El individualismo del siglo XXI ondea la bandera de la libertad que se
inserta como principio, no sólo en la vida moral, sino en a vida política y económica. Hemos de reconocer que el panorama actual se esfuerza por rescatar al individuo de la sociedad homogeneizada de masas, para exalta su valor único. Esta era del individualismo exige la incesante tarea de rehacerse, experimentarse y consumirse, posándose sobre la libertad como principio y la felicidad como fin, cuyo camino está construido a partir de la autodeterminación de las elecciones por la voluntad. La esfera de la ética en este contexto, se ve dirigida por la libertad y autonomía, con la eterna afirmación del ego, cuyo reconocimiento del otro hombre está a la expectativa de los deseos propios. ¿Cómo conciliar el desenvolvimiento de la libertad del yo con la eterna contraposición de la responsabilidad por la libertad del otro? Una pugna entre la libertad de ser para mí mismo y la responsabilidad de ser para el otro hombre, es decir, definir la identidad a partir de ser para el ego o ser para el otro. Responder a esta difícil problemática exige replantearnos el propio papel de la ética en la vida humana y su trascendencia. Si entendemos la ética como la reflexión sobre la moral, sus fundamentos y la aplicación de principios prácticos, entonces tenemos que admitir que la ética requiere de presupuestos para la acción moral, tales como la condición social humana, la libertad de acción para tomar decisiones que se consideren éticas y la responsabilidad como inclinación por el bienestar del otro. La condición primaria de socialidad o bien, condición natural de insuficiencia, de estar y necesitar al otro, es límite y apertura de toda posibilidad de acción y reflexión moral. Ninguna ética tendría sentido si el hombre estuviera completamente solo, si no tuviera a quién dirigir su acción o por qué meditar sobre las consecuencias de sus actos. La ética no es un hecho aislado o restringido a la esfera individual, supone la explicación de la constitución de los vínculos entre yo y otros, de la realidad social y el autoconocimiento, exige reconocernos constituidos a partir de nuestras
1 Los tres artículos que se presentan fueron publicados en el Diario de Xalapa el día 19 de Agosto de 2018, en la sección de Concilio. relaciones con los otros. Reivindicar la revaloración avocada al ámbito de la alteridad (relación con el otro) sobre el ámbito de la individualidad, es recobrar su sentido social y abandonar la idolatría y el privilegio del yo, una tarea muy difícil para nuestro panorama actual ético que aún parte de la autonomía como principio de las decisiones morales: las constituciones y enmiendas así lo legislan, las instituciones lo protegen y refuerzan, la mercadotecnia y la vida económica lo reafirman hasta en las decisiones más triviales que no incumben propiamente a las decisiones morales, y si aún queda duda, los libros y empresas de autoayuda te develarán este camino. <<Se tú>>, <<sé feliz>>, a toda costa y a todo costo, es un egoísmo disfrazado de libertad reforzado por todos los flancos. Si la responsabilidad como determinación del individuo se viera así reforzada la encontraríamos incómodamente impuesta, peligrosamente atentando contra nuestros propios intereses. Hemos de dar vuelta a esta visión absoluta de “libertad” para escapar de este egoísmo que en su indiferencia deja en desamparo al prójimo, hemos de voltear la mirada al rostro del otro. Replantear la ética en la alteridad es poner sobre la mesa la existencia del prójimo, el encuentro y la importancia de la comunicación, es pensar la vida moral como una constante determinación de la identidad que exige siempre poner en cuestión nuestros propios intereses y ponernos al servicio del otro. Puede que nuestros recursos materiales y esfuerzos sean limitados para saciar las necesidades ajenas, pero reconocer su existencia de frente nos mueve a velar por su cuidado. Confrontar la ética del individualismo es poner en cuestión los pilares de la visión no sólo ética, sino antropológica contemporánea: <<Todos los hombres son libres, y luego, como consecuencia del ejercicio de su libertad, son responsables>>. La ética de la alteridad propone: <<Los hombres deberían ser responsables del prójimo, y luego, como consecuencia de esa responsabilidad, consecuencia del cuidado del otro, propiciarles que sean libres>>. ¿Amor platónico?
