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La importancia de la oración

A lo largo de los siglos, cristianos sinceros usaron el recurso de la


oración para nutrir su comunión con Dios y obtener de él
orientación para la vida diaria. Pero, ¿cuál es el significado de la
oración? ¿Cuál es su importancia? ¿Cómo orar?

¿Qué no es la oración?

A veces es provechoso entender algo por lo que ese algo no es.


Vamos a aplicar esa idea con la oración a fin de entenderla un
poco mejor.

En primer lugar, la oración no es magia o una especie de palabra o


gesto que garantiza el resultado que esperamos. Cuando
reducimos la oración a una mera magia, trivializamos a Dios,
creamos una imagen y concepto caricaturizado de Dios. Cuando
Jesucristo nos enseñó que, si pedimos en su nombre, él atendería
nuestro pedido (Juan 14:13), estaba hablando de algo mucho más
profundo que solo fórmulas o recetas que, mágicamente conducen
a un resultado. Él hablaba de su carácter como modelo y
referencia para la oración eficaz.

Además, la oración no es algo que depende de un comportamiento


extra, mejor, o de una espiritualidad extra. No es algo que depende
de nosotros. La Biblia es clara en afirmar que en la faz de la Tierra
“no hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Al contrario, la bondad
de Dios depende exclusivamente de su gracia (Efesios 2:8).

En tercer lugar, la oración no es algo que puede comprenderse con


facilidad. De hecho, no podemos sistematizar, prever o condicionar
el modo como Dios trabaja (Juan 3:8). Podemos hasta compartir
con Dios nuestras expectativas en cuanto a nuestras oraciones,
pero el modo como él responderá depende de su poder, su
creatividad, su voluntad. Como dice Elena de White, “Para
proveernos lo necesario, nuestro Padre celestial tiene mil maneras
de las cuales nada sabemos. Los que aceptan el principio sencillo
de hacer del servicio de Dios el asunto supremo, verán
desvanecerse sus perplejidades y extenderse ante sus pies un
camino despejado”.

Conversar con Dios

El Dr. Bernard Lall alerta que muchas personas “consideran la


oración como un proceso de una sola mano”.[3] Por esa
comprensión, treinta segundos o un minuto de monólogo insulso
es suficiente para comenzar o terminar el día. Al final, orar es
solo dirigir la palabra al Creador del Universo. Nada puede ser más
mentiroso que ese concepto de la oración como un proceso de una
sola mano.

En verdad, la oración es un proceso comunicativo de doble mano,


descripto cabalmente por David: “de mañana oirás mi voz; de
mañana me presentaré delante de ti, y esperaré” (Salmo 5:3).
Podemos destacar dos aspectos de la expresión davídica con
relación a la oración: le hablamos a Dios y él nos habla. Esa verdad
fue también realzada por el profeta Jeremías: “Clama a mí, y yo te
responderé” (33:3). De modo que la oración es una conversación
con Dios, que requiere tiempo y disposición. Pero, ¿cómo oír la voz
de Dios?

Elena de White afirma: “Sería bueno que cada día dedicásemos


una hora de reflexión a la contemplación de la vida de Cristo.
Debiéramos tomarla punto por punto, y dejar que la imaginación se
posesione de cada escena, especialmente de las finales. Y
mientras nos espaciemos así en su gran sacrificio por nosotros,
nuestra confianza en él será más constante, se reavivará nuestro
amor, y quedaremos más imbuidos de su Espíritu. Si queremos ser
salvos al fin, debemos aprender la lección de penitencia y
humillación al pie de la cruz”.

¿Cómo oír la voz de Dios? Para esta pregunta la respuesta es


sencilla y directa: Necesitamos dedicar tiempo de calidad y
cantidad a la oración; en ese proceso, nuestra disposición irá
mejorando. Solo así tendremos condiciones de discernir la voz de
Dios.
¿Qué conversar con Dios?

En el proceso de iniciar una amistad con Dios, muchos cristianos


enfrentan este dilema: “No logro orar durante mucho tiempo. Uno o
dos minutos son suficientes; no tengo más tema que eso…” Creo
que esta es la realidad de muchas personas. ¿Qué hacer?

En el proceso de formación y cultivo del discipulado, la Biblia


ocupa un lugar fundamental. Entonces, sugiero que además de
tratar de asuntos particulares de la vida, la oración debería
contener un diálogo basado en la Palabra de Dios. Y podemos
hacerlo de diversas formas. Una es hacer preguntas a Dios, y
permitir que el Espíritu Santo nos responda mediante la Escritura.

Vamos a llevarlo a la práctica: después de leer el capítulo o los


versículos elegidos para el culto personal, comience una
conversación con Dios haciéndole preguntas:

 ¿Qué me quiere decir el Señor en este texto que terminé de


leer?

 ¿Por qué el Señor me dice esto?

 ¿De qué modo la enseñanza de hoy se aplica a mi vida?

 ¿Cómo puedo practicar e incorporar a mi vida las enseñanzas


que aprendí hoy en su Palabra?

Las preguntas de arriba serán los elementos de nuestra


conversación con Dios. Y las respuestas exigen reflexión y tiempo.
Cuide para que las respuestas no sean meramente subjetivas, sino
que estén fundamentadas en el texto leído, y “traducido” para
nosotros por el mismo Espíritu Santo que lo reveló al escritor
bíblico. Y recuerde que la oración es un proceso comunicativo de
doble mano: le hablamos a Dios y él nos habla. No permitamos que
la oración sea tan rápida y apresurada al punto de dejar a Dios,
nuestro Creador, hablando solo, mientras nosotros le damos la
espalda, porque no aprendimos a darle tiempo de calidad y
cantidad.

El ejemplo de Jesucristo

Jesucristo es nuestro mayor y mejor ejemplo de una vida de


oración. Podemos aprender muchas cosas con él como sus
discípulos, pero quiero destacar solo tres aspectos de su vida de
oración.[5]

En primer lugar, Jesús oraba a Dios como su Padre, y usaba el


término abba, mostrando que él se consideraba un hijo querido de
Dios. Con eso aprendemos que necesitamos tener intimidad con
Dios. Muchas oraciones no pasan de monólogos fríamente
formales justamente porque no conocemos a nuestro Padre, no
tenemos familiaridad con el Dios a quien hablamos.

En segundo lugar aprendemos la dependencia humilde y la


sumisión obediente de Jesús a su Padre. Lo podemos comprobar
en textos como Mateo 26:53, Juan 18:11 y Lucas 22:42. La actitud
de humilde sumisión y dependencia es fundamental para aceptar
la voluntad de Dios, especialmente cuando sus respuestas a
nuestras oraciones no son exactamente lo que esperábamos.

En tercer lugar, Jesús nos enseña su conocimiento de la Palabra


de Dios. Sea en el desierto de la tentación, en el diálogo con los
fariseos o en la instrucción a sus discípulos, Jesucristo demostró
pleno conocimiento de la Escritura, y ese conocimiento constituye
la base de su relación con el Padre. No es posible orar con
corrección y someterse a la voluntad de Dios, si no conocemos su
Palabra. Las oraciones poderosas siempre están sustentadas por
un claro conocimiento de la Biblia.

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