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Cuando Muere Un Ser Querido

¿Qué ayuda podemos darle a una persona que se halla ante la


muerte, ya sea la suya inminente o la de algún ser querido?

Por David Albert

La muerte es algo muy real. Sucede a nuestro alrededor, y a


veces golpea muy cerca de nosotros. Y cuando esto sucede, a
la mayoría de nosotros nos toma totalmente desprevenidos.

Nuestra sociedad tiende a exaltar la juventud, la vida y la


energía, como queriendo negar la existencia de la vejez y la
muerte. Seguimos la vida como si pudiéramos hacer
desaparecer la muerte con no pensar en ella.

El dolor de la muerte frecuentemente viene acompañado de


amargura. Las personas se enojan contra Dios, contra sus
parientes, contra quienes pretenden consolarlas, incluso
contra el extinto.

Conozco a una viuda que exclamó, dirigiéndose a su esposo


fallecido:
_ ¿Cómo pudiste abandonarme en un momento así?
¿Qué hacer ante una explosión de ira irracional y mal dirigida
como aquella? ¿Qué se puede decir?
También hay sentimientos de culpa. “¿Por qué no dije esto o
aquello antes de que muriera Fulano?” O bien: “Si yo hubiera
hecho esto, o si no hubiera hecho aquello, tal vez Zutana no
habría muerto”.

Ayuda para los enlutados

Todos conocemos situaciones en que alguien dijo algo


totalmente inacertado y causó hondas heridas. Nadie quiere
acentuar el dolor de otra persona en un momento todo luto.
Por el contrario, deseamos ayudar de la mejor manera
posible. Pero las buenas intenciones no bastan. Debemos
saber qué hacer para ayudar.

A continuación enumeramos cuatro medidas prácticas que


nos ayudarán a prestar un verdadero servicio a otros cuando
más lo necesitan: Estar dispuesto a escuchar; dejar que
sientan lo que sienten; darles ayuda en cosas prácticas; y
aprender de ellos.

Es importante saber estas cuatro cosas, porque como amigos


o parientes tenemos un gran poder en ese momento, ya sea
para herir, ya para ayudar.

Muchas veces, al encontrarnos ante el dolor y la


consternación de otra persona, nos vemos en apuros para
decir algunas palabras apropiadas. Se nos olvida que lo que la
persona más necesita es alguien que la escuche.

Por tanto, cuando alguien se encuentra en una crisis ante la


muerte, lo primero que debemos estar dispuestos a hacer es
oírle. El solo hecho de escuchar suele ser de más ayuda que
cualquier otra cosa que digamos o hagamos.

Las siguientes palabras son la descripción que hizo una viuda


de los días y semanas que siguieron a la muerte de su
marido:

“Sola en la casa, anhelaba escuchar la voz de alguien por


teléfono. Miraba por la ventana pasar los automóviles,
ansiando que alguno detuviera la marcha, que se acercaran
pasos, que llegara alguna visita. Podía ser cualquiera. Yo
necesitaba hablar.

Pero si acaso venían y conversaban de cualquier tema salvo


el que ocupaba mi mente, entonces ansiaba que se fueran”.

Más que cualquier otra cosa, esta viuda anhelaba hablar con
alguien . . . con cualquiera que estuviera dispuesto a
escucharla.

1.- Estemos prontos a oír a las personas que están pasando


por tan dura prueba. Aprenderemos que las personas que
afrontan la muerte tienen mucho que decir, y que les urge
decirlo. Sienten emociones muy fuertes y a veces les parece
que van a enloquecer si no pueden confiarle a alguien lo que
les pasa. Necesitan hablar; necesitan que alguien les escuche.
¿Puede usted hacerlo? ¿Es capaz de mantener la boca cerrada
y los oídos abiertos” a veces no sabrá cómo responder ni qué
decir. Entonces no diga nada. El silencio encierra mucho de
emotivo y de hermoso. También lleva el mensaje; “Aquí
estoy. Te estoy acompañando. No sé qué decir, pero no me
iré; me quedaré a tu lado y haré por ti todo lo que pueda”.
Este mensaje se recordará cuando todas las palabras se
hayan olvidado.

2.- La segunda cosa que podemos hacer por alguien que está
sumido en el dolor y la consternación de la muerte es dejarle
sentir lo que está sintiendo. Esto es no tratar de disuadirlo de
sus sentimientos ni de obligarlo a sobreponerse a ellos. Si no
nos cuidamos, podemos decir cosas inaceptables como las
siguientes: “No debes sentirte así, querida”. “Tienes que ser
valiente”. “Anímate; todo se resolverá”. “No llore; hay que
dejar de llorar y seguir viviendo”.

