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Una ancestral tradición agraria – Etnias y canales de regadío en el camino a Tingo

Una ancestral tradición agraria


Guillermo Galdos Rodríguez

ETNIAS Y CANALES DE REGADÍO EN EL CAMINO DE TINGO


(Extracto)

Cuando todavía no existía la fábrica de LECHE GLORIA, desde el tranvía


eléctrico los pasajeros que iban o venían del balneario de los maravillosos
manantiales podían observar, muy cerca de la estación ferroviaria de Tingo, tres
casetas con sendas cruces pintadas de verde. Estos símbolos del patíbulo de
Cristo, que estaban casi al fondo de la chacra que adquirió la empresa, no habían
sido colocados ahí de modo fortuito. Como pronto se pudo comprobar, muy bien
podían representar el intento hispano por superponer su fe y su dominio sobre el
lugar más importante de la civilización y agricultura andinas del valle del Chili, el
mismo que, sin saberlo, la empresa ocuparía 500 años después.
LA RIQUEZA AGRÍCOLA
Como cuestión previa diremos que el 15 de agosto de 1540 se fundó la ciudad
de Arequipa, no en un campo yermo y desértico, como se había creído. La Villa
Hermosa del valle mistiano se asentó en ubérrima campiña agraria, surcada por
importantes acequias construidas posiblemente en época preínca. En
consecuencia, la fundación se realizó en desmedro del área agrícola de una
antigua etnia establecida en el valle, conocida como Yarabaya, que habitaba un
poblado del mismo nombre en la lloclla de la parte alta de la ciudad; etnia y
poblado que fueron rebautizados por los españoles como San Lázaro.
LA CIUDAD
Ha sido acreditado por estudios históricos del último medio siglo que la primera
fundación del Pacífico Sur (llamado Mar del Sur en el siglo XVI) se efectuó en el
valle de Camaná por el año de 1539; pero, a causa de los estragos que ocasionó
el clima yunga entre los indígenas serranos empleados por los españoles,
provocando la muerte de muchos de ellos, se decidió, por acuerdo del
ayuntamiento, comisionar al alcalde don Garcí Manuel de Carbajal y al regidor
Luis de León, para que, en representación del cabildo, solicitasen al gobernador
Francisco Pizarro y al obispo del Cuzco fray Vicente de Valverde autorización
para el cambio de asiento de Villa Hermosa del valle de Camaná al del Chili «y
se obtenga provisiones, ordenanzas y capítulos convenientes a dicha villa« Al
efecto otorgaron poder Alonso de Cabrera, alcalde mayor, Pedro Barroso,
alcalde ordinario, y Hernando de Silva y Hernando de Torres y Gómez de León,
regidores presentes, el 3 de abril de 1540, mediante oficio de Alonso de Luque,
escribano, real público y del cabildo.
El gobernador Pizarro recibió en la Ciudad de Los Reyes a los comisionados y
el 6 de junio del mismo año expidió provisión mediante la cual dispuso que, antes
de cualquier traslado de la sede de Villa Hermosa, se procediese a consultar a

