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LA SORPRENDENTE QUÍMICA DEL ESPACIO

Actualmente, gracias a la Astrofísica y la Astroquímica, sabemos que, además de los


rayos cósmicos, los átomos y las moléculas están presentes también en todo el universo,
pues sus señales en forma de radiación electromagnética nos llegan desde las más
lejanas galaxias hasta el medio interestelar de la nuestra, pasando por atmósferas
estelares, por enanas marrones, por discos que rodean las estrellas, por planetas, etc,
donde también existen átomos y moléculas con los que pueden interaccionar.
La Astroquímica utiliza telescopios, que generalmente son radiotelescopios, que junto
con el empleo de la “espectroscopia” hace posible detectar y determinar la naturaleza
de las sustancias presentes en el universo. Después de la invención del telescopio, es
probablemente la invención del espectroscopio y la ciencia a él ligada, la espectroscopía,
uno de los mayores hitos de la historia de la instrumentación astronómica. En 1860 se
construyó el primer espectroscopio, instrumento que revolucionó la química y la
astronomía y que abrió las puertas a un camino nuevo para entender el Cosmos.
Cuando se calienta un elemento químico, emite luz a frecuencias características,
el “espectro de emisión”, luz que una vez analizada mediante un espectroscopio y
convertida en un “espectro”, se transforma en la “huella dactilar” que lo identifica sin
el menor equívoco. Asimismo, los elementos pueden absorber a las mismas frecuencias
que emiten, dando lugar a los “espectros de absorción”, que son una especie de arco iris
al que le faltan los colores correspondientes a las frecuencias absorbidas por la
sustancia. Ambos espectros son complementarios.

Con la ayuda del espectroscopio no solo se pudo desarrollar una poderosa tecnología
que permitía analizar las sustancias en los laboratorios, sino que acoplando el
instrumento al telescopio fue posible confirmar la existencia en el espacio de elementos
bien conocidos, primero en el Sol y después en las estrellas lejanas.
A principio del siglo XX, después de constatar la existencia de numerosos elementos
químicos en estrellas y entornos estelares, éstos fueron encontrados en el espacio
aparentemente vacío existente entre las estrellas. En 1904, se descubrió el calcio
ionizado (Ca+, átomos de calcio a los que les falta un electrón). Este hallazgo se produjo
en aquel tiempo con observaciones espectroscópicas de la “estrella delta” de la
constelación de Orión. Poco después fueron descubiertos en el espacio interestelar calcio
atómico, Ca, potasio atómico, K, y titanio ionizado, Ti+, lo que indujo a pensar también
en la existencia de “especies químicas” de varios átomos, resultado de la formación de
enlaces químicos entre los átomos, la cual se confirmó entre 1937 y 1942 con el
descubrimiento de las “especies químicas” CH, CH+ y CN. Estas especies, al igual que
otras muchas cuya existencia es conocida actualmente en el medio interestelar, solo
pueden generarse en los laboratorios de nuestro planeta durante breves periodos de
tiempo y empleando condiciones muy energéticas como las originadas en descargas
eléctricas o mediante radiación de alta energía. Además son muy reactivas e inestables
desde la perspectiva terrestre y solo pueden existir en las especiales condiciones físicas
reinantes en el “medio interestelar· (MIE). Había nacido la “química interestelar”.
Recordemos el “espectro electromagnético”, con sus correspondientes “frecuencias” y
“longitudes de onda”:

No debe extrañarnos que estos primeros descubrimientos se realizaran en el intervalo


visible del espectro. El aire de nuestra atmósfera absorbe la mayoría de las ondas
electromagnéticas procedentes del espacio y solo deja pasar una parte de las
infrarrojas, las visibles y casi todas las ondas de radio:
Las ventanas de la atmósfera

