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En los años del post-Concilio, sobre este punto, se había manifestado con
renovada pasión un antiquísimo contraste. Yo mismo he crecido con el
signo Salzburgués de la gran tradición de esta ciudad. Las misas de fiesta
acompañadas por el coro y la orquesta eran parte integrante de nuestra
experiencia de la fe en las celebraciones litúrgicas. Permanece impreso
indeleblemente en mi memoria como, por ejemplo, apenas resonaban las
primeras notas de la Misa de la Coronación de Mozart, el cielo casi de
abría y se experimentaba profundamente la presencia del Señor. Junto a
esto, sin embargo, ya era presente también la nueva realidad del
Movimiento litúrgico, sobre todo mediante uno de nuestros capellanes,
que más tarde se convirtió en vice-rector y después, en rector del
seminario mayor de Frisingia. Durante mis estudios en Munich, después,
muy concretamente fui introduciéndome en el movimiento litúrgico a
través de las lecciones del profesor Pascher, uno de los más significativos
expertos del Concilio en materia litúrgica, y sobre todo a través de la vida
litúrgica de la comunidad del seminario. Así, poco a poco fue perceptible la
tensión entre la “participatio actuosa” conforme a la liturgia y la
música solemne que envuelve la acción sacra, incluso si aún no se
sentía tan fuerte.
Creo que se pueden localizar los tres "lugares" de los que nace la
música:
Una primera fuente es la experiencia de amor. Cuando los hombres
quedaron aferrados al amor, construyeron otra dimensión del ser, una
nueva grandeza y extensión de la realidad. Y esa inquietud también les
llevó a expresarse en formas nuevas. La poesía, el canto y la música en
general nacen de esta eclosión, de este despliegue de una nueva
dimensión de la vida.
Por supuesto, la música occidental va mucho más allá del ámbito religioso
y eclesial. Y sin embargo, tiene su fuente más profunda en la liturgia, en el
encuentro con Dios. En Bach, para quien la gloria de Dios representa en
última instancia el fin de toda la música, esto es del todo evidente. La
grandeza y pureza de la respuesta de la música occidental se ha
desarrollado en el encuentro con el Dios que, en la liturgia, se nos
hace presente en Jesucristo. Esa música, para mí, es una
demostración de la verdad del cristianismo. Allí donde se desarrolla
esta respuesta, se produce el encuentro con la verdad, con el
verdadero creador del mundo. Por esto, la gran música sacra es una
realidad de rango teológico y de significado permanente para la fe
de toda la cristiandad, aunque no es necesario que se ejecute
siempre y en todo lugar. Por otro lado, sin embargo, también está claro
que no puede desaparecer de la liturgia y que su presencia puede ser
una forma especial de participar en la celebración sacra, en el
misterio de la fe.
Si pensamos en la liturgia celebrada por San Juan Pablo II en todos los
continentes, vemos toda la amplitud de las posibilidades expresivas de la fe
en el evento litúrgico; y vemos también cómo la gran música de la
tradición occidental no es ajena a la liturgia, sino que nació y creció
de ella, y de esta forma, siempre contribuye de nuevo a darle forma.
No conocemos el futuro de nuestra cultura y de la música sacra. Pero una
cosa está clara: en la realidad del encuentro con el Dios vivo, que en
Cristo se nos hace presente, allí nace y crece nuevamente también la
respuesta, cuya belleza proviene de la verdad misma.
RESUMEN Benedicto XVI recibe en Castel Gandolfo el Doctorado honoris causa por la
Pontificia Juan Pablo II y por la Academia Musical de Cracovia
Ciudad del Vaticano, 4 de julio de 2015 (Vis).-El Papa emérito Benedicto XVI ha recibido el
Doctorado Honoris Causa de la Pontificia Universidad Juan Pablo II y de la Academia Musical de
Cracovia, otorgado por los rectores de ambos ateneos polacos y conferido esta mañana en Castel
Gandolfo por el cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia y gran canciller de la
universidad dedicada a san Juan Pablo II.
