habían calado las tablas municipales, no solo en
el grupo social más instruido de Osuna, sino incluso en el común de la población75.
Estamos convencidos de que esta permanente presencia de los bronces en el imagina-
rio colectivo ni siquiera fue ajena al propio Berlanga, quien debió seguir de cerca los progre-
sos de la Sociedad Arqueológica de Excavaciones, pese a que en la primera Junta Directiva
no aparecía su nombre formando parte. En la nómina de 1887, aparte de Rodríguez Marín,
sólo encontramos dos nombres significativos en esa Junta, como presidentes honorarios:
uno, el de Antonio María García Blanco, catedrático de hebreo en la Universidad Central
de Madrid, colaborador de muchas empresas periodísticas de Rodríguez Marín y autor de
una interesante crónica76; otro, el de Manuel Sales y Ferré, catedrático de historia en la Uni-
versidad de Sevilla, Director a su vez del Ateneo de Sevilla y verdadera alma espiritual de la
Sociedad. Esta situación se mantendría durante el primer año, hasta 1888.
Será en esta última fecha cuando encontremos a Manuel Rodríguez de Berlanga en la
relación de responsables de la Sociedad, convertido también en Presidente Honorario de la
misma; cargo que aceptó en la sesión general de la Sociedad, celebrada el 10 de junio de
188877. Este hecho podría interpretarse como la mera intención de los socios de dotarla de
una distinción intelectual que la sacara del marasmo cultural y económico en que se había
convertido tras la gestión de su primer año de vida. No obstante, al margen de esas inter-
pretaciones posiblemente espurias, que quizá nunca sepamos si influyeron verdaderamente
en la organización, la presencia de Berlanga puede valorarse también, más realistamente,
como la preocupación de él mismo por estar más cerca de Osuna y contribuir en lo posible
al estudio y conocimiento de los nuevos hallazgos arqueológicos que pudieran producirse.
Los hechos han demostrado que esta interpretación es más que razonable, al comprobarse
que, después incluso de la desaparición de la Sociedad Arqueológica de Excavaciones, Ber-
langa siga relacionado con Osuna, como más adelante veremos.
Sí estamos seguros de que, en realidad, las motivaciones seguían siendo de raíz
ilustrada, con ciertos tintes positivistas, pudiéndose parangonar con algunas de las que
llevaron a fundar en el siglo XVIII las Sociedades Económicas de Amigos del País, a las
que Osuna tampoco llegaría a ser ajena78. En el ámbito de tales motivaciones, el interés
residía en desarrollar la investigación para alcanzar un mejor conocimiento de la historia
de la villa, al tiempo que contribuir al mejoramiento del retraso que también se le reco-
nocía a la localidad en muchos otros ámbitos. Por desgracia, a la larga solo se utilizó la
Sociedad Arqueológica para una serie de excavaciones no muy controladas, cuyos hallaz-
gos acabaron perdiéndose o en manos de algunos de sus socios para atender intereses
particulares.

75
RODRÍGUEZ MARÍN, F., “El nuevo bronce de Osuna”, Una docena de cuentos, Ayuntamiento de Osuna, Se-
villa, 1943, pp. 69-76. Se trata de una reimpresión extractada del original del mismo autor, Cincuenta cuentos
anecdóticos, Madrid, 1919.
76
GARCÍA BLANCO, A. M., Memorias de un siglo, Imp. Ledesma, Osuna, 1887.
77
El Vigilante de Osuna, 14 de junio de 1888; SALAS ÁLVAREZ, J., Op. Cit., nota 4, p.76.
78
SORIA MEDINA, E., La Sociedad Económica de Amigos del País de Osuna, Monografías Archivo Hispalense,
Sevilla, 1975.

7 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
De entre esos socios cabe destacar a José Postigo Pérez, miembro de la burguesía agrí-
cola de Osuna, a quien, en principio, parece que también le movían buenos deseos altruis-
tas. Él fue quien propuso, cosa que se acordó, que cada nuevo socio aportara –a juicio de
la Directiva– una obra científica o literaria para la biblioteca, que aquella elegiría entre tres
propuestas79. Del mismo modo, por lo que acabaría siendo nombrado socio honorario, en
ese año de 1888 puso a disposición de la Sociedad sus propios terrenos para que se realiza-
ran en ellos excavaciones arqueológicas80. Pero, precisamente, los resultados que se obtu-
vieron en ellos fueron la posible causa de las divergencias entre los societarios.
De las propiedades de José Postigo, tenemos constancia por los datos topográficos de
los alrededores de Osuna, donde conocemos el famoso Garrotal de Postigo. Precisamente,
el lugar que a fines del silo XIX y principios del XX estaba proporcionando abundante escul-
tura ibérica y que fue alquilado por A. Engel para realizar sus excavaciones con P. Paris. Esa
propiedad, que Postigo puso a disposición de la Sociedad Arqueológica de Excavaciones,
creemos que era esa misma finca, porque su extensión abarcaba –en su punto más bajo–
desde la confluencia de la Vereda de Granada con el Camino de San José, limitando pues
con el área donde habían aparecido las tablas que nosotros situamos en el mismo camino
o al sur del mismo, y que era la zona de mayor interés para la Sociedad. La relación entre
este hecho y la desaparición de la Sociedad no acaba de estar del todo clara, pero curio-
samente se cruzan las fechas de su última sesión81 con las excavaciones en el mismo mes
en la propiedad de Postigo, donde se sabe de la aparición de «.... piedras muy ricas .... »82,
expresión que podría estar indicando molduras arquitectónicas, si no esculturas o relieves
propiamente dichos; lo que quizás anuncie un cambio fundamental en la situación.
Aunque se ha indicado otras veces que la razón de la disolución de la Sociedad fue la
excavación de un profundo pozo en la misma Vereda83, también es plausible que las desave-
nencias pudieron estar ligadas a desacuerdos sobre el destino de los objetos hallados que,
como sabemos se han perdido en su totalidad, salvo las esculturas que tal vez empezaron a
salir entonces y de las que tenemos noticias por Engel y Paris. Fuese lo que fuese, las excava-
ciones “oficiales” de la Sociedad dieron paso a las investigaciones “privadas” de sociedades
particulares. En este orden de cosas, Berlanga vuelve a aparecer, junto a José Postigo y el
descubridor de las primeras esculturas ibéricas, Fernando Gómez Guisado84.
Las excavaciones que habían propiciado estos hallazgos las hizo este último, pero en
los terrenos de José Postigo, en fechas que creemos anteriores a 1902, porque en ese año
fue cuando A. Engel descubre lo acumulado por Fernando Gómez e inicia los trámites para

79
SALAS ÁLVAREZ, J., Op. Cit., nota 20, p. 293.
80
El Paleto de Osuna, 48, 5 de junio de 1903.
81
5 de agosto de 1888 (El Paleto...,Op. Cit., nota 80).
82
El Vigilante de Osuna, 22, 16 de agosto de 1888.
83
ENGEL, A. y PARIS, P., Op. Cit., nota 18, pp. [19-20] de la traducción de PACHÓN, J. A., PASTOR, M. y
ROUILLARD, P. y El Paleto de Osuna, 48, 5 de julio de 1903: «Numerosas reuniones, cuotas mejor provistas,
excavaciones a lo largo de la Vereda de Granada y en un campo de José Postigo Pérez, hasta que por fin la
Sociedad “quedó enterrada en un profundo pozo de esta vereda, pozo que se encargó de vaciar, y engullir
todos sus fondos y otros que tomó a crédito”. La última reunión se celebró el 5 de agosto de 1888».
84
SALAS ÁLVAREZ, J., Op. Cit., nota 4, p. 82.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 7 7
su adquisición para el Louvre y la posterior excavación de aquellos terrenos85. Fernando
Gómez también era un antiguo miembro de la Sociedad Arqueológica de Excavaciones, por
lo que junto a José Postigo debieron siempre haber mantenido contactos con Berlanga, de
quien sabemos que –a este respecto– había empezado a preparar una publicación de las
esculturas ibéricas que el primero había ido descubriendo.
De todos modos, los primeros años del siglo XX debieron ser muy azarosos para Ber-
langa, bastante abatido por las muertes de familiares y amigos ocurridas en ese tiempo; algo
que pudo influir negativamente en la ultimación de aquellos estudios escultóricos. Pero es
difícil saber hoy si, en realidad, ese fue el motivo de que nunca acabase de publicar las pri-
meras esculturas ibéricas de Osuna. Su interés por la plástica coincide, pese a todo, con las
fechas de ebullición de estos últimos hallazgos, cuando publica las esculturas encontradas
en la cercana Estepa86; por lo que no le debía representar demasiado una nueva empresa
editorial87.
En este sentido, tampoco podemos olvidar que las esculturas de Fernando Gómez
Guisado acabaron siendo adquiridas por el Louvre, lo que quizás representó para Berlanga
una ruptura necesaria con los excavadores de Osuna y antiguos miembros de la Sociedad de
Excavaciones. La salida al extranjero de lo hallado chocaba frontalmente con lo que teórica-
mente habían venido defendiendo: la lucha por el progreso de la Nación y el desarrollo de
la historia local. Sea cierta o no tal razón, esa ruptura debió producirse, y junto con el desvío
a Francia de las esculturas, acabaron por impedir el que podía haber sido último proyecto
editorial de Berlanga sobre el lugar de procedencia de los bronces.
Con ello se cierra, también (1902), la relación conocida con Osuna y su arqueología.

Granada, abril de 2004

85
Véase nuestro estudio de este particular en PACHÓN, J. A., PASTOR, M. y ROUILLARD, P., Op. Cit., nota 18,
pp. XXXIV-XXV.
86
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., “Descubrimiento arqueológico verificado en el Tajo Montero, a principios
de febrero de 1900”, RABM, VI, 4-5, 7, Madrid, 1902, pp. 328-338 y 28-51.
87
Recuérdese que entre otras cosas, también en 1903, publicaría el catálogo del Museo de los Loring (RODRÍ-
GUEZ DE BERLANGA, M., Op. Cit., nota 9).

7 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA
Y LA ARQUEOLOGÍA FENICIA

JUAN ANTONIO MARTÍN RUIZ, ALEJANDRO PÉREZ-MALUMBRES LANDA

• INTRODUCCIÓN

Con toda seguridad no descubriríamos nada nuevo si dijésemos que Manuel Rodrí-
guez de Berlanga fue un gran estudioso del mundo romano, en especial el derecho y la
epigrafía, donde realmente destacó con luz propia a pesar del olvido que, en no pocas oca-
siones, ha existido hacia su persona y sus obras, abundantes tanto en número como en la
valiosa información que aportan sobre nuestro pasado.
Sin embargo, entre las múltiples facetas de este investigador tal vez exista aún una no
muy conocida que lo relaciona con épocas mucho más antiguas, en concreto con los pri-
meros estudios sobre un tema de gran actualidad en nuestros días como es la colonización
fenicia en el sur de la Península Ibérica. Aún así, lo cierto es que, a pesar de ser numerosas
las páginas que dedicó a este asunto, las referencias que encontramos a ellas en los recien-
tes trabajos historiográficos sobre los inicios de estas investigaciones son sumamente esca-
sas, sin que por lo general suelan hacerse eco de gran parte de las valiosas aportaciones que
realizó1.
Tal vez ello se haya visto favorecido por la dificultad que existe para poder acceder
a la totalidad de sus publicaciones, por otra parte numerosas, debido en gran medida a las
decepciones que tuvo en vida al comprobar la poca difusión que tuvieron sus libros entre
sus colegas hispanos, lo que le llevó a hacer tiradas reducidas que no se ponían a la venta2.
Así mismo, otro factor a considerar sería el hecho de que la mayor parte de las aportaciones
al mundo fenicio que encontramos en la obra de Berlanga son generalmente referencias que
se hallan insertas entre otros datos, inmersos en multitud de trabajos de índole muy diversa
Sin ser un defensor acérrimo del mundo fenicio, sí lo considera un elemento positivo
dentro de la Historia de España, mientras que los cartagineses son vistos, en cambio, desde

1
Entre los escasos autores que lo citan: ALVAR, J., (1993), “El descubrimiento de la presencia fenicia en Anda-
lucía”, en La Antigüedad como argumento. Historiografía de la Arqueología e Historia Antigua en Andalucía,
Junta de Andalucía, Sevilla, p.161; FERRER ALBELDA, E., (1996), La España cartaginesa. Claves historiográficas
para la Historia de España, Universidad de Sevilla, Sevilla, p.86; MEDEROS MARTÍN, A., (2001), “Fenicios
evanescentes. Nacimiento, muerte y redescubrimiento de los fenicios en la Península Ibérica. I. (1780-1935)”,
Saguntum, 33, Valencia, pp.38-39.
2
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), “Tres objetos malacitanos de época incierta”, Bulletin Hispanique,
V, 3, Bordeaux, p.215.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 7 9
una óptica imperialista que no los hace nada gratos a sus ojos3, algo que, por otra parte, era
una opinión generalizada entre la mayor parte de los estudiosos que se dedicaba a este tema
hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX4.
Sería interesante examinar si la visión positiva hacia los fenicios puede deberse a la
ideología decimonónica, y en particular a los intereses burgueses de su clase dirigente, en la
cual nuestro autor acabó integrándose plenamente gracias a su matrimonio con Elisa Caro-
lina Loring Oyarzábal5, perteneciente al marquesado de Casa Loring. Estos emprendedores
comerciantes orientales abrieron esta región a la civilización, pues se les presuponía un
estadio cultural bastante más avanzado que los indígenas como reflejarían la introducción
de la escritura o la metalurgia. No debemos olvidar al respecto la relación de la burguesía
malagueña con la industria metalúrgica y el comercio.
Digamos también que su ideología engarza a la perfección con la fe que en la época
se tenía en el progreso basado en los avances técnicos que, por regla general, venían nor-
malmente del exterior y que es necesario no sólo no rechazar, sino asimilar con rapidez.
Desde esta óptica la postura reacia que los hispanos habían adoptado en la Antigüedad
hacia estas poblaciones era algo que no debía volver a repetirse, idea que no sólo estaba en
la mente de Berlanga, sino de muchos otros estudiosos de su tiempo6.
Aun cuando en las páginas que siguen repasaremos la aportación realizada por Ber-
langa al panorama de los estudios sobre el mundo fenicio en nuestro litoral, hemos de
recordar que este autor también dedicó algunos trabajos al examen del origen y evolución
histórica de los fenicios en Oriente7, por lo que en sus escritos encontramos alusiones a
ciudades como Sidón, Tiro, Arados o Biblos, sin que tampoco descuide vincular los descu-
brimientos hispanos con los efectuados en otros lugares del Mediterráneo frecuentados por
estos navegantes, como sucede con Cartago o Tharros, o bien con hallazgos alejados de su
órbita pero de gran importancia para su mejor conocimiento, caso de la famosa tarifa sacra
de Marsella, todo ello gracias a las magníficas relaciones que mantuvo con sus colegas
europeos, aun cuando también existieron desavenencias con alguno de ellos como tendre-
mos ocasión de comprobar más adelante.
Previamente hemos de indicar que la visión berlanguiana de los sucesos que tuvieron
lugar en estos siglos del I milenio a. C. no difiere esencialmente de la que ha sido la imagen
tradicional hasta bien entrado el siglo XX8. Para él los orígenes de esta sociedad se encuentra
en los cananeos, quienes fueron expulsados del Golfo Pérsico llegando a tierras de Palestina

3
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1905), “Cartagineses y romanos”, Malaca, III (reed. Ayuntamiento de Má-
laga, 2001), Málaga, pp.77-78.
4
FERRER ALBELDA, E., (1996), La España cartaginesa..., pp.69-85.
5
Sobre la vida de este autor puede verse, entre otros: OLMEDO CHECA, M., (1985), “Manuel Rodríguez de
Berlanga: un hombre singular en la Málaga del siglo XIX”, Jábega, 49, Málaga, pp.71-80.
6
GOZALBES CRAVIOTO, E., (2000), El descubrimiento de la Historia Antigua en Andalucía, ed. Sarriá, Málaga,
pp.96-97.
7
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1901), “La más antigua necrópolis de Gades y los primitivos civilizadores
de la Hispania”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, V, Madrid, pp.780-795.
8
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1908), “Últimos descubrimientos en la Alcazaba”, Malaca, V (reed. Ayun-
tamiento de Málaga, 2001), Málaga, p.204, nota 134; ALVAR EZQUERRA, J., (1993), “El descubrimiento...”,
pp.161-163.

8 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
junto con algunas tribus de pastores árabes que se les unieron por el camino. Otro grupo
invadió Egipto en tiempos de la XIV Dinastía y se mantuvo en el poder hasta que los expul-
saron los faraones de la XVIII Dinastía, siendo conocidos como hicsos, algo que hoy no se
contempla en absoluto. El ataque filisteo a Sidón obligó a sus moradores a refugiarse en Tiro,
ciudad que inició la colonización del Mediterráneo9. Aceptada la cronología tradicional
atribuida por las fuentes escritas para los inicios de la colonización fenicia, Cádiz habría
sido fundada en el 1100 junto con Málaga, extremo este último que creemos sólo puede
explicarse por la relación del autor con esta ciudad puesto que nada hay en las fuentes que
relacionen Malaca con fechas tan antiguas, hecho que nos extraña aún más dado el pro-
fundo conocimiento que Berlanga tenía de las mismas.
Según esa visión que en algunos aspectos podemos calificar de tradicional y que ha
sido dominante hasta prácticamente nuestros días, es a partir del siglo VI a. C. con el asedio
de Tiro por los babilonios cuando Cartago asciende en el Mediterráneo, enfrentándose con
los griegos en la batalla de Alalia y estableciendo su dominio sobre el sur de la Península
Ibérica merced a una petición de auxilio realizada por los gaditanos ante el acoso a que
estaban siendo sometidos por los indígenas, a la par que iniciaba el traslado hacia nues-
tras tierras de algunas poblaciones norteafricanas, los conocidos libiofenicios que tanto
han dado que hablar en los literatura científica sobre el tema10. Desde su punto de vista las
antiguas colonias tirias, como él las califica, permanecieron independientes aunque bajo
la hegemonía cartaginesa, signo de lo cual es que se rodeen de un perímetro amurallado,
algo que no sucede con los nuevos poblados habitados por libiofenicios, como por ejemplo
Cártama, fundada en el siglo VI a. C., los cuales dependen totalmente de Cartago, sin que
en ellos hallemos el menor atisbo de murallas11.
Dedica algunas líneas a comentar lo acaecido en Ibiza, donde de manera muy ori-
ginal para la época plantea que la presencia oriental en la isla es anterior a la llegada de
los cartagineses12, algo que las modernas investigaciones no han hecho sino confirmar en
fechas muy recientes al vincular este proceso con lo acaecido en Andalucía13, pues hasta
bien entrado el siglo pasado se consideraba a los norteafricanos como los fundadores de
Ebusus.

9
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1874), “Prólogo”, en GUILLÉN ROBLES, F., (1874), Historia de Málaga y
su provincia, (reed. Arguval, Málaga, 1983), Málaga, vol.I, pp.IX-XII.
10
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1905),”Cartagineses y romanos”, pp.77-80. El principal difusor de esta
visión catastrofista del siglo VI a. C fue sin duda el profesor alemán A. SCHULTEN, (1979), Tartessos, Madrid,
si bien en la actualidad se ha visto seriamente cuestionada.
11
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1905), “Cartagineses...”, p.86.
12
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1905), “Cartagineses...”, pp.79 y 84.
13
COSTA RIBAS, B.; FERNÁNDEZ GÓMEZ, J. H.; GÓMEZ BELLARD, C., (1991), “Ibiza fenicia: la primera fase
de la colonización de la isla (siglos VII y VI a. C.)”, en Atti del II Congresso Internazionale di Studi Fenici e
Punici, Roma, vol.II, pp.760-785.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 8 1
• BERLANGA Y LA ARQUEOLOGÍA FENICIA PENINSULAR

A continuación valoraremos las distintas aportaciones que Berlanga hace a la, por
aquel entonces, incipiente arqueología fenicia. Sus comentarios se centran en varios yaci-
mientos andaluces, como son Cádiz, la necrópolis de Cortijo de Montañez, vinculable con
el asentamiento del Cerro del Villar, Málaga, Vélez Málaga, Almuñécar y Adra, si bien hemos
de indicar que no siempre acierta en su adscripción cultural, como veremos más adelante,
pues varios hallazgos son consignados como de época romana. De cualquier forma este
hecho no debe extrañarnos en modo alguno, puesto que en los años en los que escribió
Berlanga apenas se conocía la cultura material fenicia, dado que en realidad no fue hasta la
década de 1950 cuando se identificaron los primeros artefactos cerámicos vinculables con
esta colonización, gracias a los trabajos pioneros de M. Tarradell, E. Cuadrado y P. Cintas14
sobre las cerámicas decoradas con engobe rojo.
De la capital gaditana Berlanga recoge los informes que le llegan sobre un todavía hoy
sensacional descubrimiento, como fue la aparición de tres sepulcros de cistas de sillares
en la zona de Punta de Vaca con ocasión de las obras que se estaban acometiendo para la
Exposición Marítima Nacional que tuvo lugar en 1887 en esta ciudad15. Hemos de indicar
que siempre que pudo comprobó personalmente la veracidad de los hallazgos que narra, lo
que no sucedió por ejemplo con el sarcófago antropoide masculino de Cádiz ya que, como
hizo en otras ocasiones, se basó en la información que le suministraba la prensa local.
Berlanga fue el único en transmitir datos del hallazgo (figura 1), si bien como hemos
dicho, no pudo comprobarlos in situ puesto que las tumbas fueron destruidas. Cada cista
contenía un enterramiento de inhumación. En la situada más al oeste, la de mayor tamaño,
estaba el sarcófago antropomorfo (figura 2) junto a restos de madera, según parece de cedro,
y tejido. La segunda albergaba los restos de un varón con armamento de hierro y bisagras
de hueso, mientras que la tercera era la tumba de una mujer que guardaba aún sus aderezos
áureos: un aro, un pendiente amorcillado, un anillo con escarabeo y un collar formado por
cuentas de oro y ágata en el que destacaba un medallón decorado con rosetas incrustadas.
También aparecieron algunos materiales en la fosa que daba cobijo a las tumbas, como son
dos pequeños brazaletes y dos pendientes de oro.
El interior del sarcófago sufrió un expolio, cambiándose su contenido16, lo que no
impidió a nuestro investigador, siguiendo a Emil Hübner, identificarlo correctamente como
fenicio frente a la opinión de otros que lo consideraban romano, consultando para ello

14
CINTAS, P., (1953), “Ceramique rougebrillante de l’Ouest mediterráneen et de l’Atlantique“, Academie de
inscriptions et Belles Letres, Paris, pp.72-77; TARRADELL, M., (1953), “Tres notas sobre arqueología púnica del
Norte de África”, Archivo Español de Arqueología, 26, Madrid, pp.165-167; CUADRADO DÍAZ, E., (1953),
“Materiales ibéricos: cerámica roja de procedencia incierta”, Zephyrus, IV, Salamanca, pp.267-303.
15
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1891), El nuevo bronce de Itálica, imprenta de D. Ambrosio, Málaga,
pp.294-318.
16
RAMÍREZ DELGADO, J. R., (1982), Los primitivos núcleos de asentamiento en la ciudad de Cádiz, ayunta-
miento de Cádiz, Cádiz, pp.160-164; MONTES BERNÁRDEZ, R.; RAMÍREZ DELGADO, J. R., (1994), “Falsi-
ficaciones arqueológicas de tipo feno-púnico en Cádiz y Murcia”, en El mundo púnico. Historia, sociedad y
cultura, Murcia, pp.478-480.

8 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Figura 1: Sepulcros y materiales de Punta de Vaca (Fuente: M. Rodríguez de Berlanga)

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 8 3
Figura 2: Sarcófago antropomorfo de Cádiz (Fuente: D. Sedeño)

bibliografía poco difundida entre los estudiosos españoles de la época. De origen sidonio,
con cuya producción vincula esta pieza citando como ejemplo el conocido sarcófago de
Eshumazor II17, lo fecha en el siglo V a. C., extremo que los posteriores estudios han confir-
mado, afinando su cronología hacia el 400 a. C18, en tanto el reciente análisis realizado al

17
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1888), “Sepulcros antiguos de Cádiz”, Revista Archeologica, 3, Lisboa,
pp.38-39 y 44; sobre el sarcófago de este monarca sidonio, vid. LARA PEINADO, F., (1994), “El sarcófago del
rey fenicio Eshumazor”, Historia 16, 215, Madrid, pp.105-109.
18
PEMÁN, C., (1944), “Nuevas precisiones tipológicas sobre el sarcófago púnico de Cádiz”, Ampurias, 6, Bar-
celona, pp.321-323; KUKAHN, E., (1951), “El sarcófago sidonio, de Cádiz”, Archivo Español de Arqueología,
24, Madrid, pp.27-32

8 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
medallón-colgante del collar indica que debe fecharse en el siglo IV a. C.19, lo que hace que
la cronología asignada a este grupo de tumbas sea bastante homogénea.
Sin embargo, no fueron éstas las únicas sepulturas de esta ciudad a las que prestó
atención, puesto que recoge distintos hallazgos20 en los que comenta varios grupos de cistas
formadas por sillares en Punta de Vaca.
También recoge una pieza carente de contexto preciso pero que ha despertado un
inusitado interés entre los estudiosos del tema. Nos referimos a un anillo de oro aparecido
en la zona de Puerta de Tierra21 en el que se lee una interesante inscripción fenicia de los
siglos VIII-VII a. C. 22, denominada Hispania 1 por los investigadores, en la que se ha visto
una prueba de la existencia de una institución fenicia como es la Asamblea del Pueblo, sin
que olvidemos otros restos exhumados, la mayor parte de las veces sin un contextos preciso,
como acontece con un estuche porta-amuletos de oro y bronce rematado en un prótomo de
animal, amén de una pequeña figurita broncínea que muestra un tocado egiptizante23.
Otro yacimiento que ha podido identificarse gracias a los datos que suministra el
erudito ceutí fue la necrópolis de Cortijo de Montañez, vinculable como dijimos con
el hábitat del Cerro del Villar, aun cuando para él se trataba de enterramientos roma-
nos. Estos materiales formaban parte de la colección expuesta en el Museo Loringiano24,
pasando una parte a integrar los fondos del Museo Arqueológico Provincial de Málaga,
sin que en nuestros días se conozca el paradero del resto. Sabemos gracias a Berlanga que
se trataba de una necrópolis de incineración, hoy datada a inicios del siglo VI a. C.25, que
estuvo situada bajo dunas de arena con urnas cinerarias y ajuares que estaban integrados
por lucernas, pithoi, ánforas y vasos de boca de seta y trilobulada, así como otros tipo
Cruz del Negro (figura 3).
Ya en Málaga disponemos de informes acerca de dos áreas de enterramiento. La pri-
mera atañe al hallazgo que tuvo lugar en 1870 en los por aquel entonces números 6 y 8 de
la calle Andrés Pérez, actuales 10-12, no lejos de la ribera oriental del Guadalmedina. Se
trata de una cista con suelo de tierra apisonada y alzados de sillares que albergaba los restos
incinerados del difunto dentro de una caja de plomo, junto a bisagras de hueso. La unión
de dos de estos sillares dejaba un hueco en el que se encontró una incineración acompa-

19
Esta pieza forma parte del grupo VI, subgrupo C de la tipología establecida por PEREA CAVEDA, A., (1986),
“La orfebrería púnica de Cádiz”, en Los fenicios en la Península Ibérica, ed. Ausa, Sabadell, vol.II, p.299.
20
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1901), “Nuevos descubrimientos arqueológicos hechos en Cádiz del 1891
al 1892”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, V, Madrid, pp.208-319; A. MUÑOZ VICENTE, (1983-84),
“Aportaciones al estudio de las tumbas de sillería prerromanas de Cádiz”, Boletín del Museo de Cádiz, IV,
Cádiz, pp.48-49.
21
RODRIGUEZ DE BERLANGA, M., (1891), Los nuevos bronces..., pp.328-329.
22
FUENTES ESTAÑOL, M. J., (1986), Corpus de las inscripciones fenicias, púnicas y neopúnicas de España, Barcelo-
na, p.12. Todavía se discute si se trata de una pieza fenicia, filistea o moabita: AMADASI GUZZO, M. G., (1994),
“Appunti su iscrizioni fenicie in Spagna”, en El mundo púnico. Historia, sociedad y cultura, Murcia, pp.197-199.
23
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1901), “Nuevos descubrimientos...”, pp.318-319.
24
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), Catálogo del Museo Loringiano, Málaga, (reed. Universidad de
Málaga, Málaga, 1995), pp.118, 163 y 169.
25
AUBET SEMMLER, M. E.; MAASS-LINDEMANN, G.; MARTÍN RUIZ, J. A., (1995), “La necrópolis fenicia de cor-
tijo de Montañez (Churriana, Málaga)”, Cuadernos de Arqueología Mediterránea, I, Barcelona, pp.217-232.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 8 5
Figura 3: Materiales cerámicos de Cortijo Montañez (Fuente: Aubet et alii).

8 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Figura 4: Disco áureo y bisagras de hueso de calle Andrés Pérez (Fuente: M. Rodríguez Berlanga)

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 8 7
ñada de tres discos de oro en forma de roseta con granates y nuevas bisagras óseas (figura
4). Aunque estas piezas formaron parte del Museo Loringiano26, en la actualidad se ignora
dónde puedan encontrarse.
Su adscripción cronológica es compleja pues si para algunos27 debe datarse entre
los siglos VI-V a. C., en opinión de otros28 esta cronología habría de rebajarse hasta época
romana, para lo que se aducen como elementos para considerar su pertenencia al mundo
romano la presencia de urnas de plomo y bisagras de hueso, junto al hecho de que la deco-
ración de los discos no tenga parangón en el arte semita.
Por nuestra parte consideramos que esta sepultura pudo pertenecer a una época
similar a otra tumba de los siglos II-I a. C. de la necrópolis de Gibralfaro, ya que aunque
estaba hecha con sillarejo en lugar de sillares, destacaba por su monumentalidad sobre las
demás y presentaba también suelo de tierra y abundantes bisagras de hueso. Así mismo,
debemos hacer notar que la roseta como motivo decorativo no es un elemento en abso-
luto extraño al ámbito fenicio, como se constata en el taller gaditano desde el siglo VI a.
C. en adelante, por no hablar de otros puntos de Mediterráneo donde también aparece:
Cartago, Tharros, o la propia Fenicia desde fines del II milenio a. C.29, sin olvidar que aun-
que es cierto que en necrópolis fenicias como la ibicenca Puig des Molins30 han apare-
cido algunas pequeñas cajitas de plomo en algunas tumbas, éstas no fueron utilizadas en
ningún caso para contener los restos mortales, sino que parece que estuvieron destinadas
a contener ungüentos.
Berlanga y otro estudioso malagueño, F. Guillén Robles31, al que el propio Berlanga
prologó su obra Historia de Málaga y su provincia, son los únicos que ofrecen información
sobre la necrópolis de Malaca. Así, nuestro autor, llegó a ver y recuperar para el Museo
Loringiano algunos objetos procedentes de la ladera meridional de la colina de Gibralfaro,
en la zona conocida como Campos Elíseos, la cual debe su nombre a Joaquín Osés, músico
y amigo de Berlanga, fotógrafo autor de varias de las instantáneas que fueron usadas en
el Catálogo del Museo Loringiano, quien construyó una residencia en la zona. La citada
necrópolis presenta una gran amplitud espacial como se desprende de la descripción ofre-
cida, según la cual se extendía, siguiendo el antiguo camino de Vélez, desde “la fuente

26
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), Catálogo..., pp.36-37.
27
SÁNCHEZ-LAFUENTE GEMAR, R., (1974), “Orfebrería antigua de Málaga”, Jábega, 8, Málaga, pp.77-78;
GRAN-AYMERICH, J. M. J., (1986), “Málaga fenicia y púnica”, en Los fenicios en la Península Ibérica, Saba-
dell, vol.I, p.131-132.
28
RODRÍGUEZ OLIVA, P., (1993-94), “Sobre algunos tipos de urnas cinerarias de la provincia Baetica y notas
a propósito de la necrópolis de la calle Andrés Pérez de Málaga”, Mainake, XV-XVI, Málaga, pp.229-233;
BELTRÁN FORTES, J.; LOZA AZUAGA, M. L., (1997), “Producción anfórica y paisaje costero en el ámbito de
la Malaca romana durante el Alto Imperio”, en Figlinae malacitanae. La producción de cerámica romana en
los territorios malacitanos, Universidad de Málaga, Málaga, p.125.
29
PEREA CAVEDA, A., (1992), “El taller de orfebrería de Cádiz y sus relaciones con otros centros coloniales e in-
dígenas”, en Producciones artesanales fenicio-púnicas, VI Jornadas de Arqueología fenicio-púnica, Ibiza, p.81.
30
FERNÁNDEZ, J. H., (1992), Excavaciones en la necrópolis del Puig des Molins (Eivissa). Las campañas de D.
Carlos Román Ferrer: 1921-1929, Museo Arqueológico de Ibiza, Ibiza, vol.II, pp.200-201.
31
GUILLÉN ROBLES, F., (1880), Málaga musulmana. Sucesos, antigüedades, ciencias y letras malagueñas duran-
te la Edad Media, (reed. Arguval, Málaga, 1985), Málaga, vol.II, p.453, nota 2.

8 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Amarga al arroyo que bordea el Cementerio inglés”32.
Nuestro autor describe hasta cinco sepulturas, todas
ellas de inhumación, en una de las cuales encontró
que en la cal depositada sobre la tumba se había gra-
bado la imagen en negativo de una mujer amortajada
(figura 5), y a la que más tarde se realizó un vaciado
que fue fotografiado, lo que no sólo nos permite cono-
cer el rostro más antiguo conocido de una antigua
habitante de Malaca, sino que nos aporta detalles del
ritual que normalmente se escapan al registro arqueo-
lógico, como es el uso de una mortaja que rodea la
cara pasando por debajo de la mandíbula inferior para
evitar que se abra. Este uso de sudarios había sido
sugerido por algunos arqueólogos en los últimos años
dada la posición anatómica de los huesos en varios
enterramientos de Cádiz.33. En la misma capa de cal
Figura 5: Imagen de mujer
se identificó la impronta de un cesto hecho con mate- amortajada de Málaga.
ria orgánica, lo que informa de la utilización de unos (Fuente: M. Rodríguez de Berlanga)
objetos cotidianos que debieron ser muy habituales
pero que difícilmente se conservan.
En sus notas recoge también datos sobre las técnicas constructivas de las sepulturas
(lajas de pizarra, ladrillos y tégulas), así como de algunos objetos que componían los ajua-
res, tales como pendientes, pulseras y anillos de oro y plata, además de monedas y distintos
recipientes cerámicos (lucernas, cuencos). Es cierto que en ocasiones revela cierta inseguri-
dad, como cuando describe unos vasos que unas veces llama “botecitos” o “lacrimatorios”34,
dejándose llevar por la falsa creencia de que en ellos se guardaban las lágrimas derramadas
por los familiares del difunto, y otras los identifica correctamente como ungüentarios, varios
de los cuales se mostraban en el Museo Loringiano35.
Algo similar le ocurre al estudiar una serie de huesos cilíndricos que se habían docu-
mentado en sepulturas de Cádiz y Málaga, los cuales a veces podían mostrar distintas per-
foraciones circulares o rectangulares, y de los que debió haber un taller en esta última
población36. Si leemos sus escritos vemos cómo duda sobre si se trata de elementos inte-
grantes de un collar37 o restos de instrumentos musicales38. Ciertamente se trata de un error

32
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), “Tres objetos...”, pp.219-222; IDEM, (1908), “Últimos descubri-
mientos...”, p.200, nota 75.
33
PERDIGONES MORENO, L.; MUÑOZ VICENTE, A., (1990), “Excavaciones arqueológicas de urgencia en un solar de
la calle Campos Elíseos. Extramuros de Cádiz”, Anuario Arqueológico de Andalucía/1987, Sevilla, vol.III, p.71.
34
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), Catálogo..., p.163.
35
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), “Tres objetos...”, p.219.
36
PEREZ-MALUMBRES LANDA, A.; MARTÍN RUIZ, J. A., GARCÍA CARRETERO, J. R., (2000), “Elementos del
mobiliario fenicio: las bisagras de hueso de la necrópolis de Campos Elíseos (Gibralfaro, Málaga)”, Antiquitas,
11-12, Priego de Córdoba, pp.5-18.
37
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1891), El nuevo bronce..., pp.320-321.
38
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1908), “Últimos descubrimientos...”, p.182.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 8 9
Figura 6: Planta del sector de necrópolis de calle Campos Elíseos
(Fuente: Alejandro Pérez-Malumbres; Juan Antonio Martín)

9 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
comprensible, extendido aún hoy en día, que sólo ha
podido solventarse con un mayor volumen de hallaz-
gos, siendo así que no son otra cosa que bisagras de
hueso o marfil39.
Con posterioridad han podido realizarse una
serie de campañas arqueológicas que permitieron
documentar un total de veintitrés enterramientos de
inhumación e incineración datables entre los siglos
VI, II-I a. C. y I d. C. (figura 6), configurándose como
la necrópolis principal de Malaca40, máxime si a ello
unimos la proximidad de un área donde ha podido
constatarse la presencia de una tumba de cámara de
los siglos VI-V a. C.41.
Muy probablemente debamos vincular con esta
necrópolis otros objetos de los que el escritor ceutí
proporciona los pocos y confusos datos de que dis-
ponemos. Uno de ellos corresponde a una figurita de
un uschebti, figura funeraria de origen egipcio que
se depositaba en las tumbas en distinto número para
servir al difunto en otra vida, la cual apareció en el Figura 7: Uschebti hallado en Málaga
(Fuente: M. Rodríguez de Berlanga)
interior de “un sepulcro en las playas a levante y no
lejos de Málaga”42, y que ha sido datada en el siglo
V a. C.43 (figura 7). Precisamente es Berlanga quien publica las pocas figuras de este tipo
de piezas halladas en los yacimientos fenicios peninsulares, pues también estudió otra

39
PEREZ-MALUMBRES LANDA, A.; MARTÍN RUIZ, J. A.; GARCÍA CARRETERO, J. R., (2000), “Elementos del
mobiliario...”, pp.5-18.
40
MARTÍN RUIZ, J. A.; PÉREZ-MALUMBRES LANDA, A., (1999a), Malaca fenicia y romana. La necrópolis de Cam-
pos Elíseos: catálogo de la exposición, Málaga; IDEM, (1999b), “La necrópolis de época tardo-púnica de los Cam-
pos Elíseos (Gibralfaro, Málaga)”, Madrider Mitteilungen, 40, pp.146-159; IDE, (2001a), “La necrópolis de Campos
Elíseos (Gibralfaro, Málaga), en Comercio y comerciantes en la Historia Antigua de Málaga (siglos VIII a. C.-año
711 d. C.), Málaga, pp.300-309; IDEM, (2001b), “La necrópolis de Campos Elíseos. Segunda campaña de exca-
vaciones arqueológicas”, Anuario Arqueológico de Andalucía/1997, Sevilla, vol.II, pp.215-221; IDEM, (2002),
“La necrópolis de Campos Elíseos. Tercera campaña de excavaciones arqueológicas”, Anuario Arqueológico de
Andalucía/1999, Sevilla, vol.II, pp.188-194; PÉREZ-MALUMBRES LANDA, A.; MARTÍN RUIZ, J. A., (1997),”En-
terramientos fenicios en Málaga: la necrópolis de Campos Elíseos”, Jábega, 77, Málaga, pp.3-10; IDEM, (2001),
“La necrópolis de Campos Elíseos. Primera campaña de excavaciones arqueológicas”, Anuario Arqueológico de
Andalucía/1997, Sevilla, vol.II, pp.208-215, IDEM, (2002), “Prospección arqueológica sistemática en la ladera sur
de la colina de Gibralfaro (Málaga)”, Anuario Arqueológico de Andalucía/1999, Sevilla, vol.II, pp.183-187.
41
PÉREZ-MALUMBRES LANDA, A.; MARTÍN RUIZ, J. A.; GARCÍA CARRETERO, J. R., (2003), “Hipogeo fenicio
en la necrópolis de Gibralfaro (Málaga)”, Anuario Arqueológico de Andalucía/2000, Sevilla, vol.III,1, Sevilla,
pp.781-794; MARTÍN RUIZ, J.A.; PÉREZ-MALUMBRES LANDA, A.; GARCÍA CARRETERO, J. R., (en prensa),
“Tumba de cámara de la necrópolis fenicia de Gibralfaro (Málaga, España)”, Rivista di Studi Fenici, Roma.
42
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), Catálogo..., p.40.
43
GAMER-WALLERT, I., (1978), Ägyptische und ägyprisierende funde von der Iberischen Habilsen, Wiesbaden,
pp.65 y 73-74.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 9 1
figurilla proveniente de Cádiz44, al parecer del grupo de tumbas que había facilitado el
célebre sarcófago.
Cerca de la tumba anterior se halló también una imagen del dios Bes que, según nos
narra45, fue cortado por la mitad por su propietario para comprobar que era de oro macizo
y que finalmente fue fundido.
Entre otros objetos descubiertos por aquellas fechas y que en su mayoría se han perdido hay
un escarabeo de cornalina46, un ancla de plomo hallada al dragar el puerto que no atribuye a estos
navegantes tras consultar el tema con Hübner, para quien correspondía a un buque cuya ubica-
ción temporal es imposible de situar, aunque no dudaba que era anterior a la Edad Media47.
Nuestro autor fue una de las pocas voces que se alzó contra el desmonte realizado
entre 1904 y 1906 en la ladera meridional del cerro donde se asienta la alcazaba medie-
val malagueña, a fin de utilizar esos materiales como relleno para el Parque sobre terre-
nos ganados al mar. Ello implicó la destrucción y el expolio de un gran número de restos
arqueológicos, así como el derribo de las murallas del Haza Baja de la Alcazaba. Fueron
arduos sus esfuerzos por controlar o al menos dejar constancia escrita de los numerosos
hallazgos que de continuo se producían48.
Este trabajo, que tantas amarguras le causó, nos permite en la actualidad disponer de una
valiosa información que, bien es cierto, Berlanga no siempre acertó a la hora de atribuirla a
una determinada sociedad. Así, en lo que ahora nos atañe, es decir, su relación con el mundo
fenicio, hemos de indicar que muchas de las piezas que él consideró pertenecientes a estos
colonizadores orientales deben adscribirse a época romana (capiteles, cerámicas), al igual
que sucede con las murallas derribadas, que corresponden al perímetro defensivo medieval.
Otro campo que atrajo su atención fue la antigua topografía malacitana49. En su opi-
nión la Málaga fenicia debió ocupar una extensión reducida distribuyéndose en torno a
la ladera de la Alcazaba, sin que en sus comienzos hubiese estado defendida por muralla
alguna, ya que ésta habría sido erigida a partir del siglo VI a. C. cuando su población se
incrementó con nuevos pobladores libiofenicios, murallas que los romanos habrían refor-
mado. En la cima de esta colina, ya en el sector de Gibralfaro, se sitúa Gibel Pharos y en su
cara más próxima al mar las instalaciones industriales destinadas a la salazón de pescado50.
A extramuros se encontraban las instalaciones portuarias que para él tendrían unas caracte-
rísticas similares a las del cothon de Cartago o Útica y, lejos de la zona habitada, la única

44
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1902), “La más antigua...”, p.28; GAMER-WALLERT, I., (1978), Ägyptis-
che..., p.73.
45
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), Catálogo..., p.40.
46
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1891), El nuevo bronce..., pp.332-333; IDEM, (1903), Catálogo..., pp.38 y 161.
47
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), “Tres objetos...”, pp.223-224.
48
RODRIGUEZ DE BERLANGA, M., (1908), “Últimos descubrimientos...”, p.149; sobre estos sucesos vid. BERLANGA
PALOMO, M. J., (2000), “La Comisión de Monumentos de Málaga y su actuación en los descubrimientos arqueoló-
gicos motivados por los derribos de la muralla de la Alcazaba (1904-1906)”, Baetica, 22, Málaga, pp.265-287.
49
RODRIGUEZ DE BERLANGA, M., (1906), “Descubrimientos en la Alcazaba”, Malaca, IV, (reed. Ayuntamien-
to de Málaga, 2001), Málaga, p.102; IDEM, (1908), “Conjeturas topográficas”, Malaca, VI, (reed. Ayuntamien-
to de Málaga, 2001), Málaga, pp.220-226.
50
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1906), “Descubrimientos...”, p.102; IDEM, (1908), “Conjeturas...”,
pp.218-220.

9 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
área de enterramientos que consideró semita, como es la situada en la calle Andrés Pérez.
Vemos cómo en sus páginas reclama acertadamente para los fenicios el origen de las
salazones de pescado que tanta difusión tuvieron por todo el Mediterráneo51, considerando
que los romanos se limitaron a continuar esta actividad, algo que los recientes descubri-
mientos arqueológicos no han hecho sino corroborar52.
Precisamente uno de los hallazgos localizados en la capital malagueña nos permite
apreciar las diferencias que le separaban de algunos investigadores franceses, en especial
Pierre Paris. En efecto, Paris53 publicó un medallón áureo decorado con una escena egip-
tizante, que se ha venido fechando en el siglo VII a. C., y que fue dado a conocer como
procedente de este enclave54. Sin embargo, Berlanga55 arremete en su contra dado que
considera que es imposible que se produzca hallazgo alguno sin que él mismo o algún
otro estudioso hispano lo detecte. Creemos que, muy posiblemente, estas tiranteces entre
ellos no tuvieron su germen en el estudio del mundo fenicio, sino que deben buscarse en
el rechazo que los estudiosos galos dieron a su traducción de la Lex Flavia Malacitana, en
concreto E. Laboulaye y C. Giraud, y que nuestro autor nunca perdonó del todo como llega
a reconocer56. Fue esta enemistad la que, sin duda, le llevó a criticar otra propuesta del
arqueólogo francés, como fue la adscripción fenicia que éste hizo de los cimientos sobre
los que se alzaban las murallas que se derribaron a comienzos del siglo pasado, lo que no
deja de ser curioso si tenemos en cuenta que el propio Berlanga propone que estas defensas
fueron construidas por los romanos reutilizando materiales fenicios57.
Pero no terminaron aquí sus diferencias, pues éstas son así mismo notorias si recor-
damos otra de las publicaciones que hizo, en este caso sobre unos bajorrelieves del Tajo
Montero descubiertos en la sevillana localidad de Estepa. Hemos de decir, en honor a la
verdad, que Berlanga yerra al atribuir su autoría a un escultor fenicio de los siglos VI-V a. C.
que evidencia algunas influencias helenas, considerando que pertenecieron a un pequeño
templo que habría sido reutilizado en época romana58. Igualmente es muy posible que se

51
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1906), “Descubrimientos...”, p.109.
52
Un detenido estado de la cuestión puede verse en: FRUTOS REYES, G. DE; MUÑOZ VICENTE, A., (1996), “La
industria pesquera y conservera púnico-gaditana: balance de la investigación. Nuevas perspectivas”, Spal, 5,
Sevilla, pp.133-150.
53
PARIS, P., (1902), “Bijou phénicien trouvé en Espagne”, en Mélanges Perrot, Paris, vol.I, pp.225-227.
54
SÁNCHEZ-LAFUENTE, R., (1974), “Orfebrería antigua...”, p.77.
55
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), “Tres objetos malacitanos...”, p.228-230.
56
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), Catálogo..., pp.14-15; RODRÍGUEZ OLIVA, P., (1991), “Manuel
Rodríguez de Berlanga (1925-1909): notas sobre la vida y la obra de un estudioso andaluz del mundo clá-
sico”, en Historiografía de la Arqueología y la Historia Antigua en España (siglos XVIII-XX), Madrid, p.100;
PACHÓN ROMERO, J. A.; PASTOR MUÑOZ, M., (1995), “Manuel Rodríguez de Berlanga: biografía y obra”,
en RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1873/1876), Los bronces de Osuna y Los nuevos bronces de Osuna,
Málaga, (reed. Universidad de Granada, 1995), pp.XXII-XXIII; RODRÍGUEZ OLIVA, P., (2001), “Noticias his-
toriográficas sobre el descubrimiento y los primeros estudios en torno a las tablas de bronce con las leyes
municipales de Malaca y Salpensa (1851-1864)”, Mainake, XXIII, Málaga, pp.20-21.
57
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1906), “Descubrimientos...”, p.97.
58
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1902), “Descubrimiento arqueológico verificado en Tajo Montero a princi-
pios de febrero de 1900 (I)”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 4-5, Madrid, pp.332-339; IDEM, (1902),
“Descubrimiento arqueológico verificado en Tajo Montero a principios de febrero de 1900 (conclusión)”, Revis-
ta de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1, Madrid, pp.28-50; IDEM, (1905), “Cartagineses...”, p.89.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 9 3
equivocase al atribuir a estos colonizadores orientales un objeto hallado en las inmediacio-
nes del antequerano dolmen de Menga, como es un trozo de mármol en el que se habían
trazado ”dos conos truncados, unidos por sus bases respectivas”59, y que muy quizás deba-
mos poner en relación con representaciones prehistóricas, extremo que se ve dificultado por
la inexistencia de representaciones gráficas de la pieza.
Otro autor foráneo, aunque afincado durante largos años en Andalucía, con el que
expuso públicamente sus discrepancias fue el ingeniero belga Luis Siret60. Ello queda de mani-
fiesto en las criticas que hace respecto a algunas de las fuentes literarias que aquel utiliza, caso
de Homero, o la relación que Siret establece entre los topónimos Gadir y el de la localidad
almeriense de Gador61, así como la relación que éste admite entre la Tarsis bíblica y Tartes-
sos62. Sin embargo, este hecho no es obstáculo para que alabe sus diferencias con Paris, autor
que ve en las cerámicas que hoy consideramos ibéricas una prueba de la llegada de navegan-
tes micénicos, pero que para Siret debieron llegar a través de los comerciantes fenicios.
Por otra parte, da a conocer un curioso hallazgo, único hasta ahora en los contextos
semitas peninsulares, que tuvo lugar en Vélez-Málaga con anterioridad al año 1874, cuando
se descubrió una sepultura que contenía un collar integrado por varias cuentas de pasta
vítrea y lapislázuli, así como una pieza de inusitada rareza como es un cilindro-sello reali-
zado en hematites, el cual estaba ornado con una escena de iconografía oriental que mues-
tra personajes humanos, tales como una mujer desnuda y un hombre con túnica y gorro,
además de un ser con cuerpo humano y cabeza de animal junto a animales como ciervos,
aves y peces. Se trata de una obra fechable entre los siglos XV-XIV a. C., que fue producida
en un taller sirio o chipriota63 (figura 8). Dado que en la actualidad esta pieza se encuentra
en paradero desconocido, la única referencia existente es un detallado dibujo que Berlanga
publicó y que sirve para poner en relación este hallazgo con otros cilindros-sellos encontra-
dos en tumbas de Cartago y Tharros hallados en contextos de los siglos VII-VI a. C., lo que

59
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1902), “Descubrimiento arqueológico...”, pp.338-339.
60
Sobre la vida y obra de este importante investigador, así como de su colaboración con su hermano Enrique,
vid. HERGUIDO, C., (1994), Apuntes y Documentos sobre Enrique y Luis Siret. Ingenieros y Arqueólogos,
Instituto de Estudios Almerienses, Almería. Su posición en las obras criticadas por Berlanga puede verse en:
SIRET, L., (1985), Villaricos y Herrerías. Antigüedades púnicas, romanas, visigóticas y árabes, (1906), Madrid;
IDEM, (1999), Orientales y Occidentales en España en los tiempos prehistóricos, (Bruxelles, 1907), Instituto
de Estudios Almerienses, Almería.
61
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1909), “Herrerías y Villaricos. Prehistoria, cronología y concordancia”,
Revista de la Asociación Artístico Arqueológica Barcelonesa, 58, pp.2-27.
62
Como estudios posteriores han podido demostrar, esta vinculación surgió a partir del siglo XVI, sin que
puedan encontrarse indicios de la misma con anterioridad al Renacimiento, según puede comprobarse en:
GONZÁLEZ BLANCO, A., (1977), “¿Tarsis=Tartessos?. Origen, desarrollo y fundamentos de la adecuación
historiográfica”, Hispania Antigua, 27, Sevilla, pp.133-145.
63
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1891), El nuevo bronce..., pp.333-334.; MARTÍNEZ SANTA-OLALLA, J.,
(1947), Excavaciones en la ciudad del Bronce Mediterráneo II, de la Bastida de Totana (Murcia), Ministerio de
Educación Nacional, Madrid, pp.131-132; BLANCO FREIJEIRO, A., (1960), “Notas de arqueología andaluza”,
Archivo Español de Arqueología, 11, Madrid, pp.151-153; SÁNCHEZ-LAFUENTE, R., (1974), “Orfebrería
antigua...”, p.74-75; MOSCATI, S., (1982), L’enigma dei fenici, ed. Mondadori, Milano, p.41; CÓRDOBA
ZOILO, J. M., (1984), “Las relaciones entre Oriente y Occidente durante el primer milenio a. C.”, Al-Basit, 15,
Albacete, pp.45-46; GARCÍA ALFONSO, E., (1998), “El cilindro-sello de Vélez-Málaga”, Madrider Mitteilun-
gen, 39, Mainz, pp.49-66.

9 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Figura 8: Cilindro sello de Vélez-Málaga y desarrollo del mismo (Fuente: M. Rodríguez de Berlanga)

en todos los casos constatados nos evidencian un largo proceso de amortización, si bien
es preciso señalar que recientemente se ha comenzado a valorar su papel como posible
prueba, junto con otros elementos, de unos contactos, aún no bien definidos, que se habrían
producido a lo largo del II milenio a. C. con el Mediterráneo oriental64.
De Almuñecar, la antigua Sexi, nos narra la aparición de otra tumba65, destruida unos
años antes, hacia 1870, la cual facilitó un collar con cuentas hechas de hueso, vidrio, lig-

64
MARTÍN DE LA CRUZ, J. C.; VERA, J.; SÁNCHEZ, A.; RUIZ, D.; GIL, J.A.; BARRIOS, J., (2004), “Colgantes y
cuentas de cornalina procedentes de Andalucía occidental”, Revista de Prehistoria, 3, Córdoba, p.17.
65
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1891), El nuevo bronce..., pp.334-335.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 9 5
nito y quizás ámbar rematado en sus extre-
mos con elementos de cobre que también se
han perdido. Le acompañaban dos pendien-
tes de plata en forma de simples aros cuyos
extremos no llegaban a tocarse y en alguno
de los cuales se apreciaba huellas de haber
sido martilleado. Todo ello sin olvidar un ani-
llo del mismo material.
Finalmente, cabe recordar alguna alu-
sión a Adra, donde nos comenta el hallazgo
de una figurita que representaba al dios Bes66.
No podemos olvidar, en modo alguno,
el interés demostrado por Berlanga hacia la
numismática, incitado particularmente por
la paleografía de muchas monedas antiguas.
Especial atención nos merecen los estudios
que llevó a cabo sobre el numerario de las
cecas localizadas en ciudades de origen
Figura 9: Texto del falso epígrafe de Málaga
(Fuente: M. Rodríguez de Berlanga) fenicio. Gracias una vez más a la amplia y
extensa bibliografía que conocía estaba al
tanto de los avances logrados por el danés O.
G. Thychsen, quien ya en 1801 había señalado que las leyendas escritas sobre las monedas
malacitanas presentaban caracteres fenicios, lo que le llevó a desautorizar a aquellos que en
España aún veían en estas monedas creaciones hechas por los iberos67.
Sus investigaciones en este campo se centraron sobre todo en Malaca68, siendo para
él merecedor de especial afán el esclarecer los patrones metrológicos de estas monedas, lo
que denota una metodología muy moderna para los ambientes hispanos de la época y en la
que se aprecia la influencia de la escuela germana69. Ello no fue obstáculo para que también
diese a conocer otras acuñadas en Gadir, Sexi, Lixus o Cartago. En su opinión las primeras
acuñaciones tuvieron lugar en Gadir allá por las últimas décadas del siglo III a. C., seguidas
algo después por las de Malaca y Sexi70.
Su interés por la epigrafía, en este caso la fenicia, le llevó a examinar una inscripción
supuestamente hallada en Málaga (figura 9), la cual figuraba en un manuscrito redactado
por Cándido María Trigueros en el siglo XVIII, aunque éste se lo atribuyera al erudito español

66
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), “Tres objetos malacitanos...”, p.229.
67
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1905), “Menace”, Malaca, I, (reed. Ayuntamiento de Málaga, 2001), Má-
laga, p.55.
68
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1864), Monumentos históricos del Municipio Flavio Malacitano, (reed.
Cedma, 2000), Málaga, pp.3-20.
69
MORA SERRANO, B., (1996), “Manuel Rodríguez de Berlanga (1825-1909) y los estudios numismáticos”,
Numisma, 238, Madrid, pp.344-351; MORA SERRANO, B.; VOLK, T., (2002), “La numismática en Andalucía
en la segunda mitad del siglo XIX”, en Arqueología fin de siglo. La Arqueología española de la segunda mitad
del siglo XIX, Sevilla, p.196.
70
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1906), “Descubrimientos...”, p.123.

9 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
del siglo XVI Juan Fernández Franco. Si bien en un primer momento otorgó cierta credibili-
dad a algunos de sus caracteres, aun cuando otros le parecían extraños al igual que a varios
investigadores hispanos y franceses a los que informó del asunto, sus contactos con Hübner
le permitieron confirmar que no se trataba sino de una burda falsificación71.
Citaremos entre sus estudios, por último, unas líneas que dedica a Cártama, población
que considera fundada por colonos libiofenicios llegados desde el otro lado del Estrecho
hacia el siglo VI a. C.72. Lo cierto es que, con el correr de los años, esta hipótesis ha sido
postulada por algunos autores73, tomando como prueba su topónimo, que relacionan con la
raíz Cart-, tan habitual en el ámbito semita. Sin embargo, el registro arqueológico no avala
en modo alguno esta suposición ya que la cultura material hallada se vincula con el mundo
indígena del Bronce Final-Hierro74, a no ser que se trate de un topónimo de origen semita
con el que se designa un hábitat indígena.
Es precisamente en relación con esta localidad malagueña donde Berlanga hace alu-
sión75 a cuestiones de índole política como sucede con la existencia de sufetes en Gadir. Estos
magistrados, que en número de dos gobernaron la ciudad, estaban acompañados por un con-
sejo integrado por diez personas, a los que vincula con el sufetado y senado de Cartago, insti-
tuciones que, en su opinión, también debieron dejar su huella en Malaca, Ostipo y Cartima.
Berlanga se detiene incluso en postular un origen para la palabra Hispania, que en su
opinión no sería otra cosa que el nombre dado por los fenicios a los territorios que ocuparon
en nuestra Península, hipótesis que cuenta con partidarios en la actualidad aunque, como
tantas veces, los comentarios berlanguianos sobre el tema pasan desapercibidos76.
Por otro lado, establece paralelismo con la colonización griega al considerar que
cada colonia fenicia elegía de forma independiente un jefe, estando sólo sometida al
control de la metrópolis. Así mismo, sostenía que hasta nuestras costas arribarían gen-
tes procedentes de distintas ciudades fenicias, siendo ésto lo que explique que unos se
asentaran en el interior, bien explotando los metales o cultivando la tierra, y otros en la
franja costera, que habría quedado reservada a los tirios77. Y es precisamente en el tema
de la posible colonización semita en el interior de Andalucía donde las ideas de Berlanga
muestran su plena vigencia, colonización que nuestro autor deba tal vez a una célebre
obra de J. Bonsor78, uno de los primeros en defender estos postulados, que sí demuestra

71
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1864), Monumentos..., pp.141-149; sobre la controvertida figura de este
autor toledano: BELTRÁN FORTES, J., (1994), “Entre la erudición y el coleccionismo. Anticuarios andaluces
de los siglos XVI al XVIII”, en La Antigüedad como argumento. Historiografía de Arqueología e Historia Anti-
gua en Andalucía, Junta de Andalucía, Sevilla, pp.109-110.
72
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1905), “Cartagineses...”, pp.87-88.
73
WAGNER, C. G.; ALVAR, J., (1989), “Fenicios en Occidente: la colonización agrícola”, Rivista di Studi Fenici,
XVII, 1, Roma, pp.95-98.
74
RECIO RUIZ, A., (2002), “Formaciones sociales ibéricas en Málaga”, Mainake, XXIV, Málaga, p.56.
75
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1905), “Cartagineses...”, p.88.
76
CUNCHILLOS, J. L.; ZAMORA, A., (2000), Gramática fenicia elemental, C.S.I.C., Madrid, pp.141-154; CUN-
CHILLOS, J. L., (2000), “Sobre la etimología de la palabra Hispania”, en Actas del IV Congreso Internacional
de Estudios Fenicios y Púnicos, Cádiz, vol.I, pp.218-223.
77
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1905), “Cartagineses...”, p.84.
78
Nos referimos al trabajo publicado en 1899 titulado “Les colonies agricoles pré-romaines de la vallèe du

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 9 7
conocer pero que a la que no se remite en esta ocasión. En concreto el debate suscitado
incide en la posible presencia de colonos agrícolas fenicios79 asentados en distintos pun-
tos del territorio andaluz, o incluso extremeño, a lo que se suma la defensa que algunos
autores hacen de la existencia de santuarios de carácter oriental que se situarían sobre
todo en las márgenes del río Guadalquivir80.

• CONCLUSIONES

Tras este somero repaso a los estudios que Manuel Rodríguez de Berlanga dedica en
su pródiga producción literaria a la colonización fenicia, queda claro que fue una figura de
singular trascendencia en este campo, algo que, como demasiadas veces ha ocurrido con
su obra, no siempre ha sido oportunamente reconocido.
Fue, en no pocas ocasiones, el único estudioso que nos ha transmitido una serie de
datos de suma utilidad sobre distintos hallazgos de época fenicia, si bien es cierto que
no siempre supo valorarlos como tales, pero que han servido para que la investigación
moderna disponga de una información que, de no ser así, se habría perdido irremisible-
mente, y entre la que destaca la referente a las necrópolis de Cádiz, Cortijo Montañez
y Málaga, sin olvidar Vélez-Málaga, pues sus comentarios sobre Almuñécar y Adra son
demasiado escuetos.
Como era habitual en su época intenta insertar los hallazgos arqueológicos en el
marco histórico que le proporcionan las fuentes escritas de la antigüedad, con las que no
suele mostrarse crítico. Supo aunar la información proporcionada por los descubrimientos
arqueológicos, aun cuando él señala insistentemente que no se considera un arqueólogo,
con las fuentes escritas que atañen a épocas prerromanas, fuentes que, como no podía ser
de otra forma dada su formación académica, dominaba perfectamente según reflejan las
alusiones que hace a escritos de Avieno, Hesíodo, Ptolomeo, Artemidoro, Diodoro y un
largo etcétera, siendo más revelador en nuestro caso su conocimiento de las obras de Filón
de Biblos o los Periplos cartagineses de Hannón e Himilcón.

Betis”, Revue Archéologique, XXXV, Paris, pp.126-270.


79
Sobre la corriente partidaria de esta colonización agrícola fenicia en el interior, vid.: ALVAR, J.; WAGNER,
E. C., (1998), “La actividad agrícola en la economía fenicia de la Península Ibérica, Gerión, 6, Madrid,
pp.169-185; WAGNER, E. C.; ALVAR, J., (1989), “Fenicios en Occidente: la colonización agrícola”, Rivista
di Studi Fenici, XVII, 1, Roma, pp.163-200. En contra de la misma cabe citar: MARTÍN, J. M.; ESQUIVEL, J.
A.; MARTÍN, J. A.; GARCÍA, J. R., (1991-92), “Una aplicación del análisis cluster a las necrópolis tartésicas y
fenicias: contraste y asociación”, Cuadernos de Prehistoria de la Universidad de Granada, 16-17, Granada,
pp.306-3321; CARRILERO, M., (1993), “Discusión sobre la formación social tartésica”, en Los enigmas de
Tarteso, Madrid, pp.171-181.
80
BELÉN DEAMOS, M., (2000), “Itinerarios arqueológicos por la geografía sagrada del extremo Occidente”, en
Santuarios fenicio-púnicos en Iberia y su influencia en los cultos indígenas, XIV Jornadas de Arqueología fenicio-
púnica, Ibiza, pp.58-77; ESCACENA CARRASCO, J. L., (2002), “Dioses, toros y altares. Un templo para Baal en
la antigua desembocadura del Guadalquivir”, en Ex Oriente Lux. Las religiones orientales antiguas en la Península
Ibérica, Sevilla, pp.35-71; CHAVES, F.; BANDERA, M. L. DE; ORIA, M.; FERRER, E.; GARCÍA, E., (2003), Mon-
temolín. Una página de la historia de Marchena, Ayuntamiento de Marchena, Marchena, pp.55-58.

9 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
En un buen número de casos identificó correctamente la cultura material fenicia, salvo
en lo concerniente al repertorio cerámico, lo que por otra parte no debe sorprendernos
si tenemos en consideración los escasos datos que en este sentido se tenían en su época.
Tampoco acertó en su interpretación de buena parte de los restos escultóricos y arquitectó-
nicos que describe, que han resultado ser ibéricos, romanos o medievales. En este sentido
nuestro autor es víctima de sus propios prejuicios ya que para él fenicios y cartagineses son
poblaciones que no estaban interesadas en cultivar las artes y la literatura81, algo que pode-
mos hacer extensivo al mundo indígena peninsular, al que considera incapaz de producir
cualquier obra de arte y a cuyos habitantes tacha de “incultísimos”82. Sin embargo, y a pesar
de la indudable poca simpatía que sentía por Cartago, a la que califica de república aris-
tocrática, Berlanga no dejó de ser crítico con las armas romanas cuando éstas decidieron
apoyar a los mamertinos e invadir Cerdeña tras la derrota sufrida por los norteafricanos en
la I Guerra Púnica83.
En parte debido a esta visión, amén de su sensación de agravio por el rechazo francés
a sus estudios epigráficos, Berlanga no supo abstraerse de sus desavenencias con los inves-
tigadores de esta nacionalidad, personificadas en la figura de Pierre Paris, lo que le llevó
a negar casi de manera sistemática la veracidad de cuantos datos aportase este último. En
resumen, podemos decir que para Berlanga la colonización fenicia no supuso, al contrario
de lo que sucede con los cartagineses, un acontecimiento negativo. Su ámbito de estudio
fue muy amplio, pues abarcó desde cuestiones vinculadas con la cultura material o de natu-
raleza filológica y epigráfica, hasta aspectos de índole numismática, toponímica o jurídica.
Es innegable que, aun cuando muchas de las conclusiones a las que el escritor ceutí
llegó en sus ensayos han sido ampliamente superadas con el paso del tiempo, no es menos
cierto que no pocas de ellas han resurgido recientemente con nuevos bríos tras años de
silencio (caso de la presencia fenicia en el interior), o incluso a la postre, como sucede con
el caso ibicenco, se ha demostrado la veracidad de sus postulados a pesar de que hasta no
hace mucho la investigación parecía desecharlos.
En definitiva, podemos decir que, aun cuando Berlanga es un hombre que refleja el
pensamiento de su época, o al menos de las corrientes intelectuales más influyentes que por
aquel entonces venían de Alemania, supo aplicar unos conceptos teóricos y metodológicos
que, no pocas veces, superaba los conocimientos de muchos eruditos y estudiosos hispa-
nos, abriendo nuevas vías de investigación que lamentablemente no siempre han tenido la
continuidad que merecían.

81
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1887), “Sepulcros...”, p.45.
82
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1905), “Cartagineses...”, p.89.
83
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1905), “Cartagineses...”, pp.82-83.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 9 9
AL-ANDALUS COMO ANÉCDOTA OMINOSA:
EL MEDIEVO MALAGUEÑO VISTO POR
MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA

VIRGILIO MARTÍNEZ ENAMORADO, ALEJANDRO PÉREZ-MALUMBRES LANDA

L
predilección que a lo largo de su trayectoria Manuel Rodríguez de Berlanga
A

(Ceuta, 1825-Málaga, 1909) exhibió por la arqueología clásica es un hecho insos-


layable sobre el que versan distintas contribuciones de este trabajo conjunto en el
que modestamente participamos. Rodríguez de Berlanga entra en la exigua cate-
goría, junto con Francisco Guillén Robles1 y Juan Temboury2, de egregios mala-
gueño preocupados por su patrimonio histórico-arqueológico en unos tiempos en los que
esos desvelos apenas si tenían la debida consideración social. El erudito, especializado en
el mundo clásico, encarna como pocos historiadores españoles de su período la dedicación
por las “Ciencias de la Antigüedad” (Alterstumwissenschaft) de tradición Winckelmanniana3.
Y ello desde una denostada –con el tiempo– erudición local que empezaba por entonces a
contribuir con considerable bagaje a los estudios históricos4.
Su inquebrantable adhesión al “positivismo”5 bien merece una explicación. Pérez-Pren-
des advirtió en una conferencia pionera para el estudio de esta figura intelectual que Rodrí-
guez de Berlanga fue uno de los primeros estudiosos españoles que demostraron estar al tanto
de lo que significa el materialismo histórico6. Aunque lo valore como “método filosófico” en
su aplicación al derecho, señala su condición de escuela historiográfica, por más que la criti-
que como tal de manera muy agria. Primero en 1864 y más tarde en 1902, Rodríguez de Ber-

1
Para este ilustre representante del arabismo malagueño, Mª P. Torres Palomo, “Estudio preliminar” en GUILLÉN
ROBLES, F. (1994), Leyendas moriscas sacadas de varios manuscritos árabes existentes en las Bibliotecas Nacio-
nal, Real y de P. Gayangos, ed. facsímil, Granada, pp. XIL-CXVII.
2
Sobre J. Temboury, véanse los distintos estudios coordinados por DE MATEO AVILÉS, E. (2001), La vida y la obra
de Juan Temboury, Málaga.
3
Sobre ello, puede consultarse la prolija bibliografía recogida por BIANCHI BANDINELLI, R. (1982), Introducción a
la Arqueología Clásica como Historia del Arte Antiguo, ed. a cargo de L. Frachi dell’Orto, Madrid.
4
OLMEDO CHECA, M. (1985), “Manuel Rodríguez de Berlanga: un hombre singular en la Málaga del XIX”, Jábega,
XIX, pp. 71-89.
5
En opinión de PERAL BEJARANO, C., “La arqueología urbana en Málaga (1986-1992): una experiencia a debate”,
Arqueología y Territorio Medieval, 1 (1994), Actas del Coloquio “Problemas en Arqueología Medieval” (Jaén,
1993), p. 102.
6
PÉREZ-PRENDES MUÑOZ-ARRACO, J. M. (1983), “Vida y obra de Berlanga”, Segundo Centenario del Colegio de
Abogados de Málaga, Málaga, p. 317. La conferencia fue publicada sin conocimiento ni correcciones del
autor, transcribiendo la grabación, con múltiples errores ajenos a Pérez-Prendes. Un trabajo basado en parte
en ella, corregido por el autor, figura en este mismo volumen.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 0 1
langa deja meridianamente clara su posición al respecto: “Y en este punto debo recordar que
hay dos escuelas radicalmente opuestas de escribir los anales de las naciones: la una apoya sus
afirmaciones tan sólo en hechos de indiscutibles certeza, constituyendo la historia positiva de
cada pueblo; la otra, generalizando sus teorías, se lanza audaz, caminando no sujeta a freno
alguno por las anchas esferas de la imaginación hasta que llega a establecer los cánones ima-
ginarios de la historia ideal de la humanidad. Al primer grupo pertenece el cortísimo número
de escritores de espíritu realmente libre, que sin estar sometido a la más mínima preocupación
y realmente independiente de la onimosa [sic] y depresiva sugestión de secta alguna, provoca
con sus serenas investigaciones la más imparcial y segura crítica histórica. Al segundo se afilian
en tropel los filósofos, los políticos y los poetas, a cuyo alrededor se agrupan los intransigentes
partidarios de las escuelas fanáticas, que sostiene de continuo cuantas descabelladas utopías
inventa y propala la garrulería más insustancial y dislocada”.
El erudito rechaza conscientemente alinearse con alguna de las dos escuelas, pero es
evidente que toma partida por el “positivismo”. Su descripción como escuela de imparcia-
lidad e independencia suena a simplista e ingenua, toda vez que él se erigirá en fustigador
de historiadores de viejo cuño7.
En cuanto a su visión de la arqueología, Rodríguez de Berlanga es hijo predilecto de
su época. La metodología empleada por aquellos años no puede calificarse como tal y si ese
es el panorama que se aprecia en la arqueología clásica, en la medieval podemos afirmar
que como disciplina ni existe. El erudito malagueño repite en varias ocasiones que él no
se considera un arqueólogo. Efectivamente, nunca acometió una excavación y ni siquiera
llegó a estar en contacto directo con las que por aquellos años se realizaban. Se limitó a
estudiar materiales extraídos del terreno en obras, normalmente sin ningún control. Gracias
a esa actividad, salvó unos datos y materiales arqueológicos ciertamente destacables. En
cualquier caso, se observa su preocupación por, en lo posible, ubicar espacialmente los
hallazgos, como, por ejemplo, en los croquis que dibuja de los desmontes de la ladera de
la Alcazaba de Málaga. En tal sentido, aunque sin decirlo explícitamente quizás por simple
carencia teórica, expresa sus reservas sobre la ubicación –hoy diríamos estratigráfica– de
algunos hallazgos romanos procedentes de esas obras8. Además, es notabilísimo su interés
por ofrecer ilustraciones fieles y de calidad.
Como buen anticuario, Rodríguez de Berlanga encarna esa recuperación de un glorioso
pasado, indudablemente de jaez romano, al que en el siglo XIX y principio del XX se le adju-
dicaba en buena medida el mérito de conformar la cultura occidental. Interferencias ajenas a
esa tradición cultural o bien no eran consideradas o bien eran simplemente minusvaloradas.
Por supuesto, ello no es óbice para que cuando necesita el concurso de “orientalistas”, o lo
que es lo mismo, los arabistas de Granada, se apoye en su autoridad y prestigio, como es el

7
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1902), “La más antigua necrópolis de Gades y los primitivos civilizadores de la
Hispania”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 6, p. 24.
8
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., “Malaca”, colección de artículos publicados en Revista de la Asociación Artístico-
Arqueológica Barcelonesa (1905-1908); reedición de BEJARANO PÉREZ, R. y LARA GARCÍA, Mª. P., Málaga, 2001,
pp. 9-44, con estudio prelimar de P. RODRÍGUEZ OLIVA, “La génesis de Malaca y las noticias histórico-arqueoló-
gicas sobre la Málaga antigua en el último de los libros del Dr. Manuel Rodríguez de Berlanga”, p. 174.

1 0 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
caso de Pascual de Gayangos9 o Leopoldo Eguílaz y Yanguas10, además de Simonet y Guillén
Robles. Las incursiones que realiza en el Medievalismo hispano no dejan de ser anecdóticas,
en las que ocasionalmente desvela falsedades en una historiografía cristiana que conoce,
como ocurre con el caso de la batalla de Clavijo: “Inspirándose en semejante texto se escribe
en el siglo XII la Compostelana y en el inmediato las varias Historias de don Rodrigo de Rada,
viniendo a recoger en el XVI la herencia de tantas falsedades el tristemente célebre Román de
la Higuera, que lega el feudo de las cien doncellas y la batalla de Clavijo, con el pretendido
voto de Ramiro I, a Juan Echevarría, Flores Oddoux y Cristóbal Conde, cuyo último corifeo de
tan estupendas invenciones viene a morir a Málaga, no sin manchar antes también los modes-
tos anales de esta ciudad con sendas falsedades inventadas a su antojo”11.
Se comprende, de esta manera, que Roma ocupe todo su interés erudito y si se asoma
el estudio de otras sociedades históricas en ese panorama es porque de manera tangencial
se encuentran en el camino de esa dedicación absolutamente preferencial. Algunos pasajes
de su pródiga obra incluyen referencias a al-Andalus, término todavía insólito para el siglo
XIX y principios del XX, pero son siempre aspectos anecdóticos y tratados sin profundidad.
Con lo poco que contamos, sin embargo, se pueden atisbar algunos de los estereotipos que
Rodríguez de Berlanga aplicó al Islam andalusí, muy en consonancia con la maurofobia que
impregnaba a la intelectualidad hispánica decimonónica. Nada original, por tanto. Situar su
figura entre las corrientes de pensamiento de la época sería demasiado pretencioso, toda vez
que su visión sobre al-Andalus no deja de ser anecdótica en el conjunto de su producción
literaria. Sobre esa visión, reducida, del Islam peninsular y el “mozarabismo” como reivindi-
cación de la “hispanidad perdida” versan las breves líneas siguientes.
Escaso interés por el pasado islámico e incapacidad en su tiempo para restaurar la
pasada historia de al-Andalus12, pero, más aún, desprecio, evidente unas veces, disimulado
otras13. En realidad, Rodríguez de Berlanga participa de la tradición propia de la historiogra-
fía moderna hispánica y, en particular, de la malagueña, donde ni el Padre M. de Roa14, ni el

9
Ibídem, p. 63, con alusión a los plomos del Sacromonte.
10
Ibídem, p. 189.
11
Ibídem, p. 66. También, RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., “Estudios Históricos. Herrerías y Villaricos”, en Revista
de la Asociación Artístico-Arqueológica Barcelonesa, enero-abril 1909, vol. VI, p. 2: “Otros queriendo unir el
interés pecuniario al trabajo intelectual, que prestaban, se pusieron a sueldo de Corporaciones poderosas, que
los subvencionaron para que inventasen los más estupendos papeles de importancia vital para la prosperidad
de quienes hacían los dispendios, como fue la Relación del Moro Benzay en la supuesta Batalla de Clavijo”.
12
Así lo manifiesta en uno de sus elogios a Guillén Robles: “Indudablemente han de correr bastantes años antes
que se llegue a escribir una crónica completa y exacta de la dominación de los musulmanes en España desde
la batalla del lago de la Janda hasta la capitulación de Granada, y el señor Guillén no queriendo dejar esta
laguna en los anales de su pueblo natal, se preocupa en restablecer también la exacta fisonomía de la Málaga
musulmana en el nuevo libro que le dedica con este título, con lo cual puede afirmarse que no hay población
alguna en la península, inclusa la capital del reino, que tenga sus hechos pasados tan gallarda y exactamente
relatados como resultan estarlo cuantos son objeto de los citados libros del señor Guillén, con lo que termina
el movimiento histórico de Málaga en el siglo que dio en denominarse enfáticamente de las luces”; cfr. RODRÍ-
GUEZ DE BERLANGA, M. (2001), Malaca, 1905-1908, p. 69.
13
CALERO SECALL, Mª I. Y MARTÍNEZ ENAMORADO, V. (1995), Málaga, ciudad de al-Andalus, Málaga, pp. 53-83.
14
DE ROA, P. M. (1622), Málaga, su fundación eclesiástica i seglar, sus Santos Ciriaco y Paula Mártires: San Luis

Obispo, Sus Patronos, Málaga; reed., Málaga, 1960.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 0 3
Padre P. de Morejón15, ni Cristóbal Medina Conde16, ni Ildefonso Marzo17, entre otros18, van
a manifestar el más mínimo interés hacia la civilización musulmana y si dedican palabras a
la Málaga andalusí es con la real intención de menospreciarla. Ni siquiera se puso de moda
la recuperación de piezas andalusíes19, escritas muchas de ellas en una lengua ininteligible
y, por tanto, ajenas a nuestra tradición greco-latina. Andando el tiempo, ese pasado sólo
podrá ser “reivindicado” desde el campo del arabismo, debiendo esperar a F. J. Simonet y,
sobre todo, a Guillén Robles para que la historia de la Málaga andalusí sea algo más que
una sarta de improperios y dicterios en contra de la religión musulmana. Pero la reivindica-
ción no es tal. Pesa tanto la visión negativa que resulta imposible en el siglo XIX sacudírsela
de un plumazo. Y los escritos de uno y otro arabista son lo suficientemente elocuentes al
respecto.
Todo ese desdén hacia el Islam de M. Rodríguez de Berlanga se refleja explícita-
mente en contadas ocasiones, fascinado, como está a lo largo de toda su vida, por la
omnipresencia de lo romano como hecho civilizador. Así, en el capítulo dedicado al
periodo musulmán de una de sus más tardías obras, el Catálogo del Museo Loringiano,
como buen epigrafista reconoce: “siempre que el azar me impulsa a ocuparme de docu-
mentos análogos comienzo declarando que ignorando por completo la lengua en que
están redactados he tenido que valerme de la amabilidad de algún orientalista amigo,
que últimamente lo ha sido el profesor Sr. Simonet”20, y utiliza el trabajo de este arabista,
citado expresamente. La vinculación con el intelectual archidonense Francisco Javier
Simonet y Baca va a ser una constante en sus fugaces inmersiones en el mundo árabo-his-
pano. Y de él parten sus aseveraciones radicales en contra del Islam. Manuela Manzana-
res21 ha demostrado que la intención de este arabista decimonónico de gran prestigio fue
sustituir la idea del árabe civilizador que, con esfuerzo, había moldeado la Ilustración,
por otra en la que “el moro” se convertía siempre, sin excepciones reseñables, en un ser
inculto y bárbaro, incapaz de producir, por tanto, civilización alguna. En Rodríguez de

15
P. P. MOREJÓN, S.J., (1676) Historia de las Antigüedades de Málaga. Historia General, y Política de los Santos,
Antigüedades y Grandezas de la ciudad de Málaga, Málaga; reed. a cargo de R. Bejarano Pérez con biografía
del autor de W. Soto Artuñedo, S.I., Málaga, 1999.
16
MEDINA CONDE, C. (1782), Antigüedades y Edificios suntuosos de la ciudad, y obispado de Málaga. Obra sucinta
que ordena para responder a las preguntas de un sabio viagero El Dr. Dn. Cristoval de Medina Conde canónigo
de la Catedral de Málaga, Málaga; reimpresión facsímil a cargo de J. M. Morales Folguera, Málaga, s.d.
MEDINA CONDE, C. (1789), Conversaciones Históricas Malagueñas. Materiales de noticias seguras para formar
la Historia Civil, Natural y Eclesiástica de la M.I. Ciudad de Málaga, Málaga; reed. facsímil, 4 vols., Málaga,
1981.
17
MARZO, I. (1850), Historia de Málaga y su provincia, Málaga.
18
Precisamente, recoge estos estudiosos malagueños en su “Prólogo” a la Historia de Málaga y su provincia de
F. Guillén Robles; cfr. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1874), pp. XXIV-XXVII.
19
Obsérvese el desdén con el que son tratadas en el catálogo de objetos arqueológicos extraídos del derribo
de la muralla de Málaga, y si se incluyen es por su supuesta filiación romana. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M.
(1905-1908), Malaca, (2001).
20
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903), Catálogo del Museo de los Excelentísimos Señores Marqueses de Casa-
Loring, Málaga-Bruselas; ed. facsímil de la Universidad de Málaga, Málaga, 1995. p. 133.
21
MANZANARES DEL CIRRE, M. (1972), Arabistas españoles del siglo XIX, Madrid, pp. 154 y 162 en lo relativo a
Simonet.