Hasta 1931, hacer astronomía significaba estudiar objetos visibles en el cielo nocturno,
bien a ojo desnudo o mediante los adecuados sistemas ópticos y aún hoy día mucha
gente sigue haciendo esa asociación. Sin embargo, desde esa fecha y gracias al ingeniero
estadounidense Kart Jansky, se dio el punto de inflexión que iluminaba otra forma de
explorar el universo más allá de nuestra atmósfera desde la superficie terrestre:
estudiar las ondas de radio que nos llegan desde el cosmos. Sin saberlo ni pretenderlo,
Jansky se iba a convertir en un imitador de Galileo, pues se puede establecer un cierto
paralelismo entre el paso de la “observación a ojo” hasta la “observación con
telescopio” introducida por el italiano y, posteriormente, el paso de la “astronomía
óptica” a la “radioastronomía” propiciada por el norteamericano. Rastreando el
espacio, al azar, descubrió un potente emisor de ondas de radio, precisamente en la
región de Sagitario, a la que no se tiene acceso visual por la interposición de espesas
nubes de polvo que no dejan pasar la radiación visible, pero que se mostraban
transparentes a las ondas de radio.
Centro de nuestra galaxia, oculto por nubes de gas, en la región de Sagitario

Los radiotelescopios permitieron detectar y medir desde la superficie de la Tierra las


radiaciones emitidas por las moléculas existentes en el medio interestelar (MIE), en la
banda de radio y microondas, con lo que el inventario de especies químicas espaciales
creció espectacularmente y no ha dejado de hacerlo hasta nuestros días. Si tenemos en
cuenta el creciente número de “telescopios espaciales” capaces de detectar luz en todas
las regiones del espectro electromagnético el número es todavía mayor.
En 1963 se detectó la señal del hidroxilo, OH. En 1968 fueron detectadas señales
procedentes de moléculas de amoniaco, NH3, y del agua, H2O. En 1969 les siguió la
señal del formaldehído, H2CO. En 1971 fueron las del monóxido de carbono, CO, el ión
formilo, HCO+, el cianuro de hidrógeno, HCN, el ácido fórmico, HCOOH, el
cianoacetileno, HC3N, y el metanol, CH3OH. Descubrimientos todos ellos posibles
gracias al desarrollo de la espectroscopia molecular.
El veterano radiotelescopio de Arecibo fue durante mucho tiempo el mayor del mundo

La espectroscopía nos ha permitido descubrir la existencia de moléculas en fase gaseosa


y de especies químicas en fase sólida (polvo) en el medio interestelar (MIE). Su
asociación con el “radiotelescopio” nos ha revelado las moléculas que constituyen el
“gas”, mientras que la “espectroscopía infrarroja” nos ha permitido desvelar la
composición del “polvo”.
Al igual que ocurre con los átomos, la energía interna de una determinada molécula
también está cuantizada, es decir, solo adquirir ciertos valores discontinuos, bien
definidos y predeterminados, propios de la molécula y que la caracterizan
inequívocamente, como si fuera su huella dactilar o su código de barras.
Las moléculas pueden almacenar (o perder) energía interna a través de tres
mecanismos fundamentales:
1. Como ocurre con los átomos, pueden “excitar electrones desde niveles de menor energía
hasta niveles más energéticos” (se dan diferencias de energía situadas en la banda de la
radiación visible o ultravioleta). Cada molécula posee un conjunto de “niveles de
energía electrónicos” que la caracteriza.
2. Pueden pasar de “modos de vibración de menor energía” a “modos de mayor energía”,
con diferencias de energéticas situadas en la banda infrarroja (IR). Al igual que en el
caso anterior, cada molécula posee un conjunto de “niveles de energía vibracional” que
la caracteriza.
3. Pueden pasar de “modos de rotación de menor energía” a “otros de mayor energía”,
con diferencias energéticas situadas en las bandas de radio y microondas. Cada
molécula posee un conjunto de “niveles de energía rotacional” característico.

