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Cuatrimestre: Segundo.
Comisión: 1.
DNI: 38.252.094.
E-mail: evangelinamauri@hotmail.com
Grupo: Arpa.
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Planteadas estas cuestiones, es menester remarcar que el poliamor, en uno
de sus orígenes, responde a la filosofía utópica de Charles Fourier, con
relación al anarquismo y socialismo que planteaban salidas a las imposiciones
sociales estructurantes de subjetividad del capitalismo y el patriarcado. Es un
neologismo que apareció por primera vez en la década del 60, y “añade la idea
de que el amor sentimental y erótico se puede vivir con muchas personas
simultáneamente” (Thalmann, 2008, p.33). Esto último nos indica que puede
tomar, justamente, múltiples formas, y que puede ser algo “a construir”, si se
quiere, con las personas involucradas, como posibilidades. Da cuenta de una
forma nueva de concebir las relaciones, pero con la libertad de hacerlo y no
obligadamente (por ejemplo, se podría estar con una sola persona
establemente, y que no sucediera nada con otrxs). Esto implica romper con las
imposiciones antes mencionadas: dar lugar a la libertad es salir de la lógica
propietaria del capitalismo, de utilizar a las personas como si fueran cosas y a
las cosas como si fueran personas, salirse del individualismo central de la
modernidad que sólo concibe el placer propio, tratar a la familia nuclear como
ahistórica y modelo a (con)seguir. Pero también merece con más detenimiento
el pensar las formas en que los discursos sociales han construido a lo
“femenino” y a lo “masculino”, forjando imaginarios sociales, en tanto
responden a un sistema de producción donde el hombre debe proveer a su
familia, representándola en un mundo público por el cual circula, y manteniendo
alejados sus sentimientos o afectos con respecto a otrxs al no hablar de los
mismos, y sosteniéndose esto en un modelo tradicional del modo de
subjetivación masculina; su contracara, como en una moneda, está construida
por el modelo tradicional femenino, en el cual el desarrollo de la mujer está
dado en un mundo privado (la familia, y si se quiere, privado por ende de
medios económicos para sustentarse ella misma dado que el proveedor es el
varón), regido por los sentimientos en el mito del amor romántico, y los
cuidados como tarea principal de ellas y no de ellos (Tajer, 2009).
Esta libertad de hombre y este amor de mujer dan cuenta de cómo este
ordenamiento social, que produce subjetividades, y el cual tiene lugar en un
mundo de legitimidad y legalización a través del matrimonio, establecen una
imagen fija de cómo deben ser las parejas y las familias, cuando en realidad
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responden a necesidades sociales como lo son el dinero y la herencia en sus
orígenes. Es necesario, entonces, deconstruir estos conceptos para poder
entenderlos como procesos sociohistóricos, que moldean nuestras maneras de
querer, entender, pensar y simbolizar la realidad. Las familias bien podrían ser
diferentes a la establecida como norma: la nuclear (Glocer Fiorini, 2007).
Con todo esto, podría decirse entonces que para pensar en la libertad en las
relaciones amorosas, es necesario romper con muchas estructuras sociales, y
también es necesario lograr una igualdad entre las personas involucradas, y
aquí no puede dejarse de lado la existencia de la diferencia desigualada entre
hombres y mujeres, u hombres como lo “Uno” que dejan de lado a todo lo que
no sea hombre (Hombre=hombre), siendo medida de todas las cosas, tanto a
mujeres como en general a las diversidades sexuales. Esta episteme de lo
mismo se considera desde una dimensión ética (Fernández, 1993), da cuenta
de la supremacía de lo masculino operando en las subjetividades y de cómo
esto se plasma, también, en las parejas. Es necesario crear una libertad en el
amor que permita cuestionar estas concepciones, y así como la monogamia
implica caer en estas construcciones sociales modernas, no se puede caer en
la otra cara de la moneda que intenta cambiar o hacer todo distinto sin concebir
que hay que deconstruir estas concepciones. También, desde la dimensión
política, la distribución del poder da cuenta de una asimetría, que se ejerce
desde lo más coercitivo y violento hasta lo más sutil y cotidiano de los
micromachismos (Bonino Méndez, 2003). Así, esto también implica una
dimensión ética, que considere a esx otrx, que tenga mis mismos derechos y
que no haya privilegios para unxs pocxs, y de esto también da cuenta el amor
libre, puesto que implica que, para darse, exista una igualdad de derechos
sociales, económicos, personales. Ello implica ir contra el patriarcado y contra
el capitalismo, y salirse de sus lógicas para construir algo nuevo, lo cual se
vuelve muy difícil incluso de pensar, y más si debemos reconocer que no en
todas las clases sociales, por ende, podría llegarse a estas formas de concebir
las relaciones.
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organizadores de sentido, que se vienen mencionado en este escrito, de
aquella fijeza tradicionalista que ha podido encontrar modelos de subjetivación
más innovadores (Fernández, 1993). Y esto implica que ciertos mitos sean
cuestionados, como lo son los mitos de la mujer: el mito del amor romántico,
vendido desde muchos lugares y creando existencia en ella, como búsqueda
continua de un hombre que la completaría y que se establece como necesidad,
sentimentalizando los diferentes aspectos de su vida; el mito de la mujer-
madre, como un objetivo también a alcanzar en determinado momento de la
vida y condición sine qua non para ser mujer; y el mito de la pasividad erótica,
como existiendo sólo ternura en lo femenino, y de ahí creando la idea de que
las mujeres “eróticas” se buscan por fuera de la familia. Estos mitos dan cuenta
de ese mundo privado que se ha asignado a lo femenino, de lo poco racional y
lo puramente sentimental que lo determina, y que depende de unx otrx para
existir y subsistir. Romper con esto, sin embargo, no implica que todo es
desechable y que las construcciones nuevas no incluyen nada de lo anterior,
sino que sea necesario tomar lo mejor de aquello. También para su contracara
social, lo masculino. Tener presente esto, deconstruirlo, implica que quizás
pueda corrérselo de un lugar de dependencia, y que exista una autonomía
como la que se le da al varón en libertad. Autonomía como “control de las
propias condiciones de existencia, para actuar de acuerdo a su elección y no a
la de otros” (Fernández, 2009, p.69). Existir con deseos propios, proyectos
propios, que puedan realizarse en el mundo público. Pero, por otro lado,
rescatar y destacar el amor, el cuidado de lxs otrxs, y extenderlo no sólo para
las mujeres: darle lugar a la palabra, al lazo social, a lo que se construye con
otrxs.
Estas dos cuestiones darían cuenta de que no debería haber un apego que
elimine la existencia de una persona por depender en absoluto de otra, pero
tampoco que se genere un desapego total donde en realidad no haya relación
con otrxs, sino un acumulamiento de placeres para unx mismx. Que alguien
sostenga, sin soltar, ni apresar. Que se rompan las ideas de que alguien
pertenece a otrx, en una lógica propietaria que se promueve, donde las
mujeres siguen siendo cosas, que se poseen, y que el hombre puede tenerlas
de a montón en una idea de libertad individualista. Porque, en realidad, si lx
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otrx es una cosa, se niega su existencia, se puede hacer lo que se plazca sin
medir las consecuencias siquiera de estar generándole un daño. Y la búsqueda
incesante de placer propio que establece también la idea capitalista, donde los
que intercambian son los hombres y las mujeres son intercambiadas, y se
establece un control y una propiedad sobre ellas.
Conclusiones
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Bibliografía
Anexo