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Módulo: Marco político – pedagógico de la

educación en derechos humanos

Clase 1: Educación y derechos humanos

¡Bienvenidos a nuestra primera clase!


En esta primera clase del módulo Marco Político-pedagógico de la educación en
derechos humanos vamos a abordar dos nociones fundamentales para pensar la
educación en derechos humanos: los derechos y el Estado. Invitamos a iniciar juntos
este recorrido.

Los derechos humanos como conquistas históricas y sociales


Resulta fundamental abordar la problemática de DDHH en los procesos de formación
ya que habitualmente no nos detenemos a reflexionar sobre los marcos ético-
jurídicos que prescriben las prácticas socialmente aceptadas y que definen el
conjunto de derechos ciudadanos. Esta naturalización del orden social nos puede
conducir a creer que las desigualdades, la injusticia, la pobreza, son condiciones que
responden a un orden natural. Es preciso en este punto señalar entonces que los
marcos jurídicos que regulan el ordenamiento social -y por supuesto nuestra vida-
son el producto de concepciones y proyectos políticos. Así, a lo largo de la historia,
vemos cómo las nociones acerca del bien y del mal y las prácticas asociadas a ellas
se fueron modificando. De la misma manera, se fueron modificando los sujetos
reconocidos y contenidos en los proyectos políticos y sus consecuentes marcos
jurídicos.

Si ensayáramos una primera definición de Derechos Humanos podríamos


caracterizarla como la lucha y la defensa de la dignidad humana. De esta manera,
podemos rastrear en la historia de América latina una matriz de lucha por los
derechos humanos que se remonta a las resistencias ante la colonización europea,
las luchas por la emancipación, las disputas por la construcción del estado-nación y
los sujetos que debían estar allí contenidos.

Es importante reconocer en la historia latinoamericana la lucha por los DDHH. En


general, la “historia universal” sitúa el momento fundacional de los DDHH en la
Revolución Francesa ya que para la historia occidental los procesos revolucionarios
del siglo XVIII fueron clave al instaurar lo que hoy conocemos como la sociedad
moderna y la noción de ciudadano/a. Tanto la declaración de la independencia de los
Estados Unidos (1776), la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
en Francia (1789) y los procesos de independencia en América latina, tomaron como
bandera la libertad y la igualdad de los hombres.
Queda claro entonces que los derechos en general – y los DDHH en
particular- forman parte de procesos de lucha y que constituyen conquistas en
muchos casos enormemente costosas. Cada vez que se logra una conquista, que se
amplían los escenarios de derecho y se incorporan demandas populares al campo
jurídico, se abre un nuevo espacio de libertad e igualdad, ya que se eleva el piso de
justicia y aquello que aparece como “lo justo” no puede ser desalojado sin encontrar
resistencias.

Algunas precisiones sobre el concepto de DDHH y su relación con el de


Estado
Si bien una primera definición general puede considerar los DDHH como la defensa
de la dignidad humana, resulta importante establecer algunas precisiones ya que -
como veíamos- no existe una definición universal ni natural acerca de la dignidad, y
muchas veces en su nombre se han cometido y se cometen las más vergonzantes
violaciones a los DDHH.
Resulta relevante establecer también estas precisiones ya que muchas veces se
plantea que frente a determinadas situaciones de violencia en la vida cotidiana -
inseguridad, delincuencia, por nombrar sólo algunas- no se están protegiendo los
DDHH de las víctimas. Aquí entonces una primera distinción: los individuos
particulares que cometen delitos, aunque lo hagan de forma organizada y
sistemática, no producen violaciones a los DDHH. Los individuos cometen delitos que
atentan contra derechos individuales y que están tipificados en códigos, y sus
víctimas cuentan con la justicia ordinaria, que con todas sus contradicciones,
arbitrariedades y dificultades, es quien debe juzgar las acciones delictivas.

En cambio, cuando es el ESTADO y SUS AGENTES quienes, en lugar de defender la


vigencia de las normas, cometen crímenes contra particulares -aunque estos
particulares hubiesen cometido delitos espantosos-, estas acciones criminales
revisten una particular gravedad y constituyen violaciones a los DDHH.