En la región ultravioleta (UV), los “espectros moleculares se presentan en forma de


bandas” muy anchas que pueden abarcar una amplia gama de frecuencias, con lo que
se diferencian claramente de los “espectros de línea” característicos de la absorción
atómica. Esto se debe a que cada cambio en el nivel electrónico de la molécula va
acompañado de multitud de cambios en sus “niveles vibracionales y rotacionales”, con
lo que se obtiene una serie de líneas apretadas que, a menos que se utilice un
instrumento de muy alta resolución, dan lugar a un conjunto de amplias bandas
características de este tipo de espectros, por lo que su interpretación es bastante
compleja (ver esquema en la siguiente figura).
A su vez, los cambios en la “energía de vibración” van siempre acompañados de
cambios en la “energía de rotación”, por lo que los espectros vibracionales suelen
denominarse de “vibración-rotación”. Por tanto, cuando la absorción de energía se
produce en la región infrarroja, IR (espectro de vibración-rotación), las bandas son
mucho más estrechas, abarcando un menor intervalo de frecuencias.
Niveles energéticos moleculares

Las moléculas tienen, para cada estado electrónico, un cierto número de “estados de
vibración” posibles. Además para cada estado de vibración pueden existir una serie de
“valores de energía rotacional”. Tenemos:
A = Estado electrónico fundamental.
B = Estado electrónico excitado.
Para cada uno de los estados electrónicos A y B existen una serie de subniveles o
números cuánticos vibracionales, V = 0, 1, 2, 3, 4 … y en cada uno de ellos, a su vez, son
posibles varios “subniveles de rotación”, R = 0, 1, 2, 3, 4, …

El estudio de las moléculas que constituyen el medio interestelar, MIE, recae


fundamentalmente en las regiones de ondas de radio, microondas, submilimétricas (En
las longitudes de onda, este rango corresponde a 0.35 mm en el infrarrojo hasta 1.00
mm en las microondas) e infrarrojo. Esto se debe a que gran parte de la materia
interestelar existe en forma de nubes densas de gas y polvo, que bloquean por completo
la radiación visible. Sin embargo, la radiación infrarroja y las de mayor longitud de
onda atraviesan estas regiones sin dificultad. Por otra parte, en el MIE, la cantidad de
energía disponible es extraordinariamente pequeña, pues las temperaturas suelen ser
inferiores a los -200º C, y por esa razón las “transiciones” que con más frecuencia se
dan son las rotacionales o como mucho las vibracionales. La espectroscopia ultravioleta
solo es adecuada en las regiones del MIE cercanas a estrellas calientes donde existe una
mayor cantidad de energía.
Veamos en el siguiente cuadro las distintas regiones del espectro electromagnético
implicadas en la identificación de sustancias químicas en el MIE (las longitudes de onda
vienen expresadas en nanómetros, nm):

Regiones del espectro electromagnético

La radiastronomía solo es capaz de identificar especies químicas que se encuentren en


fase gaseosa, mediante observaciones de radio, microondas y submilimétricas. Las
observaciones en el infrarrojo sirven para identificar tanto en estado gaseoso como en
estado sólido, pero dada la limitada capacidad de resolución de los espectroscopios
astronómicos hace que su empleo se limite al estudio de los sólidos (hielo y polvo).
La importancia del MIE radica no solo en ser una reserva de materia para la formación
de estrellas, sino porque allí ocurren fenómenos astronómicos muy importantes que
suceden en aquellas regiones donde se acumula materia por encima del
desoladoramente bajo “valor medio de un átomo por centímetro cúbico del universo”.
Para poder comparar recuérdese que la atmósfera terrestre al nivel del mar tiene una
densidad de 10 elevado a 19 moléculas por centímetro cúbico; la densidad del agua es
de 3x10 elevado a 22 moléculas por centímetro cúbico, mientras que las “nubes
moleculares densas” poseen densidades de 10 elevado a 4 especies químicas por
centímetro cúbico. Es en estas nubes moleculares densas donde se disparan los procesos
de formación de estrellas, cuando la densidad es un millón de veces superior a la media
del cosmos (es decir, 10 elevado a 6 especies químicas por centímetro cúbico).
Si se tienen en cuenta todos los isotopólogos (moléculas que solo difieren en su
composición isotópica) e isotopómeros (especies que tienen el mismo número de átomos
de cada isótopo y que solo difieren en la colocación de los mismos) el número de
compuestos detectados en el MIE se eleva a 230. Aunque esta cifra pueda no parecer
excesiva, si tenemos en cuenta los millones de sustancias químicas conocidas en la
Tierra, es realmente un número importante si pensamos en las dificultades para
detectarlas e identificarlas y sobre todo en explicar el mecanismo que las originan. De
todas estas moléculas unas cincuenta han sido encontradas en cometas.
Si consideramos el número de átomos que intervienen en cada molécula encontrada se
puede formar la siguiente tabla:

Quien posea un ligero conocimiento de química podrá comprobar lo exótico de alguna


especies, que no podrían existir en las condiciones físico-químicas que se dan en nuestro
planeta, pues resultan extremadamente inestables. Por el contrario las bajas densidades
y temperaturas existentes en el MIE facilitan su estabilidad y provocan su existencia.
Aproximadamente la mitad de las sustancias químicas descubiertas son comunes o de
fácil síntesis en nuestro planeta, como el agua, H2O, amoniaco, NH3, metano, CH4,
formaldehído, CH2O, y alcoholes sencillos como el metanol, CH3OH, o el etanol,
CH3CH2OH. La otra mitad consiste en un brebaje extraño de especies exóticas donde
también existen moléculas con elementos del tercer periodo como aluminio, Al, silicio,
Si, fósforo, P, y azufre, S.
El estado de plasma habitual en el medio interestelar y la alta reactividad que ello
conlleva explica la existencia de especies químicas tan raras. Para reproducir algunas
reacciones que en los plasmas se suceden de forma espontánea, se requerirían en el
laboratorio hornos a temperaturas de varios miles de grados y mucho tiempo.
Hablamos de la fragmentación de una molécula. Esto puede ocurrir de varias formas,
como por ejemplo, debido a la radiación ultravioleta o al impacto de rayos cósmicos
que poseen energía suficiente para romper los enlaces químicos. Ello hace de este
ambiente un medio muy excitado desde el punto de vista químico, sin los problemas
asociados a las altas temperaturas, donde continuamente se están generando radicales.
Los “radicales libres” son átomos o agrupaciones de átomos que no llegan a formar una
molécula completa y son extraordinariamente reactivos químicamente, ya que tienden
a agruparse para formar compuestos estables. Por tanto, los radicales son esenciales en
las reacciones químicas que tienen lugar en los plasmas.
Recientemente se ha celebrado en Toledo el Simposio “The molecular Universe”,
centrado en la Astroquímica. Al plantear cuál era la mayor sorpresa que se habían
llevado los investigadores en la última década en los distintos campos que estudian el
universo molecular, la mayor parte (si no todos) coincidía en una cosa: lo increíble de
la existencia de aniones en el medio interestelar.
Un “anión” es un ión negativo (un átomo o molécula cargado negativamente). El motivo
por el cual resulta sorprendente que existan es porque las moléculas están expuestas al
impacto de los rayos cósmicos. De estos impactos, el resultado más común es la pérdida,
por parte del átomo, del electrón más superficial, dejando al átomo cargado
positivamente. Por tanto, dado que la química en las nubes frías empieza por la
formación de iones positivos, lo habitual y esperado sería encontrar grandes cantidades
de moléculas cargadas positivamente. Sin embargo, se ha encontrado una gran
abundancia de aniones en las regiones interestelares, es decir, moléculas con un electrón
extra. Esto ha revolucionado las teorías existentes hasta el momento, que han debido
adaptarse a los nuevos datos. Los experimentos en laboratorio serán fundamentales
para determinar qué debemos buscar, a qué se debe la existencia de aniones y por qué
hay tantos.

Parece que existen señales de “cadenas de carbono aniónicas”, C7-, y “fullerenos”, C60,
o fullerenos esféricos. Se piensa que la mayoría del carbono interestelar podría existir
en forma de “hidrocarburos aromáticos policíclicos” (PAHs), o como mezcla de ellos y
que podrían desempeñar un importante papel como catalizadores de la química estelar.
Hidrocarburos aromáticos policíclicos (PAHs)

La larga lista de moléculas detectadas supone una ardua tarea de demostrar


teóricamente y también en la práctica como se generan en entornos tan hostiles
comparados con los terrestres. Entornos que no son nada fáciles de reproducir en el
laboratorio terrestre, aunque con toda seguridad los raros seamos nosotros y no el resto
del cosmos. Aunque las extraordinariamente bajas temperaturas del MIE pueden
oscilar entre -268º C y -180º C son asequibles para reproducirlas con la tecnología
actual, en cambio las densidades de los gases que existen en este ambiente espacial (entre
10 elevado a 3 y 10 elevado a 6 átomos por cada centímetro cúbico) supone conseguir
vacíos casi absolutos y con la tecnología actual es muy difícil conseguirlo, ya que con las
condiciones experimentales más extremas solo se consiguen densidades que rondan 10
elevado a 6 moléculas por centímetro cúbico.

