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En prensa en Judith Podlubne y Martín Prieto (eds.): María Teresa Gramuglio, la exigencia crítica.

Quince ensayos. Rosario, Beatriz Viterbo Editora. PP. 155-166.

Realismos, los posibles de la crítica


Sandra Contreras

Iba a comenzar mi participación en este libro admitiendo que, si el tema es el


realismo, María Teresa Gramuglio será siempre la mejor alerta contra nuestras tendencias
expansivas, y heterodoxas; que siempre encontraremos en su ya clásica introducción a El
imperio realista el más ajustado recorrido por la historia del concepto para reubicarnos y
volver a encontrar el parámetro que, según parece, es preciso no perder nunca de vista1.
Pero después de releer sus ensayos más directamente vinculados con el tema, desde el
artículo de 1966 sobre Pedro Páramo de Juan Rulfo hasta el reciente prólogo de 2011 a
Realismo y realidad en la narrativa argentina de Juan Carlos Portantiero, parece más justo
liberarlos del peso de la corrección teórica intemporal para devolverlos a la historia de los
usos, políticos y estéticos, del concepto; también, para dialogar con ellos del único modo
posible —y el único, seguramente, que Gramuglio encontraría interesante—: como se
dialoga con una intervención fechada, en el contexto de unos debates específicos.2 Más que
un resguardo normativo, entonces, un testimonio de época.
No otra cosa, por lo demás, percibía la misma Gramuglio en las primeras páginas
del central epílogo que escribió para la obra de Juan José Saer: la precisa definición del
lugar del escritor en el contexto de principios de los años sesenta revertía sobre el propio
lugar de la ensayista cuando ésta advertía, enseguida, que la suya era una lectura fechada,
esto es, aquí, una lectura que, realizada 25 años después de la publicación de En la zona,
podía percibir ahora que no había en ese primer volumen de relatos nada que pudiera
inculparlo de regionalismo.3 Si para separarse, sin necesidad de refutarla, de aquella lectura

1
“El realismo y sus destiempos en la literatura argentina”, en María Teresa Gramuglio (ed.), El imperio
realista, vol. 6 de Noe Jitrik (dir.), Historia crítica de la literatura argentina, Buenos Aires, Emecé, 2002.
2
María Teresa Gramuglio, “Juan Rulfo: Pedro Páramo”, Setecientosmonos número 8, Rosario, agosto de
1966; “Introducción” en El mundo de Guy de Maupassant, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
1980; “Prólogo” en Juan Carlos Portantiero, Realismo y realidad en la narrativa argentina, Buenos Aires,
Eudeba, 2011. A esta serie debe agregarse el artículo en el que amplía su prólogo al libro de Portantiero:
“Política y debates literarios en el umbral de los años sesenta. (A propósito de la reedición de Realismo y
realidad en la narrativa argentina de Juan Carlos Portantiero)”, CELEHIS Revista del Centro de Letras
Hispanoamericanas, Año 21, número 23, Mar del Plata, 2012.
3
María Teresa Gramuglio, “El lugar de Saer” en Juan José Saer por Juan José Saer. Buenos Aires, Editorial
Celtia, 1986.
En prensa en Judith Podlubne y Martín Prieto (eds.): María Teresa Gramuglio, la exigencia crítica.
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de Adolfo Prieto que, hacia 1968, confinaba a Saer dentro de los límites del peronismo4, en
1986 Gramuglio concedía de entrada —como quien quiere desembarazarse o disculparse
ante su maestro de la “ventaja” que le habilita la historia— que la distancia temporal de la
que ahora disponía era un “fácil privilegio”, al mismo tiempo, al exhibir la posibilidad de
leer En la zona desde Cicatrices, La mayor o El limonero real, no hacía más que mostrar
que la teoría del realismo como género del presente, en la que se volvería a su vez maestra,
supone que el tiempo y el presente del realismo son, antes tal vez que los de la escritura, el
tiempo y el presente de su lectura. En este sentido, así como Gramuglio probó que el
destiempo signa la constitución y el desarrollo del realismo en la literatura argentina, me
gustaría revertir la hipótesis sobre la propia crítica y preguntar entonces ¿cuál es el tiempo
del realismo de María Teresa Gramuglio?
En principio, y aunque resulte obvia la inferencia, no quisiera dejar de señalar que
fueron recién sus últimos estudios, en los que vemos a Gramuglio volver una y otra vez a
los debates de los años sesenta pero sobre todo a Realismo y realidad en la narrativa
argentina, los que no sólo me mostraron que ese libro de 1961 funciona en sus escritos
como un pivote del que se aparta —porque desde luego su coyuntura histórica es otra—
pero al que vuelve cada tanto en busca de equilibrio, sino que me confirmaron también, por
extensión, que la suya es una intervención sobre el realismo de larga duración fundada en
las opciones estéticas, ideológicas y políticas que, realizadas entre los años sesenta y
principios de los setenta, entre su juventud rosarina y sus primeros años en Punto de vista,
definieron, de un modo sólido, un núcleo fuerte de categorías y valores. Su horizonte, desde
luego, es ese conjunto de convicciones, adhesiones y programas colectivos que Gramuglio
sintetiza, hacia 1986 y siempre desde el plural del “nosotros”, en Punto de vista: el
convencimiento de que la gran literatura debía revelar alguna verdad sobre la objetividad
social, el intento de fundar el valor estético desde la teoría política del marxismo a la que se
adhería, y, sobre todo, la exigencia, que artistas e intelectuales encontraban en esa teoría, de
superar las formas del compromiso abstracto y de insertarse en las luchas revolucionarias
del proletariado:
Las condiciones políticas presionaban cada vez más para que esa exigencia —
subrayaba Gramuglio— se agudizara y a fines de los sesenta estábamos convencidos