1 0 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Berlanga se aprecia, sin demasiado esfuerzo por nuestra parte, la larga mano intelectual
de Simonet que configuró esa visión inmensamente negativa del musulmán hispano, no
incorporado en plenitud a nuestro acervo histórico-cultural hasta fechas muy recientes.
El arqueólogo, de hecho, no duda en alguna ocasión en poner de manifiesto su vincu-
lación con el arabista Simonet, como ha quedado de manifiesto, a pesar de las palabras
que en algún momento le dedica, donde le llega a acusar de “neurasténico”: “Algunos
años después otro insigne erudito malagueño hace imprimir un libro en cuya portada se
lee Descripción del Reino de Granada bajo la dominación de los naceritas, por don Fran-
cisco Javier Simonet, en el que bajo el título de la ‘Cora de Rayya’, se habla de las vicisitu-
des de Málaga y su provincia durante el periodo indicado. Es un fragmento de la historia
musulmana de Málaga aún no redactada, escrito por un eruditísimo orientalista, profesor
de árabe de la Universidad granadina, que es muy de sentir se dejase arrastrar a veces de
la intolerancia de escuela de una secta filosófica que no sé si se reirán los galenos cuando
me oigan calificarla de neurasténica”22. En otro momento, se refiere al arabista de Archi-
dona diciendo que “no veía [la historia] más que a través de una docena de escritores
árabes sin salir de la Edad Media”23.
Años antes cultivó la amistad de otro coetáneo malagueño gran experto en la que por
entonces era llamada, sin excepción, España musulmana, Francisco Guillén Robles, repre-
sentante de una corriente algo más liberal y menos identitaria del arabismo español, más
proclive a valorar al-Andalus en una dimensión no estrictamente negativa para la confor-
mación del “ser español”. Sin embargo, en el prólogo de Rodríguez de Berlanga a la “His-
toria de Málaga y su provincia” que escribiera Guillén Robles24, aflora, sin tapujos, todo el
rechazo simonetiano al Islam como encarnación de un mal secular. Es este el texto funda-
mental para comprender la consideración que el Islam suscitaba en Rodríguez de Berlanga
y a este pasaje nos referiremos reiteradamente por reunir, como queda dicho, lo esencial
sobre el pensamiento de nuestro estudioso en torno a la cuestión tratada. La amistosa rela-
ción entre Rodríguez de Berlanga y Guillén Robles no sólo es puesta de manifiesto por el
primero, sino que el arabista llega a utilizar los trabajos del arqueólogo, con una intención
plenamente divulgativa, como Guillén Robles se encarga de aclarar en su Málaga musul-
mana: “Y así como al narrar en la Primera Parte de esta obra los sucesos malagueños me
ocupé, a modo de preliminar, en el relato de los que se refieren a la Edad Antigua, así en
esta segunda comenzaré estudiando las monedas púnicas malagueñas antes de examinar las
de nuestra Edad Media. Asunto brillantemente tratado por mi querido amigo el Doctor Ber-
langa cuyos trabajos me propongo condensar y popularizar en estas páginas, procurando
fundamentar mis investigaciones arqueológicas sobre los tiempos medios de Málaga en sus
sábias investigaciones, y ligar unas a otras, cual antes dije, tan estrechamente como enlaza
la amistad a sus autores”25.

22
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1905-1908), Malaca, (2001), p. 68.
23
Ibídem, p. 72.
24
GUILLÉN ROBLES, F. (1874), Historia de Málaga y su provincia, Málaga.
25
GUILLÉN ROBLES, F. (1880), Málaga musulmana. Sucesos, Antigüedades, Ciencias y Letras malagueñas durante
la Edad Media, Málaga, p. 376. Asimismo, se basa en las hipótesis berlanguianas para explicar el topónimo
Malaka, como lo deja bien claro; cfr. GUILLÉN ROBLES, F. (1874), p. 15.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 0 5
F. Guillén Robles participa de una manera determinante en la forja de la “leyenda
Berlanga” como gran erudito malacitano, sin parangón en tiempos pretéritos y coetá-
neos26: “No puedo ni debo dejar pasar la primera ocasión que se me ofrece al citar esta
notabilísima obra [de Rodríguez de Berlanga] digna de la docta Alemania, sin celebrar al
distinguido escritor que ha hecho de ella un verdadero modelo de esmero y erudición:
existen en la sociedad hombres que llenos de un desprendimiento sin límites y de una
admirable abnegación abandonan las agitaciones de la vida social donde les harían bri-
llar sus talentos y se encierran en una modesta oscuridad, dedicándose en beneficio de la
ciencia a los estudios más difíciles y a los menos recompensados: un día la sociedad en
que viven vé aparecer un libro fruto de largas vigilias, de escrupulosos cuidados, de moles-
tas y aun costosas averiguaciones y admirada se fija en el y acoge con general aplauso el
nombre de su autor: el Sr. D. Manuel Rodríguez de Berlanga pertenece a estos escritores y
su obra ha merecido el aplauso y la admiración de los españoles y aun mucho mas el de
los estrangeros: en sus trabajos epigráficos se hallan reunidas las inscripciones de Málaga,
que tantos malagueños dan para llenar los grandes vacios de nuestra historia particular
en le época antigua; se han estudiado las medallas y textos referentes á esta ciudad y los
bronces malacitanos que tantas revelaciones han hecho sobre la existencia de los munici-
pios de Roma. El autor de la presente obra ha recibido del Sr. Berlanga avisos y consejos
preciosísimos para escribirla y no encuentra otro medio de demostrarle su agradecimiento
que hacer de sus páginas un eco que repitan mientras duren, la espresion de la estimacion
y del respeto que merece a sus coetáneos”.
Las alabanzas hacia Rodríguez de Berlanga por parte de Guillén Robles alcanzan a
incluirlo entre los grandes historiadores malagueños de todos los tiempos, relación que
comprende personalidades tan variopintas como Duzvalratin (Dū l-Wazaratayn), el marqués
de Valdeflores o Simonet27, entre otros. No es de extrañar que Guillén dedicara su impor-
tante obra Málaga musulmana, la primera monografía sobre una ciudad andalusí en la his-
toriografía española, a Rodríguez de Berlanga y a otro insigne malagueño, Manuel Oliver y
Hurtado, a pesar de que el especialista en mundo clásico se despachara a gusto años más
tarde con unas palabras no especialmente elogiosas para la importante obra de Guillén
Robles: “... y por lo que hace a Guillén se había dejado arrastrar exageradamente por las

26
GUILLÉN ROBLES, F. (1874), p. 16, nota 1. Reitera estos elogios de los primeros capítulos de esta obra en otros
más avanzados: “Mucho he dicho en los primeros capítulos de esta obra sobre el alto concepto que mere-
ce el arqueólogo D. Manuel Rodríguez de Berlanga, y mucho más habría de decir si no temiera disgustarle
con mis elogios. La epigrafía española le debe algunos de sus mayores triunfos; sus obras han merecido
lisongeros plácemes a las más notables corporaciones científicas de Europa, y a los más renombrados sa-
bios extranjeros; basta esto para determinar cuales son las cualidades que distinguen a sus escritos... Si hay
que loar en este autor sus prolongados trabajos, sus varios y profundos conocimientos, su estilo castizo y
dotado de bella y agradable sencillez, hay que alabar aun más la abnegación con que ha emprendido y
continúa sus investigaciones, apreciadas por muy pocos en su verdadera valía; hay que estimarle mucho
por el amor que tiene a una ciencia árida, para los que están acostumbrados a estudios fáciles y superfi-
ciales, pero que ilustra profundamente la historia de la civilización hispano-latina”; cfr. GUILLÉN ROBLES, F.
(1876), p. 675.
27
GUILLÉN ROBLES, F. (1874), p. 3.

1 0 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
frías austeridades de la anticuada escuela histórica clásica pretendiendo encerrar al genio en
un ominoso círculo de hierro”28.
Si en Simonet es evidente que detrás de su maurofobia encontramos un filocarlismo nada
o poco encubierto, Rodríguez de Berlanga, por su parte, puede ser que se deje llevar por cierto
mecanismo intelectual de comparación: frente a la labor creadora de Roma, el Islam no deja
de ser una civilización de logros secundarios y lo poco que produjo a lo largo del Medievo
fue plagiando el acervo clásico greco-romano. En todo caso, no debemos engañarnos: en la
obra de Guillén Robles, tampoco el Islam sale bien parado y si hemos advertido diferencias
con Simonet, son, en la práctica, de matices; en lo sustancial, los dos coinciden en el rechazo
al “moro” como agente exógeno al alma hispana. Con tales maestros, se comprenderá que lo
que pudiera ofrecer Rodríguez de Berlanga está absolutamente mediatizado, sin que se pueda
sustraer a ese rechazo generalizado que suscita la cultura hispano-musulmana entre la erudi-
ción de la época. Ocasionalmente, sin embargo, aflora cierta compasión hacia el moro derro-
tado, como la que muestra al comparar la crueldad de los musulmanes para con los cristianos
(mártires de Córdoba) con la sufrida por estos últimos por el celo cristiano, demostrada en la
quema de libros granadinos, de la que no se salvaron ni los más hermosos ejemplares, de “ricas
miniaturas” y “preciados adornos de oro”. De esta manera, utilizando la ley de causa-efecto, se
explica la rebelión morisca, resultado final de tan desastrosa política opresiva hacia el pueblo
de los cristianos nuevos mal evangelizados. Después del típico discurso de confrontación de
caracteres irreconciliables (el árabo-semita frente al hispano), se explaya en las crueldades de
la historia, de las que no libra a ningún bando, ni siquiera al suyo por el que ha tomado antes
decidido partido: “Dos razas en caracteres, tendencias y civilización opuestas, semita la inva-
sora y aryanna la que en la península moraba, por siete siglos sostuvieron encarnizada lucha
que fue al par dilatada y sangrienta guerra de religión. Durante el periodo de la dominación
musulmana, época hubo en que el fanatismo de los islamitas arrancó la vida a ínclitos mártires
de la fe de Cristo, dando ocasión a las funestamente célebres sublevaciones de los mozárabes y
muladíes. Al terminar la reconquista con la capitulación de Granada, la intransigencia del ven-
cedor altivo hizo probar vejaciones sin cuento a los humillados muslimes, oprimiendo y enca-
denando a los mas distinguidos hasta forzarlos a adjurar sus creencias, y quemando en la plaza
de Bibarrambla mas de un millon de libros, a ellos por la fuerza arrebatados, sin dar estima a
las ricas miniaturas, ni a los preciados adornos de oro, que tanto los avaloraban. Tan durísima
opresión hubo de provocar las diversas rebeliones de los moriscos que tambien agitaron esta
provincia, y que tuvieron fin desastroso con la espulsion de todos aquellos desgraciados que
fueron arrancados de sus hogares y de las costas españolas arrojados”29.

28
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., 1905-1908 (2001), p. 72. Contrasta con otras afirmaciones sumamente elogiosas
hacia Guillén Robles, como por ejemplo: “Pero viene a la postre un nuevo erudito, también orientalista y
malagueño, don Francisco Guillén Robles, quien dota a la ciudad donde ha nacido y a su provincia de una
historia tan detallada como crítica, donde examina con criterio imparcial y erudición no escasa cuantos do-
cumentos se han querido hacer pasar como genuinas fuentes de los anales patrios, aceptando no más que
aquellos que han resultado dignos de figurar en todo relato imparcial, verídico, sincero e independiente de
hechos realizados en épocas más o menos remotas”; CFR. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., 1905-1908 (2001), pp.
68-69.
29
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1874), p. XXIII.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 0 7
Por ello, la percepción que Rodríguez de Berlanga no deja de ser un remedo de Simo-
net y Guillén Robles, sin originalidad. De ahí que las expresiones recuerden tanto el dis-
curso providencialista, integrista y abiertamente racista de, particularmente, F. J. Simonet:
“Los musulmanes de entonces, como en nuestros días los malconversos hijos de aquellos
árabes traidores, llevados de los mismos ruines intentos y sin que ninguna idea defendieran
que pudiera dar grandor y lustre a su patria, por ellos mismos aniquilada, hicieron rodar el
trono de los omeyas, y en pequeños cantones disgregaron el califato de Córdoba para satis-
facer sus bajas ambiciones, preparando providencialmente el camino a la reconquista”30.
Siempre que tiene ocasión, recurre a los tópicos marcadamente culturalistas, como cuando
se adentra en el proceloso mundo de los taifas hammūdíes, estableciendo clisés asumidos
sobre el carácter de los fenicios y los árabes, con lo que se volvía, sin subrepticios, a la con-
frontación plenamente artificial de pueblos semitas versus pueblos indoeuropeos que estaba
calando, con todo, entre historiadores de la época: “Carácter duro e inflexible [el del califa
hammūdí Muhammad], tampoco pudo agradar a los malagueños, quienes de los fenicios
habían heredado su única y decidida afición al lucro de las especulaciones mercantiles, y
de los árabes un instinto de aversión a los poderes constituidos y una constante aspiración
a la anarquía. Refractarios siempre a las letras y a las ciencias, si alguno de sus hijos en ella
descollaba era rarísimo. Oasis en un inmenso Sahara de continuo barrido por el impetuoso
Simoun de las asonadas”31.
Aquí está presente otra constante en la consideración del arabismo español hacia
los gobernantes de al-Andalus: la incapacidad de los que rigieron sus destinos para hacer
una obra de gobierno conjunta, su enfermiza desunión que imposibilitó la permanencia de
aquella sociedad en el territorio peninsular. Rodríguez de Berlanga ve como la principal
causa de la decadencia del Islam peninsular las constantes luchas intestinas, heredadas de
dinastía en dinastía, como si de una enfermedad congénita a la política de al-Andalus se
tratase. Así, como hemos podido ver, explica el período de Taifas. Así explica asimismo el
Emirato cordobés o el final del Sultanato nazarí. Si tras la invasión, los enfrentamientos que
se suscitaron “vinieron siempre creciendo hasta que dieron término con el que llegó a ser
poderoso e independiente imperio de los muslimes de occidente”32, centurias más tarde
Fernando el Católico “caminaba recogiendo el fruto de las enconadas pasiones de los mus-
limes andaluces”33. La historia de al-Andalus no es sino una sucesión de tumultuosos reinos
de dinastías enzarzadas en guerras sin fin entre hermanos: “Desde este momento hasta
que vuelve a poder de los cristianos corre un espacio de tiempo que excede de siete siglos,
en que las rebeliones y asonadas atruenan sus calles [de la ciudad de Málaga] y de sangre
las manchan, empezando la sangre infinita de sus pronunciamientos contra los diferentes
gobiernos que la dominan, que hasta nuestros días han llegado tumultuosos”34.
De ese panorama tan desolador apenas si se salvan, por variadas razones, ‘Abd
al-Rahmān I al-Dājil, ‘Umar b. Hafsūn, Almanzor y Hamet el Zegrí (Ahmad al-Tagrī), per-

30
Ibídem, pp. XX-XXI.
31
Ibídem, p. XXI.
32
Ibídem, p. XIX.
33
Ibídem, p. XXII.
34
Ibídem, p. XIX-XX.

1 0 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
sonajes todos ellos sometidos por distintos eruditos del siglo XIX a interpretaciones cuanto
menos curiosas y, casi siempre, evidentemente capciosas. Desde la conquista, descrita en
unos términos discutibles, pues llega a hablar de una “tenaz defensa” de los habitantes de la
ciudad de Málaga35 y de la dudosa adscripción del nombre del pueblo de [Valle de] Abda-
lajís al hijo de Mūsà b. Nusayr, ‘Abd al-‘Azīz36, se van sucediendo personajes y situaciones,
siempre en el contexto de la historia de al-Andalus, con poca concesión a una historia
local37 que, por aquel entonces, sin embargo, empezaba a ser conocida merced a la otra
gran obra de F. Guillén Robles, Málaga musulmana38, como ha quedado dicho, la primera
síntesis de historia local de al-Andalus que mereció tal calificativo.
A al-Dājil, le llama “califa de Occidente”, alabando su actuación política39, lo que, sin
embargo, no sirvió, a la postre, para mitigar la descomposición que vivió al-Andalus con las
revueltas, particularmente la de ‘Umar b. Hafsūn, en los siglos IX y X, elevada a la categoría,
como era común en la época, de revolución de un pueblo sometido en contra de unos extranje-
ros que actuaban tiránicamente. En esa explicación, la condición de “hijo de un dignatario wisi-
godo” de Ibn Hafsūn, mantenida con posterioridad40 casi sin excepciones, se revelaba como de
particular trascendencia para explicar los hechos. Nada nuevo en la percepción decimonónica
del “caudillo muladí/mozárabe”41 feroz contrapunto del moro invasor, tan querida por Simonet
o por el mismo Guillén Robles: “Los muladíes y mozárabes, a cada instante sublevados contra
los árabes y bereberes, tomaron por capitán al fin a Omar ben Hafsun, hijo de un dignatario wisi-
godo, quien enseñoreando de Bobaster logra dominar en toda la rica provincia malacitana”42.
Por fin, alguien a la altura de las circunstancias, pero, como suele ocurrir en estos casos, su labor
no fue continuada por sus vástagos: “Pero al espirar aquel héroe defensor de la raza domeñada,
sus hijos no son de bastante aliento para sostener la empresa por su glorioso padre acometida”.
El Califato abre de esta manera “un período de paz y prosperidad aun en medio de
los degradados príncipes que en el trono occidental se asientan”43, repitiendo la idea de un

35
Sobre esos acontecimientos, MARTÍNEZ ENAMORADO, V., 2003 (2003a), Al-Andalus desde la periferia. La forma-
ción de una sociedad en tierras malagueñas (siglos VIII-X). Málaga, pp. 521-533.
36
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1874), p. XIX.
37
Sobre la historiografía en torno a la ciudad de Málaga en época andalusí, CALERO SECALL, Mª. I. y MARTÍNEZ
ENAMORADO, V. (1995), pp. 53-83.
38
GUILLÉN ROBLES, F. (1880).
39
“Los muzlimes de la península destrozados por las continuas luchas entre tan opuestos bandos, como por todas
partes brotaban, se conciertan y ofrecen al infortunado príncipe omeya el gobierno de la nación entera. Guerrero
esforzado, puesto al frente de sus parciales, victorioso entra en Córdoba y establece el califato occidental, inde-
pendiente desde aquel momento del gobierno de los Abbasidas”; cfr. M. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, 1874, p. XX.
40
La tesis de ACIÉN ALMANSA, M. (Entre el Feudalismo y el Islam. ‘Umar Ibn Hafsūn en los historiadores, en las
fuentes y en la historia, Universidad de Jaén, 1994; reedición, Jaén, 1997) está llena de alusiones a esa condi-
ción y en buena medida a partir exclusivamente de ese origen se explica la rebelión. Distintas matizaciones
a esa propuesta en FIERRO, M. (1995), “Cuatro preguntas en torno a Ibn Hafsūn”, Al-Qantara, 16, pp. 221-257;
WASSERSTEIN, D. J. (2002), “Inventing Tradition and Constructing Identity: the Genealogy of ‘Umar ibn Hafsūn
between Christianity and Islam”, Al-Qantara, XXIII, pp. 269-297; MARTÍNEZ ENAMORADO, V., 2003a.
41
Extrañamente, no se incluyen las palabras de M. Rodríguez de Berlanga sobre el personaje en la revisión
historiográfica realizada por ACIÉN ALMANSA, M. (1997).
42
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1874), “Prólogo”, p. XX.
43
Ibídem, p. XX.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 0 9
siglo X plagado de riquezas, en un al-Andalus convertido en centro económico del Occi-
dente.
Sin contar con la legitimidad del Califato, Muhammad ibn Abī ‘Āmir, al-Mansūr, el
Almanzor de los cristianos, por su parte va a devolver “su esplendor perdido al solio de
los Omeyas”, aunque a su muerte, “cuando el polvo de sus victorias numerosas cubre sus
restos inanimados vuelven a destrozar el califato las luchas inveteradas de la desmedida
ambición y de los reconcentrados odios, y hecho mil pedazos, más que por los partidos
políticos por las ambiciones personales de osados rebeldes que su medro tan solo ambicio-
naban, es repartido al azar entre diversos aventureros con fortuna que inauguran el periodo
de los reyes de Taifas”44. Se exime de responsabilidad a Almanzor45 y se achaca la crisis que
destruyó la unidad política de al-Andalus a “las ambiciones personales de osados rebeldes”
dispuestos a todo con tal de lograr sus cortos objetivos.
No duda en ensalzar, finalmente, la figura de Hamet el Zegri, quien contemplaba
“pensativo como se aproximaba el venturoso conquistador”. Su oposición fue tan épica
como inútil, pues finalmente “de los suyos abandonado, por fuertes grillos sugeto a merced
del implacable conquistador, se muestra aherrojado con alientos de héroe”. La reivindica-
ción que del personaje hace es resultado sobre todo, del parangón con otros coetáneos,
minimizados ante su grandeza: “Su figura se eleva aun en una oscura mazmorra sumido,
como se empequeñece la de Fernando Quinto por mas que intente empinarse sobre las gra-
das del trono, cuando tan poco magnánimo se le contempla con el desventurado guerrero
que sus seducciones con dignidad rechaza, y tan deferente con el Zagal, quien cediendo a
su halagos fue traidor a sus creencias y a su patria”46.
Algo frecuente en la erudición de la época es la comparación de historias remotas
con el presente, en un siglo XIX que ve pasar gobiernos inestables, cambios de régimen y
situaciones de crisis permanente. Rodríguez de Berlanga, quintaesencia de lo decimonó-
nico, no puede desentenderse de esa comparación entre el pasado inestable y el incierto
presente. La historia como pedagogía para el futuro: “Estas rivalidades, que encerraban
el germen de repetidas excisiones, provocaron la completa ruina de aquella dominación
[árabe]; a cuya caída concurrieron también monarcas débiles y magnates traidores. Si fuera
posible trocar los nombres de los que en tales acontecimientos figuraron de entre los musul-
manes, ya como víctimas sacrificadas, ya como desenfrenados autores de villanos atentados,
suprimiendo al par todos los que fueron personages distinguidos por su heroísmo e hidalguía,
inútil fuera escribir los anales de épocas más recientes de nuestro país, mezquina reproduc-
ción de aquella en todo lo que tiene de desleal y de indigna. Tan cierto es, aunque en negarlo
se esfuercen, que las cosas humanas se repiten cuando las naciones se renuevan”47.

44
Ibídem, p. XX.
45
Sobre la historiografía referida a Almanzor a lo largo del siglo XIX, MARTÍNEZ ENAMORADO, V. y TORREMOCHA SILVA,
A. (2001), Almanzor y su época. Al-Andalus en la segunda mitad del siglo X, Málaga, pp. 36-46; MARTÍNEZ
ENAMORADO, V. (2002), “Héroe o villano. Guerrero o mecenas. Almanzor en la historiografía española moderna
y contemporánea (siglos XVI-XXI) (I)”, Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y
Nobles Artes, 143, pp. 202-208.
46
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1874), “Prólogo”, p. XXII.
47
Ibídem, pp. XXII-XXIIII.

1 1 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
La idealización del poder civilizador de Roma por parte de Rodríguez de Berlanga será
tal que en su valoración historiográfica el recuerdo de su sola presencia entiende que sería
bastante para cultivar a los bárbaros visigodos. Para desgracia del Islam, esa influencia llega
demasiado debilitada al siglo VIII, por lo que se ve incapaz de hacer lo mismo con los anda-
lusíes. Es decir, concibe el transcurrir de la historia española como una continua decadencia
desde el fin del Imperio. No existe por supuesto el más mínimo atisbo de idea de convivencia
entre culturas: divide las razas peninsulares entre conquistadores (moros), conquistados (cris-
tianos) y traidores (judíos). Rodríguez de Berlanga insiste en los postulados oficiales forjados
en la Reconquista: la tierra hispana fue arrebatada a sus legítimos dueños, los cristianos, y
estos no hicieron sino recuperarla. Justifica la expulsión de los “semitas” como único remedio
para vivir en paz, pero llega incluso a achacar a su “germen” algunos males posteriores48: “La
potente cultura romana que Séneca y Marcial llevaron por entonces a su apogeo en ambas
Hispanias, aunque ya decadente después de los Antoninos, todavía conservaba vigor bastante
para infiltrarse en los nuevos invasores del norte, transformándolos en los cultos visigodos de lo
concilios de Toledo. Sin embargo, después de tres siglos de reiteradas luchas civiles, llegó ya en
extremo debilitada para poder llevar misión idéntica con los moros, que aprovechándose de
los disturbios continuos, que la envidia y la traición política engendrada en el seno de aquella
sociedad híbrida hispano-romano-gótica del siglo VIII, arribaron de imprevisto de Berbería y la
arrollaron atónita, llevándola a guarecerse en las remotas cuevas asturianas.
De los vencedores, de los vencidos y de los traidores –moros, cristianos y judíos– surgió
aquella sociedad trifaria, que no se amalgamó jamás a pesar de vivir tan en contacto del VIII
al XV, ni pudo unificarse nunca, siendo tan opuestas sus creencias, sus gustos, sus ilusiones y
sus tendencias, concluyendo al fin, para quedar en paz, por tener que ser repatriadas las dos
razas semíticas que dejaron, sin embargo, tras de sí el germen de sus protervas pasiones.
El africano, cualquiera que fuese su origen, magrebita o berberisco, almorávide o almo-
hade, llevaba en sí mismo el sello indeleble de su origen bárbaro, que se desarrolla prepotente
en las pequeñas monarquías de taifa, de cuya horda de sangrientos opresores no puede surgir
una historia crítica que sea digna de crédito, sino un enfadoso inventario de exageraciones
poéticas en loor del temido déspota: la crónica es, pues, una casida en prosa rimada, que
encanta a los orientalistas, por más que empache al que no esté a prueba de tan empalagosas
hipérboles, que sólo tienen par en el moderno periodismo. Los vencidos, al seguir tenaces su
heroico empeño de arrojar a los intrusos africanos de la tierra en que reposaban sus ilustres
antepasados, procuraron excitar los ánimos de los soldados de la cruz (...)”.
En un trabajo poco anterior había expresado en extenso su opinión sobre la nefasta
influencia que, a su juicio, dejaron los moriscos, achacándoles de nuevo ser “gérmenes” de
algunos de los males que asolaban la España de su tiempo, como la inestabilidad política49.

48
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. 1905-1908 (2001), Malaca, p. 66.
49
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1902), “Alhaurín-¿Iluro?”, Revista de la Asociación Artístico-Arqueológica Barcelo-
nesa, nº 29, vol. III, p. 377. Hablando de Alhaurín el Grande dice: “Allí vive en casas, que deslumbran por su
blancura, una población de activos labradores, (...) sobria en demasía, cuyo tipo conserva impreso el sello in-
deleble del atavismo de raza de aquellos inquietos moriscos, que a pesar de haber sido arrojados por revoltosos
de la península en el siglo XVI (sic) dejaron incubados en el suelo donde habían nacido los gérmenes de los
pronunciamientos, que han esmaltado las páginas de nuestra historia contemporánea”. Este trabajo fue reedi-

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 1 1
Descendiendo al terreno de lo concreto, del material arqueológico, hay que decir que
Rodríguez de Berlanga, en la introducción a las piezas del Catálogo del Museo Loringiano,
deja bien claro, como hemos dicho, su absoluto desconocimiento de la lengua árabe a la
hora del tratamiento de los objetos considerados “hispano-musulmanes”. La epigrafía árabe
es absolutamente ininteligible para él. No es de extrañar que, por ejemplo, yerre en la atri-
bución de diversos materiales hallados en los derribos de la Alcazaba, entre los que, sin
duda, se hallarían las típicas cerámicas estampilladas, abundando las decoradas con ins-
cripciones, eulogias que por lo general son extremadamente sencillas y repetitivas50, aunque
por las reproducciones fotográficas no sabemos si se produjeron hallazgos de este tipo.
Independientemente de esa reconocida ignorancia, Rodríguez de Berlanga se erige,
por su incansable labor, en el primer arqueólogo de la “Modernidad” que aplica criterios
“positivistas” y, como tal, nada le era ajeno a su inagotable curiosidad científica. Su catá-
logo del Museo Loringiano significa el primer prontuario arqueológico realizado en y para
Málaga y si bien es cierto que lo andalusí se diluye, por testimonial, en el aluvión de piezas
romanas, también es justo reconocer que Rodríguez de Berlanga se aplica a la ordenación
de cuantos materiales caen en sus manos, movido por un afán de rigurosidad muy propio
de esa Modernidad ávida por entender el mundo, su presente y su pasado.
Entre los materiales islámicos con los que tuvo que enfrentarse, se cuentan unos “res-
tos arquitectónicos” de procedencia desconocida, reunidos en la cordobesa colección Villa-
cevallos, como son dos capiteles de nido de avispa, que con otras piezas clasifica como
“pertenecientes a algún edificio de la edad media quizás”51.
Otros objetos52, recuperados del derribo de la muralla malagueña del que luego habla-
remos, son una serie de “lucernas de distinto tamaño y afectando la misma forma... con el
cuello alto, el mechero largo y el asa grande... sin vidriar las mayores, o teniendo solamente
algunas gotas, equidistantes y simétricas, vidriadas alrededor del depósito para el aceite y
del largo pico para la torcida” que aunque incluye en los artículos de Malaca entre la cerá-
mica romana, el erudito describe claramente en el Catálogo Loringiano de 1903 –y, por
tanto, anterior a la intervención en la muralla– como “de época mucho más moderna, que
se distinguen de las precedentes por su ejecución muy tosca, tener el depósito de aceite

tado con motivo del Homenaje al autor, celebrado en Alhaurín el Grande en 2001, con unas magníficas notas
y comentarios a cargo de V. Gallero Galván, quien ya destaca lo poco afortunado y simplista del comentario,
llevado por un “determinismo étnico”, y profundiza en la visión berlanguiana de la historia de España como una
degeneración desde Augusto (GALLERO GALVÁN, V. (2001), “Notas y comentarios” en la reedición del artículo de
Manuel Rodríguez de Berlanga “Alhaurín-¿Iluro?”, Alhaurín el Grande, pp. 20-21, nota III).
50
Sobre las distintas lecturas de las eulogias de la cerámica estampillada andalusí, MARTÍNEZ ENAMORADO, V.
(2002), “Epigrafía meriní. Lectura y documentación de las inscripciones sobre cerámica estampillada del
Museo de Algeciras”, en TORREMOCHA SILVA, A. y OLIVA CÓZAR, Y. (eds.), La cerámica musulmana de Algeciras.
Producciones estampilladas. Estudios y Catálogo, Caetaria monografías, nº 1, Algeciras, pp. 73-85; COLL CO-
NESA, J. y MARTÍNEZ ENAMORADO, V. (2005), “La ocupación medieval”, en C. Aranegui Gascó (ed.), Lixus-2 ladera

sur. Excavaciones arqueológicas marroco-españolas en la colonia fenicia. Campañas 2000-2003, Saguntum,


extra-6, Valencia, pp. 37-70, particularmente, pp. 69-70.
51
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903), Catálogo…, p. 132, lám. XXI.
52
Estudiados detalladamente por RODRÍGUEZ OLIVA, P. (2001), pp. 38-39.

1 1 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
no chato como las romanas”53. Detalla asimismo lo que describe como un ladrillo “con
vidriado azul y el adorno típico de una rosa grabada a la punta, como se ve en otros restos
de ánforas sin vidriar”, de innegable aspecto medieval.
Otros objetos que estudiará, siendo acaso la primera referencia a tales hallazgos
arqueológicos en la historiografía hispana, son una serie de cilindros tallados de hueso,
que él llama puños de cuchillo (así los han considerado parte de los arqueólogos actuales,
otros los han creído piezas de ajedrez, tratándose al parecer de ruecas de hilar54). Describe
su decoración, habitual en estas piezas, consistente en círculos concéntricos y arcos de
círculo, que interpreta como un intento de representación antropomorfa55. Recurriendo de
nuevo a los paralelos, los identifica con otros “de indudable factura fenicia” (como los pei-
nes de marfil publicados por G. Bonsor, de quien recibió una copia). Rodríguez de Berlanga,
acertadamente, distingue estos objetos de hueso de otros, hallados en las necrópolis de
Cádiz y de calle Andrés Pérez de Málaga, publicados también por primera vez por él, que
considera flautas siguiendo a Schliemann, aunque correspondan, en realidad, a bisagras de
cajas y arquetas56. Otra de las piezas andalusíes que considera, sin embargo, prerromana es
un molde de pizarra para obtener cóspeles por fundición.
Alude de pasada a las monedas almohades (“limpísimas piezas cuadradas de los
almohades”57) halladas en la Alcazaba, demostrando cierto conocimiento sobre la numismá-
tica andalusí. El estudio de ésta vivió un fuerte desarrollo en la segunda mitad del siglo XX,
en parte gracias a Antonio Delgado y Hernández58, con quien Berlanga había colaborado en
obras sobre numismática, si bien tratando el numerario de otras épocas más antiguas.
Tampoco le duelen prendas en reconocer, al hablar de unas alhajas de oro descubier-
tas supuestamente en la tumba de una “mora de calidad”, que desconoce su función exacta
porque se declara “en absoluto desconocedor de la indumentaria de los árabes en España
durante la Edad media”59.
Su faceta como defensor del patrimonio histórico de su ciudad tiene su episodio más
señalado en su encendida defensa de la muralla andalusí al pie de la Alcazaba malagueña,
cuyo derribo ocupa desde diciembre de 1904 hasta julio de 1905 y desde enero a mayo de
190660. Su descripción de ese tramo de la muralla es de una abrumadora intensidad, con
ilustraciones y láminas de inestimable valor para comprender la cerca andalusí de madīnat

53
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903), Catálogo…, p. 116, lám. XXXVI. Asimismo, RODRÍGUEZ OLIVA, P. (2001), pp.
38-39.
54
Recordemos que hasta el artículo de TORRES, C. eran piezas sin una explicación de carácter funcional: “Uma
proposta de interpretação funcional para os conhecidos ‘cabos de faca’ em osso fá com longa história na
arqueologia ibérica”, I Congreso de Arqueología Medieval Española (Huesca, 1985), vol. III, Zaragoza, 1986,
pp. 331-341. También, Posac Mon, C. (1960), “Datos para la arqueología musulmana de Ceuta”, Hésperis-
Tamuda, I, p. 163, lám. IV, nº 4.
55
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., 1905-1908 (2001), pp. 180-181, lám. 21.
56
Véase el trabajo de MARTÍN RUIZ, J. A. y PÉREZ-MALUMBRES LANDA, A. en este mismo volumen.
57
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., 1905-1908 (2001), p. 165.
58
MORA SERRANO, B. (2004), “Antonio Delgado y Hernández”, en Zona Arqueológica, 3, Monografía Pioneros de
la Arqueología en España. Del siglo XVI a 1912, pp. 286-287.
59
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903), Catálogo…, 1903, p. 139.
60
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. , 1905-1908 (2001), Malaca, p. 217.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 1 3
Mālaqa61. El manejo que de los planos de ese sector de la ciudad hace, particularmente del
célebre de Carrión de Mula, del que da cuenta, diciendo que era propiedad de Tomás de
Heredia quien gentilmente se lo hizo llegar62, permite hablar de un tratamiento pionero en
la arqueología andaluza por lo que supone la incorporación de planimetrías al análisis urba-
nístico y al estudio arqueográfico.
Subyace, con todo, tras esa descripción de tamaño acto incívico su pesar por no haber
podido disponer del tiempo necesario para la recogida de datos suficientes que permitie-
ran documentar tan insigne monumento, destruido por un mal entendido progreso. Cierto
es que quizás su interés fuera mayor porque atribuye a las murallas un origen cartaginés
o romano63. Entre otras razones para excluir su atribución al período andalusí, recurre de
nuevo a paralelos cercanos, comparando la cerca malagueña con las murallas granadinas
y con otros sectores de la misma muralla de su ciudad, todas ellas obras de tapial; incluso
se atreve a hacer un parangón de jaez antropológico con obras defensivas por él vistas en
Marruecos. Aporta la bibliografía que barajó sobre arquitectura islámica64.
En relación con la explicación de la muralla de Málaga como monumento andalusí,
es muy sugerente su visión de la Alcazaba, sobre la que Simonet y Guillén Robles “han
convenido que en la época en que termina el emirato (sic) cordobés y comienzan los régu-
los de taifa, momento histórico de la Edad Media en que principia la decadencia del poder
muslímico en España, a la vez que crece la importancia regional de Málaga, fue Badis el que
realizó las principales obras de la Alcazaba”, desentrañando textos poéticos que han desve-
lado “idilios moriscos y horripilantes tragedias dentro de aquellas misteriosas torres rodeadas
a lo que se suponía, de mansiones ideales como los Cuartos de Granada y los Baños de la
Reina”. Pero todo aquello “debe haber desaparecido hace tiempo como el humo, si es que
existieron, porque hace más de medio siglo que he visitado tales alturas, cuando aún estaba
aquel recinto habitable, pudiendo asegurar que allí nada anunciaba alcázares ni palacios,
sino el modesto albergue de una guarnición de color mandada por bravíos capitanes refrac-
tarios a los refinamientos del lujo oriental”65. Decepción, por tanto, ante las dimensiones de
la renombrada arquitectura musulmana en la ciudad de Málaga.
Pero frente a ese desinterés, cuando no rechazo, por el mundo musulmán, muy enrai-
zado en la corriente maurófoba de su época, el autor dedica cierta atención al elemento
mozárabe, que pervive en al-Andalus y que sirve como luminaria en esos siglos oscuros
de gobierno tiránico de la morisma. Sin duda, son las inscripciones como elemento más
fácilmente identificable de los mozárabes lo que más llama la atención a una arqueología
deseosa de justificar la perduración del elemento hispánico en una sociedad regida por
musulmanes. El latín se convierte, así, en un rasgo de identidad frente al árabe y es ahí
donde un buen conocedor de la lengua clásica tiene cabida. La lección que da sobre la ins-
cripción funeraria que, procedente de Comares, registra la data del fallecimiento del pres-
bítero Samuel el día 9 de las calendas de diciembre de la Era 996, o lo que es lo mismo, el

61
Ibídem, pp. 217-232.
62
Ibídem, p. 53.
63
Ibídem, pp. 112-115.
64
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., 1905-1908 (2001), Malaca, p. 98, nota 5.
65
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., 1905-1908 (2001), Malaca, p. 97.

1 1 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
23 de noviembre de 958, es un magnífico ejemplo de esa predilección por el mundo mozá-
rabe, en el que su sabiduría sí podía ayudar, al tratarse de textos en latín, a construir la his-
toria deseada. Parece ser que la inscripción fue entregada a E. Hübner y por eso no dice su
paradero en el catálogo, aunque Simonet incluya la referencia de que fue “remitida en 1867
al Museo de Berlín”66. El mismo Simonet afirma que “nosotros hemos tenido la satisfación
de verla [la inscripción] en casa del autor [del trabajo epigráfico, Rodríguez de Berlanga],
nuestro apreciable amigo y paisano”.
Analiza también otra inscripción hallada en los Montes de Málaga, en las cercanías de
Jotrón67, conocida desde 1585. De ella dan cuenta Bernardo de Alderete, Morales, el Padre
Roa, Medina Conde, Hübner y Simonet. Asimismo, da a conocer aquel otro epígrafe cordo-
bés que pasó a formar parte de la colección de Villaceballos68 .
Después de estos antecedentes, se comprenderá que en su descripción de lo que
supone la rebelión de ‘Umar b. Hafsūn no falte ni uno sólo de los ingredientes que llevan
a considerar a este personaje como un “héroe defensor de la raza domeñada”69 frente al
Islam. Más allá de esta circunstancia, a la que hemos tenido ocasión de referirnos con ante-
rioridad, importa destacar que Rodríguez de Berlanga manifiesta una total confianza en la
propuesta simonetiana sobre la ubicación de Bobastro en las Mesas de Villaverde (Ardales),
hipótesis que venía a desmentir la relación con la ciudad romana de Singilia Barba que
anunciara el prestigiosísimo arabista holandés Reinhart Dozy70. Sin embargo, se equivoca al
datar algunas de las estancias rupestres de la madīna hafsūní, que las encuadra, por desco-
nocimiento, en la baja Edad Media71 . De esa manera, es lógico que la figura de Rodríguez
de Berlanga aparezca citada por Mª. E. Gómez-Moreno72 como inspiradora en primera ins-
tancia de la labor de otro erudito malagueño, de menor prestigio, Fernando Loring, en la
expedición a Bobastro de julio de 1923, cuando Cayetano de Mergelina y Luna, de prospec-
ción por aquellos parajes con Manuel Gómez-Moreno, Leopoldo Torres Balbás y el propio
Loring, sentara las bases para la intervención arqueológica que dirigiría un par de años más
tarde en las Mesas de Villaverde73.
Tal identificación, correcta y sopesada, se contrapone a otra que defiende con inusi-
tado celo, errada en lo esencial, que es la que niega la vinculación de la Granada zīrí con
la antigua Iliberris, para lo cual entra con un vocabulario nada condescendiente y excesi-

66
SIMONET BACA, F. J. (1897-1903), Historia de los mozárabes de España, Madrid, p. 621, nota 2, y p. 622, nota 1.
67
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903), p. 178.
68
Ibídem, pp. 126-128.
69
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1874), p. XX.
70
En relación con todo ello, V. MARTÍNEZ ENAMORADO, Sobre Mergelina y Bobastro. Edición facsímil de la obra de
Cayetano de Mergelina, Bobastro con estudio crítico introductorio, Cádiz, 2003.
71
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903), Catálogo…, pp. 22-23.
72
“La desilusión [por no hallar a Benjumea, el responsable de los pantanos de El Chorro que iba a facilitar la
expedición a Bobastro] duró poco, pues al arcediano se le ocurrió recurrir a Don Fernando Loring, - de apellido
inglés, como muchos malagueños-, ingeniero del citado pantano, quien resultó persona asequible, aficionado
a la historia por su contacto juvenil y familiar con el erudito historiador Rodríguez de Berlanga”; cfr. GÓMEZ-
MORENO, Mª. E. (1995), Manuel Gómez-Moreno Martínez, Fundación Ramón Areces, Madrid, p. 354.
73
MARTÍNEZ ENAMORADO, V. (2003), págs. XXIII-XLVI.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 1 5
vamente comprometido74 en la polémica sobre los orígenes de Granada. En ella participa,
como es sabido, toda la erudición granadina de la época, con su colega y amigo Eguílaz y
M. Gómez Moreno a la cabeza75, convirtiéndose por ello en uno de los temas más canden-
tes de la arqueología finisecular.

74
“Iliberris (que no fue jamás Granada aunque se empeñen todos los falsificadores y todos los moros de las
pasadas centurias y sus poderosos y mal encubiertos patrocinadores contemporáneos)”; cfr. RODRÍGUEZ DE
BERLANGA, M., 1905-1908 (2001), Malaca, pág. 63.
75
EGUÍLAZ Y YANGUAS, L., 1881, Del lugar donde fue Iliberris, Madrid, (ed. facsímil a cargo de ESPINAR MORENO,
M., 1987, Granada); GÓMEZ-MORENO GONZÁLEZ, M., 1888, Medina Elvira (ed. facsímil de BARRIOS AGUILERA, M.,
1986, Granada).

1 1 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
BERLANGA, EL VASCOIBERISMO Y
EL SINTAGMA DE LA ESPAÑA PRERROMANA

VÍCTOR GALLERO GALVÁN

“El hombre es un animal histórico con un profundo sentido de su propio pasado, y si no puede integrar
ese pasado por medio de una historia explícita y cierta, lo hará a traves de una implícita y falsa”
(Geoffrey Barraclough, citado por Glyn Daniel en “El concepto de prehistoria”,
Barcelona, 1968, pág. 145).

S
E ha hablado mucho de Berlanga como investigador del mundo clásico. Pero el inte-

lectualismo de Berlanga no se sustenta meramente sobre los estudios de filología


clásica, arqueología o derecho romano que rotulan su sitial de historiador. Descansa
además en una reflexión sobre los datos que, aportados por dichas disciplinas, con-
ducían a nuevos campos de estudio. En el presente artículo queremos abordar una
de las manifestaciones de esa inquietud intelectual: su interpretación lingüística y antropoló-
gica de la cuestión vasca, expresada fundamentalmente en el libro Los bronces de Lascuta,
Bonanza y Aljustrel (Málaga, 1881-1884) y en tres artículos redactados en Alhaurín el Grande
(Málaga) –localidad en que tenía fijada su segunda residencia– y publicados en la “Revista de
Archivos, Bibliotecas y Museos” entre 1897 y 1898, éstos últimos centrados específicamente
en el asunto de la lengua y de la raza, ambos, como se sabe, pilares del nacionalismo vasco
en sus orígenes. Interesa notar que para un antiquista como Berlanga esa tentativa de análisis
de la cuestión vasca no estaba exenta de cierta osadía. Él mismo lo reconoce: “Confío que tal
vez en noviembre próximo podré mandarle impreso el primero de los tres largos artículos que
he redactado sobre la inscripción ibérica de Los Castellares. Vaya Vd. acumulando paciencia,
porque la necesitará, y mucha, si ha de ir leyendo mi trabajo en toda su abrumadora extensión.
No verá Vd. nada de latín ni de griego ni de epigrafía clásica, sino mucho de otro género dia-
metralmente opuesto, que quizás encuentre con razón (aunque no me lo diga) que está fuera
de mis alcances”1. Pero Berlanga se había documentado al respecto. En primer lugar, a través

1
LEÓN PORTILLO, R., (1971), “Cartas inéditas…”, p. 26: Carta nº 11, de 21 de septiembre de 1897, dirigida a Anto-
nio Aguilar y Cano. Alude aquí Berlanga a su artículo “Una inscripción ibérica inédita de la Turdetania”, publicada
en tres entregas en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. La primera, fechada en Alhaurín el Grande a 10 de
mayo de 1896, se publicó en noviembre de 1897 (año I, nº 11, págs. 481-497). La segunda, fechada en el mismo
lugar el 26 de mayo de 1897, lo fue en febrero de 1898 (año II, nº 2, págs. 49-69). La tercera, bajo el título de “Los
Vascones y la Prehistoria. Apéndice a ‘Una inscripción ibérica inédita de la Turdetania’ “, se publicó en la misma
revista, nº 8 y 9, agosto y septiembre de 1898, año II, págs. 370-387. Parte de estos trabajos los reprodujo Aguilar y
Cano como apéndice en su obra de 1899 Astapa. Estudio geográfico, con carta prólogo del Excmo.Sr.Dr. D.Manuel
Rodríguez de Berlanga (Imprenta de E.Rasco, Sevilla). No obstante, Berlanga no será el único que desde Andalucía
aborde esta cuestión. Él mismo nos informa que sobre el idioma vasco “ha escrito unos interesantísimos artículos
mi especial amigo D.Francisco Javier Simonet, profesor de árabe en la universidad de Granada, con el título de
‘El euscara o vascuence’ ” (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta, Bonanza y
Aljustrel, Málaga, Imprenta que fue de don José Martínez de Aguilar, hoy de don Ambrosio Rubio, p. 76).

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 1 7
de “un examen especial” del vascuence y de un trabajo de campo, pues declara haber visi-
tado “ambas Vasconias, oído hablar a sus naturales en sus respectivos dialectos y hojeado con
sobrada atención Gramáticas y Diccionarios” del vascuence. Asimismo, realizando “un estu-
dio particular de la antigua historia y geografia del pueblo vasco”. Y por último haciendo un
uso crítico de la más importante bibliografía que sobre esta cuestión existía hasta la segunda
mitad del siglo XIX, en concreto la de “algunos apreciabilísimos vascólogos extranjeros, con
quienes de antiguo me unen estrechos lazos de la más sincera amistad”2. Alguna parte de esa
documentación la iremos citando a lo largo de este trabajo.
El comentario que vamos realizar a continuación sobre las opiniones de Berlanga en esta mate-
ria queremos plantearlo a la manera de un coloquio en el que dialoguen y contrasten sus teorias
con las de investigadores contemporáneos (singularmente Miguel de Unamuno3, Julien Vinson4,

2
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1897), “Una inscripción ibérica inédita de la Turdetania” (I), Revista de
Archivos, Bibliotecas y Museos, año I, nº 11, p. 490. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los
bronces de Lascuta y Aljustrel, Málaga, imprenta de Ambrosio Rubio, p. 741. RODRÍGUEZ DE BERLANGA,
M., (1898), “Una inscripción ibérica inédita de la Turdetania” (II), Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos,
año II, 2, Madrid, p. 69.
3
Durante estos años Unamuno (1864-1936) vive en Bilbao, es ya doctor por la Universidad de Madrid con
el trabajo que citamos, y busca una oportunidad en oposiciones y concursos, sosteniéndose como maestro
particular. Estamos en la primera etapa –que se prolonga hasta 1900– de su biografía intelectual, caracterizada
por la inquietud reflexiva y por una línea extremadamente crítica con la lengua y “raza” vascas. Desde en-
tonces, todos los investigadores –especialmente Antonio Tovar– han venido resaltando el rigor científico y la
valía del trabajo doctoral sobre la lengua y raza vascas que realiza en 1884 (y que citaremos aquí a menudo),
frente a las posiciones de sus opositores.
4
Julien Vinson (1843-1926) manifestó siempre gran interés por la lingüística, publicando estudios sobre sáns-
crito, griego, latín y lenguas hindúes. Impartió docencia en la École Nationale des Langues Orientales Vi-
vantes de París y dirigió la “Revue de Linguistique”. Vivió durante doce años en la región vasco-francesa y
fue constituyendo una valiosa biblioteca vasca, cuyos únicos antecedentes eran por entonces la del Príncipe
Bonaparte, la de Van Eys, la de Antonie d’Abbadie y la del abate Harriet. Su interpretación del pais vasco y
su lengua fue siempre muy racional, manifestándose crítico con la visión mítica del pasado vasco, algo poco
común en su época. Fue profesor honorario de la Escuela de Antropología y del Collège de France, miembro
de la Sociedad de Antropología y de otras sociedades análogas. En 1891 aparece su máxima contribución al
acervo cultural vasco, el Essai d’une Bibliographie de la langue basque, y en 1898 sus complemento y suple-
mento correspondientes (reeditados en San Sebastián en 1894), base primordial de los estudios vascos hasta
nuestros días (es decir, hasta la aparición de la Eusko Bibliographia de Jon Bilbao, Auñamendi, 1970) y cuyo
único antecedente fue el Laurak Bat o Biblioteca del Bascófilo del vizcaino Allende Salazar (1887). Polemizó
con Luchaire, Bonaparte, Campión, Van Eys, Arana Goiri y Schuchardt, entre otros. Llegó incluso a escribir
en vascuence. Según Lacombe a él se debe la primera verdadera fonética detallada del euskera. Al crearse la
Euskaltzaindia (Academia de la Lengua Vasca) fue nombrado miembro de honor junto con H. Schuchardt y C.
C. Uhlenbeck. Colaboró con el padre Fidel Fita en 1883 en la publicación de veinticuatro canciones con texto
vasco y su correspondiente traducción. (Estos y otros datos biográficos aparecen en la biografía de Vinson que
firma Idoia ESTORNÉS ZUBIZARRETA en la “Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco ‘Auñamendi’).
Según Urquijo, Vinson era “el más eminente de nuestros bibliógrafos” y un investigador de “gran impor-
tancia en el movimiento vascológico de los últimos cincuenta años … Ha escrito sobre la lengua, folklore, historia
vasca y reimpreso libros antiguos vascos, y sostenido fuertes polémicas con Van Eys, Bonaparte y otros” (UR-
QUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual de los estudios relativos a la lengua vasca” –discurso pronunciado
en el Congreso de Oñate el día 3 de septiembre de 1918–, Bilbao, Eléxpuru Hermanos, p. 407 y 415). Según
Fidel Fita, “su nombre, enlazado con los del príncipe Luis Napoleón Bonaparte, del inglés Webster, del flamenco
Van Eys, del alemán Humboldt y del húngaro Rivary, brilla en la columna de honor que toda la Europa sabia en
estos momentos eleva al lenguaje ibérico, uno de los más antiguos y respetables de ambos hemisferios del orbe”
(FITA, F., (1883): comentario del libro de Vinson “Les basques et le Pays Basque”, moeurs, langage et histoire,
Paris, 1882, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, mayo de 1883, p. 352).

1 1 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Arturo Campión5, Cánovas del Castillo, Menéndez Pelayo, Sabino Arana y Julio de Urquijo6)
o posteriores a él (como Caro Baroja y Antonio Tovar –autores clásicos en el estudio de las
lenguas de la España prerromana– así como Rafael Lapesa, destacada autoridad en cuanto a
Historia del Español), de manera que la exposición cobre así más vivacidad.
Empecemos hablando del idioma. Como se sabe, el idioma para el nacionalismo román-
tico es la más alta manifestación del “espíritu del pueblo”. El vascuence y la cultura vasca,
que desde fines del siglo XVIII venían sufriendo un proceso de abandono, pero también de
atención cientifica, experimentarán significativos cambios en el último cuarto del siglo XIX.

5
Entre 1897 y 1904 Arturo Campión (1854-1937) publica en la revista Euskal-Erria y en el Boletín de la Comi-
sión de Monumentos de Navarra su obra Celtas, iberos y euskaros. Posteriormente, en 1928, edita Euskariana.
Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos)(Primera parte: Testimonios de la Antropología, Etno-
grafía, Etnología y Arqueología (Pamplona, Imprenta y Librería de J.García); y en 1931 la segunda y tercera
partes de dicha obra (Testimonios de la Geografía y de la Historia clásicas; Testimonios de la Lingüística, primer
volumen) (Pamplona, Imprenta y Librería de Jesús García). Estas dos últimas obras de los años 1928 y 1931
son una reelaboración de la primera, lo que indica un prolongado proceso de reflexión sobre esta materia,
como él mismo reconoce (p. 124 y 259). Se trata de un “valiosísimo y vastísimo trabajo” de recopilación y
estudio sobre el vascoiberismo y un capital y completo trabajo en materia lingüística (EGUREN BENGOA,
E., (1914), Estado actual de la antropología y prehistoria vascas. Estudio antropológico del pueblo vasco. La
prehistoria en Álava, (tesis presentada en la Universidad Central el día 23 de diciembre de 1913 para obtener
el grado de doctor en la Facultad de Ciencias (Sección de Naturales) ), Bilbao, Imp. y Enc. de Eléxpuru Her-
manos, p. 40 y 41).
Arturo Campión, nieto de un oficial francés del ejército napoleónico, pertenecía a la alta burguesía
moderada. En la Universidad de Oñate inició los estudios de Derecho, teniendo como profesor a Estanislao
de Aranzadi, gracias al cual Campión iniciaría su euskarismo. Al estallar la guerra carlista marchó a Madrid a
concluir sus estudios. Allí vivía cuando las Cortes aprobaron la Ley de 21 de julio de 1876. La abolición foral
provocó, como en muchos, la radicalización de sus planteamientos fueristas y su actividad ensayística y políti-
ca (concejal del Ayuntamiento de Pamplona; diputado en el Congreso en marzo de 1893; senador por Vizcaya
en 1918). Desde el fuerismo, y junto a Sagarmínaga, Campión atacaría al centralismo canovista basándose en
los argumentos de independencia originaria y soberanía de los territorios vascos hasta 1876, tesis que supon-
dría un apoyo al nacionalismo latente, y cuya mejor prueba fue el paso posterior al Partido Nacionalista Vasco
del núcleo más consecuente de los fueristas vizcaínos y navarros. En efecto, tras su ruptura con la dirección
del partido integrista, no tardaría Campión en acercarse a las tesis del nacionalismo vasco, pese a las diferen-
cias que le separaban de Sabino Arana (1865-1903). Éste, refiriéndose a la evolución política de Campión
dice de él displicentemente: “liberal revolucionario en su juventud hasta muy avanzadito en edad… después
católico fuerista… mas luego, diputado elegido por el partido integrista… mas después, prófugo del integris-
mo, de los mismos que le habían hecho diputado… otro raro después, reconocedor de la dinastía reinante en
España… por último y hace poco iniciador en Navarra de una fusión carlo-integro-fuerista fracasada” (ARA-
NA GOIRI, S., (1901), “Apuntes” en La Patria, 9-12-1901. Sobre todo lo anterior véase CORCUERA ATIENZA,
J., (2001), La patria de los vascos. Orígenes, ideología y organización del nacionalismo vasco (1876-1903),
Madrid, Taurus, pp. 128, 132, 174 y 196). El prestigio de Campión en los ámbitos vascófilos y nacionalistas
fue grande. Enrique Eguren le califica de “eruditísimo”, “poderoso genio” y “patricio vasco”, sobre todo por
la autoría de “la obra más colosal que sobre el euskera se ha escrito”, es decir la “Gramática de los cuatro
dialectos literarios de la lengua euskara (Tolosa, 1884), en la que dió a conocer los trabajos de Bonaparte”
(EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual…, pp. 9, 10, 31 y 39). Urquijo, por su parte, le considera, junto
a Bonaparte y Van Eys, como un renovador de los estudios lingüísticos vascos (URQUIJO E IBARRA, J., (1918),
“Estado actual …”, p. 415). Arturo Campión fue también presidente honorario de la Sociedad de Estudios
Vascos, académico de número de la Academia de la Lengua Vasca y académico correspondiente de las reales
academias de la Historia, Española y de Ciencias Morales y Políticas.
6
Julio de Urquijo (1871-1950), eminente vascófilo, fue director de la Revista de Estudios Vascos de Paris.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 1 9
Dos acontecimientos definen la época a nuestros efectos: la aceleración del proceso de des-
uskarización y la reacción de los medios intelectuales para poner en valor la lengua vasca. Lo
primero no es sino fruto del definitivo triunfo de la sociedad burguesa sobre la tradicional (una
burguesía vasca que había sido desde siempre y sobre todo desde el XIX castellanófona)7, y de
la progresiva desaparición de la especificidad vasca. En 1903 Arturo Campión recoge, dolo-
rido, este hecho: “el enemigo que nos aniquila, el enemigo que nos quiere borrar .. es enemigo
doméstico… La gravedad de la crisis actual estriba en que la dejación de la lengua vasca va
pasando de la categoría de inconsciente, involuntaria, a hecho voluntario, consciente”. Y con-
tinúa en otro lugar: “Estamos escuchando los supremos suspiros de su lengua, eco susurrante
de un mundo fenecido, honda tristeza invade el alma, y maldecimos del tiempo que todo lo
acaba y destruye… Y a orillas del mar unificador, que avanza sin reposo y bate la solitaria peña,
caen ardiendo nuestras lágrimas”. “Es el pueblo vasco un pueblo que se va”, decía también
Eliseo Reclus en este sentido. Pero Vinson añadía una reflexión: “¿quiénes son sus verdaderos
amigos (los del pueblo vasco), los que mirando sólo al pasado y desconociendo las necesi-
dades del día se contentan con elogios y cari-
ñosas espresiones, ó los que creen que para
vivir es necesario mirar á adelante y marchar
con la sociedad entera, y cuyo cariño se mani-
fiesta por consejos, avisos y aun reprobaciones
sinceras? A quién podrá ofender la verdad?”.
Para él, los esfuerzos por conservar la lengua
vasca “son incontestablemente estériles; nada
puede parar al curso inexorable de las cosas.
No hay nada nacional en los vascos, absolu-
tamente nada original que no sea su idioma,
y se debe precisamente a este hecho, el que
este idioma sea incompatible con su civiliza-
ción actual –la española–, el que no pueda
ya sobrevivir y debe desaparecer fatalmente.
El euskara no es ni una lengua literaria ni una
lengua conveniente a los instintos democráti-
cos de nuestro siglo”.
En este ambiente es donde cobran sen-
tido las afirmaciones de Unamuno y de Ber-
langa sobre la imposibilidad de considerar el
JULIEN VINSON vascuence idioma de cultura y la aceptación
de su desaparición como algo natural.8 Así,

7
CORCUERA ATIENZA, J., (2001), La patria…, p. 145 y 147.
8
VINSON, J., (1879), “El método científico y la lengua euskara”, Revista Euskara, p. 19. VINSON, J., (1876), artículo
en la Revue de Linguistique et de Philologie Comparée, citado por Idoia ESTORNÉS ZUBIZARRETA en la biografia
de Vinson publicada en la “Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco ‘Auñamendi’. La agonía es condición de
vida, según Unamuno: “la obra de los siglos del liberalismo XVI a XIX no se rompe por desenterramientos del siglo
xv. Lo que los siglos han hecho rural y doméstico, doméstico y rural seguirá pese a galvanizaciones literarias” (UNA-

1 2 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Berlanga se adhiere claramente a la idea de Vinson antes expuesta, y de algunas de sus
obras traduce los siguientes párrafos: “La lengua basca no ofrece hoy ningún interés práctico
estando manifiestamente en tren de desaparecer, sobre todo en la región de España donde
aún está en uso y corrompiéndose cada vez más por la introducción de palabras extranje-
ras” (Vinson, Le basque et le langues americaines, Paris, Maisonneuve et Cie., 1876, p. 15,
II); “bajo el punto de vista social y humanitario, es preciso sin contradicción felicitarse por
la muerte próxima de un idioma defectuoso e incómodo, que es un obstáculo temible para
la educación de poblaciones inteligentes” (Vinson, “Prefacio” a la Gramática de la lengua
vasca de F.Ribary, 1877, p. XII.); “los niños introducen en el vocabulario vasco palabras neo-
latinas en vez de las viejas expresiones indígenas; en los lugares en que el contacto con los
extranjeros es más frecuente, en que la actividad de la vida moderna se hace más marca-
damente sentir … el lenguaje se hace de una incorrección chocante, haciendo todo prever
la muerte próxima del eúscaro” (Vinson, Les basques et le pays basque: moeurs, langages
et histoire, Paris, Librairie Léopold Cerf, 1882, p. 66). Es evidente que a esta decadencia no
eran ajenas otras circunstancias, como la postura de las órdenes religiosas prohibiendo la
enseñanza en euskera –por ser lengua inferior–, la represion del Gobierno central (Real
Decreto de 21 de noviembre de 1902) o la inacción de las propias instituciones vascas9.
La reaccion intelectual para invertir esta tendencia se va a manifestar en un resurgir
cultural en el que empieza a latir cierto sentido nacionalista: fiestas vascas, certamenes
literarios, y sobre todo el impulso de los estudios de filología vasca, tanto en España como
en Europa. Son los años en que Sabino Arana estudiaría la lengua vasca y escribiría una
gramática (Gramática elemental del Euskera Bizcaíno, 1888) y artículos lingüísticos desde
1884 sobre ortografia (Lecciones de Ortografía del Euskera Bizkaino”, 1896), y etimologías
(Etimologías euskéricas, 1887), a la vez que intenta crear una literatura en vasco. Pero la
evidente politización de la gramática por parte de Arana sería criticada por Campión a raiz
de la intervención de aquél en el Congreso Ortográfico de Hendaya de 190110.

MUNO Y JUGO, M., (1958), Obras Completas, tomo VI, La raza y la lengua. Colección de escritos no recogidos
en sus libros, Madrid, Afrodisio Aguado, p. 718). El español es, según él, la lengua del futuro y del porvenir: «(...)
esa lengua que hablas, pueblo vasco, ese euzkera desaparece contigo; no importa, porque como tú debe desapa-
recer; apresúrate a darle muerte y enterrarle con honra, y habla en español.» (Discurso de Unamuno en los Juegos
Florales de Bilbao, citado por ARANA GOIRI, S., (1901), “Los Juegos Florales en Bilbao”, Euzkadi, 3). La réplica
de Sabino Arana no se haría esperar: “El señor Unamuno, que indudablemente piensa, pocas veces por sí, las más
con otros …. y, con las mismas afirmaciones y deseos de ruina para el pueblo vasco, lisonjeando a los políticos que
privan en Madrid, con lo que el telescopio de sus añejas aspiraciones le acortaba la distancia al Rectorado de la
Corte” (ARANA GOIRI, S., (1901), “Los Juegos Florales …”).
9
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica … (II), p. 68. CORCUERA ATIENZA, J.,
(2001), La patria…, p. 150, 153 y 154.
10
CORCUERA ATIENZA, J., (2001), La patria…, p. 159, 433 y 435. Todo ello a pesar de que, como él mismo re-
conoce, la lengua vasca “desgraciadamente me era en absoluto desconocida”, y a su estudio “nunca me sentí
inclinado por natural afición.” (ARANA GOIRI, S., (1893), “Juramento o Discurso de Larrazábal”). Ya Julio de
Urquijo observó que Arana era un “decidido antiiberista, según presumo, arrastrado mas bien por las necesida-
des de su sistema político que como resultado de detenidas y metódicas investigaciones” (URQUIJO E IBARRA,
J., (1918), “Estado actual …”, p. 406). Un sistema político cuyo eje central era el idioma y que entró en abierta
contradicción con las tesis de Unamuno. En efecto, en 1888, y en respuesta a las afirmaciones de Unamuno
en su conferencia “Orígenes de la raza vasca” en la Sociedad “El Sitio” de Bilbao, Sabino Arana rechazaba “la
fraternidad de la raza euskeriana respecto a la ibera, celta o cualquiera otra... Ni la Historia ni la Arqueología ni la

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 2 1
Sin embargo, el euskera, ese idioma “enigmático”, “típico y misterioso”, “veneranda
y exigua reliquia”, del que “nada o casi nada” se sabía11, poseía también una enorme
importancia para la historia general de Europa y va a ser objeto preferente de estudio en el
viejo continente, si bien sobre toda esta cuestión reinaba una gran confusión en la época, tal
como reconocen Unamuno12 y Cánovas (“lo único que se sabe es que nada se sabe”, dice
éste). Investigadores como Humboldt, Arturo Campión o Vinson pronto se apercibieron,
pues, de la importancia que, para descubrir los primitivos pobladores de Europa, tenían las
lenguas-resto del extremo europeo occidental, como el vascuence y las célticas insulares13.
La escasez de vestigios arqueológicos y de investigaciones antropológicas, efectivamente,

Craneología pueden apartarnos datos de luz sobre el particular (así opina el Sr. Unamuno y no yerra) … El único
medio de investigaciones prehistóricas que nos quedan respecto a esta raza es, pues, su propio singular idioma.
También esto opina el Sr. Unamuno y tampoco yerra”. En su curioso silogismo, añade que si se desconoce el
origen de la raza euskariana y su lengua carece de hermanas, “quien en contra de esto algo afirmare, tiene, si
no quiere predicar en desierto, obligación de demostrarlo (en lo que no se ha ocupado el Sr. Unamuno), lo cual
es muy difícil, si no imposible por ahora ... Alega el Sr.Unamuno que los derechos históricos no son derechos,
y que, por consiguiente, no tiene Vizcaya, desde este punto de vista, derecho actual a la autonomía: ¿no nos
es suficiente saber que la Historia es, como historia, un conjunto de datos testificantes de la existencia de los
derechos natural y legítimamente habidos o adquiridos?” (ARANA GOIRI, S., (1888), “Observaciones acerca de
los remitidos de los Sres. Olea y Unamuno”, Barcelona, 7 de abril de 1888, que sería la primera parte de sus
ulteriores Pliegos Histórico-Políticos). En el mismo sentido argumentaba Arana en 1893 en el acto fundacional
del Partido Nacionalista Vasco: “Los vascos no somos españoles por raza, por lengua ni por leyes (punto de vista
político) ni por la historia: 1.- No somos españoles por la raza. A nuestra raza no se le ha encontrado todavía
ni madre ni hermanas entre todas las razas del mundo, ni aún se sabe si vino por el Norte, el Sur, el Oriente o el
Occidente a este rincón de la tierra. Quién le halla afinidad con los pieles rojas (Oeste); quién, con los georgianos
(Oriente); éste, con los fineses (Norte); aquél, con los beréberes (Mediodía); la raza española es, en cambio, un
producto latino-gótico-arábigo con tenues toques de fenicio, griego y cartaginés, que no conserva ni rastro de la
raza primitiva de la península, que fue la nuestra. 2.- No somos españoles por lengua. El estudio lingüístico es el
mejor medio de investigación etnológica. 3.- No somos españoles por la historia. No hay dominación romana ni
germánica ni musulmana. Mientras España, pues, se convertía en provincia romana y se latinizaba por completo
en su lengua y costumbres y leyes y carácter, Bizkaya (nos ceñiremos a hablar de este estado euskeriano, ya
que no cupo a todos igual suerte) se mantuvo en su primitiva libertad y exenta de extrañas influencias (ARANA
GOIRI, S., (1893), “Juramento o Discurso de Larrazábal”).
11
Las citas son, respectivamente, de EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual …, p. 27; URQUIJO E IBA-
RRA, J. , (1918), “Estado actual…”, p. 420; CÁNOVAS DEL CASTILLO, A., (1873), “Introducción”. En: RO-
DRÍGUEZ FERRER, M., (1873), Los vascongados: su país, su lengua y el Príncipe L.L.Bonaparte, Madrid,
J.Noguera, p. 14; UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la
raza vasca (tesis de doctorado en la Facultad de Filosofía y letras de Madrid, leída el 20 de junio de 1884.
En: UNAMUNO Y JUGO, M., (1974), La raza vasca y el vascuence. En torno a la lengua española, Madrid,
Espasa-Calpe, p. 33.
12
Así, las conclusiones de Unamuno en sus tesis doctoral son las siguientes: “1) Que cuanto se ha especulado
hasta hoy acerca de los orígenes del pueblo vasco, y cuanto se ha dicho acerca del parentesco del euskera
con otros idiomas carece de base científica. 2) Que no hay razones suficientes para afirmar ni para negar que
los actuales vascos sean restos de los antiguos iberos. 3) Que toda esta incertidumbre procede de la falta de
método y de no haber planteado bien los problemas. 4) Que cuasi nada sabemos acerca de la cultura pre-
histórica del pueblo vasco. Es decir, en una palabra, confusión y, de cierto, nada.” (UNAMUNO Y JUGO, M.,
(1884), Crítica del problema …”, p. 51).
13
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología sobre la lengua vasca. Historia de los estudios sobre ella,
Madrid, Alianza, p. 154. Una nueva ciencia, la Paleontología Lingüística, que no es sino gramática compa-
rada en sentido retrospectivo, nacida en torno a 1840, iba a ser de mucha utilidad para este fin.

1 2 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
convertían al idioma en el elemento principal de estudio: “Como nuestra indagación sobre
los cultos ibéricos se funda casi exclusivamente en los textos clásicos, inscripciones y monu-
mentos figurados, hemos podido esquivar el temeroso problema del “euscarismo”, que hasta
ahora no ha salido del dominio de la filología, y que solo dentro de ella, y por los procedi-
mientos gramaticales de que da Hugo Schuchardt admirable modelo, puede ser resuelto”14.
Hay que resaltar la constante e ímproba tarea que el propio Vinson (“La sciencie du langage
et la langue basque”, Paris, 1875) y muy especialmente el príncipe Luis Luciano Bonaparte
desarrollan en gran número de publicaciones, sobre todo en cuanto a gramática euskara,
siendo las obras de ambos de trascendental importancia para el vascuence. Es la época
en que se instituyeron las cátedras de vascuence de Paris y Budapesth a cargo de Vinson y
Ribary, respectivamente; se crea la Revista Euskara (Berlin, 1886-1896), desde cuyas páginas
incluso se propuso se adoptara el vasco como idioma universal; y Arno Grimm publica en
Breslau (1884) su Uber die baskische Sprache und Sprach forschung. La actividad en este
sentido es incesante. En 1888 (Dax) y 1892 (Bayona) el Congreso Arqueológico de Francia
trata el tema del vascoiberismo. El concurso convocado en 1898 por la Sociedad de Cien-
cias, Artes y Letras de Pau se desarrolla bajo el lema “¿Cabe diferencia entre vascos, vas-
cones, cántabros y euskaros?”. El Congreso Internacional de los Estudios Vascos celebrado
en París en 1900, bajo la presidencia de Vinson, y al que asisten Charencey, Aranzadi,
Lacombe y otros15, será uno de los momentos culminantes en el avance hacia la resolución
del problema vasco: “las apreciaciones en dicho Congreso de Vinson, para quien los vascos
constituyen una raza singular con caracteres étnicos acentuados y entre ellos una lengua
muy especial, y la autorizada opinión de Aranzadi sobre “la raza vasca en sus relaciones con
la lingüística y la etnografía”, constituyen los temas más interesantes del Congreso, y marcan,
a su vez, la nueva fase que la cuestión vasca adquiere”16. Recordemos asimismo que en
1879 se publicaría en Madrid la versión castellana del Prüfung de Humboldt, bajo el título
de Los primitivos habitantes de España: investigaciones con el auxilio de la lengua vasca (tra-
ducción de D.Ramón Ortega y Frías, Madrid, Librería de José Anlló, 1879).
No obstante, a principios del siglo XX los estudios sobre el euskera en Europa trope-
zaban con serias dificultades. La escasez de publicaciones basadas en métodos fiables, la
dificultad añadida de la existencia de ocho dialectos, la insuficiente preparación lingüística
de los estudiosos vascos (no existía universidad en el País Vasco, ni cátedras de vascuence
en España y muchos de ellos procedían del mundo del Derecho, la Medicina o la Teolo-
gía), además de la nefasta influencia de Astarloa en muchos de ellos17, eran obstáculos que
entorpecían su desarrollo.
Y junto al retroceso del vascuence, la cuestión político-jurídica vasca afloraba con
firmeza. Decía Unamuno en 1899 que “los pueblos que se creen oprimidos por otros cul-
tivan, para preservar su individualidad, sus privativos idiomas. Todo regionalismo empieza

14
MENÉNDEZ PELAYO, M., (1911), Historia de los heterodoxos españoles, 2ª edición, Madrid, Librería General
de Victoriano Suárez; cit. URQUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual…”, p. 406.
15
URQUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual…”, p. 410.
16
Sobre todo ello, véase EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual …, p. 32, 36, 41, 45.
17
URQUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual…”, p. 416.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 2 3
por manifestarse en la esfera lingüística… El paneslavismo, el pangermanismo y el anglo-
sajonismo no son más que movimientos basados en la lengua”18. Es la época del fuerismo,
del conflicto entre los incipientes nacionalismos vasco y catalán (el Partido Nacionalista
Vasco se funda en 1893) y el Estado español (cierres gubernativos de periódicos y sedes
nacionalistas vascas en 1895 y suspensión de garantías constitucionales en Vizcaya en
1899). También, en ambas regiones, es la hora del debate sobre el derecho consuetudi-
nario y el valor de la tradición frente al proceso homogéneo, unificador y abstracto de
la codificación del derecho civil (el Código Civil español es de 1889), propio del racio-
nalismo juridico. “La ley no tiene más fuerza para ser obedecida que la que le presta la
costumbre”, decia Joaquín Costa, que en 1885 había publicado sus Materiales para el
estudio del derecho municipal y consuetudinario de España, como fruto de la serie de artí-
culos editados entre 1879 y 1885 en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia19.
Unamuno mostraría gran interés por la cuestión, y colaboraría en esta materia con Joaquín
Costa, pero ya entonces advirtió sobre el riesgo de lo que hoy llamaríamos “la invención
de la tradición” vasca20.
Lo que Cánovas llama“la revolución unitaria y niveladora que siglos ha viene reali-
zándose en la península, con el fin de constituir uno solo Estado y una sola patria española”
es un fenómeno que alcanza por aquellos años una acuciante dimensión jurídico-política:
la cuestión de los privilegios vascos. Para Cánovas, que escribe en 1873, al calor de la
tercera guerra carlista, estamos meramente ante “un tema jurídico, de aplicación de los
principios universales del derecho moderno”, mostrándose contrario a los privilegios vas-
cos y partidario de anular sus títulos históricos –aun dándolos por auténticos e incontesta-
bles–, por conculcar indeliberadamente los más claros principios jurídicos. “Allá cuando
soberanía y patrimonio solían ser uno –decía–, nada estorbaba, en verdad, que gravase el
señor sus predios desigualmente… Mas el poder soberano no conserva ya los caracteres
peculiares del dominio quiritario en parte alguna”21. No hace falta volver a insistir aquí
en lo ya sabido sobre la tensión entre el Estado liberal y la emergencia autonomista en el
País Vasco. Citemos solo la Ley de 21 de julio de 1876 y la liquidación del ordenamiento

18
UNAMUNO Y JUGO, M., (1899), “El pueblo que habla español”, El Sol, Buenos Aires, 16 de noviembre de
1899. En: UNAMUNO Y JUGO, M., (1974), La raza vasca y el vascuence… p. 127.
19
GÓMEZ PELLÓN, E., (1998), “Unamuno y la antropología social”, Revista de Antropología Social, 7, Madrid,
Servicio de Publicaciones de la UCM, p. 47 y 48.
20
GÓMEZ PELLÓN, E., (1998), “Unamuno y la antropología …”, p. 47, 49, 51.
21
CÁNOVAS DEL CASTILLO, A., (1873), “Introducción”, pp. 2, 11, 30, 46 y 52. No obstante, Cánovas alaba
el “precioso folleto” de su “buen amigo” Fidel de Sagarmínaga titulado Reflexiones sobre el sentido político
de los fueros de Vizcaya (1871), en el que el gran escritor fuerista reconoce que la verdadera historia cons-
titucional de las provincias vascas empezó después de su incorporación a la Corona de Castilla, no antes; y
que todos los nombres de las instituciones y conceptos de los fueros eran castellanos, no euskaldunes. “Hay
quien cree –escribe, por su parte, Vinson– en instituciones nacionales vascas, en una especie de sociedad re-
publicana de montañeses pirenaicos cuyos célebres fueros habrían sido la carta fundamental y el código. Sin
embargo esta idea es absolutamente falsa; no hay nada verdaderamente liberal en los fueros que, en realidad,
son la reglamentación de una oligarquía clerical autoritaria” (artículo de 1876 en la “Revue de Linguistique et
de Philologie comparée”, cit. Idoia ESTORNÉS ZUBIZARRETA en la biografía de Vinson en la “Enciclopedia
general ilustrada del pais Vasco ‘Auñamendi’).