No son únicamente delitos, sino que también se erigen como graves lesiones
institucionales que ofenden no sólo al damnificado sino a la propia razón de ser del
Estado y compromete en responsabilidad no sólo al sujeto o sujetos que lo
cometieron sino al Estado en su conjunto.
Aquí resulta necesario introducir algunas apreciaciones sobre el concepto de Estado,
sobre el cual también existen miradas y definiciones divergentes. Cuando hablamos
de Estado por supuesto hacemos referencia a su noción moderna. Aquí encontramos
una primera vinculación entre Estado y Derechos Humanos, pues la teoría liberal nos
señala que los DDHH surgieron para limitar el poder del Estado frente a los
ciudadanos o para que estos se protegieran del poder del Estado. Esto es así porque
la disputa que se libraba en ese momento (Francia revolucionaria) era entre los
partidarios del poder absoluto y sin restricciones y quienes pretendían limitar ese
poder. Pero el trasfondo político-ideológico de esa lucha era el ascenso de una nueva
clase social: la burguesía que conducía el proceso económico del capitalismo y
reclamaba también participación política. Este ejemplo ilustra cómo el Estado no ha
sido siempre igual, que no es una esencia inmutable a lo largo de la historia sino que
asume características particulares y roles de acuerdo a qué proyectos ético-políticos
estén en disputa y qué perspectivas de derechos pretenda impulsar.
La configuración del Estado no es la resultante de un orden natural, como tampoco
lo son los derechos. Hay quienes sostienen, básicamente desde las concepciones
liberales, que el Estado es una entidad neutral que regula y arbitra el bien común.
Otros, inscriptos en la tradición de la ortodoxia marxista, consideran al Estado como
un instrumento de la clase dominante, que lo usa para garantizar sus privilegios de
clase. Por supuesto que estas definiciones -ampliamente reducidas y sintetizadas
aquí- han desarrollado profundas argumentaciones que dieron y dan lugar a
fructíferos debates académico-políticos.
Desde nuestra perspectiva consideramos al Estado como una relación social y ámbito
de disputa, que expresa un espacio-momento de las relaciones de fuerza en un
tiempo histórico determinado. Así, se constituye como garante no neutral de
relaciones sociales contradictorias y conflictivas.
La forma y direccionalidad que adopta el Estado en un momento histórico es resultado
de las luchas por los sentidos y las orientaciones de las políticas. Esto da cuenta de
la complejidad de la construcción del entramado estatal, de la multiplicidad de
intereses que allí disputan y conviven y de las dificultades en torno a la construcción
de un sujeto y de un proyecto nacional-popular capaz de articular las voluntades del
conjunto.
Esta noción de Estado tiene múltiples significados ya que lo concibe como una
relación social, como un conjunto de instituciones y agentes y –también- como el
conjunto de políticas públicas. Esta desagregación nos facilita ver con mayor claridad
la complejidad del entramado estatal y comprender que los avances y los retrocesos
están signados por un campo de disputa de intereses económicos, políticos,
ideológicos y simbólicos que define “ganadores” y “perdedores”. Así, planificar y
gestionar la política significa decidir cómo y dónde invertir los recursos limitados del
Estado, lo que trae como consecuencia no sólo la dirección concreta que asume un
gobierno, sino también las posiciones relativas del resto de los actores frente a ella.
En la lucha por la plenitud del sujeto en un proyecto colectivo, el Estado entonces
desempeña un rol irremplazable como garante no neutral de relaciones sociales
conflictivas y contradictorias. Por lo tanto, no se trata de la falacia de considerar al
Estado como una entidad ajena e independiente de las luchas sociales que arbitra el
“bien común” y en donde la felicidad es considerada como la sumatoria de las
felicidades individuales, sino todo lo contrario:

El desarrollo de las potencialidades humanas no puede darse sin un marco


de protección, y que es el Estado el que debe garantizar el conjunto de
condiciones sin las cuales ninguna felicidad es posible. Es decir que el Estado
viola los derechos humanos excediéndose en sus funciones, pero también es
el Estado quien puede y debe garantizarlos.
Vale aquí introducir otra relación entre Estado y DDHH, no sólo aquella que los
concibe como límites frente al poder estatal, sino la que además los considera como
expresión de una concepción política. Porque como ya habíamos señalado, el orden
jurídico expresa la resultante de las relaciones de fuerza en un momento histórico
determinado.