4
Adolfo Prieto, Literatura y subdesarrollo. Notas para un análisis de la literatura argentina. Rosario,
Editorial Biblioteca, 1968.
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de que la politización de la vanguardia —de la verdadera vanguardia, que vino a ser


un término equivalente a arte verdadero— era un dato incontestable.5

La exigencia, entonces. Y la verdad. La exigencia teórica y política de los sesenta,


traducida para el abordaje del realismo en el imperativo de un nexo entre experimentación
formal y compromiso con el mundo será el punto de vista —irrenunciable a lo largo de la
parábola— para leer, y evaluar, y legitimar, críticamente, las exploraciones realistas del
presente. Claro está, y como bien sabemos, el arte de narrar de Juan José Saer, cuyo trabajo
sobre la lengua cuestiona “la falaz dicotomía entre vanguardia y realismo”, es para
Gramuglio, por el riesgo de su apuesta pero también (¿sobre todo?) por su vigilancia ante
los deslices a los que el trabajo con lo real es tan proclive, una de las expresiones más
contundentes no sólo de vanguardia sino de realismo verdaderos. Es cierto que ya había
encontrado en la articulación de procedimientos y humanismo de Pedro Páramo (la nota en
Setecientosmonos de 1966) ese tipo de “amalgama” que, según el término de Héctor Agosti
que cada tanto recupera,6 mostraba nuevas “posibilidades” de realismo en la literatura
latinoamericana del siglo XX (esto es, posibilidades legítimas que mientras se
comprometen con lo concreto y situado eluden el pintoresquismo como el peor de los
males), pero el tenso ejercicio de la indagación formal de Saer que, al tiempo que destruye
la ilusión de realismo (“la ilusión de cierto realismo, no del realismo”, precisa), abre el
relato a través de otros procedimientos con los que “asir, en el tembladeral de lo real, las
realidades inasibles que son materia de la literatura: tiempo, espacio, seres, cosas”, será
para Gramuglio, una y otra vez, la resolución, acabada e incontestable, que más
directamente la interpela.7 En 1991, cuando lee cuatro de las “nuevas” novelas publicadas
en 1990 (La ingratitud de Matilde Sánchez, El coloquio de Alan Pauls, La perla del
emperador de Daniel Guebel y Lenta biografía de Sergio Chejfec), Saer sigue funcionando,
en el marco de la interpretación crítica de la narrativa argentina de los años ochenta
consensuada desde Punto de vista, como el exponente, también emblemático, del cierre de
una solución formal cuyo fundamento se halló en las presiones de un momento histórico