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los vecinos sobre la mayor benignidad de dichos valles; al mismo tiempo que
comisionaba al alcalde para intervenir en ese traslado como teniente
gobernador.
El resultado de la votación favoreció al valle mistiano, según el acta del 20 de
julio de 1540 suscrita en la iglesia de la Villa de Camaná, por lo cual se tuvo que
dar cumplimiento a la provisión de Pizarro (21 de junio de 1540) respecto a que:
«Allí donde más votos hubiese la fundase conforme a una traza que yo para ello
di». Y así es como se procedió a fundar la Villa Hermosa del valle de Arequipa.
Ya en esta provisión se da cuenta de la antiquísima riqueza agrícola de la zona.
Dispone el gobernador que el teniente Carbajal nombre un regidor para que
juntos:
[...] Señaléis a los vecinos de la dicha Villa que en esa provincia tienen
indios y depositados en nombre de su majestad tienen para sus
chacras las cuales les señalareis de las del Sol y de las del Ynga y
Otras que los indios no las hayan labrado de tres años a esta parte, las
que señalareis con el menor perjuicio que pudiéredes de los naturales.
LA CAMPIÑA
Conforme a esta disposición se procedió al reparto de chacras entre los
fundadores, escogiéndolas entre las correspondientes al inca y al culto del Sol.
Evidentemente desconocían los conquistadores el sistema de tenencia de la
tierra y tributación de las etnias en favor del gobernante del Tahuantinsuyo y de
la clase sacerdotal. De allí que Pizarro creyera que había tierras destinadas para
el inca y para el culto, cuando en realidad la posesión estaba a cargo-de las
comunidades indígenas las que daban ambos tributos de la totalidad sembrada,
de suerte que la tercera parte de los productos correspondía a la clase
gobernante, otra tercera parte a la clase sacerdotal y la última parte a la etnia
que labró las tierras.
Aquella división de la fuerza de trabajo no equivalía, consecuentemente, a la
propiedad de la tierra. El sentido de dominio y disposición de las tierras del
medioevo que trajeron los españoles a este continente les hizo pensar que
podían adjudicarlas para sementeras de los fundadores de las ciudades. E
hicieron la distribución de chacras en forma indiscriminada y sin acatar
completamente la segunda parte de lo exigido por el gobernador en esta
provisión que comentamos:
[ ...] Estoy informado que en el dicho valle de Arequipa no hay muchas
tierras demasiadas de las que los indios ocupan, os mando que a los
vecinos de la dicha Villa que tienen indios en el dicho valle o tres leguas
a la redonda de la dicha Villa, no les señaléis ni deis tierras ningunas
por cuanto teniendo como tienen los indios tan cerca de la dicha Villa
se pueden pasar buenamente sin ellas, pero si en el dicho valle las
hubiese para dárselas pero sin perjuicio se las deis y señaléis [...].

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Lo cierto es que todos los terrenos de cultivo estaban sembrados por las
diferentes comunidades establecidas en el valle. Y como nadie podía controlar
el deseo de rápido enriquecimiento de los conquistadores, en perjuicio de los
nativos y de los mitmaq, se repartió chacras a Lucas Martínez Begazo
encomendero de los mitmaq de Yumina, a Pedro Pizarro que tuvo encomienda
en el mismo lugar, a Diego Hernández de la Cuba que tenía indígenas
depositados enTiabaya, Congata y Huayco, pertenecientes a ayllus cabanas, a
Pedro Godínez, encomendero de Characato, a Andrés Jiménez, encomendero
de Socabaya, a Luis de León a quien tributaban los yanahuaras, chillques y
chumbivilcas de la Chimba; todos ellos fundadores que recibieron solares, a
pesar de tener tributarios a «menos de tres leguas a la redonda» de la villa
mistiana, contraviniendo la provisión ya citada.
Hemos dejado intencionalmente de mencionar a Diego Hernández ya que le
correspondió en beneficio dos grupos étnicos de importancia para el estudio que
estamos haciendo: los yarabayas, llactarunas, y los chichas, mitmaq que los
controlaban.
LAS ETNIAS
Desde la lloclla de San Lázaro, donde fijaron su poblado preincaico los
yarabayas, hasta el balneario de Tingo, dos naciones diferentes habían gozado
la tenencia de las tierras agrícolas: los Yarabaya y los Chicha. Los primeros
hasta su dominación por el Incario, oportunidad en que el gobernante del
‘Ombligo del mundo’ conquistó el valle del Chili y, de acuerdo a una costumbre
antigua, ubicó cerca de esta etnia a un agrupamiento «mitimae» (como
designaron los españoles a los mitmaq) traído desde el sur alto peruano y al cual
se le tipificaba como la nación Chicha.
LOS YARABAYA
Don Martín de Murcia ha conservado para la posteridad una tradición netamente
mistiana que llegó a conocer cuando estuvo en el convento de La Merced, a fines
del siglo XVI. Para esa época los Yarabaya eran conocidos popularmente como
Yarapampa (sin que tuvieran ninguna conexión con el poblado de dicho nombre,
que pertenecía entonces al curacazgo de Pocsi) y también con el nombre que
recibieron de los españoles: sanlázaros o san lazaninos. Refiere este fraile
mercedario que durante el tiempo del inca Yupanqui, poderoso soberano
conquistador que popularizó el apelativo de Pachacútec, hubo en la región una
terrible erupción volcánica cuyas llamaradas iluminaron totalmente las noches
de todos los pueblos cercanos y de la ribera del mar. Después de dos días en
que se lanzó mucho fuego, comenzó a caer tanta lava, ceniza y arena que el
cielo se oscureció al extremo de no verse más el fuego, ni el resplandor de la
erupción. Asegura Murúa que tanto el inca Yupanqui como su esposa -la
llamacoya Ipabaco - estuvieron presentes en el valle del Chili ya que:
[...] estos reyes vieron haberse arruinado y asolado toda esta dicha
ciudad de suerte que no quedo tan sólo una persona ni un edificio en
ella que no feneciese, salvo los indios de su parrochia que tiene en su