Aunque el MIE está constituido por un 99 % de sustancias gaseosas, no debemos olvidar


el 1 % restante, que correspondería al denominado POLVO INTERESTELAR o
PIE. A pesar de su exigua presencia desempeña papeles fundamentales en la química
del espacio interestelar. El análisis infrarrojo de las nubes interestelares ricas en polvo
sugiere que está constituido por silicatos, carbono amorfo (sin cristalizar), grafito,
carburo de silicio, SiC, y diversos óxidos metálicos. También parece encontrarse en su
composición diversos “hidrocarburos aromáticos policíclicos” (PAHs), así como
compuestos más exóticos como “fullerenos”.
Fullerenos

Los granos de polvo poseen dimensiones inferiores a la milésima parte de un milímetro


y junto al gas podrían considerarse algo muy parecido al humo, Su naturaleza no
cristalina, amorfa, se debe a las condiciones físicas extremas en que se forma. Muchas
de las moléculas descubiertas en el medio interestelar deben su existencia al PIE, el cual
las cobija y las protege de la radiación ultravioleta de las estrellas.
Otra fuente de información sobre estos granos de PIE la constituye el estudio de los
granos de polvo de nuestro sistema solar recogidas en misiones como Giotto, Apolo,
Stardust.
A pesar de las duras restricciones, la química en el MIE cuenta con poderosos aliados
que hacen posible la existencia de las especies químicas detectadas hasta el momento.
Se trata de la radiación electromagnética, los rayos cósmicos y el polvo interestelar, que
en una escala cósmica de miles de millones de años hacen posible lo que es
extraordinariamente difícil.

Las reacciones químicas en el MIE pueden ocurrir entre especies en estado gaseoso o
sobre granos de polvo. Aunque parece que la mayoría de las conocidas se dan en fase
gaseosa, sin considerar al “polvo” cósmico no se puede justificar el hecho de que la
molécula más abundante del MIE sea el H2. La reacción solo es posible, por
consideraciones de física cuántica, si consideramos dos átomos de H que por separado
se adhieren (en un fenómeno llamado de adsorción) a la superficie de un grano de polvo.
Una vez ha ocurrido este fenómeno y empleando intervalos muy dilatados de tiempo
cósmico, los átomos pueden difundirse, desplazarse sobre la superficie sólida, llegar a
encontrarse y reaccionar. Como esta reacción es exotérmica, el exceso de energía se
transmite al propio grano. Tras esto y dada la baja masa de la molécula formada, esta
pasa a su estado gaseoso en el MIE, pues la enorme escala del tiempo cósmico hace el
resto.
Grano de polvo

Dada la bajísima densidad en el ambiente en el que nos situamos, este mecanismo podría
ser también el que justifica la existencia de otras muchas especies químicas encontradas
en el MIE, donde el grano de polvo actúa como “catalizador” de estas reacciones. Si
bien, para despegar la molécula hay que contar con la intervención de fuentes de
energía adicionales como la luz, la radiación infrarroja o el choque de otras especies
químicas contra el grano. Por ejemplo, la adsorción simultánea de átomos de H, O y N
sobre la superficie de granos de polvo puede conducir a la formación de agua, H2O, y
amoniaco, NH3, que generarían un manto helado tal como han puesto de manifiesto las
observaciones espectrográficas del satélite de infrarrojos “ISO”. Por otro lado, el
monóxido de carbono, CO, es la cuarta especie química más abundante en el MIE tras
H, He y H2. La “adsorción” de éste sobre la superficie de granos de polvo
proporcionaría una fuente de carbono para iniciar la síntesis de sustancias orgánicas,
que se irían “hidrogenando” a través de sucesivas reacciones con el H también
adsorbido. De esta manera la superficie de los granos de polvo se convierte en un fértil
terreno de síntesis química:

1. CO + H  HCO
2. HCO + H  H2CO
3. H2CO + H H3CO
4. H3CO + H  CH3OH

Este mecanismo discurre a través de la formación de formaldehído, H3CO, y conduce


a la formación de un alcohol como el metanol, CH3OH, cuyo posterior desprendimiento
justificaría las grandes cantidades de alcohol detectadas en la fase gaseosa del MIE.