5
María Teresa Gramuglio, “Estética y política”, Punto de Vista, número 26, Buenos Aires, abril de 1986.
Recogido en este volumen p.
6
Héctor P. Agosti, Defensa del realismo, Buenos Aires, Editorial Lautaro, 1945.
7
María Teresa Gramuglio, “Juan José Saer: el arte de narrar”, Punto de Vista, número 6, Buenos Aires, julio
de 1979.
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que exigió como pocos la resistencia crítica bajo la forma de una respuesta a la demanda de
decir lo no dicho.8
Y así como en 1986 la crítica, que recuerda el imperativo de los años sesenta, valora
los relatos elusivos, complejos, irónicos que en los ochenta saben transformar —formal y
políticamente— la pregunta por la historia, al tiempo que mantiene vigilante la exigencia
(“Lo que no me gustaría que suceda. Lo que no desearía que a partir de esto se configurara:
un eclecticismo blando donde todo vale, una perplejidad paralizante, un congelamiento en
la repetición de lo reconocible: en suma, una renuncia a aquel tenso espíritu de exigencia
crítica que animaba, a veces de modo salvaje, la afirmación del nexo entre vanguardia y
revolución”)9 en 1990 y con Glosa de fondo, sigue demandando, ahora a las exploraciones
formales de lo nuevo, “la tarea de recuperar, en las condiciones del presente, aquella
tensión ética que animó a las narrativas que están en su genealogía, y transformarla en el
sentido del cambio históricamente necesario” (“Genealogía de lo nuevo”).
¿Podría decirse entonces que la literatura de Saer se convierte en la crítica de
Gramuglio en modelo ejemplar de realismo? Me parece más justo decir —atento a una ética
crítica que renueva cada vez el esfuerzo de salvaguardar a la exigencia de la ortodoxia y la
preceptiva— que es en torno de la literatura de Saer que “se cierra” el círculo de su crítica
sobre el realismo auténtico en el presente, siempre que entendamos este “cierre” no en un
sentido peyorativo ni reductor sino como el pliegue amoroso del crítico sobre su escritor.
Lo que, por lo demás, se revela como una regla de las clásicas teorías del realismo. Véase,
si no, el lugar único —excepcional, o paradójico, y a veces hasta imposible— que ocupan
cada uno de los grandes maestros del realismo en la teoría de sus críticos: así la grandeza de
Balzac, que para Lukács reside en su arte para describir la batalla última en gran estilo
contra la degradación capitalista y que sintetiza el lugar imposible de Ilusiones perdidas,
primera y última novela de la desilusión que condenó a sus seguidores a un descenso
inevitable en el nivel artístico; así, también, el lugar único que la ambigüedad, la alusión y
la indecibilidad de la escritura de Flaubert ocupa para el Barthes de El grado cero y de S/Z
frente a la unidireccionalidad y la rápida escolarización de la retórica realista convertida en
convención; o el lugar excepcional que ocupa Zola en Mimesis donde al tiempo que en la