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distrito llamada San Lázaro, que estos escaparon por no estar en ella,
sino en la ciudad de Cuzco a causa de haber ido hacer la mita del Ynga,
que de otra manera bien murieran y así no hay ningún indio natural está
dicha ciudad en ella, sino todos mitimaes y de los que trujo el Ynga
cuando vio la ruina y los dichos yndios de San Lázaro, que volvieron a
poblar y así se dicen hoy en día Llactalloc nacidos en la tierra y criollos
de ella.
Como se observa, los Yarabaya fueron los únicos nativos mistianos en condición
de llactayoc o llactarunas, y eran los que sembraron la explanada agraria sobre
la que se asentó la Villa Hermosa del valle de Arequipa. Para ello aprovecharon
convenientemente el sistema de canalización de acequias construido muy
antiguamente por encima de la barranca. Por ser originarios del valle los
españoles solían llamarles también «Yndios de Arequipa» y es así como figuran
en el reparto de chacras entre los fundadores, según las actas de adjudicación
del protocolo de escrituras públicas del escribano Alonso de Luque y los
Registros de Venta y Composición de Tierras de fines del siglo XVI y comienzos
del XVII, oportunidad en que las tierras vacías, por descenso demográfico de los
tributarios, fueron adjudicadas a españoles en pública subasta.
Cuando Francisco Pizarro entregó la etnia de los Yarabaya al capitán Diego
Hernández (22 de enero de 1540), poseía la encomienda 170 tributarios y el
curaca principal apellidaba Gaya. En la visita general ordenada por Pedro de la
Gasea y practicada por Miguel López de Carbajal, alcalde, y Miguel Rodríguez
de Cantalapiedra, regidor, se empadronó a los Yarabaya con los Copoata, otro
grupo aborigen mistiano, como se reconoce en dicho patrón al considerárseles
como «Yndios naturales».
En la visita toledana, en cambio, se había producido una gran disminución de
pecheros ya que se contó sólo 177 personas de 18 a 50 años de edad de un
total de 523 pobladores, incluyendo a ancianos, inválidos, mujeres y niños. Para
marzo de 1639, se les menciona como «Yndios de San Lázaro de Yarabaya»,
habiendo sido sucesivamente tributarios de Diego Hernández, Diego Hernández
de Mendoza, Diego de Porres y Diego de Cabrera y Ulloa. Fue la encomienda
de los Diegos. Posteriormente se entregó la encomienda a favor de doña Ana
María de Arévalo y Espinoza, marquesa de Oropesa, según el intendente
Antonio Álvarez y Jiménez, quien el 12 de julio de 1788 informaba que ella tenía
la obligación de entregar a la Caja Real el tercio que correspondía al rey, más:
«... por haberse pasado muchos años sin el cubrimiento del Tercio se embargó
la Encomienda y al cabo vino a incorporarse en la Corona».
Estas partidas jamás se recuperaron ni la beneficiarla sufrió sanción alguna. Dice
Luis Alberto Sánchez, en Los poetas de la Colonia y de la Revolución, que la
famosa corresponsal de Lope de Vega y destacada poetisa Amarilis -autora de
Epístola a Belardo - fue nada menos que la citada doña Ana María de Arévalo y
Espinoza. De ser así, los pobres Yarabaya fueron expoliados por soldados,
aventureros, curas, vagabundos y hasta por poetas.

