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En este momento no puedo más que expresar mi más grande y cordial


agradecimiento por el honor que me han reservado al darme el Doctorado
Honoris Causa. Agradezco al Gran Rector, querida Eminencia el Cardenal
Stanisław Dziwisz, y a las autoridades académicas de los dos ateneos. Me
alegra, sobre todo, el hecho de que de esta manera mi vínculo con Polonia
es más profundo, con Cracovia, con la patria de nuestro gran santo Juan
Pablo II. Porque sin él, mi camino espiritual y teológico es inimaginable.
Con su vivo ejemplo, nos ha mostrado cómo podemos ir cogidos de la
mano de la alegría de la gran música sacra y + la tarea de la
participación común en la sagrada liturgia, la alegría solemne y la
simplicidad de la humilde celebración de la fe

En los años del post-Concilio, sobre este punto, se había manifestado con
renovada pasión un antiquísimo contraste. Yo mismo he crecido con el
signo Salzburgués de la gran tradición de esta ciudad. Las misas de fiesta
acompañadas por el coro y la orquesta eran parte integrante de nuestra
experiencia de la fe en las celebraciones litúrgicas. Permanece impreso
indeleblemente en mi memoria como, por ejemplo, apenas resonaban las
primeras notas de la Misa de la Coronación de Mozart, el cielo casi de
abría y se experimentaba profundamente la presencia del Señor. Junto a
esto, sin embargo, ya era presente también la nueva realidad del
Movimiento litúrgico, sobre todo mediante uno de nuestros capellanes,
que más tarde se convirtió en vice-rector y después, en rector del
seminario mayor de Frisingia. Durante mis estudios en Munich, después,
muy concretamente fui introduciéndome en el movimiento litúrgico a
través de las lecciones del profesor Pascher, uno de los más significativos
expertos del Concilio en materia litúrgica, y sobre todo a través de la vida
litúrgica de la comunidad del seminario. Así, poco a poco fue perceptible la
tensión entre la “participatio actuosa” conforme a la liturgia y la
música solemne que envuelve la acción sacra, incluso si aún no se
sentía tan fuerte.

En la Constitución sobre la liturgia del Concilio Vaticano II escribí muy


claramente: “Conservar y preservar con mucho cuidado el patrimonio
de la música sacra” (114). Por otro lado, el texto evidencia esa categoría
litúrgica fundamental, la “participatio actuosa” de todos los fieles en la
acción sacra. Lo que en la Constitución está todavía pacíficamente unido,
sucesivamente, en la implementación del Concilio, a menudo hubo
una relación de dramática tensión. Áreas significativas del Movimiento
Litúrgico creían que, para las grandes obras corales con orquesta durante la
misa, en un futuro sólo tendría espacio en las salas de concierto, no en la
liturgia. Aquí habría sitio sólo para el canto y la oración común de los
fieles. Por otra parte existía el argumento de la conmoción por el
empobrecimiento cultural de la Iglesia, cuyo resultado sería necesariamente
ese. ¿De qué manera se pueden conciliar las dos cosas? ¿Cómo
implementar el Concilio en su totalidad? Estas eran las preguntas
que se nos imponían a mí y a muchos otros fieles, a la gente sencilla,
no menos que a las personas en posesión de una educación teológica.

En este punto, tal vez es justo hacer LA PREGUNTA BÁSICA: ¿QUÉ


ES EN REALIDAD LA MÚSICA? ¿De dónde viene y a qué tiende?

Creo que se pueden localizar los tres "lugares" de los que nace la
música:
Una primera fuente es la experiencia de amor. Cuando los hombres
quedaron aferrados al amor, construyeron otra dimensión del ser, una
nueva grandeza y extensión de la realidad. Y esa inquietud también les
llevó a expresarse en formas nuevas. La poesía, el canto y la música en
general nacen de esta eclosión, de este despliegue de una nueva
dimensión de la vida.

Una segunda fuente de la música es la experiencia de la tristeza, de


haber sido afectados por la muerte, por el dolor y desde lo más profundo
de la existencia. También en este caso se abren, en dirección opuesta,
nuevas dimensiones de la realidad que no pueden ser contestadas sólo con
discursos.

