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Carlos Rodríguez-Sutil
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All content following this page was uploaded by Carlos Rodríguez-Sutil on 12 May 2017.
Los comentarios que se presentan al lector, elaborados desde la óptica de la práctica clínica,
pueden en parte relacionarse con el artículo 6º del Código Deontológico del Psicólogo (COP,
1987), en el que se lee lo siguiente.
"La profesión de Psicólogo/a se rige por principios comunes a toda deontología profesional:
respeto a la persona, protección de los derechos humanos, sentido de responsabilidad,
honestidad, sinceridad para con los clientes, prudencia en la aplicación de instrumentos y
técnicas, competencia profesional, solidez de la fundamentación objetiva y científica de sus
intervenciones profesionales". (subrayado nuestro)
"Salvo que previamente haya sido explicada la naturaleza de la relación a la persona que está
siendo evaluada y excluya la presentación de ninguna explicación de resultados (como en
algunas consultas de tipo organizacional, en estudios prospectivos de tipo laboral o de
seguridad, y en evaluaciones forenses) los psicólogos y psicólogas deben asegurarse de que se
proporcione una explicación de los resultados a la persona examinada o a otro representante
legal del cliente, en un lenguaje razonablemente comprensible para ellos. A pesar de que la
corrección e interpretación haya sido realizada por el psicólogo, por ayudantes, de forma
automatizada o a través de otros servicios externos, los psicólogos deben adoptar las medidas
oportunas para asegurar que se proporcionen las explicaciones adecuadas de los resultados".
¿QUIÉN ES EL CLIENTE?
El último párrafo citado de la APA parece dejar clara la necesidad de realizar la devolución en
el marco clínico y educativo, aunque también deja abierta la posibilidad de que no siempre se
efectúe. Ese es un problema ético realmente complejo, que pasa por la cuestión ¿quién es el
cliente? Recientemente I.B Weiner (1995, p. 96) actualiza una opinión generalmente aceptada
por los profesionales en Estados Unidos. El cliente, dice Weiner, es la entidad que desea que la
persona sea examinada, a veces la propia persona, pero no siempre. Es la entidad, continúa, la
que debe recibir el informe y el psicólogo o psicóloga no está obligado a proporcionar
información a la persona. Esa agencia en ocasiones pueden ser los padres.
Por otra parte, seguramente la agencia que ha encargado el estudio, salvo excepciones, es la
destinataria apropiada del informe. Entre las excepciones se me ocurre la persecución
psiquiátrica de la que fueron objeto los disidentes políticos en la antigua URSS, con la que
colaboraron profesionales de la salud mental, en contra de toda buena ética.
OBLIGATORIEDAD DE LA DEVOLUCION
La obligatoriedad de la devolución, como hemos visto, viene señalada en los principios éticos
de la APA, también aparece recogida de manera más escueta en sus normas para tests
educativos y psicológicos (APA, 1995), en su apartado 16.
Kenneth S. Pope (1992) advierte que la devolución es un proceso dinámico e interactivo (como
la evaluación en su conjunto), aunque no es suficientemente atendido, a menudo por la
necesidad de abreviar el proceso, o por dificultades del propio clínico. Entre estas dificultades
se incluyen la incomodidad al tener que dar malas noticias, al adaptar la jerga profesional al
lenguaje del cliente, o al tener que informar, después de un proceso con frecuencia largo,
sobre unos resultados aparentemente escasos.
El cliente, no obstante, dice Pope, tiene derecho a saber por qué se realiza el proceso, los
instrumentos y la información que puede recibir. Por otra parte, la información que se deriva
del psicodiagnóstico le puede ayudar a decidir si comenzar una psicoterapia o no. Me parece
que el argumento de Pope tiene la suficiente validez como para requerir su inclusión en
cualquier código deontológico. Intentaré más adelante perfilar mi propuesta.
En consecuencia, no serían comunicables todos los conocimientos que hemos extraído durante
las entrevistas. Parece apropiado aquí recurrir al principio psicoanalítico de señalar, e
interpretar, lo más superficial antes de pasar a lo más profundo.
Evitemos, no obstante, confundir esto con que el entrevistador "se guarda información", lo
que violaría la regla de "sinceridad" a que se alude en el artículo 6º del Código Deontológico,
que antes veíamos. Esos supuestos conocimientos, basados en la teoría y en la experiencia
previa, también son los más inferenciales y los que debemos tomar con mayor cautela. La
información que se debe comunicar es aquella en la que tenemos más seguridad y haciendo,
precisamente, una gradación desde las conclusiones más firmes a las hipótesis más
especulativas e, incluso, omitiendo éstas últimas. Es habitual, y aconsejable, que dispongamos
de una buena serie de datos observacionales y descriptivos, menos inferenciales y también
más asequibles al conocimiento del sujeto, que le pueden ser de provecho en esa entrevista.
