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LOS MUNDOS POSIBLES DE EL LIBRO

Gabriela Lira Rosiles

El arte no debe imitar a la


vida, sino la vida al arte
-Juan García Ponce

Juan García Ponce ocupó un sitio distinguido en la llamada Generación de

Medio Siglo o de la Ruptura, una generación compuesta por artistas de

diferentes disciplinas, unidos por el continuo empeño de ampliar e incluso

desdibujar las fronteras culturales e intelectuales entre México y el resto del

mundo: “la suya era una apuesta por el cosmopolitismo” (Canal 22). Para el

caso de García Ponce, dicha apuesta fue por las letras alemanas: su aporte

específico consistió en promover la lectura de autores austriacos, en aquel

entonces casi desconocidos en nuestro país, tales como Robert Musil (1880-

1942), Hermann Broch (1886-1951) y Heimito von Dorerer (1896-1966). Junto

con Thomas Mann (1875-1955), Musil representa una influencia tan notable El

libro, que sin duda podríamos definirla como una novela “musiliana”, no sólo por

la alusión explícita a “La realización del amor”, un relato publicado en Uniones,

sino por la presencia de temas, motivos y tópicos literarios en común.

A lo largo de su obra, formada por géneros tan diversos como el cuento,

la novela, el teatro, el ensayo, la crítica literaria y la crítica de arte, García

Ponce hizo explícitas esas fuentes, no sin advertirnos que “confesarlas es

demasiado fácil; pero no son ellas las que hacen al escritor, sino la profundidad

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de la búsqueda de su forma y de la verdad que quiere expresar a través de

ella” (2002: 130-131). Ahora bien, si somos fieles al espíritu de la Generación

de Medio Siglo, debemos esforzarnos por ensanchar nuestros horizontes y

preguntarnos si podemos establecer vasos comunicantes entre El libro y

alguna otra corriente de literatura alemana contemporánea, además de los ya

señalados por la crítica y por el mismo autor. Responder esa interrogante no

implica hacer un mero ejercicio intertextual, sino sobre todo revelar cómo se

crea la complicidad entre García Ponce y nosotros, sus lectores; es decir,

revelar cómo El libro nos somete a un proceso de perversión, revelación y

rebeldía.

El libro

García Ponce era un asiduo lector de filosofía alemana y tradujo al español tres

ensayos de Herbert Marcuse (1898-1979): Eros y civilización, El hombre

unidimensional y Un ensayo sobre la liberación. En el papel de difusor cultural,

se sirvió de este género para explicar cómo incide la literatura en la vida

cotidiana de los lectores, según nos cuenta en su Autobiografía precoz: “Amo

mucho también la forma del ensayo. A través de ella he tratado muchas veces

de mostrar de qué manera algunas obras, algunos libros, nos enfrentan al

problema de la realidad, del mismo modo que he buscado expresarlo por medio

de personajes y acciones (2002: 120-121). Su pasión por la literatura y por la

filosofía confluyen en El libro, “un sutil entramado de ficción y reflexión” (D’

Aquino, 1999: 1), que pertenece a un género conocido como “novela filosófica”,

donde se erige un mundo ficticio sobre un andamiaje conceptual.

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García Ponce escribe El libro partiendo de un planteamiento sencillo: el

romance extraconyugal entre un profesor de literatura, Eduardo, y su joven

alumna Marcela, una lolita con inquietudes culturales. Podemos sostener que la

historia de ese affaire se desarrolla sobre una oposición de conceptos que han

obsesionado a los filósofos: razón e instintos, realidad y apariencia, verdad y

engaño, ocultamiento y revelación, continuidad y ruptura, estatismo y

transformación, conciencia e inconciencia, por mencionar los más recurrentes.

En esta característica reside la complejidad de El libro, una “novela de tesis”,

donde la función didáctica se entrelaza estrechamente con la función estética

para discutir o escenificar en el terreno artístico los principios morales

vinculados a un modelo ideológico, poniendo énfasis en los conflictos de la vida

cotidiana (Ignacio Javier López: 43-68). Cabe ahora preguntarnos cuál es el

modelo teórico que encarna El libro y con qué otro género literario podemos

relacionarlo.

Mundos posibles

En los años setenta, el filósofo estadunidense David Kellogg Lewis (1941-2001)

planteó la teoría que bautizó con el nombre de “mundos posibles”, donde

propone la existencia simultánea de mundos alternativos, con una

configuración temporal y espacial distinta, pero no por ello menos efectivos

“Nuestro mundo actual es sólo un mundo entre otros. Sólo a él lo llamamos

actual, no porque difiera en clase de todos los demás sino porque es el mundo

que habitamos” (157). Como se infiere de las páginas de El libro, la literatura es

el medio por antonomasia para hacer realidad un mundo posible y para

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comprender mejor nuestro mundo actual. Porque “esa misma irrealidad de la

literatura se transforma en su poder para llegar a la realidad a través de ella”

(García Ponce, 1981: 13).