1 2 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
foral, excepto los conciertos económicos. Es el momento de la llegada a aquellas provin-
cias de los primeros maestros nacionales y la enseñanza obligatoria en castellano, con el
consiguiente desánimo del sector regionalista, que pinta un panorama de derrota mili-
tar y política inmersa en un contexto de industrialización despersonalizadora. Será por
entonces cuando Sabino Arana ponga en primer término del debate la cuestión de la len-
gua en el marco de una nueva interpretación de la historia de Vizcaya (Pliegos Historico-
Politicos, 1888).
En su análisis de esta cuestión Cánovas apuntaría tempranamente, además, que las
cuestiones políticas y administrativas inundaban también el espacio lingüístico del vas-
cuence, como modernamente ha subrayado Antonio Tovar. Y no deja de ser significativo
destacar que tanto la lucha de teorías sobre la lengua vasca, como la tensión jurídico-poli-
tica sobre los fueros, no se planteó en forma conciliadora sino en forma de controversia
apasionada, en clave apologética, vecina siempre a ser dirimida por la fuerza. Permíta-
senos una breve digresión con las afirmaciones de Cánovas al respecto. Alude éste a que
el enfrentamiento de la monarquía española con la Francia de la revolución de 1789 se
había saldado con la grave consecuencia de una efectiva ocupación de zonas de Vascon-
gadas, en cierta medida con la connivencia de ciertos sectores vascos. Esto reavivó en el
gobierno de Godoy, según Cánovas, la necesidad de suprimir o limitar los privilegios y
leyes tradicionales del país. A tal fin Godoy encargó reservadamente a Juan Antonio Llo-
rente (1756-1823), canónigo maestrescuela de Toledo, la demostración histórica de que
jamás habían sido independientes los vascos, ni estaban por tanto unidos, según decían,
con voluntarios pactos a la Corona. Llorente publicaría en 1806 sus conclusiones en el
libro Noticias históricas de las tres provincias vascongadas, en que se procura investigar
el estado civil antiguo de Alava, Guipúzcoa y Vizcaya, y el origen de sus fueros y por ello
los vascos no tardaron en acusarle de escritor asalariado. Por su parte, los autores del Dic-
cionario Geográfico Histórico de la Real Academia de la Historia tomaron los puntos de
vista de Llorente, influidos por el Gobierno sin duda alguna, según Cánovas, y mostraron
un tono duro en sus escritos. Esta situación se completa, según él, con el giro conservador
y tradicionalista de las élites vascas a raiz de la extensión de los principios de la Consti-
tución de Cádiz: “Lo antiguo, solo por serlo –piensa Cánovas-, les convino, y lo moderno,
solo por serlo, les inspiró desde entonces la repugnancia más invencible”. Por eso diría
Arana aquello de que “no se puede ser a un tiempo liberal y fuerista” y algún clérigo rural
vasco predicaría el “no enseñeis a vuestros hijos el castellano, idioma del liberalismo”.
Toda aquella publicística fue vista, pues, como una agresión del centralismo de Madrid
hacia el País Vasco. Y sería replicada y contrarreplicada por ambas partes en términos
polemistas, apologéticos y dogmáticos, con ausencia de auténticos trabajos críticos, cons-
tituyendo un conjunto doctrinal que testimonia los obstáculos que aún habría de superar
un pensamiento cientifico moderno en España. Como ejemplo, el de uno de aquellos
académicos, Joaquín de Traggia. Conocedor de las lenguas exóticas, en el artículo “Nava-
rra” del citado Diccionario, planteó su crítica del vascuence con corrección, y sin discutir
en modo alguno la originalidad del euskera, ni su resistencia frente a la asimilación por
dominadores o vecinos, ni la “cultura, riqueza, energía y suavidad” del mismo. Simple-
mente dudaba de que el vascuence fuera efectivamente una de las lenguas originarias de
la confusión de Babel, opinando que el vascuence no debió tener forma ni consistencia

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 2 5
de lengua particular hasta el siglo XII22. Contra la obra de Traggia publicaría Pedro Pablo de
Astarloa en 1803, y en Madrid, su Apología de la lengua bascongada o ensayo crítico-filosó-
fico de su perfección y antigüedad entre todas las que se conocen: en respuesta a los repa-
ros propuestos en el Diccionario geográfico-histórico de España. Frente a ésta, a su vez, en
1804 José Antonio Conde se lanzó a la polémica, bajo el seudónimo de cura de Montuenga,
con su Censura crítica de la pretendida excelencia y antigüedad del vascuence. Rodríguez
de Berlanga no dejaría de hacer mención a toda esta “calorosísima polémica” en la historia
del vascoiberismo que envió a la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos incluida en su
citado artículo “Una inscripción ibérica inédita de la Turdetania”.
Pero el interés de Berlanga por la cuestión vasca lo fue en realidad por un motivo indi-
recto, cual era su investigación sobre la España prerromana. Para esta compleja investigación
las principales ciencias auxiliares eran entonces la numismática y la epigrafia, disciplinas
ambas que tienen como eje la paleografía, la filología en definitiva, como bien señala Lapesa
aún en el año 1981: “La historia de nuestra península antes de la conquista romana encierra
un cúmulo de problemas aún distantes de ser esclarecidos. Los investigadores tienen que cons-
truir sus teorías apoyándose en datos heterogéneos y ambiguos: restos humanos, instrumental
y testimonios artísticos de tiempos remotos; mitos, como el del jardín de las Hespérides o la
lucha de Hércules con Gerión, que, si poetizan alguna lejana realidad hispánica, sólo sirven
para aguzar más el deseo de conocerla sin la envoltura legendaria; indicaciones –imprecisas
muchas veces, contradictorias otras– de autores griegos y romanos; monedas e inscripciones
en lenguas ignoradas; nombres de multitud de pueblos y tribus de diverso origen, que pulu-
laron en abigarrada promiscuidad; designaciones geográficas, también de varia procedencia.
Combinando noticias y conjeturas, etnógrafos, arqueólogos y lingüistas se esfuerzan por arran-
car espacio a la nebulosa, que defiende paso a paso su secreto”23. Con ello nos topamos con el
filólogo y el lingüista que fue Berlanga. El siglo XIX es, recordemos, el de la inquietud e interés
por todo lo que con el lenguaje tenía que ver. Ese “poco de aire articulado” en que supuso
Traggia que consisten todas las lenguas –según cita de Cánovas– fue objeto de apasionado
debate. Es el siglo de los ilustres héroes de la epopeya lingüística, el siglo de la filología24. Y no
es casual el interés de Berlanga por la filología. Lo podemos observar en su libro Los bronces
de Lascuta, Bonanza y Aljustrel (Málaga, 1881-1884). No hay que olvidar tampoco que era un
bibliófilo y que llegó a poseer una extraordinaria biblioteca y un gran archivo. Asimismo, por
su labor de epigrafista (arqueología filológica), Berlanga es un investigador de la grafía de los
textos y su forma paleográfica, un investigador de las palabras y de la sintaxis25. Como juris-
perito (científico del derecho), además, ha de abrirse a la lógica del lenguaje del Derecho. En
fín, como arqueólogo, busca las fuentes históricas hispanas que, sin solución de continuidad,

22
Dice Berlanga que “según opinión común, confirmada por el mismo Astarloa, era Traggia un copioso diccio-
nario de lenguas” (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 60). Sobre
toda esta cuestión , CÁNOVAS DEL CASTILLO, A., (1873), “Introducción”, p. 17 y 47; y TOVAR LLORENTE,
A., (1980), Mitología e ideología … pp. 121y 132.
23
LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua española, Madrid, Gredos, p. 13.
24
Citas, respectivamente, de CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1928), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Ibe-
ros, Keltas y Baskos). Primera parte… p. 370; y UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema… p.34.
25
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 593-594.

1 2 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
cree ver tanto en los documentos de piedra26, como en los bronces jurídicos o en las leyendas
monetales27. La pasión filológica también embargaba a Elisa Loring, su esposa, “porque mer-
ced a sus especiales conocimientos linguísticos había adquirido ese buen gusto nacido de la
constante lectura -en el propio idioma en que fueron redactadas-, de las obras más escogidas
de los pensadores de mayor renombre de Francia y de Italia de Inglaterra y de Alemania”28.
No es casualidad que ella pasase en su juventud algu-
nos años en Heidelberg –donde aún aletearía el eco de
la polémica entre Thibaut y Savigny–, recorriese buena
parte de Alemania, y se hallase familiarizada “con las
viejas tradiciones épicas del país, con sus cantos popu-
lares, con sus más exuberantes composiciones fantás-
ticas y con su teatro clásico, leyendo y releyendo los
Niebelungen y los cuentos de Andersens, las obras de
Goethe y las tragedias de Schiller”29.
La Paleografía, que –de ahí su grandeza y mise-
ria–, una vez realizado su acuciante y necesario tra-
bajo sobre la letra no puede permitirse el lujo de
remontar el vuelo y de invadir campos que le están
vedados30, se quedaba corta para alguien que, como
Berlanga, tenía una mente sintética y era enemigo de
la excesiva especialización. No se centra, pues, en la BERLANGA

pura y formal interpretación y comentario de textos o


en el estudio gramatical sino que intenta situar la antigüedad en la Historia, de modo que
la filología es en él sinónimo de una manera histórica de conocer y comprender las cosas.
La obra de Berlanga es, con toda propiedad, filología. El interés de Berlanga radica en el
contenido informativo, documental, de los textos; a él interesa la lengua para hacer historia.
Recordemos que empezó a redactar un Corpus fontium historicarum ad Hispaniam spectan-
tium, un trabajo “de suyo tan penoso, pero de importancia suma para los estudios históricos
de la península ibérica”31, y que ya en el año 1881, en su Hispaniae Anterromanae Sintagma

26
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….(II), p. 66.
27
Berlanga abogó por sustituir el método de clasificación alfabético -representado paradigmáticamente, aun-
que no lo diga, por el Nuevo método de clasificación de las medallas autónomas de España (1871-1876) de
su amigo Antonio Delgado (un mero lexicon según Hübner)- por otro más científico: un método histórico,
basado exclusivamente en la paleografía, la cronología y la metrología, lo que le sitúa en la senda más no-
vedosa de la numismática española, la representada por el Estudio histórico de la moneda antigua española
(1878, 1880) de su ilustrado amigo Zobel de Zangroniz (una auténtica gramática monetal, en palabras de
Hübner). No obstante Berlanga difiere de Zobel en algunos puntos concretos (RODRÍGUEZ DE BERLANGA,
M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 343-345. MORA SERRANO, B., (1996), “Manuel Rodríguez
de Berlanga (1825-1909) y los estudios numismáticos”, Nvmisma, 238, p. 345.)
28
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), Catálogo del Museo…”, p. 185.
29
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1904), “Teodoro Mommsen…”, pp. 507-508.
30
GIL, J., (1985), “Sobre la inscripción latina en teja de Villafranca de Los Barros”, Habis, 16, p. 185.
31
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), “Tres objetos malacitanos de época incierta”, Bulletin Hispanique,
V, pp. 214-215.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 2 7
(obra reproducida de nuevo como primera parte en su Los bronces de Lascuta, Bonanza y
Aljustrel32), Berlanga propuso la redacción de un Corpus Inscriptionum Ibericarum33, tarea
que consideraba una empresa propia de la nación, pero de cuya realización por ésta se
mostraba escéptico. Por ello, él mismo, en la indicada obra acometió la primera compila-
ción contemporánea de la epigrafía ibérica conocida, excepto la monetal, depurando los
epígrafes genuinos de los dudosos y falsos. Es evidente que Berlanga se adelantó a Hübner
en este punto, aunque, dada la escasa difusión de su obra y el asfixiante prestigio del sabio
alemán, este detalle pasara desapercibido.
Pero desde su formación filológica clásica, Berlanga no desdeña acercarse a la lin-
güística que por entonces se iba consolidando a través de la gramática comparada creada
por Schlegel, Bopp, Diez, Rask y Grimm. Es decir, le interesa también el hecho de la lengua,
el habla, el lenguaje o acto linguístico, no solo el valor informativo o documental que arroja
la crítica de los textos. Por eso en su estudio del vascuence Berlanga indaga en la gramá-
tica, en la lexicología –y por tanto, en la etimología, en sus relaciones con la fonética y la
semántica históricas, y en la onomástica–, todas ellas ciencias lingüísticas; busca insertar
el vascuence en el marco general del lenguaje (concretamente entre las lenguas del grupo
turánico), lo que supone un trabajo de gramática comparada; se opone, como veremos más
adelante, a la consideración filosófica de dicho idioma; y manifiesta haber desarrollado un
auténtico trabajo de campo dialectológico, al reconocer haber visitado “ambas Vasconias,
oído hablar a sus naturales en sus respectivos dialectos y hojeado con sobrada atención
Gramáticas y Diccionarios” del vascuence, según dijimos al principio. En las ciencias del
lenguaje ese intento, casi nunca conseguido, de conectar ambas ciencias (Filología y Lin-
güística) es lo que caracterizaría la tendencia contemporánea34. Como dice Campión, en
aquella época los filologos no estudiaban las lenguas como materia particular, sino en sus
relaciones con la literatura, la arqueología, arte o mitología, por lo que fueron apareciendo
otros autores a los que no les interesaban estas aplicaciones de las lenguas sino las lenguas
mismas, su origen, desarrollo y decadencia, su material sonoro, su gramática, su distri-
bución en tipos, clases, familias, géneros, especies, variedades y grupos. Y citaba a Max
Müller: “Nosotros estudiamos el ‘lenguaje’, no las ‘lenguas’; queremos conocer el origen, la
naturaleza y las leyes suyas…”35. De acuerdo con los criterios biologicistas y evolucionistas

32
Es esta una obra algo anárquica, una especie de agregado de estudios dispersos e independientes sobre la
materia. Así, el “Prefacio” se fecha en 1 de enero de 1881, la “Introducción” en 18 de diciembre de 1881
y el final del libro en 1884 . Aparte, el capitulo 7º de la “Introducción” está redactado en 1873 y publicado
también en el apéndice II del tomo II del “Nuevo método…” de Delgado (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M.,
(1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 347). Un extracto de ese artículo de Berlanga en el libro de Delga-
do, en francés, se publicó en las “Commentationes philologae” que dedican a Mommsen sus amigos (Berlín,
1877) (Ibidem, p. 347).
33
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 234.
34
BADÍA MARGARIT, A.M. y ROCA PONS, J., “Panorama de la Lingüística moderna”. En: VENDRYES, J.,
(1967), El lenguaje, México, Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana, p. 4. No obstante, Eugenio Co-
seriu señaló la vaguedad de los límites entre ambas ciencias, pues la Lingüística es a veces ciencia auxiliar
de la Filología, y viceversa (COSERIU, E., (1986), Introducción a la Lingüística, Madrid, Gredos, p. 14).
35
Lecciones sobre la ciencia del lenguaje (1864), cit. CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orígenes
del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos). Segunda y Tercera partes…, p. 120). Ver también p. 118.

1 2 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
de la época se consideraba la lingüística como rama de las ciencias naturales y se hablaba
de las lenguas y de su árbol genealógico, de lenguas madres y lenguas hermanas. Se consi-
deran las lenguas como organismos vivos, como cuerpos orgánicos de la naturaleza, dota-
dos de impulso vital, que se desarrollan, crecen y mueren, independientes de los individuos
hablantes. El lenguaje no se mira como algo que existe dentro del hombre sino por el con-
trario, metafóricamente, como algo que tenía existencia propia fuera del hombre, como un
organismo vivo hic et nunc, y, así, se hablaba de la vida de una lengua o de una palabra, o
se dividía la historia de una lengua en una edad prehistórica (de desarrollo ascendente) y
una edad histórica (decadencia)36. Julien Vinson, de cuyas tesis, como veremos, era seguidor
Berlanga en muchos aspectos, decía: “Dos grupos, hay, muy distintos, entre los que estudian
el lenguaje. Los unos lo consideran externamente, es decir, como el órgano de expresión de
las sociedades humanas, y poco les importa buscar las causas de sus progresos ó acciden-
tes históricos; son hombres prácticos, y preocupándose sólo de lo más urgente, no se han
fijado en el verdadero carácter del instrumento maravilloso de que suelen valerse. Para los
otros,—y pretendo ir conforme con ellos,—el lenguaje es nada más que un hecho natural,
producido espontáneamente, bajo influencias externas por los órganos físicos del cuerpo,
sin otro objeto que la expresion rápida y exacta del pensar humano. A los primeros llámanse
filólogos, reservándose el nombre de lingüistas para los segundos.”37.
En la obra de Berlanga subyace la concepción de que idioma, derecho e historia tie-
nen un desenvolvimiento paralelo y evolutivo: “En los trabajos lexicográficos no deben per-
derse de vista los orígenes históricos de cada idioma, y tratándose del español hay que tener
muy en cuenta que forman su base el árabe de la Edad Media y el latín de la decadencia,
que era el idioma oficial de la España gótica”38, y se mostró convencido del metamorfismo
del lenguaje39 y, por tanto, de los hechos de la lengua. De ahí su propuesta de redacción
de una gramática histórica del español, gallego y catalán y un Diccionario Histórico del

36
MOURELLE-LEMA, M., (1968), La teoría lingüística en la España del siglo XIX, Madrid, Prensa Española, p.
174. COSERIU, E., (1986), Introducción …, p. 28.
37
VINSON, J., (1879), “El método científico …, p. 19.
38
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1886), Sor María de Ágreda…, p. 71. Véanse también sus alusiones al
evolucionismo en la lengua y en la moneda en su citada obra Los bronces…, pp. 45, 80 y 344. Berlanga mos-
tró también interés por el latín de la decadencia en el artículo “Fragmento de una epístola romana”, hallada
en Villafranca de los Barros (Badajoz), un estudio sobre una inscripción en teja que hasta los años cincuenta
del siglo XX era el más extenso y notable de los manuscritos latinos en barro. La importancia de este fragmen-
to como testimonio de la escritura latina vulgar de los primeros siglos de nuestra era y como fuente para el
estudio de las hablas precursoras del romance castellano ya fue puesta de manifiesto por su descubridor, el
marqués de Monsalud, y más adelante por Manuel Gómez-Moreno en Las lenguas hispánicas y Joaquín Ma-
ría de Navascués en “Manuscritos latinos en barro del Museo Arqueológico Nacional” (Revista de Archivos,
Bibliotecas y Museos, LXII, 2, 1956).
39
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 704, 705, 715, 716, 717.
Metamorfismo es un concepto que parece extraer Berlanga de la naciente ciencia de la Geología, cuyos
avances suponemos que seguía de cerca. Ténganse en cuenta en este sentido su trabajo sobre las antiguas
minas españolas (Ibidem, pp. 654-702) o sus contactos con ingenieros de minas y geólogos como Casiano
de Prado, Domingo de Orueta y Manuel Loring Heredia. No obstante, su interés por la minería romana se
queda en lo meramente descriptivo, sin realizar valoraciones -como sí haría, por ejemplo, Louis Siret-, sobre
la importancia de esta industria como polo de atracción de colonizadores orientales.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 2 9
Español. Es el mismo impulso que le lleva, en definitiva, a dedicarse a la investigación de
las fuentes hispano-romanas del Derecho40. La lengua es un hecho histórico más, es menos
herencia y más resultado del ambiente y de las relaciones humanas. Subyace, pues, para
Berlanga una razón genética, historicista y no filosófica en el lenguaje; una idea de poli-
génesis del idioma más que de monogénesis41. Reivindica, de este modo, la necesidad del
metodo histórico, diacrónico, (no solo sincrónico) al investigar el problema lingüístico de
la España prerromana, en vez de –como todavía se quejaba recientemente Caro Baroja– un
método comparativo elemental según el cual el sonido de palabras aisladas, cuya transcrip-
ción es dudosa en muchos casos, es el mayor argumento42.
En este sentido, hay en Berlanga una palabra, un hallazgo conceptual, sumamente inte-
resante que ejemplifica esa idea de conjunto orgánico en que se inserta el Derecho, la Len-
gua, la Historia y la Cultura. Este es sintagma. El término aparece en 1881 en el título de su
ya citada Hispaniae anterromanae syntagma 43, una obra capital en la historiografia española
del XIX que, por abordar científicamente de modo sintético (lengua, historia, geografía, antro-
pología) lo que hasta la fecha se sabía de la España prerromana, cabe considerar como el pri-
mer hito en los estudios protohistóricos del siglo XIX español44. Sintagma es vocablo de origen

40
No obstante, la reivindicación de la tradición popular como manifestación del auténtico ser de los pueblos,
típicamente romántica, no le impedirá criticar, como veremos en el caso vasco, la invención de tradiciones.
41
WEISS, B., (1983), “Cartas de Ramón Menéndez Pidal a Hugo Schuchardt”, Revista de Filología Románica, I,
Universidad Complutense de Madrid, p. 239.
42
CARO BAROJA, J., (1942), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo desde el punto de vista histó-
rico”, Emérita, 10, p. 253.
43
Aunque editada en tirada aparte en 1881, fue de nuevo publicada en 1884 como Introducción de su citada obra
Los bronces de Lascuta, Bonanza y Aljustrel. No conocemos ninguna otra obra histórica española del siglo XIX
en cuyo título aparezca esta palabra, pero sí en el ámbito jurídico, donde él mismo cita la obra de Heinecke
Antiquitatum romanorum jurisprudentiam illustrantium sintagma (Los bronces…, p. XIV). El uso de la voz sin-
tagma hay que relacionarlo con la idea que se tiene de la teoría de la evolución en el siglo XIX: un “concepto
sintético del mundo en la explicación de la génesis cósmica, un “desenvolvimiento del organismo social” y de la
formación de la “ciencia misma”” (GARCÍA ÁLVAREZ, R., (1875), “Darwin y la teoría de la descendencia” (II),
Revista de Andalucía, II, p. 235, cit. GRANDA VERA, A., (1998), Evolucionismo y darwinismo en Málaga: una
presencia pronta y olvidada, sumergida en la historia de la ciudad, Universidad, Málaga, p. 29.
44
“En España –decía Hübner– el tratado más completo, lleno de extenso saber y aguda crítica, sobre lo que se
puede conocer respecto a los más antiguos pobladores de la Península lo ha publicado el doctor Berlanga en
su “Hispaniae Anterromanae Sintagma” (Hübner, E., (1888), La Arqueología en España, Barcelona), al igual
que Origen, Naturaleza y Antigüedad del hombre (1872), de Juan Vilanova, lo fuera en los estudios prehistó-
ricos. No obstante, la nula distribución comercial que tuvo la obra, por voluntad expresa del autor (no fue
puesta a la venta sino regalada a sus amigos), impidió que llegara a muchos de los círculos investigadores
del país. Pero es evidente que su “reedición” como “Introducción” de su Los bronces de Lascuta … (libro
tampoco puesto en venta, sino regalado entre sus amistades) –duplicidad editora que se da en más de un
historiador del siglo XIX (por ejemplo, Francisco María Tubino)–, denota el interés de Berlanga por difundir su
pensamiento. En este sentido, las palabras de Arturo Campión: “Celébrase mucho la obra del doctísimo señor
Berlanga, “Hispaniae Anterromanae Syntagma…” (nunca puesta a la venta); jamás he logrado adquirirla ni
leerla. Faltándome tan excelente guía, fuera temeridad lanzarme a un trabajo completo de conjunto, y no incu-
rriré en ella” (CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y
Baskos). Segunda y Tercera partes… p. 12). En la citada obra Campión reproduce la teoría de Berlanga sobre
el origen del pueblo euskaldun y sobre el vascuence, a la que reprocha ser deudora de las tesis de Vinson
(Ibidem, pp. 58-59), con el que Campión discrepa profundamente, a pesar de la amistad que aquél declara
profesarle (VINSON, J., (1879), “El método científico …, p. 19).

1 3 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
griego (σύνταγμα-ατος, τό), que solo muy recientemente se incorpora al Diccionario de la
Lengua Española, y que significa en su acepción helénica originaria, cosa ordenada con otra.
En este sentido, sintagma significa organización, constitución, organización politica; acorde
musical (es decir, disposición armónica de notas musicales); sistema u organización mecá-
nica, y también composición, obra, tratado, libro, doctrina. Por su parte, el adjetivo griego
sintagmático (σύνταγματικός, ή, όν) alude igualmente a algo dispuesto en buen orden, metó-
dico, ordenado. Su sentido nos aparecerá más claro si lo relacionamos con el de otra palabra
también griega (y latina) de su campo semántico, cual es sintaxis (ordenación, organización,
constitución, disposición, coordinación)45. En consecuencia la voz sintagma, y en este sentido
creemos que la utiliza Berlanga, nombra a una cosa que se ordena con otra, a un conjunto
de elementos interdependientes, a lo que el propio Berlanga llama sistema46 y hoy denomi-
naríamos también estructura, sincronía. Merece recordarse en este punto que, en materia lin-
güística, la novedad que aportaría Saussure es la concepción del lenguaje como sincronia y
estructura, la importancia primordial de la noción de sistema y la solidaridad entre todos los
elementos de la lengua47. El título de este trabajo, por tanto, nos explicita cuál es el concepto
de historia de Berlanga. Podía haber sustantivado su obra –muchas se rotulan así en el siglo
XIX–, como Compendio, Ensayo, Estudio o simplemente Historia (todos ellos conceptos mera-
mente descriptivos). Sin embargo lo titula Sintagma. Un sintagma es algo más que un tratado o
un libro sobre algo. Es un compendio sistematizado, concebido como un conjunto ordenado
(concepto interpretativo). El Sintagma, la estructura, es el instrumento para entender la histo-
ria. Para él, pues, la España Prerromana es una estructura en la que se despliegan una serie de
factores relacionados entre sí (pueblos, razas, lenguas48), que se influyen mediante múltiples

45
BAILLY, A., (1950), Dictionnaire grec-français, Paris, Hachette. SEBASTIAN YARZA, F. I., (1964), Diccionario
griego-español, Barcelona, Ramon Sopena; COVARRUBIAS OROZCO, S., (1611), Tesoro de la lengua caste-
llana o española, ed. Martin de Riquer, Barcelona, Altafulla, 1993. En latín, sintagma (syntagma-atis) adopta
más bien la acepción de tratado o libro: BLÁNQUEZ, (2002), Diccionario latín-español, Barcelona, Ramón
Sopena; GAFFIOT, F., (2000), Dictionnaire latin-français, Paris, Hachette.
46
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 778.
47
Saussure distinguió en el estudio de las lenguas entre una ciencia sincrónica (la lengua considerada en un
momento determinado de su desarrollo, prescindiendo del factor tiempo) y una ciencia diacrónica (estudio
de los hechos lingüísticos a través del tiempo, en su desarrollo histórico). Al hacer tal distinción destacó el
valor propio del estudio puramente descriptivo de las lenguas en su “estructura”, es decir, de las lenguas como
sistemas “estáticos”. Cabe hacer un paralelismo entre lo que Berlanga llama sintagma aplicado a la Historia
y esto que Saussure llama sincronía aplicado a la lengua. Aunque en realidad, tanto en la Lengua como en
la Historia, solo existe el aspecto diacrónico, el concepto sincrónico (sintagmático, diría Berlanga) es una
abstracción científica necesaria para el estudio histórico-lingüístico, pues permite considerar la Lengua o la
Historia, como algo estable y estático, caracterizado por una determinada estructura. En la Lengua, al aspecto
sincrónico corresponde la disciplina llamada “gramática”, que es la descripción del sistema de una lengua;
al aspecto diacrónico corresponden la gramática “histórica” y la historia de la lengua (COSERIU, E., (1986),
Introducción …, p. 81 y 82). Sobre ambos polos, como hemos visto, reflexionó Berlanga. Podríamos predicar
del sintagma histórico berlanguiano el concepto de gramática (estudio de las formas que los signos lingüísti-
cos –palabras– adquieren en la oración –o en el discurso– y de sus funciones y relaciones).
48
Tanto en su artículo “De algunos manuales de numismática clásica” como en su libro Los bronces de Lascu-
ta…, Berlanga presta destacadísima atención a la epigrafía y la metrología monetales, dos aspectos básicos en
la moderna investigación numismática. Siguiendo las ideas de Mommsen en su Historia de la moneda roma-
na, estimaba que la paleografía monetal determinaba la etnología del pueblo que emitía la pieza amonedada,

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 3 1
combinaciones. Y para desentrañar ese sintagma va a utilizar varios instrumentos: la epigrafía,
la numismática, los autores clásicos y la información arqueológica entonces disponible.
Es en este concepto sintagmático de la protohistoria donde aparece en Berlanga el
interés por las lenguas prerromanas, la influencia del latín e incluso el ulterior nacimiento
de las lenguas romances de la península. Berlanga parece estar al corriente de los estudios
dialectales que empezaban a realizarse en España (cita el Diccionario gallego de Cuveiro
Piñol, de 1876; el Diccionario de las lenguas catalana-castellana y castellana-catalana de
Saura i Mascaró, de 1860; y el Diccionario basco-español de José Francisco de Aizkibel, de
1880) y apoyándose en la dialectología, es decir, en la historicidad, Berlanga hace suyas las
palabras del hábil filólogo Max Müller: “Es un error imaginar que los dialectos sean en todas
partes corrupciones de la lengua literaria, porque han sido siempre los manantiales, donde
ha bebido la lengua literaria, mas bien que canales derivados de ella y por ella alimentados.
Se puede decir por lo menos que han sido como ríos paralelos, que corren el uno al lado
del otro, mucho antes del momento en que uno de ellos toma sobre los otros la primacía,
que es el resultado de la cultura literaria” 49. Aplicando esta idea al caso español revindica
Berlanga que los dialectos catalán, gallego y castellano (que considera dialectos del latin
-como hoy día está demostrado-, fruto de su infiltración, respectivamente, en el ibero, el
celta y el celtibero) no son el resultado de la corrupción de una lengua literaria comun,
sino que “corrieron paralelos entre sí, y que las vicisitudes políticas del país hicieron en un
momento dado que el gallego se transformase en idioma literario de Portugal y el castellano

y la metrología el sistema ponderal adoptado por la ceca (MORA SERRANO, B., (1996), “Manuel Rodríguez
de Berlanga …”, p. 347). Este concepto sintagmático de la Historia lo toma Berlanga de la Altertumswissens-
chaft alemana, y a ello se refiere cuando alude a la transformación que Mommsen “había logrado introducir
en los estudios universitarios, arrancando la Historia romana de manos de los soberbios literatos, que venían
desdeñando la filología, la numismática, la epigrafía y la jurisprudencia (…), cuyas ciencias caminaban sueltas
y sin la cohesión que logró darles Mommsen, demostrando con sus obras que era necesario reunirlas todas
como auxiliares indispensables para escribir la Crónica positiva y más acabada de cualquier pueblo de la an-
tigüedad clásica”.(RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1904), “Teodoro Momsen”, (R)evista de la (A)sociación
(A)rtística (A)rqueológica (B)arcelonesa, IV, nº 41, Barcelona, p. 511).
49
MÜLLER, F.M., (1864), La Science du langage : cours professé a l’Institution Royale de la Grande-Bretagne
en l’anée 1861(traducción del inglés de Georges Harris y Georges Perrot), Paris, Auguste Durand, p. 62; cit.
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 54 y 750 (Berlanga solo dice
que maneja esta obra en la versión francesa traducida del inglés por Harris y Perrot, pero no aclara si la
edición es ésta de 1864, la de 1867 o la de 1876). El gran lingüista Eugenio Coseriu, en 1951, sancionaba
esta idea: normalmente los dialectos “no proceden de una división de la lengua común o literaria, de la que
son más bien ‘hermanos’ que ‘hijos’. En efecto, la lengua común no es en su origen sino un dialecto como los
demás…, pero que, por motivos políticos, históricos o culturales (literarios), ha llegado a ser lengua nacional”.
(COSERIU, E., (1986), Introducción …, p. 39). Max Müller (1823-1900), profesor de Filología Comparada
de la Universidad de Oxford, era también un experto en mitología y religión comparadas, en cuyo campo
publicó la monumental The Sacred Books of the East (1875) en 51 volúmenes. No fue muy bien visto por los
lingüistas de su tiempo (Whitney entre ellos), quienes lo consideraban un triunfante mal vulgarizador. Juan
Valera, algunos años antes, fue de los primeros que en España se hizo eco de las ideas de Max Müller, quien,
por otro lado, inició en Europa la reivindicación de la inmensa obra lingüística de Lorenzo Hervás (DELGA-
DO LEÓN, F. (2003), Lorenzo Hervás. Sus ideas lingüísticas, Córdoba, Edisur, pp. 6-7). Dado el retraso de los
estudios filológicos en nuestro pais la cita de Müller es significativa para conocer la posición de Berlanga al
respecto.

1 3 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
del resto de la península, quedando relegado el catalán a una corta porción del país…”50. Y
sigue Berlanga: “fue el azar … el que hizo al castellano la lengua oficial de España, a pesar
que, como nacida de la hibridación celtíbera, no era de abolengo tan puro como el catalán,
ni aún como el gallego”, criticando también a la Academia de la Lengua porque, “creada
por el espiritu despótico más refinado, haya prescindido de todo lo que no fuese la lengua
de las Castillas, ideando un estrecho lecho de Procusto donde atormentarla” . “…Si en un
tiempo pudo llevarse el absolutismo hasta el idioma, al presente es por demás anómalo con-
servar tales resabios, pretendiendo que los diversos pueblos de distinto origen, que forman
la península, se unifiquen en su lengua51. Es lo que Menéndez Pidal llamaba sin ambajes
“la nacionalización lingüística de España” mediante la introducción de “la cuña lingüística
castellana” por entre el mosaico dialectal peninsular. El mismo autor, en 1926, estableció
la teoría de que el castellano es el elemento diferencial en medio de la gran homogeneidad
lingüística de las otras hablas peninsulares (gallego, leonés, aragonés, catalén y mozárabe),
y que el castellano, siguiendo en eso la fortuna de Castilla, acaba por conquistar el predo-
minio entre los romances peninsulares52. A este respecto citemos la polémica sostenida en
1886 en el Ateneo de Madrid entre Valentí Almirall53 y Gaspar Núñez de Arce, su presi-
dente. Decía aquél que “nuestra lengua (la catalana) tiene tanto derecho a ser considerada
nacional como la castellana … Restituir á las Regiones que tienen vida propia los derechos y
libertades de que fueron despojadas, primero por el absolutismo no indígena, y luego por un
jacobinismo importado, no se llama despedazar la pátria”. Nuñez de Arce mantenía que la
lengua castellana ”no por caprichosa voluntad de los hombres, sino por causas mucho más
altas, ha llegado á alcanzar la perfección, la universalidad y el predominio que las lenguas
y dialectos provinciales no han podido conseguir” 54. Almirall denunciaba el “estado de

50
Entre las dos posiciones existentes en el siglo XIX sobre el origen y formación del castellano –la latinista
(Martínez Marina, Milá y Fontanals y Monlau) y la semita (Severo Catalina del Amo)–, Berlanga parece optar
por la posición ecléctica, en la línea de José Amador de los Ríos, el cual se refería a los sustentadores de la
primera hipótesis como “aquellos que debieron su educación literaria a los estudios clásicos, (y que) llevados
del profundo respeto que les inspiraba la antigüedad griega y romana, nada o muy poco hallaron en nuestro
“romance”, que no ostentara el sello de las lenguas de Demóstenes o Marco Tulio” (MOURELLE-LEMA, M.,
(1968), La teoría lingüística …”, p. 186 y 204).
51
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 754 y 764. En el mismo sentido,
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….(II), p. 49.
52
MENÉNDEZ PIDAL, R., (1926), Orígenes del español. Estado lingüístico de la península ibérica hasta el siglo
XI; cit. VENDRYES, J., (1967), El lenguaje, pp. 36-37.
53
El Ateneo era por entonces el más importante centro de opinión del país. Fue uno de los lugares que frecuen-
taba Unamuno en su época de estudiante, donde escucharía a los pensadores más influyentes de su época.
Valentí Almirall (1841-1904), intelectual republicano y federal, desempeñó un papel relevante en los orígenes
del catalanismo. En 1897 promovió el “Diari Catalá”, primer periódico en lengua catalana. Creó en 1882
el Centre Catalá, entidad cultural que lideró la protesta contra los tratados de comercio de 1885; y fue el
redactor del “Memorial de Agravios a Cataluña” presentado a Alfonso XII el 10 de marzo de 1885 en defensa
de los intereses de Cataluña (fundamentalmente la disconformidad con los tratados de comercio suscritos
dicho año y con la minusvaloración del derecho catalán en el proyecto de Código Civil). En 1886 publicó Lo
catalanisme, primer ensayo claramente nacionalista en el pensamiento español.
54
NÚÑEZ DE ARCE, G., (1886), Discurso leído por el excelentísimo señor D.Gaspar Núñez de Arce el día 8 de
noviembre de 1886 en el Ateneo Científico y Literario de Madrid con motivo de la apertura de sus cátedras,
Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, p. 10.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 3 3
postración y decadencia á que el unitarismo y la absorción nos han llevado ... Si conoceis
la antropología, la etnografía y demás ramos de la ciencia que estudian al hombre, aislado ó
agrupado con otros hombres, os hallareis con que los últimos descubrimientos dicen á una,
que la diferenciación, la individualización, la variedad, en una palabra, son el signo más mar-
cado del progreso ...La historia natural nos enseña, que los séres vivos, cuanto más elevados
se hallan en la escala de su serie, más van presentándose complicados en su organismo,
no existiendo ninguno que pueda compararse al del hombre, el ser superior entre los que
viven”. En efecto, hoy día es evidente que la dispersión lingüística y dialectal no es más que
otro ejemplo del proceso de diferenciación que rige en todos los fenómenos sociales55.
En este contexto es donde
Berlanga entra al hablar del eus-
kera. En ningún momento duda
de la singularidad y antigüedad
del vascuence, a la que considera
“antiquísima e interesante lengua”,
“lengua hablada en la Vasconia
muchos siglos antes de la entrada
de los celtas, de los cartagineses y
de los romanos”, “uno de los idio-
mas más antiguos de la península
y el que ha conservado con más
pureza sus formas y estructura pri-
mordial”, que “no perdió su integri-
dad originaria y habiéndose hecho
literaria sino mucho tiempo después
que las otras”56. Pero, eso sí, como
decimos, pone en cuestión muchos
dogmas que gravitaban sobre este
idioma.
Tratar de analizar la posición
de Berlanga sobre estas cuestiones
va a ser el objeto de las páginas que
siguen. Para ello hemos dividido sus
ideas en un haz de proposiciones,
que pasamos a exponer.

Los bronces de Lascuta

55
ALMIRALL I LLOZER, V., (1886), Contestación al discurso leído por D.Gaspar Núñez de Arce en el Ateneo de
Madrid con motivo de la apertura de sus cátedras en el año 1886, Madrid-Barcelona, Librería de Antonio San
Martín-Librería de I. López, 1886, pp. 28, 60 y 61. MALMBERG, B., (1972), La lengua y el hombre: introduc-
ción a los problemas generales de la lingüística, Istmo, Madrid, p. 235.
56
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 55, 56, 741, 748 y 750.

1 3 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
1.—LA “CALOROSÍSIMA POLÉMICA SOBRE LA MAYOR O MENOR
IMPORTANCIA DEL VASCUENCE Y LOS HIJOS DE AQUELLAS
MONTAÑAS”.

Hoy día sabemos que el vasco y el ibero son dos lenguas distintas pero pertenecientes
a la misma familia. Hace más de cien años, sin embargo, la cosa era distinta. Berlanga se
interesó por este asunto y para ello estudió detenidamente la bibliografía más importante
que sobre el vascoiberismo existía en la segunda mitad del siglo XIX. Téngase en cuenta que
tras el contradictorio planteamiento de la cuestión vascoiberista en dicho siglo –hoy una
mera hipótesis de trabajo, pero entonces un auténtico dogma de fe–, el moderno estudio
científico sobre el asunto no aparece en España hasta los años 1942-1943, cuando Caro
Baroja publica sus “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo considerada desde
el punto de vista histórico”57.
Un curioso paralelismo es observable
entre ambos autores al abordarlo. Caro inicia
este trabajo, como Berlanga, con un extenso
repaso historiográfico sobre la tesis vascoibe-
rista, reivindicando, como él, la necesidad
del método histórico (el contexto histórico,
la cronología), y no el comparativo (el mero
sonido de palabras aisladas), para investigar
el problema lingüístico de la España prerro-
mana58. Cabe reconocer a Berlanga el mérito
de abordar esta cuestión, que incluye un
complejo cúmulo de cuestiones de Antro-
pología, Etnología y Lingüística, con atisbos
que solo cincuenta o setenta años después,
como decimos, se empezaron a valorar siste-
máticamente. Porque en España no será hasta
la segunda década del siglo XX cuando se
aborde la cuestión desde un punto de vista
más científico, con las investigaciones de
Manuel Gómez-Moreno Martínez, Schulten
y Bosch Gimpera. Berlanga se sitúa, pues, en CARO BAROJA

la época de predominio de lo que podríamos


llamar el “vascoiberismo lingüístico absoluto” (el vascoiberismo étnico, que aun procla-
maba Antón y Ferrándiz en 1910, lo veremos más adelante), es decir, el que considera a

57
Emérita, 10 (1942) y 11 (1943). Tovar, 198.
58
CARO BAROJA, J., (1942), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo…”, Emerita , 10, p. 253. “El
vascoiberismo se sigue defendiendo con los argumentos antiguos: con la toponimia sobre todo, a pesar de los
avisos en contra de investigadores como Julio de Urquijo, que dice que se sigue usando el método comparati-
vo actualmente al igual que se hacía en tiempos de Larramendi, y hace una crítica excelente de este método”
(Ibidem, p. 252).

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 3 5
la ibérica como la lengua prerromana única de toda la Península y cree que el vascuence
actual es el descendiente directo de aquella. La etapa del vascoiberismo absoluto es un
periodo perfectamente homogéneo que se inicia con los trabajos de los eruditos vascos
de finales XVIII y principios XIX y culmina con las obras de Hübner (Monumenta linguae
ibericae, 1893) y Schuchardt (Die Iberische Deklination, 1907)59. Recordemos que en estos
años empezaban a obtenerse las primeras conclusiones científicas sobre las lenguas indo-
europeas –a las que se dió, en principio, un carácter excesivamente asiático, debido a la
consideración del sánscrito como la etapa primitiva anterior a todas ellas– y se planteaba
la cuestión de la prelación entre las lenguas del grupo. Posteriormente, los hechos, mejor
conocidos, se han situado en su verdadera geografía, es decir, en el norte y este de Europa,
aunque la sistematización de dichas lenguas sigue hoy sin estar definitivamente fijada. Por
otro lado, aún no se había obtenido un adecuado desciframiento e interpretación de las
escrituras indígenas de la península ibérica. El vascoiberismo será, curiosamente, una de las
pocas cosas en que Berlanga se apartaría de la senda de los alemanes y en concreto de su
amigo Hübner, para seguir más bien las aportaciones de la escuela francesa. En efecto, en
1874, con la publicación de La question ibérienne, de Julien Vinson, el vascoiberismo sufre
un rudo golpe. Éste, tras un completo examen del euskera, plantea de modo terminante
la cuestión ibérica y se declara abiertamente opuesto a su admisión. En su misma línea se
situaron autores como Zobel de Zangroniz (Estudio histórico moneda antigua española,
1878), Van Eys, Abel Hovelacque (1843-1896) (La linguistique, 1876) y Tubino (Los aboríge-
nes ibéricos)60.
Dijimos antes que Berlanga realizó un análisis crítico de la historia del vascoiberismo.
No era ésta una originalidad suya. Hervás o Humboldt habían hecho ya algo parecido. En su
misma época lo realizaron también Arturo Campión, Cánovas y Unamuno. Posteriormente
Enrique Eguren y Camille Julian. Y más modernamente Caro Baroja y Antonio Tovar, entre
otros. A pesar de ello no queremos seguir sin dejar constancia de la secuencia historiografía
sobre el vascoiberismo tal y como la cita y comenta Berlanga.

59
Consejero aulico del emperador de Austria, Schuchardt fue uno de los principales renovadores de los estudios
lingüísticos de la época. Hacia 1875 vino a España, donde mantuvo correspondencia con Milá y Fontanals y
se relacionó con Giner de los Ríos, Rodríguez Marín (quien, como diremos más adelante, mantuvo relación
científica con Berlanga) y Machado Alvarez (“Demofilo”), entre otros. Resultado de su viaje fue Die Cantes
Flamencos, un “trabajo fundamental para el conocimiento de la fonética del andaluz y de sus relaciones con
los demás dialectos peninsulares” (Américo Castro). Su interés por el vascuence se centró en el estudio de sus
elementos romances, caracteres gramaticales y filiación (que fijó en las lenguas caucásicas en cuanto a los
elementos gramaticales más antiguos y en las lenguas camíticas en cuanto a los más recientes), insistiendo en
sus relaciones con el antiguo idioma ibérico, lo que le llevó a trabajar en el caucásico, el ibérico y bereber y
le convirtió en el mayor paladin del vascoiberismo después de Humboldt, para lo que se basó en los materia-
les acopiados por Hübner. Interesa resaltar en Schuchardt su consideración de la palabra como reflejo de la
cultura y mentalidad del pueblo: la lengua no había de ser estudiada en sí misma, sino en función de quien
habla, de donde su interés por la literatura, el folklore, los problemas etnográficos y su oposición a la existen-
cia de leyes fonéticas (Vése URQUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual …”, pp. 407 y 424; y VENDRYES,
J., (1967), El lenguaje, p. 15).
60
CARO BAROJA, J., (1942), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo…”, Emerita , 10, pp. 253-254;
EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual…, pp. 17 y 28; VENDRYES, J., (1967), El lenguaje, p. 3. MALM-
BERG, B., (1972), La lengua y el hombre …, p. 190.

1 3 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
– Baltasar de Echaue: “Discurso de la antigüedad de la lengua cántabra.”61
Voltoire: “L’interpret du francais,epagnol et basco (publicada en Lyon pocos años
después).”62
– Arnoldo Oihenart: “Notitia utriusque Vasconiae, 1638”,63 y “Les proverbes basques”,
1657, reimpresión en 1847, dos obras importantísimas que no han perdido interés.64
– Manuel de Garagorri y Larramendi: “De la antigüedad y universalidad del vascuence
en España”, Salamanca, 1728, obra en la que se pretende demostrar que el castellano
y los diferentes dialectos que se hablan en España derivan del vascuence65; “El impo-
sible vencido. Arte de la lengua vascongada” (1729), que es la primera gramática del
vascuence.”66
– “Diccionario trilingüe, castellano, vascuence y latino”, 2 tomos, S.Sebastian 1745. 67
La obra de Larramendi fue criticada por Gregorio Mayans y Ciscar en su obra “Orígenes

61
ECHAVE ORIO, B., (1607), Discurso de la antigüedad de la lengva cantabra bascongada, emprenta de Hen-
rico Martinez, México.
62
VOLTOIRE, (1620),: L’interprect ou Traduction du français, espagnol & basque, A.Rovyer, Lyon. Hay edición
facsímil (Pau, 2000).
63
OIHENART DE MAULÉON, A., (1638), Notitia utriusque Vasconiae, tum ibericae, tum aquitanicae, qua,
praeter situm regionis et alia scitu digna, Navarrae regum caeterarumque, in iis, insignum vetustate et dignitate
familiarum stemmata ex probatis authoribus et vetustis monumentis exhibentur. Accedunt catalogi pontificum
Vasconiae aquitanicae, hactenus editis pleniores. Authore Arnalkdo Oihenarto Mauleosolensi, Sebastian Cra-
moisy, Paris. Hubo una segunda edición en Paris, Cramoisy, 1656. En 1929 la Sociedad de Estudios Vascos
realizó en San Sebastián una edición enmendada y añadida, vertiendo al castellano el texto latino, bajo el
título de Noticia de las dos Vasconias, la Ibérica y la Aquitana: en la que se describen, además de la situación
de la región y otras cosas dignas de conocerse, la genealogía de los reyes de Navarra y de los príncipes de
Gascuña…En 1992, coincidiendo con el cuarto centenario del nacimiento de Oihenart, el Parlamento Vasco
editó en Vitoria una edición facsímil de la segunda edición (Paris, 1656), con traducción del texto latino.
64
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….(II), p. 50. OIHENART DE MAULÉON,
A., (1657), Les proverbes basques recueillis par le Dr. d’Oihenart, plus les poésies basques du mesme auteur,
Paris. Es una obra con dos partes, cada una de las cuales tiene título y paginación propios. La primera se titula
Atootizac, edo Refravac. (Proverbios o adagios vascos); y la segunda Oten Gastaroa neurthizetan (La Juventud
d’Oihenart en versos vascos). Entre las dos partes se han intercalado el Suplemento de proverbios vascos
(Atsotizen urrhenquina) y la traducción del mismo. La reimpresión de 1847 a que alude Berlanga debe ser
la titulada Proverbes basques, recuillis para Arnauld Oihenart, suivis des poésies basques du meme auteur =
Uskarazko zuhur-hitzac aillande Oihanartec bildiac; zoinen ondotic jiten beitira uskaraz eghin situen neurt-
hitzac. Se trata de la segunda edición (revisada, corregida y aumentada de una traducción francesa, con texto
paralelo en euskera y francés), realizada en Burdeos, imprenta de Prosper Faye, en 1847. Posteriormente se
reeditó en Burdeos (1894), Tolosa (edición facsímil, 1936) y Saint-Etienne-de-Baigorry (1992, coincidiendo
con el Cuarto Centenario de Oihenart, organizado por la Academia de la Lengua Vasca). Sobre Oihenart
puede consultarse la biografía de Ricardo Ciérvide Martinena titulada Arnaud d’Oihenart (1592-1667), vida
y obra, editada por la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País en 1997.
65
GARAGORRI y LARRAMENDI, M., (1728), De la antigüedad y universalidad del bascuenze en España: de
sus perfecciones y ventajas sobre otras muchas lenguas, demostración previa al arte que se dará a la luz desta
lengua, imprenta de Eusebio García de Honorato, Salamanca. Hay reedición en San Sebastián, año 2000.
66
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….(II), p. 51. GARAGORRI y LARRA-
MENDI, M., (1729), Arte de la lengua bascongada. El impossible vencido, Antonio Joseph Villagordo Alcaraz,
Salamanca. Se reeditó en 1853, 1886, 1887, 1979 y 1988. En la dedicatoria de esta última obra (página 25)
dice Larramendi: “… Otras lenguas tuvieron sus niñeces, imperfecciones, y rudezas, de que aún no han po-
dido eximirse bien, quando adultas; el bascuence siempre fue lengua adulta, y perfecta, como sugerida en fin
del mismo Dios en la división de las lenguas, y una de las setenta y dos primitivas, y matrices…”
67
GARAGORRI y LARRAMENDI, M, (1745), Diccionario trilingue del castellano, bascuence y latín, Bartolomé
Riesgo y Montero, San Sebastián. Hubo otra edición en San Sebastián (1853) y últimamente una edición fac-
símil (San Sebastián, 1984).

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 3 7
de la lengua española” (Valencia, 1787).68 Tanto la gramática como el diccionario de
Larramendi probablemente se redactaron por orden de la Compañía de Jesús dentro de
su línea de conocer al pueblo para el que se trabaja y facilitar la labor de los curas allí
destinados, que por tradición de la Compañía nunca destinaban a un sitio a naturales de
allí.69
– Pedro Pablo de Astarloa y Aguirre (cura de Durango): ”Apología de la lengua bascon-
gada o ensayo crítico-filosófico de su perfección y antigüedad entre todas las que se
conocen: en respuesta a los reparos propuestos en el Diccionario geográfico-histórico
de España” (Madrid, 1803),70 reimpresa en 1815. “Discursos filosóficos sobre la lengua
primitiva o Gramática y Análisis de la euscara o bascuence” (Bilbao, 1888). Este libro
quedó manuscrito a la muerte del autor y lo editó en 1888 el Señorío de Vizcaya.71
– Juan Bautista de Erro y Aspiroz: “Alfabeto de la lengua primitiva de España y explica-
ción de sus más antiguos monumentos y medallas” (Madrid, 1806),72
– El abate D’Iharce de Bidassouet: “Histoire des cantabres ou des premiers clons de
toute lÈurope avec celle des Basques, leurs descendants dérets, qui existent encore et
leur langue Asiatique-basque” (Paris, 1825).
Baudrimont (profesor de la Facultad de Ciencias de Burdeos): “Historia de los Bascos”
(1867).

Dicho esto pasaremos a ocuparnos de la opinión de Berlanga sobre el episodio fun-


damental de la polémica vascoiberista: la obra de Humboldt (1767-1835). Guillermo de
Humboldt, “consejero privado del Rey (de Prusia), su Chambelán, varias veces embajador,
reiteradamente Ministro de Estado, distinguido con el título nobiliario de Barón y autor de
numerosos trabajos linguísticos, fue en su época –dice Berlanga– una personalidad saliente
y respetabilísima por su saber y su importancia política”. Añade que Humboldt visita el
norte de España en 1800, y en concreto las comarcas del vascuence, trabando amistad con
Pedro Astarloa, cura de Durango y con el cura de Marquina, personas ambas admiradoras

68
MAYANS i SISCAR, G., (1737), Orígenes de la lengua española. Compuestos por varios autores y recogidos
por don Gregorio Mayans i Siscar, Juan de Zúñiga, Madrid. La obra recoge aportaciones de Juan de Valdés
(“Diálogos de las lenguas”), Iñigo López de Mendoza, Bernardo de Aldrete y Enrique de Villena, entre otros.
En 1875 (Madrid, Librería de Victoriano Suárez) se reimprimió con prólogo de Juan Eugenio de Hartzenbusch
(1806-1880).
69
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….(II), p. 52.
70
ASTARLOA y AGUIRRE, P.P. (1803), Apología de la lengua bascongada o Ensayo crítico filosófico de su per-
fección y antigüedad sobre todas las que se conocen: en respuesta a los reparos propuestos en el Diccionario
geográfico histórico de España, tomo segundo, palabra Nabarra, Gerónimo Ortega, Madrid. Hubo posterior
edición en Bilbao, Establecimiento Tipográfico de Pedro Velasco, 1882.
71
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….(II), p. 63. ASTARLOA y AGUIRRE,
P.P., (1883), Discursos filosóficos sobre la lengua primitiva o Gramática y análisis razonada de la euskara o
bascuence. Establecimiento Tipográfico de Pedro Velasco, Bilbao. Desconozco la edición a que se refiere
Berlanga.
72
ERRO Y ASPIROZ, J.B., (1806), Alfabeto de la lengua primitiva de España y explicación de sus más antiguos
monumentos, de inscripciones y medallas, Imprenta de Repullés, Madrid. Como es sabido, Erro realizó las
primeras excavaciones del siglo XIX en Numancia (Soria) buscando apoyo a las tesis que sostiene en este
libro. Fue ministro del pretendiente carlista Carlos V.

1 3 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
“hasta la mayor exageración de aquella su lengua” y de “desbordada admiración por su
pequeño país”.73 Hasta 1821 no publica sus “Investigaciones sobre los habitantes primiti-
vos de la España con la ayuda de la lengua basca” (Berlín, 1821).74 Esta obra produjo “gran
ruido desde su aparición … imperando de entonces sin rival en el mundo de las letras”. Pero
tras los progresos desde entonces de la Historia, la Filología, la Lingüística, la Etnografía y
la Prehistoria, dicha obra “ha quedado por todo extremo deficiente”. Hasta aquí Berlanga.
No pensaba así Campión: “A pesar del numero de contradictores, de lo certero de algunas
de sus criticas, del carácter conjetural que no acaban de perder las interpretaciones de las
leyendas ibéricas, y aun del mismo resultado de ellas, la teoría de Humboldt, briosamente
levantada por el gran Schuchardt, en sus líneas generales no ha sido científicamente des-
truida, y es la única que de una manera grave disputa el terreno a las demás que se van
sucediendo sin heredarla”75.
En su análisis del Prüfung, Berlanga hace mención de la afirmación de Humboldt de
que las pruebas etimológicas producen habitualmente desconfianza, y se hace eco de las
críticas de éste a Hervás, Larramendi, Astarloa y Erro por ser sus teorías “atrevidas las más
de las veces… concluyendo por sentar que mientras los lingüistas vascos no renuncien a su

73
“Marquina, cuyos habitantes creen que no hay más mundo que el exiguo terreno que rodea sus montañas,
mundo dirigido por Astarloas y Mogueles…”, dice en carta a un amigo el fabulista Samaniego (GÁRATE
ARRIOLA, J., (1936), La época de Pablo Astarloa y Juan Antonio Moguel, Bilbao, p. 29; cit. TOVAR LLOREN-
TE, A., (1980), Mitología e ideología … p. 110). El Tagebuch der Reise nach Spanien, 1799-1800 de Humboldt
(Diario de viaje a España, 1799-1800) fue traducido tanto por Telesforo de Aranzadi y Unamuno (Diario del
viaje vasco, 1801) como por su primo Miguel de Unamuno (Bocetos de un viaje a través del País Vasco) para
la Revista Internacional de los Estudios Vascos. En 1946 Justo Gárate Arriola (1900-1994) realizó otra versión
(“El viaje español de Guillermo de Humboldt (1799-1800), traducción, notas y estudio por Justo Gárate,
Buenos Aires, Patronato Hispano Argentino de Cultura, 1946, 531 págs.). En 1998 se ha publicado la última
versión de este viaje (“Tagebuch der Reise nach Spanien, 1799-1800” (“Diario de viaje a España, 1799-1800),
edición y traducción de Miguel Angel Vega, Madrid, Cátedra, 1998).
74
HUMBOLDT, K.W., (1821), Prüfung der Untersuchungen über die Urbewohner Hispaniens vermittelst der
Vaskischen Sprache, Ferdinand Dümmler, Berlin. La primera versión española de esta obra fue la titulada Los
primitivos habitantes de España: investigaciones con el auxilio de la lengua vasca, traducción de D.Ramón
Ortega y Frías, Madrid, Librería de José Anlló, 1879. En los años 1934 y 1935 Telesforo de Aranzadi y Unamu-
no la tradujo para la Revista Internacional de los Estudios Vascos bajo el título Examen de las investigaciones
sobre los aborígenes de España mediante la lengua vasca. La versión que utiliza Berlanga no es la versión
española (1879) sino una anterior traducción francesa del alemán realizada por M.A. Marrast, publicada en
1866, y sobre la que se hizo la traducción española: Recherches sur les habitants primitifs de l’Espagne à l’aide
de la langue basque, Paris, Librairie A.Franck. Caro Baroja reputó como incorrecta la citada traducción de
Ortega y Frias (CARO BAROJA, J., (1942), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo…”, Emerita ,
10, p. 249).
75
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….(II), p. 53, 54 y 63. CAMPIÓN Y JAI-
MEBON, A., (1928), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos). Primera parte… p.
143. No se equivoca Berlanga en esta apreciación por cuanto la influencia de Humboldt en la historiografía
científico-idealista alemana y europea fue considerable. En efecto, el Prüfung, desde la fecha de su publica-
ción, ha tenido una sostenida vitalidad, sobre todo a través de la Revista Internacional de los Estudios Vascos
y de la labor de las instituciones vascas. Y aún hoy sigue ejerciendo su influencia en todo el mundo en las in-
vestigaciones sobre etnolinguística, relatividad lingüística, filosofía del lenguaje y de la historia y pensamiento
jurídico-político. Precisamente el interés de Miguel de Unamuno por Humboldt y sus relaciones con España
no parte solo de su vascofilia sino también de su interés por la filosofía del lenguaje.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 3 9
constante afán de probar la universalidad de su idioma, lo cual es una quimera, y no se limiten
a dar a conocer sus observaciones sobre la dicha lengua, nada hará de utilidad, ni para sus
compatriotas, ni para los estrangeros, esforzándose por denostar los muchos errores que trae
consigo la aplicación del método etimológico ideado y empleado por los vascófilos en el aná-
lisis de los idiomas …”. Pero después de esta critica Humboldt establece, según Berlanga, “las
reglas etimológicas que ha ideado, para hacer ver, como los dos autores españoles antes cita-
dos (Astarloa y Erro) que los antiguos nombres de los pueblos iberos y los apellidos de algunas
viejas familias son indubitadamente vascos… entrando también con Astarloa en el afán de
desbaratar cada nombre para encontrar en su contestura un significado algo expresivo”, “tarea
fantástica” de la que Humbodt saca, según Berlanga, las siguientes conclusiones:

1. “Que los iberos hablaban vascuence; y que los iberos no hablaban más que un idioma”
(Dice Humboldt en la versión de Ortega y Frías: “El estudio comparativo de los nom-
bres de lugares de la península ibérica y de la lengua vasca demuestra que ésta era la
de los iberos, que no hablaban más que una, y la identidad de los pueblos ibéricos y de
los pueblos que hablan el vasco” )
2. “Que el vascuence estaba estendido por toda la península española” (Dice Humboldt en la
misma edición española: “Se encuentran nombres de lugares vascos en todos los puntos de
la península, sin excepción, así como los iberos se habían esparcido allí en todas partes”). Es lo
que Berlanga llama “la atrevida conjetura del euscarismo general de toda la península…, que
al presente, a pesar de cuanto en el estudio de este idioma se ha adelantado de poco tiempo
acá, sería en vano pretender desarraigar de un todo dicha opinión, aún de entre los mismos
eruditos de estas como de las otras vertientes pirenaicas”. Uno de estos es Arturo Campión, al
decir que “el euskarismo de los iberos, tal y como lo formuló Humboldt, es una doctrina sus-
ceptible de modificaciones, pero que se asienta bien en el suelo y no está al aire como lo han
expuesto los distinguidos sabios que, dejándose llevar del espíritu crítico-negativo de nuestra
época, la combaten por desfundamentada y liviana”. Intuimos que para el erudito navarro es
Berlanga uno de esos “sabios” de “espíritu crítico-negativo”.
3. “Que en parte de las Galias, en Córcega, en Cerdeña, en Sicilia, en Italia y en Tracia, se
habló también el vascuence”.
4. “Que las leyendas iberas están escritas en vascuence”, conclusión que saca Berlanga de
las siguiente palabras de Humbodt cuando dice que los autores que hasta su tiempo “se
habían ocupado de las inscripciones y monedas iberas no conocían bien el vascuence
y que era necesario no olvidar que las lenguas vasca, celta y púnica figuran en dichas
inscripciones”76.

He aquí explicitado por Berlanga el vascoiberismo clásico. Dice con razón Unamuno
que “hoy va tal hipótesis de capa caída” aunque reconoce que el tema aún no estaba
maduro y que la crítica de Hovelacque y Van Eys a Humboldt es demasiado extremada: “el

76
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 65, 66, 67, 775. HUMBOLDT,
K.W., (1879), Los primitivos habitantes de España …, trad. Ortega y Frías, p. 187. CAMPIÓN Y JAIMEBON,
A., (1884), “El genio de Navarra”, Revista Euskal-Erria.

1 4 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
iberismo de los vascos, sostenido por Humboldt e iniciada la reacción en contra por Zobel
de Zangroniz, no reposa sobre sólidas bases, y que es tan aventurado afirmar como negar
porque el problema no está aún planteado”. Por tanto, como “carece de base científica”
toda comparación de las hechas entre el vasco y otras lenguas, no hay “razones suficientes
para afirmar ni para negar” el parentesco vasco-ibérico. No obstante, como vemos, la disen-
sión es total entre Humboldt y Berlanga77.
Según comentaban Caro Baroja y Tovar, la novedad principal que aporta Humbodt es
metodológica, en concreto la fijación de los límites de la toponimia, el establecimiento de
verdaderas reglas lingüísticas para que la comparación de palabras no fuera mero capricho
y la fijación del modo de analizar las palabras, distinguiendo raíces, elementos de deriva-
ción y correspondencias fonéticas. En todo ello Humbodt sacó provecho de los progresos
de la lingüística sánscrita e indoeuropea (así lo indican sus citas de Wilkins y Bopp), y ello
ciertamente le hace alejarse de los métodos de Astarloa y Erro, aunque no del todo, como
hemos visto que indica Berlanga. Resalta éste la gran afición de Humboldt al vascongado,
pero reconoce que su conocimiento del vascuence no fue muy fuerte, dejándose arrastrar
por las opiniones de Astarloa. Humboldt defiende la conformidad de los nombres de lugares
ibéricos con la lengua vasca en general y la extensión de la raza vascona no solo en la penín-
sula ibérica sino fuera de ella. Por tanto, Humboldt no solo no acabó con la vascolatría, sino
que creó otra escuela, la de los vascómanos, quienes confían ciega y cómodamente en las
teorías del maestro prusiano78.
Del análisis de Diccionario trilingue de Larramendi, del Alfabeto de Erro y del Prüfung
de Humboldt concluye Berlanga diciendo que fue uno mismo el pensamiento que inspiró
a estos autores: que los vascones fueron los primitivos pobladores de España y fundando
las principales ciudades79. Reprueba el sistema etimológico-toponímico que usaban, apo-
yándose en el propio Humboldt, que afirma que “las pruebas puramente etimológicas son
siempre inciertas”. 80 Según Berlanga, pues, la escuela vascólatra española fue fundada de

77
Según Tovar, actualmente la tesis de Humboldt sobre la semejanza fonética entre el vascuence y el ibero (tan
combatida por Berlanga), aun sin entrar en si ello procede de origen común o de “alianza fonética” entre
vecinos, se mantiene en vigor. Sobre todo ello, véase UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema
…”, pp. 22 y 25; y TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … pp. 156 y 185.
78
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … pp. 154 y 156. CARO BAROJA, J., (1942), “Obser-
vaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo…”, Emerita , 10, p. 248. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M.,
(1898), “Una inscripción ibérica….(II), p. 53, 56, 59, 63. HUMBOLDT, K. W., (1935), Extracto del Plan de
Lenguas de Astarloa, Eusko Ikaskuntza, San Sebastián (textos en euskera, castellano y alemán), separata de la
Revista Internacional de los Estudios Vascos, edición de Justo Gárate, año XXVII, tomo XXVI, nº 1 (1935).
79
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….(II), p. 61. También en su prólogo a As-
tapa reitera Berlanga que “una serie bastante extensa de observaciones lingüísticas y prehistóricas ha venido
sin embargo a demostrar que los vascones precedieron a los iberos en su llegada a Hispania, sin que fuesen
por ello, como se ha pretendido sin razón alguna, los fundadores de las primeras ciudades levantadas en la
Península (AGUILAR y CANO, A., (1899), Astapa…, p. XXII).
80
“… no constituye la toponimia en sí un mero saber de tipo lingüístico, como se cree. Es un saber que está en
relación, en conexión, con la historia del hombre y con el mundo circundante, con el mundo que le rodea, y,
por lo tanto, al referirlo a una pura situación lingüística de un momento dado podría desenfocar la realidad,
contra lo que pueden creer algunos lingüistas” (CARO BAROJA, J., (1986), El laberinto vasco, Sarpe, Madrid,
p.122).

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 4 1
1728 a 1806 por Larramendi, Astarloa y Erro, y a ella ha dado cierta aureola de cientifismo
la obra de Humboldt, y sus críticos como Mayans, Armesto, Tragia y Conde son acusados
de falta de fe vascona.81 “Los más de estos errores están sostenidos por el exajerado (sic)
regionalismo de todos tiempos, que provoca de continuo el más irreflexivo y desenfrenado
amor por los lugares en que se ha nacido; en ocasiones también por la desmedida reveren-
cia hacia una idea, que se hace encarnar en localidades determinadas, y a las veces por el
profundo y ciego respeto que se profesa al mantenedor de cualquiera de esas teorías que
deslumbran...”.82 “Natural es que el vascongado se muestre encariñado con sus montañas,
como el catalán con su industria y el andaluz con el hermoso cielo de su risueño país; pero
no se concibe que lleve su exageración al extremo de querer imponer al resto de los espa-
ñoles como dogma histórico de fe indubitada83 que los viejos vascones fueron los primeros
pobladores de la península que ocuparon en totalidad, levantando ciudades de los Pirineos
al Estrecho, a las que impusieron nombres tomados de su riquísima lengua que nos han
transmitido griegos y romanos, y que por el detenido examen de esta antiquísima toponimia
se viene en conocimiento de que el idioma ibero fue el actual vascuence. Estas atrevidas
afirmaciones pudieron defenderse mejor o peor hasta que medió el siglo actual, pero al pre-
sente es imposible sostenerlas...”.84 En consecuencia, fustiga a los “acérrimos regionalistas
de la Vasconia”, a los platónicos admiradores de los vascongados”.85 Muchos años después,
Caro Baroja vendrá a insistir en esta idea cuando dice que hay dos formas de afrontar el
asunto de la identidad: una estática y otra dinámica y variable (que tiene en cuenta las
transformaciones), y que el primer principio de identidad referido al vasco y a lo vasco se

81
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….(II), p. 62. Ya en esta época detecta
Berlanga esa dicotomía valorativa entre los que están en posesión de la Verdad y el Bien, y los que viven en
el Error y defienden el Mal, también constatada en nuestros días, entre otros, por Caro Baroja cuando dice:
“Gran traición, singular traición, ha sido siempre no aceptar las “tradiciones piadosas”. (CARO BAROJA, J.,
(1986), El laberinto …, p.117 y 114).
82
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1897), “Una inscripción ibérica … (I)”, p. 491. En esto coincide con Una-
muno, que en el planteamiento del problema vasco se queja del “exagerado espíritu de localidad que vicia
nuestras investigaciones” (UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, p. 11).
83
Berlanga apreciaba ya en estas conductas los inicios de la intransigencia en el País Vasco. Por esos años
Nietzsche advertía también del papel del “resentimiento” en la conciencia individual y colectiva. “(…) La
cuestión es saber cuándo hay razón para sentirse agraviado y cuándo el agravio es un producto del sueño de
la razón: un monstruo goyesco” (CARO BAROJA, J., (1986), El laberinto …, p. 64-65). En este sentido, se que-
jaba Vinson en carta a Arturo Campión de los ataques que recibía por sostener tesis contrarias a las vigentes
en esos momentos: “Tal vez no habiendo leído mis obras, y fundándose en críticas coléricas, se me ha llamado
«enemigo de los vascos »; además haciéndose eco de vehementes ataques, ha manifestado el señor Gorostidi
que era yo «un atrabiliario vascófobo», que me proponía «destruir el idioma vasco, causa de la ignorancia en
que se hallan sumidos los habitantes de la euskal-erria», que estoy “verdaderamente ofuscado”, que «esgrimo
enmohecidas armas,» y que el amor de la patria le movía á «dar la voz de alarma y prevenir á todos.». Seguro
estoy, amigo mió, de no haber merecido tantas injurias; y aunque disienta en cuestiones científicas con el
príncipe L. L. Bonaparte, pretendo tener el derecho de hacerlo sin causar perjuicio al euskara. Sabéis que en
el terreno científico, en lo que se llama la República de las Letras no hay autoridades infalibles, ni juicios sin
recurso. Jamás yo por mi parte he querido imponer mis ideas, jamás las he creído irrefutables, ni he usado otras
armas que las nunca enmohecidas de la ciencia.” (VINSON, J., (1879), “El método científico …, p. 19).
84
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1897), “Una inscripción ibérica … (I)”, p. 492.
85
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1897), “Una inscripción ibérica … (I)”, pp. 493-494.

1 4 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
ha encontrado, desde hace mucho tiempo, en el idioma86, ante lo cual se siente obligado
a recordar “la idea general de que raza, lengua y cultura son tres cosas distintas, aunque a
veces vayan unidas de manera estrecha”87.
El propio Menéndez Pidal no tenía empacho en afirmar que “al hablar del vasco se
trata, queramos o no, de algo más general que el vasco, y es el ibero. Y precisamente la
mayor atención que de todos exige el vasco o el éusquera (sic) es en cuanto se nos presenta
como representante de otras lenguas ibéricas afines que antes se dilataban por una exten-
sión geográfica grande” 88.

2.—LA CUESTIÓN DE LOS ORÍGENES: RECHAZO DE LA VISIÓN


MITOLÓGICA DE LA HISTORIOGRAFÍA GRIEGA, ROMANA Y
CRISTIANA Y ESBOZO DE UNA TEORÍA CIENTÍFICA SOBRE LOS
PRIMEROS POBLADORES DE ESPAÑA.

“Cuando un pueblo carece de tradiciones y leyendas –decía Unamuno en 1884–, no


falta quien las invente, para luego atribuírselas al pueblo… Cuando hay tanta oscuridad y nie-
bla no queda a todo hombre sensato más partido que tomar que el de desandar lo andado,
volverse al punto de partida y volver a empezar con la luz clara, tranquila y sosegada del
entendimiento, y no la turbia, falsamente brillante y deslumbradora de la imaginación”89.
“Esta irresistible tendencia a encumbrar nuestros orígenes, sacrificando la árida reali-
dad a la idealidad mas pintoresca –reflexionaba, por su parte, Berlanga–, ha producido entre
nosotros el esparcir, y hasta pasar como verdades, los mayores absurdos históricos, propa-
lados por falsificadores más o menos descarados, mientras que en cambio cuando la crítica
ha logrado desenmascarar el fraude, no ha sido ya posible desarraigar de la sociedad, que ha
sucedido a la que con ellos fue sorprendida, todas sus ineludibles consecuencias”… (En la
epoca cristiana se conservó) “el fanatismo por ennoblecer los orígenes de algunos pueblos,
haciéndolos oriundos de personajes antiquísimos… Es ingeniosísima la serie de induccio-
nes ideadas para hacer descender a los españoles modernos en línea recta de los primeros
patriarcas” y es frecuente “ver en la actualidad en determinadas obras darse como segura
esta viejísima ascendencia”90.

86
CARO BAROJA, J., (1986), El laberinto …, p. 26.
87
CARO BAROJA, J., (1943), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo desde el punto de vista histó-
rico”, Emérita, 11, p. 56.
88
MENÉNDEZ PIDAL, R., (1962), En torno a la lengua vasca, Espasa-Calpe, Buenos Aires, pp. 60-61. Cit. Por JUA-
RISTI, J., (2000), El bosque originario…, pp. 145-146. A Menéndez Pidal parece referirse Caro Baroja cuando dice
que “una forma de vasco-iberismo se ha defendido aún en nuestros días por filólogos ilustres” (CARO BAROJA,
J., (1986), El laberinto …, p. 115). Recordemos la gran admiración que siempre tuvo Pidal hacia Schuchardt y en
concreto hacia su Iberische Deklination (WEISS, B., (1983), “Cartas de Ramón Menéndez Pidal …”, p. 248).
89
UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, p. 41, 51. En 1886 añade Unamuno que “lo que
ataca y seguirá atacando con dureza son las patrañas históricas, las leyendas y tradiciones puramente fantás-
ticas, las aberraciones de los neo-euscaristas” (Unamuno en “El Noticiero Bilbaíno”, abril de 1886), palabras
que obtuvieron el serio rechazo de los ambientes prenacionalistas vascos y sobre todo de Sabino Arana.
90
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 29 y 30.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 4 3
En esta línea, Berlanga combatirá decididamente los “deleznables fundamentos”
del tubalismo y del tharsismo (teoría que defendía que de Tubal y Tharsis provienen los ibe-
ros) y dará un breve repaso por una serie de hitos de la mitologia de los origenes: el libro
del Génesis; Flavio Josefo y su idea de que los iberos procedian de Tóbelos (uno de los siete
hijos de Jafet); San Jerónimo; San Isidoro; el arzobispo de D.Rodrigo Ximenez de Rada (que
mantenía que los iberos de Hispania descendian de Túbal, atribuyuéndoselo gratuitamente
a San Jerónimo y San Isidoro); Alfonso X el Sabio; y Juan Annio de Viterbo. Ya en 1861 aludía
Berlanga al “ridículo error que entre graves historiadores regnícolas ha corrido autorizado,
de que fue Thubal, hijo de Japhet y nieto de Noe, quien vino el primero a poblar la España,
dando tortura a un pasage brevísimo de las “Antigüedades Judaicas” de Flavio Josepho, escri-
tor del siglo primero y de fe dudosa, quien asegura que de “Thobelo provenían los Iberos”,
sin indicar si éstos eran los orientales ni los occidentales, ni en qué apoyaba esta afirmación
antes no hecha por escritor alguno91(…) Idénticas razones militan en contra de los que han
pretendido que los Iberos vienen de Tharsis, hijo de Javam, nieto de Japhet y bisnieto de Noe
(…)”92
En la misma línea, Caro Baroja decía que “El tubalismo -cosa más que problemática-
se unió al vasco-cantabrismo, cosa más falsa aún al parecer. Pero hasta el siglo XIX hubo
quienes creyeron que el ‘cántabro fiero’, invencible, había sido el vasco. También que éste
descendía directamente de los primeros pobladores de España, históricamente conocidos:
los iberos” 93.
No obstante, en 1873, Cánovas del Castillo seguía esgrimiendo los argumentos arcai-
cos de la gran hipótesis bíblica o semita: “Por descreditada que este hoy la venida de Tubal
a España, como reconoce el Sr.Yanguas Miranda, el caso es que los hechos capitales de la
hipótesis bíblica están todavía en pie; y que de la Fenicia y regiones vecinas vino la gente
vasca a formar la nación que existe en los Pirineos; y como la Fenicia es región vecina de la
que habitó el pueblo de Dios, pues por eso existen nociones e ideas biblicas (señaladas por
Darrigol y Michel) en el vascuence y el carácter primitivo y hasta “genesiaco” de la semana
vascongada. Todo eso pudo transmitirse del fenicio al vasco; hay un estrecho parentesco
entre el vasco y las tribus hebreas, caldeas y fenicias” 94
Desbrozado el camino de toda imaginería mítica, Berlanga resumió brevemente sus
ideas sobre el origen de los primeros pobladores de España de esta forma: los primeros
pobladores llegarían por vía terrestre, avanzando de este a oeste, abriéndose así un camino

91
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., “Prólogo”. En: GUILLÉN ROBLES, F., (1874), Historia de Málaga y su pro-
vincia, imprenta de Ambrosio Rubio y Alonso Cano, Málaga, pág. XXVIII. En parecidos términos se expresa
también Berlanga en su Monumentos históricos…, p. 321, nota 1. Ver también RODRÍGUEZ DE BERLANGA,
M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 32 y 765.
92
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1864), Monumentos históricos…, p. 321, nota 1. Añade que sobre esta
cuestión trató más ampliamente “mi querido amigo el doctor Oliver en su discurso de recepción leído ante la
Real Academia de la Historia”. Se refiere Berlanga a José Oliver Hurtado (nacido en 1827), en cuya recepción
en la Real Academia de la Historia en 1863 pronunció un discurso titulado Diversos periplos que ofrecen las
obras de la antigüedad.
93
CARO BAROJA, J., (1986), El laberinto …, p.114-115.
94
CÁNOVAS DEL CASTILLO, A., (1873), “Introducción”, pp..16 y 20.

