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Una entrevista a Nina Quispe.

El maestro indio que sostiene una escuela a costa de sus propios recursos1

Al visitar la Exposición de las Escuelas Municipales, me llamó la atención la


presencia de un indio junto a una colección de trabajos. Me detuve frente a él, y
éste, con un ademán quejumbroso, propio del que sufre, comenzó a explicarme el
significado que encerraba cada cuadro y la satisfacción que había experimentado
al recoger el fruto de sus esfuerzos. A poco me di cuenta que era el maestro quien
celoso por el mejoramiento de su raza, había formado una escuela para indígenas
a costa de su propia iniciativa y sin recibir ninguna remuneración pecuniaria.
Interesada por conocer de cerca la labor de Nina Quispe, horas más tarde lo busqué
en su domicilio. Grata fue mi sorpresa al encontrarlo a mi interlocutor que
afanosamente leía los diarios de la localidad. Sonrió al verme y después de
expresarle el motivo de mi visita lo sometí a un interrogatorio.

¿En qué escuela aprendió a leer?


Desde pequeño me llamaba la atención cuando veía a los caballeros comprar
diarios y darse cuenta por ellos, de todo lo que sucedía; entonces pensé en
aprender a leer mediante un abecedario que me obsequiaron, noche tras noche
comencé a conocer las primeras letras; mi tenacidad hizo que pronto pudiera tener
entre mis manos un libro y saber lo que el encerraba. Y sigue diciendo: considero
que toda obra es a manera de una señora que relata con paciencia el porqué de las
cosas, haciéndonos el camino de la justicia y de la verdad. Yo quiero a mis libros
como a mis propios hijos.

¿Quién le sugirió la idea de formar una escuela?


Cuando se inició la Gran Cruzada Nacional “Pro Indio” leía los comentarios en los
diarios; en las calles me detenía frente a los “cartelitos” y entonces pensé: Por que
no puedo secundar en esta obra? Yo que íntimamente conozco la tristeza del indio
macilento y vencido; yo que he sentido sollozar en mi corazón el grito de una raza
vejada. Visité varias casas de mis compañeros, haciéndoles comprender el
beneficio que nos aportaría salir del camino áspero de la esclavitud. Pasó el tiempo
y mi humilde rancho era el sitio de reunión del gremio de carniceros; estos acordaron
enviarme sus hijos para que les enseñara a leer. Mi casita era ya pequeña, y
entonces pensé en solicitar a la Municipalidad un local más apropiado para dictar
mis clases. Personalmente hice las gestiones; muchas veces me detenía un buen
rato en las puertas, porque temía ser arrojado, ya que mi condición social no me
permitía hablar un poco fuerte; sentía que mis pupilas se humedecían, y esto mismo
me da impulsos para seguir adelante. Al fin conseguí que cedieran una clase en la
escuela nocturna de la calle Yanacocha No. 150. Lleno de alegría les comuniqué la
buena nueva a mis alumnos, y antes de
tomar posesión de la clase hicimos la “challa” para que buena suerte nos ayudara,y
así fue como día a día crecía el número de mis discípulos. El inspector señor Beltrán
me obsequió algunos cuadernos, libros y pequeño material de enseñanza. He ahí

1
Entrevista de Ana Rosa Tornero, publicada en El Norte el 28 de octubre de 1928, La Paz, Bolivia. pp.1- 4.
como a los siete meses pude lograr que mis alumnos tomaran parte en la Exposición
junto con otras escuelas.

¿Cuál es su plan de estudios?


Lo primero que enseño es el respeto a los demás. Les explico el significado de la
palabra justicia, haciéndoles ver los horrores que causa el alcoholismo, el robo y las
consecuencias de estos vicios. En cuanto a las clases de lectura, empleo un método
sencillo: comienzo por escribir el abecedario en el
pizarrón, y cada letra la hago repetir hasta que se grabe en la memoria de los
pequeños indios.

¿Cuántos alumnos tiene?


En el último mes recontaba 57 alumnos, siendo la asistencia regular. La
conversación sigue amena, entre aimará y castellano. Eduardo Nina Quispe hace
desfilar ante mi vista los cuadernos de sus alumnos. En una de las páginas aparece
el dibujo de una mujer enlutada junto a las montañas. Le digo me explique el
significado del grabado, y con la voz cada vez más viva, me dice: Esa es Bolivia que
reclama un puerto. Nina Quispe es un versado a su modo en Historia y Geografía,
conoce los territorios que en otra hora nos pertenecieron.

¿Ha encontrado usted estímulo de parte de las autoridades?


Uno de mis recuerdos más gratos es la visita que hice al señor Presidente de la
República. Tímidamente ingresé a palacio, pero luego que conversé con el caballero
Siles, desapareció mi temor. Le expuse mis propósitos y me felicitó por mi obra,
prometiéndome ayudar en todo. Al despedirme me abrazó cariñosamente. Sus
palabras me alentaron tanto, que gozoso les conté a mis alumnos de esta entrevista,
haciéndoles ver cómo la primera autoridad era ya para nosotros un gran apoyo.
Con motivo de la Exposición, también he recibido palabras de felicitación de muchos
profesores, pero he visto con pena cómo algunos señores me miraban
despectivamente y decían: “es de indios” y pasaban por alto. A estas personas
hubiera querido atraerlos con mi mirada para que se den cuenta de mis esfuerzos.

¿Qué proyectos tiene para el futuro?


Pienso formar un centro cultural de indios y pedir a los intelectuales que
semanalmente nos ilustren con su palabra. Quisiera hacer también una jira de
propaganda por el altiplano y reunir a todos los Analfabetos. A principios del año
entrante lanzaré un manifiesto por la prensa, para que vengan a mi todos los indios
que deseen aprender a leer, así tendré la satisfacción de transmitirles mis pequeños
conocimientos.

¿Recibe usted alguna subvención de la Municipalidad?


Ninguna. En el día trabajo en una panadería y en la noche me dedico a mis alumnos
juntamente con mi hijo Mariano, que tiene grandes condiciones para ser mas tarde
un hombre de bien.

Le hago una última pregunta:


¿Qué piensa usted del traje típico?
Sería mejor que desterráramos el poncho. Nuestro traje hace que los extranjeros
nos miren con recelo y nos coloque de inmediato la máquina fotográfica; además,
la diferencia de nuestro vestuario da lugar a que nos cataloguen en el plano de las
bestias humanas.
Íntimamente complacida me despedí de Eduardo Nina Quispe, pidiéndolo antes su
fotografía, la que rubrica con mano firme. Sería plausible que nuestras autoridades
premiaran la obra de este indígena, asignándole un sueldo como premio a su labor
y constancia. Acaso cada uno de nosotros no sentimos compasión por esos seres
herméticos y errantes que vagan por las pampas, agazapados, mascullando el dolor
y miseria de su raza?

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