Cualquier género literario puede cumplir tal cometido: según García

Ponce, “incluso la literatura fantástica conduce a la realidad” (1981: 52). Esto

se debe a que todos los géneros son igualmente válidos, siempre y cuando le

permitan al escritor “desarrollar más fiel y libremente su necesidad de

expresión” (García Ponce, 1966: 163). Propongo entonces que El libro, una

novela de ideas para adultos, posee sin embargo el mismo esquema de una

novela fantástica para niños y jóvenes. Tomando como punto de comparación

La historia interminable, del escritor alemán Michael Ende (1929-1995),

podemos apreciar cómo El libro pone en escena la teoría de mundos posibles y

nos invita a los lectores a ejercer “el derecho de vivir otra realidad” (García

Ponce, 2002: 112).

Mundo real

Un rasgo propio de la literatura fantástica es la creación de dos mundos: uno

cotidiano y otro alternativo. El primero está regido por leyes naturales y se

describe de modo costumbrista: los personajes principales viven en una casa,

en una familia tradicional y desempeñan papeles comunes y corrientes (Davis:

492). Pero al mismo tiempo lo perciben como un mundo extraño y hermético.

No logran encajar en él ni identificarse con los demás miembros. Bastián

Baltasar Bux, el niño de La historia interminable, ha perdido a su madre y

mantiene una relación distante con su padre, un hombre sumido en la

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depresión. Siente rechazo por parte de los adultos, pero también de los otros

niños. De hecho, es víctima de bullying o acoso escolar por ser “una nulidad en

toda línea” (Michael Ende: 10): antisocial, mal estudiante y pésimo deportista,

como denota su sobrepeso. Abstraído del mundo, se refugia en su incipiente

imaginación y en los libros, su máxima pasión.

Eduardo, a diferencia de Bastián, es un hombre maduro con una vida

consolidada. Tiene un empleo como profesor de literatura, pero en muchas

ocasiones se siente frustrado porque no consigue transmitirles a los alumnos

su verdadera esencia: ellos “aprendían lo que a él no le interesaba enseñar, no

aquello que los libros dicen sin decirlo, sino lo que su apariencia dice, su

temporalidad en vez de su eternidad” (García Ponce, 1996: 286). La literatura

corre el riesgo de volverse una lista de referencias bibliográficas antes de ser yo

su posesión más íntima. Fuera de la universidad, es padre de dos hijos y está

casado con una mujer de nombre Ana, con la que sostiene una relación afable

pero rutinaria. Comparten un círculo de amigos en con el que Eduardo no

acaba de identificarse, pues los analiza tomando cierta distancia. Como

Bastián, Eduardo se ha alejado del “mundanal ruido”, pues ha encontrado en

los libros “el más seguro refugio” y, al mismo tiempo, “un lugar donde se

descubre al mismo tiempo” (García Ponce, 1966: 159).

Umbrales

El momento de ruptura con el mundo real, monótono y previsible, ocurre

cuando Bastián y Eduardo entran en contacto con la belleza: “Y allí, el papel de

la mirada es fundamental, pues entabla una dialéctica con el objeto

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contemplado, que será siempre una dialéctica de revelación y conocimiento

mutuos” (Armando Pereira: 21). En ambas novelas, la mirada de los

protagonistas se detiene en un “libro-objeto”, capaz de entablar una

comunicación visual y sensorial, trasmitiendo ideas y emociones, incluso antes

de ser leído. El libro es una obra de arte porque consigue desautomatizar la

percepción, singularizando a un objeto e infundiéndole vida (Víktor Shklovski,

58).

En un juego de metaficción, ese libro-objeto es el mismo que leen tanto

los protagonistas de la novela como nosotros, sus lectores. Contemplando la

Historia interminable, Bastián goza de un placer estético: “Cogió el libro y lo

miró por todos lados. Las tapas eran de color cobre y brillaban al mover el libro.

Al hojearlo por encima, vio que el texto estaba impreso en dos colores. No

parecía tener ilustraciones, pero sí unas letras iniciales de capítulo grandes y

hermosas” (Michael Ende: 11-12). Asimismo, en la novela de García Ponce,

Uniones destaca “por su elegante portada entre los otros libros y los papeles

que cubrían en desorden la superficie del escritorio” de Eduardo (García

Ponce, 1996: 294).

Puesto que los libros-objeto como éstos ejercen un magnetismo

irresistible e inexplicable, se convierten en umbral hacia un mundo secundario,

un umbral que “ofrece a quien sea la posibilidad de entrar o retroceder” (Gerard

Genette: 7). El mundo real es el punto de partida para los lectores, pero

también “pueden serlo otras obras literarias” (Campos Benítez: 56). De aquí la

importancia de la intertextualidad en las novelas de Michael Ende y de García

Ponce: para los lectores “ficticios” y para los lectores “reales”, cada obra citada

remite a otra obra y a otro mundo (idem). Si decidimos cruzar los umbrales,

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entonces los libros-objeto revelan otro potencial: ser “herramientas de

empoderamiento” (Mónica de la Cruz Hinojos, 2016) para subvertir el orden

establecido. Leer, interpretar y vivir en carne propia la literatura se transforma

así en una expresión de rebeldía.

Bibliografía

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D’ Aquino, Alfonso. “Juan García Ponce”. Letras Libres. 1999: 1-3. Web. 29

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8
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