1 4 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
a grandes migraciones. Los pobladores que usaban la piedra tosca hablarían lengua aglu-
tinante, y al ser arroyados por las invasiones más numerosas de gente ariana, que usaba
idioma de flexión (y construye los primeros edificios, de la misma clase que las murallas
ibéricas de Tarragona) se refugia en diversos lugares de Europa como Vasconia, Hungría o
Finlandia. Los descendientes de aquellos primeros arianos pudieron ser los primitivos inmi-
grantes históricos, que luego con el nombre de iberos se derramaron por toda España y parte
de Francia. Los fenicios, en el s. XIV antes de Cristo, enseñaron a estos iberos el arte de fun-
dir metales, que ellos habían aprendido de egipcios y asiáticos95.
La anterior tesis de Berlanga pugnaba con la de los investigadores vascos. Así, Cam-
pión, utilizando la paleontología lingüística, es decir, usando formas léxicas modernas para
intentar reconstruir épocas muy antiguas -un método que contaba ya con precedentes en
el estudiode las lenguas indogermánicas, latina y griega-, estudia el indigenismo o alieni-
genismo de los nombres vascos que se refieren “al estado de cosas de la civilización neoli-
tica”. El análisis de los nombres hacha, cuchillo, azada, pico de cantero y yugo, todos ellos
formados de la raíz “aitz”= roca o “arri”= piedra) le lleva a concluir que “los vascos, por lo
menos, atravesaron ese estado social de la Edad de Piedra siendo ya vascos, o sea, hablando
vascuence” (obsérvese cómo la lengua se ha antropomorfizado en un pueblo: la lengua es
el pueblo, que decía Schuchardt). “Y como los conocemos establecidos en Europa, sin que
haya pruebas de su venida en la época histórica, la existencia del pueblo euskaldun queda
relegada a época remotísima, puesto que el conocimiento de los metales en las regiones
europeas occidentales es de origen prehistórico, según lo acreditan los yacimientos”96. De
esto se trataba cuando Humboldt intentaba explicar el ibérico antiguo por el euskera actual.
Pero el problema era el método utilizado. Y esto es justamente lo que critica Berlanga, como
iremos comprobando a lo largo de nuestra exposición.

3.—EL PUNTO DE VISTA ETNOLÓGICO Y CULTURAL: INADMISIBILIDAD


DE LA EXISTENCIA DE UNA CULTURA GENERAL PARA TODA LA
PENÍNSULA EN LA ETAPA PRERROMANA.

3.1. Los sustratos lingüísticos prerromanos: Los orígenes de las lenguas hispánicas
y la cuestión del préstamo léxico (frente a la pretendida inmutabilidad del
vascuence). Negación de que las monedas ibéricas estén escritas en vascuence
y que el ibero sea el vascuence.

Desde mediados del siglo XIX el vascuence va a ser también un motivo de particular
interés para los estudios sobre el sustrato prerromano en la península ibérica. Ello condujo
al estudio de las relaciones entre el vascuence y los otros idiomas prerromanos, cuestión
íntimamente conectada, como hemos dicho, con problemas étnicos sobre sus primitivos

95
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 777.
96
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Segunda y Tercera partes…, pp. 143, 158 y 159.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 4 5
moradores, pero que también interesó a los romanistas (Schuchardt , Menéndez Pidal,
Rohlfs, Corominas y otros) por su importancia en el nacimiento de las lenguas romances
y en el proceso altomedieval conducente a la disglosia latín/romance. Desde el punto de
vista protohistórico, los estudios al respecto no han cesado a lo largo del tiempo y han osci-
lado entre lo que podríamos llamar el vascoiberismo absoluto de Humboldt (los vascos des-
cienden de los iberos y el vascuence es la perduración moderna del antiguo ibérico) hasta la
riqueza de matices que distinguen la etnología y la lingüística actuales (diferenciación racial
de vascos e iberos, posible inmigración ligur, que las investigaciones recientes van haciendo
más verosímil; influjos indirectos, a través de los ligures, de pueblos de caracteres étnicos y
lingüísticos aun no bien precisados como los lirios y ambrones).97
En esta cuestión Berlanga parte, como antes Aldrete y Mayans, basándose los tres en la
tradición clásica, de la diversidad lingüística de la España prerromana –cosa probada en la
actualidad– y de la mutua influencia entre estas lenguas98. Se trata de una postura que con-
tradice el tópico del sustrato ibérico peninsular que hasta las primeras décadas del siglo XX
fue defendido por filólogos como Menéndez Pidal (aunque después suavizara y aún borrara
su postura) y antropólogos como Eguren (que admitía la homogeneidad ibérica frente a la
singularidad del vascuence), y que campeaba en historias generales de España como la His-
toria de España y de la civilización española y la Psicología del pueblo español (1902)99. En
la misma línea que Berlanga, la tesis de Gómez Moreno: “No se puede garantizar, hoy por
hoy, que desde la Aquitania hasta la Tarteside, se hablara una misma lengua, como tampoco
que la vascuence deje de estar profundamente infiltrada de voces cántabras… pero todo
induce a ver un tronco lingüístico desparramado en dialectos con caracteres de aglutina-
ción o composición típicos”100. Finalmente, han sido las pacientes investigaciones de Tovar
las que han zanjado la cuestión: “Nadie hablaría de un sustrato itálico o italiano, porque el
hecho de la diversidad lingüística de Italia primitiva es indudable. De modo semejante, la
diversidad lingüística de nuestra península resalta innegablemente en cuanto se penetra en
el estudio de los materiales tan variados que nos llegan de las distintas regiones. La contra-
posición de una Hispania indoeuropeizada y una Hispania iberotartesia, con la zona vasca
como apéndice de esta ultima, es fundamental. Y el castellano surge precisamente en la
zona que limitan ambas, lo cual a mi juicio es decisivo para sus caracteres”101.
Pero sobre los orígenes de las lenguas hispánicas Berlanga emite un juicio muy perso-
nal. “Mi opinión respecto a los orígenes de las lenguas españolas –dice él– es muy diversa

97
Se llama sustrato lingüístico al conjunto de tendencias de una primitiva lengua abandonada que, actuando
sobre la lengua adoptada, pueden afectar a su evolución en un sentido determinado. (VENDRYES, J., (1967),
El lenguaje, pp. 14 y 16)
98
LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua… p.21. CARO BAROJA, J., (1942), “Observaciones sobre
la hipótesis del vascoiberismo…”, Emerita , 10, p. 286.
99
EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual…, p. 13. CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orí-
genes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos). Segunda y Tercera partes…, p. 140.
100
GÓMEZ-MORENO MARTÍNEZ, M., (1942), “Las lenguas hispánicas”. En: Discursos leidos en la recepción
pública de D.Manuel Gómez-Moreno Martínez, el día 28 de junio de 1942. Madrid, Real Academia Española,
p. 8.
101
VENDRYES, J., (1967), El lenguaje, p.16.

1 4 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
de la emitida por Aldrete y de la sostenida por Mayans”. Berlanga sostenía que el castellano
es un dialecto derivado del catalán y el gallego, y no del latín, como aquellos decían. Y así
lo escribe: “Los idiomas hoy hablados en Barcelona, en Bilbao y en Santiago de Compostela
tienen según mis inducciones, distintos principios, representando las tres más antiguas razas,
que en tiempos remotísimos entraron a poblar la península española… habiendo sido en sus
comienzos el castellano un dialecto derivado del primero y del último, erigido mucho más
tarde por el azar en lengua nacional”. Unamuno pensaba algo parecido: “Si por dialecto
entendeis lengua nacida de otra, ni el gallego, ni el bable, ni el catalán, ni el vascuence son
dialectos del castellano. Vivía larga vida el vascuence, entonaba endechas el gallego, ani-
maba los puertos levantinos el vigoroso lemosín cuando todavía el castellano balbuceaba en
los poemas del Cid y el de Alexandre”.102
La lengua y la raza, pues. En pleno auge del paradigma raciológico, Berlanga muestra
sus contradicciones a la hora de interpretar estos conceptos. Por un lado admite la unidad
de ambos términos: “Los idiomas catalán, vascongado y gallego son los genuinos represen-
tantes de las lenguas que hablaban las tres razas que poblaron la España en remotos siglos,
los Iberos, los Vascones y Los Celtas (a los que dedica el capítulo tercero de Los bronces de
Lascuta…)103; y el castellano, nacido en su mayor parte en la Celtibérica, como en la Bética,
es el que cuenta con menos elementos nacionales, siendo una amalgama de diversas len-
guas estrangeras, entre las que predomina el latín…”104. Exactamente lo mismo sostenía Luís
de Eleizalde: “esa diversidad de lenguas es testimonio fidedigno de diversidad de razas …
Aunque es cierto que el criterio lingüístico ‘actualmente’ y tomado para individuos sea falaz
como definición étnica, no puede negarse que ha tenido gran valor protohistórico, y que no
lo ha perdido totalmente. Parece incontestable que en aquellas remotas edades los idiomas
definían y limitaban completamente a las razas; por esta razón, precisamente, el término
euzkeldun ha sido durante tan largos siglos apelativo ‘racial’, aunque ya hoy no lo sea”. Tesis
que suscribía Eguren: “La afirmación de Eleizalde acerca de la correspondencia de idiomas
con razas no puede admitirse en general, con criterio antropológico; sin embargo, en el caso
particular a que se refiere, y partiendo desde el punto de vista de la pureza de raza, no deja
de ser exacta”105. Pero en otros momentos, no obstante, Berlanga esgrime otras ideas sobre
la correspondencia entre raza e idioma. Así, en el año 1881 negaba el carácter biológico del
hecho lingüístico, que algunos sostienen aún hoy día, argumentando la falsedad de mante-
ner que donde hay una lengua existe una raza, defendiendo, por tanto, que “el idioma no es
el criterio de la raza, sino un elemento más de la composición étnica de una nación”, que “el

102
UNAMUNO Y JUGO, M., (1887), “Espíritu de la raza vasca” (conferencia dada en la sociedad “El Sitio”, de
Bilbao, el día 3 de enero de 1887). En: UNAMUNO Y JUGO, M., (1974), La raza vasca y el vascuence…, p.
57. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 80.
103
Lapesa reconoce que el catalán tiene un “esencial elemento iberorromano”, y admite que “la cuestión de si
el catalán, en su origen, es lengua iberorromanica o galorrománica ha sido muy debatida” (LAPESA MELGAR,
R., (1995), Historia de la lengua… pp. 106 y 175).
104
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 51. Vemos aquí a un Berlanga
inmerso en la más pura teoría del sustrato étnico.
105
ELEIZALDE, L., (1911), Raza, Lengua y Nación vascas, Bilbao, Imp. de Eléxpuru, 1911, p. 15; cit. EGUREN
BENGOA, E., (1914), Estado actual…, pp. 12 y 13.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 4 7
progreso de los estudios filológicos ha demostrado la fragilidad de semejante teoría, y que
la lengua no prueba otra cosa sino la presencia de un solo elemento entrando en la compo-
sición etnográfica de una nación, sin prejuzgar con ello la cuestión de la raza”106. Lo mismo
sostenía sobre la pretendida existencia de una raza latina en el antiguo imperio romano por
el mero hecho de existir una lengua latina, e igual criterio predicaba en el caso del idioma
español107. Unamuno aludía a lo mismo: “es doctrina bien comprobada en lo empírico que
no son idénticos los grupos filológicos a los étnicos”. Por su parte, Caro Baroja también
insistía en la “la idea general de que raza, lengua y cultura son tres cosas distintas, aunque
a veces vayan unidas de manera estrecha”108. Disiente, pues, Berlanga de toda una tradición
romántica, fundamentalmente alemana, según la cual la lengua era el factor constituyente
de la identidad nacional y cultural (sin lengua propia no hay Nación, y sin Nación no hay
sujeto político creador de Estado), perfectamente ejemplificada en el aserto de Hugo Schu-
chardt de que “die Sprache macht ein Volk, die Sprache ist das Volk”109 (“la Lengua hace al
Pueblo, la Lengua es el Pueblo”) o en la defensa que hace Sabino Arana de la concordancia
entre lengua, raza y nación: “el pueblo vasco no necesita constituirse, tiene la esencia en su
propio vivir: posee como núcleo la sangre de una raza inconfundible, como elemento ais-
lador posible una lengua singular, como manifestación y prueba de su existencia, su propia
historia”110.
“El vascuence –dice Berlanga– no se transformó como el ibero y el celta en otro neo-
latino, y por lo tanto en dialecto del dicho idioma italiota; pero que tomó del griego, del
latino y del árabe muchas voces; que dejó de hablarse en la edad media en parte de la
antigua Vasconia, porque sus habitantes emigraron hasta la Cantabria y a la Gascuña, y
por último que después de este cambio de morada, rompiese la unidad del mismo idioma
seccionándose en varios dialectos principales, como el guipuzcoano, el vizcaíno y el nava-
rro, que son cispirenaicos, el laburdano, el suletano y el bajo navarro, peculiares de la otra
parte de los Pirineos”111. Por tanto, Berlanga constata la evidencia del préstamo léxico de
las lenguas arianas (el griego, el latín y sus dialectos gallego, catalán y castellano) en el vas-
cuence, y no al revés (aduce la opinión de Mayans respecto a la influencia del castellano en
el vasco), pues, según él, el vascuence no había salido del periodo aglutinante y el pueblo
que lo hablaba se encontraba en un estado social de barbarie112. La certeza del préstamo
latino en el vascuence es una cuestión cabalmente demostrada modernamente. Así, Lapesa
declara la escasez de los préstamos del vasco al castellano, mientras que “la influencia
léxica del español sobre el vasco ha sido, y sigue siendo, enorme… el enorme caudal de

106
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p.337. Expresa aquí Berlanga una
teoría del sustrato exenta de racismo y basada en la mezcla de idiomas. MALMBERG, B., (1972), La lengua y
el hombre …, p. 219.
107
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p.336.
108
UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, p. 15. CARO BAROJA, J., (1943), “Observaciones
sobre la hipótesis del vascoiberismo…”, Emerita , 11, p. 56.
109
CARO BAROJA, J., (1943), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo…, Emerita , 11, p. 3.
110
ARANA GOIRI, S., (1899), “La conciencia de nosotros mismos”, El Correo Vasco, 30 de marzo de 1899.
111
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 56.
112
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 739, 741 y 746.

1 4 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
voces latinas que incorporó, transformándolas hasta adaptarlas a sus peculiares estructu-
ras, es la mejor prueba del influjo cultural romano”, hasta el punto de que “no hay esfera
material o espiritual cuya terminología no esté llena de latinismos”113. Recordemos que la
cuestión del préstamo léxico se había convertido en uno de los goznes de la polémica entre
Mayans –que considera que existen pocas palabras vascas en el castellano– y Larramendi
–que reclamaba los orígenes vascos del castellano (de ahí su Diccionario Trilingüe, especial-
mente crítico con el Diccionario de la Real Academia, defendido por Mayans)– ambos, por
su época, incapaces de comprender que una lengua puede aceptar en gran medida vocabu-
lario externo y mantener, no obstante, sus rasgos propios114.
En este sentido, una de las deducciones que saca Berlanga del estudio de los monu-
mentos epigráficos de la península es la del metamorfismo lingüístico, según el cual hay
nombres de raíz ibérica latinizada y nombres de raíz latina que han pasado a adoptar forma
hispana (ibérica o celta)115. Hasta hace poco los filólogos han venido discutiendo sobre ello:
por ejemplo, si a través del latín, subsistieron hábitos prerromanos en la pronunciación,
tonalidad y ritmo del habla, y si estos rescoldos primitivos influyeron en el latín hispánico
hasta la época en que nacieron los romances peninsulares. Berlanga conjeturaba que la
pronunciación del ibero debía ser parecida a la del catalán actual y establecía distinción
entre el latín del Lacio, el latín de Roma y el latín provincial. Esta última distinción es de
suma importancia por cuanto en ella vemos no sólo el interés de Berlanga por la fonética
y el papel de los sustratos lingüísticos primitivos en la formación de las lenguas romances,
sino también su defensa de la diversidad lingüística del Imperio Romano, fruto de una hibri-
dación racial y lingüística, según la cual el latín romano tomaría el amaneramiento de las
lenguas locales de Hispania o África, y ello en congruencia con su interpretación de la his-
toria como cruzamiento de culturas y razas, una visión que se asume plenamente hoy día,
pero algo atípica en el siglo XIX, tan cargado de ideas de identidad, diferencia, contraste y
agresión.116
Berlanga, al analizar determinadas palabras exóticas al latín, hizo notar asimismo que
determinados vocablos latinos pasaron al vascuence en la Edad Media a través del gallego,
del castellano o del catalán117. Esta novedad de la existencia de dos estratos en el préstamo
léxico del vascuence (latino y románico) la había apuntado Mayans y es un hecho constatado
hoy118. Una de las novedades más notables de la tesis de Unamuno es, justamente, la defensa
y estudio de la presencia del elemento latino y romance en el vasco119, primer intento serio en

113
LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua… pp. 27 y 52.
114
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … pp. 82, 84 y 86.
115
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 715 y 716.
116
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 251, 733 y 736. LAPESA
MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua… pp. 37 y 69. WULFF ALONSO, F., (2002), “La Antigüedad en
España …”, p.122. Observemos cómo los conceptos de hibridación y de cruzamiento se corresponden con
los fenómenos que hoy llamamos de interferencia y sustrato linguísticos. MALMBERG, B., (1972), La lengua y
el hombre …, pp. 220-221.
117
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 749 y 750.
118
LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua… p. 28.
119
UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, p. 31.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 4 9
España al respecto en mucho tiempo, todo ello, no lo olvidemos, frente a la noción imperante
del aislamiento y pureza del vascuence. Quedó así planteado el debate entre indigenismo y
alienigenismo, entre lo autóctono y lo extranjero, la cuestión del exotismo léxico (Campión),
del elemento extraño en el lenguaje (Américo Castro, 1920), del neologismo léxico (Urquijo),
y sus consecuencias en el bastardeamiento del vocabulario (Campión). En efecto, el aserto de
Unamuno de que en la lengua vasca hay muchos elementos tomados del latín o del románico,
algo que hoy parece obvio, en aquellos años se oponía a una doctrina que tenía en su favor
la inmensa autoridad de Larramendi y había sido aceptada por Astarloa y Hervás mismo. Tal
doctrina suponía que, una vez demostrado el carácter primitivo del vasco, y supuesto que esta
lengua se había extendido también por Italia, las palabras latinas en vascuence no eran prés-
tamos tomados en Hispania de los romanos, sino al revés, herencia en el latín del vasco120.
Así, Sabino Arana, en 1901, suponía, basándose en el “considerable elemento euzkerico que
se halla en la lengua latina”, que fueron los vascones los aborígenes o primeros invasores de
la Italia primitiva121. En este punto se generaron tres posturas: los partidarios de que el vas-
cuence era un simple idioma de acarreo (a los que se tilda de antivasquistas), los defensores
del aislamiento y pureza del vascuence y los partidarios de una postura intermedia, entre ellos
Unamuno y, así lo creo, Berlanga. Éste criticó el panbasquismo, al igual que el panlatinismo
y el panceltismo122, y siempre sostuvo, como hemos dicho, la existencia de una hibridación
tanto en uno como en otro idioma, no sólo en lo lingüístico (fue el latín el que influyó en el
vascuence, y no al revés123), sino también en lo social. Entre los partidarios de la segunda pos-
tura esta Campión. Afirma éste que en el vascuence se da “cierta “idiosincrasia antiséptica”
que retarda mucho la deformación grave del léxico” (algo parecido constataría más tarde
Menéndez Pidal: la enorme duración de los cambios lingüísticos), “idiosincrasia debida pro-
bablemente a que el núcleo significativo goza de la defensa con que le arman los sufijos y pre-
fijos gramaticales”, y para ello aduce la opinión del romanista Luchaire, según el cual “varias
formas léxicas usuales han permanecido, por decirlo así, inalteradas desde el fin del siglo X, …
y que el estado de la lengua, por lo que a la parte del léxico en que nos ocupamos toca, no ha
cambiado desde hace ocho siglos”. Según Campión los antivasquistas afirman que los vascos
no han inventado nada, que lo han recibido todo, “vituperios que difundieron Vinson y Hove-
lacque, mentores de muchos antivasquistas españoles y franceses”124. Estoy convencido de que

120
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … p. 188. “El padre Larramendi era un hombre de una
curiosidad extraordinaria. Desde el punto de vista del historiador no era del todo seguro y tuvo una especie
de tendencia “panvasquista”, de suerte que quiso demostrar con comparaciones, con palabras que ponía en
relación, algo que hoy parece que puede considerarse como lo inverso a lo que él pensó. Es decir, él encontró
muchas palabras vascas y muchas palabras latinas que se parecían y, en su concepción de la lengua vernácula
autóctona no mezclada con otras, emitió la hipótesis de que el vasco había influido en el latín. Esta hipótesis,
naturalmente, parece que hoy no se puede defender y sí la contraria de que el latín ha influido en el vasco “.
(CARO BAROJA, J., (1986), El laberinto …, p. 124).
121
EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual…, p. 71.
122
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 731, 740 y 774. UNAMUNO Y
JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, p. 31.
123
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 336, 733 y 740.
124
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Segunda y Tercera partes…, pp. 130, 132, 141 y 142.

1 5 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
para Campión uno de ellos era Berlanga.
Como vemos, a partir de aquí este argu-
mento se impregnó también del debate
sobre la pureza o rudeza del vascuence y
su posibilidad de ser idioma literario y de
cultura, que veremos en otro apartado.
Para tratar de hacer valer la poca
influencia que ha tenido el préstamo
léxico en el vascuence, Campión se
oponía a la afirmación de Vinson de que
la inclusión de vocablos extraños en un
léxico demuestra que el pueblo acep-
tante no conocía la cosa significada por
el vocablo aceptado, y que, por tanto, la
recibió al mismo tiempo que éste. Cam-
pión aduce que se han podido producir
homofonías fortuitas y ha podido haber
supuestos de amnesis léxica entre los
vascos, como los tocantes a la denomi-
nación del “cielo”, “cuerpo” y “árbol”.
Más adelante veremos la opinión de Ber-
ARTURO CAMPIÓN
langa, Vinson y Hovelacque al respecto.
Decidido partidario del aislamiento y
pureza del vascuence, pues, Campión culpa de este bastardeamiento del vocabulario al
“comercio intelectual y mercantil, a la contigüidad geográfica, a la preponderancia política y
nacional” y al “proteiforme imperialismo”. Y trae a colación la famosa cita de Lebrija: “siem-
pre la lengua fue compañera del imperio; e de tal manera lo siguió, que juntamente comen-
zaron, crecieron e florecieron, e después junta fue la caída de entrambos”. También reprende
Campión el error de comparar vocabularios populares con cultos, y aunque reconoce que
el actual vocabulario vasco adolece de numerosos huecos, “de ahí no puede inferirse la
inferioridad intelectual del pueblo euskaldun, atribuyendo su civilización entera a elementos
extraños”125. Obsérvese cómo la lengua se ha antropomorfizado en un pueblo: la lengua es
el pueblo, que decía Schuchardt.
Este problema no ha dejado de tener actualidad. Julio de Urquijo así lo comprendió.
En el Congreso de Oñate, reconocería que uno de los dos principales problemas que tenía
planteado el vascuence en aquellos años era el del neologismo léxico, y presagiaba un difí-
cil acuerdo al respecto porque, según él, había dos posturas: “la de los que siguen a Arana
Goiri (uno de los vascos que más se han preocupado por el resurgimiento de la lengua), el
cual preconiza en sus escritos el abandono de todos los vocablos tomados del latín o de las
lenguas neolatinas, y la postura de los que creemos que deben respetarse, a falta de voca-

125
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Segunda y Tercera partes…, pp. 134, 136, 137, 138 y 140).

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 5 1
blos genuinamente vascos, aquellos que se han asimilado a nuestra lengua mediante una
evolución fonética o semántica”. Termina señalando que en el famoso Diccionario de Azkue
se eliminaron multitud de palabras que eran claramente españolas o francesas, y aun así un
50% de los vocablos incluidos eran de origen exótico, que, “si se desechan del léxico lite-
rario, nos veríamos obligados a crear miles de vocablos nuevos aún para los objetos e ideas
más usuales”126.
Finalicemos este apartado con una referencia a la negación que hace Berlanga de la
pretendida identidad entre ibero y vascuence. En el Congreso de Arqueología de Francia
celebrado en Dax en 1888 se reconocía que “la cuestión ibérica no ha adelantado un paso”,
y se intentaba “averiguar si los vascos hablan el ibero o no”. El parentesco entre las llamadas
lengua o lenguas ibéricas y el idioma vasco fue admitido por Schuchardt y Uhlenbech y
negado por Vinson y Philipon. Campión parece inclinarse a los primeros y Eleizalde coin-
cide con los filólogos franceses, según Eguren127. Berlanga, por su parte, se alinea con éstos
y hace suyas las conclusiones de Vinson en su articulo La Langue iberienne et la langue
basque, que “demuestra lo inexacto de las etimologías ideadas por Humboldt respecto de
la toponimia hispana, lo absurdo de las interpretaciones vasconas de las leyendas numarias
iberas inventadas por Boudard y lo escaso de conocimientos en el idioma vasco de Phillips,
que sigue la escuela de Humboldt y de Boudard con una erudición de segunda mano”128.
Todavía en 1942 Manuel Gómez-Moreno mantenía que los iberos eran los primeros pobla-
dores de España, admitiendo que en su época aún no se conocía bien su origen: “mantié-
nese un testimonio vivo de primitivismo: el habla vasca, cuyas características responden
muy bien al tipo de nomenclatura geográfica y personal que a aquellas gentes se atribuye,
y al aspecto externo de sus monumentos escritos, en un alfabeto cuya fijación aproximada
creo que me corresponde”. Admite que el plomo de Alcoy, en escritura ibérica, puede irse
descifrando por el vascuence, “con menguado éxito aún”. Pero reconoce que “el escollo,
pues, del iberismo, no está precisamente en dificultades de trascripción, sino en su esencia
lingüística”. Es decir, que, como otras inscripciones de la zona mediterránea, las inscripcio-
nes ibéricas son “fácilmente legibles, pero ininteligibles también. La filología europea, entre
pinitos, anda en mantillas aun”129.

3.2. El problema del idioma primitivo: negación del vascuence como lengua
perfecta, primitiva y universal de España.

Desde el punto de vista científico, entre los lingüistas de la época era común la idea
de que los estados sociales y lingüísticos más sencillos, y a la par más homogéneos, eran
también los más antiguos y primitivos, y que a medida que ha pasado el tiempo las cosas se
han ido complicando. Seguían en esto un criterio extraído del estudio de las ciencias natu-

126
URQUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual …”, pp. 420 y 421.
127
EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual…, pp. 38 y 62.
128
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 775.
129
GÓMEZ-MORENO MARTÍNEZ, M., (1942), “Las lenguas hispánicas …”, pp. 7 y 8.

1 5 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
rales. Esta hipótesis no es cierta, y es lícito afirmar que si ahora en el mundo hay grandes
variedades de lenguas y culturas, hace tres mil años también las había y que el estudio de
las lenguas de los pueblos primitivos ha demostrado la existencia de sistemas lingüísticos
muy evolucionados y complejos130. Pero no debemos olvidar la trascendental importancia
de estas teorías para la historia cultural moderna. Así, decía Schleicher (1821-1868) que la
evolución lingüística se produce siempre bajo el signo de la decadencia y que siempre se
va de un estado simple (indoeuropeo) a un estado más complejo (lenguas modernas). Pero,
como hemos dicho, modernamente se sabe que la lengua primitiva no era tan sencilla. Apli-
cando a la lingüística los métodos naturalistas, considerando a las lenguas cual organismos
vivos, intentó Schleicher establecer leyes fonéticas universales. Es la época de la llamada
tiranía de las leyes de evolución en la lingüística131. Según Unamuno, el doctísimo Schlei-
cher, afirmaba que el vasco “no presenta afinidad real o conocida con familia alguna”, y la
tenía por lengua única, sin hermanas, enigmática, que parece ser la sola lengua aborigen o
primitivamente nacida de Europa132.
Si abordamos ahora la cuestión desde el punto de vista especulativo, filosófico, cabría
decir que la creencia en la existencia de un idioma primitivo y único, la búsqueda proteica
de una especie de piedra filosofal idiomática, de la cual quedaran restos en otros idiomas
después de la confusión de las lenguas y dispersión de las gentes según la hipótesis bíblica,
fue uno de tantos tópicos que en su seno albergó la lingüística hasta el advenimiento de
la lingüística comparada. Es una idea que florece en el siglo XVI, cuando se piensa, con
apoyo en la Biblia, no sólo que las lenguas derivan de una sola –“Era la tierra toda de una
sola lengua y de unas mismas palabras” (Genesis, 11-1)–, sino que ésta no es sino la hebrea.
Se sentó el dogma de que el hebreo era el idioma primitivo hablado en el Paraíso (la teo-
ría del hebraísmo primitivo) y los autores echaron la imaginación a volar133. La lingüística
no entró en su verdadero periodo científico, pues, hasta que desechó esta preocupación,
hasta que abandonó para ello los métodos puramente especulativos (obra de filósofos) y
adoptó los comparativos. En España todos los lingüistas o eran filósofos o al menos habían
escrito sobre filosofía; faltaba la inducción, la doctrina experimental, fundada en el examen
detenido de los hechos del lenguaje. En este sentido hay que interpretar la constante crí-
tica de Berlanga al método etimológico y su apuesta por el método histórico-comparatista.
Siempre estuvo en contra de las “fantasiosas etimologías”, que con toda razón califica de
equivocadas, a pesar de lo cual seguían siendo “aceptadas … como la última expresión de
la crítica histórica y filológica, reinando por muchos años sin rival y siendo aun hoy punto
menos que imposible desterrarlas por completo”134. Era consciente Berlanga, por tanto, de
que el estudio del parentesco de las lenguas y la fijación de su desarrollo histórico no debe
realizarse sobre términos aislados (en el léxico o vocabulario, basándose en la semejanza

130
CARO BAROJA, J., (1943), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo…, Emerita , 11, p. 50. MAL-
MBERG, B., (1972), La lengua y el hombre …, p. 224.
131
VENDRYES, J., (1967), El lenguaje, p. 7.
132
UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, p. 33.
133
MOURELLE-LEMA, M., (1968), La teoría lingüística …”, p. 91 y 93. como dijimos, Cánovas sostenía aún ideas
parecidas.
134
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 58.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 5 3
o desemejanza de las palabras), sino sobre la construcción gramatical y general del len-
guaje. Esta había sido la intuición de Hervás, que preludió el modo de pensar que culmina-
ría con los grandes maestros de la lingüística (Brugmann, Delbruc, Meyer-Lubke, Meillet).
Efectivamente, la lingüística estructural moderna ha venido a poner de relieve, frente a la
concepción atomista de la antigua escuela -que consideraba cada fonema como una uni-
dad aislada y perseguía sus cambios a lo largo de los siglos- el papel del sistema dentro de
los cambios. Un elemento fonético no cambia normalmente al margen de los demás. Es el
sistema el que cambia, y con él las relaciones entre sus miembros. En consecuencia, los
cambios lingüísticos se deben a un sinnúmero de factores diferentes, por lo que la concep-
ción mecanicista de la lengua del siglo XIX (aquellas leyes fonéticas de que era partidario
Unamuno, siguiendo a Schleicher) ha quedado superada. Las modificaciones solo pueden
entenderse si las relacionamos con la estructura general que forman la sociedad y la cultura
en bloque y con las alteraciones que ocurren en dicha estructura. La historia de la lengua
ha de ser simultáneamente la historia de la sociedad y la cultura. Todo esto nos recuerda lo
dicho anteriormente sobre la nocion berlanguiana de sintagma135.
Como curiosidad complementaria recordemos que esta búsqueda del idioma primi-
tivo se completaba con los esfuerzos que por aquellos años se realizaban para crear una len-
gua universal que uniera a todos los hombres. En España esta aspiración se materializó en
el Proyecto y ensayo de una lengua universal y filosófica (Madrid, 1851), de Bonifacio Sotos
Ochando, así como en la creación de la Sociedad de la Lengua Universal (1860), de la que
fueron socios, entre otros, Cánovas del Castillo, Juan Eugenio Hartzenbusch, Francisco Mar-
tínez de la Vega, Pedro Gómez de la Serna (amigo de Berlanga) y Pascual Madoz. En Francia
también se creó una sociedad similar en 1861. Por su parte, en Alemania, desde la Revista
Euskara, publicada en Berlín entre 1886 y 1896, se propuso que se adoptara precisamente
el vascuence como idioma universal136.
Larramendi pensaba que el vascuence era la lengua primitiva y universal de España ,
una de las lenguas matrices mayores y que además se había conservado intacta137. “Poseíais
una lengua más antigua que cualquiera de las conocidas, más rica que vuestros montes,
más vigorosa y altiva que vuestras costas, más bella que vuestros campos, y era la lengua de
vuestros padres, la lengua de vuestra raza, la lengua de vuestra nacionalidad”, decía Sabino
Arana138. Arturo Campión se expresaba en parecidos términos: “La raza vasca guarda rela-
ciones de afinidad más o menos estrecha (aun supuesta la singularidad étnica señalada en
ella) con las demás razas de la Europa occidental. Pero no sucede lo mismo si estudiamos su
idioma. El vascuence no es lengua que provenga de ninguno de los más importantes pueblos
con quienes los vascos mantuvieron contactos más o menos íntimos en tiempos históricos;
no es semita (fenicia, árabe, hebrea), ni ariana (céltica, griega, latina, germánica); ni siquiera

135
Sobre todo ello, MOURELLE-LEMA, M., (1968), La teoría lingüística …”, p. 93, 94, 96 y 155. MALMBERG, B.,
(1972), La lengua y el hombre … pp. 214-215.
136
EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual…, p. 32. MOURELLE-LEMA, M., (1968), La teoría lingüística
…”, p.121 y 124.
137
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … pp. 87 y 90.
138
ARANA GOIRI, S., (1894), “La ceguera de los vizcaínos”, Bizkaitarra, 15, (30-09-1894).

1 5 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
es de las llamadas fino-turanias”139. El aislamiento del pueblo vasco a lo largo de la Histo-
ria era la circunstancia que se alegaba para la perfecta conservación del vascuence, como
señalan Canovas y Unamuno140. Hoy no puede sostenerse aquella postura, aunque sabemos
que es cierto que las lenguas relacionadas con el euskera tuvieron en la península, antes
de la dominación romana, a juzgar por las informaciones toponímicas, una extensión muy
amplia adyacente al país vasco, es decir, un ámbito mayor que el de los antiguos vascones
(el Pirineo desde Navarra al río Noguera Pallaresa –topónimos en “berri”, “gorri, “erri”–, el
sur de Álava, noroeste de la Rioja, este de Burgos, franja cantábrica, norte y centro de la
meseta, Andalucía), pero “es innegable que, cuando se trata de topónimos situados lejos del
País Vasco, la atribución de vasquismo ha de hacerse con reservas tanto maores cuanto lo
sea la distancia”. En este sentido, véanse las reservas que formula Tovar sobre el vasquismo
de topónimos como Iliberis (latinización del vascuence “Iriberri” = “ciudad nueva”, que se
da tanto en el Rosellón como en el entorno de Granada), objeciones que ya Berlanga hizo
constar en su día141.
Por tanto, otro aspecto de la polémica entre Larramendi y Mayans será el de la his-
toricidad del idioma, que éste siempre subrayó frente a aquél. Mayans esgrime para ello
el sensato argumento de la dialectología para probar la variabilidad en el tiempo y la dife-
renciación gradual de una lengua común primitiva142. Al respecto tercia Berlanga: “ni los
vascongados de hoy conservan, pues, la pureza de raza, que muchos han pretendido, ni el
idioma, que hablan, ha llegado hasta nuestros días en toda la integridad arcaica, defendida
con tanto entusiasmo por los hijos de aquellas comarcas”143. Sobre la supuesta perfección
del vascuence se pronunció Vinson con claridad meridiana. “Suele decirse que el euskara es
el más admirable, el más perfecto idioma del mundo. Esto no puede sostenerse ahora. Cierto
es que el euskara se presenta como un muy respetable resto de los tiempos antiguos, tal vez
como una preciosísima huella de los pueblos prehistóricos de la Europa occidental, pereci-
dos en el inmenso desarrollo de los siglos; pero nada tiene en su organismo que nos parezca
bastante especial para justificar tal ditirambo, y me atrevo á decirlo, tal entusiasmo”. Para él
este entusiasmo “es propio de personas que no han estudiado más que las lenguas clásicas,
y á quienes no han sido enseñados los datos y el método de la ciencia moderna. Comparado
el vascuence con el latín, el griego, el francés y otros semejantes idiomas, queda aturdido
el escritor y le parece contemplar un hermoso gigante al lado de un diforme enano; pero
disminuye la alucinación si le compara con el hebreo, y desaparece por completo cuando
entran en la esfera de la comparación el húngaro, el japonés, las lenguas de la América, de

139
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1928), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Primera parte… p. 386.
140
CÁNOVAS DEL CASTILLO, A., (1873), “Introducción”, p. 31. UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del
problema …”, p. 12.
141
LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua… pp. 29-36.
142
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … p. 94. “Si el latín, en los veintidós siglos que han
transcurido desde su implantación en Hispania, ha cambiado hasta convertirse en nuestra lengua actual, la
transformación del vasco a lo largo de sus cuatro o cinco milenios de probable existencia tiene que haber sido
incomparablemente mayor” (LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua… p. 29).
143
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 131.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 5 5
la África y de las Indias orientales, y tam-
bién si al mismo tiempo se examina el origen
del lenguaje, su pasado, su historia, su por-
venir y su objeto”144. En el mismo sentido
se expresa Urquijo: “Porque la lengua vasca
….. no es, a pesar del desarrollo maravilloso
de su conjugación, ni una creación divina
sin igual ni una creación humana como otra.
No presenta, ni puede presentar, nada de
absolutamente nuevo, dadas las concordan-
cias que ofrecen los fenómenos lingüísticos
que se observan en todas las lenguas de la
tierra; pero gérmenes que se encuentran en
todas partes se han desarrollado en ella en
proporciones y circunstancias muy especia-
les”. En consecuencia, según Urquijo, para
estudiar el vasco no hay que adoptar méto-
JULIO URQUIJO dos distintos de los que se aplican al estudio
de otras lenguas; y sería deseable que “todos
los vascófilos abandonáramos sistemas “ a priori” y prejuicios de bandería o de escuela y
tuviéramos siempre presente que el método debe ser experimental y de inducción, basado
únicamente en los hechos, de los cuales se han de sacar las leyes que rigen la evolución de
nuestra lengua”145.

4.—EL PUNTO DE VISTA LINGÜÍSTICO

4.1. ¿Hubo uno, o varios idiomas iberos?

En esta época existe una gran confusión sobre los orígenes de los iberos y sobre qué
debía considerarse como ibérico. Se discutía sobre el sentido que cabía dar al vocablo
ibero. Por algunos se intentaba darle un sentido lingüístico, en vez de un contenido solo
geográfico, confusión en que cayeron Schulten y Bosch, entre otros146. Se trataba de ver si
la raza ibera hablaba una lengua única y común. Humboldt era partidario de la unidad de
la lengua ibérica. Campión se muestra contradictorio al respecto: por un lado ve imposible
que se hablase una lengua única, o mejor, uniforme, admitiendo que existirían dialectos;
aunque después parece partidario de la unidad fundamental de la lengua ibérica147. Por

144
VINSON, J., (1879), “El método científico …” p. 18.
145
URQUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual …”, pp. 417-418.
146
CARO BAROJA, J., (1942), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo…”, Emerita, 10, p. 254.
147
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Segunda y Tercera partes…, pp. 32 y 46.

1 5 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
su parte, Tubino negaba la unidad ibérica. Se oponía a la tesis de Humboldt y otros que
se empeñaban en traducir las inscripciones ibéricas con la lengua vasca, contra los que se
apoya en el numismático Antonio Delegado para negar la “soñada unidad del iberismo”.
Al analizar los argumentos toponímicos Tubino contradice las explicaciones de Humboldt y
señala con todo acierto que el frecuente elemento –ippo del sudoeste de la península no es
vasco en absoluto; acepta de van Eys la negación de que los nombres de tipo Asta se puedan
explicar con el vasco aitz (= roca); admite que el frecuente topónimo Ili-Iri puede tener rela-
ción con el vasco iri; y adhiere a Delgado y a Zobel en cuanto a la variedad de los alfabetos
usados en España, señalando con prudencia para entonces no exagerada que en general las
inscripciones ibéricas de monedas y demás “no se remontan mas allá del III a lo sumo”148.
A falta de datos antropológicos, el desciframiento de la lengua ibérica en monedas y
epígrafes se convirtió en uno de los requisitos para dilucidar el problema lingüístico de la
España prerromana. Berlanga dedicó buena parte de su Los bronces de Lascuta, Bonanza y
Aljustrel a estas cuestiones. No olvidemos que el establecimiento de un sistema de lectura
fidedigno de la escritura ibérica no se alcanza definitivamente hasta 1943, con la publica-
ción de La escritura ibérica, de Manuel Gómez Moreno149. A este empeño habían dedicado
un trabajo de siglos eruditos como Antonio Agustín, el marqués de Valdeflores (cuya apor-
tación quizás sea la más importante de su época) y Pérez Bayer. En el siglo XIX, tras los tra-
bajos de Grotefend, Erro y otros, la sistematización más importante fue, según Caro Baroja,
la de Antonio Delgado, cuya senda fue seguida entre otros por Heiss, Zobel de Zangroniz,
Berlanga, Pujol y Camps, Phillips y el propio Hübner. En las aportaciones de éstos se susten-
taron las relevantes contribuciones de los dos epígonos de este primer ciclo de la historia
de la epigrafía ibérica: Hugo Schuchardt (Die Iberische Deklination, 1907) y Antonio Vives
(La moneda hispánica, 1924). A pesar de todo lo escrito, aún en 1952 Caro Baroja dedica a
este tema un sólido ensayo, consciente de que el problema del desciframiento de las escri-
turas hispánicas prerromanas, lejos de estar resuelto, “es el más trascendental que ofrece
la Arqueología hispánica hoy día”. Reproduciremos aquí su opinión sobre la contribución
de Berlanga en esta materia: “Contemporáneo de Zobel fue don Manuel Rodríguez de Ber-
langa, conocido epigrafista, que en libro de gran erudición, pero algo arbitrario, tomando
como pretexto la publicación de los bronces de Lascuta, Bonanza y Aljustrel, emprendió el
estudio de la Etnología y Filología hispánicas prerromanas, y dedicó bastante espacio al pro-
blema de la escritura (Los bronces de Lascuta, p. 146-266). Luego de dividir en varios gru-
pos lingüísticos la Península, combatiendo de manera personal, pero no muy convincente,
las teorías más en auge en su época, como la misma del “vascoiberismo”, entra de lleno en
él. La historia de los intentos de lectura ocupa las primeras páginas del capitulo IV, en que

148
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … p. 163.
149
GÓMEZ-MORENO, M., (1943), “La escritura ibérica”, Boletín de la Real Academia de la Historia, CXII, pp.
251-278, cit. CARO BAROJA, J., La escritura en la España prerromana. En: VV.AA., (1952), Historia de Es-
paña (dirigida por Ramón Menéndez Pidal), vol. II, Madrid, p. 692. “A pesar de que cuenta con abundante
documentación y pasan del millar sus palabras registradas, es muy poco lo que se sabe del ibérico: su sistema
fonológico, algunas raices y sufijos, la reiterada aparición de otros elementos cuyo significado se desconoce.
Nada hay seguro respecto a su procedencia, aunque ciertos indicios la hace suponer camítica, norteafricana”
(LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua …, p. 24).

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 5 7
defiende el origen fenicio de las escrituras peninsulares. Examina a continuación el material
numismático, apartándose de Zobel en algunos extremos, y tras clasificar las regiones mone-
tales en siete grupos, analiza uno por uno los signos, comparándolos con los fenicios. A esto
sigue una colección de epígrafes ibéricos no monetales y otra de inscripciones latinas en que
aparecen nombres o palabras indígenas. La labor del doctor Berlanga, como le llamaban en
los centros científicos europeos, no es, ni mucho menos, tan importante, tan original, como
la de Zobel; discípulo fiel de Delgado, no alcanzó a comprender los positivos adelantos que
se deben al erudito filipino. Su intento de compilar los diversos datos conocidos en su época
es de todas suertes plausible, y lo hubiera sido aún más de no haberse dejado dominar de
un prurito de originalidad e independencia que no iba acompañado de la crítica debida”
. Erudición, vastos objetivos e ideas independientes y originales. No es poco elogio en un
historiador como don Julio, que precisamente reprochaba a Hübner la falta de ideas perso-
nales y de originalidad interpretativa en su Monumenta linguae ibericae (Berlín, 1893)150,
una apreciación en la que coincide con Manuel Gómez Moreno (1870-1970), el descifrador
del alfabeto ibérico: “una obra (Monumenta linguae…) digna de su erudición asombrosa,
pero no hizo más… era método y trabajo alemán… pero no cierra siquiera la discusión del
alfabeto”.
En su análisis sobre la cuestión y tras el estudio de treinta y cinco leyendas moneta-
les iberas, las de lectura más determinada y acreditada, Berlanga parte de la existencia de
dos alfabetos ibéricos (ibérico propiamente dicho y obulconense) y de que ambos nacie-
ron del fenicio, pero sufrieron la influencia de los colonizadores griegos151. Al adoptar los
iberos (idioma ariano) letras fenicias (lengua semítica) hubo alteraciones. El origen asiático
del alfabeto ibero se deduce de la supresión de las vocales; el ibero tiene veintiuna letras,
análogas al alfabeto de veintidós letras fenicio, y con muchas variantes. Por tanto, mantiene
Berlanga que las letras iberas deben compararse primero con las egipcias y después con
las fenicias, las púnicas y las griegas y romanas arcaicas, citando la bibliografía existente al
respecto. Dentro del conjunto epigráfico que maneja, Berlanga centró su atención en las
novedades que aportan las acuñaciones ibéricas de las colonias greco-hispanas de Rodas,
Ampurias y Sagunto, estudiadas por Zobel y Pujol. Esto le llevó a la interesante conclusión
de que la influencia griega hace generar en el ibero dos grupos: A) el ibero del este, norte
y noroeste de España, el verdadero ibero, el ibero propiamente dicho; B) el ibero obulco-
nense, el obulconense. A continuación Berlanga estudió extensamente, letra por letra, el

150
CARO BAROJA, J., (1952), La escritura en la España prerromana … pp. 681-690.
151
El papel preponderante que Berlanga atribuía a los fenicios en la civilización de la península ibérica contrasta
con el que le asigna Sabino Arana: “los fenicios (que asimila a los españoles), gente de tez negra”... Dedicados
exclusivamente a la adquisición de riquezas, carecían de la noción más rudimentaria de la religión y la moral.
Envilecidos en la fiebre del comercio y la industria, no servían para pelear. Si algún extranjero caía sobre ellos
para conquistarlos: o preferían la paz comercial a la libertad y se sometían vilmente al conquistador otor-
gándole el tributo que les exigiera, o formaban ejércitos asalariados” (ARANA GOIRI, S., (1895), “Prólogo”
a “La bandera fenicia” (Sainete histórico en dos actos) , Bizkaitarra, 31, 28-07-1895). Sobre las opiniones
de Berlanga a que hacemos mención en los párrafos siguientes, véanse RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M.,
(1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 188, 196,197, 198, 199, 201, 202-215, 214, 217, 222-226, 227,
233-249-266, 337, 654; y RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Los vascones y la Prehistoria. Apéndice
a ‘Una inscripción ibérica inédita de la Turdetania’ ”, RABM, año II, nº 8 y 9, p. 387.

1 5 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
alfabeto griego y su correspondencia gráfica con el ibero verdadero, basándose sobre todo
en Delgado y algo menos en Zobel, pero aportando siempre sus opiniones. Y después estu-
dia el ibero obulconense letra por letra , redactando unos cuadros concordando el griego
con el fenicio y el ibero y el obulconense con el romano. Berlanga estableció una serie
de diferencias entre el ibero y el obulconense: A) el obulconense se escribe de derecha a
izquierda, como hacían los fenicios, y contiene nombres de individuos, titulares de algún
cargo; B) el ibero se escribe de izquierda a derecha, contiene nombres de pueblos o tribus, y
por ello han podido descifrarse. Rafael Lapesa parece apoyar esta tesis cuando dice: “Parece
que el tartesio, hablado desde el Algarbe hasta el Bajo Guadalquivir, era distinto del ibérico,
extendido por el Este de Andalucía, todo Levante y la parte oriental del valle del Ebro hasta
llegar al sur de Francia más allá del Rosellón”152.
Pasa a continuación Berlanga a hablar de los epígrafe ibéricos. Dice que es poco lo
publicado al respecto, mientras que es mucho lo editado sobre moneda ibérica. Llama la
atención a las instituciones del Estado para que se haga un Corpus Inscriptionum Iberica-
rum, un viaje arqueológico al estilo de Velázquez. Divide los epígrafes en genuinos, dudo-
sos y falsos. Para los epígrafes genuinos Berlanga va siguiendo lo publicado por Velázquez,
Erro, Hübner y otros, constatando que en aquella época el material epigráfico a utilizar era
muy limitado: “solo se conocen del ibero cortas leyendas monetales (solo cuatro bilingües),
pocos epígrafes y es difícil restablecer este alfabeto o su fonética” (en relación con esto
último Berlanga, no obstante, conjeturaba que la pronunciación del ibero debía ser parecida
a la del catalán actual). No era mucho mejor, sin embargo, la situación a mediados del siglo
XX, pues los monumentos epigráficos conocidos hasta los años cuarenta eran solamente el
plomo de Pujol de Castellón (lo cita Hübner), las inscripciones de los vasos de San Miguel
de Liria (1935), el plomo de la Bastida (1934), el plomo de Alcoy (Gómez Moreno, 1922)
y el bronce de Luzaga (Hübner)153. Ante esta situación, reconoce Berlanga que en su época
no se conocía el idioma ibero, solo el alfabeto, y nada de gramática, pues para ello era
necesario haber encontrado un texto bilingüe y que existiera una lengua viva emparentada
con él154. Lapesa y Caro Baroja, en nuestros días, llegaban a la misma conclusión: ”La escri-
tura ibérica ofrece ya pocas dificultades para su lectura…; pero no se ha encontrado hasta
ahora ninguna inscripción que al lado de la versión indígena contenga otra en una lengua
bien conocida” (Lapesa); “Las inscripciones epigráficas ofrecen una dificultad fundamental
para ser interpretadas directamente mientras no se encuentre algún epígrafe de cierta longi-
tud escrito en dos o más sistemas” (Caro)155. Éste, haciéndose eco de la postura de quienes
creían en un idioma ibero extendido por toda la península y antecesor del vascuence, les
reprochaba: “Ignoramos la lengua en que están escritos los monumentos más importantes
del este, como el plomo de Alcoy y la inscripción de Castellón; y sin embargo, de los territo-
rios pirenaicos catalanes y aragoneses (en que se encuentra con ciertas garantías una lengua

152
LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua… p. 24. CARO BAROJA, J., (1952), La escritura en la Es-
paña prerromana … p. 695.
153
CARO BAROJA, J.,(1943),“Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo …”,Emérita, 11, p. 4.
154
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 249-250.
155
LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua… p. 22.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 5 9
parecida a la vasca, coincidiendo en admitir esto la investigación epigráfica y el estudio de
ciertos fenómenos acaecidos en las lenguas romances descubiertos por Menéndez Pidal) no
se tiene escrúpulos en correr el vasco por toda la costa hasta el valle del Guadalquivir”. Uno
de los que mantiene esta teoría es, dice Caro, Gómez Moreno, que afirmaba que “en la ono-
mástica del sur … hay nombres que se parecen a los del este tenidos por vascos” (Gómez
Moreno, “Sobre los iberos y su lengua”), es decir, la tesis del vascoiberista de la existencia de
una lengua semejante en Levante y Andalucía antes de la era cristiana. Caro Baroja pone sus
reparos a todo esto y concluye que dicha hipótesis sólo se aclararía cuando se descifrasen
las inscripciones del litoral mediterráneo del Ebro al sur, tales como el plomo de Alcoy, las
de Valencia, la de Castellón o las de San Miguel de Liria, mostrándose escéptico sobre el uso
del vascuence para su lectura. Y añade que para estudiar la lengua del centro y sur hay que
estudiar los idiomas líbicos, el fenicio, el celta, etc., antes de echar mano del vasco actual,
cuya fonética es complicadísima y cuya gramática histórica se conoce poco156. Aquí incidi-
ría Berlanga, como veremos a continuación. En este sentido Juan Corominas, y en cuanto a
toponimia románica, reflexionaba: “¿Vascos en la Costa Brava, en Valencia, en Andalucía,
e incluso al occidente de esta última región? No, sin duda eran iberos y nos hallamos ante
elementos comunes a las dos lenguas. En consecuencia, más vale no decidirse entre vasco e
ibero cuando se trabaja en toponimia románica, y limitarse a hablar de ibero-vasco”. Lapesa,
por su parte, reconoce que las escasas coincidencias de la lengua vasca con la ibérica no
implica que ambas “tengan origen común ni que una descienda de otra: el contacto entre
los dos pueblos hubo de originar mutuo influjo lingüístico, más activo probablemente por
parte de los iberos, dado el mayor avance de su cultura“157.
En cuanto al estudio de la onomástica del sur de España y su importancia para la
interpretación del idioma ibero, Berlanga aportó la novedosa posibilidad de que el estudio
de los nombres de persona –lo que él llamaba la “onomatología”– de las monedas obulco-
nenses, junto al estudio onomástico y toponímico de las monedas ibéricas y de las lápidas,
monedas y manuscritos de los clásicos griegos y latinos, podría ayudar al desciframiento de
la escritura ibérica. Retengamos el decidido empeño de Berlanga en esta materia, si tene-
mos en cuenta que el estudio del significado de los nombre propios (onomatología), junto
al de los nombres en general (onomástica) y sus derivaciones (toponimia y antroponimia)
ha resultado ser de una gran importancia en lo estudios lingüísticos contemporáneos, y así
lo proclamó Gómez Moreno158. En el mismo sentido incidió Philipon en su La declinaison
dans l’onomastique de l’Iberie, una obra que facilitaría muchas de las informaciones de La
declinación ibérica de Schuchardt, quien también, por cierto, estudió los nombres ibéricos
de persona en un artículo en la Revista Internacional de los Estudios Vascos, en 1909159. Tras
el análisis de esas monedas e inscripciones, Berlanga llega a importantes conclusiones: el

156
CARO BAROJA, J., (1943), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo …”, Emérita, 11, pp. 38, 39,
40, 44 y 51.
157
LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua… pp. 24-26, 35-36.
158
VENDRYES, J., (1967), El lenguaje, p. 39. GÓMEZ-MORENO MARTÍNEZ, M., (1942), “Las lenguas hispánicas
…”, p. 8.
159
EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual…, p. 52. URQUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual …”,
p. 406.

1 6 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
origen africano, no latino, de muchos nombres; que en la Bética los apelativos fenicios, afri-
canos e ibéricos andaban mezclados, lo que no sucedía por ejemplo en la parte céltica de la
península; y que también en la zona central del iberismo (desde el reino de Valencia Ampu-
rias) aparecen epígrafes con nombres africanos e indígenas, no latinos o griegos. Y es que la
influencia africana a través de las lenguas camíticas (beréber, copto, cusita y sudanés) en el
ibérico, y desde éste su paso al vascuence, ha sido una de las hipótesis sostenidas moderna-
mente sobre el origen del idioma vasco. Así lo entendía Schuchardt, que estableció relacio-
nes entre el vasco y los idiomas camíticos. Pero Berlanga, sin embargo, nunca apoyó esta
derivación, sino que sostuvo la hipótesis de la relación del vasco con los idiomas turania-
nos, como veremos más adelante. Modernamente no se ha sostenido esto último, sino una
relación sobre todo con elementos caucásicos, además de influencias camíticas (tomadas
de la lengua o lenguas ibericas), indoeuropeas precélticas y célticas, así como latinismos y
voces románicas 160. Aparte de las coincidencias innegables con el idioma camito-semítico,
“el vasco –dice Tovar– coincide en todo lo demás con lenguas cuyo centro parece estar en
Europa oriental y más allá: lenguas caucásicas o las indoeuropeas más antiguas (sánscrito,
hetita, en parte latín)”161. Por el contrario, como decimos, el origen caucásico Berlanga lo
proponía para los iberos: “Los iberos españoles proceden de la Iberia oriental caucasiana y
oriundos de la Aryana”. Campión dedica un pequeño epígrafe de su obra a la “defensa del
origen caucásico de los iberos españoles por el Sr.Berlanga”, diciendo: “también propala
el origen caucásico y la oriundez aria de los iberos el insigne humanista D.Manuel Rodrí-
guez de Berlanga (en nota, Los bronces de Lascuta…), a la vez que el origen turanio de los
baskones”. Tras resumir la tesis de Berlanga sobre la expansión de los iberos, añade: “Tal es,
sucintamente resumido, el brillantísimo cuadro del origen y difusión de los iberos trazado
por el Sr.Berlanga, con erudición maciza bebida en las mejores fuentes (en nota Plinio, Esta-
bón, Scilax, itinerario Antonino, Mela, Ptolomeo, Spruner-Menke y su Atlas Antiquus tab. 2).
Todo ha podido suceder como el Sr.Berlanga nos lo cuenta, excepto que los iberos sean arias
y los baskones no sean iberos, que es el punto que a mÍ me interesa. Los que siguen opinio-
nes como estas privan a los iberos de la preeminencia de habitantes autóctonos de España,
es decir, los primeros hombres que la poblaron; y a imitación de Varron, abren con ellos la
serie de las inmigraciones históricas… al revés de cuantos los declaran representantes de la
prehistórica población dolicocéfala de la península”162.
He aquí cómo Berlanga, que para Campión es el representante visible de estas ideas
en España, viene a clavar el dardo en la diana del problema que se sustancia por aquellos
años entre los historiadores españoles: ¿los vascones son los descendientes de los iberos?;
¿eran éstos los primeros pobladores de España?

160
LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua… p. 28.
161
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … p. 196.
162
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Segunda y Tercera partes…, pp. 25-29.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 6 1
4.2. El vascuence, lengua turaniana y aglutinante.

El siguiente texto de Vinson puede servirnos para fijar la cuestión que queremos plan-
tear en este capítulo: “…Dicen, pues, los lingüistas, que siendo el lenguaje la expresión del
pensamiento, la lengua más perfecta será aquella en que mejor y más pronto se manifiesten
los modos y las variedades del pensamiento. Además es sabido, que cada idea tiene dos
cualidades, dos caracteres esenciales, el hecho físico ó moral que representa y las relaciones
de éste con otros; así es que se ha atribuido al lenguaje, á la palabra, un doble objeto, la
expresión simultánea del hecho y de sus relaciones. Cada voz, pues, en cualquier lenguaje
vulgar, tiene dos cosas que expresan la significación y la relación, y la lengua más perfecta
será la que las haga sensibles juntamente, con un sólo esfuerzo vocal. Se ha descubierto,
que al principio a ninguna lengua correspondía esa facultad; que únicamente con el curso
del tiempo lo consiguieron algunas, quedando inferiores bajo este punto de vista las demás.
No tengo ni el espacio ni el tiempo suficiente para desarrollar la teoría entera; bastará decir
que se han dividido las lenguas en tres grupos formales. Los del primero no expresan las
relaciones sino por dos palabras distintas; las del segundo usan también dos palabras, pero
la segunda de éstas queda reducida al oficio de servidora, vasalla ó esclava, y no tiene exis-
tencia independiente; las del tercero, con las palabras de significación producen cambios
internales cuando se necesita expresar relaciones. Así quedan distinguidas las lenguas en
monosilábicas, aglutinantes y flexionales, y es preciso recordar, que cada lengua del segundo
y tercer grupo ha pertenecido los tiempos pasados al grupo ó grupos precedentes. En cuanto
al vascuence, pertenece al grupo segundo, y sólo con los idiomas de la misma clase con-
viene compararlo. Al primer examen parece superior á muchos, pero también inferior á algu-
nos. Por ejemplo, el edificio gigantesco de su tan celebrada conjugación, tiene compañeros
iguales en América; los Tuaregs ó los Algonquines envuelven en el verbo de sus idiomas el
sujeto y el régimen. Dichas lenguas y otras muchas, pueden además añadir á la raíz varias
sílabas y expresar modificaciones numerosas, mostrando que la acción es pasiva, recíproca,
posible, habitual, agradable etc. Tampoco posee el vascuence las terminales posesivas, usa-
das en muchos idiomas; dice nere echen, mi casa, en dos palabras, cuando el húngaro, p:
ej: le basta una sola, diciendo: házan, mi casa, házank nuestra casa, házaink, nuestras casas,
etc.”.163
Arturo Campión , años después, todavía daba valor a esta clasificación tipológica o
formal (“tentativa genial para penetrar en el organismo de las lenguas” nacida “en la época
de los grandes lingüistas”, según sus palabras), frente a la más moderna clasificación genea-
lógica, fundada en la historia de las lenguas, en la continuidad lingüística manifestada en el
sistema morfológico, sostenida por Meillet en Les langeus du monde (1924)164. Unamuno,
por su parte, acepta esta clasificación tripartita, cuando afirma que “todos los lingüistas
colocan hoy al euskera entre los idiomas aglutinantes, segunda fase del desarrollo de todo
organismo lingüístico, como determinó Schleicher (1850)”, una idea que “siempre será ver-

163
VINSON, J., (1879), “El método científico …” p. 19.
164
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Kel-
tas y Baskos). Segunda y Tercera partes…, p. 108.

1 6 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
dad que debe aprovecharse en la ciencia”. Ahora bien, “es cuestión insoluble si debe darse
a esta doctrina del desenvolvimiento valor objetivo y real o subjetivo y lógico”. Unamuno
acepta, por tanto, la teoría evolucionista, “que explica las diferentes fases en los idiomas
como momentos de un desarrollo único, de un suceder constante”, aunque, como vemos,
le critica su contenido idealista: como toda teoría “que se levanta sobre los fenómenos y
quiere hallar la condición del proceso, no tiene sino valor lógico”; es una mera explicación
subjetiva, de orden trascendental, no empírico, “y harto lo evidencian los esfuerzos titánicos
de Schleicher, que al querer hacer objetiva una ley lógica del conocer, cayó en dificultades
mayores, achaque común a la escuela hegeliana, que buscó fuera del sujeto y del objeto,
fuera del ideante y el ideado, en la idea, lo absolutamente incondicionado”. Estas reflexio-
nes de Unamuno demuestran la influencia que en él tuvo el krausismo (recordemos que
fue colaborador de la Institución Libre de Enseñanza, a la que perteneció Charles Darwin
como socio honorario), con su tenden-
cia al transformismo organicista, según
el cual las distintas formaciones históri-
cas eran la palmaria expresión de una
evolución que se hacia patente sobre
todo en las instituciones, especie de
ramas del gran organismo social, en
cuyo seno nacen, crecen y mueren. En
la misma línea, su interés por la obra
de Spencer, de quien tradujo muchos
de los títulos publicados en castellano,
o su acercamiento al marxismo desde
finales de los años ochenta hasta 1897
aproximadamente165.
Unamuno creía, y con razón, que
el estudio de estos “grupos”, que hoy lla-
maríamos “tipos” (monosilabismo, aglu-
tinación y flexión), estaba solamente
iniciado, por lo que la comparación del
vasco con otras lenguas no era posible.
No obstante apreció que el vasco se MIGUEL DE UNAMUNO JUGO

encuentra en un “lugar intermedio entre


la aglutinación y la flexión, es un idioma aglutinante en el cual se desarrollan hoy mismo for-
mas flexivas, como el paso de la antigua conjugación aglutinante a la conjugación analítica
con el auxiliar”. Berlanga es mucho más categórico al respecto: “Desde El imposible vencido
de Larramendi, publicado en Salamanca en 1729, hasta la Grammaire comparée des dialectes
basques de Van Eys, impresa en Paris en 1879, ha mediado siglo y medio de trabajos ininte-
rrumpidos sobre este idioma, merced a los cuales en la actualidad es bien conocida su estruc-

165
UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, pp. 16, 26 y 33. GÓMEZ PELLÓN, E., (1998),
“Unamuno y la antropología …”, pp. 39, 40, 41, 43.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 6 3
tura especial, sabiéndose sin género alguno de duda que pertenece a la gran familia de los de
aglutinación, como todos los turanianos, entre los que se comprenden algunas lenguas vivas
europeas y varias americanas ... este pueblo misterioso (el vasco) … ha logrado ser clasificado
con alguna certidumbre entre los turanianos. A la vez puede afirmarse que semejante deduc-
ción presentada por la filología, llega a concordarse sin mucho esfuerzo con los escasísimos
datos transmitidos por los historiadores … Max Müller ha dado este nombre (“turaniano”) al
numeroso grupo de idiomas septentrionales uralo-altaicos o ugro-tártaros, como el tonguso,
el mongol, el turco, el finnes y el samoyedo y a otros hablados en el Asia meridional como el
tamulo, el bhotiyo, el taienno y el males. Son idiomas hablados originariamente por nómadas,
lo que los distingue profundamente de los arianos y semíticos”166.
La discusión sobre el carácter ariano o turaniano del vascuence dió mucho que hablar.
En “La declinaison dans l’onomastique de l’Iberie”, precursora de La declinación ibérica de
Schuchardt, Philipon deduce de la similitud de los sufijos ibéricos e indoeuropeos, de un
lado, y de la divergencia entre la aglutinación vasca y la derivación ibérica, de otro, que los
vascos no tienen nada que ver con los iberos. Los argumentos en que se apoya para afirmar el
carácter indoeuropeo del ibero no parecen decisivos a Vinson en su “La langue o les langues
iberiennes”. No obstante Vinson niega con Philipon todo parentesco entre el ibero y el vas-
cuence, aunque reconoce el carácter aglutinante e incorporante de ambas lenguas. La tesis de
Schuchardt es diametralmente opuesta a la de Vinson: para él ciertos nombres iberos y sobre
todo aquitanos presentan un marcado aspecto vasco -como sostuvo Luchaire- y encuentra
muchos puntos de contacto entre la declinación ibérica y la vasca, como veremos167. Berlanga
fue el principal sustentador en España de la teoría de que el vascuence no era lengua indo-
europea, como modernamente se considera168, sino turania, pues atribuía una ascendencia
turania al pueblo vasco, opinión que también sustentó Estanislao Sánchez Calvo en Estudios
filológicos (Madrid, 1884). Esta posición historiográfica la confirma años después, y desde las
filas nacionalistas vascas, el antropólogo Enrique Eguren, que dice que, según Berlanga “los
vascos no pueden referirse ni a los iberos ni a los celtas”; y añade una cita de Berlanga: “a juz-
gar por su idioma de hoy fueron turanios que en apartadísimas edades arribaron nómadas a las
montañas pirenaicas, como también en épocas remotas sus congéneres a la Rusia, a la Media
y a la Armenia, y, encontrando ya ocupada la península por los iberos, viéronse obligados a
permanecer en la región pirenaica próxima al Océano Atlántico”169.

166
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … p. 186; UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica
del problema …”, p. 17; MÜLLER, F.M., (1864), La Science du langage ..., I, pp. 369-370 y 501-502; cit.
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 131, 135. El supuesto grupo
lingüístico turaniano, también llamado uralo-altaico, está constituido por los idiomas fino-ugrios y altaicos,
principalmente. Hoy está en discusión la existencia de tal unidad lingüística, y se prefiere hablar de grupo
urálico o fino-ugrio: finés, estonio, lapón, húngaro y samoyedo, por un lado; y por otro, de grupo altaico:
turco, mongol, hablado desde el Volga, en Rusia asiática, Turquestán Chino y Mongolia, y manchú, que se
habla en Manchuria, NO. del Irán y N. de Afganistán. (Diccionario de Términos Filológicos: www.geocities.
com/g_troncos/filol/FILOLU.HTM - 9k).
167
Sobre todo lo anterior, véase URQUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual …”, p. 405; EGUREN BENGOA,
E., (1914), Estado actual…, p. 52.
168
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … p. 199.
169
EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual…, p. 34.

1 6 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Berlanga, en el contexto de su oposición a la pretendida comunidad racial entre vas-
cos e iberos, parte de la idea, basada en los geógrafos griegos y romanos, de que en la
península ibérica se asientan tres razas: iberos, celtas y vascones170. Iberos y celtas son
pueblos arianos, provienen del mismo tronco indo-germánico, mientras que los vascones
son turanianos. La presencia de los iberos la delata, según él, los topónimos en “tania” (del
sánscrito “stan” pasa al griego y latín) y la de los celtas los topónimos en “briga” y “dunum”,
cosa admitida modernamente. Después de trazar una síntesis de la expansión del pue-
blo turaniano desde Asiria a España, Berlanga sostiene que la llegada de los vascones a la
península es anterior a la de los iberos171. Unamuno constataba también que “últimamente
se ha supuesto por muchos una invasión de pueblos turánicos que hoy representan los vas-
cos, anterior a la de los iberos”, y se hacía eco con escepticismo de la opinión de Whitney,
que admitía que el vascuence fuera “acaso el último testigo de una civilización del oeste
de Europa, destruida por invasores de raza indoeuropea”, opinión ésta que, no obstante,
hoy día parece la más sólida. Según Tovar, ello parece estar confirmado actualmente, y hoy
sabemos que el actual territorio de la lengua vasca lo era ya cuando llegaron los indoeuro-
peos hacia el 1.000 a.c.. Éstos se establecieron en las zonas euskéricas pero no impusieron
su lengua, a diferencia de lo que pasó en Cantabria o Celtiberia. Así sobrevivió el vasco con
su plena personalidad como única lengua preindoeuropea de toda Europa occidental (ni en
los Alpes, ni en Gran Bretaña, ni en Irlanda), una lengua con caracteres ajenos al mundo de
latinos, germanos y celtas que cubren sin otra excepción el mapa lingüístico de la Europa
medieval y moderna172. Por su parte, Menéndez Pelayo (1856-1912), aun reconociendo que
el asunto aparecía lleno de dificultades, aventuraba la siguiente secuencia, que coincide a
grandes rasgos con la de Berlanga y Unamuno:

“a) La existencia de una primitiva emigración, que algunos llaman turania, y otros, con
mejor acuerdo y más prudencia, se limitan a apellidar éuscara o vascona. La verdadera
prueba de que los llamados turanios hicieron morada entre nosotros está en la persis-
tencia del vascuence, lengua de aglutinación (con tendencias a la flexión), no íbera,
como vislumbró Humboldt (y añade en nota: “Idéntica opinión sostiene, en su precioso
discurso de entrada en la Academia de la Historia, mi sabio amigo el P. Fita, gloria de la
Compañía de Jesús y de España. Reconozco su alta competencia en este género de estu-
dios, pero no me decido ni en pro ni en contra de su tesis. Especiosas son las analogías
que nota entre el vascuence y el georgiano de la Iberia asiática, pero quizá no bastante
fundamentales para establecer el parentesco de ambas lenguas. Pueden éstas parecerse
en el sistema numeral y en otros caracteres, sin que se extienda a más la analogía. Con-
fieso que soy profano en tales materias; pero o reina gran variedad en cuanto al signi-

170
A ello dedica el capitulo 3 de Los bronces de Lascuta. “Iberos, keltas y baskos”, recordemos, es el subtitulo
del libro de Campión aquí tantas veces mencionado.
171
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 85, 133, 134, 135. LAPESA
MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua… p. 19.
172
Sobre todo lo anterior véase WHITNEY, W.D., (1875), La vie du langage, Paris, Germer Baillière, p. 212; cit.
UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, pp. 25 y 33. TOVAR LLORENTE, A., (1980),
Mitología e ideología … pp. 185 y 195-196.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 6 5
ficado de la palabra turanio o el P. Fita viene a darnos indirectamente la razón cuando
escribe: «Esta lengua pertenece al primer período de flexión, que distingue al grupo turá-
nico del indo-europeo.»), sino turania, si hemos de creer a muchos filólogos modernos
(en nota: Cf. HUMBOLDT (W.), Prüfung der Untersuchungen über die Urbewohner His-
paniens vermittlels der Vaskichen Sprache... (Berlín 1821). Sostienen que el vascuence
es lengua ugro-tártara: PRICHARD, Researches into the Physical History of Mankind...
(London 1836-37; 5 tomos en 8.º); BUNSEN, Report to the Seventeenth Meeting of the
British Association (London 1848) pp. 254-299. Pocos filólogos usan ya el nombre de
turanias para designar las lenguas uralo-altaicas). A éstos toca y pertenece resolver las
cuestiones siguientes: «¿Ocuparon los turanios toda la Península o sólo la parte septen-
trional? ¿Cómo se entiende la semejanza de caracteres antropológicos entre los vascon-
gados, que hablan ese dialecto, y las razas céltico-romanas (cántabros, etc.), vecinos
suyos? ¿Qué explicación plausible tiene la indudable existencia de restos y costumbres
celtas entre los éuskaros? Si los celtas impusieron su dominio a la población turania, que
no debía ser inferior en número, ¿cómo adoptaron la lengua del pueblo vencido? Y, caso
que la admitiesen, ¿por qué se verificó este fenómeno en una región limitadísima y no en
lo demás del territorio? … »

b) Una primera invasión indo-europea es, a saber, la de los iberos, que algunos confun-
den con los turanios, pero que parecen haber sido posteriores, idénticos a los ligures,
sículos y aquitanos, y hermanos mayores de los celtas, puesto que la fraternidad de Ibe-
ros y Keltos fue ya apuntada por Dionisio de Halicarnaso. Ocuparon los iberos toda la
Península, de norte a mediodía. (En nota: El lenguaje de los aquitanos era más semejante,
según dice Estrabón, al de los iberos que al de los celtas. San Jerónimo asegura simple-
mente que la Aquitania se jactaba de origen griego, sin especificar nada acerca de su
lenguaje).

c) Una segunda invasión arya, la de los celtas, cuya emigración por las diversas comarcas
de Europa conocemos algo mejor. En España arrojaron del Norte a los iberos, y, adelan-
tándose al otro lado del Ebro, formaron con los iberos el pueblo mixto de los celtíberos,
si es que esta palabra indica verdadera mezcla, que también es dudoso” (En nota: Con
soberbia crítica se ha negado que en España hubiera iberos y sí únicamente celtas ribe-
reños del Ebro. Pero Diodoro Sículo (1.4) dice expresamente lo contrario, y lo confirma
LUCANO: Profugique e gente vetusta Gallorum, Celtae miscentes nomen Iberis, y con él
MARCIAL, Nos Celtis genitos et ex Iberis; y así otros muchos, entre ellos Varrón, citado
por Plinio el Naturalista)” 173.

173
Unamuno suscribiría en 1886 la tesis que le había oído a Menéndez Pelayo de que “el pueblo vasco es el
resto de un pueblo aborigen anterior a las primeras invasiones de iberos y celtas” (UNAMUNO Y JUGO, M.,
(1886), “Del elemento alienígena en el idioma vasco”, Revista de Vizcaya, I, p. 164; cit. TOVAR LLORENTE,
A., (1980), Mitología e ideología … p. 185). MENÉNDEZ PELAYO, M., (2003), Historia de los heterodoxos es-
pañoles, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (edición digital basada en la de Madrid, La Editorial
Católica, 1978), Libro I, Capítulo II, pp. 80-81.

1 6 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
No obstante, el joven Unamuno tenía serias dudas tanto sobre lo que era el “grupo
turánico” –una cuestión étnico-lingüística que, efectivamente, aun no estaba madura cientí-
ficamente–, como sobre la inclusión del vascuence en dicho grupo: “¿Qué se entiende por
grupo turánico? Hay confusión; pues mientras para unos designa los idiomas que no son
aryos ni semíticos para otros es sinónimo de altaico en geografía; y para los más es sinónimo
de aglutinante en lingüística… Es evidente la distancia inmensa que separa el hipotético
grado de cultura que la Paleontología lingüística puede asignar al pueblo vasco y aquella
floreciente civilización acadiana, el pueblo más antiguo y mas típico representante de los
turánicos, cultura que con exageración sin duda se ha dicho ser la cuna de la posterior
humana, ya que de los pueblos turánicos, según las mas verosímiles conjeturas, se quiere
hacer arrancar al pueblo vasco ... Así se escribe la historia, suelen clamar. Y bien se puede
añadir: y así se inventa la prehistoria. Lástima grande que Jerónimo Román de la Higuera no
viva en estos tiempos, que ni pintado podría hallarse otro mejor para ir creando por este pro-
cedimiento la ciencia nueva que llaman prehistoria”174. Téngase en cuenta que por aquellos
años se debatía sobre la interpretación de las inscripciones cuneiformes del Oriente Medio
y se mantenían posturas contrapuestas sobre si los turanios crearon la civilización de Akkad
y Sumer. Arturo Campión también era muy escéptico sobre el “turanismo”: “que la lengua
sumeriana sea aglutinante parece cosa probada (La langue primitive de la Chaldée et les
idiomes touraniens, por François Lenormant, Paris, Maisonneuve, 1875); que esa lengua sea
uraloaltaica, y que el pueblo autor de la escritura cuneiforme sea de la llamada raza turania,
es un aserto mucho mas inverosímil. La superposición de dos razas en esos países caldeos
y asirios, dolicocéfala una y braquicéfala otra, la acreditan representaciones plásticas allí
descubiertas … Sin duda porque el insigne príncipe Bonaparte publicó una Memoria, breve
pero interesante, sobre algunas analogías reinantes entre la gramática de las lenguas finesas
y el vascuence (Langue basque et langues finnoises, Londres, 1862), se apresuraron algunos
a incluir a los vascos en las filas de las lenguas y pueblos llamados turanios, dando cuerpo a
una idea que andaba vagando desde los días de Retzius, autor de la monumental Crania sue-
cica antiqua. Así, por ejemplo, el ilustre Sayce declara que veía estrecha relación entre el vas-
cuence y los idiomas de la familia uraloaltaica, sobre todo si se emplea para la comparación
la lengua sumeriana, el ejemplar mas añejo de la familia turania… El concepto equívoco de
turanio disfrutó de extraordinaria boga durante algún tiempo. Pero la pluralidad de sentido
disminuye notablemente su valor científico, y aún le priva de él. Algunos llaman turanio a lo
que no es ni aryo ni semita; otros lo emplean como sinónimo de aglutinante en lingüística, es
decir, como opuesto a lo monosilábico y a lo flexional; y otros denominan turánico al grupo
de lenguas uraloaltaicas o altaicas (samoyedo, fines, turco, mongol y tungús). El parentesco
de estas lenguas no está demostrado definitivamente a satisfacción de todos; no pasa de ser

174
UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, pp. 29, 50 y 51. La crítica a Román de la Higuera
–“uno de nuestros más redomados falsificadores de antaño” (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1909), “He-
rrerías y Villaricos. Prehistoria, cronología y concordancias”, RAAAB, vol. 6, nº 59, pp. 89-141)– es constante
en la obra de Berlanga. Asimismo, Menéndez Pelayo lo consideraba como “falsario a la cabeza de todos”
(MENÉNDEZ PELAYO, M., (2003), Historia de los heterodoxos …, p. 247). Caro Baroja tambien se ocupó de
él en su obra Las falsificaciones de la historia (en relacion con la de España) (Círculo de Lectores, Barcelona,
1991).