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Esta laboriosa etnia, que tuvo la mala suerte de ser explotada por cuanto amo le
pusieron la gobernación o el Virreinato, se fue extinguiendo paulatinamente bajo
el nombre de San Lázaro. A fines del siglo xvii ya nadie recordaba que alguna
vez tuvo el nombre de Yarabaya.
LOS CHICHA
Cuando los incas conquistaban un pueblo aborigen, para asegurar su dominio
sobre él ponían en sus proximidades a un grupo mitmaq a fin de controlar sus
actividades habituales, impedir levantamientos, espiarlos, etc. Correspondió a
los Chicha desempeñar estas funciones cerca de los Yarabaya, por designación
del soberano cuzqueño. Su hábitat original estaba en Calcha y Talina, de
Norchicha y Surchicha, respectivamente en el suroeste de la actual república de
Bolivia. Los gobernantes del Tahuantinsuyo sólo ponían colonias mitmaq de
naciones que les merecieran absoluta confianza, ya que además de Unciones
de control, ejercían las de fuerza fronteriza y difusión y enseñanza de la religión
y el idioma del Incario.
Este agrupamiento Chicha fue establecido en la parte baja de las sementeras de
los Yarabaya, o sea cerca del balneario de Tingo, y en los poblados tradicionales
de Huasacache y Tingo Grande. Por eso el sector bajo de la fábrica de GLORIA
S. A. hasta nuestros días se denomina Ramo de Chichas e igual nombre tiene la
acequia que lo riega, como consta en el catastro y padrones de la Dirección
Regional de Agricultura. A los Chicha se les señaló lugares que siglos antes
habían estado poblados por una cultura llamada Churajón o Juli, que dejó allí los
vestigios de su actividad en la necrópolis llamada Tres Cruces.
Antes de que se fundara la Villa Hermosa del valle de Arequipa, por su conexión
con los Yarabaya, se entregó a los Chicha al mismo encomendero. Así el 22 de
enero de 1540, el gobernador Pizarro asignaba este agrupamiento mitmaq que
sólo contaba con diez integrantes al capitán Diego Hernández. Su misma
situación de colonia mitmaq justifica el pequeño número de chichas de dicho
título.
En la Visita General practicada por orden del virrey Francisco de Toledo, seguía
llamándoseles chichas de Huasacache, al igual que en despachos del corregidor
o juez de naturales de Characato y Vítor, recayendo en favor de Francisco
Madueño, quien presentó su título ante el cabildo mistiano el 16 de noviembre
de 1565; estando documentada su asignación a los diferentes corregidores.
LAS ACEQUIAS DE AREQUIPA PREHISPÁNICA
Hemos mencionado al Ramo de Chichas y a la acequia del mismo nombre, lo
que nos lleva a referirnos al sistema de canalización de aguas de regadío en el
valle del Chili. Los canales prehispánicos sirvieron para las acequias que seguían
el curso de las calles trazadas en la fundación española de Villa Hermosa, con
las que podía refrescarse la población y regarse las huertas interiores de los
solares mistianos. Dichos canales fueron construidos mucho antes de que las
carabelas de Cristóbal Colón llegaran a las Antillas.

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Mediante documentos que conservan el Archivo General de la Nación y el