Benedicto XVI acogió el nombramiento con un discurso en el que recordó como san Juan Pablo II
demostró con el ejemplo que ''la alegría de la gran música sacra y la tarea de la participación
común en la sagrada liturgia, el gozo solemne y la sencillez de la humilde celebración de la fe
podían darse la mano''.
''En la Constitución sobre la liturgia del Concilio Vaticano II está escrito con mucha claridad que se
conserve y se incremente con sumo cuidado el patrimonio de la música sacra- señaló el Papa
emérito- y por otra parte, el texto destaca como categoría litúrgica fundamental la ''participatio
actuosa'' de los fieles en la acción sagrada. Pero lo que en la Constitución coexistía todavía
pacíficamente, en la recepción del Concilio, ha conocido momentos de tensión dramática.
Ambientes significativos del Movimiento Litúrgico creían que en el futuro para las grandes obras
corales e incluso para las misas para orquesta sólo habria lugar en las salas de concierto, no en
la liturgia, donde el espacio estaría reservado al canto y la oración de los fieles. Por otro lado,
había mucha preocupación por el empobrecimiento cultural de la Iglesia que este hecho llevaría
aparejado ¿Cómo conciliar las dos cosas? Esas eran las preguntas que nos planteábamos
muchos creyentes, tanto la gente sencilla, como las personas que contaban con una formación
teológica''.
''En estas circunstancias -prosiguió- tal vez es necesario preguntarse: ¿De dónde viene y a qué
tiende la música? Creo que se pueden localizar tres "lugares" de procedencia. El primero es la
experiencia del amor. Cuando los seres humanos fueron capturados por el amor, se abrió ante
ellos otra dimensión del ser... que les llevó a expresarse en formas nuevas. La poesía, el canto y
la música en general nacen de este nuevo horizonte de la vida... Un segundo origen es la
experiencia de la tristeza, el haber sido tocados por la muerte, por el dolor y los abismos de la
existencia. También en este caso se abren, en dirección opuesta, nuevas dimensiones de la
realidad que no encuentran respuesta solo en los discursos. Por último, el tercer lugar de origen
de la música es el encuentro con lo divino, que desde el principio es parte de lo que define lo
humano. Se puede decir que la calidad de la música depende de la pureza y la grandeza del
encuentro con lo divino, con la experiencia del amor y del dolor. Cuanto más pura y verdadera es
esa experiencia , más pura y grande será la música que de ella nace y se desarrolla''.
''Ciertamente la música occidental va mucho más allá del ámbito religioso y eclesial -explicó
Benedicto XVI- Y sin embargo, encuentra su fuente más profunda en la liturgia, en el encuentro
con Dios. Es evidente en Bach, para el que la gloria de Dios era en última instancia, el fin de toda
música. La respuesta grande y pura de la música occidental se ha desarrollado en el encuentro
con el Dios que, en la liturgia, se hace presente a nosotros en Jesucristo. Esa música, para mí, es
una demostración de la verdad del cristianismo. Donde hay una respuesta así, se ha producido un
encuentro con la verdad, con el verdadero creador del mundo. Por eso la gran música sacra es
una realidad de rango teológico y de significado permanente para la fe de la cristiandad , aunque
no sea necesario que se interprete siempre y en cualquier lugar. Por otro lado, también está claro
que no puede desaparecer de la liturgia y que su presencia puede ser una forma especial de
participar en la celebración sagrada, en el misterio de la fe''.
''Si pensamos en la liturgia celebrada por san Juan Pablo II en todos los continentes, vemos toda
la amplitud de las posibilidades expresivas de la fe en el evento litúrgico; y vemos también como
la gran música de la tradición occidental no sea ajena a la liturgia, sino que nació de ella , creció
con ella y que así contribuye siempre a darle forma. No sabemos el futuro de nuestra cultura ni de
la música sacra. Pero hay algo claro: allí donde se produce el encuentro con el Dios vivo, que en
Cristo viene a nosotros, allí nace y crece nuevamente también la respuesta, cuya belleza proviene
de la verdad misma'', concluyó Benedicto XVI.