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 6 7
verosímil, y ha sido objeto de varias disociaciones. De esta suerte, el vascuence, que es len-
gua aglutinante, quedó dentro de la demarcación turania, y con el idioma a una, o por causa
del idioma, fueron adscritos los vascos a esa raza … (Además de su sentido lingüístico)
“turanio” tiene un sentido antropológico. Unos dicen que proviene del patriarca Thur …
Otros … explican el nombre por un vocablo iranio que significa “enemigo”: Turan era, por
tanto, el país de los enemigos. El Zend-Avesta narra las luchas entre el Irán y el Turán, lo que
dió visos de veracidad a la hipótesis. Estos turanios fueron vecinos un tiempo de los aryas
en el corazón del Asia; al separarse tomaron dos rumbos, hacia la Mongolia éstos y hacia
el Poniente aquéllos. Los que llegaron a Europa se subdividieron en tres grupos: al sudoeste
los vascos; los escandinavos, lapones y finlandeses al noroeste; y al centro los húngaros o
magiares”. El turanismo “transición entre los chinos y los arias”, según Bunsen, denominador
común de todas las nesciencias de la etnología y la lingüística, ha tomado cuerpo de teoría
importante, barajando lenguas, razas y pueblos. Es un vasto, vastísimo mundo tenebroso.
Sus voces en la historia son los martillos de Túbal-Quain y los caballos de Atila. Las razas
finesas, turcas y húngaras, dice Renan, el grupo uraloaltaico, no tuvieron otro arte que el de
la destrucción y nunca supieron organizar civilización propia”175.
Pero es evidente que Unamuno, por otro lado, tampoco consideraba al vasco lengua
aria, indoeuropea. La teoría del arianismo de los vascos –dice– la inició Chaho, que defen-
día las relaciones del vascuence con el sánscrito, el celtibérico y el tártaro (Histoire primitive
des Euskariens-Basques, langus, poésie, moeurs et caracteres de ce peuple. Introduction à
son histoire ancienne et moderne, 1847) y la siguieron Fita (El Gerundense y la España Pri-
mitiva”, 1879) y Fernández Guerra (El Libro de Santoña). Según Unamuno, se ha pretendido
ver idiomas arios en todas partes (etrusco, etc.), lo cual atribuye al exclusivismo y hegemo-
nía del arianismo. Y añade que “hoy la opinión más autorizada y realmente la menos inve-
rosímil es la del origen turánico o tartárico del euskera. Entre sus defensores figura el eximio
lingüista príncipe Luís Luciano Bonaparte en su obra Langue basque et langues finoises; M.
Charencey en la suya titulada La langue basque et le idiomes de l’Oural, opinión que ha sido
por muchos aceptada bajo la bien ponderada autoridad de estos euskaristas. Ya antes que
ellos la había indicado el doctísimo M.Antoine d’Abbadie en 1836 (Etudes gramaticales sur
la langue euskarienne, de D’Abbadie y Chaho), parece inclinarse a ella M.W.J. Van Eys (Dic-
tionnaire basque-francais”, 1873), y la siguen casi todos los lingüistas de hoy (Sayce; Arndt,
1818; Rask, 1826). Pero añade que esta tesis es una pura ilusión, pues se basa en atribuir
parentesco a algo que sólo expresa análogo grado de desarrollo. Señala que las pruebas que
se alegan son puras analogías gramaticales en la formación del verbo y de las palabras com-
puestas y en la mal llamada declinación. Esta crítica de Unamuno –atribuir parentesco a
algo que solo expresa análogo grado de desarrollo– fue la misma que suscribió Chavée en el
Congreso de Orientalistas de Paris (1873), donde, en palabras de Cánovas, demostró “que
la familia de las lenguas aglutinantes, a la que se pensaba pertenecía el vasco, ni siquiera
existe en realidad. Esa forma de expresar las relaciones gramaticales por medio de elementos
distintos de la raíz con que se unen ya como prefijos, ya como afijos, quedando invariables

175
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1928), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Primera parte… pp. 359, 360, 361 y 363.

1 6 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
la raíz y ellos igualmente, hasta aquí característica del grupo particular de las llamadas len-
guas aglutinantes, corresponde, según Chavée, a una edad o periodo de vida necesario y
transitorio de todo idioma. El mismo autor, separa al vasco de las familias turánica, mongola
y finlándica con las que se le identificaba”176.
Berlanga sigue a Lenormant (1837-1883) (Études Accadienes, I) y mantiene que el
acadio –idioma de los primitivos habitantes de la Caldea– representaba para las len-
guas turanianas lo que el sánscrito para las arianas. Aquel idioma se caracteriza por no
admitir distinción de géneros y por el reemplazo de los “casos” (típicos de las lenguas
de flexión) por posposiciones que se aglutinan al radical, convirtiéndose el empleo de
estas posposiciones casuales en uno de los hechos esenciales y característicos de las
lenguas propiamente turanianas. Sigue también Berlanga a Julio Oppert (1825-1905) (Le
peuple et la langue des mèdes, Paris, Maisonneuve, 1879), donde dice que “no hay en el
idioma de los medos distinción de géneros, en lo cual se conforma a las lenguas turania-
nas”, añadiendo que “el carácter general de la lengua médica, como el de todos los idio-
mas turanianos, se muestra en lo que se nombra impropiamente declinación, que es más
bien la aglutinación de terminaciones que indican las categorías”. Habiendo constatado
este hecho lingüístico en el vascuence, reitera Berlanga lo dicho por Van Eys de que “el
vascuence no conoce el género (Grammaire comparée des dialectes basques) y que las
modificaciones del nombre, que en otras lenguas son expresadas por los casos o por las
preposiciones, son indicadas en vasco por sufijos, no teniendo el vascuence declinación”.
Por tanto, Berlanga caracteriza al vascuence por lo que es más orgánico en toda lengua
(sistemas de declinación y conjugación) y no por lo que es más pegadizo (“sonsonete”)177.
En este sentido decía Unamuno: “Los antiguos euskaristas, artistas más que hombres de
ciencia, tomaban el vasco tal como lo hallaban (a veces de segunda o tercera formación)
y lo comparan con voces de otro idioma, sin más ley que la del sonsonete: así procedie-
ron, dada la época, Astarloa, Moguel y demás; pero admira que aún hoy, viviendo en el
siglo de la Filología, muchos piensen igual”178. Insistió siempre Berlanga, pues, en que el
vascuence no tiene declinación a la manera del griego o el latín, por ser una lengua aglu-
tinante (los sufijos se aglutinan a la forma principal del verbo), y no de flexión (como el
francés, el castellano, el gallego y el catalán, lenguas neolatinas), necesitando valerse de
sufijos y partículas, muchas de ellas monosilábicas, y siempre constantes, para expresar
los modos, tiempos y accidentes casuales179.
No obstante, Hugo Schuchardt (1842-1927), filólogo de gran reputación internacio-
nal en su momento, pondría más tarde de relieve, frente a Van Eys y otros lingüistas, que el
vascuence se caracteriza precisamente, frente al latín y al griego, por no tener más que una

176
UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, pp. 26-29. CÁNOVAS DEL CASTILLO, A., (1873),
“Introducción”, p. 22.
177
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 135. CARO BAROJA, J., (1943),
“Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo desde el punto de vista histórico”, Emérita, 11, p. 6.
Campión también veía similitudes entre el vascuence y la lengua “shumero-acadiana” (EGUREN BENGOA,
E., (1914), Estado actual…, p. 40).
178
UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, p. 34.
179
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica … (II), pp. 63 y 68.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 6 9
declinación –válida para todos los nombres y pronombres sin distinción de sexo–, la cual
derivaría de una supuesta declinación ibérica, opinión que ha tenido mucho peso e influen-
cia en los medios lingüísticos mundiales y que Caro Baroja se encargó de impugnar180. En
primer lugar, aduciendo que la base de la demostración de Schuchardt está en parte en
las inscripciones monetales leídas conforme al dudoso valor que daba a las letras Hübner,
siendo más correcto el valor asignado a las mismas posteriormente por Gómez Moreno.
En segundo término, constatando que el propio material numismático fue compilado por
Hübner sin mucha crítica, dando cabida a muchos letreros y variantes recogidos en obras
de numismáticos anteriores, variantes que con frecuencia se deben a la imaginación, fal-
sificación o al desconocimiento de los copistas, por lo que se declara más partidario de la
depuración numismática publicada por Vives (La moneda hispánica, Madrid, 1924), fruto
de la observación sobre los originales. Lamenta, en definitiva, Caro la actitud poco crítica
de Schuchardt al emplear los materiales de Hübner, y tampoco entiende las razones de éste
(al que llama “genio de la laboriosidad”) para llevar a cabo un trabajo tan penoso como el
que hizo sin tomar ciertas medidas de orden metodológico interno. Cobra sentido de esta
forma el empeño de Berlanga, que citábamos más arriba, por distinguir los epígrafes genui-
nos de los falsos, en orden a la correcta interpretación de la escritura ibérica. Al analizar la
lista de cecas monetales y su ubicación geográfica, Caro encontró efectivamente algunos
parecidos con el vasco, pero éstos lo eran mucho más con el celta. Y es que –se queja Caro-
los epigrafistas nunca concedieron gran importancia al celta (que sí tiene un contenido lin-
güístico claro, mientras que lo ibérico no), un error fundamental del que viene padeciendo
toda nuestra historiográfia, de modo que se cae en la paradoja de que sin aclarar lo que es
lo céltico se lanza a determinar lo que es lo ibérico. Centrado en el asunto, Caro observó
resultados negativos al ir estudiando los distintos casos de la supuesta declinación ibérica,
y en concreto merece citarse su afirmación de que hay que separar por completo el sufijo
vasco que no permite que detrás (mediante un sistema de flexión) se coloquen desinencias
como las que se ven en las inscripciones, del elemento del mismo o parecido sonido que se
halla en sistemas de flexión, con lo cual parece corroborar la opinión de Berlanga respecto
a las desinencias en el vascuence. En definitiva, la conclusión de Caro sobre la existencia
de la declinación ibérica es que no hubo tal esquema declinativo en una supuesta lengua
ibérica propiamente dicha, pues lo que hizo Schuchardt fue englobar bajo ese sistema ele-
mentos heterogéneos181.
Relacionado con los intentos de lectura del idioma ibérico a través del vascuence,
dejemos constancia también de la polémica en torno al topónimo Iliberri (nombre antiguo
de Granada), al que se ha dado el calificativo de “caballo de batalla” de los vascoiberis-
tas, sobre el que los eruditos españoles antiguos argumentaron frecuentemente y sobre el
que Berlanga escribió extensamente en un libro-homenaje a Menéndez Pelayo. Según Caro
Baroja, en La Declinación ibérica Schuchardt intentó demostrar que Iliberri es Iriberri (= la
ciudad nueva o el pueblo nuevo) en vasco, y recuerda que “ya Humboldt sostenía que era

180
CARO BAROJA, J., (1943), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo …”, Emerita, 11, pp. 12-24.
181
CARO BAROJA, J., (1943), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo …”, Emerita, 11, pp. 7, 10,
13, 18, 19, 24, 35 y 36.

1 7 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
en el sur donde había más topónimos parecidos al vasco y esgrimía victoriosamente este
ejemplo de Iliberri o Illiberris”. Philipon criticó esta etimología –termina diciendo Caro-, pero
“más decisivo es el hecho de que según Gómez Moreno en las leyendas monetales no apa-
rezca el nombre Iliberris y sí el nombre Ilberir”182.

4.3. Negación de que el vascuence fuera una secular lengua literaria y culta.
Pobreza y rudeza del lenguaje vasco. Arcaísmo y neologismo léxico.

La consideración de la lengua en el sentido filológico (es decir, como texto informa-


tivo) se manifiesta claramente en una típica ciencia de la época: la Paleontología Lingüística.
“El léxico de un pueblo –dice Campión– es su inventario, lo que el pueblo siente, su alma,
su yo. Dime lo que hablas y te diré quién eres, lo que sabes y puedes. Este principio que
hoy nos parece obvio fue tardíamente descubierto y es fruto de la larga evolución de otras
disciplinas”183. El vascuence era, pues, un elemento clave para la Paleontología Lingüística.
Pero no todos estaban de acuerdo sobre lo que cabía extraer de él. Decía Unamuno que
“hay dos perfecciones en los idiomas: en cuanto es órgano del conocimiento espontáneo y
vulgar; y en cuanto es órgano del conocimiento reflejo y científico. Los idiomas antiguos eran
más perfectos para la expresión de lo real, lo épico, lo concreto y sus matices, eran sintéticos
como la realidad, que es una gran síntesis. Los modernos lo son más para la expresión ideal y
lógica, son analíticos, como la ciencia, que es un gran análisis … El vasco es rico en inflexio-
nes que expresan matices de la realidad; pobre pobrísimo en voces y giros que expresan
los sutiles derroteros de lo ideal”184. Pero la tradición vasca no lo entendía así. Larramendi,
partiendo del axioma de que el vascuence era lengua erudita, defiende la capacidad de su
lengua de expresarlo todo, por lo que elabora una teoría de la formación de neologismos,
según la cual reivindica la invención e inclusión en el idioma vasco de las llamadas “voces
facultativas”, o sea, las que “pertenecen a las facultades, artes y ciencias”185. Por esta vía, y
por la de depuración de los elementos extraños al euskera en aras de buscar la pureza pri-
mitiva del idioma, se abriría la puerta al neologismo indiscriminado, del que tan partidario
fue Sabino Arana. Un neologismo que para éste ni siquiera debía estar fundado en la lite-
ratura anterior –que también requería ser depurada–, sino “en la lógica”. Con base en esos
criterios “lógicos” se inventaron vocablos cuyo uso se extendería posteriormente, entre ellos
patria = aberri (de aba-padre y erri-pais)186. Esta deformación es lo que Berlanga criticaba en
Larramendi, Erro, Astarloa y Humboldt, es decir, “la libérrima facultad en el transformismo

182
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1899), “Iliberis. Examen de los documentos genuinos iliberitanos”. En:
Homenaje a Menéndez Pelayo en el año vigésimo de su profesorado / Estudios de erudición española con un
prólogo de D.Juan Valera, Madrid, 1899, vol. II. CARO BAROJA, J., (1943), “Observaciones sobre la hipótesis
del vascoiberismo …”, Emerita, 11, pp. 21-22.
183
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Segunda y Tercera partes…, p. 116.
184
UNAMUNO Y JUGO, M., (1887), “Espíritu de la raza vasca …”, p. 58.
185
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … pp. 87 y 90.
186
CORCUERA ATIENZA, J., (2001), La patria…, p. 434.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 7 1
silábico… sin apoyarse en otra regla fundamental que las apremiantes necesidades etimoló-
gicas del momento”187. Ésta era también la postura que denunciaría Julio de Urquijo por los
años en que se iniciaba la normalización lingüística del euskera.
Para Berlanga el vascuence fue siempre un idioma hablado y apenas escrito, por lo
que tuvo una aparición tardía en la imprenta188. En el mismo sentido se expresa Unamuno:
“tenemos el problema de que el vasco es un idioma puramente hablado, no fijado en una
literatura, lo que provoca desventajas para su estudio”. “La complicadísima estructura de sus
verbos” y otros detalles de ese idioma –dice Berlanga– “estimábanla como la obra más aca-
bada del poder divino”, se idearon leyendas “por los que tuvieron interés personal en que
arraigaran en el espíritu público” y se propagaron “tradiciones intencionalmente inventadas”,
extasiados en la “platónica contemplación” de su idioma189. Años después, Julio Caro Baroja
y Rafael Lapesa confirmarían esta opinión de Berlanga. El primero aludía a que la “fonética
del vasco es complicadísima y que su gramática histórica se conoce poco”190 y que este
carácter raro e ininteligible del vasco se manifestaba ya en la Antigüedad (Mela, Estrabon)
y en Scaligero, recordando que Mariana también alude a su rusticidad y a la circunstancia
de que para el habla popular el vascuence fuera sinónimo de “lo que está tan confuso y
oscuro que no se puede entender”, expresión que desde el Diccionario de Autoridades del
tiempo de Felipe V llega hasta nuestros días191. Así lo reconocía también Urquijo: “No hay
una historia de la lengua vasca. Hasta fines del siglo XVIII o principios del XIX las publica-
ciones de nuestros vascófilos se reduce, fuera de algunas poesías y de los libros de carácter
religioso, a unos cuantos alegatos a favor de la lengua… o a simples gramáticas…”192. Si la
lengua es un instrumento de la paleontología humana, si, como decía Menéndez Pelayo,
“la paleontología lingüística debe ser la historia de los pueblos antiquísimos que no tienen
otra”, efectivamente, lo grave de la falta de literatura es que impide el estudio diacrónico y
evolutivo de la lengua, la fonética histórica del vasco. En este sentido se expresa Unamuno:
“El vasco es un idioma en su desenvolvimiento orgánico no ha dejado huella alguna de su
paso, no hay monumentos escritos de probada autenticidad y de antigüedad suficiente para
servir de base a este estudio, es imposible sorprender ninguno de sus estados”, por lo que
hay que remontarse a su primitiva e hipotética forma desde el presente, cosa difícil. “Las
obras vascas puramente literarias son pocas y de mérito mediano”... “en el pueblo vasco es

187
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica …”, (II), p. 61.
188
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica …” , (II), p. 50.
189
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica …”, (II), p. 50. UNAMUNO Y JUGO, M.,
(1884), Crítica del problema …”, p. 13. Recordemos que, como dijimos, en la época en que escribe Berlanga
los primeros nacionalistas vascos impulsan los estudios de filología euskera (Arturo Campión, Sabino Arana,
etc.).
190
CARO BAROJA, J., (1943), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo …”, Emerita, 11, p. 51.
191
CARO BAROJA, J., (1986), El laberinto…, p. 27. Berlanga califica el vascuence como “idioma iliterato e
ingratísimo” (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….(II), p. 63). Cita a este
respecto, como más adelante veremos, la opinión de Vinson (Les basques et le Pays Basque: moeurs, langage
et histoire, Paris, Léopold Cerf, 1882) de que el vascuence es un idioma muy pobre, carente de expresiones
que indiquen ideas abstractas como “Rey”, “Ley” o “Dios”, y con escasos vocablos para designar utensilios
domésticos, animales y vegetales.
192
URQUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual …”, p. 412.

1 7 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
inútil buscar una literatura propia y de abolengo” … (el idioma vascongado) “se va desva-
neciendo en su roce con el oficial, que simboliza una mayor cultura”. Y añade Unamuno:
“Los idiomas se desenvuelven y cambian obedeciendo a leyes fonéticas y a la vez se van
diversificando en su unidad a través de los dialectos”, de ahí la importancia de la fonética
(eufonía) del vasco y sus dialectos. “La eufonía del vasco está por hacerse (elogia a Arturo
Campión por haber emprendido este estudio), y los escritores, como Fita, la desconocen,
por lo que yerran”. En este sentido Unamuno reconoce tener reunidos muchos materiales
para ello y haber establecido importantes leyes fonéticas193. Por su parte, Lapesa corrobora
todo esto cuando dice que la evolución interna del vascuence “es casi desconocida: algunas
inscripciones romanas dan palabras sueltas vascas; los documentos medievales suministran
nombres personales y algunos adjetivos; las Glosas Emilianenses, en el siglo X, contienen
dos frases breves y de controvertida interpretación; en el siglo XII la guía de peregrinos a
Compostela atribuida a Aimeric Picaud reúne un pequeño vocabulario. Hasta el siglo XVI no
posee el vascuence textos extensos y sólo en época muy reciente ha recibido cultivo literario
no oral. Hoy se nos ofrece como un idioma que mantiene firme su peculiarísima estructura,
tanto fonológica como gramatical, pero sometido a secular e intensa influencia léxica del
latín y el romance, y fraccionado en multitud de dialectos. Comparando unos y otros y apro-
vechando toda la documentación existente se ha reconstruido hace poco el devenir de su
fonética en los tiempos historiables”194.
Como Mariana, Gregorio Mayans ya había insistido también en la rudeza del idioma
vascongado: “I lo que más contribuyó a la conservación del lenguaje fue el aver buelto luego
a la antigua rudeza i poco trato con las naciones más cultas, siendo cierto que donde no hai
mucha comunicación con los estraños se conserva más la lengua antigua; i, si no hai estu-
dios, mucho mejor, porque por la lección se aprenden muchíssimas voces nuevas i se pega
después a los letores gran parte dellas. Verdad es que, donde no se estudia, se sabe poquís-
simo, i donde se sabe poco es mui limitado el lenguage, i éste en el discurso de muchos
siglos no puede dejar de corromperse.”195. No se equivocaba en lo fundamental, pues reco-
nocer la antigüedad del vascuence no implica necesariamente que las voces que se tengan
hoy por puramente vascongadas sean las mismas que entonces. José Antonio Conde, en su
Censura crítica de la pretendida excelencia (…), al igual que Martínez Marina, tampoco
reconocía ninguna dignidad ni importancia a la lengua vasca, a la que califica repetidas
veces de “guirigay” (por oposición a su amada lengua griega) y seguía repitiendo aquello de
Mariana de “lenguaje grosero y bárbaro” 196.
Desde el punto de vista vasco, la contradicción intelectual entre la defensa de la
supuesta tradición literaria del euskera y la realidad que manifestaban los documentos
entonces conocidos podemos ejemplificarla en la opinión ambivalente de Campión: si
bien reconocía “la penuria de los documentos literarios, modernos los más”, sobre todo

193
MENÉNDEZ PELAYO, M., (2003), Historia de los heterodoxos …, p. 287; TOVAR LLORENTE, A., (1980),
Mitología e ideología … p. 186. UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, pp. 12, 13 y 35.
UNAMUNO Y JUGO, M., (1887), “Espíritu de la raza vasca …”, p. 64.
194
LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia de la lengua… p. 29.
195
MAYANS i SISCAR, G., (1737), Orígenes de la lengua española… pp. 346-347.
196
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … pp. 83 y 133-134.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 7 3
“en las edades media y antigua”, intentó allegar cuantas referencias pudo para acreditar esa
pretendida tradición literaria del vascuence. Así, recopiló elementos orales y manuscritos
hasta un total de treinta y dos piezas, tales como referencias toponímicas; el vocabulario
del “Codex Compostellanus”, del siglo XII, publicado por Fita y Vinson; o los cantares anti-
guos del euskera. También aportó fuentes impresas, como glosarios, refranes, sentencias y
proverbios, algunos de éstos últimos publicados por Van Eys o Vinson por aquellos años. Y
concluye Campión: “Tras el examen atento de los testimonios literarios del vasco no se nos
pone delante de los ojos ningún estado realmente arcaico del idioma. Así se robustece la
opinión antes enunciada de que el euskara está dotado de complexión antiséptica y de que
se modifica normalmente con suma lentitud en el tiempo”197.
La posición de Berlanga es distinta. “El vascuence, por lo mismo de haber sido siempre
tan deficiente y de haber estado por tantos siglos estacionario, si bien no pudo en mucho
tiempo aspirar a ser literario y cuando llego a serlo lo fue en una esfera muy reducida, todo
ello por su deficiencia misma”. Reconoce que en su tiempo el vascuence era “un idioma
imperfectamente conocido”, y hace suyas las palabras de Vinson, que afirma que “no es
posible ayudarse de documentos escritos porque no hay (y no puede haber) literatura vasca
original”, por ser el libro más antiguo las Poesías de Dechepare, publicadas en 1543, con los
datos que entonces se conocían. Por tanto, considera Berlanga que “el vascuence ha sido
siempre y es al presente un idioma completamente inútil y sin importancia alguna… puesto
que está muy lejos de poderse considerar como literario” . Es significativa esta asimilación
de lo útil a lo culto, que en realidad no es sino una manifestación más de la polaridad bar-
barie/civilización, tan cara a Berlanga. Si a todo aquello que decía nuestro autor añadimos
además la cualidad de salvajismo y antropofagia que éste atribuía a los vascos en la Edad
Media, hemos de pensar que todo ello tenía que escocer a los vascos198. No obstante, Ber-
langa, documentó su aserto, y realizó un pequeño estudio de los cinco documentos más
antiguos escritos en vascuence, a los que califica de “incoherentes retazos del viejo lenguaje
vascongado, de bien escasa importancia” . Pero además analizó otra serie de documentos:
las Poesías de Dechepare (1545, reimpresión Burdeos 1847) y el Nuevo Testamento de Juan
de Lizárraga (1571, reeditada en Paris por Van Eys en 1877), ambos “escritos en dialectos
estrangeros (bajonavarro y laburdano respectivamente) y no en el más puro vascón”; la tra-
ducción del Kempis por Chourio en San Juan de Luz hacia 1720; y los cantares antiguos del
euskera. Estos últimos, basándose en Bladé (Études sur l’origine des basques, Paris, 1869,
pp. 444-482), los reputó como “falsificaciones de poesías guerreras”, “puras ficciones de
muy modernos falsarios”: tanto el Canto de los Cantabros, como el de Altabiscar, (“modes-
tísima imitación osiánica”) - que Unamuno considera “vigoroso y hermosísimo canto” (pero
que era una simple traducción del frances)- y el Canto de Aníbal. También estudió Berlanga
el Códice Compostelano citado por Campión, del siglo XII, un documento, según éste, “pre-
cioso”, dada la “la penuria de los documentos literarios, modernos los mas”, (sobre todo)
“en las edades media y antigua” (dicho documento, atribuido a Aimeric Picaud, hemos visto

197
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Segunda y Tercera partes…, pp. 143-149, 154, 156 y 420.
198
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 741, 742 y 748.

1 7 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
antes que fue citado por Lapesa). Para ello se basó Berlanga en los estudios que sobre dicho
Códice habían realizado Delisle en 1878 y Vinson en 1882. Pero lo que de dicho manus-
crito dedujo Berlanga no fue su importancia literaria sino, por el contrario, una constatación
más del estado social de barbarie que caracterizaba a los vascones de la época, argumento,
entre otros, por el cual negaba también al vascuence el carácter de lengua literaria199.
Como puede observarse, Berlanga se apoya en toda esta cuestión en las tesis de Vin-
son, “un hábil bascologo moderno, conocedor profundo del idioma del país, donde confiesa
que ha pasado los doce años más agradables de su vida,( cuyas observaciones) “están en
perfecta consonancia con mis opiniones sobre los vascones y su lengua”. Y trae a colación
unas citas de dicho autor que centran un agrio debate sobre la capacidad o incapacidad
del vascuence para ser una lengua de cultura y hasta sobre la misma existencia de la nacio-
nalidad vasca: “Los vascos no tienen ninguna leyenda, ninguna tradición, ningún recuerdo
histórico, nada más que su admirable idioma… además es verosímil que nunca haya habido,
en el sentido propio de la palabra, nacionalidad basca …Es infinitamente probable que los
vascos no hayan sido nunca en las épocas más remotas, sino una tribu poco numerosa,
acantonada en algunos valles de los Pirineos occidentales y cuyo estado de civilización
fue de lo más rudimentario. Al menos su lenguaje, a juzgar por el basco moderno, era muy
pobre, puesto que carece de expresiones, indicando ideas abstractas y de las voces Dios,
ley y rey, teniendo las de muy pocos utensilios domésticos y en punto a armas, sólo aparece
la denominación de hacha, cuyo nombre “haizkora”, parece derivado de la palabra “haití”,
piedra, roca. Los animales y los vegetales reconocidos y utilizados, eran muy poco nume-
rosos, siendo más copioso el vocabulario pastoril que el agrícola. Cada palabra presenta
un gran número de sinónimos, lo que podría indicar que las tribus antiguas de los bascos,
tenían muy escasas comunicaciones entre sí. Faltan en dicho idioma las expresiones gene-
rales, de modo que, por ejemplo, mientras cada clase de animal o cada especie de árbol
tiene su nombre, no hay uno que designe “el animal” o “el árbol”, sin que pueda tampoco
decirse “hermana”; pero sí distinguirse la “hermana” de un hombre de la de una muger,
todo lo cual es indicio de un estado mental poco adelantado” …“fuera de palabras sacadas
del gascón, francés, español y latín, no se encuentran trazas de una civilización avanzada y
nos encontramos en presencia de muy pocas expresiones que impliquen una colectividad,
una generalización. Ninguna palabra que tenga el sentido extenso de nuestro “árbol”, de
nuestro “animal”… “Dios” es simplemente, por antropomorfismo “el maestro de allá arriba”
y el mismo vocablo reproduce nuestras ideas “voluntad”, “deseo”, fantasía”, “pensamiento””.

199
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 743, 744, 745 y 748. La
inexistencia de una poesía épica vasca, reconocida hoy día, es claro ejemplo de inexistencia de literatura
“nacional”. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Los vascones y la Prehistoria …”, p. 381. UNAMU-
NO Y JUGO, M., (1887), “Espíritu de la raza vasca …”, p. 65. CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana.
Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos). Segunda y Tercera partes…, p. 143 y 154. Humboldt
también investigó sobre este asunto. Berlanga cita que el Canto de los Cántabros “fue publicado la primera
vez por Humboldt en sus adiciones al Mitrídates de Adelung en 1817, habiendo sido mistificado en su innega-
ble buena fe el sabio editor por los amigos vascongados que se lo dieron a conocer como genuino”. Asimismo
Humboldt exhumó otro de los cantos históricos vascos, el Canto de Lelo, publicado por José Manterola en sus
Cantos históricos de los vascos.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 7 5
Arturo Campión reproduce también estas ideas de Vinson y añade otras similares de Hove-
lacque , pero justamente para lo contrario, es decir, para arremeter contra ellas y tildarlas de
“desaforadas diatribas cuya inspiración no ha de buscarse en la ciencia serena”, deplorando
que “los vahos del imperialismo y del racionalismo político y religioso anublen la inteligencia
de sabios distinguidos”200. Unamuno parece estar también al cabo de esta tesis de Vinson.
Al menos así nos lo parece, por el texto que reproducimos a continuación: “Cuasi todas las
palabras que en vascuence indican ideas religiosas o del culto divino, muchos abstractos y
no pocas de técnica industrial son de origen latino. Aunque a muchos extrañe, y aún a riesgo
de atraerme las censuras de los osados neologistas modernos vascongados (¿se refiere, qui-
zás, a Arana?), como la verdad puede más que la razón, no dejaré de señalar que en vas-
cuence no tenemos palabra propia para expresar el castellano “cosa”, sino “gauza”, evidente
derivado del latín “causa”; ni “color”, ni “árbol”, ni nada, en fin, que se levante sobre la
especie y toque en la expresión del género ... el euskera es pobrísimo en voces significativas
de objetos espirituales o suprasensibles y hasta carece de términos que expresen ideas abs-
tractas en general. “Árbol” en general, “planta”, “animal”, “color” son voces que en vano se
buscarán en el léxico puro euskarico, cuanto menos “alma”, “inteligencia” u otra análoga”.
Por cierto que esto lo siguió defendiendo Unamuno en 1931 en una de las sesiones de las
Cortes Constituyentes de la II Republica, suscitando la indignación de los diputados vasco-
navarros cuando se permitió comparar “los trabajos que hoy se realizan para hacer una
lengua culta de una lengua que, en el sentido que se da ordinariamente a esta palabra, no
puede llegar a serlo” con la impiedad de suministrar drogas a alguien. Y termina diciendo
que “cuantas palabras hoy se emplean para designar tales ideas, que desde el cristianismo
han entrado en circulación en todos los pueblos, son vocablos o de origen románico o de
formación muy reciente”201.
Por consiguiente, en Unamuno, como en Berlanga, vemos una absoluta falta de fe
en el futuro del euskera. Convencidos de que operar en las lenguas y hasta cierto punto
dirigirlas es imposible, desconocían, como hombres de su época historicista y biologicista,
que, según apunta Tovar, siempre han sufrido las lenguas tales operaciones, cual lo sufrió
la española con el rey Sabio en el siglo XIII o con la Real Academia en el siglo XVIII. ¿Qué

200
VINSON, J., (1882), Les basques et le pays basque …, pp. 31 y 32; VINSON, “Prefacio”. En: RIBARY, F. (1877),
Essai sur la langue basque, F.Vieweg, Paris, pp. XIV y XV, cit. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los
bronces de Lascuta…, p. 741, 747 y 748. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….
(II), p. 64. HOVELACQUE, A., (1877), La Linguistique: linguistique, philologie, étymologie, la faculté du langage
articulé, sa localisation, son origine, son importance dans l’histoire naturelle, classification et description des
différents idiomes, pluralité originelle et transformation des systèmes de langues, C. Reinwald et Cie, Paris, p. 136,
cit. CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Segunda y Tercera partes…, pp. 131 y 132 (parece existir un error en la cita que hace Campion de Hovelacque
por cuanto es la misma que reproduce Berlanga como procedente de Vinson). “Una lengua de cultura como el
español ha dado al vasco un número enorme de términos abstractos y de términos que designan clases (como,
por ejemplo, la palabra para designar genéricamente el “árbol”: parece que anteriormente al préstamo los vas-
cos no tenían un término para designar el árbol como género, sino sólo términos para las distintas especies de
árboles, como la encina, el haya, etc.)” (COSERIU, E., (1986), Introducción …, p. 67).
201
UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, pp. 37 y 44. TOVAR LLORENTE, A., (1980),
Mitología e ideología … pp. 188 y 192.

1 7 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
pensarían ambos –nos preguntamos– de la actual política de unificación lingüística y del
papel de la escuela en la conservación o recuperación de un idioma?202.

5.—EL PUNTO DE VISTA ANTROPOLÓGICO: CARACTERIZACIÓN DE LOS


VASCONES Y LOS IBEROS. NEGACIÓN DE QUE ÉSTOS FUESEN LOS
ASCENDIENTES DE LOS VASCOS MODERNOS.

La derivación racial de la cuestión vascongada fue, como es sabido, un asunto can-


dente en el último cuarto del siglo XIX dentro de los círculos protonacionalistas vascos. Pero
con distintos matices. Para el planteamiento del asunto demos la palabra a Campión:

“1. ¿La lengua vasca corresponde a una raza vasca?


2. ¿La raza vasca es descendiente o representante de alguna de las razas prehistóricas?
3. ¿La raza vasca pertenece a una cualquiera de las razas europeas y su única singulari-
dad es el vascuence?.
4. ¿A los vascos los mencionan los historiadores y geógrafos de la antigüedad, o son
parientes de tribus que mencionan estos autores?
5. Si el pueblo vasco es fruto de mestizaje, ¿cuál de los componentes le dió el signo espe-
cial del euskera?
6. ¿ La lengua vasca es un ‘islote lingüístico’ en su ‘espléndido aislamiento’ o ello se va
suavizando porque hay consanguineidad o afinidad con otros idiomas?”

“… La propensión a hermanar raza y lengua es tan natural que aún se da en autores de


hoy, avisados de su peligro. Gracias al equívoco de raza y lengua se pavonean las razas
española y francesa, cuyas lenguas son descendientes del intruso latín que usurpó el
asiento a las lenguas kelticas e ibéricas ... La lengua no corresponde siempre a la raza:
las vicisitudes históricas pueden disociarlas. Esta es una verdad probada ... La raza no
responde con su especialidad al hecho singularísimo de la lengua. Ni en el Pirineo fran-
cés ni en el español habita una raza que sobresalga con el realce que tendría una raza
mongólica en medio de poblaciones blancas”.
Por tanto, aunque Campión admite la disociación entre raza y lengua, no obstante, y refi-
riéndose a los vascos, dice que hubo un tiempo en que coincidieron lengua y raza, y “ese
momento dura para los actuales vascos mientras no haya prueba en contrario, aunque sea
indiciaria, pero apoyada ésta en indicios varios, graves y concordantes. Por lo mismo yo
no disociaré la lengua de la raza mientras no se demuestre que debe disociarse. Los vascos
de raza son vascos de lengua.”. En consecuencia, el hablante del euskera (“el vascuence”)
será el euskaldun ( “el que tiene el vascuence”): “Yo llamo vascos al grupo humano que
habló o habla como lengua propia patrimonial, el euskra o euskera, o sea, sin haberla reci-
bido, ya formada, de otro grupo étnico extraño”203.

202
TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … p. 201.
203
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1928), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Primera parte…, pp.4, 5, 239 y 386.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 7 7
Muy lejos están estos planteamientos de los de Berlanga, a los que aludíamos en un
capítulo anterior: “el idioma no es el criterio de la raza, sino un elemento más de la com-
posición étnica de una nación”, …“el progreso de los estudios filológicos ha demostrado la
fragilidad de semejante teoría, y que la lengua no prueba otra cosa sino la presencia de un
solo elemento entrando en la composición etnográfica de una nación, sin prejuzgar con ello
la cuestión de la raza”204
La cuestión del origen de los vascos dió ocasión en Francia y España al desarrollo
de los estudios de antropología física, sobre todo a raíz de las investigaciones realizadas
en la Sociedad de Antropología de París por Paul Broca entre 1862 y 1874 sobre los crá-
neos de Zarauz, a partir de las cuales formuló sus hipótesis sobre el ámbito geográfico del
vascuence205. En nuestro país resultan significativas las palabras de Becerro de Bengoa tras
estudiar los cráneos hallados en sus excavaciones: “La raza y el lenguaje se conservan puros,
aislados, independientes, por un fenómeno singular de su historia, la cual nos enseña que al
través de los siglos todos los pueblos se han confundido, se han adulterado en sus caracteres,
y se diferencian por completo de lo que fueron excepto el pueblo vascongado”206. Apunte-
mos que uno de los objetivos fundacionales (1865) de la Sociedad Antropológica Española
será el estudio de las “razas aborígenes de la península española y de las islas Baleares y
Canarias y su cruzamiento con todas las demás que han llegado a nuestros días”207. Desde
los sectores vasquistas, Telesforo de Aranzadi y Unamuno (1860-1945), primo de Miguel de
Unamuno, catedrático de Ciencias Naturales de la Universidad de Barcelona208, sostenía

204
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p.337. Por el contrario, el ar-
queólogo Gregorio Chil (1831-1901), partiendo de la asociación entre raza y cultura, consideraba que la
población prehispánica de Canarias había desarrollado una cultura neolítica, una teoría que tuvo enorme
influencia hasta los años sesenta del siglo XX (RAMÍREZ SÁNCHEZ, G., “Gregorio Chil y Naranjo”. En: VV.
AA., (2004), Pioneros de la arqueología..”, p. 212).
205
AYARZAGÜENA SANZ, M., (1992), La arqueología prehistórica y protohistórica española en el siglo XIX, (tesis
doctoral inédita), Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid, p. 143, 215, 617. Agradecemos al
autor las facilidades para su consulta.
206
BECERRO DE BENGOA, R., (1878), “Estudios arqueológicos” en El Ateneo Palentino, 26, p. 5-6. Cit. por
AYARZAGÜENA SANZ, M., (1992), La arqueología prehistórica …, p. 269.
207
AYARZAGÜENA SANZ, M., (1997), “La Sociedad Antropológica Española (SAE) y el nacimiento de la Ciencia
Prehistórica en España”. En: MORA, G. y DIAZ ANDREU, M. (eds.), (1997), La cristalización del pasado: gé-
nesis y desarrollo del marco institucional de la arqueología en España, Universidad de Málaga- Ministerio de
Educación y Ciencia - CSIC, Málaga, p. 298.
208
Aranzadi fue miembro de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona y realizó estudios sobre Antro-
pologia Física, Social y Cultural, Etnología y Toponimia del Pais Vasco. En la época en que escribe Berlanga,
Telesforo de Aranzadi había publicado ya sobre esta cuestión obras como El pueblo euskalduna. Estudio de
antropología (San Sebastian, Diputación Provincial de Guipúzcoa, 1889), premiada por la Sociedad Antro-
pológica de Paris en 1891; y Etnología, antropologia filosófica y psicología y sociología comparadas (Madrid,
Librería Editorial de Romo y Füssel, 1898-1899, Imprenta del Asilo de Huerfanos de S.C. de Jesús), que es el
volumen 2º de una serie titulada Lecciones de Antropología. Sus consideraciones sobre la raza vasca fueron
analizadas por René Vernau en un artículo (“Considérations sur la race basque para le Dr.T.Aranzadi”) publi-
cado en L’Antropologie, VI, Paris, 1896. Todavía en 1972 Maluquer de Motes dice que fue Aranzadi “quien
hizo posible llegar a poder plantear el problema de la formación del pueblo vasco al demostrar la continuidad
de una misma población antropológicamente análoga a la actual, no solo desde la lejana etapa eneolítica sino
de hecho desde el declinar de la última glaciación que cierra el periodo cuaternario. Las numerosas excavacio-
nes en cuevas y dólmenes habían puesto al maestro en contacto con auténticos vascos. Los estudios realiza-

1 7 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
la existencia de una raza vasca prehistórica. Andando el tiempo el sacerdote, prehistoria-
dor y antropólogo José Miguel de Barandiarán (1890-1991), mantendría la teoría de que la
etnogénesis vasca, a partir de dos cepas distintas y autóctonas, se habria producido en el
neolítico.209
Berlanga destacó el papel de la craneología como “brazo poderoso de la antropolo-
gía” y el de ésta como instrumento de la arqueología prehistórica. Además, parece conocer
perfectamente los estudios sobre la materia. En primer lugar, citando a Retzius (1842), que
afirmaba que los más antiguos habitantes de la tierra fueron braquicéfalos, que fueron sus-
tituidos por una inmigración de dolicocéfalos arianos en el periodo neolítico y que escapa-
ron de la destrucción pequeños restos de braquicéfalos que se refugiaron unos en Finlandia,
otros en Laponia y otros en la Vasconia. Para Retzius –dice Berlanga– los viejos vascones
eran los descendientes de aquellos braquicéfalos210. Esta fue la teoría generalmente admitida
durante muchos años. Con Retzius, dice Eguren, el pueblo vasco adquiere un puesto pre-
eminente en el problema étnico de Europa, al ser el primer autor que estableció una corres-
pondencia filológica-antropológica, de modo que relacionó la singularidad idiomática del
finés y el vasco con el carácter braquicéfalo que observaba en ambos pueblos211. Aun jac-
tándose de no haber leído ningun texto suyo, Campión nos expone la teoría de Retzius en
estos términos: “Los habitantes primitivos de Europa eran tártaros o mogoles procedentes
de Asia, los cuales ocupan Occidente desde Laponia a Gibraltar. Tenian cráneo braquicé-
falo y ancho el rostro y hablaban un idioma turanio. Después llegaron de Oriente los arias,
dolicocéfalos, de cara larga e idiomas flexionales, más civilizados y provistos de armas de

dos con los más modernos métodos de la antropología actual confirman plenamente aquellas deducciones.”
(MALUQUER DE MOTES, J., “Contribución al conocimiento de la formación del pueblo vasco”. En: VV.AA.,
(1972), La Gran Enciclopedia Vasca, Bilbao. Cit. JIMÉNEZ DÍEZ, J.A., (1993), Historiografía de la Pre y Proto-
historia de la Península Ibérica en el siglo XIX, Universidad Complutense, tesis doctoral inédita, p. 366).
209
Barandiarán fue uno de los principales discípulos de Aranzadi. Caro Baroja lo define como “un hombre que
había estudiado mejor que otro ninguno la idealizada vida de los vascos de vida tradicional” (CARO BAROJA,
J., (1986), El laberinto …, p. 22), y le dedicó su estudió “Barandiarán y la conciencia colectiva del Pueblo
Vasco”. (En: Homenaje a D.José Miguel de Barandiarán, San Sebastian, 1963). RODRÍGUEZ DE BERLANGA,
M., (1898), “Una inscripción ibérica….(II), p. 64. De este tema de la craneología y raza vasca se ocupa Ber-
langa en el artículo ya citado “Los vascones y la Prehistoria”, pp. 370-387. Caro Baroja ratifica la pervivencia
de estas ideas un siglo después y el uso político de las mismas cuando dice que “… los vascos que han es-
tudiado su pasado no defienden, claro es, el Tubalismo: tampoco la anexión con los cántabros ni la hipótesis
del vascoiberismo. Sin embargo, siguen defendiendo la autoctonía de la raza, la antigüedad del idioma y se
dan razones de tipo no solo lingüístico, sino también antropológico físico, para defender esto, así como una
especie de primigeneidad de ciertos aspectos de la cultura rural vasca. No seré yo el que critique el resultado
de ciertas investigaciones rigurosas sobre temas tan recónditos y especiales. Pero sí creo que se puede advertir
el abuso en el uso de los resultados de la investigación, desde el punto de vista político precisamente. Porque,
en primer término, se abusa de la Antropología Física, de la Prehistoria y del Folklore cuando se utilizan sin
tener en cuenta otras disciplinas (la Historia misma) y cuando se quiere hacer del vasco un pueblo totalmente
apartado y diferenciado del resto de la comunidad de pueblos de la Europa Occidental. Porque de ellos ha
recibido el vasco gran parte de sus características más definidas de hoy: empezando por el Cristianismo y
siguiendo por muchos rasgos de su vida social y económica, técnica, etc., a lo largo de dos milenios o más.”
(CARO BAROJA, J., (1986), El laberinto …, p. 115).
210
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Los vascones y la Prehistoria …”, pp. 372 y 374.
211
EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual…, p. 82.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 7 9
metal. Los aborígenes quedaron acorrala-
dos en las breñas del Pirineo y los bosques
y pantanos del norte. Las reliquias de las pri-
mitivas razas son los vascos, los ugros del
Danubio y Volga, los lapones y los fineses.
Efectivamente esas razas son braquicéfalas y
hablan lenguas aglutinantes. El vascuence es
incluido en esta clase de idiomas, y Retzius,
temerariamente, dedujo de la comunidad
de estructura gramatical la consanguinidad
étnica, apoyándose además en el hecho de
ser braquicéfalos los cinco cráneos vascos
de su colección ... Contribuyó eficazmente
a la boga de la ‘teoría finesa’ la pluma bri-
llante y la reputación de Max Müller, que la
prohijó”212. Y continúa Berlanga: “Pero vino
Broca más tarde (1862 y 1863) y echó por
tierra todo el sistema ideado por Retzius,
esforzándose por demostrrar que los más
antiguos cráneos fósiles de Europa eran doli-
cocéfalos y los más modernos braquicéfa- ENRIQUE EGUREN
los”. En efecto, Broca examinó los cráneos
de Zarauz y modificó la teoría de Retzius,
afirmando que la dolicocefalia vasca se diferencia mucho de la del resto de Europa, y se
parece más a los dolicocéfalos de África, con lo cual negaba la braquicefalia que Retzius
atribuía a los vascos. Finalmente alude Berlanga al nuevo estudio de Broca sobre los crá-
neos de San Juan de Luz, en el Labourdan francés, en el que añadió a lo anterior que “el
tipo vasco labourdano en los bajos Pirineos era diferente del vasco español”, es decir, que
existían dos razas distintas a uno y otro lado del Pirineo, dolicocefálica la cispirenaica y
braquicefálica la ultrapirenaica, fruto del cruzamiento de una raza única con dos poblacio-
nes autóctonas. De este modo se rompía la pretensión de la existencia de una raza vasca
homogenea y se establecía el dualismo étnico vasco-francés y vasco-español. El Dr.Isaac
Taylor dedicaría parte de su obra L’origine des Aryens (Paris, 1895) al origen de los vascos y
a esta cuestión213.
Las opiniones de Broca vinieron a crear una larga y complicada controversia entre doli-
cocefalistas y braquicefalistas, tanto a nivel general del arianismo como en lo concerniente
a la cuestión vasca. Respecto al arianismo, seguiremos la disertación de Campión. Empieza

212
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1928), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Primera parte…, p. 367.
213
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Los vascones y la Prehistoria …”, pp. 374, 382 y 383. EGUREN
BENGOA, E., (1914), Estado actual…, pp. 83 y 84. CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1928), Euskariana. Orígenes
del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos). Primera parte…, pp. 200 y 367.

1 8 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
diciendo que “los antibraquicefalistas, que son los sectarios entusiastas del arianismo, llevan
muy mal que los braquicéfalos ocupen el puesto que ellos destinan a los arias en el desenvol-
vimiento de la civilización europea”. Pero a su vez distingue dos opiniones sobre el origen
de los arias: los partidarios del origen asiático, que era la tesis tradicional; y los partidarios
de su origen europeo, que era la tesis más moderna. Como vemos, en ambos casos lo que
se ventilaba era el origen oriental u occidental de la civilización europea. Recuérdese lo
dicho al principio de nuestro trabajo sobre el arianismo lingüístico y la asimilación de una
raza a los hablantes de estas lenguas. Estos arias asiáticos, sigue diciendo Campión, en una
época no determinada se establecen unos en la India y Persia y otros en Europa. “Los arias
emigrados sojuzgaron a los habitantes de los territorios que iban usurpando y formaron
una casta dominadora o aristocrática, imponen el idioma aryano a los súbditos de las razas
inferiores y el idioma impuesto se fue fraccionando y diferenciando, naciendo las diversas
lenguas europeas. Hubo, pues, aryas propios y razas o pueblos aryanizados”. La interpre-
tacion antropológica de esta teoría lingüística, dice Campión, vino después, cuando los los
antropologos accedieron a las teorías arianistas y se reivindicó “el derecho de convertir el
“nombre” en “persona”. La mayor parte de los antropólogos dijeron que los arias eran altos
y rubios, o sea, que estaban representados por las razas del norte y centro de Europa. Vacher
de Lapouge los asimiló al dolicocéfalo alto y rubio a quien Nieztsche, queriendo alabarle,
denominó “noble bestia carnicera rubia”. En definitiva, los arianistas proclaman “que los
aryas son de raza excelsa y hablan lenguas más ricas y perfectas que las demás, así como
que las respectivas naciones de los aryanistas son asimismo aryanas”. Estamos, según Cam-
pión, ante el “homo imperialis”, frente al que Max Müller, argumentaba: “El que habla de
raza ariánica, de cabellos y de ojos arianos, es tan gran pecador como el que hablase de
“diccionario dolicocéfalo” o de “diccionario braquicéfalo”214.
Pero, como dijimos, esta controversia entraba de lleno también en lo referente a la
cuestión vasca. Campión no aceptaba las conclusiones de Broca y hace suyos los resultados
de los trabajos de Collignon, a saber: 1) que no hay dualidad entre los vascos de Francia y
España, sino homogeneidad étnica; 2) que el braquicefalismo de los vascos ultrapirenaicos
es falso o aparente; y 3) que la raza vasca posee un tipo propio y “sui generis” que le hace
inconfundible con las demás. Aunque admite en parte la diversidad de los vascos franceses
y españoles, dice que más que “diversidad” de componentes étnicos en uno y otro grupo
vasco, lo que existe es distinta “proporción” numérica de ellos, de modo que ambos grupos
diferirán entre sí por razón “cuantitativa” y no “cualitativa”. Subraya que existe un elemento
racial vasco, que merece este nombre en cuanto es cosa suya el vascuence; y además, una
exteriorización con mucho mayor radio que la raza vasca, o sea, el pueblo euskaldun, en
quien se personifican los distintos elementos étnicos, combinados mediante una conciencia
común que los reduce a la unidad por obra y gracia de las condiciones culturales e históri-
cas, y singularmente, del idioma215.

214
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1928), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Primera parte… pp. 369, 371-375.
215
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1928), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Primera parte… pp. 197, 212 y 244.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 8 1
Hay que decir que desde finales del siglo XIX la idea de que existe una raza vasca
independiente de las grandes razas humanas va lentamente abriéndose camino entre los
investigadores de dicha región. Las mediciones de cráneos para dicho propósito fueron
iniciadas por Nicasio de Landa, amigo de Campión, en un artículo en la Revista Euskara
en 1878, confirmando las mediciones de Broca. Aranzadi consagró el estudio de la antro-
pometría vasca (El pueblo euskalduna. Estudio de antropologia, 1889) y empezó a romper
los esquemas de un pueblo vasco como resultado de un cruzamiento étnico y por tanto
desprovisto de la originalidad que su idioma parecía indicar. “Creo probable –decía–, mien-
tras no haya razones más serias en contrario, que el vasco se ha hecho raza y se ha hecho
una personalidad como pueblo en el país que hoy habita; en una palabra, que es hijo de
su país, y por consiguiente, éste es verdaderamente suyo”. “¿Tiene el tipo físico que hemos
representado “derecho a llamarse” raza euskara? –se preguntaba Aranzadi en otro lugar–.
No de categoría equivalente a la que indicamos al decir raza blanca o raza negra, pero sí
puede llamarse raza, pues el derecho a ello no se ha de medir por el número de individuos,
sino por la suficiente distinción hereditaria. Euskara o vasca ¿por qué no? mientras no haya
otra que muestre títulos suficientes para disputarla este derecho”. Enrique Eguren, amigo
de Campión, en su Estado actual de la antropología y prehistoria vascas (1914), confirma
la opinión de su compañero Aranzadi en cuanto a la existencia de unos característicos ras-
gos raciales del vasco: “sienes abultadas por fuera de la frente, cara larga y estrecha qui-
jada, que origina esa fisonomía particular propia del pais vasco”216. En el mismo sentido,
las tesis de Sabino Arana. En 1893 sostenia éste la dignidad “pura e intacta” de Vizcaya
“en medio de las inmigraciones ibérica y céltica”. Y en 1897, que “etnográficamente, hay
diferencia sustancial entre ser español y ser euskeriano, porque la raza euskeriana es sustan-
cialmente distinta de la raza española (lo cual no lo decimos sólo nosotros, sino todos los
etnólogos), y el concepto étnico no es jurídico, sino físico y natural, como relativo a la raza
… porque pueblo y nación son vocablos que se refieren a la raza, y no al derecho y que el
partido nacionalista vasco aspira a que lo político se adapte a lo nacional y lo positivo a lo
natural”217. No obstante, Campión mantenía cierta distancia respecto al ingrediente racial
de la definición nacional aranista: “Los gabinetes antropológicos no son los encargados de
expedir a los pueblos certificaciones de derecho a la existencia nacional… Si a la pureza de
raza se hubiera de atender, no existiría en Europa pueblo con derecho a constituir nación...
Levantar la nacionalidad sobre la base étnica exclusivamente es un absurdo… las nacionali-
dades son ‘formaciones históricas’ en las cuales obran, con mayor o menor energía, factores
físicos, entre los que se cuenta la raza”218. A pesar de todo, las respuestas de Campión a las
preguntas con que iniciábamos este capítulo son concluyentes:

216
ARANZADI Y UNAMUNO, T., (1900), Conferencia en el Congreso Internacional de los Estudios Vascos
(Paris). En: Eukal-Erria, tomo XLIII, cit. CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1928), Euskariana. Orígenes del pueblo
euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos). Primera parte… p. 247. ARANZADI Y UNAMUNO, T., (1905), “¿Existe
una raza euskara?”, cit. EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual…, p. 85.
217
ARANA GOIRI, S., (1893), “Juramento o Discurso de Larrazábal”. ARANA GOIRI, S., (1897), “Efectos de la
invasión”, Bilbao, Base´ri-ta´ra, 11, nota 3.
218
CAMPION, A., (1901), “Carta al director de Euskalduna”, (Pamplona, 9-12-1901); cit. CORCUERA ATIENZA,
J., (2001), La patria…, p. 430.

1 8 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
1) existe una raza vasca, demostrada por caracteres
propios y especiales que no se observan en las que
le rodean.
2) esa raza es sustancialmetne europea.
3) existe un pueblo vasco, o sea, una agrupación alie-
nígena a la cual sirve de núcleo la raza y de la cual
ha recibido lengua, cultura, aspiraciones, o sea, una
historia común. El vascuence es un idioma ingénito
en la raza vasca, que no lo ha recibido de ninguna a
ella extraña. Es el carácter sobre todos los caracteres
de que disfruta. Comparados con él, los antropoló-
gicos palidecen y la singularidad que le comunican
no es singularidad escarpada que corta la conexión
SABINO ARANA
con lo exterior219.

En este ambiente las ideas de Unamuno o Berlanga debieron chocar frontalmente con la
opinión general. La tesis doctoral de Unamuno, que tenía por objeto, precisamente, a la “raza
vasca”, sería objeto de furibundos ataques de los nacionalistas y marcaría incluso el destino
vital del escritor. Tal vez sea éste el primer autor que derrumba la supuesta peculiaridad cra-
neométrica del pueblo vasco, desmintiendo abiertamente las teorías esbozadas sobre los vascos
por Retzius, Broca, Argellies, Virchow, Tubino y Landa (cráneos de Zarauz, S.Juan de Luz, doli-
cocefalia, braquicefalia, etc.): “Dadas las condiciones en que se hallan aún los conocimientos
cronológicos, teniendo en cuenta lo que el medio ambiente influye y otras muchas considera-
ciones, se debe concluir que tales investigaciones no son de un rigor grande por hoy, y paso tan
por alto sobre ellas por razones fáciles de comprender”. En esta misma línea también tenemos
a Berlanga. Él no estaba de acuerdo con los “craneológicos” que hablaban de primitivas razas
de donde vendrían los vascos sin tener en cuenta los “infinitos cruzamientos en siglos innúme-
ros de sus antepasados con aquitanos, ligures, celtas, romanos”. Este “cruzamiento” racial que
siempre han sufrido los vascos, vendría demostrado, según él, por los estudios sobre los citados
cráneos franco-vascones e hispano-vascones, siendo consecuencia inmediata de esta mezcla
la disgregación del idioma en dialectos y subdialectos. Por tanto, “ni los vascongados de hoy
conservan, pues, la pureza de raza, que muchos han pretendido, ni el idioma, que hablan,
ha llegado hasta nuestros días en toda la integridad arcaica, defendida con tanto entusiasmo
por los hijos de aquellas comarcas”. El concepto de cruzamiento mal se compadece con el de
autoctonía, es decir, con la idea de la permanencia milenaria y de la ausencia de mestizaje220,
defendida por autores como Sabino Arana, que hará radicar en la aversión hacia la mezcla
racial (por el supuesto peligro que comportaba para la pureza e independencia vascas) uno

219
CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1928), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos).
Primera parte…, pp. 415, 416, 421 y 425.
220
Sobre todo lo anterior, GÓMEZ PELLÓN, E., (1998), “Unamuno y la antropología …”, p. 53. UNAMUNO
Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …”, pp. 13-14. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1897), “Una
inscripción ibérica … (I)”, p. 493. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…,
pp. 130 y 131. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….(II), pp. 62 y 63.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 8 3
de los pilares de su esquema histórico. O, con la de Sanpere y Miquel (1881): “los vascos son
autóctonos; el vasco, como ibero, es el pueblo autóctono de la península española; los iberos
ocuparon toda la península española”. Es la tesis del indigenismo cultural, como prefería decir
Juan Vilanova, es decir, “… el carácter indígena y la continuidad de todos los progresos que el
hombre iba realizando en el lugar mismo donde vivía, sin necesidad de maestros procedentes
de luengas tierras”221.
Años después Bosch Gimpera presenta una opinión más matizada que la sustentada por
los tratadistas vascos, pero que sirve a Campión, no obstante, para vincular raza y cultura e
insertar el pueblo vasco en la raza pirenaica de que habla su “amigo” Bosch. Según Campión,
Bosch supone que el pueblo pirenaico procede de elementos étnicos del paleolítico superior
franco-cantábrico, pues toda la zona cántabro-pirenaica y el sur de Francia no se compagina
bien con la civilización capsiense del resto de la península. De aquí deduce aquél que el pue-
blo vasco brotaría de la raza pirenaica occidental y, admitiendo que “no hay duda de que
entre los grupos étnicos y las culturas que parecen concomitantes con ellos existen relaciones
de causalidad”, hace una interpretación interesada de las afirmaciones de Pedro Bosch, al
atribuir a éste el criterio de identificar culturas con grupos étnicos. En realidad Bosch, aunque
mantenía que los pueblos eran titulares de una “personalidad” preexistente, decía algo bien
distinto: “para evitar malas inteligencias, conviene insistir en que al identificar culturas con gru-
pos étnicos nos referimos a pueblos en el sentido histórico de la palabra, y nos guardaríamos
de pretender que se trata de pueblos puros en sentido antropológico. También hay que hacer
siempre la parte de lo que se explica por nuevas influencias culturales debidas a la vecindad
o al comercio, distinguiéndolo de lo que es fruto de la personalidad de los pueblos. Éstos, en
sentido histórico, son siempre resultantes de múltiples factores”222.

221
WULFF ALONSO, F., (2002), “La Antigüedad en España …”, pp.140 y 147. AYARZAGÜENA SANZ, M., (1992),
La arqueología prehistórica …, pp. 266 y 328. Indigenismo e iberismo confluían por aquellos años en la men-
talidad paniberista, afirmando que desde aquella epoca histórica ya estaba conformada la personalidad de los
habitantes de la península. En efecto, el paniberismo, como en Francia el pandruidismo, fue también una opción
política que desde 1875 a 1898 constituyó la primera aproximación a un programa inacabado de legitimación
histórica cuyo objetivo era la unidad estatal de la península ibérica, en paralelo con procesos contemporáneos
como la unificación de Italia (1870) y Alemania (1871). Tenemos una de sus manifestaciones en la obra Anti-
güedades prehistóricas de Andalucía (1868) de Manuel de Góngora, que puede considerarse un primer modelo
sobre los orígenes de la nación española. En la parte final de dicho trabajo se expone una propuesta paniberista
con todos los ingredientes: ocupación de toda la península por los iberos, posterior irrupción de los celtas y
consecuente mestizaje, excepto en el Pais Vasco, que queda como un núcleo no contaminado de la primera raza
ibera. En el mismo sentido cabe interpretar el reconocimieno oficial en 1886 de la ciencia prehistórica por la Real
Academia de la Historia (a la sazón dirigida por Cánovas): interesaba explicar que el “carácter español” se había
conformado desde tiempos remotos. Asimismo, el hecho de que en 1881 Oliveira Martins, polígrafo y político
portugués amigo de Cánovas, defiendiese la unión entre España y Portugal basándose en ideas paniberistas de
unidad racial desde los tiempos prehistóricos. O, finalmente, las afirmaciones de Vilanova y Rada en “Geología
y protohistoria ibéricas”, dentro de la Historia de España de Cánovas (1890): España y Portugal son “territorios
que si en lo político constituyen por desgracia dos nacionalidades, en orden a su primitiva historia, deben formar
uno solo, pues ningún límite natural los separa, siendo iguales así la estructura geológica …. como las gentes que
desde remotos tiempos la poblaron”. Sobre lo anterior, véase BERLANGA PALOMO, M.J., (2005), Arqueología
y erudición en Málaga durante el siglo XIX, Málaga, Universidad, pp. 48 y 49; EGUREN BENGOA, E., (1914),
Estado actual…, p. 24; y AYARZAGÜENA SANZ, M., (1992), La arqueología prehistórica …, pp. 373 y 389.
222
BOSCH GIMPERA, P., (1925), “La prehistoria de los iberos y la etnología vasca”, Revista Internacional de los
Estudios Vascos, citado con comentarios por CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1928), Euskariana. Orígenes del
pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos). Primera parte… p. 175-176 y 248-251.

1 8 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Pero volvamos a Berlanga. Hablando de antropología vasca, el salvajismo, la antropo-
fagia y la barbarie son, para él, algunos de los atributos del estado social de los vascones en
la Antigüedad. Primitivismo de costumbres, ferocidad y prácticas canibalistas son asimismo
las cualidades que cita Caro Baroja, siguiendo a Juvenal y Estrabon. Igualmente, la supuesta
incontaminación del pueblo vascongado respecto del proceso de romanización es recha-
zada por Berlanga, una opinión que ha quedado plenamente demostrada hoy día, y que
éste basaba en la existencia de inscripciones latinas en dicho territorio y en la falta de resis-
tencia a los romanos, concluyendo que en el mundo antiguo los vascones “no se distinguie-
ron ni por ilustrados ni por independientes, sino por incultos y por sumisos a los invasores
cartagineses y a los romanos, bajo cuyas diversas enseñas combatieron como mercenarios,
sin haberse hecho célebres por hazaña alguna”. Lo mismo había ya apuntado Mayans en el
siglo anterior. Campión, si bien criticaba a los “patriotas” de la región que sostenían lo con-
trario, reconocía también la romanización del País Vasco, pero –en su típica actitud ambi-
valente– “sin que esto sea capaz de amenguar o invalidar los derechos del país, los cuales
no dependen de la arqueología, sino de la voluntad de poseerlos y reconquistarlos cuando
se han perdido” Obsérvese la concordancia de esta tesis con la de Arana y Almirall, la fron-
tal oposición de Unamuno a ellas y la vigencia de una y otra posturas en nuestro presente
político. Cánovas, por su parte, reconoció que hubo vascones en las legiones romanas, y
añade más: “jamás hubo en mi concepto independencia política en las Provincias Vascas,
cual se ha pretendido y se pretende por sus naturales aún, porque ellas reconocieron sin difi-
cultad por señores lo mismo a los romanos y visigodos que a aquellos primeros cristianos…
, ni se tomaron muy a pecho la independencia política, como sí hicieron en otras regiones
españolas más pobladas, ricas y cultas sin duda“. Contrasta –finalicemos con Unamuno–
“la elevada cultura de los turdetanos … con la menguada cultura que la paleontología lin-
güística descubre en los primitivos euscaldunes …la sencillísima, incompleta y cuasi salvaje
cultura de nuestros antepasados (los vascos)…Cuando el año pasado (1886) hablé de mi
pueblo y senté la tesis de nuestra pasada barbarie, cayó sobre mi cabeza la maldición de
muchos…”223.
Para terminar, la última cuestión que trataremos en este capítulo será la tan debatida
de que los vascos eran los descendientes de los iberos y que su lengua era pervivencia
de la ibérica, opinión ésta que se generalizó desde que la consagrara Humboldt. Seña-
lemos dos ejemplos al respecto. El primero, el de George Busk, quien, tras su viaje de
1864 a Gibraltar, Sevilla (donde visita a Machado Núñez) y Madrid, defendería ante el
III Congreso de Antropología y Arqueología Prehistóricas celebrado en Norwich-Londres
en 1868 que los primitivos habitantes de la península ibérica eran vascos, basándose en
el estudio de los cráneos de Gibraltar, mina de la Sima (Sierra de Almagrera, Almería) y
cueva Genista. Y en segundo lugar, el hecho de que en 1876 Guillermo Macpherson, un

223
CARO BAROJA, J., (1942), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo…”, Emerita, 10, p. 278.
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 116 y 118. MAYANS i SISCAR,
G., (1737), Orígenes de la lengua española… p. 346. CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1928), Euskariana. Oríge-
nes del pueblo euskaldún (Iberos, Keltas y Baskos). Primera parte… p. 159. CÁNOVAS DEL CASTILLO, A.,
(1873), “Introducción”, pp. 26, 28 y 30. UNAMUNO Y JUGO, M., (1887), “Espíritu de la raza vasca …”, p.
77. UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema…”, pp. 24 y 51.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 8 5
investigador muy reputado por Berlanga, como veremos, y una de las personalidades
representativas del progreso de los estudios prehistóricos en España, en su artículo “Los
habitantes primitivos de España”, aceptase la posibilidad de que la lengua vasca fuese la
ibera224.
Berlanga, por el contrario, no admite la consideración del vascuence como el idioma
en que se localizan los restos de la antigua lengua ibérica, el idioma que hablaban los ibe-
ros225.También rebate la idea de que “los iberos primitivos fueron los viejos vascones; que los
descendientes de éstos son los más fervientes católicos… y que los modernos vascongados
son a la vez los más acérrimos defensores de nuestra monarquía tradicional”, manifesta-
ciones por las que reconoce que se arriesga a ser tildado de “librepensador, cuando no de
herético audaz”226. Contra aquella imagen reacciona contundentemente Berlanga a renglón
seguido: “las inscripciones iberas no pueden interpretarse por el vascuence; en el tercer
Concilio de Letrán de 1179 se excomulgó a vascos y navarros por las crueldades que usaban
contra los cristianos…; y, por último, los vascongados de hoy han derramado su sangre sin
atreverse a salir de sus montañas por la monarquía sálica de origen extranjero y de importan-
cia modernísima, que no es por cierto nuestra gran monarquía nacional e histórica, definida
desde el siglo XII en el inmortal Código del Rey Sabio”227. Su postura es, pues, contraria al
pretendido vasquismo de los epígrafes ibéricos y expresamente opuesta al vascoiberismo
y a las tesis de Hübner y Mommsen, en cuanto éstos profesaban respecto del vascuence

224
AYARZAGÜENA SANZ, M., (1992), La arqueología prehistórica …, pp. 87 y 145. JIMÉNEZ DÍEZ, J.A., (1993),
Historiografia de la Pre y Protohistoria…, pp. 214 y 398. En el artículo citado Macpherson se opone a las
conclusiones de Aranzadi, al escribir: “Hoy, ni los recuerdos históricos, ni las particularidades físicas, ni, hasta
cierto punto, el carácter y costumbres de sus habitantes, son los valladares que separan a las provincias vas-
congadas del resto de España y de las demás naciones de Europa” . Señaló vestigios de la lengua vasca, “la
que verdaderamente caracteriza aún a este pueblo y le distingue de las demás comunidades europeas” en el
idioma ibérico, y afirmó que “numerosos son los nombres de ciudades, montes, ríos y sitios que en España
principian con la con la sílaba “ast” y “asta” o “aitza”: en vascuence significan monte” (Euskal-Erria, 1905,
LII, pags. 347, 481 y 497, cit. EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual…, p. 49).
225
”La relación entre la lengua ibérica común a toda España en un tiempo y la vasca actual es más problemática
de lo que se da a entender…Los préstamos de palabras hechos al vasco, sus analogías gramaticales con otros
idiomas, se han podido analizar y establecer de forma categórica… No ocurre lo mismo respecto al ibérico,
cuyas analogías con los idiomas que históricamente han podido relacionarse con él, son tenues y muy proble-
máticas aún, cualitativa y cuantitativamente” (CARO BAROJA, J., (1946), Los pueblos de España. Ensayo de
Etnología, Editorial Barna S.A., Barcelona, pp. 60 y 151).
226
Obsérvese la asimilación entre vascoiberismo, ortodoxia católica y monarquía tradicional, que nos recuerda
la creencia de Astarloa en “la perpetua inmovilidad y firmeza del pueblo bascongado en la Religión verda-
dera en todo el prodigioso tiempo de su existencia nacional…; eslo también de la perfecta política, civilidad y
moralidad de los bascongados…” (ASTARLOA y AGUIRRE, P.P. (1803), Apología de la lengua bascongada …
, pp. 335 y ss.; cit. TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … p.127.)
227
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1897), “Una inscripción ibérica …”, (I), pp. 490-491. Además, y frente
a la pretendida resistencia antirromana de los vascones, Berlanga resaltó el colaboracionismo de éstos con
Roma (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp. 116 y 120). ¿A quiénes
dirigía Berlanga esta refutación?. Recordemos que la consideración del vascuence como manifestación de
pureza originaria, del pueblo vasco como reserva de catolicidad y el carlismo como legitimidad dinástica
son tres pilares fundamentales en la tesis de Sabino Arana, cuya producción doctrinal más significativa se
desarrolla a partir de 1893, y en la que menudea la crítica a la “impía y vascófoba” propaganda de los “make-
tófilos”.

1 8 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
“las opiniones humboltdianas”228. Este dictamen no era nuevo en Berlanga. Ya lo mantenía
en 1881 (Hispaniae Anterromanae Syntagma, 1881), y todavía antes, en 1874: “ … (Larra-
mendi y Erro) se atrevieron a sostener que el vascuence era la primera lengua hablada en
España y que las monedas con caracteres hasta entonces llamados desconocidos, estaban
también escritas en el mismo idioma. Astarloa y Lastanosa sostuvieron las mismas afirma-
ciones. Pero siendo escritores españoles, sus opiniones nacían desautorizadas. Era necesa-
rio que un distinguido alemán, Guillermo Humboldt, tuviera el raro capricho de patrocinar
tales extravagancias, haciéndolas suyas, para que todos los numógrafos franceses, desde el
ilustrado Saulcy hasta el superficialísimo Heiss adoptasen como artículos de fe semejantes
excentricidades”229. Para Berlanga, mantener estas posiciones era volver a los días de Larra-
mendi, Erro y Astarloa.
Aunque Berlanga y sus contemporáneos hablaran de “raza ibérica”, es evidente
que hoy día, desde el punto de vista antropológico, no es posible sostener tal cosa, sino
la existencia de una raza mediterránea (desde Asia Menor a Inglaterra o Irlanda) que se
mezcla con otras. No obstante la mayoría de ellos tenían claro que la denominación
de “ibero” era más bien un concepto geográfico que étnico. Así lo sostenían Unamuno
(“nadie ha probado que exista tal raza”), y Tubino. Otros, como Campión, Enrique Eguren
y Eleizalde, aun admitiendo el carácter geográfico del concepto en la actualidad, sostie-
nen que es defendible su componente racial en los tiempos primitivos. Así, dice Campión:
“La doctrina de la unidad de la raza ibérica … se sobrepuso a la que enseñaba su diversi-
dad; y entendida de modo que se refiera a la que llamaremos raza aborigen, parece que
puede desafiar los embates de los modernos, que… la califican de error etnográfico. Si …
paramos la atención en la raza primitiva o reputada por tal, podrá proclamarse su homo-
geneidad”. Berlanga a este respecto citaba a Vinson, que decía que “la existencia en toda
España, en el mediodía de la Francia, en la Italia y hasta en Cerdeña y Córcega, de una
sola y misma raza, que hablaba una lengua emparentada con el basco, no es más que una
hipótesis sin fundamento serio”. Y criticaba la tesis de quienes desde Larramendi venían
“sosteniendo que los iberos antiguos son los ascendientes de los vascos modernos”, basán-
dose para ello en el criterio etimológico, en la toponimia y en las analogías, técnicas que
solo demostraban la presencia de los iberos en casi toda la península y la presencia entre
ellos de un pequeño grupo vascón en los Pirineos, que fue “haciendo suya la toponimia
ibérica del territorio donde se albergó” y apropiándose de las palabras de sus vecinos
(iberos y celtas). Vinson venía a afirmar lo mismo en otro lugar: “Sepan pues, que no he
negado el origen ibérico de los vascos; sólo he dicho y digo que hasta ahora, no me parece
comprobado tal origen, pues sus partidarios se fundan en argumentos quebradizos y en

228
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1897), “Una inscripción ibérica …”, (I), p. 483. Recordemos que Hübner
dedica su Monumenta linguae… (Berlin ,1893) a la memoria de Humboldt. Caro Baroja también se sorpren-
dería de que Hübner no atacase a fondo el problema del vascoiberismo, habida cuenta de que conocía mejor
que nadie los textos referentes a la España antigua (CARO BAROJA, J., (1942), “Observaciones sobre la hipó-
tesis del vascoiberismo…”, Emerita , 10, p. 251).
229
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., « Prólogo ». En : GUILLÉN ROBLES, F., (1874), Historia de Málaga y su
provincia, Málaga, imprenta de Ambrosio Rubio y Alonso Cano, p. VI.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 8 7
etimologías infantiles y anticientíficas”230. Sobre todas estas cuestiones Berlanga remitía a
la autoridad de las investigaciones realizadas por “geólogos ilustrados como D. Casiano
del Prado, D. Domingo de Orueta, D. Eduardo J. Navarro y D. Guillermo Mahpherson (sic),
entre otros, que, en unión de los distinguidos extranjeros señores D. Enrique y D. Luis Siret
y D. Emilio Carthaillac, han prestado grandes servicios con su providad (sic), sus cono-
cimientos, sus exploraciones y sus obras al estudio de los primeros habitantes de nuestro
país antes de toda historia escrita”231. En el mismo sentido se expresaba Berlanga ya en el
año 1881: “Es un deber mío ineludible repetir que están verdaderamente por hacer en
España exploraciones metódicas en cavernas y en túmulos prehistóricos, habiendo en este
punto varios trabajos de aficionados sin conocimientos los unos, de fe dudosa los otros y
muy pocos realizados por personas tan competentes como Casiano del Prado, Vilanova y
Macpherson”232.
Pero, como decíamos antes, y siguiendo a Humboldt, la idea de que los vascos son
los descendientes de los iberos seguiría teniendo enorme persistencia. Citemos en este sen-
tido a Rafael de Ureña: “la opinión general considera muy acertadamente a iberos y vascos
como un solo pueblo, aunque los vascófilos no hayan conseguido traducir ni uno tan solo
de estos epígrafes. Y también a Gómez-Moreno: “de hecho, ahí está el hombre vasco, el
ibero… ¿Son ellos los aborígenes españoles?. Así se dijo y así lo confirma su primitivismo… Y
si hubiésemos de buscarle ligazones de origen serían en África , con el elemento líbico”. En
la actualidad, el estado de la cuestión puede resumirse en estas palabras de Rafael Lapesa:
“El problema lingüístico se ha mezclado durante largo tiempo con cuestiones étnicas. Hum-
boldt, apoyándose en semejanzas de nombres geográficos –muchas de ellas rechazadas
hoy–, creyó probar la identidad linguística y racial de vascos e iberos …, y aunque recono-
ció la importancia del elemento celta, lo supuso mezclado con el ibérico en la mayor parte
de Hispania. De este modo la teoría vasco-iberista amparó la idea de una primitiva unidad
lingüística peninsular: así Hübner, en 1893, tituló Monumenta Linguae Ibericae, con genitivo

230
CARO BAROJA, J., (1942), “Observaciones sobre la hipótesis del vascoiberismo…”, Emerita, 10, p. 254.
UNAMUNO Y JUGO, M., (1884), Crítica del problema …, p. 24. EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado ac-
tual…, pp. 9, 11 y 12. CAMPIÓN Y JAIMEBON, A., (1931), Euskariana. Orígenes del pueblo euskaldún (Ibe-
ros, Keltas y Baskos). Segunda y Tercera partes…, pp. 17-18. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884),
Los bronces de Lascuta…, pp. 746 y 747; VINSON, J., (1879), “El método científico …” p. 19.
231
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1897), “Una inscripción ibérica … (I)”, p. 493.
232
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 145, nota 2. Casiano de Prado
siempre insitió en la importancia que para la Geología y la Prehistoria tenía la prospección de cavernas, rea-
lizando la primera catalogación sistemática de las conocidas en España hasta entonces. En la misma línea se
manifestaba Antonio Machado. No es aventurado pensar que Berlanga pudiese conocer a Vilanova y Tubino
en 1870, cuando ambos exploraban varias cavernas de la provincia de Málaga, actividad que en los años
siguienes continuó éste útimo, por la zona de Carratraca y Sierra de Alcaparain (Sobre todo ello véase AYAR-
ZAGÜENA SANZ, M., (1992), La arqueología prehistórica …, pp. 89, 134, 135, 145 y 194). Estas opiniones
de Berlanga sobre Prado, Vilanova y Machperson nos parecen capitales. En primer lugar porque aluden a los
dos autores (Prado y Vilanova) que hoy se consideran los impulsores del paradigma naturalista en los estudios
prehistóricos. Y segundo, porque nos posicionan a Berlanga tendiendo puentes entre el paradigma filológico
-al que pertenece de modo eminente en el ejercicio de la arqueologia clásica- y el naturalista (el mundo de
las Ciencias Naturales y la Geologia), de cuya síntesis fue surgiendo la arqueología cientifica en la primera
mitad del siglo XIX.

1 8 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
singular, su valiosísima colección epigráfica, donde hay inscripciones indoeuropeas junto a
las propiamente ibéricas, y Shcuhardt, en 1908, intentó reconstruir la declinación ibérica a
base de morfemas vascos. Hoy no parece sostenible el parentesco –no ya la identidad– entre
las dos lenguas. Tampoco se admite la comunidad de raza: aunque algunos hayan defendido
que los dos pueblos son ramas distintas del tronco caucásico, la procedencia africana de los
iberos parece indudable” 233.

6.—EL PUNTO DE VISTA FILOSÓFICO-LINGÜÍSTICO:


CRÍTICA AL FILOSOFISMO DEL VASCUENCE.