En esta entrevista, Eduardo Rinesi nos convoca a pensar algunas


tensiones en relación con los derechos y su vínculo con el Estado.
https://www.youtube.com/watch?v=vsjU3f1uEdM

Es entonces en los escenarios de ampliación de derechos cuando el ordenamiento


jurídico puede desplegar su vertiente emancipadora, cuando puede regular,
incorporar y proteger a aquellas poblaciones, grupos e identidades que por diferentes
razones fueron vulnerados en otra coyuntura histórica. Mientras que, en contextos
neoliberales, la supuesta seguridad jurídica se reduce al sostenimiento de un orden
legal inmutable que proteja los intereses de los sectores dominantes, y que no
implique ninguna alteración del statu quo conservador y de sus privilegios.

En su artículo “El sentido de la justicia”,


Inés Dussel, recorre los años de
educación en democracia en relación con
las demandas de justicia. La apertura
democrática implicó nuevos desafíos para
la educación: “la formación ciudadana,
incorporando los derechos humanos
como concepto central” y “las demandas
de una sociedad más justa e inclusiva.”
En los últimos años, continúa la autora,
hay “un espacio creciente para pensar la
justicia en términos de la alteridad y la
diferencia, con notables avances en las
leyes sobre la diversidad sexual e
igualdad de derechos. (…) La sociedad
argentina y las políticas públicas en la
última década han colocado como tema
de debate la inclusión social y la justicia”
de manera contundente. Estos avances
han planteado un nuevo escenario con
logros innegables y muchos pendientes
que nos invitan a involucrarnos: “La
educación no mejora de la noche a la
mañana, ni puede resolver por sí sola las
cuestiones que la sociedad no resuelve,
pero sí puede construir un espacio
democrático de trabajo con otros actores
plurales y con tiempos más largos que la
próxima coyuntura electoral”.

Por eso, la política de Derechos Humanos significa no sólo la reactivación de la


política de Memoria, Verdad y Justicia, el impulso de los juicios por la verdad, la
recuperación de espacios de Memoria, sino también el desarrollo de una acción
política transformadora de las matrices de injusticia y desigualdad. En este sentido,
los Derechos Humanos están íntimamente asociados a proyectos políticos que se
estructuran en torno a la distribución democrática de la renta, de la palabra, del
conocimiento y del acceso igualitario a los bienes materiales, simbólicos y culturales.
Por el contrario, un proyecto excluyente, neoliberal, resulta restrictivo en todas y
cada una de estas dimensiones.
Es por ello que no basta con el desarrollo de leyes protectoras de derechos, si bien
son fundamentales para consolidar la democracia, porque las prescripciones jurídicas
y normativas no redundan automáticamente en prácticas acordes a ellas. De esta
manera, la disputa por sentidos y significados, por la legitimación de prácticas
sociales, culturales y educativas de respeto por los derechos, resultan estratégicas
en la construcción de una patria justa. Décadas infames de gobiernos antipopulares
y dictatoriales dejaron resabios de cierto autoritarismo que se manifiesta en violencia
de género, racismo hacia los sectores populares, los inmigrantes, odio a quien es
diferente, nostalgia de la mano dura y la criminalización de los jóvenes. La escuela,
como institución del Estado, atravesada por esas contradicciones, no está exenta de
caer en ellas.