Archivo Regional de Arequipa se ha establecido que la «Acequia- madre» se
llamó Coa desde tiempos inmemoriales. Ella es sangrada del río Chili, en la parte
alta de Chilina, y es la que se observa desde la balaustrada occidental del parque
de Selva Alegre; sigue su curso hasta llegar a la lloclla de San Lázaro, que
atraviesa subterráneamente mediante un sifón. Continúa por la Antigua Ronda
(hoy calles Villalba y Cruz Verde), prosiguiendo por el callejón San Jerónimo
hasta el parque Melgar (en cuya parte superior está canalizada) y en la misma
situación se interna por la calle Tarapacá (norte de la estación ferroviaria) hasta
La Pampilla y La Apacheta.
De tal acequia matriz son sangradas, a su vez, las siguientes:
- La de La Mantilla
Que toma otros nombres según los lugares que atraviesa, como son San
Francisco y Santa Rosa, por ejemplo. A ella se refieren autores como fray Angel
Vicente de Zea, prior del convento de Santo Domingo, quien la nombra como «la
primera», por ser ésa su ubicación y antigüedad dentro de la red de acueductos
mistianos. Este hecho fue confirmado y ampliado por Francisco Mostajo en «La
acequia de La Mantilla» y «Las acequias de regadío”. Creyó Mostajo que Mantilla
pudo ser el nombre de un constructor español, pero no fue así.
- La de La Palma
Llamada también de Santa Catalina, que cruza de la catedral al portal de Flores,
por lo que desde antigua data los criollos llamaron al lugar como «La
Pontezuela». Sigue hacia la huerta de Santo Domingo (hoy parque Duhamel) y
se interna por La Palma hacia los barrios El Carmen y Dolores.
- La de San Jerónimo
Era en realidad el sector final de la antiquísima Coa. En la parte baja de este
canal de regadío tuvieron los jesuitas una haciendita que les fue donada, como
tantas otras, y le pusieron el nombre de San Jerónimo. Hizo creer la Compañía
de Jesús que ella era la constructora de la acequia, tanto a las autoridades
judiciales, como a los demás regantes próximos, cuando en realidad sólo la
había escarbado y reparado. Sin embargo, cuando por el uso de esas aguas los
jesuitas fueron demandados por don Gaspar Vello de Santiago, vieron por
conveniente afirmar que fue labrada cuidadosamente en tiempos inmemoriales.
Existen varios documentos en los que consta que el nombre precolombino de la
acequia fue Coa. Incluso a fines del siglo XVIII, al subastarse públicamente el
molino harinero ubicado en la proximidad de la lloclla de San Lázaro que había
sido propiedad de los expulsados miembros de la Compañía de Jesús.
- La de La Pólvora
Era, y es, el canal que, más abajo de San Jerónimo, lleva agua lejos del Palomar
a las chacras llamadas de Añaypata y a la parte baja del cerro de Bellavista.
- La acequia y Ramo de Chichas
Es la que más directamente nos interesa. Por ser canal diferente al de La
Pólvora, atraviesa la llamada Primera Torrentera (o del Palomar), antes mediante

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un sifón, ahora gracias a un puente que impide el desperdicio del líquido


elemento. Está situada más abajo del puente de Izcuchaca, construido en el siglo
pasado, pocos metros antes de la variante de Uchumayo. El canal de Chichas
prosigue hacia Tingo llevando su curso al amor de las gradientes de tabladas y
andenes.
Otrora estos terrenos eran sembrados por los Chicha mitmaq. Pero, a medida
que desaparecían o disminuían éstos, la autoridad colonial remataba
públicamente estos terrenos de cultivo a favor de los españoles. Así consta, por
ejemplo, en la Visita, venta y composición de tierras de la zona de Chichas y
Palomar hecha por el licenciado Dn. Luis de Lozada y Quiñones, donde varios
españoles figuraban colindando con nativos sobrevivientes del grupo mitimae.
Reservando tierras necesarias para enterrar a los tributarios san lazarinos (o
Yarabaya), se halló terrenos vacos que pasaban a ser «del Rey»; estando en
esta situación tres fanegadas y ocho almudes de tierras de sembradura, con el
equivalente de 32 topos, en el año 1643.
El camino que iba a Tiabaya no es el que actualmente existe, por haberse abierto
dicha vía a inicios de la segunda mitad del siglo XIX. El aludido por este
documento de 1643 era el que iba por El Palomar, bordeando la primera
torrentera y proseguía por la acequia de La Pólvora hasta las chacras de cultivo
de la parte baja del cerro en cuya cumbre está el pueblo de Bellavista, «Balcón
de Arequipa», y continuaba para cruzar el río Chili a la altura de Arancota, donde
existía un puente de troncos de árboles, siguiendo por la ronda de Alata, callejón
de los Perales y la pampa de Obando (hoy calle Junín, de Tiabaya).

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