La crítica de lo filosófico aplicado a la Historia menudea en la obra de Berlanga. En


general, siempre se mostró partidario de la ciencia histórica frente al filosofismo: “En vano
ha sido que la escuela histórica contemporánea, que, prescindiendo de rancios filosofismos
de estraviados fanatismos y agena al amanerado convencionalismo de secta, se apoya no mas
que en fuentes indubitadas, depuradas por la crítica, se haya esforzado en inculcar…”234.
Tampoco compartía los criterios de la escuela filosófica del Derecho: dos eran las
escuelas de derecho, histórica la una y filosófica la otra. Me incliné un tanto a la segunda
y pronto las teorías de la propiedad y de las penas, los orígenes de la sociedad y de la ley,
con otras tantas diatribas, provocadas y defendidas por los jurisconsultos de diversas eda-
des, embargaron mi atención en términos, que me entregué a la filosofía, y llegué hasta el
extremo de poner a discusión las más respetables creencias. Comprendí en buen hora que
ante las abstrusas doctrinas sostenidas por los modernos pensadores se extendían los límites
de mi razón, y retrocedí atemorizado al ver el abismo en que hubiera ido sin duda a sepultar
para siempre las más puras verdades hijas de la fe. Entonces me eché en brazos de la histo-
ria...”. En este pasaje vió agudamente el profesor Pérez-Prendes la constancia de uno de los
primeros acercamientos intelectuales a la filosofía marxista en el siglo XIX español. A noso-
tros interesa resaltar aquí también el esfuerzo epistemológico que estas palabras denotan; la
perplejidad, la incertidumbre de Berlanga ante la dialéctica entre razón y fe, tan apremiante
para algunos intelectuales de la época; la zozobra entre las razones de la Filosofía y la His-
toria, por un lado, y las de la fe y moral religiosas, por otro, que le acompañará toda su vida,
arrastrándole a significativas y fecundas contradicciones, como ocurriera a otros investiga-
dores como Manuel de Góngora o Juan Vilanova. Vienen a la mente en este punto dos citas
de Kant que muy claramente desvelan la frontera sutil entre racionalismo e idealismo: “La
razón humana tiene el destino singular, en uno de sus campos de conocimiento, de hallarse
acosada por cuestiones que no puede rechazar por ser planteadas por la misma naturaleza
de la razón, pero a las que tampoco puede responder por sobrepasar todas sus facultades”;

233
UREÑA Y SMENJAUD, R., (1906), Historia de la literatura jurídica española :intento de una historia de las
ideas jurídicas en España : sumario de las lecciones dadas en la Universidad Central durante el curso de
1897 a 98 y siguientes, pp.. 390 y 393, cit. EGUREN BENGOA, E., (1914), Estado actual…, p. 50; GÓMEZ-
MORENO MARTÍNEZ, M., (1942), “Las lenguas hispánicas …”, p. 20. LAPESA MELGAR, R., (1995), Historia
de la lengua… Pp. 25-26.
234
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), “Tres objetos malacitanos …”, pp. 214-215.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 8 9
“tuve, pues, que suprimir el saber para dejar sitio a la fe“. En la misma dirección, el siguiente
aforismo de Goethe: “La suprema felicidad del pensador es haber explorado lo explorable
y venerar serenamente lo inexplotable”. O aquel otro juicio de Einstein: “La certeza de que
existe algo que no podemos alcanzar, nuestra percepción de la razón más profunda y la
belleza más deslumbradora, a las que nuestras mentes sólo pueden acceder en sus formas
más toscas..., son esta certeza y esta emoción las que constituyen la auténtica religiosidad.
En este sentido, y sólo en éste, es en el que soy un hombre profundamente religioso”235. Tras
constatar, pues, los límites del conocimiento especulativo, esa fe que refiere Berlanga, a
nuestro entender, no viene a caer en un mero fanatismo o o convicción teologal (menudean
en su obra, recordemos, la crítica a las tradiciones piadosas y a las falsificaciones religio-
sas), sino que parece más un asentimiento fundado en la razón, en la línea de la aquella fe
racional kantiana.
Oposición, como vemos, al filosofismo histórico y al filosofismo jurídico. Finalmente,
Berlanga también será muy crítico con el filosofismo lingüístico, sobre todo en la aplica-
ción que de él hace Astarloa en el vascuence236, como veremos a continuación. Todo ello
no es sino fruto de su enraizamiento en el método filológico (el valor de las fuentes para la
historia y la importancia del acopio de éstas), es decir, en una alternativa positivista dentro
del debate gnoseológico de la época: hechos frente a ideas, ciencia histórica frente a filo-
sofismo.
Se ha dicho que en la España del XIX hay un decaimiento de los estudios filosóficos. Sin
embargo, en las primeras décadas del siglo XIX existe un marcado interés por los estudios lin-
güísticos y por la filosofía del lenguaje, especulándose sobre la esencia y origen del lenguaje,
por influjo de las ideas de Locke. Su hipótesis de que las ideas y conocimientos proceden de
la sensación y de la reflexión (1690) influiría en los “ideólogos” franceses, sobre todo Condi-
llac y su seguidor Destutt de Tracy (1754-1836). Estamos ante la teoría filosófica, racionalista
o lógica del lenguaje, que se plasmaría en las llamadas gramáticas “generales”, que alcanzan
su momento de esplendor en el XVIII y comienzos XIX. Para estos “ideologistas” existe un
paralelismo lógico-idiomático. La lengua no es sino trasunto fiel del pensamiento. Para Des-
tutt de Tracy la gramática es una continuación de la ciencia de las ideas o ideología: “para
hallar las leyes del discurso y del raciocinio era indispensable conocer nuestra inteligencia, y
que antes de hablar de gramática y de lógica era menester estudiar nuestras facultades inte-
lectuales”. La recepción de estas ideas gramaticales en España está representada por la Gra-
mática filosófica de la lengua española de Muñoz Capilla (1831), los Principios de Gramática

235
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1864), Monumentos históricos…, pp. VII-VIII. PÉREZ-PRÉNDEZ MUÑOZ-
ARRACO, J.M., (1983), “Vida y obra de don Manuel Rodríguez de Berlanga”. En: ILUSTRE COLEGIO DE ABO-
GADOS DE MÁLAGA, Segundo Centenario de su fundación (1776-1976), Málaga, Ilustre Colegio de Abogados,
p. 317. KANT, E., (1781), Crítica de la razón pura, A, XII y B, XXX, cit. por ROVIRA MADRID, R., (1985), “Sobre
el lugar de la fe racional en el idealismo trascendental”, Anales del Seminario de Metafísica, XX, Universi-
dad Complutense. GOETHE, Johann Wolfgang, (1996), Máximas y reflexiones, Barcelona, Edhasa. EINSTEIN,
A., (1983), “Mis ideas y opiniones”. En: Sobre la teoría de la relatividad, Madrid, Sarpe, p. 198, cit. ARANA,
J., (2000), “La fe del sabio: actividad científica y creencia religiosa”. En: ARANGUREN, J., BOROBIA, J.J., y
LLUCH, M., Comprender la religión. II Simposio Internacional de Fe Cristiana y Cultura Contemporánea, Uni-
versidad de Navarra, Pamplona.
236
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica …”. (II), p. 63.

1 9 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
general de Gómez Hermosilla (1837) y la Gramática General o Filosofía del Lenguaje (1847)
de Balmes237. Este es el ambiente en que acometen Humboldt, Astarloa y Erro sus estudios
lingüísticos y sobre el vascuence. Precisamente el enfrentamiento de Berlanga con Humboldt
lo es también por motivo del idealismo de éste. Téngase en cuenta que Humboldt es el inicio
remoto del idealismo o logicismo lingüístico moderno, representando una corriente opuesta,
por tanto, a la lingüística histórica de Bopp, la cual se ocupa de aspectos positivos e intenta
analizar los hechos de la lengua. Según Humboldt el lenguaje en general tiene una forma
interior (innere Sprachform) que cada idioma rellenaría de modo distinto, en orden a la mejor
expresión del pensamiento. Para el idealismo lingüístico la intervención del espíritu es el fac-
tor consciente y creador del lenguaje. Por tanto, estudia el lenguaje abstracto, no el concreto
de que tratan los lingüistas. Se sustituyen las leyes empíricas de los neogramáticos por leyes
de determinismo psicológico. Winkler (1935) llegó incluso a establecer a este respecto una
interesante y fundamental oposición entre la lingüística francesa y la alemana, representadas,
respectivamente, por Saussure y Humboldt238.
Pero a la vez hay que tener en cuenta que la lingüística no entró en su verdadero
periodo científico hasta que se desechó esta preocupación filosófica, hasta que abandonó
para ello los métodos puramente especulativos, esa búsqueda de una especie de piedra
filosofal, y adoptó los métodos comparativos. Los lingüistas, como hemos dicho, tenían una
mentalidad filosófica más que lingüística, debido a la influencia del racionalismo francés.
La mayoría de ellos en la España de la época eran de formación religiosa y filosófica. Astar-
loa, por ejemplo, era , además, miembro de la Compañía de Jesús. Faltaba en todos ellos,
pues, la inducción, la doctrina experimental, fundada en el examen detenido de los hechos
del lenguaje. Las nuevas corrientes comparatistas e historicistas fueron abriéndose paso y
de este modo fue surgiendo la teoría normativa del lenguaje y, por tanto, las gramáticas nor-
mativas frente a las generales o filosóficas. En 1830 se publicaría la Gramática de la lengua
castellana según ahora se habla, de Salvá, y en 1874 la Gramática de la lengua castellana
destinada al uso de los americanos, de Andrés Bello, ambas de enorme influencia e inicia-
doras de la reacción frente a la ingente proliferación de gramáticas filosóficas y sobre todo
contra lo que éstas tenían de minusvaloración del uso y la práctica del lenguaje. A pesar de
todo, estas nuevas ideas no pasarían a la gramática oficial de la Real Academia Española
hasta la edición de 1870239.
Entendemos que Berlanga demuestra cierta percepción de estas ideas por cuanto se
opone, como venimos diciendo, a los “amanerados procedimientos de la que llaman gra-

237
Sobre todo lo anterior véase MOURELLE-LEMA, M., (1968), La teoría lingüística …”, pp. 25, 278, 285, 288 y
300.
238
Sobre todo lo anterior, véase VENDRYES, J., (1967), El lenguaje, p. 70. COSERIU, E., (1986), Introducción …,
p. 52.
239
MOURELLE-LEMA, M., (1968), La teoría lingüística …”, pp. 96, 360, 368 379 y 381. Entre las gramáticas del
vascuence Berlanga distinguía entre las de “corte clásico, como las de Larramendi y Van Eys (Essai de gram-
maire de la langue basque, 1867; y Grammaire comparée des dialectes basques, 1879) y las filosóficas, como
la de Astarloa (Discursos filosóficos…, 1888) y L’Abbé D’Iharce (Histoire des cantabres ou des premiers solons
de toute l’Europe avec celle des basques, 1825) (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción
ibérica …” (II), p. 67).

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 9 1
mática filosófica”, “soporífero pasatiempo de gente despreocupada y extravagante”, critica
el “indigesto aparato del enmarañado filosofismo de Astarloa”, “su análisis con pretensio-
nes filosóficas del euscaro” y es claramente partidario –como hemos observado antes– del
metamorfismo y del historicismo lingüístico, es decir, de la consideración del idioma en su
vertiente práctica, usual, materialista diríamos. De ahí su implícita distinción entre habla
(hic et nunc, lo real, lo concreto) y lengua (hic et tunc, lo virtual y abstracto), no solo en
el español, sino también en el latín240. El puro espíritu irracional del pueblo (Volkgeist) está
en el habla, parece decirnos. En la lengua, la norma, la gramática, lo retórico. El estudio
de cada elemento ha de acometerse viendo la singularidad de cada parte en el conjunto:
“... se habla de diversa manera que se escribe y el español hablado es el vulgar, mientras el
escrito es el erudito. Aplicando a aquél las reglas etimológicas y sintácticas adoptadas por los
gramáticos se transforma y pierde por completo su fisonomía característica ....”241. En este
sentido, Berlanga se interesó por el romance, la copla, el folklore y el papel de la tradición
oral en la conservación y transmisión de las lenguas vernáculas de Hispania242.

240
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica …” (II), p. 51 y 63. RODRÍGUEZ DE BER-
LANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica …” (I), p. 488. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884),
Los bronces de Lascuta…, p. 736.
241
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1886), Sor María de Ágreda…, p. 99. “La valoración del acto lingüístico
como aspecto fundamental del lenguaje se debe, en primer lugar, a Humboldt, a quien se considera, justamen-
te, fundador de la lingüística general. En efecto, Humboldt, en la introducción a su obra sobre la lengua kawi
de la isla de Java (“Uber die Kawi Sprache”, publicada póstuma en Berlín en 1836), distinguió por primera vez
los dos aspectos fundamentales del lenguaje: el lenguaje como “enérgeia”, es decir, como continua creación
de actos lingüísticos individuales, como algo dinámico que no está hecho de una vez…, y, por otra parte, el
lenguaje como “ergon”, vale decir, como “producto”, o “cosa hecha”, como sistema históricamente realizado
(“lengua”). Con esta distinción Humboldt dió una nueva orientación a los estudios lingüísticos …, pero duran-
te casi todo el siglo XIX los lingüistas siguieron hablando de las lenguas como fenómenos independientes de
los individuos.” Solo más tarde, Ferdinand de Saussure (Cours de linguistique générale, 1916) distingue entre
parole (habla, acto lingüístico) y langue (lengua). La langue es para él la norma, el sistema lingüístico que se
realiza en el hablar, y pertenece a la sociedad; la parole es la actividad de hablar y pertenece al individuo. El
objeto de la lingüística es el sistema, la langue; pero el lingüista tampoco puede desconocer la parole, pues
según una tesis del propio Saussure, “nada existe en la lengua que no haya existido antes en el habla” (COSE-
RIU, E., (1986), Introducción …, p. 29-30).
242
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, p. 738. Aunque parece que no les
unió amistad propiamente dicha, Berlanga mantuvo relación científica en materia epigráfica y arqueológica
con el eminente folklorista Francisco Rodríguez Marín –“ilustrado letrado de Osuna … que tanto se interesa
por las antiguas memorias de su país” (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1889), “Estudios epigráficos”, El
Archivo. Revista de Ciencias Históricas, Denia, septiembre de 1889, pp. 267-268)–, probablemente desde la
fecha en que aparecieron de los bronces de Osuna (1870) y con seguridad desde la ulterior incorporación
de ambos a la Sociedad Arqueológica de Excavaciones de Osuna en torno a los años de 1887 y 1888 (véase
al respecto el artículo de Mauricio Pastor y Juan Antonio Pachón en este mismo volumen). Rodríguez Marín,
amigo de Hugo Schuchardt desde la estancia de éste en Sevilla (1879), colega y amigo también de Antonio
Machado Alvarez, el iniciador de la ciencia del Folklore en España, ya por entonces había publicado su
monumental Cantos populares españoles (1882-1883). Berlanga, por su parte, se muestra sensible hacia la
naciente ciencia del folklore. Así, valora la “flexibilidad de nuestra lengua en boca de ese mismo pueblo que
en el XIVº y XVª componía romances y al presente coplas, que sorprenden por su sencillez y su inusitado
alcance”. Pero critica a sus coetáneos recopiladores de romances y coplas (es decir, los folkloristas) el que
traten de reproducir gráficamente la palabra hablada, “especialmente por nuestros espontáneos poetas po-
pulares, que sin saber lo que es ritmo ni arte métrica, y hasta ignorando como se escribe, improvisan coplas

1 9 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Como apuntábamos, el filosofismo lingüístico en lo referente al vascuence está repre-
sentado sobre todo por Astarloa y Erro. Veamos primero la posición de Astarloa y con ello
aclaramos a qué se opone Berlanga. Cree Astarloa que los primeros hombres tuvieron “el
uso de una lengua perfecta desde el primer instante de su creación”, y tal lenguaje era
“natural” (como lo es, por ejemplo, el relincho o bramido de los animales), aunque no
“infuso por Dios”. Esta idea de las voces naturales, del sentido natural que se creía hallar en
cada sonido, se encuentra en los más grandes sabios contemporáneos en forma muy seme-
jante, por ejemplo Humboldt, y tendría epígonos como Vicente de Aguirre. Tales ideas sobre
la significación natural de las letras nos parecen ahora gratuitas, disparatadas, y el mismo
Humboldt, que estaba próximo a ellas, critica en este punto a Astarloa y Erro, y les pide
que renuncien “del todo a tal empeño vanidoso, cuya inutilidad han reconocido hace largo
tiempo otras naciones”. Pero alguna razón tenia Astarloa, como reconoce Tovar y hoy día
reivindican algunos estudiosos. Tengamos en cuenta que la cuestión del significado prima-
rio de los sonidos todavía era invocado en aquella época, y lo seguiría siendo durante algún
tiempo. Para Astarloa tienen mucha importancia, como decimos, las voces llamadas “natu-
rales” (que abundan en el vascuence, como en algunos otros idiomas), es decir, aquellas
que son “análogas a sus signados, propias, eufónicas y ecónomas”, basadas “en las articula-
ciones del niño, en las interjecciones del adulto”, y con esa semejanza más o menos difun-
dida –que Schuchardt llamaría Elementarverwandtschaft–, basada en la misma naturaleza
humana. Respalda Astarloa experiencias como la que dice demostrar que la primera letra
que pronuncia el varón al nacer es la “A” y la hembra la “E”, por lo que “aarra” significaría
“el de la A”, “varón”. Así arranca su identificación del vascuence con la lengua primitiva y

inimitables por su sentimiento y expresión. Porque sin temor de pasar por exagerado podrá decirse que nues-
tros modernos copleros del mediodía de España son los sucesores de nuestros más añejos romanceros”. Esto
es –dice Berlanga– lo que le sucede a los compiladores alemanes de Primavera y flor de romances, que “si
hubieran oído a nuestros cantadores de más fama entonar unas malagueñas o unas playeras, al expresivo son
de una guitarra, sobre mullida alfombra de menuda arena, a la espléndida luz de la luna rielando sobre las
rizadas olas de la azulada mar, hubieran podido únicamente comprender la manera de vocalizar de nuestro
pueblo y porque el apóstrofe y la aglutinación son pálidas manifestaciones gráficas, que apenas logran dar
una idea de la ductilidad de nuestra armoniosa lengua en las poesías populares... Entonces y solo entonces
hubieran comprendido que el seguir, al editar estos pequeños poemas, las reglas etimológicas, suprimiendo los
apóstrofes, es quitarles el sello purísimo de su origen, transformando tales composiciones en poesias eruditas,
escritas por cualquier estirado retórico” (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M, (1886), Sor Maria de Agreda y su
correspondencia con Felipe IV : noticia sobre un libro que ha publicado el Excmo.Sr.D.Francisco Silvela, Im-
prenta de El Correo de Andalucía, Málaga, pp. 98-99). Dentro de su atención hacia la fonética, vemos aquí
cómo Berlanga diferencia netamente el sistema fonético del sistema gráfico, incidiendo, como vemos, en el
riesgo de adulteración que toda transcripcion de sonidos supone, especialmente en la poesía o en la música
popular. Idéntica opinión manifestaba Rodríguez Marín en 1882: “al escribir he respetado cuidadosamente
la pronunciación original en cuantas rimas populares me ha sido posible; indico con el apóstrofe, en muchos
casos, la ausencia de una o más letras y con el acento circnflejo la fusión de dos vocales iguales, por elisión
de la consonante intermedia. De sentir es que no se haya inventado un sistema gráfico completo, que ocurra
a todos los casos de la fonética”; y respecto a las tonadas populares reconoce que las está “recogiendo y es-
cribiendo tan fielmente como lo permte la resistencia que oponen muchas de ellas, libres como las brisas de
los campos, a dejarse aprisionar en las estrecheces del compás y de la pauta y a someter su espíritu salvaje a
los despóticos fueros del tono y del semitono”. (RODRÍGUEZ MARÍN, F., (2005), Cantos populares españoles,
Renacimiento, Sevilla, pp. 17-18).

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 9 3
natural, con la que sería innata en los hombres. De esas interjecciones originarias se pasaría
a un lenguaje único y perfecto (lo que hoy llamaríamos los universales del lenguaje) en una
época patriarcal, pues Astarloa esta convencido de la monogénesis de la especie, de la uni-
dad del género humano. De las tres fases de la evolución de toda lengua, según la escuela
idealista (fase de lenguaje sensible y concreto: onomatopeyas; fase de expresión verbal ins-
tintiva; y fase de habla conceptual), estaríamos en la primera243.
Todas estas teorías de las letras significativas, identificando, como diríamos hoy, el
fonema con el morfema, al asignar a aquel un significado propio, le parecen a Unamuno “un
himno a la lengua que no carece de poesía, aunque carezca de ciencia”, criticando a Astarloa
por considerar un proceder arbitrario “eso de que la “i” indique cosa aguda y la “o” exprese
redondez”, sistema con el que “inauguró entre los vascófilos el disparatadísimo principio de
dar valor ideológico a las sílabas y aún a las letras… y llegó a tales excesos de entusiasmo, que
afirmó haber hallado algo ‘casi divino’ en los abstractos del vascuence”. Humboldt, aunque
en la órbita de la filosofía idealista, critica también esa idea de que “cada letra, cada sílaba de
esta lengua vasca encierra un sentido propio que se conserva también en composición”. Este
método de Astarloa es comparado por Humboldt con el muy parecido de los fundadores de
la gramática y lexicografía galesa John Davies y William Owen (autores que también citaba
Unamuno), para señalar con razón que ese proceder es inseguro “si no se funda en el descu-
brimiento de efectivo parentesco de sonidos conforme a un sistema fijo de derivación”. Esta es
ya la moderna lingüística histórica, a la que no habían llegado aún los precursores de Hum-
boldt. Por su parte, Sabino Arana, en su objetivo de separar a los vascos de toda relación his-
tórica, echa mano también en ocasiones de la teoría de Astarloa sobre el significado de cada
letra. Por ejemplo: como en “lege” (ley), se reconoce su etimología latina, prefiere la variante
dialectal “lagi”, y admite de Astarloa que la consonante “l” indica la idea de “apegamiento”,
lo cual él corrobora con una serie de palabras: “lagun” (compañía), “lar” (zarza). Para Arana
seguía vigente la tradición de los euscaristas del país. El desarrollo de la lingüística y de la
historia en el XIX no existía para él. Los vascos son irreductibles a todo otro pueblo: “el origen
de la raza euskariana desconócese hasta hoy por completo: su lengua carece de hermanas y
de madre conocidas” (1882). “Todas las demás razas se han clasificado en grupos primitivos,
ramas originales y ulteriores derivaciones; la nuestra permanece siendo una selva virgen para
la investigación científica, una verdadera isla en medio de la humanidad” (1893)244.

243
Sobre todo lo anterior, ASTARLOA y AGUIRRE, P.P., (1883), Discursos filosóficos …, cit. TOVAR LLORENTE,
A., (1980), Mitología e ideología … p. 111. AGUIRRE, V., (1898), Tentativas de reconstrucción de nuestro
lenguaje natural y el problema de la palabra”, Eibar, imprenta y encuadernación de Pedro Orué, cit. EGUREN
BENGOA, E., (1914), Estado actual…, p. 54. TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … pp. 113,
114, 115, 120. VENDRYES, J., (1967), El lenguaje, p. 70.
244
Para Unamuno, los antiguos euskaristas eran artistas, poetas, rapsodas, más que hombres de ciencia. Sobre
todo lo anterior, vease TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología … pp. 114 y 156. UNAMUNO Y
JUGO, M., (1884), Crítica del problema …, pp. 20, 34 y 39. UNAMUNO Y JUGO, M., (1902), “La cuestión
del vascuence”, La Lectura. En: Obras Completas, Madrid, p. 562, cit. TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitolo-
gía e ideología … p. 114. HUMBOLDT, K.W., (1959), Primitivos pobladores de España y lengua vasca, trad.
Echevarria, Madrid, p. 21; cit. Ibidem, p. 155-156. ARANA GOIRI, S., (1896), “Lecciones de ortografía del
euskera bizkaino”, 1896; cit. Tovar 171). Las tres ultimas citas son de TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología
e ideología … pp. 112, 152, 156 y 171.

1 9 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Otra incidencia del filosofismo de Astarloa se plantea en su teoría del verbo. Para la
mayoría de los gramáticos vascos del siglo XIX el verbo es la parte más misteriosa y complicada
de la gramática vasca. La riqueza, regularidad y, en algunos casos, la filosofía del verbo vasco
son rasgos que subrayan en sus trabajos. Berlanga reconoce –como dijimos–la complicadísima
estructura de los verbos del vascuence, una característica que muchos atribuían, según él, a un
designio divino (parece claro que Berlanga se refiere aquí a Astarloa). “La parte más compleja
de la Gramática Vascongada –sigue diciendo– es la relativa al verbo, por las múltiples maneras
de conjugar que en dicho idioma se conocen, razón por la cual es imposible reducir a un breve
cuadro demostrativo … los numerosos sufixos que se aglutinan a la forma primordial del verbo
vasco, para expresar los modos, tiempos, números y personas”, remitiendo al lector a las obras de
Zabala (El verbo regular vascongado del dialecto vizcaíno, San Sebastián, 1848) y Bonaparte (Le
verbe basque en tableaux, Londres, 1869). En los Discursos filosóficos sobre la lengua primitiva
(1883), es donde Astarloa traza mayormente su teoría sobre el verbo vasco, en la que se mez-
clan consideraciones filosóficas y apologéticas con análisis puramente morfológicos, algunos
de los cuales no han perdido actualidad y que fueron por lo general aceptados por Humboldt.
Hay que reconocer que los conocimientos del vascuence que tenía aquél le dan una perspectiva
distinta de la que estaba al alcance de los que partían de lenguas románicas, germánicas o del
latín (como Berlanga), y le permiten apartarse de la gramática general o filosófica en que se ins-
cribe su obra, al no compartir la llamada “teoría del verbo único”, que caracteriza a la mayoría
de los seguidores de esta corriente. Al contrario, Astarloa proclama una original doctrina sobre
los modos verbales según la cual en vascuence cualquier palabra puede convertirse en verbo
con sólo añadirle el sufijo -tu. Quizás por esto dijera Unamuno que Astarloa fue “el más original
de los euskaristas vascos, que tenía algo de poeta y mucho de científico, en cuyas obras, no tan
conocidas como debieran serlo, palpitan como intuiciones de verdades hoy establecidas por la
ciencia”. No obstante, Vinson relativiza “el edificio gigantesco de la tan celebrada conjugación”
del vascuence al decir que “tiene compañeros iguales en América; los Tuaregs ó los Algonquines
envuelven en el verbo de sus idiomas el sujeto y el régimen. Dichas lenguas y otras muchas, pue-
den además añadir á la raíz varias sílabas y expresar modificaciones numerosas, mostrando que
la acción es pasiva, recíproca, posible, habitual, agradable etc.”245
Por ultimo, la filosofía será un argumento en la polémica entre Astarloa y Traggia. Dice
Astarloa:

— “Que no puede justificarse positivamente que la lengua vascongada hubiese sido


formada en la confusión de los idiomas, referida por Moisés; pero sin embargo, debe
juzgarse como tal en buena “filosofía”, hasta que haya certeza de lo contrario”
— Que tampoco puede justificarse positivamente que los vascongados hubiesen sido
los primeros pobladores de España; pero sin embargo es una verdad “moral” que no
puede negarse en buena “filosofía”.

245
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica …” (II), p. 50. RODRÍGUEZ DE BERLAN-
GA, M., (1897), “Una inscripción ibérica … (I)”, p. 488. TOVAR LLORENTE, A., (1980), Mitología e ideología
… p. 118. GÓMEZ LÓPEZ, R., (1992), “El verbo en movimiento: una teoría sobre el verbo vasco de comien-
zos del XIX”, Congreso Internacional de Historiografía Lingüística, Murcia. UNAMUNO Y JUGO, M., (1884),
Crítica del problema …, p. 20. VINSON, J., (1879), “El método científico ...”, p. 19.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 9 5
— Que son vascongados los nombres que ha tenido la península, los de los ríos antiguos,
los de los pueblos antiguos, los de las ciudades antiguas, ya acaben en “briga”, en
“bria” o en otra terminación, y los apellidos antiguos”246.

Las tesis de Erro son parecidas. En su Observaciones filosóficas polemiza Erro contra
Conde, que negaba, como más tarde Unamuno, que las lenguas fueran “filosóficas”, y
“que las letras tengan una significación propia dada por la naturaleza”. Según Conde, “el
mecanismo de la habla nada tiene de filosófico, ni las lenguas son filosóficas como deliran
los secuaces de Astarloa siguiendo sus extravagancias; es cosa puramente natural y de la
simple y sencilla naturaleza”. Por el contrario, Erro sostiene que la filosofía, el arte y la
ciencia son justamente la naturaleza sometida a reglas; que una lengua perfecta es una
copia exacta de la naturaleza; y que no le convence el argumento de Conde de que como
las lenguas son imperfectas “el mecanismo del habla no pueda ser filosófico”. “Las lenguas
en esta suposición (la de Conde) ni serán naturales ni filosóficas, serán el resultado de la
convención de los hombres que no han consultado sus medidas con las leyes de la natu-
raleza”. “El mecanismo del habla es filosófico porque es natural”. Así, si la ‘A’ se pronun-
cia abriendo toda la cavidad bucal, el hombre se vale de este aviso de la naturaleza y su
observación le lleva a decir que “la ‘A’ debe ser nota de la extensión… la ‘C’ ha de signifi-
car corte.. He aquí al hombre y a la naturaleza ocupados en formar el idioma… He aquí
el origen sabio y filosófico de la formación de las voces, y he aquí la estructura del bas-
cuence”. Para Conde esto es “delirio, cavilación, despropósito”. Erro se basa en el Cratilo
de Platón, al que atribuye “que las letras tenían una significación propia en la naturaleza,
y una aptitud para representar signados”. Pero Conde aduce la opinión de Demócrito de
que “si la voz por su propia naturaleza explicase cierta y determinada idea, un mismo
sonido, una misma voz, no podría indicar varias ideas”. Responde Erro: “la modulación de
qualquiera letra recibe por naturaleza…una significación, pero una significación indeter-
minada, una significación extensa, aunque ordenada y clasificada por otra parte”: la ‘O’
denota todo lo que es alto, redondo, circular, pero no lo que es puntiagudo. Como vemos,
Erro parte del principio platónico del sonido como símbolo y de la significación natural de
los signos, que también desarrolla en su El mundo primitivo. Dice Erro que Platón observó
que “la construcción del lenguaje del hombre no es obra del antojo y del capricho, sino de
la disposición orgánica del instrumento oral, y del mecanismo de la voz humana”; el hom-
bre, cual el pintor toma los colores, si quiere “poner nombre a una piedra, echaría mano
de aquellas modulaciones más propias para representar las cualidades de este signado; y
siendo éstas las de la fortaleza y aspereza, usaría para indicar la primera de la modulación
‘a’”…. Y así sucesivamente247.

246
ASTARLOA y AGUIRRE, P.P. (1803), Apología de la lengua bascongada … , pp. 194, 200, 214, 215, 223, 227,
249, 257, 269, 429 y 440; cit. RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1881-1884), Los bronces de Lascuta…, pp.
61-62.
247
ERRO Y ASPIROZ, J.B., (1806), Alfabeto de la lengua primitiva …, pp. 43, 46, 47, 49, 50, 51 y 52. Las opi-
niones de Conde aquí citadas aparecen en las mencionadas páginas del libro de Erro. MOURELLE-LEMA, M.,
(1968), La teoría lingüística …”, p. 105.

1 9 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Para terminar, unas palabras
de Julio de Urquijo, quien, en el
gozne entre el pasado y el futuro
de los estudios sobre el vascuence,
advertía de la nefasta influencia de
Astarloa en esta materia: “En una
época en que se admitía por muchos
la gran influencia de la lógica en la
formación de las lenguas, nada tiene
de particular que Astarloa se enca-
riñara con esta idea y escribiera los
De izquierda a derecha,
“Discursos” ya citados y la “Apolo- CARMELO DE ECHEGARAY, ARTURO CAMPIÓN
gía de la lengua vascongada”… La
riqueza de los afijos del euskera y,
sobre todo, su maravillosa conjugación, que permite, a quien sabe manejarla, expresar en una
sola palabra lo que en otra lengua cualquiera se diría con seis u ocho, se prestaba a las mil
maravillas para alucinar a nuestro autor... Aún hoy no dejará de ser halagüeño su sistema, para
el vasco que no crea o no sepa que la fisiología y la psicología desempeñan un papel mucho
más importante que la lógica en la formación y la evolución de las lenguas248 y para el que no
admita la inconsciencia de la mayor parte de los fenómenos del lenguaje. Pero el error más
garrafal de Astarloa, el que más estragos ha causado en la vascología indígena, es el de haber
aplicado al vascuence el desacreditado sistema etimológico del celtista Davies. En vez de
detenerse en la raíz en la descomposición de las palabras, Astarloa pretende que cada una de
las letras de todo vocablo vasco, tiene una significación determinada... Este sistema, basado
en un hecho falso, cual es el de suponer que una palabra es la definición adecuada y com-
pleta de una idea y de un objeto, se presta a las conclusiones más extraordinarias, sobre todo
si quien la maneja da rienda suelta a la imaginación … Los errores propalados por Astarloa,
que aún existen en no pocos vascófilos a causa de la falta de preparación a que aludía antes,
son una rémora para el cultivo en el país vasco de la moderna lingüística249, la cual, al aban-
donar los antiguos derroteros de los gramáticos griegos y latinos, al admitir la evolución de los

248
URQUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual …”, p. 416. A fines del siglo XIX se va imponiendo la investiga-
ción psicológica del lenguaje, y desde las primeras décadas del siglo XX se revaloriza también la consideración
filosófica de los problemas lingüísticos, de gran tradición en Alemania desde Humboldt. Cassirer, en 1923, en su
Filosofía del simbolismo de las formas hablaría de las tres etapas de la historia de las lenguas: fase del lenguaje
sensible y concreto (onomatopeyas), fase de la expresión verbal instintiva y fase del habla conceptual.
249
URQUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual …”, p. 417. Véase la defensa que Arana hace de Astarloa y
de la significación de las letras por sí solas en Lecciones de ortografía del euskera bizkaino (1896) (cit. COR-
CUERA ATIENZA, J., (2001), La patria…, p. 35). Dice Arana que no es solo Unamuno el que se ha opuesto al
sistema de Astarloa (letras significativas) sino casi todos los euskariólogos posteriores a Astarloa, “pero hasta
ahora nadie lo ha deshecho con las armas del verdadero hombre: las frías razones. Y conste que mientras
no se hayan destruido los argumentos del sabio durangués, queda en pie su teoría y la razón por su parte”
(ARANA GOIRI, S., (1888), “Observaciones acerca de los remitidos de los Sres. Olea y Unamuno”. En: Pliegos
Histórico-Políticos I, Bilbao. En este Pliego polemizaba Arana con las opiniones vertidas por Unamuno en su
conferencia “Orígenes de la raza vasca” en la Sociedad “El Sitio”, de Bilbao).

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 9 7
idiomas de acuerdo a ciertas tendencias fisiológicas y psicológicas del hombre, al sostener la
inconsciencia de muchos de los fenómenos del lenguaje y al enseñar que la palabra no es la
definición, sino el signo del objeto o de la idea, ha progresado en gran manera, transformando
profundamente sus métodos”250.

• EPÍLOGO

Unas bellas y certeras palabras de Unamuno (1887) sobre la cultura y la política vas-
cas centrarán nuestra reflexión final: “Hace ya tiempo que murieron nuestras leyes; hace ya
tiempo que a cambio de la libertad de gobernarnos nos dan otras libertades, que para nada
nos hacen falta ya; hace ya tiempo que la fuerza se impuso a la razón; la barbarie civilizada
a la independencia primitiva. Hoy dos partidos luchan por lo perdido: el uno quiere volver-
nos a la cuna, tornarnos a la barbarie de que salimos; el otro llevarnos adelante, educarnos
en la civilización; aquél trata en nuestra lucha con el espíritu moderno de volveros al viejo;
éste trata de acomodarnos a él; yo creo que debemos buscar el espíritu del porvenir; el
paraíso no está en el pasado, está en el futuro”.251
Catorce años antes (1873) Cánovas del Castillo, también desde una valoración polí-
tica, demandaba asimismo un punto medio entre esas dos posiciones a que aludía Una-
muno, es decir, un puente entre los absolutismos “doctrinario” y “antidoctrinario”, ambos
igual de inflexibles.252
Desde el punto de vista histórico y con relación al Pais Vasco, Berlanga, por su parte,
vendrá a incidir en algo parecido. Primeramente, denunciando a la “intransigente” escuela
vascólatra, extasiada en la “platónica contemplación” del vascuence, admiradora “hasta la

250
URQUIJO E IBARRA, J., (1918), “Estado actual …”, p. 417. El interés de los griegos por la consideración fi-
losófica del lenguaje se ejemplifica en el diálogo Cratilo de Platón, en el que se discute el carácter natural o
convencional del signo lingüístico, sin llegar a una conclusión satisfactoria. Conocida es la famosa polémica
entre los partidarios de la analogía y los de la anomalía del lenguaje. Discurren los griegos sobre la relación
entre el pensamiento y la palabra, entre las cosas y los nombres que las designan, si las palabras designan
las cosas natural o arbitrariamente. Pitágoras, Epicuro y “Cratilo” (representante de la opinión de Heraclito)
defendían que los nombres son una cualidad natural de las cosas. Demócrito y Aristóteles pensaban que los
nombres no tienen valor propio alguno. Según Aristóteles el hombre formaba los nombres con la voz como
formaba la danza con los movimientos del cuerpo. La identificación aristotélica de “palabra” y “concepto”
(las ideas se manifiestan a través de signos sensibles y este signo es convencional o arbitrario) perdurara a
través de la filosofía de Locke y será llevada a su extremo por el racionalista Condillac, pasando, de su mano,
a las ideas lingüísticas españolas de los siglos XVIII y XIX. En este sentido, dice Monlau que lenguaje natural
es “toda colección de signos relacionados naturalmente con la cosa significada” (concepción platónica);
“lenguaje artificial es toda colección de signos cuya relación natural con las cosas significadas se halla modifi-
cada por la voluntad, o cuya relación es completamente arbitraria y convencional” (concepción aristotélica).
Véanse VENDRYES, J., (1967), El lenguaje, p. 1; MOURELLE-LEMA, M., (1968), La teoría lingüística …”, pp.
23 y 78; y MONLAU, P.F., y REY HEREDIA, J.M., (1849), Curso de Psicología y Lógica, escrito con arreglo al
programa oficial de esta asignatura, para uso de los Institutos, Seminarios y Colegios de Segunda Enseñanza,
Madrid, Imprente de la Publicidad, cit. MOURELLE-LEMA, M., (1968), La teoría lingüística …”, p. 78.
251
UNAMUNO Y JUGO, M., (1887), “Espíritu de la raza vasca …”, pp. 78 y 80.
252
CÁNOVAS DEL CASTILLO, A., (1873), “Introducción”, p. 58.

1 9 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
mayor exageración de aquella su lengua” y de “desbordada admiración por su pequeño país”,
fundada, según él, entre 1728 y 1806 por Larramendi, Astarloa, Erro, y continuada en 1829
por el abate D’Iharce (Historia de los cantabros) y en 1867 por Baudrimont (Historia de los
Bascos). Criticando, por otro lado, a la escuela vascómana, iniciada tras la publicación del
Prüfung de Humboldt , y formada por “quienes, confiando en las palabras del maestro, sis-
tema por demás comodísimo, se abstienen de toda investigación nueva en un idioma, por otra
parte iliterato e ingratísimo, contentándose con repetir sin cesar, ya traten de etnografía, ya de
historia: ‘los iberos fueron los vascones’; con cuya fórmula cerrada, apoyada en la sola fe de
un escritor tan distinguido como Humboldt, ponen un veto rigorosísimo a cualquier duda que
pudiera surgir, considerándola desde luego intempestiva y desdeñando toda discusión sobre
tan enmarañada controversia”. Y apoyando, en fin, una tercera vía para la interpretación de
la cuestión vasca: la vascofilia, una escuela “que tiende a restablecer los hechos sin exagera-
ción alguna dentro de los verdaderos límites de una crítica razonada y metódica, si bien tar-
dará mucho en prosperar porque la costumbre de largo tiempo o la moda inveterada oponen
siempre una resistencia tenacísima a toda innovación por justificada que sea, y más cuando el
hábito se apoya en la justa veneración a la agiología (sic) guipuzcoana”253.
Ha pasado más de un siglo desde que se escribieron estas palabras y nos preguntamos
si no ha medrado más esa agiologia guipuzcoana que la vascofilia que reclamaba Berlanga.
Sobre todo al oir proclamas como la que Gabriel Celaya, tras cuarenta años de franquismo,
en 1978, dirigía a los vascos, a quienes el poeta caracteriza por su iberismo y por todo
aquello que hemos venido discutiendo en este trabajo:

“Nosotros, euskaldunes, últimos iberos,


sabemos mucho más que los que dan lecciones
qué quiere decir patria, quién somos, qué podemos.
Nosotros, levantados contra los invasores
godos, árabes, romanos, que escupimos afuera,
y contra esos mestizos de moros y latinos llamados españoles,
defendemos lo nuestro y enrabiamos la furia

253
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1898), “Una inscripción ibérica….”, (II), p. 67. Uno de los autores que
Berlanga destaca dentro de esta tendencia es Jean François BLADÉ y su obra Etudes sur l’origine des Basques,
A.Franck, Paris (Toulouse, Imprimerie de Bonal et Gibrac, 1869). La polémica hubo de rodear la aparición de
este libro, puesto que en 1870 (A.Franck, Paris) vuelve el autor sobre la cuestión en una breve obra titulada
Défenses des Etudes sur l’origine des Basques. Según Mariano Ayarzagüena se trata de una obra de gran ca-
lidad y que en muchos aspectos aún guarda validez. En ella se hace un repaso crítico de las teorías sobre el
origen de los vascos y se contradice a los defensores de la tesis de que la raza vasca era pura, y que se había
mantenido así, sin mezcla, desde los tiempos más remotos. Igualmente contradice las teorías que sostenían
que el vascuence era la única lengua hablada en la península (AYARZAGÜENA SANZ, M., (1992), La arqueo-
logía prehistórica …, pp. 222-223). Bladé fue también autor de trabajos de geografía histórica de Aquitania
(1893), Andorra (1875) y los Pirineos franceses (1893). Pero escribió sobre todo sobre la Gasconia: sus cuen-
tos populares (1881, 1886; en español han sido múltiples las ediciones de sus Diez cuentos de lobos (editorial
SM, Madrid); sus supersticiones (1893), y también sus poesías populares (1881-1882). Además investigó la
epigrafía antigua de dicha región (Bourdeaux, P. Chollet, 1885), materia por la cual, probablemente, sería
conocido por Berlanga.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 1 9 9
de una luz sin perdones y una verdad de origen
que arrancamos del fondo sagrado de lo ibero.
Nosotros, no vosotros que os vendisteis a todos,
conservamos aún nuestro solar indemne,
hijos de poca sangre, madrileños mendaces,
horteras centralistas, peleles patrioteros.
Hay que revasquizar España, iberizarla,
salvarla del poder abstracto y absoluto,
volver a nuestras tribus, nuestro federalismo,
nuestra alegría fiera, nuestro respirar limpio,
nuestro no al centralismo francés y su dominio.
Pues ¿quién le dio a España estado? Don Felipe de Borbón
que nos unió a la francesa con compás y cartabón
dando por ley su raison. Y no, monsieur, no, señor.
Que aquí sólo existe Iberia: Cataluña y Aragón,
Andalucía y Galicia, Euskadi y Extremadura,
Valencia, Murcia y Asturias, las Castillas y León.
Y nuestros pueblos libres, alzados, saben hoy bien
en dónde está la traición: es en el capitalismo y en el centralizador
Madrid de los oligarcas y del Gobierno opresor254.

254
CELAYA, G., (1978), “Los últimos iberos”. En: Iberia sumergida, Madrid, ediciones Peralta.

2 0 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA
Y LOS DERRIBOS DE LA ALCAZABA

Mª JOSÉ BERLANGA PALOMO

M
ANUEL Rodríguez de Berlanga tuvo la oportunidad, ya en un momento de
avanzada edad, de ser directo espectador de un capítulo muy interesante
en el proceso de descubrimiento de la Málaga antigua. Me refiero a los
descubrimientos que tuvieron lugar entre 1904 y 1906 con motivo del des-
monte del sector meridional de la Alcazaba malagueña conocido como
Haza Baja. Gracias a su presencia casi continua en estos derribos tenemos la oportunidad
de conocer el material arqueológico que allí apareció y que fue publicando en la Revista de
la Asociación Artístico-Arqueológica Barcelonesa.
Los artículos fueron apareciendo desde el nº 44 de la revista (1905) hasta el 57 (1908)1.
En 1973 se hizo en Málaga, como número monográfico del Boletín de Información Munici-
pal, una edición conjunta de estos artículos al cuidado de Rafael León bajo el nombre de
Malaca.
Para este trabajo he utilizado la nueva edición de igual nombre de 2001, a cuyo cui-
dado han estado Rafael Bejarano Pérez y María Pepa Lara García, que compila el conjunto
de artículos que Rodríguez de Berlanga publicó en dicha revista precedidos, en esta oca-
sión, de un estudio preliminar de Pedro Rodríguez Oliva.
El objetivo de este trabajo no va a ser el estudio de las interpretaciones que Rodríguez
de Berlanga dio a los materiales arqueológicos que iban apareciendo en los desmontes,
sumamente interesante, pero que ya han sido estudiados anteriormente2 o bien van a ser
objeto de estudio en otros capítulos de este libro. Tres son los aspectos que vamos a des-
tacar, a saber, las desavenencias de Manuel Rodríguez de Berlanga con la Comisión de
Monumentos con motivo de la actuación llevada a cabo por la misma en el transcurso de los
descubrimientos; sus intentos de hacer una reconstrucción topográfica de Málaga a partir de
los nuevos datos que aportan tales descubrimientos y, finalmente, su concepto de método
histórico y su visión crítica ante los que, con anterioridad, se habían dedicado al estudio de
la Málaga antigua, aspecto este último en el que también utilizaremos algunos textos del
autor insertos en otras de sus obras.

1
RODRÍGUEZ OLIVA, P.: “Estudio preliminar”, en RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M.: Malaca, (1905-1908)
[2001], Ayuntamiento de Málaga, 19.
2
RODRÍGUEZ OLIVA, P. (2001): op. cit.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 0 1
1.—INTRODUCCIÓN: LOS DERRIBOS DE LA MURALLA DE LA ALCAZABA.

Como acabamos de señalar, uno de los episodios más interesantes, aún revelador de
las deficiencias de la legislación sobre el Patrimonio heredadas del siglo anterior, tuvo lugar
coincidiendo con unos hallazgos arqueológicos producidos durante los derribos de parte de
la muralla que rodeaba la Alcazaba3.
Málaga había sido una ciudad en crecimiento a lo largo del siglo XIX4 y los deseos de
expansión también afectaron a la Alcazaba con los deseos de explanación, urbanización y
saneamiento del monte en el que se levanta. El edificio, desprovisto ya de su utilidad militar,
se había convertido, aprovechando sus torres y murallas, en una zona de hacinamiento e
insalubridad5. Esto motivó numerosos proyectos a lo largo de todo el siglo XIX en los que se
proponía demoler la construcción islámica para sanear el sector y poder comunicar la parte
norte de la ciudad con el puerto6.
Así, por ejemplo, en el proyecto de 1891 el grave delito que habría supuesto la des-
trucción del monumento se justificaba con las siguientes palabras: “Bajo el punto de vista
del ornato público, el estado actual de la Alcazaba no puede ser más deficiente...reducida
hoy a derruidas murallas y agrietados torreones tan inútil para la defensa como peligroso por
su estado de ruina...Todavía debiera meditarse su demolición si para el historiador o para
el arqueólogo ofreciera algo digno de estudio;...hemos buscado en la Alcazaba con solícito
empeño cuanto pudiera dar idea de las artes y de las industrias de los pueblos que gober-
naron nuestro suelo; pero sus monumentos, si los tuvo, cayeron a los golpes de la piqueta
del vencedor o a la acción destructora de los tiempos: tan sólo algún capitel y trozos de
columnas formando parte de otra fábrica nos recuerdan los días de la decadencia romana”
(“Resumen de la memoria del proyecto de explanación y urbanización de la Alcazaba de
Málaga redactado por el arquitecto M. Rivera Valentín”7).

3
Los ensanches y reformas urbanísticas son una práctica común ya en las ciudades decimonónicas en cre-
cimiento, con el consiguiente interés arqueológico que plantean. Cfr. GIMENO PASCUAL, H. (1998): “El
descubrimiento de Hispania”, Hispania. El legado de Roma, La Lonja-Zaragoza (septiembre-noviembre de
1998), 33; MORALES SARO, M. C. (1988): “El desarrollo urbano de Oviedo y las demoliciones y derribos del
patrimonio arquitectónico en el siglo XIX”, Liño, 7, 37-88.
Los ejemplos de descubrimientos y desarrollo de los estudios arqueológicos a consecuencia de estas reformas
urbanísticas no son escasos; tales son los ejemplos de Sevilla: CANO NAVAS, M. L., LOZA AZUAGA, M.L.
Y PAZOS BERNAL, M.A. (1997): “Patrimonio y ciudad en el siglo XIX: el desarrollo urbano y las murallas de
Sevilla”, en MORA, M. Y DÍAZ-ANDREU, M. (eds.): La Cristalización del Pasado: Génesis y desarrollo del
marco institucional de la Arqueología en España, Málaga, 331-340. SADA CASTILLO, P. (1992): “Aspectes de
la utilització del Patrimoni en la difusió de la História i de l’Arqueologia: el cas de Tarragona”, en Miscellánia
Arqueológica a Josep M. Recasens. Estarraco/Junta del Port de Tarragona. Tarragona, 131-143.
4
BURGOS MADROÑERO, M. (1972): “Evolución urbana de Málaga”, Revista Gibralfaro, 24, 23-52; RODRÍ-
GUEZ MARÍN, F. J. (1987): “Notas definitorias del urbanismo malagueño del siglo XIX: utopía y realidad”,
Jábega, 58, 39-46.
5
Para una visión de la alcazaba en el siglo XIX véase MORALES FOLGUERA, J. M. (1984): “La Alcazaba de
Málaga en el siglo XIX. Entre la utopía y la realidad”, Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, XVI,
427-445. ORDÓÑEZ VERGARA, J. (2000): La Alcazaba de Málaga. Historia y restauración arquitectónica,
Universidad de Málaga, Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, Málaga, 207-220.
6
OLMEDO CHECA, M. (1989): Miscelánea de documentos históricos urbanísticos malacitanos, Málaga, 357-372.
7
En OLMEDO CHECA, M. (1989): op. cit., 361.

2 0 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Este proyecto había sido publicado por Emilio de la Cerda en un artículo aparecido en la
revista La Semana Ilustrada bajo el título “La demolición y urbanización de la Alcazaba” (año
1, nº 4, Málaga, 7 de junio de 1891) (Lám. I). Según se afirma en él, ya se contaba con una

I. Arriba: plano de la Alcazaba de Málaga y alrededores.


Abajo: proyecto de la Alcazaba de E. de la Cerda (1891)

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 0 3
especie de anteproyecto del nuevo barrio diseñado en 1871 por Juan N. de Avila, donde se
conseguía la conexión rápida y directa entre los barrios más antiguos y el nuevo centro comer-
cial que se fue fraguando a lo largo de todo el siglo XIX con los ensanches de población hacia
el mar (Alameda, Puerto y Malagueta). La construcción por esos años de las calles Alcazabilla,
Marqués de Larios y la prolongación de Molina Larios hasta la plaza de Capuchinos obede-
cían a estos mismos imperativos. El propósito era cercenar el cerro de la Alcazaba y rebajar los
terrenos de las citadas vías. Sobre el nuevo espacio se levantaría un barrio burgués8.
Afortunadamente, tales proyectos no se hicieron realidad9, optándose por el desmonte
del sector meridional y derribo de las murallas y edificios de la llamada Haza Baja de la
Alcazaba, formando parte del proyecto de ampliación del Parque, y utilizándose los mate-
riales para los rellenos de la construcción del nuevo puerto10 (Lám. II y III).

II. Vista general de la Alcazaba después de los desmontes (Rios, 1908).

8
MORALES FOLGUERA, J. M. (1982): Málaga en el siglo XIX. Estudios sobre su paisaje urbano, Málaga,
121-124.
9
A pesar de contar, como hemos visto, con importantes partidarios, lo que hizo posible que en la década de
los años treinta se procediera a la limpieza y restauración del monumento gracias a la iniciativa, entre otros,
de Juan Temboury Álvarez.. TEMBOURY ALVAREZ, J. (1945): Bosquejo histórico de la Alcazaba de Málaga,
Málaga. TORRES BALBAS (1944): “Excavaciones y obras en la Alcazaba de Málaga”, Al-Andalus, 173 y ss.
10
“Proyecto de urbanización de los terrenos de la haza baja de la alcazaba, prolongación de la Alameda y
establecimiento de un parque en los solares ganados al mar, delante de la Aduana” (1897). Para éste y los
proyectos anteriores véase BEJARANO PÉREZ, R., CAÑIZO PERATE, J. A. del, SESMERO RUIZ, J. (1998): Cien
años del Parque de Málaga, Málaga, 11-38. MORALES FOLGUERA, J. M. (1982): op. cit., 89-95.

2 0 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
III. Plano con lienzo de muralla de la Alcazaba de Málaga
derribado para la construcción del Parque.

Este proyecto, por tanto, ocuparía los solares de diversos edificios del ejército como la
Comandancia de Ingenieros, Parque de Ingenieros, Picadero y Cuartel de Levante11.
Las obras se llevaron a cabo en dos momentos entre finales de 1904 y la primavera
de 190612. El 28 de abril de 1904, Alfonso XIII, durante su visita regia a la ciudad, inició
simbólicamente la demolición del perímetro amurallado que bordeaba por el lado sur a la
Alcazaba, entre la Aduana y el Hospital Noble13.
En una zona cercana a ésta, aquella en la que se levantó el edificio de la Aduana a
finales del siglo XVIII14 y que provocó también la destrucción de un sector de la misma mura-

11
LARA GARCÍA, Mª P., “El Cuartel de Levante en Málaga y su demolición”, Boletín de Arte, 7, Universidad de
Málaga, pp. 259-278.Sobre estos espacios se dispondrían los edificios que definirían el nuevo centro admi-
nistrativo de la ciudad Correos, Ayuntamiento y Banco de España (MORALES, J. M. (1982): op. cit., 93-95).
12
Para una descripción detallada de estos derribos y de los materiales aparecidos véase, además de RODRÍGUEZ
DE BERLANGA, M. (1905-1908) [2001]: op. cit., passim; Archivo N. Díaz de Escovar caja 285, carpeta 1; DÍAZ
DE ESCOVAR, N. (1906): Sección Noticias (descubrimientos de la Alcazaba), BRAH XLVIII, 510-513; RÍOS, R.
A. de los (1908): Catálogo de los Monumentos Históricos y Artísticos de la Provincia de Málaga (Madrid) Copia
mecanografiada. Diputación Provincial de Málaga. 1974, 13 ss., 56 ss. 114 ss.; FITA COLOMER, F. (1905): “Es-
tudio epigráfico. Inscripciones romanas de Málaga, púnica de Villaricos y medieval de Barcelona”, BRAH XLVI,
423-430; FITA COLOMER, F. (1906): “Nuevas inscripciones de Málaga”, BRAH XLVIII, 420; FITA COLOMER, F.
(1916): “Antigua inscripción romana en Málaga”, BRAH LXIX, 590-594; NAVARRO, E. J. (1910): “Pesas romano-
malacitanas”, Boletín de la Sociedad Malagueña de Ciencias Físicas y Naturales, nº 9, vol. I, 65-67.
13
URBANO, R. A. (1904): La visita regia. Crónica de la estancia de S. M. el Rey don Alfonso XIII en la muy hos-
pitalaria ciudad de Málaga, Feria del libro de Málaga 2000, 49-67.
14
La construcción de este edificio se aprobó bajo el reinado de Carlos III y el autor del proyecto fue el entonces
director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Manuel Martín Rodríguez, hacia 1787. Iniciada
en 1791, fue ejecutada la obra por Miguel del Castillo e Ildefonso Valcárcel, y como informa Pascual Madoz

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 0 5
lla, ya se habían producido algunos hallazgos arqueológicos de interés15. En efecto, entre
1789 y 1790, al abrir las zanjas para la construcción del nuevo edificio, aparecieron varias
estatuas, inscripciones, pedestales, lápidas, un horno de fundición de metales y parte de un
acueducto, según nos relata Medina Conde en sus Conversaciones Históricas Malagueñas
(XV, 150-152). Parte de los materiales allí descubiertos pasarían a mediados del siglo XIX al
Museo Loringiano. Según nuestro autor, en este intervalo de tiempo algunos de los materiales
descubiertos (“capitel y pedestal de una columna de orden corintio”) estuvieron depositados
en la finca que Ortega Monroy tenía en la rivera derecha del Guadalmedina frente a la Ermita
de Martiricos16.

2.—DESAVENENCIAS DE M. RODRÍGUEZ DE BERLANGA CON LA


COMISIÓN DE MONUMENTOS.

Las Comisiones de Monumentos se crearon por Real Orden de 13 de junio de 1844;


posteriormente, por Real Orden de 24 de julio de ese año se dan las instrucciones para su
aplicación17. En esta disposición se especifica que ha de establecerse una Comisión por cada
provincia y una Comisión Central. Dependerán en un primer momento del Ministerio de la
Gobernación, posteriormente del Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas y a
partir de 1851 de la Dirección General de Instrucción Pública del Ministerio de Fomento18.
Con la existencia de estos nuevos organismos se pretende que en cada provincia
éstos velen por salvaguardar dicho patrimonio, formando parte del cual se encuentran los
vestigios arqueológicos, convirtiéndose, por tanto, en los primeros organismos oficiales con
competencias de carácter arqueológico.
Por su trabajo de los bronces de Malaga y Salpensa, Rodríguez de Berlanga fue elegido
en 1857 miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia, aunque ya dos años
antes aparece como Secretario de la Comisión y en 1866 es elegido Vicepresidente.
No obstante su vinculación con este organismo nunca fue positiva. En una carta Rodrí-
guez de Berlanga enviaba a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, dirigida a
Pedro de Madrazo, daba un balance de lo que había sido ésta y que reproducimos por ser
más explícita que cualquier comentario:

“Todo bajo la dirección del administrador de Rentas, Don Pedro Ortega Monroy, Intendente de la Provincia,
Cabellero de la Real y Distinguida Orden de Carlos III, Regidor Perpetuo de esta ciudad y el más reverente
vasallo del rey, nuestro señor” (Dicc. Tomo XI, p. 69, citado en SAURET GUERRERO, T. (1993): El centro his-
tórico de Málaga, Universidad de Málaga, 84.
15
Para un estudio de algunas de las esculturas que se descubrieron en la Aduana y que se encuentran actual-
mente en el Museo Arqueológico de Málaga véase BAENA DEL ALCÁZAR, L. (1984): Catálogo de las escultu-
ras romanas del Museo de Málaga, Diputación Provincial, Málaga, 78-86.
16
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903): Catálogo del Museo de los Excelentísimos Señores Marqueses de
Casa-Loring. Universidad de Málaga, 1995 (ed. facsímil de la de 1903 con estudio preliminar de Pedro Rodrí-
guez Oliva), 89-93.
17
Gaceta de Madrid, 21 de junio y 28 de julio de 1844, respectivamente.
18
MAIER, J. (1998): Comisión de Antigüedades. Comunidad de Madrid. Catálogo e Indices. Madrid, 22 y ss.

2 0 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
“Acabo de volver a Málaga, después de una larga ausencia, y llega ayer a mis manos su
favorecida del 28 de junio puesta en el buzón de esa el 10 de julio según el sello del correo
que aparece en el sobre, y me apresuro a contestarle con el mayor gusto.
Me alegro en extremo que se haya dirigido a mí particularmente y no de oficio, por-
que confidencialmente podré se con usted más explícito que de otro modo.
Hace muchos años, cuando acababa de publicar mi primera versión de los “Bron-
ces de Málaga y Salpensa” fui nombrado secretario de esta Comisión de Monumentos
históricos por el gobernador de la provincia de entonces, que tenía un total empeño en
reorganizarla y me encontré que en ella estaba todo por hacer y que se componía de
un número crecidísimo de individuos que entendían tanto de arqueología como yo de
chino. Muchos meses llevé de trabajo penoso para reconstituirla sobre base sólida y con
un personal más competente, pero por desgracia inútilmente.
Todas las disensiones que se promovían con el mejor propósito eran ahogadas por
una mayoría, que solo quería ocuparse de la inversión que había de darse a algunos
fondos, que e decía existir en caja, y del local que debía ocupar la comisión. Llegó un
momento en que por la acalorada polémica entre el director del Instituto y el de la
Escuela de Bellas Artes, ambos de la comisión y que deseaban llevársela a sus respectivos
locales, estuvieron 24 horas en la calle libros, enseres y cuadros de la dicha comisión.
Entonces protestando ante el gobernador de semejante proceder semisalvaje, renuncié
mi cargo y formé el propósito ante dios y mi conciencia de no volver a formar parte de esta
ciudad de ninguna otra sociedad análoga, como así lo he venido haciendo hasta hoy.
Después fui correspondiente de la de la Historia y cuando ésta en unión de la de
Bellas Artes emprendió la reforma de las mencionadas comisiones, me dirigí a la primera
significándole que convencido hasta la saciedad que aquí no era posible que prosperase
ningún instituto dedicado a este género de trabajos y no pudiendo resolverme a perder
inútilmente el tiempo, presenciando discusiones estériles y baldías, me veía en el caso
de renunciar mi puesto en la dicha Comisión de Monumentos ,y si no era posible que se
me admitiese esta renuncia, reservando el título de correspondiente lo ponía también a
disposición de la misma corporación.
La Real Academia sin embargo no tuvo a bien contestarme una palabra.
Hará unos cuatro o cinco años, poco más o menos, cuando se trató de terraplanar
parte de esta Alcazaba, para rellenar la explanada del nuevo puerto, escribí a don Anto-
nio Cánovas del Castillo manifestándole, como hijo de esta ciudad que es, que en los
indicados derribos deberían encontrarse numerosos y preciosísimos objetos arqueológi-
cos de distintas épocas y que aquí no había quien de ellos se ocupase pero que por mi
parte estaba dispuesto a intervenir en el asunto, no como individuo de la comisión de
monumentos , sino como comisionado especial de la Real Academia de la Historia, si era
posible, que se me confiara este cargo, a cuya carta obtuve la misma contestación que
había obtenido a mi oficio a la dicha academia.
Aquí tiene usted pues los hechos tales como han pasado y las causas que me impi-
den complacerlo como deseara vivamente su más afectuoso amigo. Málaga 13 de julio
de 189719.

19
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 49-3/2 (6).

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 0 7
Aunque, ciertamente, la trayectoria y actividad de la Comisión de Monumentos de
Málaga dejó mucho que desear20, vivió unos años de intensa actividad a principios de nues-
tro siglo coincidiendo con una renovación de sus miembros, que no se reunía desde 1901
para una conferencia del Padre Fita acerca de las antigüedades malacitanas21. A media-
dos de 1904, un amplio grupo de ilustres malagueños del mundo de las artes y las letras,
–Narciso Y Joaquín Díaz de Escovar, Arturo Reyes, Miguel Bolea y Sintas, Mariano Pérez
Olmedo, Benito Vilá, entre otros–, proponen la revitalización del organismo, que queda
organizado según establecían los artículos 1º al 9º del Reglamento22.
Conocemos relativamente bien la actividad de la Comisión en estas fechas a través de
sus actas (ACM), remitidas al Presidente de la Comisión Mixta Organizadora de las Provin-
ciales de Monumentos y conservadas en la Real Academia de la Historia y Real Academia
de Bellas Artes de San Fernando.
Diversas fueron las actividades que se llevaron a cabo a partir de este momento,
como, por ejemplo, las numerosas excursiones que se hacían a los pueblos que conser-
vaban restos arqueológicos de interés (Singilia23, Cártama24, Alora). También se solicita
del gobernador que inste a los alcaldes de los pueblos, al igual que se hacía en otras pro-
vincias, para que envíen un listado con las antigüedades que existan en sus respectivos
pueblos, animándolos a cooperar en la creación de un museo y de un catálogo de anti-
güedades de la provincia.25
La Comisión tuvo como lugar de reunión el despacho del gobernador-presidente,
sito en la Aduana o, con el consentimiento de éste, el despacho del director del Instituto
Técnico y Provincial, Mariano Pérez Olmedo o el domicilio particular de Narciso Díaz
de Escovar, bajo la vicepresidencia de Miguel Bolea y Sintas, canónigo de la Catedral de
Málaga.
Desde los inicios de los desmontes de la Haza Baja de la Alcazaba, que provocaron
los primeros hallazgos (inscripciones latinas, cerámicas romanas y árabes, fragmentos de

20
Es de destacar la similitud de los principales obstáculos de nuestra Comisión, a lo largo de su trayectoria,
para realizar sus tareas con las Comisiones de otras provincias. LAVÍN BERDONCES, A. C. (1997): “La labor
arqueológica de las Comisiones de Monumentos. El ejemplo de la Comisión de Monumentos de Navarra”,
MORA, M. Y DÍAZ-ANDREU, M. (eds.), La Cristalización del Pasado: Génesis y desarrollo del marco insti-
tucional de la Arqueología en España, Málaga, 239-248. LÓPEZ TRUJILLO, M. A. (1997): “Un inventario
arqueológico y artístico inédito. La Comisión de Monumentos de Guadalajara (1844-1845)”, MORA, M. Y
DÍAZ-ANDREU, M. (eds.), La Cristalización del Pasado: Génesis y desarrollo del marco institucional de la
Arqueología en España, Málaga, 231-238.
21
Esta conferencia tuvo lugar el 9 de enero de 1901 según oficio enviado por el Gobernador-Presidente de la
comisión al Presidente de la Comisión Mixta (CAMA/9/7962/26(2)).
22
Es decir, por los individuos correspondientes de las Reales Academias de la Historia y Bellas Artes de San
Fernando, Arquitecto Provincial, Jefe de la Sección de Fomento, Jefe de Biblioteca y el del Archivo Histórico
bajo la Presidencia del Gobernador de la provincia.
23
Díaz de Escovar, N., Una Expedición a las ruinas de Singilia Barba, Imp. De El Noticiero Malagueño, 1902,
ADE, caja 285, carpeta 1-23.
24
Díaz de Escovar, J., “Apuntes sobre Cártama”, ADE, caja 285, carpeta 1-21.
25
En este sentido, la Comisión también envió varias circulares y peticiones en el Boletín de la Provincia, reci-
biendo información de algunos Ayuntamientos como el de Alameda, Alcaucín, Alhaurín el Grande, Cártama,
Gaucín, Macharaviaya, Mijas, Tolox y Valle de Abdalajís.

2 0 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
materiales constructivos, monedas), se intentó su conservación26, solicitando a las autorida-
des municipales un local para albergar las piezas de menor tamaño. Así, se pide una de las
habitaciones de la Aduana para que pueda ser utilizada como museo provisional; también
se barajó la posibilidad de utilizar una de las salas de la Academia de Bellas Artes de San
Telmo27 o del Instituto General y Técnico28.
Para colocar las piezas mayores, de carácter arquitectónico, se propusieron varios
proyectos, entre ellos el del conocido pintor José Moreno Carbonero, formando un monu-
mento en el nuevo Parque, cuando éste fuese terminando29.
Varios miembros de la Comisión (Miguel Bolea y Sintas, José Moreno Maldonado),
hacen visitas diarias para evitar graves pérdidas, pues la zona se convirtió en un auténtico
mercado de antigüedades, al tiempo que se solicita al Ayuntamiento la adquisición de las
piezas para el futuro museo. A estas visitas a los derribos también acudía el propio Rodrí-
guez de Berlanga, como nos relata en sus artículos enviados a la revista barcelonesa, pero
con un fin distinto, pues su interés residía en el estudio de los materiales arqueológicos para
intentar conocer a través de ellos la Málaga antigua.
La falta de un local para su conservación, trajo consigo una dispersión total de las
mismas. Un año después de finalizar los derribos, en 1907, cuando Rodrigo Amador de
los Ríos, miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, se encontraba en la
provincia enviado por el Ministerio de Instrucción Pública según R. O. de 22 de enero de
1907, para catalogar todos los monumentos de valor histórico y artístico que pudieran
existir en la provincia, la situación era la siguiente: en el Parque, al pie de lo desmontado

26
El Comandante de Ingenieros encargado de las obras fue invitado a una sesión de la Comisión para pedirle
que se custodiasen los objetos que se fuesen encontrando (ACM, 16-9-1904).
27
Situada en el edificio del mismo nombre, ya poseía, desde mediados del siglo anterior, un museo de pinturas
formado a partir de los cuadros recogidos por la Comisión de Monumentos de los conventos suprimidos. Cfr.
PALOMO DÍAZ, F. (1985): Historia social de los pintores del siglo XIX en Málaga, Málaga, 200-209. PAZOS
BERNAL, Mª A. (1987): La Academia de Bellas Artes de Málaga en el siglo XIX. Málaga, 229-248.
28
Este centro, situado en calle Gaona ocupando el ex-convento de los Filipenses reúne notables gabinetes de
Historia natural, física y química, una biblioteca con 8000 volúmenes, abierta al público y un extenso jardín
botánico (URBANO, R. A. (1901): Guía de Málaga. Málaga, 176).
29
ACM, 26-3-1906. Proyecto que corrió igual suerte que aquel monumento público que el general Álvarez,
quien realizó excavaciones en Cártama hacia 1830, se proponía levantar con las esculturas femeninas seden-
tes descubiertas en dicho lugar a mediados del siglo XVIII y traídas por él a Málaga (RODRÍGUEZ OLIVA, P.
(1984): Introducción al Catálogo de las esculturas romanas del Museo de Málaga, de L. Baena del Alcázar,
Diputación Provincial, Málaga, 11). Sobre el hallazgo y estudio de estas esculturas véase RODRÍGUEZ OLI-
VA, P. (1979): “Esculturas del Conventus de Gades-III: Las matronas sedentes de Cártama (Málaga)”, Baetica,
2, 131-148. Con este proyecto se pretendía reconstruir, si los hallazgos lo permitían, la fachada del supuesto
templo tetrástilo que se levantaba en la antigüedad en el cerro de la Alcazaba. Basándose en las representa-
ciones de dicho templo en algunas monedas púnicas de Malaca, algunos estudiosos como Guillén Robles,
Thomas Bryan o Rodríguez de Berlanga habían llegado a la conclusión de que las columnas y capiteles
empotrados en la Alcazaba y los descubiertos en este mismo monte a mediados del siglo XIX trasladados a la
Comandancia de Ingenieros formarían parte de dicho edificio. Cfr. GUILLÉN ROBLES, F. (1880): Málaga Mu-
sulmana, Málaga, 439-441. DÍAZ DE ESCOVAR, N. (1916?): “El templo romano que se hallaba por encima de
las torres de la Alcazaba” (recorte de prensa), Archivo Díaz de Escovar, caja 285, carpeta 1-16. Ahora vendrían
a sumarse los nuevos hallazgos.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 0 9
estaban amontonados varios capiteles corintios30 (Lám. IV), tres inscripciones romanas31
(Láms. V-VI), parte de la toga de una escultura32 y, algo más alejado, el pedestal con la

IV. Capitel corintio hallado en los derribos


de la Alcazaba de Málaga (Rios, 1908)

30
RÍOS, R. A. de los: op. cit., 122.
31
RÍOS, R. A. de los: op. cit., 138, 148-149. La primera apareció el 16 de febrero de 1905, “por encima de
los inferiores depósitos de salazones y á dos metros de profundidad al nivel de la Comandancia del puerto”
(FITA, F.(1905): op. cit., 423). En el periódico malagueño La Libertad aparece descrita con las siguientes di-
mensiones: “Longitud superior 103 cm..; longitud interior 92 cm.; anchura 87 cm.; grueso 8 cm.” (citado en ,
F.(1905): op. cit., 423 nota nº 2). La segunda de las inscripciones, una lápida funeraria de mármol, apareció
“en la mañana del 7 de abril de 1906 y en el muro cuya zarpa se ha descubierto delante del sitio que ocupó
el antiguo picadero de caballos...rota por la parte superior, de una altura media de 75 cm. Por 44 de ancho
y 28 de grueso” (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1905-1908) [2001], 257). Aquí, en palabras de N. Díaz
de Escovar, “permaneció algún tiempo, se sacaron calcos, se fotografió y se examinó, pero después, sin saber
quien se la llevó, no volvió a verse” (notas ms., caja 285, carpeta 1-10). Por último, también en la primavera
de 1906 apareció “en el recinto del mismo derribo una losa de mármol blanco de 59 cm. de largo por 40 de
ancho y 10 de grueso, en uno de cuyos cantos laterales, dentro de un marco grabado en la misma piedra, se
leía una breve inscripción, cuyas letras tenían de alto 3 cm. y decía únicamente LUNAE.AUG.”(RODRÍGUEZ DE
BERLANGA, M. (1905-1908) [2001], 322).
32
RÍOS, R. A. de los: op. cit., 116.

2 1 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
V-VII. Inscripciones halladas en los derribos de a Alcazaba.

inscripción dedicada al emperador Carino33 (Lám. VII), a pesar de estar reclamado por
la Delegación Regia de Bellas Artes su traslado al Museo Provincial; varios miembros de
la Comisión también adquirieron algunos de los materiales34 (Lám. VIII). Por su parte, la

33
Esta, un pedestal de mármol blanco de 1,55 metros de alto, descubierta el 3 de abril de 1903 (RODRÍGUEZ
DE BERLANGA, M. (1905-1908) [2001], 156), tras varios traslados, permanecía varios años después, en el
llamado Muelle Viejo, a la bajada de la Coracha, según artículo publicado en prensa en 1919 (Archivo Díaz
de Escovar, caja 285, carpeta 1-17). Actualmente, desconocemos su paradero.
34
M. Rodríguez de Berlanga conservaba “dos figuras de mujer, muy finas, de barro, pero mutiladas y sin vidriar,
una y otra bien ejecutadas” (RÍOS, R. A. de los: op. cit., 117), un zarcillo de plata (RÍOS, R. A. de los: op. cit.,
158) y monedas púnicas, iberas y romanas (RÍOS, R. A. de los: op. cit.,, 173). A. Reyes tenía en su poder una
pequeña figura varonil de barro (RÍOS, R. A. de los: op. cit., 117) y varios fragmentos de ampollas de vidrio
(RÍOS, R. A. de los: op. cit., 156). N. Díaz de Escovar guardaba, entre otras, la parte superior de un pequeño
pedestal de mármol que aún conservaba parte de los pies de una estatua (RÍOS, R. A. de los: op. cit., 116).

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 1 1
VIII. Fragmento escultorico hallado en los de-
rribos de la Alcazaba, propiedad de J.Moreno
Maldonado (Ríos, 1908).

Sociedad Malagueña de Ciencias adquirió un juego de pesas, proponiendo su venta al


Ayuntamiento de la ciudad35.
Por las mismas fechas, la Comisión acordó que mientras se buscaba un local definitivo
para el museo, se guardasen algunos objetos en la Academia Provincial de Declamación y

Finalmente, el canónigo de la Catedral, J. Moreno Maldonado guardaba en una de las habitaciones del
Sacristán Mayor, junto a otros restos arqueológicos de variada procedencia, “la parte media de la figura de
un adolescente, varonil al parecer, y totalmente desnuda; es de tamaño poco menor que el natural, se halla
trabajado en mármol blanco, y comprende desde el nacimiento de las caderas hasta el de los muslos” (RÍOS,
R. A. de los: op. cit., 113). En la foto que se conserva en el Archivo Temboury de esta pieza aparece una nota
según la cual “durante muchos años estuvo en la terraza de la Catedral, sirviendo para cubrir el agujero de
suspensión de la lámpara de la primera capilla al lado de la epístola” (nº 2750, 1939). Quizá ello explica la
particularidad de estar hueca por la parte superior, hueco efectuado intencionadamente en fechas modernas,
como indica L. Baena del Alcázar, quien la identifica como figura femenina. Finalmente la pieza pasó al
Museo Arqueológico de Málaga, donde se encuentra actualmente (BAENA DEL ALCÁZAR, L. (1984): 86). En
posesión de J. Maldonado también se encontraba el fragmento de una lápida de mármol descubierta en abril
de 1906 que fue relacionada por Fita con Severus, conocido obispo de Málaga bizantina (FITA, F.(1906): op.
cit., 420; FITA, F.(1916): op. cit., 590-594). Para un estudio de la pieza véase RODRIGUEZ OLIVA, P. (1987):
“Representaciones de pies en el arte antiguo”, Baetica 10, 196-209.
35
NAVARRO, E. J.: op. cit., 65-67. A éste no debió interesar tal adquisición pues en el Archivo del MAN
(1910/58) se conserva el expediente con la Propuesta de venta por la Sociedad Malagueña de Ciencias Físicas
y Naturales de una colección de pesas romanas halladas en la Alcazaba de Málaga, hecha por el Presidente
de la misma, si bien tal operación se llevó a cabo, pasando finalmente la colección al Museo Arqueológico
de Sevilla. Cfr. FERNÁNDEZ-CHICARRO Y DE DIOS, C. (1947): “La colección de pesas en bronce (exagia),
del época bizantina, del Museo Arqueológico Provincial de Sevilla”, RABM, LIII, 361-374.

2 1 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
IX. Estatua de Dionisos hallada en los derribos de la Alcazaba,
propiedad de N.Diaz de Escovar y depositado en el Museo
de la Academia de Declamación (Rios, 1908).

Buenas Letras de Málaga, dirigida por N. Díaz de Escovar, convirtiendo una de sus salas en
un pequeño museo arqueológico36.
Entre las piezas procedentes de los derribos, conservada en la Academia de Decla-
mación, destaca un fragmento de estatua varonil identificada por los profesores Rodríguez
Oliva y Baena del Alcázar como Dionisos37 (Lám. IX), “Una mano de pequeñas dimensiones
y de escaso mérito”38 y varios fragmentos epigráficos39.