Estos consejos generalmente cuando no pensamos en las


necesidades del otro sino en las nuestras. Son el producto de
nuestra incapacidad para hacer frente a los sentimientos de
congoja, nuestra incomodidad ante las lágrimas, nuestra
angustia ante el dolor ajeno.

No hay que decirle a la persona afligida que olvide su


aflicción; lo que necesita es expresarla. No hay que decirle
que domine sus lágrimas o deje de llorar; lo que necesita es
precisamente llorar.

Las investigaciones modernas en el campo de la pena y el


dolor han confirmado lo que la Biblia ya dijo hace siglos.
Veamos algo escrito por el apóstol Pablo en su carta a los
romanos: ”Gozaos con los que se gozan; llorad con los que
lloran” (Romanos 12:15).

¿Somos capaces de hacerlo? ¿De acompañar a otro en su


llanto en vez de instarlo a que deje las lágrimas?

Dejemos que la persona sienta y exprese todo lo que tiene


adentro : amargura, dolor, temor, culpa, tristeza. A nosotros
no nos hará daño oírlo, y al otro probablemente le beneficiará
más de lo que pueda decir.
No esperemos que sus palabras y pensamientos sean
racionales y lógicos. Comprendamos que la persona puede
cambiar de un día para otro y casi de una hora para otra. Las
cosas que hoy exclama en un momento de ira y confusión las
puede olvidar mañana, o puede decir lo contrario. El dolor
tiene su propia lógica, la cual sólo suele captarse con el
tiempo. Y requiere tiempo.

Una señora que acaba de perder a su hijito victima de una


enfermedad fulminante, dijo a quienes pretendían
tranquilizarla: - - ¡No me quiten mi dolor!

Algunos no comprenderán tales palabras, mas para ella eran


racionales. Su hijo acababa de morir. Ella tenía derecho a su
pena. Tenía que expresarla. Si hubiera intentado superarla y
reprimirla, habría actuado con violencia contra sus propios
sentimientos y aun contra su cuerpo.

Dejemos que las personas den rienda suelta a su dolor. No


pretendamos quitárselo. Que lloren y clamen y se duelan por
el muerto. Es sano y prudente hacerlo. Es algo que acelera el
proceso de recuperación, mientras que las emociones
reprimidas lo retardan y obstaculizan.

3.- La tercera sugerencia es tratar de ayudar en cosas


prácticas. En momentos de aflicción, a veces cometemos el
error de pensar solamente en las necesidades espirituales o
emocionales de la persona, olvidando las necesidades
materiales: cosas sencillas como el alimento, el transporte o
el pago de las cuentas.

En medio de unas crisis de la vida, ciertas tareas sencillas se


vuelven una carga, cosas como cuadrar las cuentas o
preparar la cena. Para la persona sumida en un gran dolor,
esas faenas cotidianas se vuelven tediosas, intrascendentes,
difíciles de cumplir. Sin embargo alguien tiene que cumplir
estas tareas que se presentan tan difíciles, si no imposibles,
para la persona enlutada.

¿Qué cosas prácticas podemos hacer por estas personas?


¡Hay una manera sencilla de averiguarlo! Sencillamente
preguntarles. “¿Necesitas algo?” “¿Hay algo que puedo
hacer?”

Sacar la ropa apropiada para el sepelio, o dar aviso a los


parientes son servicios que se necesitan y se agradecen en un
momento así.

Recordemos que la persona afectada ha recibido un severo


golpe, que le faltan energías para cumplir las tareas más
sencillas. Necesita tener alguien en quién apoyarse . . . a
veces en el sentido más literal. Ofrezcamos el apoyo que
podamos en este momento. Si la persona no logra indicar lo
que necesita ni es capaz de pedir nuestra ayuda,
preguntémonos: ¿Qué necesitaría yo si estuviera en su
situación? Luego averigüemos si se necesita ayuda en estas
cosas: “¿Quieres que me encargue de los niños? ¿Qué
conteste el teléfono?”

A veces, la necesidad salta a la visita: “Voy a preparar algo


para comer”. La persona debilitada y fatigada por el
quebranto y el dolor agradece mucho estos servicios.
Busquemos, pues, maneras prácticas de ayudar.

4.- Por último, hay algo que debemos hacer con y por las
personas que están afrontando la prueba más dura de la
vida: Debemos aprender de ellas.

Las personas que se hallan ante la realidad de la muerte


empiezan a tomar conciencia de su condición de mortal. Y
aunque la prueba sea dura, tal vez ellas estén más a tono con
la realidad que nosotros.