Las NUBES DIFUSAS, de baja densidad, tienen como principales ingredientes al


“hidrógeno atómico”, H, “hidrógeno molecular”, H2, helio, He, y en cantidades muy
inferiores a los átomos de carbono, C, nitrógeno, N, y oxígeno, O. Estas nubes se hallan
penetradas por fotones de “radiación electromagnética ultravioleta” procedentes de
estrellas cercanas, así como por “rayos cósmicos”. La “radiación ultravioleta” es la
responsable de la ionización de los átomos de carbono ( de C a C+). Los “rayos
cósmicos”, con gran capacidad de penetración, justifican la ionización de H, H2, y He
(dando H+, H2+ y He+). Los procesos químicos en las “nubes difusas” se inician con la
ionización (pérdida de electrones) de los átomos de H, He y C, causadas por fotones de
radiación ultravioleta y por rayos cósmicos. Los primeros iones van reaccionando entre
sí y con las nuevas especies obtenidas en una compleja red de reacciones que dan como
resultado las moléculas halladas en las mismas.

Las NUBES DENSAS, puesto que contienen gran cantidad de polvo, resultan opacas a
la “radiación ultravioleta”, por lo que los procesos que suele activar la misma son
despreciables. Aquí la única fuente de energía disponible con capacidad de penetración
son los rayos cósmicos. Al igual que en las “nubes difusas” los principales componentes
son H, H2 y He que se ionizan dando H+, H2+ y He+. El siguiente paso es la reacción
entre estos iones primigenios y otras especies para producir cationes altamente
reactivos, siendo el H3+ el más importante, que resulta de la reacción del H2+ con el
hidrógeno molecular H2:
H2+ + H2  H3+ + H
Los iones H3+ tienden a reaccionar con otras moléculas conduciendo finalmente a otras
especies hidrogenadas, como puede verse en el cuadro siguiente:
Química en las "nubes densas"

El H3+ puede reaccionar con otros átomos neutros y es el precursor de gran parte de la
química interestelar en fase gaseosa en las “nubes densas”. En estas nubes nos
encontramos con tres grupos de sustancias: las compuestas por C y H (hidrocarburos),
las que además incorporan O (oxigenadas) y las que incluyen al N (en general
denominadas nitrogenadas). Todas tienen un progenitor común, el ión CH3, aunque se
originan a través de diferentes mecanismos de reacción. La generación de
“hidrocarburos” tiene su origen en la reacción entre el CH3 y el H2. A continuación se
van agregando más átomos de C que conducen a la formación de hidrocarburos cada
vez más grandes. Y así sucesivamente. A partir de los iones primigenios se inicia una
cascada de reacciones entre estos y las demás especies sencillas presentes en la nube
para originar la gran variedad de compuestos moleculares detectados en estos
ambientes interestelares.
Mientras que los “hidrocarburos” parecen generarse abundantemente ya desde el inicio
de la formación de las “nubes moleculares densas”, las sustancias nitrogenadas parecen
ser más tardías, por lo que la relación entre cantidades de ambos compuestos detectadas
en una nube puede emplearse como “cronómetro químico” para medir su edad.

Existen muchas señales espectroscópicas que nos llegan del espacio que están
pendientes de designación, porque podrían pertenecer a especies químicas
desconocidas, solo existentes en las condiciones especiales del MIE. Por ello se intenta
reproducir en el laboratorio las condiciones extremas del espacio, con las enormes
dificultades que ello conlleva, y se trata de sintetizar las especies químicas que resulta
plausible su existencia, hallar después sus correspondientes espectros y finalmente
compararlos con los de las señales desconocidas que se han detectado. En muchas
ocasiones las sustancias exóticas sintetizadas en laboratorio son tan inestables que se
suele acudir a la “simulación en potentes ordenadores” y obtener allí los
correspondientes espectros teóricos, mediante complejos programas de ordenador
basados en la mecánica cuántica.