Finalmente, el tercer lugar de origen de la música, es el encuentro con lo


divino, que desde el principio es parte de lo que define lo humano. Una
razón importante es que aquí está el "totalmente otro" y el "totalmente
grande", que suscita en el hombre nuevas maneras de expresarse. Tal vez
podemos decir que en realidad, en los otros dos ámbitos - el amor y la
muerte - el misterio divino nos toca y, en este sentido, el ser tocados por
Dios, es lo que en definitiva constituye el origen de la música. Me resulta
conmovedor observar cómo, por ejemplo, en los Salmos, a los hombres
no les resulta suficiente el canto, y se hace un llamamiento a todos los
instrumentos: se despierta la música oculta de la creación, su lenguaje
misterioso. Con el Salterio, en el cual también están presentes los dos
motivos del amor y la muerte, nos encontramos directamente en el origen
de la música de la Iglesia de Dios. Se puede decir que la calidad de la
música depende de la pureza y de la grandeza del encuentro con lo
divino, con la experiencia del amor y el dolor. Cuanto más pura y
verdadera es esa experiencia, más pura y grande será la música que
de ella nace.
En este punto me gustaría expresar un pensamiento recurrente en mí
durante los últimos tiempos, y aún más cuanto que las diferentes culturas y
religiones han entrado en relación unas con otras. En el ámbito de las más
diversas culturas y religiones se encuentra presente una gran literatura,
una gran arquitectura, una gran pintura y grandes esculturas. Y en
todas ellas, también la música. Sin embargo, en ningún otro ámbito
cultural existe una música de grandeza igual a la nacida en el
ámbito de la fe cristiana: desde Palestrina a Bach, Handel, hasta
Mozart, Beethoven y Bruckner. La música occidental es algo único,
que no tiene igual en otras culturas. Esto debería hacernos pensar.

Por supuesto, la música occidental va mucho más allá del ámbito religioso
y eclesial. Y sin embargo, tiene su fuente más profunda en la liturgia, en el
encuentro con Dios. En Bach, para quien la gloria de Dios representa en
última instancia el fin de toda la música, esto es del todo evidente. La
grandeza y pureza de la respuesta de la música occidental se ha
desarrollado en el encuentro con el Dios que, en la liturgia, se nos
hace presente en Jesucristo. Esa música, para mí, es una
demostración de la verdad del cristianismo. Allí donde se desarrolla
esta respuesta, se produce el encuentro con la verdad, con el
verdadero creador del mundo. Por esto, la gran música sacra es una
realidad de rango teológico y de significado permanente para la fe
de toda la cristiandad, aunque no es necesario que se ejecute
siempre y en todo lugar. Por otro lado, sin embargo, también está claro
que no puede desaparecer de la liturgia y que su presencia puede ser
una forma especial de participar en la celebración sacra, en el
misterio de la fe.
Si pensamos en la liturgia celebrada por San Juan Pablo II en todos los
continentes, vemos toda la amplitud de las posibilidades expresivas de la fe
en el evento litúrgico; y vemos también cómo la gran música de la
tradición occidental no es ajena a la liturgia, sino que nació y creció
de ella, y de esta forma, siempre contribuye de nuevo a darle forma.
No conocemos el futuro de nuestra cultura y de la música sacra. Pero una
cosa está clara: en la realidad del encuentro con el Dios vivo, que en
Cristo se nos hace presente, allí nace y crece nuevamente también la
respuesta, cuya belleza proviene de la verdad misma.

La actividad de las dos Universidades que me confieren este Doctorado


Honoris causa es una contribución esencial para que el gran don de la
música que proviene de la tradición de la fe cristiana se mantenga
vivo y sea de ayuda para que la fuerza creativa de la fe, en el futuro,
no se extinga. Es por ello que agradezco de corazón a todos ustedes, no
sólo por el honor que me han conferido, sino también por todo el trabajo
que realizan al servicio de la belleza de la fe. El Señor los bendiga a
todos.

FUENTE: FUNDACIÓN VATICANA JOSEPH RATZINGER


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recibe.html#.VZq5uxuqqkp

RESUMEN Benedicto XVI recibe en Castel Gandolfo el Doctorado honoris causa por la
Pontificia Juan Pablo II y por la Academia Musical de Cracovia

Ciudad del Vaticano, 4 de julio de 2015 (Vis).-El Papa emérito Benedicto XVI ha recibido el
Doctorado Honoris Causa de la Pontificia Universidad Juan Pablo II y de la Academia Musical de
Cracovia, otorgado por los rectores de ambos ateneos polacos y conferido esta mañana en Castel
Gandolfo por el cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia y gran canciller de la
universidad dedicada a san Juan Pablo II.