36
ACM, 11-8-1907, 17-8-1907; BERLANGA PALOMO, Mª J. (1999): “Una colección arqueológica en Málaga a
principios del siglo XX: el museo de la Academia de Declamación”, Baetica 21, 217-224.
En una descripción del mismo remitida a la Real Academia de la Historia por un visitante, nos dice que
los objetos romanos sobrepasan los 200, completándose con otros de prehistoria, medievales y modernos.
Conocemos la procedencia de algunas, como las encontradas en una necrópolis de Almargen. Aquí, en julio
de 1905, el propietario de unos terrenos en el lugar conocido como Haza de la Sierra, descubrió, mientras
realizaba labores agrícolas, una sepultura, lo que motivó que la Comisión de Monumentos enviase a dos de
sus miembros, N. Díaz de Escovar y A. Reyes, para que se realizasen excavaciones, dando a conocer una
necrópolis tardorromana (Archivo Díaz de Escovar, caja 105; DÍAZ DE ESCOVAR, N. (1906): Sección Noticias
(necrópolis de Almargen), BRAH, XLVIII, 418-420).
37
RODRÍGUEZ OLIVA, P. y BAENA DEL ALCÁZAR, L. (1984): “Una estatua de Dionysos hallada en Málaga”,
Baetica, 7, 159-167.
38
RIOS, R. A. de los: op. cit., 116.
39
“Asegúrase proceden también de la Alcazaba, dos pequeños fragmentos epigráficos, que en la Academia Pro-
vincial de Declamación existen, y están señalados allí con los números 12 y 24 respectivamente. Son ambos de
jaspón blanco, y uno y otro al parecer sepulcrales...” RIOS, R. A. de los: op. cit., 151. En una de las fotografías
del mismo Catálogo Monumental aparecen fotografiadas, entre otros materiales, como la mencionada mano,
otras dos inscripciones. La primera de éstas, correspondiente a un epitafio latino en lápida de mármol blanco

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 1 3
Ante esta situación, las voces de alarma se multiplicaron40 y Rodrigo Amador de los
Ríos propuso a la Comisión, en una de cuyas sesiones estuvo invitado, que los hallazgos de
los derribos se enviasen al Museo Arqueológico Nacional para evitar su pérdida41.
La comisión acuerda en las siguientes sesiones agotar todas las posibilidades para
que se queden en Málaga, con la esperanza de poder crear, dadas unas circunstancias tan
excepcionales, el tan deseado museo42.
Para colaborar en la ampliación de los fondos se hicieron varios depósitos y donati-
43
vos , entre ellos, el depósito realizado por N. Díaz de Escovar, que pasó a ocupar la “Vitrina
Número 1”44. El problema, exceptuando algunos materiales ya mencionados, es saber cuá-
les provenían del museo de la Academia de Declamación o de la colección particular que
N. Díaz de Escovar tenía en su archivo-biblioteca de la calle Zorrilla45.

se conserva actualmente en el Museo Arqueológico de Málaga. Cfr. SERRANO RAMOS, E. Y ATENCIA PÁEZ,
R. (1981): Inscripciones latinas del Museo de Málaga, Ministerio de Cultura, 1981, 54; CIL II2 5,. Sin embargo,
la procedencia de este fragmento epigráfico es bastante dudoso. En un listado de hallazgos arqueológicos
efectuados en los derribos de la alcazaba que N. Díaz de Escovar remite a la Real Academia de la Historia in-
cluye esta pieza (DÍAZ ESCOBAR, N. (1906): op. cit., 511); R. Amador de los Ríos, por el contrario, la presenta
en su Catálogo Monumental procedente de Almargen, de un lugar cercano a la mencionada necrópolis (p.
438). Posteriormente, la inscripción se marca con el nombre de Torrox, lo que hace a los profesores Rodríguez
Oliva y Atencia Páez incluirla en tal yacimiento (RODRÍGUEZ OLIVA, p. y ATENCIA PÁEZ, R. (1983): “Exca-
vaciones arqueológicas en Torrox-Costa (Málaga). 1ª campaña. Las Termas”, NAH 16, 264.), rectificándose en
la nueva edición del CIL II, donde, siguiendo a Amador de los Ríos, vuelve a ubicarse en Almargen.
40
“En este segundo período de los derribos de la muralla de mar de la Alcazaba, la turba de anticuarios improvi-
sados, que como granizada asoladora de vendaval inesperado, había caído de pronto sobre aquellos desmon-
tes, se vió, á lo que parece, forzada á retirarse á la desbandada, no atreviéndose á luchar contra la respectiva
invasión de los ropavejeros, que también con el mismo título de anticuarios, se dedicaron, con no extraña asi-
duidad, á acaparar, exportar, negociar y explotar á los atacados de la monomanía arqueológica contemplativa,
sufren las consecuencias naturales de esta aguda enfermedad endémica” (Rodríguez de Berlanga 1907, 385);
“Al hacerse el derribo de las antiguas murallas de la Alcazaba, que daban vista al mar, se han encontrado en
el movimiento de la tierra sobre qué estos muros se sostenían una multitud de objetos y varias inscripciones,
todo lo cual debido a la incultura de los ediles que tal obra ordenaron, ha desaparecido entre unos y otros,
especuladores, aficionados y antojadizos...” (NAVARRO, E. J. (1910): op. cit. ,65).
41
ACM, 2-6-1906. Desde su creación en 1867, quedaba establecido que las Comisiones debían impulsar los
museos provinciales, a la vez que se ordenaba entregar a Madrid las piezas cuya conservación no estuviese
garantizada por tales instituciones (R.O. de 6 de noviembre de 1867). Ya en noviembre de 1906, el director del
MAN, instó al Alcalde de Málaga para que ordenase la conservación de tres inscripciones romanas halladas en
las murallas, posiblemente las descritas en nota 18, o que las cediera al Museo (Archivo MAN, exp. 1906/61).
42
ACM, 28-4-1907 y 12-05-1907. Rodrigo Amador de los Ríos tuvo que conformarse con enviar al MAN dos
lucernas encontradas en estos derribos junto a dos pequeños fragmentos de mosaico procedentes de Cártama
(Archivo MAN, exp. 1907/53) y, después de no pocas dificultades, un fragmento de las ya mencionadas ma-
tronas sedentes de Cártama (Archivo MAN, exp. 1913/31; RÍOS, R. A. de los (1915): “Notas arqueológicas.
Antigüedades salvadas, perdidas y en peligro”, RABM, año XIX, nº 7 y 8, 3-4). Sobre el hallazgo y estudio de
estas esculturas véase RODRÍGUEZ OLIVA, P. (1979): op. cit., 131-141.
43
MURILLO CARRERAS, R. (1933): Museo Provincial de Bellas Artes de Málaga. Extracto del Catálogo, Málaga.
44
Nº 200-317 del catálogo. Catálogo del Museo Provincial de Bellas Artes de Málaga, Talleres de la Escuela de
Artes y Oficios, Málaga, 1917.
45
La biblioteca que los hermanos Díaz Escovar habían reunido en una casa de la calle Zorrilla fue muy admi-
rada y objeto varios artículos periodísticos. En uno de ellos se señala: “Poseemos también un monetario de
más de 9 a diez mil piezas, parte repartidas, y un pequeño museo arqueológico que de unos 200 objetos.
Tanto material no encuentra acomodo en la casa de la calle Zorrilla 2 y 4. Parte de los libros...se encuentra en
otra casa de Moreno Rey y el museillo arqueológico, parte en el Museo Provincial y parte en la Academia de
Declamación...” (Archivo Díaz de Escovar, caja 277, carpeta 1-9).

2 1 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
La vitrina estaba ocupada por materiales de distinta procedencia, entre ellos, de la
necrópolis de Almargen46, los cuales sabemos que, al menos en parte, proceden de la Aca-
demia de Declamación y de los derribos de la Alcazaba47.
Tal fue la actuación llevada a cabo por la Comisión de Monumentos en relación a los
descubrimientos producidos en las tareas de desmonte del sector meridional de las murallas
de la Alcazaba y los textos que reproducimos a continuación, referencias de Rodríguez de
Berlanga en sus artículos de Malaca, a la actuación de dicha Comisión. Los datos que se
aportan en ellos vienen a coincidir con los que nos aportan las actas de la Comisión, pero
desde el prisma negativo y crítico que tanto dominaba en Rodríguez de Berlanga:

“Hará unos cincuenta años que la hallé en el camino de mi vida sumida en la inmovili-
dad más absoluta, contemplando el vacío con la serena calma del más ferviente budista,
y vuelvo a encontrarla al presente, después de tanto tiempo corrido en balde, absorta
en la contemplación de la nada y sin finalidad alguna conocida, pasando una existencia
precaria, perdida en estériles ejercicios gimnásticos de la más entretenida logorrea. Ha
pasado ya, pues, medio siglo que vengo admirando la rara y persistente habilidad con que
saber perder inútilmente el tiempo, discutiendo siempre sobre los mismos temas fúrtiles y
luchado porque el Estado costee periódicamente, a los más simpáticos de sus miembros,
varios viajes de recreo, en cambio de otros folletines periódicos, a los más amenos luga-
res de la provincia, exploradísimos ya e ilustrados sus numerosos descubrimientos desde
hace más de treinta años por insignes sabios extranjeros...No puede menos de extrañarse
que en medio de sus repetidas logomaquias no preocupe a sus individuos, que deben ser
caracterizados corresponsales de la Real Academia de la Historia y de la de San Fernando,
al verse presididos por un funcionario público dignísimo, seleccionado acaso de la redac-
ción del más cospicuo rotativo, pero sin la más leve noción de arqueología, teniendo por
secretario precisamente un maestro de escuela sin chicos a quienes enseñar a leer. De lo
que sí se lamentan hoy, como se lamentaban hace más de medio siglo, es de no tener local
propio donde albergarse, dando a la vez hospitalidad a cuanto se descubra en adelante
en la Alcazaba y pueda escapar de las garras de tantos acaparadores impertinentísimos.
A salvar situación tan grave acudió presuroso el ilustrado director de la Academia Provin-
cial de Declamación y Buenas Letras, ofreciendo para futuro museo el piso bajo, que lleva
en arrendamiento, de una de las casas Pasaje de Mitjana, cuya generosa oferta estar por
demás añadir que fue aceptada con todo el reconocimiento que era debido. De este modo
se daba el hermoso ejemplo de que una sociedad particular, cuyo nombre apenas ha tras-
pasado los muros de su modesto domicilio, destinada a educar generosamente a cuantos
aspiren a alcanzar la efímera gloria de la escena, venía por puro amor al arte en apoyo de
una corporación del Estado llena de deficiencias desde su origen”48.
“Debo advertir por conclusión, que siendo la Comisión de esta ciudad la única que
conozco a fondo por ser su miembro dimitente desde hace más de cuarenta años, a ella

46
Nº 224, 226, 227 del catálogo.
47
Nº 200, 202, 203, 222, 228, 283-299 y 306-317 del catálogo.
48
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1905-1908) [2001]: op. cit., 70-71.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 1 5
me he referido especialmente y no a las demás de la península, cuyo desarrollo e inicia-
tiva ignoro por completo; sin embargo, cuando me ocupé de la necrópolis fenicia de la
Punta de Vaca [1891-1892], apareció igualmente ante mis ojos la Comisión gaditana tan
estática como la malacitana”49.

Si Rodríguez de Berlanga es crítico y escéptico con el funcionamiento de la Comisión,


más se acentúa su crítica cuando alguno de sus miembros de atreve a estudiar o comentar
algunos de los materiales arqueológicos recién descubiertos. Tal es el caso del estudio de
dos inscripciones aparecidas en los primeros derribos, estudiadas por J. Moreno Maldo-
nado, quien las publicó en el periódico La Libertad50.
No fue aquel el único que criticó la actuación de una institución cuya finalidad era
evitar la pérdida y procurar la conservación de los objetos arqueológicos que se fuesen des-
cubriendo. Su buen amigo, informante de hallazgos arqueológicos que se iban produciendo
en la provincia y compañero en muchas de las excursiones que realizó por los contornos de
la capital malagueña, también le dedicó unas palabras, relevantes del desconocimiento que
la labor de la Comisión, más o menos fructífera, tuvo fuera del ámbito de sus miembros:

“Al hacerse el derribo de las antiguas murallas de la Alcazaba, que daban vista al mar,
se han encontrado en el movimiento de la tierra sobre que ésos muros se sostenían una
multitud de objetos y varias inscripciones, todo lo cual debido á la incultura de los ediles
que tal obra ordenaron, ha desaparecido entre unos y otros, especuladores, aficionados
y antojadizos, y no ha venido, no obstante existir en Málaga una Comisión de Monumen-
tos, á reunirse en cualquier Centro oficial para su conservación, dando comienzo á un
museo arqueológico de esta Ciudad”51.

3.—RECONSTRUCCIÓN TOPOGRÁFICA E HISTÓRICA DE MÁLAGA

Dado que el fin último de Rodríguez de Berlanga es hacer historia, empleando para


ello todas las fuentes a su alcance, a través de estas páginas intenta dar una visión de la his-
toria de Málaga en sus tiempos antiguos.
Ya en 1864 había dedicado un estudio monográfico a las antigüedades malacitanas
en su estudio Monumentos Históricos del Municipio Flavio Malacitano, intenta reconstruir a
partir de los datos aportados por aquellas, el trazado de la Málaga romana:

“Los restos epigráficos hallados en esa ciudad lo han sido en su mayor parte en el recinto
de la actual aduana donde debió existir un edificio importante, formando parte del
puerto romano, y en comunicación con la Alcazaba de hoy en la que también se han

49
Ibídem, 76, nota 46.
50
Ibídem, 71, 131.
51
NAVARRO, E. J.: op. cit., 65.

2 1 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
encontrado epígrafes notables. En el hospital de santo Tomás y en los Tejares han apare-
cido piedras y bronces. En el Toril, los mármoles que han existido han sido, á no dudarlo
transportados, y los que se dicen estuvieron en el convento del Carmen y Puerta de
Espartería son completamente falsos, como todos los que solo se apoyan en la autoridad
de Morejón, por lo que me ocuparé de estos, fijando sólo la localización de las inscrip-
ciones genuinas malacitanas. Los sitios de esta población señalados por el mencionado
jesuita, y de que hace referencia el Canónigo Conde no deben marcarse en el plano
arqueológico de Malaca mientras los citados descubrimientos no estén apoyados en
autores más dignos de crédito”52.
“Los Tejares estuvieron, á no dudarlo, extramuros de la ciudad antigua, si se atiende á la
línea que describían las murallas árabes (...) En el actual castillo de Gifralfaro, siguiendo
a Alderete, existiría un antiguo Pharos como otros muchos de los que dan testimonio
los autores clásicos. Por tanto el castillo parece construido por los árabes sobre un edi-
ficio de época mucho más antigua. La Alcazaba conserva empotrados en sus paredes
retos romanos del mejor tiempo, como columnas y capiteles, y en su circuito es donde
se han encontrado los mármoles escritos más importantes. El recinto de la propiamente
hablando de la ciudad estaba rodeado por el mar, el Guadalmedina, la calle de Carrete-
ría, la de Alamos y el monte de Gifralfaro. Las murallas que acabo de describir ,y de las
que él mismo ha registrado restos en distintas partes de la ciudad, debían cercar poco
más o menos la Malaca romana, siendo acaso el puerto de entonces el del llamado mue-
lle viejo, supuesto que el nuevo es de construcción mucho más reciente”53.

Los descubrimientos que se producen a principios del siglo XX no vienen más que a
confirmar su hipótesis de ubicar el núcleo más antiguo de la ciudad sobre el monte de la
Alcazaba:

“Es pues en este mismo recinto de la alcazaba, donde ahora se han descubierto los res-
tos de la población primitiva de los tirios con su piscinas y su cerámica fenicias, sobre la
que se implantó, después de la ocupación púnica, la más moderna civilización romana,
con sus templos tetrástilos, de estilo corintio, sus estatuas antes y ahora descubiertas, y
sus inscripciones”54.
“Todo el espacio que media desde la subida de la Coracha hasta la fachada occidental
de la Aduana, en una extensión de más de 300 m., que en su mayor parte ha estado por
mucho tiempo cubierta de escombros. Esta facha de terreno, ya hoy tan monótona debió
ser el asiento de la Malaca primitiva; y si, desde la altura indicada, se extiende la vista
hasta la Puerta de Espartería, existente cuando la Reconquista, se abarcará todo el espacio
en que se verificó la primera expansión territorial de aquellos modestos industriales”55.

52
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1864) [2000]: Monumentos históricos del Municipio Flavio Malacitano.
Málaga, 284-287.
53
Ibídem, 334-337.
54
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1864) [2000]: op. cit., 221.
55
Ibídem, 217.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 1 7
“Los puntos capitales que deberán fijarse en esta perspectiva cabellera, habrán de ser
los siguientes: la Puerta Oscura, al pie de la Coracha; el muelle primitivo, con su espolón
a la salida del camino de Vélez; la Puerta de la Alcazaba, con otro espolón que bajaba
a la playa, hoy la fachada sur de la Aduana; la Puerta de Espartería, que formaba ángulo
con la de la Alcazaba, no existiendo la Cortina del Muelle, sino un lienzo que muralla
que unía la una a la otra puerta; el mar, que bañaba estas tres puertas y los muros de la
Atarazanas, hoy mercado, y tenía cubierta la Alameda con sus aguas. Es conjetura tan
verosímil que casi raya con la certidumbre, la de suponer que, del pie de la Coracha
hasta la esquina al poniente de la aduana, debió existir el primitivo puerto tirio de Malaca
(...) .La cuesta de la Alcazaba no estaba desmontada sino utilizada tan suave pendiente
para el asiento y colocación a diversa altura de las varias zonas de piscinas levantadas
en toda aquella área. Allí mismo al poniente de la colina, han aparecido ahora también
copiosos restos de espinas y escamas de pequeños peces, numerosos moluscos vacíos
y rotos siempre por un mismo sitio y algunos crisoles y escorias de metal fundido, todo
lo cual hace comprender que esta parte de la antiquísima factoría era la destinada a la
pesca y salazón de pescado, y la extracción de la púrpura”56.
“En resumen, y aunque sea repitiendo lo que dejo apuntado con reiteración, volveré
a indicar de nuevo que van corridos próximamente treinta siglos a contar desde el
momento en que los tirios se establecieron en la falda de la colina donde se asienta hoy
la Alcazaba y en la zona ahora aterrada. En tan breve recinto construyeron las fábricas
de fundición de metales, las de púrpura y las de salazones, frente a la pequeña ensenada
que se extendía desde la Aduana actual a la bajada de la Coracha, dando a esta factoría
industrial y mercantil el nombre de Malaca (...) No hay dato alguno para fijar con certi-
dumbre la extensión de la primera faja de murallas que cercó la Málaga púnica, si bien se
sabe que la calle de Andrés Pérez estaba distante de las fortificaciones de aquella plaza
murada, porque allí precisamente se ha descubierto un sepulcro prerromano por su
construcción, en el que se han encontrado huesos labrados iguales a los que aparecieron
en la necrópolis de Gadir y alhajas de oro que bien pudieron ser fenicias o púnicas pero
no griegas ni romanas, hoy en el museo loringiano”57.

De estas palabras también se deduce la seguridad de Rodríguez de Berlanga de la


imposibilidad de identificar la colonia griega de Mainake con la ciudad fenicia de Malaca
tanto por las citas literarias conservadas que hacen referencia a la planta de la ciudad anti-
gua, por los descubrimientos arqueológicos fenicios que se venían produciendo en el suelo
de la antigua colonia58, así como por la identificación hacia 1802 de la ceca fenicia de
Málaga por Tychsen.

56
Ibídem, 218.
57
Ibídem, 222.
58
Debemos a Rodríguez de Berlanga la documentación de varios hallazgos de materiales fenicios en Málaga
y su provincia. En 1874 fueron halladas en Vélez-Málaga varias cuentas de un collar y un cilindro sello que
pasó al Museo Loringiano (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1891): El Nuevo Bronce de Itálica. Málaga.
Impr. de A. Rubio, 333; RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903) [1995]: op. cit. 38-39). En 1875 en la calle
Andrés Pérez, cerca de la Iglesia de los Mártires, dentro de una sepultura construida con bloques aparecieron

2 1 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
No obstante, los materiales cerámicos descubiertos en los derribos de la Alcazaba que
Rodríguez de Berlanga identifica como fenicios, son, en realidad, medievales, tal y como se
ve en las fotografías que él mismo aporta59.
Sí plantea una posible identificación de Mainake o Menace al este de la capital y
alude a unos descubrimientos arqueológicos realizados en el siglo XVIII por el canónigo de
la Catedral de Málaga don Manuel Trabuco y Belluga, quien los dio a conocer a la Real Aca-
demia de la Historia y cuya referencia conoce Rodríguez de Berlanga a través de su amigo
José Oliver Hurtado, miembro de dicha institución60. Rodríguez de Berlanga no recuerda
con exactitud el contenido de aquella breve noticia, que nosotros reproducimos aquí, ya
que fue publicada en las Memorias de la Real Academia de la Historia:

“Apartado viages literarios.- “Equivalió a un viage determinado la comisión que la Aca-


demia dió a fines de 1764 á su individuo Honorario Don Manuel Trabuco y Belluga,
Canónigo de la Santa Iglesia de Málaga, encargándole el reconocimiento de las antiguas
ruinas de un edificio, que con los emates del mar se habían descubierto a cinco leguas al
E. de aquella ciudad, y la recolección de medallas é inscripciones y demás monumentos,
todo á costa del Cuerpo”.

Apartado de Antigüedades e Inscripciones.- “No sería la menos importante, ni la menor


parte de la historia de la Academia, una porción de extractos de algunos trabajos que

dentro de una caja de plomo tres discos de oro en forma de rosetas con granates engarzados y huesos labra-
dos, con incrustación de sustancia colorante, semejantes a los hallados en Cádiz . Este ajuar se situaría en el
siglo VI avanzado o el V a. C. (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1891): op. cit. 329-331; RODRÍGUEZ DE
BERLANGA, M. (1903) [1995]: op. cit. 36-37, nº I-II) . En otros lugares inconcretos de la ciudad también apa-
recieron un escarabeo egiptizante de cornalina hallado en 1890 (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1891):
op. cit. 332; RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903) [1995]: op. cit. 38, nº III) y un medallón de oro con
escena egiptizante, representando un faraón exterminando a sus enemigos y dos cabras afrontadas, que se
fecha en el siglo VII a.C. actualmente en el Museo Arqueológico Nacional (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M.
(1903) [1995]: op. cit., 288).
En el cortijo del Pato también dice Berlanga haberse descubierto un conjunto de monedas de época romana,
varias sepulturas romanas bajo tégula y “un enterramiento aislado hecho de mampostería con algún esmero,
dentro del cual se halló una tierra negra y fina, sin duda en lo que se había convertido el cadáver” (RODRÍ-
GUEZ DE BERLANGA, M. (1903) [1995]: op. cit., 168, nº 15). El cortijo se hallaba ubicado en la margen
izquierda de la desembocadura del río Guadalhorce y podría referirse a la presencia de una tumba de cámara
fenicia (AUBET, M.E., MAASS-LINDEMANN, G., MARTÍN RUIZ, J.A. (1995): “La necrópolis fenicia del Cortijo
de Montañez (Guadalhorce, Málaga)”,Cuadernos de Arqueología Mediterránea, I. Barcelona, 217).
Del cortijo de Montañez recoge en el catálogo del Museo Loringiano el hallazgo de cerámicas que describe
como romanas (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903) [1995]: op. cit., 117, 118, 121, 169, nº XVII), si-
tuando su procedencia en una necrópolis situada en la Vega de Málaga. Entre los materiales enumerados se
encuentran cinco ánforas, una urna tipo Cruz del Negro, un jarro de boca de seta, dos de boca trilobulada
y una lucerna de dos mechas. De aquí se infiere la existencia de una necrópolis de incineración en la mar-
gen derecha del Guadalhorce (AUBET, M.E., MAASS-LINDEMANN, G., MARTÍN RUIZ, J.A. (1995): op. cit.,
217-221). “En las playas al levante y no lejos de Málaga”, se encontró una figurilla egipcia con vidriado verde
proveniente de una sepultura y amuleto de oro representando al dios Bes (RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M.
(1903) [1995]: op. cit., 40, nº VII).
59
RODRÍGUEZ OLIVA, P. (2001): op. cit., 38.
60
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1905-1908) [2001]: op. cit., 53.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 1 9
guarda en su archivo, como son: noticias inéditas y curiosas de várias antigüedades,
descripciones de monumentos, interpretaciones de inscrpciones, ya romans, ya géticas,
ya arávigas, descubiertas en nuestro suelo, ó nuevamente reconocidas ó explicadas por
individuos que las remitieron al Cuerpo desde las provincias. Pero la notica de sus adqui-
siciones, y el análisis de las lecturas que de ellas se hciieron elas Juntas ordinarias, seria
por otra parte dificil de comprehender en este resumen histórico, sin confundir y cargar
pesadamente la narración, en que se debe evitar todo fastidio (...)
Nos reduciremos por ahora a dar una noticia en general de las clases y número de estos
monumentos sueltos; no incluyendo en ellos las antigüedades, para cuyos reconocimien-
tos y diseños ha empreendido ó auxiliado la Academia várias expediciones literarias, por-
que de estas se habla separadamente en el ep. de los viages literarios.

Monumentos Romanos.-
I. Colección de inscripciones y varias antigüedades, recogidas á expensas de la Academia
por su individuo honorario don Manuel Trabuco, Canónigo de Málaga, en el reconoci-
miento de las antiguas ruinas de un edificio, que con los embates del mar se habia des-
cubierto á cinco leguas al levante de aquella ciudad”61.

Tanto Rodríguez de Berlanga como su otro buen amigo Manuel Oliver intentaron en
varias ocasiones localizar el lugar de los hallazgos sin resultados positivos62.

4.—CONCEPTO DE MÉTODO HISTÓRICO

Para Rodríguez de Berlanga la época que le tocó vivir no fue la más fértil, en nuestro
país, para los estudios clásicos. Su posición ante esta situación es bastante clara: “Durante el
medio siglo que va corrido desde el momento en que fue creado el Museo Loringiano hasta
que sus fundadores pasan á mejor vida, a pesar de los esfuerzos de Mommsen, que inicia en
1855 sus profundos trabajos sobre los origenes y el desarrollo sucesivo de la dominación
romana en las Hispanias, secundado por Hübner, que termina los suyos en 1900, semejantes
investigaciones, en cuanto se concretan á los anales patrios anteriores á la invasión visigó-
tica, han permanecido estacionarias en la Península, tomando únicamente matices distintas
los juicios, puramente literarios, que se ha emitido sobre puntos concretos de los estudios
clásicos, según el gusto más ó menos estragado de los tiempos, que han venido sucedién-

61
Memorias de la Real Academia de la Historia, t. 1, 1796, p. XLIII-XLV.
62
Es curioso que Berlanga no haga referencia a los hallazgos fenicios que por fechas similares se produjeron
en el lugar conocido como “Casa de la Viña” y que pasaron a formar parte del Gabinete de Historia Natural
y posteriormente del Museo Arqueológico Nacional (BERLANGA PALOMO, Mª J. (2003): “Nuevas aporta-
ciones para la historia de la arqueología en la provincia de Málaga: documentos del Museo Nacional de
Ciencias Naturales (II: Los descubrimientos de “Casa de la Viña” (Vélez-Málaga) en el siglo XVIII)”, Baetica 25,
377-392), si bien hay que tener en cuenta que el propio Hübner no consideró fenicios los vasos de alabastro
que formaron parte de este descubrimiento (HÜBNER, E. (1862): Die antikenBildwerke in Madrid, Berlín,
234).

2 2 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
dose....En la actualidad esa misma crítica exclusivamente literaria, con ser la única que entre
nosotros se conoce, no puede extenderse tampoco a tales estudios clásicos porque, perdón
sea dicho, no hay un español que los cultive siguiendo las enseñanzas de Müllenhoff y de
Mommsen, en términos que merezca se fije la atención en sus respectivos trabajos”63.
Otras palabras del mismo autor nos pueden resumir cómo entendía él que debía ser
la ciencia histórica: “...la crítica independiente, cada día más reaccionaria, no se contenta
hoy, como se contentaba hará un siglo, con que se redacten los anales de cualquier período
de la dominación romana, apoyados no más que en las reminiscencias que haya dejado la
lectura de poetas y prosistas helenos é italiotas, vertidos á una lengua viva, sino que exige
otros estudios, ni superficiales, ni vulgares, de la epigrafía, la numismática y, sobre todo, de la
jurisprudencia clásica, sin cuyo conocimiento profundo, todo trabajo histórico se escribiría
en el vacío”64; nosotros añadiremos que también las arqueológicas fueron para Rodríguez
de Berlanga instrumento valioso en sus estudios.
Para Rodríguez de Berlanga, la combinación de todas las fuentes, tanto materiales
como escritas, corroboran el origen de la ciudad de Málaga:

“En Malaca, el arte y la epigrafía no están, como en Cártima y Ostipo, solos, sino acom-
pañados de geógrafos y de historiadores antiguos, resultando del conjunto de todos ellos
que aquella ciudad fue fundada por los tirios en el siglo XII”65.

Y su necesidad de despojar a las antigüedades malagueñas de las fábulas y errores que


hasta su momento han sido objeto, le dará la oportunidad de revisar todas las obras de auto-
res anteriores que hacían referencia a éstas. Son cinco las obras en las que muestra su faceta
crítica ante los estudios de la antigüedad, dedicándole un artículo íntegro de su Malaca66.
Con los datos que nos ofrecen estos textos podemos hacer un esquema de la visión de
Rodríguez de Berlanga acerca tales eruditos, abarcando desde el siglo XVI hasta su época.
Para él, éstos se podían agrupar en varias categorías.
Como meros literatos, se encuadran Bisso, autor de la Crónica de la provincia de
Málaga (1869); I. Marzo, cuya Historia de Málaga, es del género de la de Morejon, Milla
y Salinas “Obra escrita con depravado gusto literario sin crítica y con tanta falta de cono-
cimientos que la hacen de peor condición que las Conversaciones históricas malagueñas”
67
y Moreti, autor de la Historia de la muy noble y muy leal ciudad de Ronda (Ronda,
1867).

63
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903) [1995]: op. cit., 157-158.
64
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1905-1908) [2001]: op. cit., 63.
65
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1905-1908) [2001]: op. cit., 89.
66
Estas críticas aparecen insertas en Estudios Romanos (Málaga 1861, 170-185) Monumentos Históricos del
Municipio Flavio Malacitano (Málaga 1864 [2000], 307-320) el prólogo a la Historia de Málaga de Guillén
Robles (Málaga 1874) en la introducción al Catálogo del Museo Loringiano (Málaga 1903 [1995], 26-27) y en
el artículo titulado “Historiadores de antaño y eruditos de hogaño” publicado en la RAAAB (1905, 773-800,
[2001], 61-76).
67
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1861): Estudios romanos por él publicados en “La Razón”, Madrid. Impr.
de Manuel Galiano, 182.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 2 1
Entre los que carecen de crítica a pesar de sus grandes pretensiones se encuentra Mar-
tín de Roa, que se apoya en los falsos cronicones de Annio de Viterbo y Flavio Josefo.
Los que abundan en ingenuidad con no escasa ilustración serían Fernández Franco y
Macario Fariñas.
Como falsarios cita a Morejón que “a pesar que logró ver impresas unas 160 páginas
de su Ms., tanto este como aquellas han desaparecido, sin que hoy día se pueda rastrear
cosa alguna sobre su existencia. Según se colije de los diversos fragmentos que he visto tras-
ladados de esta obra en los Ms. que he manejado (Valdeflores y Conde), que era este jesuita
como su antiguo compañero de hábito (Roa), muy dado á las patrañas de los falsos cronico-
nes... Sobre el mérito del trabajo de Morejón dice el mismo Conde, que en la parte moderna
tiene noticia apreciables, pero en la antigua presenta mas patrañas que hojas”68.
“Milla dejó escrita una Historia eclesiástica y secular de la ciudad de Málaga y su Obis-
pado, de la que tampoco he logrado obtener mas antecedentes que los que da el Canónigo
Conde en el lugar ya mencionado de su Conversaciones. Según lo que allí dice, parece que
fue Milla mas aficionado aun que Morejón á los inventos de los Cronicones”69.
Como falsario también aparece Medina Conde, pues para Rodríguez de Berlanga son
invenciones parte de los descubrimientos hechos en el momento de iniciarse las obras en
la Aduana nueva.
En un principio la visión de Rodríguez de Berlanga hacia Conde es menos dura: “Sobre
los epígrafes latinos de Malaca que contienen estos libros, pudiera hacerse la observacion
de que habiendo estado este autor complicado, y sido últimamente condenado, en una
causa sobre falsificacion de antigüedades, poca ó ninguna fe deberia darse á sus posteriores
trabajos de este mismo género; sin embargo, en cuanto á las inscripciones descubiertas en
Málaga antes de Valdeflores, Conde no hace mas que reproducir las colecciones que aquel
formó. Respecto de las encontradas desde el año de 1788 hasta 1793, fueron hallándose a
medida que se abrían los cimentos de la antigua fábrica de tabacos hoy Aduana. Allí apare-
cieron porción de mármoles, escritos los unos y esculpidos los otros, de los cuales, si bien se
conserva una constante tradición en esta ciudad solo el Canónigo conde es el que habla de
ellos con mas extensión. Podrá dudarse de que los copiara con exactitud por su falta de peri-
cia, pero no suponerse que los inventara á su capricho, porque precisamente publicaba su
obra casi por la misma época en que se habían descubierto los dichos restos, y todos podían
ir á justificar la exactitud del impreso, comparándolo con los originales de piedra. Después
no se sabe á donde han ido á ocultarse de nuevo aquellos epígrafes, aunque es de presumir
que hayan servido de cimientos á algunos edificios modernos”70.
Pero Hübner le hizo ver que había incluido en sus Monumentos históricos hasta cuatro
epígrafes supuestamente procedentes de la Aduana (CIL II, 174*-177*) que eran falsos, radi-
calizando el juicio que tenía sobre Conde: “El profesor Hübner me hizo ver que habíame
dejado engañar por la superchería del que usurpando el nombre de Medina Conde que
no era el suyo, había inventado á su capricho epígrafes que con suma candidez había y

68
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1864) [2000]: op. cit., 308.
69
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1864) [2000]: op. cit., 309.
70
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1864) [2000]: op. cit, 316-317.

2 2 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
aceptado como genuinos. Entonces creí un deber mío ineludible el hacer patente el error
cometido en la primera ocasión propicia rindiendo a la verdad histórica el debido tributo
de respeto”71.
Por último, los verdaderos críticos son para Rodríguez de Berlanga Velázquez, “Hijo
de Málaga como el insigne Alderete ha sido uno de los poquísimos varones distinguidos que
ha producido esta ciudad”72. “autor que tenía bastantes conocimientos epigráficos y de la
mayor buena fe”73 y que “Después de Roa, Morejón, Milla y Salinas, era, á no dudarlo, el
llamado á poner término á los errores de estos”74.
Anterior a Velázquez, merece también su elogio B. Alderete, “Ya he dicho hablando
del marqués de Valdeflores, que con Aldrete han sido los dos más ilustres varones en letras
que ha producido Málaga”75.
Por último, Pérez Bayer, “esclarecido erudito español, conocidísimo y apreciado den-
tro y fuera de la Península por su vasta ciencia. Visitó á Cártama, y de todos los que han
copiado sus monumentos ha sido el más competente, exceptuando a Velázquez, de quien
es digno émulo”76.
Entre sus contemporáneos merecen el mismo calificativo M. Lafuente Alcántara, cuya
Historia de Granada es “Libro importante y que coloca á su autor entre los más estima-
dos historiadores de España. La belleza del estilo y la erudicion que campea en toda esta
obra la hacen figurar como la historia más apreciable de las provincias de Granada, Jaén,
Almería y Málaga, que no cuentan con ninguna otra cosa que puedan ni aún remotamente
comparársele”77.
Guillén Robles, “Por su importancia de hoy y por la que tuvo aun mayor en tiempos
de los musulmanes, reclamaba esta capital toda la atención de un erudito, que su historia
quisiera restablecer, purgándola de las numerosas fábulas que la desfiguraban” y “dota a la
ciudad donde ha nacido y a su provincia de una historia tan detallada como crítica, donde
examina con criterio imparcial y erudición no escasa cuantos documentos se han querido
pasar como genuinas fuentes de los anales patrios, aceptando no más que aquellos que han
resultado dignos de figurar en todo relato imparcial, verídico, sincero e independiente de
hechos realizados en épocas más o menos remotas”78.
Entre los extranjeros que se han ocupado de la historia de Málaga, el único que merece
mención para Rodríguez de Berlanga es F. Carter: “Apreciabilísimo es el trabajo del inglés
Carter, y puede decirse que es de lo mejor que se ha escrito sobre Málaga y parte de su
provincia. Los que titula Annals of Malaga es la historia redactada con más gusto de las que
existen sobre esta ciudad, si se exceptúa la del malogrado Lafuente Alcántara...En punto á

71
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903) [1995]: op. cit, 216.
72
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1861): op. cit, 176.
73
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1861): op. cit, 177.
74
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1864) [2000]: op. cit, 309.
75
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1861): op. cit, 181.
76
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1861): op. cit, 179.
77
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1861): op. cit, 180.
78
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M.: “Prólogo” a GUILLÉN ROBLES, F.: Historia de Málaga y su provincia, Má-
laga, 1874, XXVIII.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 2 3
inscripciones, sin embargo anduvo algo torpe el bueno del viajero inglés, y muchas de las
que vió las copió defectuosísimamente”79; “Nadie podrá ignorar que fue sin duda Carter
con justa razón el más celebrado; persona erudita y de bastante buen gusto literario que ha
dejado en su A journey from Gribaltar to Malaga, impreso en Londres en 1777, la más inte-
resante y exacta descripción de la Málaga de su tiempo...pero al ocuparse de las inscripcio-
nes no pudo hacer otra cosa que seguir las inspiraciones del malhandado Conde, quien le
hubo de facilitar algún traslado de la Historia inédita de Málaga de Morejón, y sin alcanzar
a comprender la superchería de ambos, se dejó engañar cándidamente reproduciendo las
falsificaciones por uno y otro fraguadas”80.

79
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1861): op. cit, 177-178.
80
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1903) [1995]: op. cit, 26-27.

2 2 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
INÉDITOS
BERLANGUIANOS
RITOS, SOLEMNIDADES Y EFECTOS
DE LOS MATRIMONIOS EN LOS DIFERENTES
PERÍODOS DE LA LEGISLACIÓN ROMANA
ARCHIVO HISTORIA DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA

Ilmo. Sr:

Aún a fines del siglo pasado era la historia un mito fabuloso o cuando más “una
batalla ilustre contra el tiempo” como escribía Alejandro Manzoni en la introducción de
la más notable de sus obras. Fue necesario que la filosofía francesa del siglo 18º se abriese
un camino glorioso en Alemania y que las águilas de la conquista se fuesen a cerrar sobre
el Vístula para que despertase el genio germánico en medio del cataclismo de los mundos.
Dos hombres eminentes, Mr. Thibaut y Federico Carlos de Savigny, se declararon adalides de
las escuelas conocidas con el nombre de histórica y no histórica o filosófica, cuyo maridaje
ha sido propuesto y celebrado por Cousin y sus discípulos.
Acaso Montesquieu y Benthan echaron sus cimientos, y acaso los modernos alemanes
han venido tan solo a recoger la herencia que le dejaron sus mayores; por ello es lo cierto
que el estudio de la jurisprudencia ha tomado nueva faz gracias a los esfuerzos del profeso-
rado de Heidelberg y de Berlín.
En el seno de la histórica se suscitó después de apaciguada la primera contienda una
lucha encarnizada entre los romanistas y germanistas. Pretenden aquellos que en la legisla-
ción de Roma se encierra toda la ciencia del derecho, y éstos rechazan semejante exclusi-
vismo, sentando otro exclusivismo por su parte, y queriendo que el uso y la costumbre de
cada siglo sean los únicos elementos que consulten los legisladores. Nuevas teorías que han
producido nuevos conocimientos.
Así, desde el siglo 12, se han ido sucediendo los adelantos unos a otros sin intermi-
sión. Acursio, el más célebre glosador del 13º. En el 14º Bártolo y Baldo. En el 16 Cuyas,
que parecía haber llegado al punto más culminante e inaccesible.
Pero estaba reservado al 19 el descubrimiento hecho por Niebuhr de la Instituta
de Gayo en un palimpsesto de la Biblioteca Capitular de Verona. El estudio del derecho
romano ha sufrido con ello una reforma notable. Se han aclarado infinitas dudas que
no alcanzaban a disipar fragmentos en el Breviario de Amiano. Se han multiplicado las
monografías y hoy los hombres más eminentes se dedican a publicar libros especiales
sobre puntos dados en que, agotadas todas las fuentes, presentan la antigua legislación
con la misma exactitud y claridad que la explicaba en otro tiempo a sus discípulos el
jurisconsulto Cormenaux (?).
Savigny publica sus obras sobre la posesión. Laboulaye escribe la historia de la propie-
dad. Watter la de los procedimientos civiles de Roma. Boujean su tratado de acciones; y así
se van multiplicando estos trabajos parciales en que innumerables sabios dejan sus nombres
escritos a la posteridad.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 2 7
El conocimiento de la jurisprudencia de Justiniano adquiere una extensión inmensa y
profesores eminentes enseñan públicamente sus teorías llenando el mundo científico con
sus descubrimientos.
He creído del caso hacer esta ligera reseña de los modernos adelantos para poder
señalar los recientes descubrimientos y los puntos que quedan envueltos en la oscuridad,
cuando examine la proposición que me ha tocado en suertes y cuyo enunciado está conte-
nido en estos términos: “Ritos, solemnidades y efectos de los matrimonios en los diferentes
períodos de la legislación romana”
Juan Bta. Vico trató de reunir la historia a la filosofía y publicó la Ciencia Nueva, obra
en que se presenta con un siglo más de adelanto sobre sus coetáneos. Divide en tres épocas
las edades de los pueblos y por consiguiente hace seguir igual división a su gobierno y a su
jurisprudencia. Aplica su teoría a los caldeos, Hebreos y Griegos, encontrándola exacta y
no dudando en sentar como encabezamiento de su libro quinto que: los sucesos humanos
se repiten cuando las naciones se renuevan.
En Roma, que según su opinión es un trasunto de la patria de Europa, encuentra
también estas tres épocas: la divina o teocrática, la heroica o aristocrática y la de la razón
humana o popular.
Las vicisitudes de la jurisprudencia de aquél pueblo marcan la exactitud de la reflexión
del escritor napolitano. Siguiendo la historia de cualquier institución jurídica nos convence-
mos de esta verdad; y hoy tendremos ocasión de aplicar semejantes principios examinando
las variaciones y reformas que sufrieron las Nupcias.
En el matrimonio romano es preciso distinguir cuidadosamente el contrato civil y las
solemnidades y ritos que le subseguían; por el primero no adquiría el marido más que el
derecho a exigir su cumplimiento; del segundo nacía la manvs o el poder omnímodo que
como jefe de la familia ejercía sobre la mujer.
Respecto al contrato se ha disputado con calor y aún hoy es la opinión más admitida
que pertenece al número de los consensuales. Ducaurroy hace una diferencia entre nvptia
y matrimonivm: nvptice quiere qué sean las ceremonias y matrimonivm el contrato; para las
primeras establece que era necesaria la presencia de los que lo contraían, mas no para el
segundo, deduciéndose de aquí que para el matrimonio o contrato civil bastaba el consenti-
miento de los contrayentes y del jefe de la familia: como que era una traslación de dominio,
hecha por éste al marido, de la hija que iba a trasferirle.
Ortolan, a mi juicio con más copia de datos, no titubea un momento en declararse en
contra de semejante opinión, asegurando que la tradición consumaba este contrato que era
del número de aquellos qvi re contrahebantvr, que se contraían por la cosa.
Un fragmento de Pomponio y otro de Ulpiano prueban que la mujer ausente no
podía casarse por mensajero ni por carta, a diferencia de los esponsales que como mera
promesa bastaba el convenio mutuo y éste podía celebrarse entre los presentes, como lo
demuestran varios fragmentos del libro 2º del Digesto, que explican los requisitos de los
esponsales.
Que era necesaria la tradición es innegable. Basta abrir cualquier libro de antigüeda-
des y se verá cómo la mujer era conducida a casa del marido. Éste hacía la ceremonia de
arrancarla de los brazos de su madre en memoria del rapto de las Sabinas. Enseguida salía
de la casa paterna precedida del Paraninpho y de mancebos que llevaban en sus manos las

2 2 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
teas nupciales. Otros conducían los dijes y alhajas, a la vez que los juguetes destinados a
los niños (crepvndia). Las habitaciones de la casa del marido estaban cubiertas de tapices y
las puertas de flores. Al llegar a éstas preguntaban a la mujer quien era; ella respondía con
aquella frase tan tierna como sentimental: Vbi tv Cayvs ego Caya y saltaba el umbral con-
sagrado a Vesta.
Recibían las llaves y ambos esposos tocaban el agua y el fuego como principios de
todas las cosas. El marido arrojaba nueces a los muchachos para indicar que abandonaba
los pasatiempos pueriles, y enseguida tenía lugar la coena nvpcialis o convite de bodas, con
el que concluían estas solemnidades externas que simbolizaban la transición de la mujer al
marido.
La Religión, que es el primero y principal constitutivo de las sociedades, santificó
todos estos actos desde los primeros días de Roma, y para que su intervención no fuera
estéril quisieron los Pontífices que produjese el poder marital, que era uno de los tres que
con el nombre de potestas, manvs et mancipivm ejercía el paterfamilias sobre los hijos, la
mujer y los esclavos.
La confarreación es la primera de las solemnidades usadas en el matrimonio que se
cree introducida por Rómulo más generalmente y no por Numa como pretenden algunos.
Sus esencialidades consistían en concurrir los esposos a presencia del Pontífice máximo y
diez testigos, gustar una torta formada de flor de harina, agua y sal, pronunciando a la vez
ciertas palabras cuya fórmula son todavía un misterio para nosotros, así como las de la dis-
farreatio o separación de los que habían contraído matrimonio por medio del rito solemne
de que acabamos de hablar.
Este rito era solamente usado por los patricios, y los hijos de los que se casaban por
semejante medio eran los únicos que podían aspirar al sacerdocio.
Los efectos de las confarreatio eran varios. La mujer pasaba a la familia del marido,
en la que tenía la consideración de hija, participando del derecho divino del esposo. Los
que nacían de estos matrimonios eran llamados patrimi et matrimi, gozando de inmensas
prerrogativas en el derecho sagrado. El marido adquiría la manvs. La mujer el derecho de
heredarle como si fuera una hija suya. La dote pasaba a poder del marido, y la mujer no la
recuperaba ni aún cuando el matrimonio se dividiese. Aquí me será lícito detenerme para
examinar más detalladamente este punto, que tan enlazado está con el que vamos estu-
diando, y del que no puede separarse ni por un momento.
La dote propiamente hablando, y en el sentido que hoy se le da a esta palabra, fue des-
conocida en verdad entre los Romanos, mientras estuvieran en uso los matrimonios manvs,
que producían ese ivs propivm civivm romanorvm como dice Gayo.
Los bienes que la mujer aportaba a la sociedad tenían la misma consideración que los
de los adoptados, y así el marido se hacía dueño absoluto de ellos. Si aquella moría antes
que éste, los hijos sólo entraban en la herencia de los bienes maternos a la vez que recibían
los que el padre les dejaba al morir.
Y si faltaba éste primero que aquella, la mujer lo heredaba en todos los bienes si no
dejaba descendientes legítimos, o de lo contrario entraba en la porción viril. De este modo
parecía que se habían atendido suficientemente los derechos de la mujer, pero cuando
desde el año 520 F.R. se introdujeron los divorcios, se empezaron a notar inconvenientes en
este punto, que las leyes se apresuraron a corregir en lo posible.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 2 9
Los efectos del divorcio eran los mismos que los de la emancipación. Sus ritos, análo-
gos a los de la tradición marital, en cuanto a la parte concerniente al contrato. La esposa era
despojada violentamente de las llaves; el marido pronunciaba aquellas palabras tan sabidas:
res tvas tibi habes: vade foras. El contrato quedaba roto y sin valor alguno. Ahora, para inva-
lidar también los efectos de las ceremonias religiosas, tenían lugar ciertas solemnidades que
variaban según las que habían mediado en su constitución.
Como el marido, al contraer matrimonio, había adquirido un dominio absoluto en los
bienes de la mujer, resultaba que disuelto el vínculo ésta se encontraba sin familia, porque
la paterna la había abandonado para entrar en la del esposo, y de la de éste acababa de ser
arrojada por el divorcio. Además carecía de bienes con que poder librar su subsistencia,
porque los que aportó a la sociedad conyugal habían venido a constituir con los del otro
cónyuge un capital común e indivisible.
Para obviar tan graves inconvenientes inventaron los jurisconsultos la cavtio rei vxoria,
por medio de la cual los parientes de la mujer estipulaban que en el caso que se disolviera
el matrimonio, devolvería el marido lo que de ella recibiese. El pretor, además, introdujo la
actio rei vxoria para el caso en que se hubieran omitido dichos pactos.
Sólo para cuando empezaron a conocerse los matrimonios libres se podrá decir que
tendrían lugar las dotes, pero nunca en el período que acabo de examinar.
Concluyendo con la confarreatio sólo resta añadir que paulatinamente empezó a que-
dar en desuso, tanto que en tiempos de Tiberio sólo se encontraron tres aspirantes al sacer-
docio. Las causas que motivaron semejante decadencia fueron no tanto la negligencia de
los contrayentes, cuanto los exorbitantes dispendios que requerían las solemnidades de su
constitución, a la vez también los que exigían las ceremonias de las desfarreatio o separa-
ción de los que habían contraído matrimonio por este medio.
La coemptio fue el segundo de los modos de contraer matrimonio entre los romanos.
En verdad no se puede enunciar como cierto que fuese peculiar de este pueblo. En el Géne-
sis se ve que era conocido y adoptado por los hebreos. Eurípides en su Medea y Aristóteles
en su Política indican marcadamente que estaba admitido entre los griegos, a la vez que
Tácito habla de ella como ceremonia válida entre los germanos. Pero sea de todo lo que se
quiera, ello es lo cierto que se introdujo en Roma y, aunque no se puede señalar cuando la
adoptó este pueblo, parece lo probable que fuese desde el momento, con poca diferencia,
en que las Doce Tablas reglamentaron el mancipivm o venta per aes et libram.
También mediaba en la coemptio (un) contrato cuyas solemnidades y consumación no
eran iguales en verdad a los indicados antes en la confarreatio. En cuanto a los ritos pecu-
liares de esta compra-venta se sabe que consistían en cierto aparato, cuyos requisitos aún
nos conserva la antigüedad tales cuales entonces se conocieron. La prometida llevaba tres
ases: uno en la mano, que entregaba al marido por medio de la solemnidad del peso y la
moneda, ante cinco testigos, el antestatvs y el libripendens, indicando de este modo que lo
compraba.
El segundo (de los ases) en el pie, lo arrojaba en el ara de los Lares, queriendo manifes-
tar que los adquiría para si, haciéndose partícipe de los derechos sagrados del esposo. Y el
tercero en una bolsa, que acostumbraba abrir ante los Penates de la inmediata encrucijada,
depositando en sus aras el contenido, como haciendo ver que se franqueaba las puertas de
la casa marital. Las palabras sacramentales aún nos son desconocidas.

2 3 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Esta especie de convención civil se llevaba a efecto por medios no menos misteriosos.
La mujer era conducida a la morada del marido y, en lugar de entrar por las puertas, era
introducida por una abertura practicada en las tapias del huerto, subterfugio con que quisie-
ron indicar los sutiles romanos que la mujer había nacido en la casa marital, puesto que se
le veía salir de ella sin que antes hubiese entrado.
La coemptio producía los mismos efectos que la confarreatio, las esposas entraban en
la potestad de los maridos y recibían el nombre de matres familias.
La disolución de las nupcias contraídas por este rito se verificaba por medio de la
remancipación o segunda venta. Como cita la ley Papia Popea la tutela de las mujeres fue
perpetua. El marido, por medio de una injvre coacio podía transmitir su poder de protec-
ción a otra tercera persona que recibía el nombre de tutor fidvciarivs, quedando desde luego
disuelto el matrimonio.
Algunos, no divisando en este modo de contraer nupcias más que el medio civil de
garantir este contrato, quieren que concurriese en ellos también el panfarreo y el Flamen
Dial; pero no sólo callan sobre este punto todo lo que ha llegado hasta nosotros de los anti-
guos manuscritos sino que parece no debió ser así tampoco, si se atiende a que a la (...)
la confarreación pertenece a la época teocrática señalada por Vico, la coerción anuncia
la aristocrática y de consiguiente con ella viene a la vez la (…)larización de las fórmulas
sacramentales.
Aunque el matrimonio por coempción duró más tiempo que el establecido por el pri-
mer Rey, sin embargo también empezó insensiblemente a decaer hasta que desapareció de
un todo quedándose relegado a la historia de las pasadas instituciones.
Resta que examinar el contraído por el uso (vsvs). Aunque de un origen igual al ante-
rior debe colocarse en el tercer período del pueblo romano o séase en el que la citada Cien-
cia Nueva llama, con demasiado fundamento, popular o de la razón humana.
En efecto, aún a través de esta institución se divisa a la plebe concitada retirándose
al Aventino y al Janículo, a Lucio Septio y C. Licinio Stolo publicando las primeras leyes
agrarias y concediendo a cada individuo de la clase proletaria siete jugueras (?) del ager
pvblicvs, a los Gracos pereciendo a manos de la nobleza, víctimas de su independencia, se
divisan en fin todas las conmociones intestinas que agitaron a aquella Reina del Tíer aún en
medio de sus más gloriosos días de triunfos y prosperidades.
Pero concretándome a lo que concierne a mi propósito deberé decir que establecido
en las leyes de los decenviros el matrimonio vsvs dio origen al matrimonio libre por el que
la mujer conquistó su independencia.
De los antiguos institutistas, Gayo es el que refiere con más extensión las solemnida-
des que mediaban en su celebración.
La mujer, dice en el S. 111 del tít. 6 de su primer comentario, que durante un año sin
interrupción hacía vida conyugal con su marido, quedaba sometida al poder de éste por el
uso, pero como entonces era, digámoslo así, usucapida por la posesión anva, pasaba a la
familia del esposo en lugar de hija. Por esto la ley de las Doce tablas prevenía que si la mujer
no consideraba conveniente el someterse al poder (manvs) de su marido, se ausentase tres
noches en cada año e interrumpiese así la posesión anual.
Tal escribe Gayo y poco deja que añadir a su doctrina. La mujer era, consintiéndolo el
padre o tutor, conducida a la casa del esposo. Si permanecía el año legal y sin interrupción

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 3 1
en su compañía le daba el poder marital o manvs de los demás enlaces ya indicados. Si por
el contrario quería librarse de esta sujeción impuesta por la ley, era suficiente la ausencia de
tres noches de la habitación marital svsvrpatvm ire trinoctio para que se conceptuase exenta
de ella.
Aquí se ve el principio del matrimonio libre, cuya introducción no consta a punto fijo
pero si que ya estaba muy admitido en el reinado de Justiniano. No bien apareció se origi-
naron algunas variantes que cambiaron de faz los derechos de los antiguos matrimonios.
La mujer no fue ya la materfamilias de los pasados siglos, y sí por el contrario la matrona
romana del período bizantino. No había lugar a suceder al marido aunque el pretor, por
equidad, la llamaba a la posesión de bienes por el edicto vnde vir et vxor.
El marido no adquiría para si los bienes dotales. Semejante desmembración del anti-
guo derecho parece que nació desde el momento en que se le impuso al marido la obliga-
ción de reservar la dote para cuando llegase el momento de la restitución, lo que tuvo lugar
en el manvs pero se fue desarrollando y acabó de constituirse en el libre.
Esta era la jurisprudencia antigua romana relativa a las nupcias. Si el pueblo hubiese
conservado siempre la misma austeridad de costumbres, no hubieran tenido necesidad los
emperadores de recurrir los abusos que se iban introduciendo y evitar los males que eran
consiguientes a la republica, entre los que se contaban una baja notable en la población y
un número excesivo de hijos ilegítimos.
Varias fueron las causas señaladas por los historiadores de aquella época que dieron
origen al horror, digámoslo así, que cobraron los ciudadanos al matrimonio. La disolución
de las matronas –su desmedido lujo–, las atenciones de que se veían rodeados los célibes por
los que esperaban recibir sus herencias, la falsa creencia en que estaban algunos hombres
entregados al estudio que, para dedicarse con más esmero al objeto de sus meditaciones,
debían permanecer sin casarse a imitación de los filósofos de la Grecia sus antagonistas.
Con todas estas preocupaciones tuvieron que luchar los emperadores y apenas si
pudieron remediar en parte males tan arraigados.
En tiempo de la república libre, la ley y aún los censores concedieron premios a los
que tuvieren hijos de legítimo matrimonio, a la vez que impusieron a los célibes la multa
conocida en la jurisprudencia bajo la denominación de aes vxorivm. Cuando César subió al
Consulado con Bíbulo dividió el territorio de la Campania entre veinte mil ciudadanos que
tuviesen derecho de tres hijos.
Pero ningunos esfuerzos más dignos de elogios que los de Augusto. La lucha que
tuvo que sostener fue inmensa, y más que la victoria es admirable la constancia de aquel
ilustre emperador. Cuando no era más que Censor restableció los censos. Diez años
después publicó la ley Julia de maritandis ordinibvs sobre los matrimonios de las dife-
rentes clases, en que impuso severas penas a los solteros, y concedió recompensas a las
nupcias y a la procreación. Y por último la Papia Popea vino a coronar sus innumerables
esfuerzos.
En ella se reconocía el derecho de tres y cuatro hijos a favor de las Ingenuas y liber-
tinas; se prohibían los matrimonios desiguales, y su célebre capítulo de Orbi quitaba a los
célibes el derecho de recibir cosa alguna por testamento.
Estas disposiciones estuvieron existentes por espacio de tres siglos; pero llegaron ya
muy debilitadas y aún casi extinguidas al reinado de Constantino. La introducción del cris-

2 3 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
tianismo como religión del imperio produjo notables reformas en los diferentes puntos del
cuerpo del derecho que se resentían de la primitiva rudeza de los fundadores de aquella
república.
La Iglesia admitió el matrimonio como sacramento y lo invistió de ciertas solemnida-
des que han llegado a nosotros no sin haber sufrido algunas variaciones hasta haber tomado
la forma que le ha dado el último concilio general celebrado en Trento.
Como contrato civil sólo es notable la novela 74 que abraza dos disposiciones inte-
resantes: “que las personas revestidas de grandes dignidades, hasta la clase de ilustres, no
pudiesen contraer matrimonio sin contrato social y que las demás personas, a excepción de
los pobres, de los labradores y soldados, estuviesen obligadas al menos a presentarse ante el
defensor de alguna iglesia y a declarar su matrimonio, así como el día, mes y año en que lo
habían contraído, declaración de que debía extenderse acta ante tres o cuatro testigos.”
He aquí todo lo que se conserva de las reformas del bajo imperio.
Hemos asistido al gran desarrollo de esta institución, la primera de las sociales en el
orden de su trascendentalismo. La vimos revestida de las formas pontificias, ceder su puesto
al poder del patriciado, y al fin presenciamos como el pueblo la absorbía, concluyendo por
sufrir una reacción inmensa bajo la nueva religión que acababa de predicar sellándola con
su martirio el Profeta de Galilea.
He llegado pues al término que me propuse, no sin gran sentimiento por parte mía.
Hubiera querido al bosquejar ligeramente el cuadro inmenso que tenía trazado ante mi
vista, haberme podido elevar a la altura de conocimientos que reúnen los ilustrados pro-
fesores que en estos momentos están juzgando mis trabajos; pero, en la imposibilidad de
conseguirlo, sólo puede limitarse mi deseo a esperar gracia de los que con tanto acierto han
sabido dirigirme por el difícil camino de las ciencias jurídicas.

Granada, 17 de junio de 1850


Manuel Rodríguez de Berlanga

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 3 3
FRAGMENTO DE UNA IMITACIÓN DE OSSIÁN
ARCHIVO DÍAZ DE ESCOVAR (MÁLAGA)

… Reposa al lado de su amada Galvina al sonar de las murmurantes olas. Fingal. Canto 2º

Las rocas de Morven dormían suspendidas sobre el abismo, y el mar, rizado por los
vientos como la túnica del guerrero, al romperse en las playas salpicaba el césped de las
colinas. En las orillas del Lora estaba la hija de Morna, el caudillo de las nieblas. La virgen
del Tura paseaba sus miradas serenas como el lago inmóvil por el horizonte enrojecido con
el sol que se ocultaba semejante a una encina encendida. Sus manos más blancas que la
espuma de los ríos se perdían en las trenzas de su cabellera negra como las olas de la noche.
Comala, bella como la aparición de los héroes esperaba a Cathmor, terrible en los comba-
tes, que perseguía a la cabra de las montañas en el torrente de Duvranna.

El jefe del Selma ha herido tres veces el escudo con su lanza; el guerrero que reposa
en los bosques se despierta sobresaltado al percibir la señal de las batallas y acude al lla-
mamiento de su Soberano siempre victorioso. Fingal ciñe con el casco de acero su cabeza
blanca como las nieves del invierno y espera a las huestes de Ycroma que acaban de abor-
dar a Morven y se adelantan mugiendo como el vendaval de los mares.

Los dos ejércitos, más numerosos que las estrellas del cielo, se encontraron en la lla-
nura con el ímpetu de la tempestad, y el astro que duerme en las sombras alumbró el campo
de la derrota de Tremmor, rey de los invasores.

Llora Comala sobre el cuerpo de Cathmor, y sus lágrimas, más puras que las lágrimas
de la Aurora, refrescarán el musgo de su tumba. Mañana, cuando las hijas de los montes
desciendan a los valles sentirán apagarse tu aliento dulce como el céfiro de la primavera;
porque la vida pasa como el sonar del arpa de los bardos, que sube a perderse entre las
nubes en los palacios aéreos, que habitan los espíritus de nuestros padres.
M. R. de B.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 3 5
CORRESPONDENCIA DE D. MANUEL RODRÍGUEZ
DE BERLANGA CON EL ILUSTRE ARQUEÓLOGO
ROMANO D. JUAN BAUTISTA DE ROSSI*

CARTA 1ª
ARCHIVO SECRETO VATICANO. CARTEGGI VAT. LAT. 14242, F. 861R.

Mons. de Rossi:
Tengo el honor de acompañarle adjunto un ejemplar del facsímil del Bronce de Sal-
pensa y otro del de Málaga, esperando los acepte como recuerdo de la distinguida conside-
ración que nos merece V, al Sr. Marqués de Casa Loring, ilustre poseedor de ambas tablas y
a mi, mero editor de uno y otro monumento.
El distinguido Doctor Emilio Hübner habrá remitido a V. copia de un pequeño poema
sepulcral que empieza:

(hic) RECUBAT EXIMIUS. SAMUEL. ILUSTRISSIMVS


(ele) GANS . FORMA DECORUS. STATURA CELSA. COMMODVS
eVI CANITI (e) (c) IVM MODVLATIO CARMINVM …

y desearía merecer de la atención de V. tuviere la bondad de decirme cómo lee (c) (i)
VM del tercer renglón de esta lápida cristiana.
Acepte mis excusas con este motivo y no dude que le profesa verdadero respeto y
consideración su afmo.
Dr. Manuel R. de Berlanga
Málaga, 16 de noviembre 1861

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 3 7
CARTA 2ª
ARCHIVO SECRETO VATICANO. VAT. LAT. 14260, P. 272R-V
Nº. 221

Illmo. Sr. Dn. Juan Bta. de Rossi

Mi muy distinguido amigo:


Anoche recibí sus apreciabilísimas monografías, que estimo grandemente y que leeré
con el mayor gusto y que estudiaré con entusiasmo cuando esté en mi país.
Por regalo de tanta valía le doy mil gracias, sintiendo que lo avanzado de la estación
no me permita oir una voz elocuente en las catacumbas que deben su vida de hoy a sus
sabias investigaciones.
Sintiendo no haberme encontrado para estrechar de nuevo (su mano) antes de partir,
me repito a V. su affmo. amigo q.b.s.m.

Manuel Rod. de Berlanga

CARTA 3ª
ARCHIVO SECRETO VATICANO. VAT. LAT. 14258, P. 275. Nº. 239

Sr. D. Juan Bautista de Rossi. Roma


Málaga, 29 de junio de 1877

Muy Sr. mío y de toda mi consideración:

Tengo el gusto de acompañarle un ejemplar de mi obra última sobre los nuevos Bron-
ces de Osuna, que le ruego acepte como un testimonio de mi mayor consideración.
Me reitero de V. affmo. Amigo q.b.s.m.

Manuel Rodríguez de Berlanga

2 3 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
CARTA 4ª.
ARCHIVO SECRETO VATICANO. VAT. LAT. 14253, P. 108. Nº. 73

Sr. D. Juan Bautista de Rossi. Roma


Málaga, 16 de febrero de 1874

Muy Sr. mío:

Me permito remitir a V. un ejemplar de la obra que acabo de hacer imprimir dando a


conocer los importantes Bronces de Osuna, y le ruego se sirva aceptarlo como un recuerdo
de consideración de su afº.. servidor q.b.s.m.

Manuel Rod. de Berlanga

CARTA 5ª. (TARJETA DE VISITA) A D. G. O F. GATTI


ARCHIVO SECRETO VATICANO. VAT. LAT. 14268, PARTE II (AÑO 1882), P.
124, Nº 499.

Málaga, 6 de octubre de 1882

Je vous prie de me remettre par la Poste le Bulletin d’Archeologie Christiana de 1868-16


septiembre dont je vous remettre ci joint le prix dans un mandat de frs. 10,50 a vôtre
Agreer, Monsieur, ma consideration distinguée.

M R de Berlanga

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 3 9
CARTA 6ª.
ORIGINAL EN LATÍN. (TRASCRIPCIÓN REALIZADA POR EL DR. D. VIDAL
GONZÁLEZ SÁNCHEZ, AL QUE AGRADECEMOS SU VALIOSA AYUDA)

A Juan Bautista Rossi, Ilustre Varón.


Recibí su carta con suma ilusión y alegría, Varón Ilustrísimo, de fecha 2 de septiem-
bre, estando en la villa de Alhaurín, lugar en el que suelo retirarme a descansar durante el
verano, y leí con avidez cuanto me decía, por lo que le doy infinitas gracias.
Aún no he podido ver su interesante libro titulado Catálogo iconográfico de Roma, por
lo que con la mayor diligencia he escrito al librero parisino Señor Leroux para que me lo
envíe lo antes posible.
El otro opúsculo también escrito por V. en Efemérides sobre las antigüedades cristia-
nas, lo acabo de recibir ahora mismo apenas llegado de nuevo a Málaga y confío que sacaré
de su contenido muy buenas conclusiones, muy valederas para mis trabajos.
Entre otros escritos de los suyos, enviados a mi, he encontrado una carta dirigida al
reverendísimo Gatti, que por error me ha enviado a mi, carta que le remito a V.
Otras dos cartas de las que V. Me envió, una a un tipógrafo malacitano y otros escri-
tos que V. envió a Madrid, yo no se cómo, pero lo que si le comunico es que por una feliz
casualidad llegaron a mi casa y a mis manos.
Por eso le ruego después de esto que tus cartas me las envíes a Málaga, pues mi nom-
bre, en una ciudad que no es muy grande, es perfectamente conocido entre los carteros.
Y ya para terminar le agradezco a V. Que tenga para conmigo tan gran generosidad y le
doy las más expresivas gracias al tiempo que le agradezco su deseo de que pueda yo volver
pronto a la espléndida ciudad de Roma.
Vale
Málaga, en las Nonas de Octubre. Año 1882

2 4 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
CARTA 7ª

Varón muy erudito:


Entre los monumentos relacionados con la Historia Eclesiástica española, algunos de
los cuales son considerados falsos y apócrifos, se encuentra cierta carta atribuida al Papa
León III en la que se trata de la descripción del itinerario descrito por los discípulos del
apóstol Santiago, hijo del Zebedeo, que condujeron el cuerpo íntegro del Santo Apóstol
desde el puerto de Joppe hasta Iria Flavio, carta que divulgó el P. Flórez en uno de los apén-
dices insertos en el volumen III de su España Sagrada. Debe saber vuestra Paternidad así
como todos los muy amados rectores de toda la Cristiandad cómo y porqué fue trasladado
a España el cuerpo íntegro del Apóstol Santiago.
Después de la Ascensión al cielo de Nuestro Señor Jesucristo, nuestro Salvador, tras la
venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, en el transcurso del año undécimo desde la
pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, en los días de la fiesta de los Ázimos, el Bien-
aventurado Apóstol Santiago, por haber predicado la doctrina de Jesús en las importantes
sinagogas de Jerusalén, fue hecho prisionero, junto con su discípulo Josías, por orden del
Sumo Pontífice Abiatar, y por orden de Herodes fue mandado que fuera decapitado.
Por temor a los judíos el cuerpo de aquel santísimo Apóstol Santiago fue tomado de
noche por sus discípulos, que fueron conducidos por un ángel hasta el puerto de Joppe en la
ribera del mar, y una vez allí y dudando entre ellos sobre qué es lo que tendrían que hacer,
he aquí que vieron ante sus ojos una nave que Dios les había preparado.
Llenos de gozo subieron a ella portando el cuerpo del Apóstol de nuestro Señor y
Rdentor, e izadas las velas y con viento favorable, navegando con gran tranquilidad sobre las
olas del mar y agradeciendo la suma bondad de Dios nuestro Salvador para con ellos, llega-
ron al puerto de Iria Flavio en donde exultantes de gozo comenzaron a cantar esta estrofa
del rey David: En el mar están tus caminos y sobre las aguas están abiertas tus sendas.
Bajando de la nave portando el santo cuerpo del Apóstol lo depositaron en un pequeño
predio conocido como Líbero, lugar que dista de la ciudad predicha unos ocho miliares,
donde ahora es venerado.
Allí se encontró un gigantesco ídolo construido por manos de paganos, y examinando
aquel lugar encontraron una cripta en la que había utensilios y herramientas de hierro de las
que se servían los artífices para labrar la piedra para levantar casas y otros edificios.
Alegres por tanto, aquellos devotos del Santo destrozaron el ídolo hasta reducirlo a
polvo en poco tiempo. Luego, cavando en profundidad, pusieron unos fortísimos cimien-
tos y edificaron en alto una edícula con arcos. Dentro de él labraron un sepulcro de piedra
muy artístico en el que pusieron el cuerpo del Apóstol. Más tarde se levantó un templo muy
amplio y muy artístico adornado con un gran altar, con lo que se facilitó la entrada al pueblo
cristiano, devoto del Apóstol.
Después del sepelio del santísimo cuerpo se cantaron Laudes al Rey supremo con
estos salmos de David: El justo se alegra en el Señor y espera en Él y le alabarán todos los
hombres de recto corazón. Y luego: El justo gozará de eterna memoria y puede estar seguro
de que nadie dirá de él algo malo.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 4 1
Después de algún tiempo muy corto creció y se multiplicó, por el trabajo y la predica-
ción de los devotos del Apóstol, la cosecha de creyentes, con la ayuda de Dios. Al principio,
por efecto de un oportuno criterio, dos devotos permanecieron continuamente en aquel
lugar para custodia de aquel tesoro, es decir del precioso cuerpo, digno de toda veneración,
del Apóstol Santiago: uno de ellos se llamaba Teodoro y el otro Atanasio.
Otros de aquellos discípulos, con la ayuda de Dios, caminaron por todas las Españas
para predicar el Evangelio, pero como ya hemos dicho aquellos dos discípulos guardia-
nes, por reverencia hacia aquel su Maestro, que mientras vivieron vigilaban con acendrado
cariño aquel famoso sepulcro, después de muertos fueron colocados por los fieles cristianos
uno a un lado y el otro a otro, en sendos sepulcros muy juntos al de su Maestro.
Con lo que, acabada su vida, y habiendo exhalado su último aliento, sus almas vola-
ron alegres al cielo, sin detenimiento alguno. De ellos se vio acompañado su Maestro tanto
en la tierra como en el cielo y adornado con su estela roja y con la corona del martirio, goza
con sus discípulos, mientras está dispuesto a ayudar a los que solicitan su proyección. Todo
con el auxilio y ayuda de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, cuyo reino e imperio junto
con el Padre y el Espíritu Santo permanece eternamente por los siglos de los siglos.
Abrigo bastantes dudas sobre si este texto que acabo de transcribir es o no auténtico
y digno de credibilidad pues sospecho que toda la narración adolece de muy lamentable
falsedad, por lo que en asunto tan importante solicito el consejo y el parecer que V. Pueda
darme y por tanto sobre estas cartas que, según es fama, se trata de letras pontificias, como
antes he dicho. Ruego con todo interés que me de su autorizada opinión.
Vale.
Y tenga a bien hacerme este gran favor.

Málaga, ante diem XII de las Kalendas de Diciembre (18 de Noviembre) del año del Señor 1873.

2 4 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
CARTA 8ª.
ARCHIVO SECRETO VATICANO. VAT. LAT. 14285, PP. 299R-V. AÑO 1890,
PARTE II, Nº 577

Ilmo. Sr. Comendador Dn. J. Bta. de Rossi.

Málaga, (-?-) 1890


Mi muy distinguido Señor y Amigo:

He tenido la mayor complacencia en recibir su muy favorecida carta de 19 de julio


agradeciéndole vivamente el obsequio que me hace mandándome el Elogio fúnebre del
profesor Comendador Camilo Re y en sabia ilustración a la Cloce Tronce a Cassino (sic),
cuyos trabajos he leído con vivísimo interés, remitiendo conforme a sus indicaciones uno de
los dos ejemplares que me envía del primero al Excmo. Sr. Dn. Antonio Cánovas del Casti-
llo, hoy Presidente del Consejo de Ministros y Director de la Real Academia de la Historia.
He sentido en extremo la muerte de tan ilustrado profesor, cuyo elogio en boca de V.
Es ya un título para la inmortalidad.
Su silencio respecto a (…) la consulta que me permití realizar a su ilustrísima consi-
deración no puedo interpretarlo teniendo el gusto de conocerlo personalmente y compren-
diendo además lo espinoso de la materia sino como una prudente reserva por parte suya en
un asunto siempre tan delicado, y que por aquellos días volvía a removerse por la excitación
bien intempestiva del entonces arzobispo de Compostela.
Cuando estuve en Berlín el profesor Hübner me confirmó en la misma idea que de
él tenía formada, de modo que puedo asegurarle que nunca abrigué ni la más ligera duda
hacia una persona tan eminente como V. y a quien hace tantos años admiro y respeto por su
profundo saber y sana doctrina.
Ya antes de mi último viaje a Alemania (dudé) de que dos textos tan desemejan-
tes de los que con cándida piedad se asegura ser traslados homogéneos de una misma
epístola pontificia, dice Lowenfeled en la reimpresión de los Regesta Pontificum Roma-
norum de Jaffé. Sin duda la opinión de V. me tranquiliza por completo mi conciencia y
era por esto por lo que deseaba conocerla, no porque tratara entonces de escribir cosa
alguna sobre ello, ni menos hacer de dominio público su opinión en todos los concep-
tos respetuosa.
Ignoraba que el cardenal Bartolini hubiese escrito sobre este particular, aunque cono-
cía el extracto que por entonces publicaron nuestros periódicos católicos del mal acon-
sejado expediente promovido por el que hoy es Arzobispo de Toledo, señor también de
carácter algo bravío, según los que le conocen.
No por ello agradezco menos su afectuosa manifestación que revela su natural corte-
sía y diligente atención de la que ni por un momento pude dudar nunca.
En testimonio, bien ligero por cierto, de mi nunca desmedida consideración y apre-
cio hacia V. Le ruego acepte los breves estudios epigráficos que me permito enviarle no
teniendo nada nuevo que poderle ofrecer después de mi última obra sobre los Bronces de

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 4 3
Lacusta, Bonanza y Aljustrel que le transmití en su día. Entre esas páginas puede que le inte-
rese el texto de la nueva inscripción cristiana de Málaga, si es que por acaso no la conoce.
Al llegar a este punto advierto que le estoy escribiendo en español; pero V. No dudo
que lo entenderá perfectamente siquiera sea por la semejanza que tiene con ese su hermoso
idioma nativo.
Con toda mi mayor consideración me reitero como siempre su más afmo. s.s. y amigo,
q.b.s.m.
Manuel Rgez. de Berlanga

* Estas ocho cartas fueron transcritas por Fr. Alejandro Recio Veganzones, del Convento Franciscano de San
Antonio de Padua, de Martos, Jaén, y amablemente nos las facilitó en el mes de noviembre del año 2000
autorizándonos a publicarlas, lo que no hemos podido hacer hasta hoy. Fr. Alejandro, al que recordamos con
afecto y agradecimiento, falleció el cinco de octubre del año 2005.
Según los datos de Fr. Alejandro, D. Manuel Rodríguez de Berlanga estuvo suscrito al Bulletino di Archeologia
Cristiana, fundado y dirigido por De Rossi. Se suscribió para el año 1864 con esta dirección: Sr. D. Manuel
Rodríguez de Berlanga, Doctor en Jurisprudencia, Málaga, Espagne, y lo hizo por medio de la librería para las
Ciencias y los Idiomas extranjeros Alfonso Durán, carrera de San Jerónimo, nº. 8. Con la primera de sus cartas
D. Manuel Rodríguez de Berlanga envió a J. Bautista de Rossi el folleto Estudios sobre los Bronces encontra-
dos en Málaga a fines de octubre de 1851, por el doctor D. M. Rodríguez de Berlanga. Málaga, imprenta del
Avisador Malagueño, 1853. Tiene 25 pp. de texto y mide 24 cm. Hoy se conserva en la Biblioteca Apostólica
Vaticana, en el fondo Ferraioli, IV, 8438 (interno, nº 23)

2 4 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
CORRESPONDENCIA ENTRE D. MANUEL
RODRÍGUEZ DE BERLANGA Y D. JUAN FACUNDO
RIAÑO, CONSERVADA EN LA BIBLIOTECA
NACIONAL DE ESPAÑA. MSS. 22663

1ª. CARTA

Sr. D. Juan F. Riaño


Málaga, 11 Julio 86

Mi muy querido amigo:

Nuestro apreciado Sr. Piñal tuvo la amabilidad de venir un día de La Zubia a Granada
a comer con nosotros y a este incidente debí el saber que estaba la Sra. de V. en la cacería y
que se iba al día siguiente. Como no quería me sucediese lo que en otra ocasión, apenas me
levanté de la mesa me fui a verla con mi Sra., mi sobrina y D. Blas. Tuve un verdadero gusto
en que mi Sra. conociese a la de V., de quien tanto me tenía oído hablar, y por mi parte me
alegró muchísimo volver a verla después de tanto tiempo, sintiendo infinito que su marcha
próxima nos privara del placer de repetir otro día nuestra visita.
Hablamos algo de las batallas reñidas en la Academia de la Historia a propósito de mi
obra última; pero ha sido aquí donde he sabido lo que ha pasado con algunos detalles. Que
nuestro cariñosísimo amigo no asistió a esos lances confiando en la pericia y arrojo de sus
disciplinadas huestes; que mi oficioso padrino me vapuleó de lo lindo, siendo su informe un
acabado modelo de los antiguos vejámenes, tan del gusto de nuestros padres; que el sabio
folletinista de hopalanda (que ignoro haya escrito sino tan sólo algunos folletos sobre todas
las cosas y otras muchas más) llegó a negarme toda competencia en vascongado, en griego
y hasta en español, asegurando que no sabía escribir en castellano castizo. ¡Cuánta desdi-
cha es la mía que no puedo aprender nada docto de él ni de su divino hermano en Jesu-
cristo; pero yo les ofrezco dedicar el primer libro que escriba DIVIS FRATIBVS AVRELIO ET FIDELIO
no dudando que, agradecidos, modificarán su opinión porque habré de escoger por tema lo
más granadito de lo que hoy han estampado, que es mucho y muy sustancioso, no hablando
sin embargo de rúnica, a pesar de que parece ser el fuerte del padrecito.
¿Qué dirían estos sapientísimos varones si llegara a su noticia que me había atrevido a
escribir un juicio, no diré crítico, sobre algunos puntos de Gramática y de Lexicografía espa-
ñola? El manojo de rayos de Júpiter tonante se agotaría pronto en sus manos, para expresar
su indignación soberana al ver tal atrevimiento y semejante profanación.
Sin embargo mi osadía llega a tanto que voy a permitirme remitirle un ejemplar, no
para que lo muestre a esos sapientísimos varones, sino para manifestar a V. Con esta ocasión

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 4 5
mi agradecimiento de hoy por todo lo que con este motivo ha hecho en obsequio mío y muy
especialmente por su enérgica defensa de este desventurado provinciano, tan maltratado
por esos próceres esclarecidos en el seno de la Academia.
Sé que Cánovas, Madrazo, Cárdenas, Molins, Llorente, Menéndez Pelayo, Oliver y
Rada han estado al lado de V. extrañándolo del último, y le estimaría me indicase cuál ha
sido la actitud de Saavedra, Coello, Balaguer, Codera, Oliver Esteller, Danvila e Hinojosa.
Reiterándole un millón de gracias y poniéndome a los pies de su Sra. me repito su muy
afmo. amigo q.b.s.m.
M R de Berlanga

2ª. CARTA

Sr. D. Juan Facundo Riaño


Málaga, 8 Abril 88

Mi muy querido amigo:


envío a V. un artículo que me he atrevido a escribir sobre los últimos descubrimientos
arqueológicos de Cádiz, que me interesaron mucho el verano pasado y que V. con más com-
petencia que yo podría juzgar con mayor acierto (los descubrimientos, porque el artículo
queda a cargo del traductor de Kant y del ilustrador de Garcés).
No podrá figurarse nunca cuánto sentí no haber podido saludarle y a su Señora en
setiembre del año anterior al volver del extranjero; pero cuando mi sobrina conoció a V.,
no recuerdo precisamente en qué estación de los Pirineos, el tren iba a partir y no me fue
posible bajarme siquiera a estrecharle la mano.
¿Vendrá V. esta primavera a Granada? Mucho me alegraría verles en Junio a mi paso
para Lanjarón.
Tengo muchas ganas de hablar con V. sobre ese crítico que me ha salido como si fuera
un divieso, y con singular desenfado se empeña en explicarme lo que jamás ha logrado
comprender.
Póngame a los pies de su Sra. con recuerdos de la mía y no olvide cuanto le quiere su
amigo afmo. q.b.s.m.
M R de Berlanga

2 4 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
3ª. CARTA

Málaga, 17 Julio 89

Mi muy querido amigo:


Con la más agradable espera recibí esta mañana su muy grata del 15 y enseguida le
puse un telegrama indicándole que lo que me parecía mejor eran dos calcos sacados a tro-
zos sobre papel sin cola que no fuese muy fino.
Espero que habrá llegado mi telegrama a tiempo, como V. deseaba, y confío recibir los
dichos calcos, traídos por mi sobrina, que también se dispone a dejar Madrid.
Me alegro mucho de que V. forme parte de la comisión de la Academia, que encuentra
interesantísimo el bronce y le haya complacido tanto que el Gobierno lo adquiera, porque
ya sabrá la modesta parte que en estas misteriosas transacciones o negociaciones diplomá-
ticas ha tenido este humildísimo provinciano.
Para mi, al placer que me ha proporcionado el haber contribuido a que este monu-
mento no haya salido de España va unido el gusto que con esta ocasión he tenido de verlo
en Madrid el mes pasado.
Porque no será para V. un misterio al presente mis conferencias e informe al Ministro
sobre el Bronce en cuestión, excitadas y dirigidas por Don Antonio (Cánovas) como trabajo
previo indispensable que sirviese de base al convenio con Ariza, que debió llegar a esa
pocas horas después de mi carta.
Nuestro Dn. Emilio Hübner se ha portado en esta ocasión como tiene por costum-
bre, admirablemente. Ambos tuvimos noticias casi simultáneas del hallazgo y esperamos a
recibir detalles seguros, para comunicarnos recíprocamente el descubrimiento. Cuando se
lo anuncié me contestó que salía para Sevilla y deseaba que nos viésemos para hablar del
asunto. Allí nos vimos y comentamos el plan, que realizamos, llenando cada uno el papel
que de antemano nos habíamos trazado.
Yo no quería ni debía encontrarme en esa con Ariza, que se había portado conmigo
poco correctamente, olvidando favores antiguos, y aquí tiene explicada mi prisa por salir
de la Corte.
Y ahora sólo espero con ansia como término de mis pequeños esfuerzos que los DIVI
FRATRES, en unión con mi sapientísimo impugnador, publiquen e ilustren un texto tan inte-
resante para prez y gloria de las letras clásicas.
Envidio a V. queridísimo amigo, que puede permitirse esos viajes anuales al extranjero.
Yo espero irme pronto solo a Alhaurín a ver de sacar en claro algo del Bronce Italicense,
esperando que en otoño vayan mi Sra. y mi sobrina a acompañarme allí, hasta que al finali-
zar noviembre nos volvamos a nuestra casa de Málaga.
Póngame V. a los pies de su Sra. y no dude le quiere sinceramente su antiguo y afmo.
amigo q.b.s.m. y le anticipa las gracias

M R de Berlanga

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 4 7
4ª. CARTA

Sr. D. Juan Facundo Riaño


Málaga 18 Julio 89

Mi muy querido amigo:

Aunque creo que esta no le encontrará en Madrid, no quiero dejar de contestar su muy
amable del 16, que acabo de recibir con dos pruebas de calco, en papel plomo.
Enseguida he puesto un telegrama diciéndole que encontraba el calco en papel plomo
un excelente complemento del calco en papel sin cola.
Y ahora sólo me falta darle mil y mil gracias por la amabilidad en proporcionarme los
calcos todo lo más completos posible
Sabe cuanto le quiere de antiguo su amigo afmo. q.b.s.m.