Dicho de otra forma, conviene utilizar un lenguaje "conductual" en la devolución. En palabras
de Vázquez y Hernández (1.993), los informes psicológicos (forenses) deben seguir una táctica
de "máxima observación, media descripción y mínima inferencia"
También suele ser útil comenzar por los aspectos más favorables para el sujeto, o menos
problemáticos. Las tareas diagnósticas pueden ser vividas por el profesional con cierto temor,
por la responsabilidad legal y ética que suponen. Weiner (1995), por ejemplo, señala tres
reglas para evitar ese tipo de riesgos que puede ser úti1 recoger aquí:
- Ante cualquier tarea, imagina que un crítico conocedor y poco amistoso está mirando por
encima de tu hombro.
- Ante cualquier cosa que digas, imagina que será tomada bajo la luz más desfavorable y
utilizada en tu contra.
- Ante cualquier cosa que escribas, imagina que será leido en voz alta, de forma sarcástica,
ante un tribunal.
Tener presentes estos principios puede ayudarnos a evitar el pago de indemnizaciones por
responsabilidad civil. La actitud que subyace a ellos, no obstante, también entraña importantes
riesgos de tipo ético. Puede parecer que lo más fácil es redactar informes poco
comprometidos. Pero esa "solución" nos lleva al Efecto Barnum.
El Efecto Barnum fue descrito por Paul Mehl (1956) para referirse a aquellos informes que
consisten en descripciones en las que se mezclan estereotipos, vaguedad y evasividad.
Incluyen afirmaciones universalmente válidas del estilo de: el paciente experimenta ansiedad,
la madre presenta una mezcla de sentimientos frente a la conducta de su hijo, el sujeto unas
veces está enfadado y otras veces está contento, etc. El error se modera si cuantificamos
nuestras afirmaciones o buscamos ejemplos para ilustrarlas. Desgraciadamente existe una
tendencia en las personas, bastante generalizada, a aceptar los informes tipo Barnum. Esa
tendencia que explica, entre otras cosas, el éxito de los horóscopos y de todas las "mancias",
ha sido demostrada en numerosos estudios, sin que aparezcan diferencias entre los sexos. Una
investigación relevante es la de Snyder y Newberg (1981), con 96 mujeres, estudiantes, que
mostró la tendencia a aceptar con mayor facilidad las descripciones favorables, e igualmente a
aceptar las descripciones procedentes de una figura de prestigio -por ejemplo, el psicólogo-
aunque en ese caso no fueran favorables.
CONCLUSIONES
Después de dicho esto, mi propuesta para el Código Deontológico podría poseer el siguiente
enunciado.
Pongamos un ejemplo. De las respuestas que nos suministra un sujeto a las láminas del
Rorschach y del TAT, junto con algunos lapsus cometidos en las entrevistas, deducimos que su
buena relación con su madre oculta una fuerte agresividad, que es reprimida. No parece
pertinente que al final del proceso psicodiagnóstico, antes de comenzar nosotros la
psicoterapia o de derivar al paciente a otro servicio o profesional, le devolvamos este
descubrimiento. Eso sólo puede producir, como bien sabemos los terapeutas de orientación
analítica, un aumento de las resistencias, como ocurre con todas las intervenciones
"silvestres". Por otra parte, al tratarse de una conclusión muy teórica e inferencial, podemos
estar equivocados en todo o en parte. Convendría saber, por ejemplo, qué aspectos de la
figura materna son los que despiertan en el paciente la mayor agresividad. Eso sólo puede
descubrirse en un trato más prolongado. En este momento, tal vez, lo más adecuado sea
comentarle que nos parece que en ciertas ocasiones puede reaccionar con enfado ante las
mujeres, preguntándole si nuestra suposición puede tener algo de verdad y si se le ocurre
algún ejemplo. Si toda la devolución estuviera compuesta de enunciados de esta guisa nos
encontraríamos muy cerca del Efecto Barnum. En cambio, a ese paciente le podemos haber
dicho, con cierta seguridad, cómo tiende a resolver los conflictos huyendo de ellos, y
señalándole algunos ejemplos tomados de su propia historia.
Considero que debemos estar entrenados para distinguir todos los niveles de inferencia y para
utilizarlos en cada caso concreto, pero ordenándolos de manera jerárquica y apoyando nuestra
acción en los menos elevados y más descriptivos. Ahora bien, la especulación más abstracta
también puede tener un lugar en nuestro trabajo diario.
REFERENCIAS
Meehl, P.E. (1956). Wanted - a good cookbook. American Psychologist, 11, 263-272
Snyder, C.R. y Newberg, C.L. (1981). The Barnum Effect in a group setting. Journal of
Personality Assessment, 45, 622-629.
Sundberg, N.D.; Taplin, J.R. y Tyler, L.E. (1983). Introduction to Clinical Psychology. New Jersey:
Prentice Hall.
Weiner, I.B. (1995). How to anticipate ethical and legal challenges in personality assessments.
En J.N. Butcher (ed.) (1995) Clinical Personality Assessment. Practical Approaches. Nueva York:
Oxford University Press.
Vázquez, B y Hernández, J.A. (1993). El rol del psicólogo en las clínicas médico-forenses. En J.
Urray B. Vázquez (comps) (1993) Manual de Psicología Forense. Madrid. Siglo XXI.