Benedicto XVI acogió el nombramiento con un discurso en el que recordó como san Juan Pablo II
demostró con el ejemplo que ''la alegría de la gran música sacra y la tarea de la participación
común en la sagrada liturgia, el gozo solemne y la sencillez de la humilde celebración de la fe
podían darse la mano''.

''En la Constitución sobre la liturgia del Concilio Vaticano II está escrito con mucha claridad que se
conserve y se incremente con sumo cuidado el patrimonio de la música sacra- señaló el Papa
emérito- y por otra parte, el texto destaca como categoría litúrgica fundamental la ''participatio
actuosa'' de los fieles en la acción sagrada. Pero lo que en la Constitución coexistía todavía
pacíficamente, en la recepción del Concilio, ha conocido momentos de tensión dramática.
Ambientes significativos del Movimiento Litúrgico creían que en el futuro para las grandes obras
corales e incluso para las misas para orquesta sólo habria lugar en las salas de concierto, no en
la liturgia, donde el espacio estaría reservado al canto y la oración de los fieles. Por otro lado,
había mucha preocupación por el empobrecimiento cultural de la Iglesia que este hecho llevaría
aparejado ¿Cómo conciliar las dos cosas? Esas eran las preguntas que nos planteábamos
muchos creyentes, tanto la gente sencilla, como las personas que contaban con una formación
teológica''.

''En estas circunstancias -prosiguió- tal vez es necesario preguntarse: ¿De dónde viene y a qué
tiende la música? Creo que se pueden localizar tres "lugares" de procedencia. El primero es la
experiencia del amor. Cuando los seres humanos fueron capturados por el amor, se abrió ante
ellos otra dimensión del ser... que les llevó a expresarse en formas nuevas. La poesía, el canto y
la música en general nacen de este nuevo horizonte de la vida... Un segundo origen es la
experiencia de la tristeza, el haber sido tocados por la muerte, por el dolor y los abismos de la
existencia. También en este caso se abren, en dirección opuesta, nuevas dimensiones de la
realidad que no encuentran respuesta solo en los discursos. Por último, el tercer lugar de origen
de la música es el encuentro con lo divino, que desde el principio es parte de lo que define lo
humano. Se puede decir que la calidad de la música depende de la pureza y la grandeza del
encuentro con lo divino, con la experiencia del amor y del dolor. Cuanto más pura y verdadera es
esa experiencia , más pura y grande será la música que de ella nace y se desarrolla''.

''Ciertamente la música occidental va mucho más allá del ámbito religioso y eclesial -explicó
Benedicto XVI- Y sin embargo, encuentra su fuente más profunda en la liturgia, en el encuentro
con Dios. Es evidente en Bach, para el que la gloria de Dios era en última instancia, el fin de toda
música. La respuesta grande y pura de la música occidental se ha desarrollado en el encuentro
con el Dios que, en la liturgia, se hace presente a nosotros en Jesucristo. Esa música, para mí, es
una demostración de la verdad del cristianismo. Donde hay una respuesta así, se ha producido un
encuentro con la verdad, con el verdadero creador del mundo. Por eso la gran música sacra es
una realidad de rango teológico y de significado permanente para la fe de la cristiandad , aunque
no sea necesario que se interprete siempre y en cualquier lugar. Por otro lado, también está claro
que no puede desaparecer de la liturgia y que su presencia puede ser una forma especial de
participar en la celebración sagrada, en el misterio de la fe''.

''Si pensamos en la liturgia celebrada por san Juan Pablo II en todos los continentes, vemos toda
la amplitud de las posibilidades expresivas de la fe en el evento litúrgico; y vemos también como
la gran música de la tradición occidental no sea ajena a la liturgia, sino que nació de ella , creció
con ella y que así contribuye siempre a darle forma. No sabemos el futuro de nuestra cultura ni de
la música sacra. Pero hay algo claro: allí donde se produce el encuentro con el Dios vivo, que en
Cristo viene a nosotros, allí nace y crece nuevamente también la respuesta, cuya belleza proviene
de la verdad misma'', concluyó Benedicto XVI.

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