0 fey ie
Mucho gusto ~dijo Alfredo, me contaron que tenfas un
negocioen Brasil
‘Un negocio no ~repuso el joven-. Tengo un tallercito.
Arreglo estufas y también.
Se interrumpi6 al ver que la muchacha empezaba a reise
al tiempo que Alfredo la miraba sorprendido. Emesto quedé
petplejo, pero st novia lo tomé del brazo,
Ya tenemos que irnos ~dijo volviendose hacia Alfredo
Como vos dijiste, no nos vamos a volvera ver. Asi que adi6s, y
rmiicha suerte.
Los vio alejarse de espaldas al sol, sin conversar, sin to-
Cecilia! “grits Hlevado por un impulso. Y cortiendo has-
taellos le pregunté~: Es mentira, ,n0? Todo es un invento tuyo,
{noes verdad?
Ella sonris por dltima vez
—Capaz ~dijo.
Se qued6 allf en esa esquina a dos euadras de a frontera,
entanto ellos se perdian de vista por una callejuela junto al ri,
Los envidi6 un poco. Pens6 en su juventud y en la amargura de
Inadultez, y se pregunts si serian felices. Si, se contest6, si es
que eso que se llama felicidad existe en algin lado, y sino, él
preferfa no enterarse.
Montevideo, abril de 1993,
EL VIGILANTE
‘Mirs el reloj, Medianoche en tres minutos. A medianoche
debja hacer su recorrida; asi Io habfa dispuesto él mismo esa
tarde, al llegar. Faltabam, pues, tres minutos, y por tanto espe-
+6, con la mirada fija en la calle de balastro, separada de su
caseta por la alambrada y dos metros de banguina. Enftente,
cenizando la calle, los pinos formaban un muro oscuro y sust-
rrante bajo el viento del otofio. Detrds_ estaba ta fabrica, sus
‘gatos y sus ratas, juntos en la sbledad. No habia casas en las
‘cercanfas, ni tampoco en Jas dos manzanas que la rodeaban y,
‘cuando salfa la luna, parecfa el espectro gris de una civiliza~
cién perdida, dejado como testimonio de una existencia pasa-
da, Pero esa noche no habia luna, apenas palidas estrellas.
Medianoche, ahora si El vigilante metié el revélver en la fun-
dda, tomé Ia linterna y salié a hacer la recortida, acompaitado
por los saludos de una leehuza,
‘Lo que tenfa que vigilar era el entorno del enorme galpén
{que ahora yaefa muerto en Ia oscuridad. Hasta no mucho tiem-
po antes era la caparazén de un hormiguero de hombres que
‘rabajaban veinticuatro horas al da, sudando vapores pestientes,
y respirando entre un murmullo infernal de méquinas y golpes
‘de hierros. Ahora, apagado y mustio, le crecfan los arbustos
por dentro, y de la anterior actividad no quedaban més que los,
esqueletos de las maquinarias arrojadas a la buena de Dios,
aqui y all4, en los alrededores. Eran esos fantasmas
herrumbrados los que él cuidaba, y los tinicos con los que con-
versaba, Los conoefa de memoria, sabia sus perfiles negros,
Jos llamaba por sus nombres antes de alumbrarlos con la intiBO Henry Trio
linterna, como las énimas en pena cuando buscan sus cuerpos
‘enel cementerio. El vigilante igual hubiera podido caminar sin
Iuz, pues conocfa cada trozo de ladrillo que se desprendia de
Jas paredes, pero la costumbre podia mis, y de tanto en tanto
Tanzaba el haz hacia los pinos, jugando con sus sombras.
Un maullido penetrante y doloroso lo detuvo. Alli no lle-
gaban las luces de los focos de neén de la entrada del predo,
tro maullido, luego dos o tres mas. Apunt6 la linterna y a su
Iz se encendieron los ojos de los gatos en celo, crispadios y
tiesos en la explanada del galpén, tensos como flechas en wn
El vigilante, disgustado, tomé un pedazo de ladrillo y se
los arrojé, observando cémo el eascote picaba linpiamente
entre fos animales y golpeaba unos metros mas alld en unas
cchapas viejas. Pero los animales ni se inmutaron y continuaron
su desparejo coro de alaridos.
Continua recorrida sin complicaciones. En lacalle no se
vefa un alma, Hacia fio.
Al volver, escuché de nuevo los desgarrados llamados de
los tres gatos que atin permanecfan en sus hagares.
= jCillense! “les orden6,
Probé ahuyentarlos golpeando el hormigén con las suelas
{de sus botas con puntera, después chistando, golpeando el sue-
locon in palo que encontré por al tirado. Fue init. Se acer-
6 aun metro y golpes el piso frente a uno de los gatos, Era un
‘gato despellejado y viejo, extrafamente revivido por el calor
del celo hasta el punto de no percibir los golpes que cafan a su
lado. Volvié a golpear. El animal parecié asustarse y se call.
Ast vas a aprender ~dijo él
Por toda respuesta, el animal lanz6 un largo y higubre
alli.
El vigilante contempl6 un momento el cuerpo tensado y
dolorido, y algo asf como una profunda irrtacién subié a su
ae Elvigiawe 85
echo. Miré con odio los misculos contrafdas, las pata tiesas
sobre el hormigén, el anca derecha endurecida en el espasmo
dela naturaleza, y retrocediendo dos pasos midis la distancia
La puntera de su botabrillaba en la oscuridad. Un solo movi-
| miento le bast6. Calz6 la feroz patada en mitad del anea, El
gato vol6 por el aie y se estrellé contra la pared eryjiendo
como un madero astillado, Cayé exdnime en el piso. Los
‘maullidos cesaron por complet.