M R de Berlanga

5ª. CARTA

Sr. D. Juan F. Riaño


Málaga 19 Julio 89

Mi muy querido amigo:


Hoy recibo el billete del F.C. y poco después la caja con los calcos, que han llegado
perfectísimamente. Comprendo el esfuerzo con que están hechos y le estoy agradecidísimo
por el trabajo que se ha tomado en dirigir y cuidar esta minuciosa y prolija operación.
Pero a la vez de darle las gracias me ha de permitir que le ruegue me diga los gastos
que todo ello le haya ocasionado porque no es justo que peche con ellos.
Confío y le ruego que trayendo a la memoria las costumbres tan prácticas de los ingle-
ses, a quienes tanto conoce, me dispense este nuevo favor, que le agradeceré de veras, tanto
como el de los calcos.
Con mil recuerdos a su Sra. me reitero su muy agradecido y afmo. amigo q.b.s.m.

M R de Berlanga

2 4 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
6ª. CARTA

Excmo. Sr. Dn. Juan Facundo Riaño


Málaga 12 enero 90

Mi muy querido amigo:

En la carta que tuvo V. la amabilidad de dirigirme en 24 de octubre del año ante-


rior, después de mi estada en Madrid, me indicaba que tenía entendido que el Ministro de
Fomento iba a encargarse de la publicación del texto del Bronce de Itálica y hoy he recibido
un B.L.M. del Conde de Xiquena acompañándome el traslado de una Real Orden del mismo
24 de octubre, confiándome dicho cometido.
Como ha sido V. el único que de este particular me ha hablado, comprendí que ha
sido también el que habrá mediado especialmente en este asunto, por lo que me apresuro
gustoso a significarle mi agradecimiento por sus amabilísimas gestiones en mi favor.
A la vez he dado al Conde de Xiquena las gracias por haberme propuesto a S.M. para
encomendarme semejante encargo y he acusado al Director General de Instrucción Pública
el recibo de su comunicación, aceptando el cometido.
Aunque puedo decir que tengo mi trabajo terminado de primera intención, antes de
comenzar a revisarlo y a irlo preparando para la imprenta, necesitaría saber con quien he
de entenderme para convenir la manera de llevar a cabo la impresión.
Con el objeto de que me ilustre sobre este particular no puedo dejar de molestarlo
confiado en su no desmentida amabilidad.
Repitiéndole mi agradecimiento con recuerdos de mi Sra. y Sobrina para Emilia y para
V. me reitero su más afmo. amigo q.b.s.m.

M R de Berlanga

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 4 9
CARTAS DIRIGIDAS POR D. MANUEL RODRÍGUEZ
DE BERLANGA A D. ANTONIO CÁNOVAS DEL
CASTILLO, CONSERVADAS EN EL ARCHIVO
HISTÓRICO NACIONAL, SECCIÓN TÍTULOS Y
FAMILIAS. (CORTESÍA DE D.ª PILAR BRAVO LLEDÓ).

1ª CARTA

Excmo. Sr. Dn. Antonio Cánovas del Castillo


Granada, 29 de mayo 89

Mi muy distinguido amigo:


Supongo que ya habrá informado a V. el Sr. D.n Emilio Hübner del motivo de nuestro
viaje a Sevilla, de donde acabo de llegar, con dirección a Lanjarón.
Sabrá por consiguiente que hace algunos meses se encontró, según nos han infor-
mado, a pocas leguas de Sevilla, un Bronce mayor que todos los descubiertos hasta ahora en
España con un texto no tan importante como los de las tablas de Málaga, Salpensa y Osuna,
pero muy importante por lo desconocido de la materia de que trata, por la elegancia de sus
formas gramaticales, por más que se resientan de la ampulosidad de la época y por algunas
palabras y giros hasta ahora desconocidos, que entrañan el mayor interés.
El dueño, que creo sea el mismo que ha figurado con nosotros como mero intermedia-
rio, quiere sacar por su tesoro de ocho a diez mil duros y teme que el Gobierno se lo arre-
bate, valido de no se qué Real Orden, pagándole a la fuerza una suma insignificante.
Por eso lo anda ofreciendo a los Museos extranjeros y dicen que asegura que si no lo
compran lo destruye, antes que consentir que se lo arrebaten. Pero estas no creo que pasen
de bravatas sin resultados ulteriores.
En esta situación hemos conseguido el Sr. Hübner y yo convencer al Sr. Ariza, que
figura como agente desinteresado en el asunto, que pongamos en conocimiento de V. lo que
ocurre y le roguemos interponga su valiosa influencia para que tan precioso monumento sea
adquirido para el Museo de Madrid, bien desde luego, bien cuando crea que pueda hacerse
convenientemente.
D. Antonio Ariza al autorizarnos a dirigirnos a V. con esta súplica nos ha impuesto
varias condiciones que ya le habrá comunicado el Sr. Hübner, siendo las más alucinantes
el más completo secreto hasta que el asunto no esté ultimado y el que una vez aceptada por
V. la misión de velar porque no salga de España este Bronce, procurando su adquisición,
permita a D. Antonio Ariza que vaya a Madrid y se aviste con V. para concertar los extremos
relativos a la adquisición, librando al poseedor, cualquiera que sea, del miedo de verse des-

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 5 1
pojado de su alhaja por el Gobierno.
Al dirigirme a V. con toda la reserva que me ha sido exigida, no es porque yo pretenda
dar a mi opinión más importancia que la modestísima que en si tiene, sino porque siendo el
primer español que ha tenido gusto de leer texto tan peregrino, he debido ceder a los ruegos
del Sr. Hübner, quien me ha interesado para que acuda también a V. en súplica ferviente a
fin de ver si entre ambos conseguimos que tome a su cargo el empeño de rescatar esa joya
para el museo, sacándola de manos de infieles.
Los informes de nuestro amigo son muy bastantes para que comprenda la importancia
del monumento, mientras que para el como para mi es V. únicamente quién por su ilustra-
ción y competencia cuanto por su posición e influencia esta llamado a tener la gloria de
hacer este nuevo servicio a su patria y la literatura clásica tan maltratada entre nosotros.
Ruego a V. que acepte toda la expresión de mi antigua amistad con la que me reitero
su afmo. q.b.s.m.
M R de Berlanga

2ª CARTA

Excmo. Sr. Dn. Antonio Cánovas del Castillo


Málaga, 6 Julio 89

Mi muy distinguido amigo:


Al volver a esta ciudad encuentro carta de nuestro amigo el Profesor Hübner dándome
algunos detalles que le pedí desde Madrid y que, ya que no pudieron figurar en el informe,
debo ponerlos en su conocimiento para que pueda comprobarlos al examinar en esa Corte
el Bronce hispalense.
La longitud de éste es de metros 1,55 y su ancho de o,96, conteniendo 63 renglones
de 110 ó 130 letras cada uno.

Los primeros dicen lo siguiente:


1) TANTAM·ILLAM·PESTEM·NVLLA·MEDICINA·SANARI·POSSE·NEC·POTERAT·VERVM·NOSTRI·
PRINCIPES·QVIBUS·OMNES·STVDIVM·EST·QVANTO·LI

2) BET·MORBO·SALVTEM·PVBLICAM·MERSAM·ET·ENECTAM·REFOVERE· &&

Los últimos contienen las palabras que van a continuación:


62) IS·AVTEM·QVI·APVT·TRIBVNVM·PLEBEI·C·V·SPONTE·AD·DIMICANDVM·PROFITEBITVR·
CVM·HABEAT·EX·LEGE·PRETIVM·DVO·MILIA·LIBERATVS·DISCRI

63) MEN·INSTAVRAVERIT·AESTIMATIO·EIVS·POST·HAC·HS·XII·NON·EXCEDAT·IS·QVOQVE·
QVI·SENIOR·ATQVE·INABILIOR·OPERAM·SVAM·DENVO·

2 5 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
Ya veo que Ariza no anda muy distante de ceder en sus pretensions y presume como
segura la adquisición de ese monumento para el Museo Arqueológico merced a su tan
merecido prestigio y esfuerzo.
Deseo poderle dar pronto la enhorabuena y me permitirá rogarle no olvide su ofreci-
miento de que me remitan uno o dos calcos para poder ir estudiando más detenidamente
que hasta ahora he podido hacerlo este no muy fácil y bien curioso texto.
Ruego a V. me ponga a los pies de su Sra. Y no dude de la particular estima que le pro-
fesa su más sincero amigo q.b.s.m.
M R de Berlanga

3ª CARTA

Excmo. Sr. Dn. Antonio Cánovas del Castillo


Málaga, 25 julio 92

Mi muy distinguido amigo:


Hace más de tres meses, el 19 de abril, remití a la Dirección General de Instrucción
Pública 400 ejemplares de mi libro sobre el Bronce de Itálica, y tres días después mi cuenta
documentada de gastos, que absorbían con algún exceso las cantidades que para su impre-
sión se me habían remesado. A pesar del tiempo transcurrido nadie me ha acusado el recibo
de los libros, ni de la cuenta, ni menos me ha hecho saber la aprobación de ésta.
Siento vivamente molestarlo, pero se hará cargo cuánto me interesa tener un docu-
mento que me exima de toda responsabilidad ulterior y que justifique que he llenado la
comisión que se me tenía conferida en forma debida.
Le ruego encarecidamente que influya, si en ello no tiene reparo, para que por el
Ministerio de Fomento se me avise de conformidad el recibo de los 400 ejemplares de mi
obra y la aprobación de mi cuenta de gastos, cuyas dos cosas me interesan en extremo.
Espero me dispense si me permito molestarlo con este motivo y dignándose recibir las
gracias anticipadas por su deferencia, acepte la expresión de todo mi afecto con el que me
reitero su más afmo. amigo q.b.s.m.

M R de Berlanga

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 5 3
CARTAS DIRIGIDAS POR D. EMILIO HÜBNER
A D. AURELIANO FERNÁNDEZ GUERRA.
(CORTESÍA DE D. JAVIER MIRANDA VALDÉS)

1ª CARTA

Berlín y 30 de Octubre 1869


Sr. D. Aureliano Fernández Guerra

Mi muy querido y distinguido amigo.


Después que le he escrito contestando a sus proposiciones relativas a su colección
numismática, no he tenido noticias de V.; espero que no haya habido novedad y que V. sigue
en buena salud.
Hoy tengo la satisfacción de poder anunciarle la terminación de mi trabajo epigráfico;
he superado aún el término de Horacio “nonum prematur in annum”, porque he comen-
zado de ocuparme de las epigrafías Hispanas en el 1858; en 1860 y 1861 he viajado, como
V. sabe, y antes de concluirse el 1869 el volumen, muy grueso (son unas 880 páginas en
folio), estará en su tablino de V.
Nuestra Academia de Ciencias ofrece un ejemplar a la Real Academia de la Historia, y
a los Sres académicos Fernández Guerra y Saavedra. Yo por mi persona los seis ejemplares,
a quienes tengo derecho como editor (no más), los he destinado a los Srs. Zóbel (en Manila),
Delgado y hermanos Oliver (uno por los dos) en Madrid, Góngora en Granada, Demetrio de
los Ríos en Sevilla y Berlanga en Málaga. Además espero mandar dos ejemplares más, uno
para la biblioteca provincial de Córdoba (porque quiero más darle a una institución pública,
que a una persona, aunque benemérita, como el Sr. Casa Deza- ¿si aún vive?). el otro para
la biblioteca de la comisión de monumentos, o de la sociedad arqueológica (V. me dice que
más conveniente le parece) de Tarragona. V. comprenderá muy bien, que por el bulto del
volumen, es imposible de aumentar la lista de las personas, a quienes se les puede hacer
un tal regalo.
[…]Y así voy a concluir esta carta demasiado larga; V. se alegrará conmigo que la
grande colección está concluída , pero no se han concluido mis tareas relativas a la antigua
historia de España, y nunca se concluirán mis sentidos de amistad y gratitud por mis amigos
Españoles, entre los cuales V. ocupa el primer puesto.
Emilio Hübner

[Dirigida a calle de la Magdalena 27, 3º Derecha]

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 5 5
2ª CARTA

Berlín, 18 de Diciembre 1869.

Mi siempre querido y distinguido amigo.


Mil gracias por su amabilísima del 12 del mes pasado; ha salido a con dirección a
París y a Madrid una caja grande que contiene doce ejemplares de mi volumen, 1) para la
Academia, 2) para V. (Quién recogerá aún el de la Academia?), 3) para Saavedra, 4) Del-
gado, 5) Ríos (Demetrio, en Sevilla), 6) Biblioteca provincial de Córdoba, 7) idem de Tarra-
gona, 8) Berlanga, 9) Oliver (los dos hermanos), 10) Góngora. El cajón va bajo las señas de
nuestra Legación; Kleefeld avisará a V., cuando llegue, y ruego de la acostumbrada y jamás
bastante alabada bondad de V. se sirva participar a los indicados, que recojan el volumen de
la Legación. No será difícil de encontrar en Madrid, personas de confianza para entregarlo
a los amigos fuera de Madrid; las dos bibliotecas provinciales tal vez lo podrán recoger de
la Academia. V. sabrá mejor que yo, como ordenar esto. Escribo hoy mismo a Saavedra en
el sentido que V. me indicó. Dos ejemplares fuera de los diez, van a manos del SR. Kleefeld
para si algunos más lo quieren arquistar.

Siempre el suyo
Emilio Hübner

2 5 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
REEDICIONES
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 5 9
2 6 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 6 1
2 6 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 6 3
2 6 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 6 5
2 6 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 6 7
2 6 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 6 9
2 7 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 7 1
2 7 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 7 3
2 7 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 7 5
2 7 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 7 7
2 7 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 7 9
2 8 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
2 8 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 8 3
2 8 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 8 5
2 8 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 8 7
2 8 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 8 9
2 9 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 9 1
2 9 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 9 3
2 9 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
C AT Á L O G O
de la exposición bibliográfica
realizada en Alhaurín el Grande
2001
MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA

EN SU

OBRA

CATÁLOGO DE LA EXPOSICIÓN BIBLIOGRÁFICA

CELEBRADA CON MOTIVO DEL HOMENAJE TRIBUTADO AL AUTOR


EN EL 150 ANIVERSARIO DEL HALLAZGO DE LA

LEX FLAVIA MALACITANA

Alhaurín el Grande, 26 de octubre / 13 de noviembre de 2001


PRELIMINAR

M
ANUEL Rodríguez de Berlanga y Rosado (1825-1909) fue una personalidad

singular e inclasificable dentro de la erudición decimonónica española.


Andaluz desabrido, censor de falsarios, delator de aduladores, adalid de
la crítica histórica, europeísta convencido, perseguidor de topolatrías, crí-
tico de la Universidad de su época, su obra es sinónimo de independencia
de juicio, pasión por el saber y perseverancia en el estudio, logrando con su esfuerzo abrir
nuevos caminos hacia el estatuto científico del Romanismo, la Epigrafía, la Numismática y
la Historia.
En momentos como los actuales, en que desfallecen las humanidades, todo vale y la
superespecialización manda, la quijotesca lucha del acérrimo Berlanga en favor de la cul-
tura, la educación y el ejercicio del raciocinio se nos antoja como un eslabón en la cadena
de intelectuales intransigentes que arranca en la España de Carlos III, continúa en el XIX a
través de Blanco White y Larra y llega hasta el siglo XX con autores como Caro Baroja.
Por muchos motivos, pues, Alhaurín el Grande, al rendir homenaje a la memoria de
Berlanga con motivo del 150 aniversario del hallazgo de la Lex Flavia Malacitana, tenía que
realizar una exposición de sus libros y artículos, algunos de los cuales se gestaron en esta
Villa, lugar también donde, como es sabido, fijó su segunda residencia y retiro para trabajar
y en el que, por último, le llegaría el trance de la muerte en el año de 1909.
Esta exposición nos permitirá ver reunida por primera vez en España una selección
de la extensa obra de Manuel Rodríguez de Berlanga. En todos los casos se trata de piezas
originales, algunas difíciles de encontrar, por tratarse de ediciones distribuidas en círculos
muy reducidos. D.José Ramón Mélida, director del Museo Arqueológico Nacional, y titular
desde 1911 de la primera cátedra de Arqueología creada en la Universidad española, decía
que “los libros del Sr.Berlanga son doblemente codiciables, por la ciencia que atesoran y por
la costumbre inveterada en él de no poner los ejemplares a la venta, sino regalarlos a conta-
das personas. Este es uno de los rasgos de la independencia de criterio de tan excepcional
cultivador de la Epigrafía jurídica y de la Arqueología ibérica (...)”.
Congregar, noventa y dos años después de su muerte, y en su residencia de Alhaurín,
una significativa muestra de los trabajos de Berlanga, es para el Ayuntamiento de Alhaurín
el Grande un acto de reconocimiento público y constituye, en cualquier caso, un verdadero
placer intelectual.

Víctor Gallero Galván


autor del Catálogo

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 2 9 9
Agradecemos la esencial colaboración de los dos centros bibliotecarios que han cedi-
do sus fondos para la ocasión –Biblioteca de la Diputación Provincial y Biblioteca del
Archivo Municipal de Málaga–, sin cuya amable disposición no hubiera sido posible
realizar esta muestra. Reconocemos también nuestra deuda con las Hijas de la Caridad
de San Vicente de Paúl, por su gentileza al abrir las puertas de su casa para el mismo
fin. Y manifestamos, por último, nuestra gratitud a D.Manuel Olmedo Checa por sus
consejos y a Dª Antonia Cantos Guerrero, bibliotecaria municipal, por el trabajo de
descripción bibliográfica.

El autor
ESTUDIOS SOBRE LOS DOS BRONCES ENCONTRADOS EN MÁLAGA
A FINES DE OCTUBRE DE 1851 / MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA. –
MÁLAGA : [S.N.], 1853 (Imprenta de El Avisador Malagueño)

L
Aexpresión lex tiene en Derecho Romano un sentido que se extiende tanto para el
Derecho Público (leges publicae: rogatae o datae; leyes públicas: rogadas u otor-
gadas) como para el Derecho Privado (leges privatae: leges contractus; leyes priva-
das: leyes contrato)1. Las leges datae, por tanto, no eran votadas directamente por
los comicios, como ocurría, en cambio, con las leges rogatae, sino que eran dadas
por un magistrado, el cual estaba autorizado para hacerlo por una lex comicial2. Pues bien,
las leyes de Salpensa (municipio romano situado en las proximidades de Utrera, Sevilla) y
Malaca, cuyo estudio aborda Berlanga en este libro, constituyen, junto a la de Urso, las tres
grandes leges datae municipales. “Es sin duda alguna por estos importantes monumentos

1
D’ORS, Á., (1953), Epigrafía jurídica de la España Romana, Madrid, Instituto Nacional de Estudios Jurídicos,
p. 71.
2
Ibid., p. 156.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 0 3
por los que la Epigrafía jurídica de la España Romana ocupa un lugar excepcional, ya que
nada parecido y de tan alto interés para la historia jurídica puede ofrecer la epigrafía de nin-
guna otra provincia del Imperio. Estos restos españoles solo pueden compararse con otros
parecidos de la misma Italia, pero en muchos aspectos, sobre todo por lo que se refiere a los
datos de la organización de las ciudades provinciales, constituyen una fuente única”.3 Los
paralelismos y concomitancias entre las leyes municipales españolas e itálicas han llevado
a la actual conclusión de que esas leyes de Malaca y Salpensa, a cuyo conocimiento tanto
había contribuido Berlanga, “no eran más que difusión de una única ley municipal, dada
originariamente por Augusto para los municipios de Italia, y adaptada luego por Domiciano
para los de España, de la que me he permitido hablar como ‘Ley Flavia municipal’. Con esta
posterior contribución a las mal llamadas ‘leyes dadas’, insólitas en un momento histórico en
el que ya no había ‘legislación’, vino a ser aquel maestro lejano el descubridor de la auténtica
‘ley municipal romana’ “ 4
El bronce de la Lex Salpensana (con el texto a dos columnas) fue descubierto, junto al
de la Lex Malacitana (que es de mayores proporciones y con el texto a cinco columnas) a
finales de octubre de 1851 en el barranco de Los Tejares, entonces en las afueras de Málaga.
Ambas se custodian en el Museo Arqueológico Nacional.
Este libro de Berlanga –“opúsculo agotado, que no fue sacado a la venta sino regalado”5–
fue el que precisamente dio a conocer “el inapreciable régimen de la ley romana por la que,
en el último tercio del s. I d. C. se gobernaba el municipio de derecho latino que recibe el
nombre de flavio malacitano”.6
Es preciso hacer notar, finalmente, la relación existente entre las investigaciones sobre
Derecho Romano (en este caso las leyes de Malaca, Salpensa y Urso) y las vicisitudes polí-
ticas de España en la segunda mitad del siglo XIX: época de codificación del Derecho y de
tímida reacción, con Berlanga en primera fila, frente al antirromanismo que venía impe-
rando desde la Ilustración.

3
Ibid., p. 135
4
D’ORS, Á., (2001), Un saludo para el homenaje en memoria de Rodríguez de Berlanga. Manuscrito del autor,
de fecha 30 de agosto de 2001, enviado al homenaje organizado en octubre de 2001 por el Ayuntamiento de
Alhaurín el Grande.
5
Contracubierta de Los bronces de Osuna (Málaga, 1873).
6
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1908), “Conjeturas topográficas (continuación)”. En: Malaca, VI, Málaga,
Ayuntamiento, 1973, p. 112.

3 0 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
AERIS MALACITANI EXEMPLVM, TANTVMMODO MARGINIBVS OMISSIS,
FIDELITER EXPRESSVM, AVCTORITATE ACADEMIAE RERVM HISTORICARVM
REGIAE MATRITENSIS, SVMPTIBVS GEORGII LORINGII, CVIVS IN AEDIBVS
TABULA AENEA SERVATVR MALACAE, VBI ERVTA FVIT ANNO MDCCCLI, E
REVISIONE ET ACVRATISSIMA EMENDATIONE EMM. RODRIGVEZ DE BER-
LANGA V I. DOCTORIS, QUI ILLVD RECENSVIT LECTIONEMQUE SVAM
CVM COMMENTARIOLO PRIMVM VVLGAVIT.

Ex officina lithográphica Francisci Mitjana. Malacae Anno MDCCCLXI.

[ FACSÍMIL DE BRONCE MALACITANO, CON LA SOLA OMISIÓN DE LOS


MÁRGENES, TRANSCRITO CON TODA FIDELIDAD, BAJO LA AUTORIDAD
DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA DE MADRID, TOMADO DE JORGE
LORING, DEL QUE SE CONSERVA LA TABLA DE BRONCE EN SU MAN-
SIÓN DE MÁLAGA, DONDE FUE DESCUBIERTA EN EL AÑO DE 1851, CON
REVISIÓN Y CUIDADÍSIMA CORRECCIÓN DEL ILUSTRE DOCTOR EMMA-
NUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA, QUE LO REVISÓ Y FUE EL PRIMERO
QUE DIVULGÓ SU LECCIÓN CON UN BREVE COMENTARIO ] 7.

Málaga, oficina litográfica de Francisco Mitjana, 1861.

7
Traducción de Manuel Oleas Heredia.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 0 5
E
facsímil del bronce de Malaca que contiene la Lex Flavia Malacitana fue rea-
STE

lizado por Berlanga entre principios de 1860 y finales de 1861, siendo costeado
por Jorge Loring. En agosto de 1860 Emil Hübner, que visita Málaga en su labor
de recogida de material para engrosar el Corpus Inscriptionum Latinarum (CIL)
–que bajo los auspicios del rey de Prusia había empezado a publicar la Real
Academia de Ciencias Berlín–, tuvo la oportunidad de ver una prueba del presente facsímil,
“que a la sazón estaba todo trasladado sobre las piedras litográficas..., dando cuenta de la
colación que acababa de hacer ...y de la exactitud y fidelidad del facsímil a la referida Aca-
demia en 5 de setiembre del mismo año”8
Se trata de una lámina litografiada en gran tamaño, que no fue sacada a la venta, sino
regalada a personas entendidas y corporaciones científicas de dentro y fuera de España.
La ilustración que presentamos corresponde a un detalle de la rúbrica LIX de la indi-
cada Lex.

8
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1864), Monumentos históricos del municipio flavio malacitano, Málaga,
Imprenta de El Avisador Malagueño, p. 498.

3 0 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
ESTUDIOS ROMANOS : PUBLICADOS EN LA RAZÓN /
POR EL DOCTOR BERLANGA. –
MADRID : Imprenta de Manuel Galiano, 1861
303 p. ; 22 cms.

Este trabajo –que ya en época de Berlanga era un libro agotado, no presentado a la


venta, sino regalado– nos presenta por primera vez al Berlanga arqueólogo. Se trata de la
reedición de una serie de estudios publicados en la nueva revista La Razón (vol. I, Madrid,
1860, pp. 137-511; vol. II, Madrid, 1860, pp. 16-36). Contiene 4 estudios sobre el muni-
cipio de Cartima, dedicados, respectivamente, a Jorge Loring, Amalia Heredia (sus patro-
cinadores), Guillermo Henzen (Secretario del Instituto Arqueológico de Roma) y Theodor
Momsen (primer Premio Nobel alemán, autor de la famosa Historia de Roma, amigo y
maestro de Berlanga), así como diversas investigaciones sobre la Arqueología y la Epigra-
fía de varias localidades andaluzas. El nombre de Estudios Romanos viene del libro Studia
Romana publicado en 1858 en Berlín por W.A.Zumpt. De especial interés era el plano y
estudio sobre el mosaico que acababa de encontrarse en Cártama, con la representación de
los “Trabajos de Hércules”, del que Berlanga envió fotografía a sus colegas de Berlín, que
comentaría Emil Hübner en dos artículos (“Antichitá della Spagna. V. Monumenti romani in
Andalusia” en el Bulletino dell’Instituto di Corrispondenza Archeologica per l’anno 1861,
págs. 169-171; y “Musaico di Cartama” en Annali dell’Instituto di Corrispondenza Archeolo-

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 0 7
gica, XXXIV, 1862, págs. 288-290) y para cuyas escenas presentes y perdidas había ofrecido
Berlanga muy sugestivas interpretaciones (E. Hübner, “Wissenschaftliche Vereine” Archäo-
logischer Anzeiger, nº 166-167, octubre-noviembre 1862, col. 350; E.Hübner: Die antiken
Bildwerke in Madrid. Berlin, 1862, págs. 309-311)9. El trabajo se completa también con
un erudito recorrido por los autores que hablaron de las antigüedades de Cártama y con la
transcripción de una serie de inscripciones inéditas.

9
RODRÍGUEZ OLIVA, P., (1991), “Manuel Rodríguez de Berlanga (1825-1909): Notas sobre la vida y la obra
de un estudioso andaluz del mundo clásico”. En: Historiografía de la Arqueología y de la Historia Antigua en
España (siglos XVIII-XX), Madrid, Ministerio de Cultura, p. 102.

3 0 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
MONUMENTOS HISTÓRICOS DEL MUNICIPIO FLAVIO MALACITANO /
QUE HA ORDENADO MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA. – MÁLAGA : [S.N.], 1864
(Imprenta de El Avisador Malagueño)
574 p. 1 h. de plan. , 1 h. de lam., 5 h. Pleg. ; 26 cms.

E
STAimportante obra es culminación de un libro anterior titulado Monumenta historica
malacitana quotquot genuina supersunt ab oppidi incunabulis ad Imperii Romani exci-
dium (Málaga, 1863).
En sus casi seiscientas páginas recoge, con multitud de datos, todos los epígrafes de Malaca
o con ella relacionados, los textos antiguos que nombraban a la ciudad, un estudio completo de
las tablas de Salpensa y Malaca, los textos manuscritos que desde el Renacimiento hacían refe-
rencia a la ciudad antigua de Málaga y una reproducción, con traducción incluida, de toda la
correspondencia mantenida con los científicos de la época sobre estos temas. Encabeza el libro
(págs. 1-20) un interesantísimo estudio sobre las leyendas púnicas de las monedas de Malaka,
que inicia uno de los campos de las futuras investigaciones de Berlanga. Téngase en cuenta que
hasta que en 1802 el danés O.G.Tychesen interpretara la leyenda neopúnica de estas monedas
como mlch, se venían adscribiendo a otros lugares10.
“En vano ha sido que la escuela histórica contemporánea, que prescindiendo de rancios filoso-

10
Ibid., p. 102.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 0 9
fismos como de estraviados fanatismos y agena al amanerado convencionalismo de secta, se apoya
no más que en fuentes indubitadas, depuradas por la crítica, se haya esforzado en inculcar por la voz
elocuente de ilustres profesores alemanes en el ánimo de los que entre nosotros sienten afición a este
género de estudios las sencillas reglas á que deben sugetar sus trabajos, huyendo de la pomposa vocin-
glería de los analistas musulmanes, como de la mística maravillosidad de los de la reconquista. Todos
estos esfuerzos han venido á resultar estériles (...) Cuando hice estampar los Monumentos del municipio
flavio malacitano, intenté sin embargo demostrar prácticamente de qué manera exigía la escuela crítica
independiente que se trataran semejantes argumentos. Lleno del más ardiente deseo de propagar tales
cánones históricos y de dar a conocer los importantes documentos que la suerte me había proporcio-
nado el ser el primero en traducir y esponer en castellano, puse con verdadero entusiasmo mi libro á la
venta haciendo llegar antes algunos ejemplares a Académicos y Profesores de los más c caracterizados.
Con cándida impaciencia esperaba conocer el juicio que confiaba hiciese al menos la prensa profesio-
nal de mi trabajo, llegando á su colmo mi desencanto al notar su persistente silencio y al ver que los que
había creído obsequiar haciéndoles conocer tan celebrados monumentos, ni aun se habían dignado, en
España tan sólo por supuesto, acusarme su recibo con rarísimas excepciones (...). Cuando eran ya pasa-
dos diez años, el librero á quien había entregado la edición, esperando le diese salida, me la devolvió
íntegra, sin haber logrado vender en tanto tiempo más que cinco ejemplares á otros tantos ingleses, que
desconocían el castellano. Entonces formulé el voto que no he quebrantado de regalar esta y cuantas
obras tornase á publicar antes de esponerme de nuevo á otra vergüenza análoga (...)”.11

11
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1903), “Tres objetos malacitanos de época incierta”, Bulletin Hispanique,
pp. 214-215.

3 1 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
LOS BRONCES DE OSUNA / MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA. –
MÁLAGA: 1873 (Imprenta de Ambrosio Rubio y Alonso Cano)
344 p., 8 h. Pleg. ; 25 cms.

L
OS bronces de Osuna que se estudian en este libro recogen, junto con los nue-

vos bronces de Osuna hallados en 1873 y los bronces de El Rubio encontrados


en 1925, los fragmentos que existen de la Lex Ursonensis (Ley de Urso –Osuna,
Sevilla), una de las tres grandes leges datae municipales junto a las de Salpensa y
Malaca. Constituyen una tabla completa, de cinco columnas, partida en dos tro-
zos de tres y dos columnas respectivamente, hallada en Osuna en 1870; y una tabla incom-
pleta, de tres columnas, a la que falta probablemente un par de columnas más, hallada junto
a la anterior. Este libro es el primer estudio de dichos bronces, que luego han sido objeto de
reiterados comentarios y ediciones por parte de los especialistas.12
El propio Berlanga consideró a los bronces de Málaga y de Osuna como “... los
dos más grandes descubrimientos de epigrafía romana que en el presente siglo se hayan
hecho...” 13

12
D’ORS, Á., (1953), Op. cit., pp. 167 y 170.
13
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1873), Los bronces de Osuna, Málaga, Imprenta de Ambrosio Rubio y
Alonso Cano, p. 259.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 1 1
Para Tomás y Valiente Los bronces de Osuna y Los nuevos bronces de Osuna son las
dos obras principales de Berlanga, “con quien la epigrafía dedicada al estudio de fuentes
jurídicas hispanorromanas alcanzó en España un nivel muy digno”.14
“Paradigma trascendental para comprender muchos aspectos de la arqueología, la
historia antigua y el Derecho Romano de la España de fines del XIX y principios del XX15, en
esta obra se da una lección magistral sobre las colonias romanas, dando muestra de profun-
dos conocimientos del mundo latino y además apoyándose en una impresionante referencia
bibliográfica, que nos evoca nuevamente la verdadera dimensión científica e intelectual de
nuestro autor. En esta auténtica exposición ejemplar de la historia antigua se repasa, con un
didactismo envidiable, los diferentes tipos de colonias, explicando sus características, pero
sin caer en una fácil digresión. Muy al contrario, Berlanga nunca perderá el hilo conductor
de su libro, las tablas de bronce, sino que el propio contenido de la ‘lex municipalis’ le sirve
para justificar lo que va explicando de las colonias, hallando innumerables elementos de
juicio y datos novedosos que le permitieron ampliar el conocimiento que sobre aquellas se
tenía”.16

14
TOMÁS Y VALIENTE, F., (1979), Manual de Historia del Derecho Español. Madrid, Tecnos, p. 50.
15
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1995), Los bronces de Osuna y Los nuevos bronces de Osuna, estudio
preliminar de Juan Antonio Pachón Romero y Mauricio Pastor Muñoz, Granada, Universidad, p. XLVII.
16
Ibid., p. LIV.

3 1 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
DELGADO, ANTONIO
NUEVO MÉTODO DE CLASIFICACIÓN DE LAS MEDALLAS
AUTÓNOMAS DE ESPAÑA / POR D.ANTONIO DELGADO, DE LA REAL
ACADEMIA DE LA HISTORIA. – SEVILLA : 1873 (Imprenta y Librería de D.Antonio
Izquierdo y Sobrino)
II v., 391 p., lams., 26 cms.
Apéndices: Africa Tingitana, por Francisco Mateos Gago – Estudio sobre las
leyendas púnicas y tartesias de las monedas antiguas de la Bética, por Manuel
Rodríguez de Berlanga.

D
. Antonio Delgado fue para Rodríguez de Berlanga un “ilustrado numógrafo”17,
“el último y el más ilustre de nuestros maestros en numismática hispana”18,
“nuestro gran clasificador de las antiguas piezas monetales hispanas” 19 y una
persona a quien Berlanga tuvo un respeto verdadero. “Íntimo amigo de mi
padre, y a quien quise mucho, fue un gran numismático; pero un pésimo his-

17
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1873), Los bronces de Osuna, p. 232.
18
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1908), “Últimos descubrimientos en La Alcazaba (continuación)”. En:
Málaca, V, Málaga, Ayuntamiento, 1973, p. 97.
19
LEÓN PORTILLO, R., (1971), “Cartas inéditas de Manuel Rodríguez de Berlanga”, Boletín de Información

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 1 3
toriador: clasificó admirablemente las monedas ibéricas de Iliberis y de Cástulo, que antes
no lo estaban; pero hizo pasar a los celtas el Guadiana20 (“... haciéndolos llegar hasta la
Serranía de Ronda, ideando una corrección imposible del texto pliniano, poniéndolo en
contradicción con el de Ptolomeo...”)21. Asimismo, Berlanga mantuvo con él discrepancias
también en cuanto a varias equivalencias del alfabeto ibérico con el romano.22
En esta monumental obra de Antonio Delgado, que conoció una reedición en el año
1975, Berlanga se muestra como un profundo conocedor de la numismática y como una
auténtica autoridad en la materia, firmando los importantes artículos dedicados a Malaca
(fechado en Málaga, febrero de 1875), páginas 178-188; Ventipo (en el que por error no
aparece su autoría), páginas 315-317; y Urso, páginas 324-332.
Por último hay que dejar constancia de que en este libro Berlanga es autor de otro tra-
bajo, titulado Estudios sobre las leyendas púnicas y tartesias de las monedas antiguas de la
Bética (páginas 364 a 391), del que insertamos foto de la portada. Según él este trabajo for-
maba parte de un libro especial, escrito y aún no publicado, sobre el Bronce Lascutano y la
Tabla de Sanlúcar (el llamado bronce de Bonanza). Demostrando amplios conocimientos de
los alfabetos púnico y tartesio, analiza las leyendas de las monedas de Gadir (Cádiz), Ebusus,
Vama, Olont, Ituci, Abdera (Adra), Sexs y Malaca, así como otras monedas púnicas no clasifi-
cadas, el sistema ponderal de las mismas y la época de las acuñaciones púnico-hispanas.

Municipal, 12, 3º trimestre de 1971, nº 13, p. 28..


20
Ibid., 14, p. 33.
21
Ibid., 13, p. 28.
22
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1908), Op. cit., p. 97.

3 1 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
GUILLÉN ROBLES, FRANCISCO
HISTORIA DE MÁLAGA Y SU PROVINCIA / POR FRANCISCO GUI-
LLÉN ROBLES ; CON UN PRÓLOGO DE MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA. –
MÁLAGA: 1874 (Imprenta de Ambrosio Rubio y Alonso Cano)
XXXIV, 694 p. ; 26 cms.

E
L Prólogo está dedicado por Berlanga a Amalia Heredia Livermoore, esposa
de su benefactor Jorge Loring Oyarzábal. En él se hace un recorrido por la
Historia Universal y de España desde la creación de la tierra hasta los tiem-
pos actuales. Como católico, Berlanga se muestra creacionista, pero a la vez
utilizando ya las modernas teorías geológicas de la emersión de los continen-
tes y de la orogénesis, con las correspondientes consecuencias para la fauna y la flora.
Hace un exhaustivo repaso desde los primeros momentos de la Humanidad, que sitúa
en el valle de Pamir, situado entre las fuentes del Indo y el Ganges, y del desarrollo de
las monarquías irania, índica, mesopotámica y nilótica. Alude también a los fenicios,
sus navegaciones por el Mediterráneo, sus fundaciones en el sur de la Península Ibérica
(Abdera, Sexi, Malaca, Gadir), su caida, y la aparición de los cartagineses y los griegos,
resaltando la importancia de los elementos púnicos y libio-fenicios en la Bética, para
finalizar con las guerras púnicas y la romanización. Señala que Malaca, fundada por los
tirios, fue una de las más florecientes factorías de la Bética y que tras la época cartagi-
nesa, su periodo de esplendor es romano-imperial, los dos siglos escasos que median

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 1 5
entre Augusto y los Antoninos (pág. XXIX). Los vándalos y los visigodos suponen para
Berlanga la decadencia del anterior esplendor romano. Para él tanto la caída del Imperio
Romano como de la monarquía visigoda se debe a la ausencia de capitanes y políticos
de elevada talla (“siempre la villanía de los próceres ha provocado los desastres de la
nación”). La etapa musulmana es un periodo de rebeliones, traiciones y pronunciamien-
tos, gentes que “de los fenicios habían heredado su única y decidida afición al lucro”
(pág. XXI). Atribuye la caída de Granada a las “repetidas escisiones” y a los “monar-
cas débiles y magnates traidores”, comparando aquellos hechos con los actuales de su
época, “mezquina reproducción de aquélla en todo lo que tiene de desleal e indigna.
Tan cierto es, aunque en negarlo se esfuercen, que ‘las cosas humanas se repiten cuando
las naciones se renuevan’ “. Ya en el siglo XVI alude al levantamiento malagueño contra
el Tribunal del Almirante como germen de los futuros y numerosos pronunciamientos,
detectando cómo es esta la primera vez que aparece el lema de la libertad, “palabra que
tales asonadas habría de provocar, cegando tantas vidas en aras de un nombre vano y por
la ambición desfigurado” (pág. XXIII).
El hecho de que Guillén Robles fuese “partidario de la idea republicana, como sím-
bolo más acabado y perfecto de gobierno posible”, no es óbice para que un liberal conser-
vador como Berlanga tenga de él un alto concepto (lo designa como “católico ilustrado y
crítico severo al par”), demostrando con ello que Berlanga anteponía la integridad intelec-
tual a las ideas políticas.
A su vez, Guillén Robles no escatima en esta obra elogios a Berlanga: “Mucho he
dicho en los primeros capítulos de esta obra sobre el alto concepto que merece el arqueó-
logo D.Manuel Rodríguez de Brelanga, y mucho más habría de decir si no temiera disgus-
tarle con mis elogios. La epigrafía española le debe algunos de sus mayores triunfos; sus
obras han merecido lisongeros plácemes a las más notables corporaciones científicas de
Europa, y a los más renombrado sabios extranjeros; basta esto para determinar cuáles son
las cualidades que distinguen a sus escritos ... Si hay que loar en este autor sus prolongados
trabajos, su varios y profundos conocimientos, su estilo castizo y dotado de bella y agrada-
ble sencillez, hay que alabar aún más la abnegación con que ha emprendido y continúa sus
investigaciones, apreciadas por muy pocos en su verdadera valía; hay que estimarle mucho
por el amor que tiene a una ciencia árida, para los que están acostumbrados a estudios
fáciles y superficiales, pero que ilustra profundamente la historia de la civilización hispano-
latina” (págs. 675 y ss.).
A Berlanga y a Manuel Oliver y Hurtado dedicaría Guillén Robles su Málaga musul-
mana. Sucesos, antigüedades, ciencias y letras malagueñas durante la Edad Media (Málaga,
1880).

3 1 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
LOS NUEVOS BRONCES DE OSUNA / MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA.
– MÁLAGA : 1876 (Imprenta de Ambrosio Rubio)
156 p., 1 h. pleg. de lám. ; 25 cms.

L
nuevos bronces de Osuna es el nombre con que todavía hoy se conoce otro de
OS

los fragmentos que existen de la Lex Ursonensis (Ley de Urso –Osuna, Sevilla). Se
trata de una tabla completa de seis columnas, partida en dos trozos de tres colum-
nas cada uno. Este libro es el primer estudio de dichos bronces, que más tarde han
sido objeto de reiterados comentarios y ediciones por parte de los especialistas.23
En 1873 se supo del hallazgo de estas dos tablas de bronce que contenían parte de los
textos de la “Lex Ursonensis”, ya parcialmente conocida, como hemos dicho en el comen-
tario a Los bronces de Osuna. Aunque Berlanga visitó el lugar y vio los bronces, no se le
permitió ni siquiera hacer un calco porque sus propietarios los tenían en venta a varios pos-
tores. Finalmente fueron comprados por el Estado e ingresaron en el Museo Arqueológico
Nacional. Por intervención de Cánovas del Castillo se enviaron a Berlanga unos calcos de
los mismos, pudiendo así éste dedicarles otro de sus magistrales libros.24
En la carta por la que Cánovas encarga a Berlanga el estudio de este bronce, de 28
de septiembre de 1876, muestra aquél el deseo de “conocer... las nuevas noticias que de

23
D’ORS, Á., (1953), Op. cit., pp. 167 y 170.
24
RODRÍGUEZ OLIVA, P., (1991), Op. cit., p. 103.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 1 7
nuestro antiguo derecho municipal contienen tan preciados monumentos”25. Es interesante
constatar en esta frase hasta qué punto en la consolidación del Estado Liberal que se estaba
gestando en la España en los años setenta del siglo XIX se andaba buscando en el Derecho
Romano (y de ahí la importancia de las investigaciones en esta materia) la fundamentación
de las condiciones jurídicas del nuevo Estado (estatuto municipal, organización de la Admi-
nistración, etc.).

25
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M. (1876), Los nuevos bronces de Osuna, Málaga, Imprenta de Ambrosio Ru-
bio, p. V.

3 1 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
LOS BRONCES DE LASCUTA, BONANZA Y ALJUSTREL / MANUEL
RODRÍGUEZ DE BERLANGA. – MÁLAGA : 1881 (Imprenta de Ambrosio Rubio)
XXI, 836 p., 13 h. Pleg. ; 25 cms.

E
STE libro de Berlanga contiene en realidad dos obras distintas. La primera, lla-

mada Introducción, con casi quinientas páginas, es un denso estudio sobre la


historia antigua de España que, bajo el título de Hispaniae Anterromanae Syn-
tagma se imprimió en tirada aparte en Málaga en 1881, constituyendo éste en su
momento “el tratado más completo, lleno de extenso saber y aguda crítica sobre
lo que se puede conocer respecto a los más antiguos pobladores de la Península, ... obra
desgraciadamente no sacada a la venta, sino solo regalada a los amigos del autor, y por ello
poco conocida”26. En el capítulo primero aprovecha la ocasión para fustigar el deplorable
nivel en que se encontraban los estudios clásicos y la decadencia de las Humanidades en la
Universidad española. La segunda parte es el tratado propiamente dicho sobre los bronces
de Lascuta, Bonanza y Aljustrel.
El bronce de Lascuta es una pequeña tabla de 15 cms. de alto por 22 cms. de ancho
que fue descubierta en 1866 a seis kilómetros de Alcalá de los Gazules (Cádiz) por un
ingeniero polaco que la vendió al Museo del Louvre, donde se encuentra hoy. Contiene un

26
HÜBNER, E., (1888), La Arqueología de España, Barcelona, Tipo-litografía de los Sucesores de Ramírez, p. 3.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 1 9
decreto del procónsul Lucio Emilio Paulo, del año 189 a.C., por el que concede la liber-
tad y respeta las posesiones de los habitantes de la turris Lascutana (torre de Lascuta) que
vivían como esclavos de los Hastienses (Asta Regia, 25 kms. al norte de El Puerto de Santa
María).27
El bronce de Aljustrel (78 cms. de alto por 52 cms. de ancho) –que se refiere al municipio
romano de Vipasca- fue encontrado en 1876 entre los escombros de las minas de cobre y plata
de Los Algares, minas muy explotadas en la antigüedad y nuevamente en época moderna,
cerca de la población de Aljustrel, en el Alemtejo portugués. Un segundo bronce se encontró
en el mismo lugar en 1906, pero no fue estudiado por Berlanga. Dada las escasas referencias
epigráficas a instituciones fiscales romanas, este bronce tiene una enorme importancia, por
contener una información única e incomparable sobre la reglamentación fiscal de un distrito
minero y por aportar información sobre la minería en el mundo romano.28
El bronce de Bonanza se descubrió entre 1867 y 1868 en la localidad de Bonanza,
junto a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Es de la época de Augusto y contenía el modelo o
formulario de un contrato de mancipación fiduciaria con pacto accesorio pignoraticio, que
venía a ser algo parecido al préstamo hipotecario de hoy29.

27
D’ORS, Á., (1953), Op. cit., pp. 349-351.
28
Ibid., pp. 71-74 y 80.
29
OLMEDO CHECA, M., (2000): “Introducción”. En: RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., Monumentos históricos
del municipio flavio malacitano, ed. facsimil, Málaga, Centro de Ediciones de la Diputación, p. 82.

3 2 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
SOR MARIA DE AGREDA Y SU CORRESPONDENCIA CON FELIPE
IV : NOTICIA SOBRE UN LIBRO QUE HA PUBLICADO EL EXCMO.
SR.D.FRANCISCO SILVELA / POR MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA. –
MÁLAGA : 1886 (Imprenta de El Correo de Andalucía)
113 p. ; 26 cms.

L
A esposa de Jorge Loring, Amalia Heredia, fue reuniendo a lo largo de su vida un
buen número de las cartas que se cruzaron entre Felipe IV y sor María Coronel,
abadesa del convento de Ágreda. Francisco Silvela, el político de la Restauración,
esposo de su hija Amalia Loring, publicó sobre este epistolario un estudio titulado
Cartas de la Venerable Madre Sor María de Agreda y del Señor Rey D.Felipe IV,
precedidas de un Bosquejo histórico por D.Francisco Silvela. Berlanga publicó dos libros
sobre esta obra de Francisco Silvela. El primero, Noticia de la obra que publica el Excmo.
Sr. D.Francisco Silvela conteniendo la correspondencia de Sor María de Agreda y de Felipe
IV (Málaga, 1885). Y el segundo –que es el que aquí nos ocupa– Sor María de Agreda y su
correspondencia con Felipe IV. (Málaga, 1886), bajo el patrocinio de Amalia Heredia.
En esta obra demuestra sus grandes conocimientos en filología. Se muestra defensor de
la lengua al oponerse al dicho de que “el uso es el árbitro del idioma, toda vez que única-
mente puede serlo en cuanto dicho uso no se oponga a los verdaderos cánones gramaticales
del lenguaje” (pág. 63). En consecuencia, critica a los diccionarios de la Real Academia,
por resultar “... basados en el ‘uso indiscubible y arbitrario’, que los que lo hablan y escriben

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 2 1
hacen …” (pág. 6) y a los miembros de la Academia de la Lengua –novelistas, poetas y polí-
ticos– que “por solo serlo conocen tanto de filología como del arte de la guerra” (pág. 72).
Reivindica la necesidad de una gramática histórica del español, del gallego y del
catalán, así como de un Diccionario Histórico del Español, obras que no están capacita-
das para hacer “sociedad literaria” alguna (en alusión a la Real Academia de la Lengua),
pero que sí podrían llevar a cabo profesores universitarios, con el apoyo de una Acade-
mia competente y del gobierno, como sucede en Berlín y Prusia (págs. 111-112). “En los
trabajos lexicográficos no deben perderse de vista los orígenes históricos de cada idioma,
y tratándose del español hay que tener muy en cuenta que forman su base el árabe de
la Edad Media y el latín de la decadencia, que era el idioma oficial de la España gótica”
(pág. 71).
Otro tema que plantea es el del Romancero, mostrándose partidario de la naciente
ciencia del folklore. Así, valora la “flexibilidad de nuestra lengua en boca de ese mismo pue-
blo que en el XIVº y XVª componía romances y al presente coplas, que sorprenden por su
sencillez y su inusitado alcance” ” (pág. 98). Añadiendo que los recopiladores de romances
y coplas tratan de reproducir gráficamente la palabra hablada, “especialmente por nuestros
espontáneos poetas populares, que sin saber lo que es ritmo ni arte métrica, y hasta igno-
rando como se escribe, improvisan coplas inimitables por su sentimiento y expresión. Porque
sin temor de pasar por exagerado podrá decirse que nuestros modernos copleros del medio-
día de España son los sucesores de nuestros mas añejos romanceros” (pág. 99).
Distingue entre lengua y habla, cuando dice : “... se habla de diversa manera que se
escribe y el español hablado es el vulgar, mientras el escrito es el erudito. Aplicando a aquel
las reglas etimológicas y sintácticas adoptadas por los gramáticos se transforma y pierde
por completo su fisonomía característica” (pág. 99). Este es el error, según Berlanga, que
arrastran los compiladores alemanes de la obra Primavera y flor de romances, que, “si hubie-
ran oído a nuestros cantadores de más fama entonar unas malagueñas o unas playeras, al
expresivo son de una guitarra, sobre mullida alfombra de menuda arena, a la espléndida luz
de la luna rielando sobre las rizadas olas de la azulada mar, hubieran podido únicamente
comprender la manera de vocalizar de nuestro pueblo y porque el apóstrofe y la aglutina-
ción son pálidas manifestaciones gráficas, que apenas logran dar una idea de la ductilidad
de nuestra armoniosa lengua en las poesías populares... Entonces y solo entonces hubieran
comprendido que el seguir, al editar estos pequeños poemas, las reglas etimológicas, supri-
miendo los apóstrofes, es quitarles el sello purísimo de su origen, transformando tales com-
posiciones en poesías eruditas, escritas por cualquier estirado retórico” (pág. 99).

3 2 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
EL NUEVO BRONCE DE ITÁLICA / MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA. –
MÁLAGA [S.N.], 1891 (Imprenta de Ambrosio Rubio)
340 p., 6 h. pleg. de lám. ; 26 cms.

E
importante bronce, que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional, se
STE

encontró en Itálica (Santiponce, Sevilla) el 10 de octubre de 1888. Mide 1,55


mts. de largo por 0,92 mts. de ancho y tiene 63 líneas. Las letras son del estilo
del siglo II. Su texto reproduce una parte de la oratio (discurso) de Marco Aure-
lio y Cómmodo proponiendo la disminución de los gastos que implicaban los
juegos de gladiadores. Contiene la copia enviada a Itálica del texto del discurso del primer
senador que habló a favor de la propuesta, y tiene gran interés como pieza oratoria. Debió
ser la segunda de las tres tablas de que se compondría el texto latino. La primera contendría
la oratio sacratissma, es decir, el proyecto presentado al Senado. En la tercera continuaría la
oratio del primer senador que informó y terminaría con la decisión de los senadores30.
A Rodríguez de Berlanga se encargó, por Real Orden, que publicara el texto de dicha
tabla, que finalmente fue adquirida por el Estado para el Museo Arqueológico Nacional en
junio de 1889. En la obra se expone el texto y su versión y se analiza su lexicografía, epigra-
fía y gramática. Se remata el trabajo con dos importantes suplementos. El primero dedicado

30
D’ORS, Á., (1953), Op. cit., pp. 37-41.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 2 3
a Algunos pequeños bronces romano-hispanos (los bronces de Sabora, Pompelo, Aricio y
los Castillejos y las tesseras –tablas– de hospitalidad y patronato). El hospitium (hospitali-
dad) era una institución de derecho internacional romano, que podía ser privado o público,
según se realizara entre individuos y sus descendientes o con grupos humanos más amplios.
Por su parte, el patronato es una institución municipal en la que un patrono se coloca como
defensor y protector de una ciudad y ésta le corresponde con deferencias honoríficas31. El
segundo Suplemento se dedica a los Descubrimientos arqueológicos de Cádiz de 1887,
analizando los sepulcros, alhajas y otros objetos encontrados.

31
Ibid., p. 379.

3 2 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
AGUILAR Y CANO, ANTONIO
ASTAPA / ESTUDIO GEOGRÁFICO POR ANTONIO AGUILAR Y CANO CON
CARTA PRÓLOGO DEL EXCMO.SR.DR. D.MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA /
ANTONIO AGUILAR Y CANO. – SEVILLA : 1899 (Imprenta de E. Rasco)
XL, 199 p., 25 cms.

L
A Carta-Prólogo de Berlanga viene dividida en 6 capítulos y 1 apéndice, coincidiendo
en buena parte su contenido con el de la extensa carta que, fechada en Alhaurín el
Grande a 5 de octubre de 1897, dirigió al autor de este libro, su amigo de Estepa
D.Antonio Aguilar y Cano, comentando su monografía sobre Astapa. Comienza reco-
mendando que “... es preciso prescindir por un momento de la natural admiración y
del extremado cariño que pueda despertar en el escritor el amor a los lugares en que se ha venido
al mundo. Desprendiéndose de la ciega preocupación, que engendra la innata topofilia, que con
frecuencia anubla la imaginación más clara, ...” (pág. VI). Defiende un método moderno de tra-
bajo arqueológico, consistente en la consulta de historiadores, geógrafos e itinerarios antiguos,
epígrafes, monedas, ruinas, planos topográficos, fotografías (pág. XXXII), escritores castellanos
más antiguos y eruditos, huyendo siempre de los escritores de fe dudosa, de los de segunda
mano y de los documentos falsos (págs. IX-X), buscando siempre un juicio imparcial y sereno
(pág. XXXIX). A continuación va detallando pormenorizadamente todos los datos que posee
sobre Astapa: 1) los historiadores y geógrafos; 2) los epígrafes conocidos; 3) los objetos arqueo-
lógicos prehistóricos, ibéricos, púnicos, romanos e indígenas encontrados (págs. X-XV); 4) las

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 2 5
autoridades antiguas (Tito Livio, Appiano y Stephano Bizantino) que hablaron del lugar; 5) las
autoridades modernas (desde Ambrosio de Morales a Reinhart Dozy) que trataron de su empla-
zamiento; 6) y por último las etimologías (“ciencia difícil y dudosa”). Añade que los primeros
habitantes históricos de la Hispania fueron los Cananeos, habiendo venido después los Sidonios,
a continuación los Tirios y más tarde los Cartagineses (págs. XVIII-XX). Corrige el orden suce-
sivo de las invasiones hispánicas expresado en su Hispaniae Anterromanae Syntagama (Málaga,
1881) (vascones, iberos, cananeos, sidonios, tirios, griegos, penos, celtas, romanos) y hace una
digresión sobre los primitivos pobladores de la Hispania (págs. XX-XXIX).
Curiosamente Berlanga omitió en este prólogo unas interesantes afirmaciones que sí
contenía la carta manuscrita a que aludíamos al principio. En ésta dice que, admitiendo que
es muy probable que Astapa estuvo en las ruinas de Los Castellares (Estepa la Vieja) y que
Ostippo estuvo en Estepa, “... para apoyar esa conjetura hubiera sido de gran interés hacer
excavaciones en ambas localidades, a fin de encontrar algún rastro que viniera en apoyo de
semejante suposición de gabinete 32... Por eso, más que todas las monografías, tienen espe-
cial valor practico las excavaciones, y cuando estas den a conocer lo que se desea, o bien un
hallazgo inesperado, el levantar un plano del terreno, sacando a la vez su fotografía, acompa-
ñando ambas cosas con la descripción de las exploraciones y el juicio de sus resultados.” 33

32
LEÓN PORTILLO, R. (1971), Op. cit., p. 30.
33
Ibid., p. 31.

3 2 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
ALHAURÍN- ILURO?
BULLETIN HISPANIQUE (BURDEOS), ENERO-MARZO DE 1901, Nº 1, VOLÚMEN III.

C
ON el mismo título y ligeras variantes, este mismo artículo se publicó también en
la Revista de la Asociación Artístico Arqueológica Barcelonesa, (Barcelona, Esta-
blecimiento Tipográfico de Jaime Vives, 1902, enero-febrero de 1902, nº 29, año
VI, vol. III).
Alhaurín-¿Iluro? se articula alrededor de un paseo arqueológico por el municipio de
Alhaurín el Grande y su entorno. En este sentido, constituye una muestra del concepto
arqueológico de Rodríguez de Berlanga, síntesis entre el trabajo de gabinete y el trabajo de
campo. En él su autor va levantando acta de todo vestigio que encuentra a su paso. Práctica-
mente la mitad del artículo se dedica a Alhaurín el Grande, dando a conocer los importantes
yacimientos romanos de Fuente del Sol (en el que se incluye la tumba familiar y el epígrafe
de El Villar) y la Huerta de los Arcos, estableciendo la cronología y la funcionalidad de los
mismos, y constatando a la vez la importancia arqueológica del valle del río Fahala.
Al hilo de esta excursión van desplegándose también los otros capítulos de su trabajo,
tendentes a la localización geográfica de topónimos antiguos como Iluro (que identifica con
el cortijo del Almendral, en término de Alhaurín de la Torre y del cual supone que se deriva
el topónimo Alhaurín), Lauro (que ubica en algún lugar más allá del cabo de Gata, y no en
Alhaurín el Grande) y Munda (que sitúa en el entorno de Osuna –Sevilla– y no en Monda
–Málaga–). Esta predilección por la identificación de ciudades antiguas, por confirmar o

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 2 7
negar la evidencia de las fuentes literarias y epigráficas, consideradas el exponente más
fiable de la Antigüedad, pero sin proponer nunca un programa de prospecciones concreto,
nos muestran a un Berlanga en la encrucijada entre la arqueología filológica y la arqueología
estratigráfica que empezaba por entonces a dar sus primeros pasos.

3 2 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
DESCUBRIMIENTO ARQUEOLÓGICO VERIFICADO EN TAJO
MONTERO A PRINCIPIO DE FEBRERO DE 1900 (I)
Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, abril y mayo de 1902, nº 4-5, año VI,
Madrid, 1902, págs. 328-339.

DESCUBRIMIENTO ARQUEOLÓGICO VERIFICADO EN TAJO


MONTERO (CONCLUSIÓN).
Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, julio de 1902, nº 1, año VI, Madrid, 1902,
págs. 28-51.

T
RATA Berlanga en este artículo de los ocho bajorelieves encontrados por su amigo
Antonio Aguilar y Cano, registrador de la Propiedad de Estepa (Sevilla), en una
meseta de la Sierra de Estepa, a dos kilómetros al sur de dicha población. Ber-
langa les atribuye una autoría fenicia, si bien admite la utilización en algunas pie-
zas de técnicas griegas. Todos estos restos, según él, pertenecerían a un pequeño
templo rupestre, que después se transformaría al culto romano y que sería destruido al
declararse libre el culto del cristianismo tras el Edicto de Milán del año 313.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 2 9
Pierre Paris no coincidía en absoluto con la adscripción al mundo fenicio de estas
estelas, y opinaba que los relieves de Tajo Montero, que pasaron a formar parte del Museo
del Louvre, eran ibéricos.34

34
PARIS, P. (1907), “Carta de 27 de febrero de 1907 a D.Pelegrin Casades y Gramatxes, director de la Revista de
la Asociación Artístico Arqueológica Barcelonesa”, Revista de la Asociación Artístico Arqueológica Barcelone-
sa, enero-marzo de 1907, nº 51, año XI, vol. VI, p. 31.

3 3 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
CATÁLOGO DEL MUSEO LORINGIANO / QUE REDACTA MANUEL
RODRÍGUEZ DE BERLANGA. – MÁLAGA ; 1903 (Imprenta de Arturo Gilabert)
184 p., XL h. de lám ; 26 cms.

primero de los catálogos impresos del Museo de Jorge Loring apareció en 1868.35

E
L

En 1903 se publicó este definitivo catálogo, a expensas de D.Francisco Silvela, con


láminas impresas en Bruselas.
Fue este el último libro publicado de Berlanga, y coincide con el fin de una época
tanto en lo personal como en lo social. El fallecimiento de sus protectores Jorge Loring (11
de febrero de1900) y el de su esposa Amalia Heredia (16 de octubre de 1902), la muerte de
su esposa Elisa Loring el 15 de julio de 1903 (mientras se imprimía el presente “Catálogo”)
y la de su sobrino politico Jorge Loring Heredia el 14 de abril de 1905, suponen el derrum-
bamiento de su universo personal y marcarían los años que le quedan de vida36. En lo social
es el fin de un ciclo dorado de la historia económica de Málaga, el ocaso de la saga de los
Loring, influyente familia de la burguesía mercantil malagueña del siglo XIX y el arranque

35
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., (1868), Catálogo de algunas antigüedades reunidas y conservadas por los
Excmos. Señores Marqueses de Casa-Loring en su Hacienda de la Concepción.
36
OLMEDO CHECA, M., (2000): “Introducción”. En: RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., Monumentos históricos
del municipio flavio malacitano, ed. facsimil, Málaga, Centro de Ediciones de la Diputación, p. 113.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 3 1
de los movimientos proletarios generados por la crisis de fin de siglo.
El origen y desarrollo del Museo son explicados por Berlanga en el Prefacio de la
obra. Las piezas de la colección aparecen catalogadas en siete grupos: periodo prehistórico,
periodo fenicio, periodo íbero, periodo romano, periodo cristiano, periodo musulmán y
periodo contemporáneo. La obra se cierra con un conjunto de fotograbados. El grupo más
importante de piezas es el romano, ordenándose a su vez en series de epigrafía, mosaicos,
esculturas, etc..
José Ramón Mélida, funcionario del Museo Arqueológico Nacional desde 1876 y titu-
lar que sería desde 1911 de la primera cátedra de Arqueología creada en España, publicó
en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, en 1905, una elogiosa crítica de la presente
obra37, la cual ha sido objeto recientemente de una reedición en facsímil38.

37
Ibid., p. 114.
38
RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., Catálogo del Museo Loringiano, Estudio preliminar de Pedro Rodríguez
Oliva, edición facsímil, Málaga, Universidad, 1995.

3 3 2 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
MALACA. NOTICIA DE ALGUNOS DESCUBRIMIENTOS REALIZADOS
DESDE FINES DE DICIEMBRE DE 1904 A MEDIADOS DE JUNIO DE
1906, AL DERRIBAR EL ULTIMO LIENZO DE LA MURALLA DEL MAR
DE LA ALCAZABA DE MÁLAGA Y QUE MANUEL RODRÍGUEZ DE
BERLANGA HA LOGRADO EXAMINAR, CASI SIEMPRE EN EL MISMO
LUGAR DONDE SE HAN VERIFICADO.
Revista de la Asociación Artístico Arqueológica Barcelonesa, números 44 (2º trimestre
de 1905, año IX, vol. IV) a 56 (2º trimestre de 1908, año XII, vol. VII).

E
STE trabajo, fechado en Alhaurín el Grande, y publicado en 12 entregas en la
citada Revista, se reeditó en 1973 a iniciativa de Rafael León Portillo, en el Bole-
tín de Información Municipal del Ayuntamiento de Málaga (nº 20-21, 3º y 4º tri-
mestre de 1973). En su introducción ya denunciaba el mentado Rafael León los
errores tipográficos (erratas, grabados inidentificables e ilustraciones desplazadas
en relación con el texto) de que adolecía la publicación de la revista barcelonesa. Próxima-
mente el citado Ayuntamiento va a realizar una nueva edición de este trabajo, con un estu-
dio introductorio del profesor Pedro Rodríguez Oliva, que esperamos fije el texto definitivo
de esta obra y explore sus múltiples registros y contenidos.
El enunciado de sus capítulos es el siguiente:

I.- “Menace” (dedicado a Emilio Hübner).


II.- “Sus historiadores de antaño y sus eruditos de hogaño”.
III.- “Cartagineses y romanos”.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 3 3
IV.- “Descubrimientos en la Alcazaba”.
V.- “Ultimos descubrimientos en la Alcazaba”.
VI.- “Conjeturas topográficas”.

Al hilo del derribo de las murallas de la Alcazaba de Málaga, pues, el autor, con “todo
el ardor y toda la pasión combativa de la juventud”39, hace un recorrido por una enorme
variedad de temas: cuestiones bibliográficas y de fuentes históricas, asuntos de numismá-
tica, epigrafía e historia fenicia, ibérica, romana y musulmana, cuestiones de política con-
temporánea, asuntos de filología, defensa del patrimonio histórico y crítica de la incultura
que permite su destrucción, etc..
En efecto, la lectura de los capítulos I a IV hizo decir a Pierre Paris –uno de los fundado-
res en 1898-1899 del Bulletin hispanique de la Universidad de Burdeos, gran investigador de
la España prerromana– que el “ilustre y venerado decano de la arqueología española da a sus
lectores (de esta revista) mucho más de lo que promete con el modesto título de “Malaca”. Pues
a propósito de los interesantes descubrimientos que han aportado los trabajos de derribo de una
parte de la Alcazaba, trata una de las más profundas cuestiones que preocupan a los historiado-
res de la España antigua”40. El gran problema de fondo a que alude Pierre Paris es el del iberismo
en la Península Ibérica. Berlanga en este trabajo, y en otros, se mantuvo siempre muy escéptico
y crítico sobre la existencia de una cultura ibérica, sobre todo en materia artística.

39
PARIS, P., (1907), Op. cit., p. 314.
40
Ibid., p. 314.

3 3 4 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
HERRERÍAS Y VILLARICOS. II PREHISTORIA, CRONOLOGÍA Y
CONCORDANCIAS.
Revista de la Asociación Artístico Arqueológica Barcelonesa, enero-abril de 1909, nº
58, vol. VI, año XIII, págs. 1-27.

S
Etrata de la última obra publicada de Rodríguez de Berlanga, fechada en 16 de
agosto de 1908. Él mismo la califica de “extenso y abrumador estudio” (pág. 1).
El enunciado del artículo expresa con nitidez su interés por los problemas de
la arqueología comparada, fundamental para establecer cronologías y concor-
dancias culturales entre distintas partes de Europa, en la búsqueda de una tem-
poralización relativa, unos conceptos de metodología arqueológica que hoy siguen siendo
relevantes.41
En este estudio valora muy positivamente la obra de Luis Siret Orientales y Occidenta-
les en España en los tiempos prehistóricos, pero le rebate una serie de afirmaciones respecto
de los comienzos de la civilización en Europa y la colonización fenicia en le Península Ibé-
rica, a la luz de las fuentes clásicas y de las investigaciones de la egiptología. Llegando a
definir (página 25) como “fantástico” e “imaginario” el cuadro cronológico prehistórico de

41
PACHÓN ROMERO, J.A. y PASTOR MUÑOZ, M., (1995), “Estudio Preliminar”. En: RODRÍGUEZ DE BER-
LANGA, Manuel, Los bronces de Osuna y Los nuevos bronces de Osuna, Granada, Universidad, p. XXXVI.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 3 5
España inserto en el trabajo de Luis Siret titulado “Ensayo sobre la cronología protohistórica
de España” (Revista Arqueológica, julio-diciembre de 1907, tomo X).

3 3 6 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
EPISTOLOGRAFÍA DE MANUEL RODRÍGUEZ DE BERLANGA.

D
la intensa correspondencia que Rodríguez de Berlanga mantuvo con per-
E

sonalidades extranjeras nos da idea la transcripción que él mismo hace de


algunas cartas en el capítulo XV de sus Monumentos históricos del municipio
flavio malacitano, págs. 501-549. Conocemos también su epistolario con Juan
Facundo Riaño, miembro de la Real Academia de la Historia, entre los años
42
1880 y 1890 . En el Archivo Municipal de Málaga (Sección 10-237) existe una carpeta con
una cincuentena de cartas manuscritas, dirigidas casi todas ellas a don Antonio Aguilar y
Cano, Registrador de la Propiedad de Estepa (Sevilla), y las restantes a don José de Guzmán
el Bueno. Abarca esta correspondencia el periodo comprendido entre 1893 y 1901, siendo
su extensión y contenido muy variado: crítica de libros, asuntos domésticos y familiares,
numismática, epigrafía, etc.. Algunas de ellas resultan ser verdaderos y magistrales ensayos
monográficos, como la que envía a don Antonio Aguilar el 19 de enero de 1898 analizando
el trabajo de éste sobre la antigua Astapa (Estepa), que luego se publicaría como carta-pró-
logo a la obra Astapa. Estudio geográfico del citado don Antonio Aguilar.

42
OLMEDO CHECA, M., (2000): “Introducción”. En: RODRÍGUEZ DE BERLANGA, M., Monumentos históricos
del municipio flavio malacitano, ed. facsimil, Málaga, Centro de Ediciones de la Diputación, p. 100.

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 3 7
Quince de estas cartas fueron transcritas y publicadas por Rafael León Portillo en su artí-
culo “Cartas inéditas de Manuel Rodríguez de Berlanga”. Boletín de Información Municipal, 12,
3º trimestre de 1971, págs. 21-34. De entre ellas, y como muestra, reproducimos la nº 11:

Sr.D.Antonio Aguilar Cano


Málaga, 21, septiembre, 97
Mi muy apreciado amigo:
No podrá formarse una idea exacta de cuánto he sentido no verlo en ésta durante
su permanencia en Málaga; pero he andado y aún ando este verano por esos mundos
de Dios huyendo del calor, en Alhaurín primero, en Lanjarón después y en Granada por
último, de donde regresé pocos días hace estando con el pensamiento de volver más
tarde a Alhaurín hasta no sé cuándo.
A mi vuelta de Granada encontré en casa su afectuosa del 17, que contesto empe-
zando por darle las gracias por tanta benevolencia como me dispensa siempre al juzgar
mis trabajos. Dios le pague la caridad. Aunque reduzcamos sus elogios, deduciendo un
75%, siempre queda una buena cantidad, que me anima a ir publicando otros trabajos.
Confío que tal vez en noviembre próximo podré mandarle impreso el primero de los
tres largos artículos que he redactado sobre la inscripción ibérica de Los Castellares. Vaya
Vd. acumulando paciencia, porque la necesitará, y mucha, si ha de ir leyendo mi trabajo
en toda su abrumadora extensión.
No verá Vd. nada de latín ni de griego ni de epigrafía clásica, sino mucho de otro
género diametralmente opuesto, que quizás encuentre con razón (aunque no me lo
diga) que está fuera de mis alcances.43
En mi deseo de no lastimar a nadie, ni aun ligeramente, he rehecho tres veces mi tra-
bajo y aun así no me he decidido a publicarlo sino después de haber mediado sinceras
y afectuosas explicaciones con un amigo a quien respeto y admiro, pero cuya opinión
sobre el iberismo no es precisamente la mía.
Le acompaño la fotografía de la piedra indicada; y, a propósito de ella, me decía
haberse encontrado “próxima al más generalmente admitido emplazamiento de Astapa”.
En el cúmulo de manuscritos y cartas que tengo archivadas no encuentro la de Vd. En la
que esto me decía por tenerla traspapelada, y por ello me permito hacerle esta pregunta.
Deseando recibir y leer pronto su obra, me reitero su más affmo. Amigo q.b.s.m.

M.R. de Berlanga

43
El citado trabajo de Berlanga se publicó efectivamente en tres entregas. Las dos primeras, bajo el título de
“Una inscripción ibérica inédita de la Turdetania”, vieron la luz en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Mu-
seos, noviembre de 1897, año I, nº 11, págs. 481-497; y febrero de 1898, año II, nº 2, págs. 49-69. La tercera
entrega, bajo el título de “Los Vascones y la Prehistoria. Apéndice a ‘Una inscripción ibérica inédita de la
Turdetania’ “, se publicó en la misma revista, agosto y septiembre de 1898, año II, nº 8 y 9, págs. 370-387.
No exagera un ápice Berlanga al calificar de abrumadora esta obra suya. Las dos primeras partes suponen un
magistral análisis de los inicios del regionalismo vasco, su supuesto basamento tanto en una etnia como en un
idioma preexistentes a la romanización, y las consecuencias que de ello se derivan, dando un repaso crítico
a todos los historiadores y teóricos que han escrito sobre la cuestión, desde Larramendi a von Humboltd. La
tercera es una densa síntesis sobre la Prehistoria de España.

3 3 8 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
ÍNDICE

• INTRODUCCIÓN:

— Prólogo del Presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo ................ 7
— Prólogo del Alcalde de Alhaurín el Grande ............................................................... 9
— Introducción de Manuel Olmedo Checa ................................................................... 11
— ADDENDA ............................................................................................................... 17
— Introducción de los organizadores de las Jornadas .................................................... 21

• ESTUDIOS:

— Alvaro D’Ors: “Carta de adhesión al homenaje a Manuel Rodríguez


de Berlanga” ............................................................................................................. 27
— Carlos Posac Mon: “Crónica histórica de Ceuta en los primeros quince años
de la vida de Manuel Rodríguez de Berlanga (1825-1840)” ...................................... 29
— José Manuel Pérez-Prendes: “Vida y obra de Don Manuel
Rodríguez de Berlanga” ............................................................................................ 33
— Mauricio Pastor Muñoz y Juan Antonio Pachón Romero, “Manuel Rodríguez
de Berlanga y la arqueología en la Osuna del siglo XIX” .......................................... 57
— Alejandro Pérez-Malumbres y Juan Antonio Martín Ruiz: “Manuel Rodríguez
de Berlanga y la arqueología fenicia” ....................................................................... 79
— Virgilio Martinez Enamorado y Alejandro Pérez-Malumbres: “Al-Andalus
como anécdota ominosa: el Medievo malagueño visto por
Manuel Rodríguez de Berlanga” ............................................................................... 101
— Víctor Gallero Galvan: “Berlanga, el vascoiberismo y el sintagma
de la España prerromana” ......................................................................................... 117
— María José Berlanga Palomo: “Manuel Rodríguez de Berlanga y
los derribos de la Alcazaba” ..................................................................................... 201

• INÉDITOS BERLANGUIANOS

— “Ritos, solemnidades y efectos de los matrimonios en los diferentes períodos


de la legislación romana” ........................................................................................ 227
— “Fragmento de una imitación de Ossián” .................................................................. 235
— Correspondencia con Juan Bautista de Rossi ............................................................. 237
— Correspondencia con Juan Facundo Riaño................................................................ 245
— Correspondencia con Antonio Cánovas del Castillo .................................................. 251
— Correspondencia con Emil Hübner ........................................................................... 255

M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a a . L I B E R A M I C O RV M • 3 3 9
• REEDICIONES

— “Inscripción romana de Tarragona, grabada en un utensilio de cobre”,


Revista de historia y literatura españolas, portuguesas e hispanoamericanas,
Madrid, Año I, nº 6, pp. 177-189, septiembre de 1895 (Primera Parte);
y nº 9, pp. 14-22, diciembre de 1895 (Conclusión) .................................................. 259
— “Una inscripción geográfica, inédita, de la Bética”, Revista crítica de
la historia y literatura españolas, portuguesas e hispanoamericanas,
Madrid, Año II, nº 7 y 8, pp. 228-232, junio y julio de 1896 .................................... 282
— “Estudios Epigráficos”. El Archivo. Revista de ciencias históricas,
Denia (Alicante), septiembre de 1889, pp. 265-272: ................................................ 287
I.- Bronce latino de Los Castillejos (El Saucejo, Sevilla) .............................. 287
II.- Epígrafe latino del cortijo del Salto del Ciervo (Écija, Sevilla) ................. 288
III.- Inscripción cristiana sobre ladrillo de La Zubia (Granada) ..................... 289
IV.- Inscripción latina sobre piedra de Cabañas (Utiel, Valencia) .................. 290
V.- Inscripción sobre piedra del Albaicín de Granada ................................. 293

• CATÁLOGO DE LA EXPOSICIÓN BIBLIOGRÁFICA. ALHAURÍN EL GRANDE, 2001

................................................................................................................................ 295

3 4 0 • M a n u e l R o d r í g u e z d e B e r l a n g a . L I B E R A M I C O RV M
LIBER AMICORVM
Manuel
RODRÍGUEZ

(1825-1909)
de BERLANGA
LIBER AMICORVM

BERLANGA
de
RODRÍGUEZ
Real Academia
de Bellas Artes
de San Telmo

Manuel
Dirección General de Universidades DIRECCIÓN GENERAL DE UNIVERSIDADES

REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN TELMO P ORTADA :


AY U N TA M I E N TO D E A L H AU R Í N E L G R A N D E Cortesía de D. Tomás Heredia Campos
Málaga, 2008

Potrebbero piacerti anche