Gerald Marlon Lucas Carmona
geraldcarmona@gmail.com
Regularmente escuchamos la expresión: “¡Ése es mi amor platónico!”,
al tiempo que un suspiro largo y profundo concluye con una escena digna de Hollywood, y es que la cultura popular se ha encargado de hacer creer que el amor platónico es, o bien aquel amor que se vuelve completamente imposible de alcanzar y que sólo logramos atisbar, pero nunca obtener, o bien aquel amor para el cual estamos destinados desde que nacemos: la “media naranja”. Si bien Platón sí habla de esto último, nada tienen que ver los amores inalcanzables con el dios Eros al que el filósofo de Atenas dedica todo un texto. ¿Qué sabemos, pues, sobre el amor platónico?, ¿es que acaso la filosofía tiene interés sobre estos temas? La respuesta es afirmativa, uno de los filósofos más importantes de la Grecia antigua se empeñó en escribir sobre el amor, sumándose a la gran lista de pensadores que han llevado a cabo la misma empresa, cada cual bajo su muy particular punto de vista y en virtud de sus propias teorías. Actualmente, este tipo de temáticas que parecen ser sólo del campo de la literatura, son parte importante del pensamiento y la reflexión filosófica. Desde Hegel hasta Lipovetski, pasando por Heidegger, Nietzsche, Buber, Lévinas, Marcel, entre otros, el amor, el afecto y las pasiones han sido parte importante de su pensamiento. Eros como ideal amoroso nace en la cultura griega en su periodo clásico, cuando Platón escribe en forma de diálogo El banquete –o Simposio–, en donde se narran las ideas que algunos personajes destacados de aquella época tienen sobre Eros, de entre los cuales desfilan un médico, dos poetas, un hombre maduro, un filósofo y un estudiante de filosofía. Este diálogo se desarrolla al calor de un banquete –de ahí el nombre–, en el cual se van relatando varios alegatos sobre lo que cada comensal cree que es el amor. De entre todos los discursos el más elocuente será el del filósofo Sócrates, quien se encarga de describir lo que el amor es en su esencia última, es decir, el platónico. Para el filósofo de Atenas, el amor procura la inmortalidad, o lo que es lo mismo, asegura la reproducción de la especie humana para que ésta nunca se extinga, esto a través de la liturgia erótica de las pasiones carnales. Decía, pues, que podemos dejarles a nuestros descendientes un legado importante, como el apellido o el status social, para que así la familia o el linaje nunca pereciera y fuese enriqueciéndose cada vez más. Del mismo modo, se concibe a Eros como aquella conciencia o daimón –como así lo llama– que nos ayuda a distinguir el bien del mal. Eros es nacido del encuentro carnal entre Poros y Penia, siendo él un dios rico, y ella una diosa desprovista de belleza y méndiga de amores, de tal suerte que su vástago es el punto medio entre la belleza y la fealdad, bondad y maldad, riqueza y pobreza, y es por esto por lo que él representa la armonía y el perfecto equilibrio. Se le ve como amante de la sabiduría –característica esencial de la figura del filósofo– y buscador de la virtud, de modo que quien profese el amor estará en constante búsqueda de la virtud, así como de lo bueno, lo bello y lo justo. Él no se representa como un ente antropomórfico. Para Platón, el sacrificio de negar las cosas materiales –o incluso sentimentales– con tal de procurar a su amado es de preponderante importancia, pues en esa renuncia es en donde se podrá notar que Eros navega en esos mares, pues ahí está el amor puro: el platónico. El mito de la “media naranja” se enuncia en el relato que brinda Eriximaco, un médico griego de renombre, quien narra la historia en donde los humanos poseían un cuerpo andrógino, es decir, que dos cuerpos conformaban uno sólo, sin embargo, fue Zeus quien, al ver que éstos no le rendían la pleitesía necesaria, decidió separarlos por mitad, de modo que ahora anduviesen por la tierra con dos pies, dos manos, una cabeza y un sexo. Así, los humanos pasarían la vida entera buscando su otra mitad a la que estaban destinados pero que les había sido arrebatada, y se cuenta que al encontrarse de nuevo se darían un abrazo tan profundo, que lograsen fundirse en un sólo cuerpo, para complementarse unos a otros. La incógnita queda al aire para el lector: ¿realmente hemos experimentado el “amor platónico”?