Educación y Derechos Humanos


La idea de que es necesario e importante educar en DDHH nace de la mano de las
primeras conceptualizaciones en torno a la propia noción de DDHH, que quedara ya
plasmada en la Declaración Universal en 1948, y que sostiene que la “educación tiene
por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del
respeto por los DDHH y a las libertades fundamentales…” (Art. 26 DUDDHH). Subyace
a esta definición entonces la importancia de la educación, pues tanto las libertades
como los principios y las normas sólo pueden volverse inteligibles y objeto de
protección en la medida en que se las conozca. La meta de la educación en DDHH es
aportar a la construcción de sociedades en las que no se atropelle la dignidad humana
y para ello establece distintos fines: los histórico-culturales (implican la formación de
sujetos capaces de elaborar juicios críticos de sí mismos y de sus contextos
relacionales); y los fines ético-políticos (significan la formación en el compromiso
activo de transformación de los aspectos que agredan u obstaculicen el pleno ejercicio
de los ddhh); es decir, la educación en DDHH es un trabajo crítico, ético-político y
militante para avanzar en la construcción de los horizontes deseados.
Plantea Ana María Rodino que nuestro compromiso como educadores -el desafío
pedagógico- es aportar nuestro trabajo diario y sistemático para avanzar en el
camino hacia la materialización de esos horizontes, de las utopías posibles.
Educar en valores y para su puesta en práctica no es una tarea sencilla en términos
conceptuales ni metodológicos. En el orden conceptual hemos visto, a lo largo de la
clase, que no siempre hay coincidencia respecto del ordenamiento ético-moral, y
aunque lo hubiese en abstracto, en la vida social no siempre se concreta; a menudo
esto genera conflictos y tensiones entre las distintas opciones valorativas. Desde el
punto de vista metodológico, las dificultades radican en que los valores se viven y el
conocimiento es integral y vital; los valores no se enseñan con sólo saberlos o
exponerlos sino que se deben manifestar sobre todo en las conductas.
Educar en y para los DDHH es más que definir los valores como objeto de estudio,
es plantearse una manera de vivir y una forma de ser coherente con ellos. La vigencia
real de esos valores está en juego en cada momento y lugar de la vida cotidiana de
las personas. Desde una perspectiva coherente de los ddhh, no podemos juzgar lo
universal sin tomar en cuenta lo local, lo público disociado de lo privado, lo individual
sin atender lo colectivo. Las aberraciones moralmente repugnantes a grandes
magnitudes no pueden nublarnos ni distraer la atención sobre aquellas que ocurren
en nuestro entorno (manipulación, prejuicios, discriminación, falta de respeto a las
identidades, etc.). Y tampoco la crítica a las injusticias sociales debe distraernos del
examen de nuestra propia práctica y conducta en nuestros espacios cotidianos
(hogar, escuela, comunidad, etc.) Aquí uno debería preguntarse: ¿cuán consecuentes
son nuestras actitudes y conductas con los valores y los principios de DDHH?
Y entonces en este punto es cuando resulta clave recordar que nosotros como
docentes, como directivos, como educadores, somos agentes del Estado y por lo
tanto debemos respetar y garantizar los DDHH de las personas a quienes está
destinada nuestra tarea educadora. Nosotros somos responsables, ante nuestros
estudiantes, de la posibilidad de que ejerciten su derecho humano inalienable y
universal a la educación. Existe ese derecho porque hay un Estado que lo garantiza
y frente a nuestros estudiantes y sus familias nosotros somos el Estado. Nosotros no
les hacemos un favor al explicarles ese derecho sino que ellos son portadores de
derechos y nosotros tenemos la obligación de garantizarlos.
En este contexto de ampliación de derechos comienzan a llegar muchos más chicos
y chicas a las escuelas y resulta inevitable que nos preguntemos qué hacer con ellos
y ellas; una respuesta posible, en clave de derecho, sería pensarlos esencialmente
idénticos a los que veníamos recibiendo antes. Porque la pregunta por la inclusión -
que deriva de los contextos de ampliación de derechos- parte del supuesto de la
diferencia, por ejemplo, entre los que estaban antes de la obligatoriedad de la
secundaria y los que no estaban y se incorporaron a la institución. En cambio, la
pregunta por el derecho parte del supuesto de la igualdad: un adolescente pobre y
uno rico, el hijo de un profesional y el hijo de padres analfabetos inmigrantes son
idénticos en tanto sujetos de derecho. Y hay que entender una cosa que para nosotros
los educadores es fundamental: que sean iguales no significa que sean idénticos en
capital cultural, material y simbólico; no debemos tomarnos de esta diferencia para
justificar cómo fracasamos con unos y con otros no; porque la distribución desigual
del capital no significa que no sean radicalmente iguales en inteligencia y
capacidades. Todos los hombres y mujeres son iguales en capacidades y en
posibilidades si se las damos, si no los/as humillamos, si no los/as echamos de
nuestras instituciones, si no los/as responsabilizamos de nuestras propias
dificultades. Si de verdad nosotros estamos convencidos de la igualdad radical entre
las personas, pensamos mucho más fácil a todos como los sujetos del derecho que
los asiste, entre ellos la educación.