8
María Teresa Gramuglio, “Genealogía de lo nuevo”, Punto de Vista, número 39, Buenos Aires, diciembre de
1990.
9
“Estética y política”, op. cit.
En prensa en Judith Podlubne y Martín Prieto (eds.): María Teresa Gramuglio, la exigencia crítica.
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serie parece ser el primero y el último en ajustar calibradamente, diríase que a la


perfección, todas las coordenadas del realismo según la teoría de Auerbach, se vuelve, por
eso mismo tal vez, casi un ejemplar único, apto inclusive para la reproducción en los libros
de texto.10 En este sentido, el lugar de Saer en la crítica realista de María Teresa Gramuglio
para la literatura argentina es el que ocupa el escritor en esas —las mejores— teorías en las
que el realismo parece definirse en y a través de su realización de máxima, y en las que el
escritor realista se vuelve menos un ejemplo que, literalmente, un exponente: un prototipo
pero también la expresión algebraica que denota la potencia a que se ha de elevar otro
número u expresión.
Decíamos entonces: es desde la exigencia teórica y política de los sesenta que
Gramuglio dirime, siempre, la legitimidad de las exploraciones realistas del presente. Pero
es también desde esta relación tensa entre apuesta por la libertad en la experimentación y
vigilia ante los derrapes (tan propios de una estética tan reñida con la vanguardia como el
realismo), que se comprende su interés renovado por intervenciones como Defensa del
realismo de 1945, donde Héctor Agosti se convertiría en “precursor involuntario —para
Gramuglio— de las posiciones que a partir de los años sesenta legitimarían los cruces entre
realismo y experimentación formal”, y como la de Realismo y realidad en la narrativa
argentina de Portantiero de 1961, para Gramuglio la exposición más relevante de la
renovación del problema del realismo desde la izquierda. No es que encuentre en estos
libros unas preocupaciones políticas ni mucho menos un corpus de elecciones estéticas que
compartir, pero sí, curiosamente, un método que, en 2002, valora retrospectivamente como
una herramienta eficaz para superar las ortodoxias (tanto la del PC como la de la poética de
Boedo que instalaron por años la “ruinosa oposición entre vanguardia y realismo”) y liberar
al realismo de la prescripción de uniformidad en procedimientos y en estilos. Pero más
específicamente, y atento a su compromiso renovado por pensar el realismo en el equilibrio
entre una definición precisa, que nos prevenga de la dilución conceptual y de la
superficialidad del “vale todo”, y una disposición a la libertad de formas, que nos prevenga
a su vez de la limitación de la normativa y la prescripción, resulta evidente que es no sólo

10
Ver Georg Lukács, Ensayos sobre el realismo, Buenos Aires, Ediciones Siglo Veinte, 1965; Roland
Barthes, El grado cero de la escritura Buenos Aires, Siglo XXI, 1973; S/Z, México, Siglo XXI, 1980; Erich
Auerbach, Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, México, Fondo de Cultura
Económica, 1950.
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en su actitud valorativa hacia las vanguardias sino en las virtudes metodológicas que en
2011 percibe con mayor precisión en el desarrollo del concepto de realismo de Portantiero
donde Gramuglio parece haber encontrado un modelo propicio de argumentación para la
propia fórmula en la que aspira a sintetizar, en dosis conceptuales calibradas y con el rigor
que reclama la exigencia, todos los matices del problema. Tanto, que las cualidades que
valora en la definición de Realismo y realidad (“el grado de elaboración que alcanza”, “el
cuidado en el deslinde de categorías” y el corolario de “la ampliación del horizonte del
realismo en una multitud de formas”) pueden predicarse a su vez, una a una, de la
comprehensiva y sopesada fórmula a la que Gramuglio había arribado en el prólogo a El
imperio realista:

Para sintetizar los criterios aquí expuestos en una fórmula que traspase los límites
estrechos del modelo lukácsiano se podría afirmar que el realismo literario moderno
es una forma que se manifiesta principalmente en los géneros de mezcla que se
ocupan del presente con una intención cognoscitiva y crítica, como la novela y el
drama, pero no sólo en ellos. Más que pretender la reproducción o reflejo de alguna
realidad por medio de un conjunto invariable de procedimientos, aspira a alcanzar una
representación verosímil a partir de los medios y técnicas siempre renovados que les
brinda, en su ya larga trayectoria, la evolución interna de la literatura misma en su
interacción con los cambios en todos los planos del pensamiento y la vida cultural y
social. 11

