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Metáforas y Ciencia
Guiomar E. Ciapuscio (Facultad de Filosofía y Letras, UBA – CONICET)
No es en absoluto extraño encontrar metáforas tanto en los textos que comunican temas
científicos como en aquellos que los explican; sin embargo, su empleo en este ámbito
discursivo sigue siendo un tema polémico que, incluso, da lugar a advertencias y
recomendaciones precautorias respecto de sus límites y de sus riesgos (una muestra
nítida la ofrece el reciente artículo titulado “La física del tiempo”, Ciencia Hoy 12, Nro.
71, 2002). Por eso, tal vez valga la pena exponer y analizar algunas líneas de reflexión y
algunas ideas sobre el tema propuestas por la retórica y la lingüística, como también
recordar las posiciones críticas – y muchas veces enconadas – que han sostenido
importantes científicos, desde el nacimiento de la ciencia moderna hasta nuestros días,
respecto de su empleo para la comunicación en ese ámbito.
La metáfora, junto con el resto de las llamadas figuras del lenguaje, ha sido un recurso
tradicionalmente rechazado no solo por los científicos sino también por la literatura
normativa sobre el discurso y los textos de la ciencia. En años recientes, sin embargo, la
actitud hacia la metáfora ha cambiado de manera sustantiva, debido a distintos factores,
entre ellos las nuevas concepciones epistemológicas sobre el quehacer científico, la
influencia de la historia y la sociología de la ciencia y los estudios sobre la retórica
científica. Quisiera mostrar aquí que este cambio apreciativo respecto de la metáfora se
correlaciona con los nuevos modelos y reflexiones de la lingüística cognitiva sobre el
pensamiento metafórico, que han redefinido y revalorizado el recurso. Las dificultades en
aceptar la metáfora como un recurso legítimo de cognición se deben a dos motivos: por
un lado, a un modo inadecuado de entenderla, por el otro lado, a una noción de
racionalidad y objetividad idealizadas respecto de nuestros procesos de conocimiento.
Los modos en que ha sido conceptualizada la metáfora en las distintas corrientes
filosófico-lingüísticas están indisolublemente ligados a cómo se han interpretado los
procesos del conocer humano.
Dado que la literatura especializada sobre el tema es muy amplia y dadas las restricciones
de espacio de un artículo, la presentación de las líneas de reflexión relevantes para mi
propósito es necesariamente parcial y sintética.
El convencimiento de base en esta tradición es que el mundo está constituido por objetos
que poseen propiedades inherentes e independientes de las personas que interactúan con
ellos; comprendemos y conocemos el mundo en virtud de categorías y conceptos que se
corresponden con esas propiedades inherentes de los objetos. Las palabras de las lenguas
naturales tienen significados fijos que reflejan las categorías y los conceptos mediante los
cuales pensamos; de allí que sea posible – si se evita el lenguaje figurado y las metáforas
– comunicar y hablar objetivamente. Las metáforas y los juegos del lenguaje no tienen
claridad de significado y no se ajustan estrictamente a la realidad.
En general, los científicos de ese tiempo compartían una desconfianza visceral hacia la
capacidad de las lenguas naturales de transmitir fielmente los contenidos científicos. Esa
desconfianza se tradujo en dos actitudes básicas para afrontar el problema: por un lado,
hubo propuestas para crear una lengua nueva y distinta para la ciencia; por el otro, la
visón más moderada propuso una adaptación, un estilo distinto en las lenguas naturales
para la expresión de temas científicos.
La primera actitud fue asumida por voces influyentes como el obispo Wilkins e Isaac
Newton, entre otros; estos autores propusieron la creación de una lengua distinta para la
ciencia, de carácter universal, independiente de las lenguas naturales, en la que las
palabras y las cosas serían congruentes. Estas iniciativas – por lo menos, desopilantes -
fueron ridiculizadas por Jonathan Swift en Los viajes de Gulliver: en esta obra los
profesores de la gran Academia de Lagado trabajan en un plan para abolir por completo
las palabras y propugnan la comunicación por medio de las cosas, que se cargan como
fardos en las espaldas. Y así dice uno de los pasajes más divertidos:
durante una hora; y luego, meter los utensilios, ayudarse mutuamente a reasumir
la carga y despedirse.” (Los viajes de Gulliver, Tomo II, cap. V).
