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Doña Refugio trabajaba en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Era acomodadora, es decir, se
encargaba de conducir a los asistentes hasta sus lugares alumbrando el camino con una linterna. Había
quedado viuda desde muy joven, antes de tener hijos. Su esposo Raymundo falleció en un accidente de
tranvía y ella nunca quiso volver a casarse. Su vida era bastante triste: de la casa al trabajo, del trabajo a la
casa, con pocas amistades, escasos paseos y una rutina igual de aburrida a lo largo de los años.
Sin embargo, algo la alegraba de tarde en tarde: su afición al cine. Su actriz favorita era la célebre Angelina
Mendoza, había visto todas sus películas de amor, intriga y aventuras e incluso se sabía algunos diálogos de
memoria. Siempre había anhelado conocerla y decirle cuánto la admiraba. Por eso se alegró mucho al saber
que la actriz se presentaría muy pronto en una función del Palacio de Bellas Artes, como protagonista de la
obra Claveles para la cena. Pensó en visitarla en su camerino y ofrecerle un obsequio: el par de aretes que
Raymundo le había regalado hacía años, cuando se conocieron. No eran costosos, valían unos cuantos
pesos pero le recordaban la parte más feliz de su vida.
Cuando Angelina Mendoza apareció en escena la noche del estreno el público le aplaudió por dos minutos.
Lucía más hermosa que nunca, con un vestido antiguo y un par de aretes con grandes esmeraldas cuyos
destellos se reflejaban en todo el teatro. Su actuación fue extraordinaria y, cuando la obra terminó, se retiró a
descansar un momento en el camerino. Doña Refugio se atrevió a tocar la puerta, un poco nerviosa porque
iba a encontrarse con su admirada estrella. “¡Adelante!” respondió ésta desde adentro. Doña Refugio entró,
saludó a la actriz y le explicó: “Me atreví a visitarla para darle las gracias por todas las tardes que me ha
hecho feliz con sus películas. Las he visto varias veces, me han hecho llorar, soñar y divertirme. Mi vida ha
sido mejor gracias a ellas y por eso le traigo este obsequio” le dijo antes de presentarle los aretes y explicarle
por qué eran tan valiosos. Angelina Mendoza quedó callada un instante mirando el regalo. “Lo que usted
viene a contarme —le dijo a Doña Refugio— me hace saber que mi carrera ha valido la pena. Sus palabras y
los aretes son el mejor trofeo que he recibido y soy yo quien debe agradecerle a usted”. Al instante se quitó
los aretes de esmeraldas y se los entregó a Doña Refugio: “Guárdelos en recuerdo de esta noche” le dijo
antes de abrirle a los periodistas que esperaban entrar a felicitarla.