Entre paréntesis, pareciera que también su relación con Lukács quedó definida en su
lectura de Realismo y realidad. Cuando en 2011, después de una aparente revaloración de
su teoría en el modesto campo de la crítica literaria vernácula, Gramuglio vuelve, en el
prólogo a Portantiero, a revisar la teoría lukácsiana para recordarnos su incapacidad para
leer la desmesura de Zola, la cita que elige es del todo elocuente. Sigue diciendo
Portantiero, citado por Gramuglio:

Pertenece a Lukács la sobrestimación del realismo del XIX, que bastante prejuicio ha
causado a la crítica literaria marxista. El valor de un Tolstoi o de un Balzac o de un
Stendhal es incuestionable, pero resulta ilusorio creer que ellos han fijado un canon
eterno o que el nuevo realismo debe ser una simple prolongación de aquél. Esa
actitud algo mecanicista ha perjudicado una valoración eficaz del llamado

11
María Teresa Gramuglio, “El realismo y sus destiempos en la literatura argentina”, op. cit.
En prensa en Judith Podlubne y Martín Prieto (eds.): María Teresa Gramuglio, la exigencia crítica.
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naturalismo zoliano y sobre todo de la vanguardia, a menudo identificada


equivocadamente con el decadentismo.12

Si, por un lado, la reducción de la teoría lukácsiana a su impugnación de las vanguardias y


la consiguiente relegación de su magnífica lectura de Balzac en sus Ensayos sobre el
realismo, podría explicarse, al menos en el contexto argentino, no solo por la ascendencia
adorniana de la crítica sino por el predicamento del que gozó, también desde los años
setenta, el Barthes de S/Z, el que frente al “plural vasto” de la escritura de Flaubert leía en
el “vómito de los estereotipos” de Sarrasine la concentración de la “falta de actualidad
balzaciana”, (S/Z, op. cit.), por otro, releyendo el prólogo a Realismo y realidad en la
narrativa argentina, parece poder afirmarse que, más que de una clausura de Lukács desde
el Balzac de S/Z, se trata para María Teresa Gramuglio de una clausura de Lukács desde el
libro de Portantiero: un libro que, publicado y leído antes que circulara aquí la traducción
de Significación actual del realismo crítico (traducción anterior ésta a su vez que la de
Ensayos sobre el realismo) parece haber sellado —de un modo tal que Gramuglio sigue
subrayándola cincuenta años después de su formulación— la idea de que el “estrecho
modelo” de Lukács suponía que los nuevos realismos tenían que prolongar, simplemente,
los procedimientos de Balzac o de Tolstoi. 13

Entonces: el equilibrio, entre rigor y libertad pero también entre verosimilitud e


invención, es siempre pariente de la escala (después de todo ésta es finalmente la lección
metodológica de Auerbach: el realismo es cuestión de escalas) y es lógico entonces que la
lectura crítica del realismo transite, en los ensayos de Gramuglio, por la evaluación de sus
posibilidades de realización. Uno, posibilidades de legitimidad desde el punto de vista del
imperativo teórico, y ésta será siempre una pregunta lanzada a las manifestaciones del
presente: ¿qué tipo de nuevo realismo es legítimo desde el punto de vista de la exigencia
del nexo entre experimentación formal y compromiso con el mundo? Dos, y ya en el campo