La segunda opción, más “realista”, se concentró en la lucha por el llamado “estilo lineal”
(plain style), caracterizado por la imagen de la “transparencia” que expresa la poderosa
dicotomía de base metafórica perspicuitas vs. obscuritas (transparencia vs. oscuridad). El
estilo lineal se define por características como la precisión, la objetividad, la claridad, la
ausencia de subjetividad y de todo elemento emocional. Joseph Gusfield ha ilustrado
certeramente el estilo lineal mediante la metáfora de la vitrina: la lengua científica
debería ser como una vitrina, que deja ver con absoluta claridad los objetos que se
exhiben.
La concepción clásica dominante sobre el discurso científico desde el siglo XVII hasta
avanzado el siglo XX, en el sentido de que el instrumento lingüístico constituiría un
obstáculo, fue cuestionada y superada desde hace al menos tres décadas. Actualmente se
acepta que la ciencia es una actividad social, inserta en la comunidad en que se desarrolla
y por ende sometida a condicionamientos e influencias de la misma. Este cambio
epistemológico de base, no sin razón, fue llevado a cabo junto con una modificación
sustancial de las ideas acerca de la lengua y los textos de la ciencia, modificación en la
que han tenido un papel relevante los estudios lingüísticos sobre el discurso científico.
Que la ciencia se hace con metáforas puede demostrarse de manera contundente incluso
si nos limitamos a examinar un microfenómeno del discurso científico como las
terminologías científicas, que suelen ser metáforas “endurecidas” de uso tan corriente y
estandarizado que su origen metafórico se ha perdido; lo muestran ejemplos como célula
(término derivado de “celda”, por la similitud que a la luz del microscopio mostraba el
elemento con las celdas de los monjes); onda de luz/magnética/radioeléctrica (por
analogía con las ondas que se producen en las superficies líquidas); fuerza,
originariamente “vigor”, “robustez”, palabra adoptada y precisada semánticamente en
distintas disciplinas de manera particular; por ejemplo, en física, como cualquier acción o
influencia que modifica el estado de reposo o de movimiento de un objeto.
A partir del reconocimiento de estos hechos, recientes estudios sobre la retórica del
discurso científico - en consonancia con la línea de pensamiento representada con vigor
en lingüística por la concepción experiencial - se han explayado sobre el valor heurístico
de las metáforas en la investigación y solución de problemas. Evidentemente, las
ficciones analógicas pueden ser útiles a los científicos para conceptualizar y dar cuenta de
relaciones entre fenómenos en términos nuevos; como lo demuestra profusamente la
historia de la ciencia, el instrumento metafórico evoca asociaciones familiares que
permiten focalizar percepciones de manera técnicamente legítima y heurísticamente fértil.
Estudios centrados en la retórica de la ciencia han destacado su papel en los estadios muy
iniciales de la investigación, funcionando a modo de destellos disparadores de nuevas
vías de pensamiento (si se me permite la metáfora). Pero incluso desde el campo
científico mismo la valoración de la metáfora está experimentando cambios sustanciales.
Por último, cabe decir que existen metáforas especialmente productivas: me refiero a
metáforas creativas concebidas por el especialista para solucionar o producir nuevos
enfoques sobre problemas de su disciplina, metáforas que han sido llamadas heurísticas,
que pueden circular en otros ámbitos menos especializados de la comunicación científica.
Su potencialidad cognitivo-comunicativa les provee multifuncionalidad, es decir, sirven a
distintos propósitos según sus destinatarios y contextos de empleo; permiten la
construcción de interpretaciones y conceptualizaciones adecuadas por parte de distinto
tipo de audiencias.
Lecturas sugeridas
Dawkins, Richard (2000) Destejiendo el arco iris. Ciencia, ilusión y el deseo de asombro,
Tusquets Editores, Barcelona.
Kay, Lily (1999) In the Beginning Was the Word? The Genetic Code and the Book of
Life en: The Science Studies Reader, M. Biagioli (ed.), New York/London, Routledge:
224-233.