Como final de esta primera clase del módulo y en relación a todo lo


aquí planteado, les proponemos ver un fragmento de una
conferencia de Eduardo Rinesi:
https://www.youtube.com/watch?v=qKLn5jdD71g
“Porque cada pibe que se nos cae, cada uno que se vuelve a su casa
humillado, convencido de que el problema es él, que es a él al que
‘no le da la cabeza’, cada uno de ellos, sobre todo si es un
muchacho/a pobre, es un crimen que nosotros cometemos. Cuando
podamos pensarnos como sujetos obligados a dejar de cometer
esos crímenes contra los DDHH de nuestros estudiantes, cuando
podamos pensarnos como sujetos radicalmente iguales entre sí,
radicalmente iguales entre nosotros, entonces estaremos un poco
más cerca en el camino de hacer del derecho a la educación, un
derecho universal y efectivo para todos y todas.” (Eduardo Rinesi,
2014)

Bibliografía obligatoria:
 Dussel Inés, “El sentido de la justicia” en 30 años de educación en
democracia. UNIPE. Buenos Aires, 2013. Disponible
en http://nuestraescuela.educacion.gov.ar/bancoderecursos/media/docs/eje
02/eje02-sugeridos02.pdf

Bibliografía complementaria
 Nota periodística Eugenio Zaffaroni. Disponible
en: http//cada17.com/notas/EugenioZaffaroni-emancipacion-es-
liberarse-del-colonialismo.html
 Pineau, Pablo, La educación como derecho, 2008. Disponible en: Movimiento
de Educación Popular y Promoción social. Fe y Alegría de Argentina. Disponible
en: http://nuestraescuela.educacion.gov.ar/bancoderecursos/media/docs/ej
e02/eje02-sugeridos03.doc
 Southwell Myriam, “El papel del Estado, esa es la cuestión” en 30 años de
educación en democracia, UNIPE, Buenos Aires, 2013. Disponible
en: http://nuestraescuela.educacion.gov.ar/bancoderecursos/media/docs/ej
e02/eje02-sugeridos02.pdf[8]

Actividades

Participar en el Foro de presentación e intercambio:


Como este es un módulo que sólo tiene cuatro clases, en este primer
foro les solicitamos que se presenten y que comencemos el
intercambio a partir del análisis de lo que expresa Eduardo Rinesi en
el último video de la clase 1, el fragmento de una conferencia
destinada a supervisores.
En ese marco, Eduardo Rinesi afirma que “Cada uno de ellos
[estudiantes] que se nos cae, cada uno de ellos que se va a su casa
humillado, cada uno que se va convencido de que el problema es él,
convencido de que es a él que no le da la cabeza. Cada uno de ellos,
sobre todo, si es una chica o un muchacho pobre, no es una ley
sociológica que se verifica, es un crimen que nosotros
cometemos…”.
¿Qué opinan de esta afirmación? ¿En qué coinciden o no con él?
¿Qué consecuencias tiene para los docentes, para nuestras
prácticas, para nuestras instituciones, concebir la educación como
un derecho?

Plazo para la primera participación en el foro: una


semana.

Leer la consigna del Trabajo Final.

Bitácora (Actividad optativa)


Les proponemos armar una bitácora, en el portafolio de la plataforma,
que las/os acompañe durante todo el postítulo. Con esta actividad
comenzamos un proceso que culminará con la última materia de
nuestro recorrido. Tenemos como objetivo que ustedes puedan
registrar su trayectoria a través de momentos reflexivos. Esta es una
propuesta, no es condición de aprobación de ninguna materia.
En esta primera ocasión, les proponemos elaborar un texto de entre
15 y 20 líneas a partir del siguiente interrogante: ¿Cómo llego al
módulo Marco político - pedagógico de la educación en
derechos humanos?
Pueden acompañar el texto con una imagen, canción y/ o video.
Pueden relatar su paso por otros módulos y también sus ideas respecto
de lo que van a encontrar en esta nueva materia. Pueden acompañar
el texto con una imagen, canción y/ o video, es un espacio libre de
reflexión para ustedes
Les sugerimos que nombren al texto "Mi trayectoria en el postítulo".
Les contamos también que si quieren lo pueden compartir en su perfil,
de esta manera podremos ver lo que escriben quienes formemos parte
del aula que estén cursando. Recuerden que en este caso la
información que incluyan será pública.
Les dejamos un tutorial de ayuda y quedamos a disposición para lo
que necesiten.

Cómo citar este texto:

Área de Derechos Humanos y Pedagogía de la Memoria, INFD (2015). Marco político


– pedagógico de la educación en derechos humanos: Clase 01: Educación y
derechos humanos. Especialización en Derechos Humanos. Buenos Aires:
Ministerio de Educación de la Nación.

Esta obra está bajo una licencia Creative Commons

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