Otro de los avances recientes se ha conseguido en el estudio de la “química que ocurre


sobre las superficies” (llamada “química heterogénea” por participar sólidos y gases)
en las que estas últimas actúan como catalizadores de las reacciones. Por ejemplo, se ha
intentado reconstruir en laboratorio la química que tiene lugar sobre los granos de
polvo, habiendo dirigido inicialmente los estudios a la obtención de hidrógeno
molecular, H2, que es la molécula más simple y abundante que existe en las nubes
interestelares, pues, como ya hemos visto, su formación no puede ocurrir en fase
gaseosa. Así, en 1997, reconstruyendo en lo posible las condiciones interestelares, en un
vacío ultra alto (pero que era todavía algo más densa que los vacíos interestelares) se
disparó un chorro de átomos de H sobre una superficie de olivino (enfriada entre 5-15
K). Este mineral se asemeja mucho al de los granos de polvo interestelar y tal como
predecía la teoría algunos de los átomos quedaban retenidos en la superficie y
posteriormente se desprendían como moléculas de hidrógeno, H2.
La gran diferencia entre los procesos heterogéneos que se mimetizan en el laboratorio
y los que ocurren en el MIE es que en el primer caso se emplean superficies continuas,
mientras que en el segundo éstas son granulosas.
España tiene una larga trayectoria en este campo, con un papel relevante en el análisis
e interpretación de los datos obtenidos con diversos instrumentos. El equipo de José
Cernicharo, del Centro de Astrobiología (INTA-CSIC) de Madrid, ha participado en el
descubrimiento del veinticinco por ciento de todas las especies químicas halladas hasta
el momento en el espacio.
El hecho de contar con instrumentación científica de alta tecnología ha sido
fundamental. El telescopio espacial de infrarrojos Spitzer de la NASA; los
radiotelescopios IRAM, en Granada y Plateau de Bure (Francia); el Observatorio
Espacial Infrarrojo ISO; la misión espacial SWAS, Satélite Astronómico de Ondas
Submilimétricas; el Observatorio Estratosférico de Astronomía Infrarroja SOFIA, que
es un “avión 747” con un telescopio a bordo casi tan grande como el Telescopio Espacial
Herschel; todos ellos han sido fundamentales para comenzar a obtener datos . El nuevo
Observatorio Espacial Herschel ha abierto una de las últimas fronteras del espectro
electromagnético a las observaciones en longitudes de onda del infrarrojo lejano (el
infrarrojo lejano es el tipo de radiación electromagnética del
espectro infrarrojo que cuenta con longitudes de onda más largas. Se encuentra
situado entre el infrarrojo medio y las ondas de radio). Por otro lado la comunidad
astronómica está expectante ante la puesta en marcha de nueva instrumentación, como
ocurre con el nuevo gran radiotelescopio ALMA en Chile, que será el complejo
radioastronómico mayor del mundo y que constará de alrededor de 60 antenas de 30
m. de diámetro, que trabajarán conjuntamente, mediante interferometría, antenas que
son móviles y transportables por lo que podrán adoptar diferentes configuraciones.

Recreación del radiotelescopio ALMA

También está previsto para los próximos años, (2018-20), el lanzamiento del
granTelescopio Espacial de Infrarrojos James Webb, telescopio de 6´5 m. de diámetro
con el que se podrán medir las características de las grandes moléculas.
Para la elaboración de esta entrada se han utilizado los múltiples artículos de Luis
Lahuerta Zamora en la revista de “AstronomíA”; también el trabajo de Natalia Ruiz
Zelmanovich en la misma revista, así como los libros “La odisea de la materia” de Luis
Lahuerta y “Plasma:el cuarto estado de la materia” de las investigadoras Teresa de los
Arcos e Isabel Tanarro.

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