12
María Teresa Gramuglio, “Prólogo”, Juan Carlos Portantiero, Realismo y realidad en la narrativa
argentina, op. cit.
13
Precisando las coyunturas de la edición, traducción y circulación de sus escritos, Gramuglio vuelve sobre el
Lukács que pudo haber leído Portantiero en 1961, “Política y debates literarios en el umbral de los años
sesenta. (A propósito de la reedición de Realismo y realidad en la narrativa argentina de Juan Carlos
Portantiero)”, op. cit.)
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del comparatismo, posibilidades históricas: ¿cuáles fueron los realismos posibles según las
condiciones de constitución y desarrollo del campo intelectual y literario argentino?
La literatura de Saer, ya lo vimos, da una y otra vez la pauta del realismo legítimo
en el presente. Las posibilidades históricas del realismo argentino serán evaluadas, en los
dos estudios que incluye en El imperio realista —“El realismo y sus destiempos en la
literatura argentina” y “Novela y nación en el proyecto literario de Manuel Gálvez”—,
tanto en el terreno del debate crítico e intelectual como en el específico de la novela.
Por una parte, la redención del realismo como opción estética viable que operaron
para Gramuglio, como vimos, Héctor Agosti y Juan Carlos Portantiero entre 1945 y 1961:
que este apartado, “El realismo redimido”, cierre la introducción teórica a El imperio
realista, y en especial su tercera parte titulada “Polémicas y defensas en la literatura
argentina” podría estar mostrando que los posicionamientos teóricos y políticos de los
sesenta para Gramuglio tienen en este preludio de liberación de posibilidades del realismo
su mejor genealogía, y que es por esto que decide interrumpir allí —y aunque aluda a la
nutrida bibliografía que siguió generando hasta bien entrados los años sesenta— la serie:
para decir que es en este umbral donde se definen los términos —viables teóricamente,
legítimos políticamente— del realismo como objeto contencioso.
Por otra parte, el “realismo posible” de Manuel Gálvez. Sin dejar de advertir, desde
luego, que en la realización errática y carente de complejidades de ese plan de conquista de
por sí endeble, el ejercicio epigonal y escolar alejó a la novelística de Gálvez de cualquier
posibilidad de innovar dentro de la tradición del realismo que se había autoasignado,
Gramuglio no deja de rescatar (¿de redimir?) su voluntarismo constitutivo: la formulación
de un programa legible que, aunque fracasó formalmente, alcanzó siquiera para expresar
ciertas verdades de la realidad argentina y para contribuir de este modo, a través del
tratamiento elevado de temas de la actualidad, a “la formación de un nuevo público que a
su vez dinamizó y amplió el espacio de la cultura letrada”. Esta función formadora, que lo
convierte en “el novelista adecuado para el momento adecuado”, explica, para Gramuglio,
su “presencia inevitable” en la historia de la literatura argentina y justifica, no obstante su
inmediata caducidad estética, el tratamiento de la crítica.
¿Podrá decirse que entre el realismo redimido —desde la crítica de izquierda— y el
realismo posible —en el surgimiento y consolidación de la novela argentina— se define
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una zona del universo léxico de la indagación crítica de Gramuglio? ¿Qué “redención” y
“posibilidad” dan finalmente la medida de los cuidados puestos en el tratamiento de una
estética que, sin vigilancias, puede volverse fácilmente reñida con la vanguardia?, ¿una
estética que, en el fondo sospechada, necesita exculparse y ponderarse cada vez en sus
alcances? No deja de ser interesante recordar que también David Viñas, cuando se ocupó de
Manuel Gálvez, habló de un realismo penitente, esto es, culposo: la culpa de la mala factura
se redimía como primer paso necesario en la apertura de posibilidades para la novela
argentina.14
Nosotros descuidamos un poco las escalas y el equilibrio en el parámetro, y
optamos por las desmesuras y ambiciones que van de la mano de los realismos impunes y
fallidos15. ¿Quiere decir esto que, apostándolo todo a una libertad de formas, perdemos,
junto con las ilusiones, toda tensión ética e interés político? Es lo que parece señalarnos
María Teresa Gramuglio cuando nos reclama definir los cambios sociales, políticos y
culturales a los que estarían asociadas las renovadas discusiones sobre el realismo de los
años 2000 y cuando infiere que, situadas en el contexto de un presente en el que se habrían
esfumado del horizonte inmediato las expectativas de transformación de los años sesenta y
setenta, estas polémicas estarían quedando despojadas de sus aristas más políticas y
correrían por lo tanto el riesgo de confinarse en el ámbito especializado de los debates
profesionales.16 Sería difícil, sin embargo, sostenerlo en estos términos cuando la relación