Reconozcamos que la muerte es parte inevitable de la vida.


La Biblia afirma claramente en Hebreos 9:27 que “está
establecido para los hombres que mueran una sola vez”.
Aunque no queramos aceptar el hecho, la verdad es que
todos moriremos algún día. Nadie vive para siempre en la
carne. Todos somos seres mortales, y las personas que están
viviendo esta realidad pueden ser grandes maestros si
nosotros estamos dispuestos a escuchar lo que tienen que
decirnos.
Las personas que han visto de cerca la muerte suelen ser más
sabias y estar más en contacto con las cosas realmente
importantes de la vida. Tenemos mucho que aprender de
tales experiencias . . . y de personas que han pasado por
ellas.

Nuevamente encontramos en la Biblia sabiduría y consejos


que nos servirán de guía en momentos de crisis.

Eclesiastés 7:2 nos instruye así: “Mejor es ir a la casa del luto


que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos
los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón”.
La “casa de luto” es aquella donde ha habido una muerte. La
“casa del banquete” es quizá una fiesta, un restaurante o un
salón de baile.

La Palabra de Dios dice que tenemos algo que aprender en la


casa de luto . . . algo referente a nuestra condición mortal,
nuestra fragilidad humana y la brevedad de la vida. Luego
añade: “Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza
del rostro se enmendará el corazón. El corazón de los sabios
está en la casa del luto; mas el corazón de los insensatos, en
la casa en que hay alegría” (versículos 3-4).

¿El dolor le ha enseñado a usted algunas cosas? ¿La aflicción?


¿La muerte? ¿Ha aprendido de otras personas que estaban
experimentando estas cosas?

Para muchos, las lecciones aprendidas en medio de


tribulaciones de vida o muerte han sido trascendentales, pues
han determinado un cambio permanente, para bien, en su
vida.

Comprendamos qué es la muerte

Ante la realidad de la muerte y la brevedad de la vida


humana, muchas personas comienzan por primera vez a
reflexionar profundamente sobre la vida, la muerte y la
posibilidad de una vida en el más allá.

Se plantean aquella misma pregunta que se hizo el patriarca


Job hace tantos años: “Si el hombre muriere, ¿volverá a
vivir?” (Job 14:14).

¿Cuál es la respuesta a esta antiquísima pregunta? La sabe


usted? ¿Es la vida humana todo lo que hay . . . o podemos
esperar algo en el más allá?

¿Sabe usted la respuesta que dio Job a esa pregunta? La


podemos leer en el mismo versículo 14: “Todos los días que
mi edad esperaré, hasta que venga mi liberación”.

Esta liberación, que se traduce como “mudanza” en la versión


de Torres-Amat, se refiere al cambio de carne a espíritu, de
vida humana pasajera a vida espiritual eterna. Esa era la
esperanza de Job.

En el versículo 15 dice: “Entonces llamarás, y yo te


responderé; tendrás afecto a la hechura de tus manos”.

¿Cuándo llamará Dios? ¿Cuándo le responderemos nosotros?


Según la Biblia, todo esto ocurrirá en la resurrección,
fenómeno que se menciona en muchos pasajes de las
Sagradas Escrituras.

En el Nuevo Testamento, I Corintios 15 se ha llamado “el


capítulo de la resurrección”. Allí también se habla de la
“mudanza” que Job esperaba. Veamos lo que el apóstol Pablo
dice en el versículo 50: “Pero esto digo, hermanos: que la
carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la
corrupción hereda la incorrupción”.
Es importante entender que “la carne y la sangre”, es decir lo
que somos ahora como humanos, no puede aspirar al reino
de Dios. Dios no dispuso que fuésemos inmortales en la
carne; este nunca fue su propósito ni su intención. Lo que sí
dispuso es que todos nos transformemos . . . y esta
transformación tiene que ver con la muerte inevitable de
nuestro cuerpo humano.

Cuando empezamos a vislumbrar la razón de la muerte y el


propósito que ésta encierra para Dios, comenzamos a captar
el verdadero propósito de la vida.

Todos amamos y valoramos la vida. Nuestra vida y la de


nuestros seres queridos son importantes y preciosas para
nosotros. Y deben serlo. Pero tenemos que comprender que
esta vida humana tan breve, tan frágil y mortal, que tanto
preciamos, no es la forma última ni la forma de vida más
excelsa. En el mejor de los casos, apenas si sugiere algo de
los planes maravillosos que Dios tiene para nuestro futuro.

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Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; Mas volverá a venir
con regocijo, trayendo sus gavillas.Salmos 126:6

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