Al volverse, os otros gatos habfan desaparecido.
~Asivan a aprender ~dijo,
De pronto tranquilo y extraftamente feliz, regresé asu eae
seta. Antes de dejar el revélver en la mesita se cerciors de que
nadie hubiese saltado la cerca durante su ausencia. Nose escu-
chaba ruidoalguno, Se sent6, encendié la uz, Hené una calde-
acon agua y la puso sobre el calentador. Llené de yerba el
mate y, tras Cebarlo, abrié un paquete que traia en el bolso y
extrajo tres empanadas. Una vez que tavo todo dispuesto vol-
‘iG a apagar Ia luz. Se qued6 tomando mate, con la mirada fija
“en Ta calle de balasteo.
A launa menos veint los faroles de un automévil lumina:
“son fs pinos. El vigilante dej6 el mate, tom una libreta y una
Inpiceray se dispuso a anotar el nimero de la matrcula, Enesa
libreta tenfa ciento setenta y dos anotaciones: matricula, tipo
de vehiculo y hora a la que habia pasado por ahi. Si podia,
| anotaba también otras cosas, como ser el niimero de oeupantes
| si eran hombres o mujeres o ambos. Pero la oscuridad que
| generalmente reinaba y la velocidad con que pasaban por ese
descampado impedian registrar la mayoria de los detalles. Asi
“todo ciento setenta y dos anotaciones no era una mala cfra
“Tamayorfa de las noches apenas eruzaba algtn auto cuyo con-
“ctor se habia extraviado 0 alguna moto que buscaba un ata-
‘.
|
ee
Ya las luces del coche iluminaban la caseta al acercarse,86.0) Henry Trt
Se recosté al marco para que no lo vieran, Le sorprendié la
Ientitud con que se desplazaba el auto, un Chevette blanco con
‘un solo ocupante. Parecia buscar algo, tal vez la salida hacia la
carretera, tal vez alguien a quien preguntirselo, pero era extra.
fio, Anoté la matricula, Al pasar frente a la fabrica aceleré un
poco y finalmente se detuvo unos cincuenta metros més ade-
ante. Alli ya no habia nada que no fuera pasto y arboles.
El automévil apag6 las luces y todo qued6 negro.
El vigilante salié de su caseta y se dirigié al extremo de la
para ver mejor, pero por mas que aguz6 la vista no tuvo
resultados. No se vefa nada, Se puso, pues, a escuchar. Sélo
los ladridos de perros lejanos y los maullidos de los gatos del
galp6n, Sélo los sifbidos de las lechuzas y el viento que agitaba
los arboles. Sin embargo, en algtin momento, le parecié escu-
char un rumor de hojarasca pisada.
Un rato después, oy6 el cerrar de la portezuela del coche
Sus luces se encendieron y se alejaron por el camino,
El vigilante regres6 a la caseta y continus tomando mate.
Antes anoté la hora en que el coche habia partido. Casi la una.
‘A Ias seis menos diez de la mafiana Ia primera luz del sol
permitié distinguir la calle del bosque de pinos, y por ella el
vigilante pudo ver la silueta cansina del sereno que lo relevaba,
Tomé las llaves y, dejando e! mate en la mesa, se encamin6 al
portén. El sereno entré y ambos volvieron a la caseta. El sere-
no era un hombre locuaz: hablé de sf mismo.
Estoy cansado~dijo-, la verdad es que los fines de sema-
nna me canso mas que en otros dias
El vigilante asinti6 y le ceb6 un mate.
{Todo bien? ~pregunt6 el otto.
Todo bien contests.
— Flvigitante 87
Por mi puede irse nomas, No vaya aestar esperando que
| se hagan las seis,
| -No. Prefiero esperar a las seis.
| Blserenodejéel bolso en el piso mientras el vigilante revi-
| saba su arma y la metia en el bolso,
~{No la descarga? ~pregunt6 el sereno observiindolo-. Las
armas las carga el diablo,
YY como no le contestara continué:
Estoy cansado -volvié a explicar~ porque ayer vinieron
las sobrinas de mi mujer de visita y se quedaron toda la tarde
| {Hay que ver e6mo conversan esas mujeres! Hablan de cuanta
| cosa se les eruza por la cabeza. Ayer pasaron toda la tarde
| discutiendo de la reencamacién, ,Usted creeen eso?
| -Si-contest6 el vigilante. Fl otro se sorprendié.
| -GBn serio? A mi me parece un disparate
| ~Puede ser.
| Pero usted dijo que crefaen eso
|
|
-Si, eso die.
‘Quedaron en silencio. El sereno miré la hora
Ya son las seis. {No se va?
EL vigilante volvi6 a mirar el camino y el lugar donde el
| coche se habfa detenido, Todavéa no haba suficiente Iuz.como
para ver entre los arboles,
—Digame —volvié a decir el sereno-. ;Usted no descansa
munca?”
No.
so €8 malo, més para un tipo joven como usted, {Por
{qué no se toma un franco?
Para no cansarme -replic6 el vigilante. ¥ diciendo esto,
tomé su bolso y se fue.