14
Marta C. Molinari (seudónimo de David e Ismael Viñas), “Manuel Gálvez: el realismo impenitente” en
Contorno número 5/6, Buenos Aires, septiembre de 1955.
15
A propósito de ambición, en el sentido balzaciano-económico del término, y para pensar en el camino que
abre Gramuglio cuando habla del realismo y sus destiempos en la literatura argentina, ¿no habría que decir
que es el escrúpulo contra la exhibición del dinero lo que, de Pot-pourri a En la sangre, determina la mala fe
de los “orígenes” del realismo en Argentina? ¿Que la estigmatización de la ambición, puesta en el enemigo,
da la pauta del malentendido del realismo en Argentina, y señala claramente que habrá que esperar a un Arlt
para que algo equivalente a la autonomización de la literatura a través del realismo (para decirlo en términos
de Bourdieu) tenga lugar en Argentina?
16
El párrafo final de “Política y debates literarios en el umbral de los años sesenta” concluye así: “Los
escritores de hoy registran las transformaciones contemporáneas de diversas maneras y con diversos
procedimientos, y muchas discusiones actuales giran en torno a las variaciones de realismo que despliegan:
realismo sucio, inseguro, delirante, visionario, etc. Lo que marcaría una diferencia significativa con los
momentos anteriores no es sólo la conciencia autorreflexiva cada vez más aguda de las formas de la
representación y la desconfianza irónica ante las certezas. Es también que en este presente parecen haberse
esfumado del horizonte inmediato aquellas expectativas de transformación que en otros momentos, aun en los
más sombríos de los regímenes totalitarios del siglo XX, lograrían acabar con injusticias y desigualdades que
hoy vemos agudizarse cada vez más. Así, en este mundo nuestro de “ilusiones perdidas”, parecería que las
discusiones sobre el realismo, despojadas de sus aristas más políticas, corren el riesgo de quedar confinadas
en el ámbito especializado de los debates profesionales.”
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entre estética y política, y por lo tanto la naturaleza misma de los términos implicados en
esa relación pero sobre todo la noción misma de “real”, vienen siendo redefinidas, de un
modo radical, en las últimas décadas. La noción de desacuerdo de Ranciére, esa singular
situación de habla en la que uno de los interlocutores entiende y a la vez no entiende lo que
dice el otro —según un conflicto que nada tiene que ver con el desconocimiento ni con el
malentendido—17, podría definir el hiato que se abre entre un modo de entender el
realismo como un terreno de disputa por el sentido, esto es por los alcances, límites y usos
de la noción, y otro en que el realismo, pero bajo la forma mutante de un retorno y acaso de
un anacronismo, es menos un residuo formal que el espacio enrarecido —uno de los
espacios— en que se dirimen y también se reinscriben, insistentes y al mismo tiempo
transfigurados, los restos de esa práctica de escritura que seguimos llamando literatura.18
No hace falta, en este sentido, ni queremos, desconocer las razones que le asisten a
Gramuglio cuando traza, de modo incontestable, los contornos de la estética realista y sus
diversas inflexiones históricas. Solo nos permitimos, desde nuestra lectura fechada y para
potenciar todos sus aciertos, prescindir de su exigencia.

17
Ver Jacques Ranciére, El desacuerdo, política y filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, 2010.
18
Intentamos plantear algunas de estas cuestiones en “Realismos, cuestiones críticas”, prólogo a Sandra
Contreras (ed.), Cuadernos del Seminario 2. Realismos, cuestiones críticas, Rosario, Centro de Estudios de
Literatura Argentina, 2013; y en “Realismos, jornadas de discusión”, Boletín del Centro de Estudios de
Teoría y Crítica Literaria, número 10, Rosario, diciembre de 2005.

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