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///El Nihilismo es nuestro destino, pero aún


no somos Posmodernos.

Gloria, Minotauro,
por el demérito de tus logros,
por perseguir tus pesadillas.

I. La pasión de nuestros tiempos

Según Vattimo, el valor representa la más importante urdimbre del edificio filosófico,

que una vez habiendo sido revisado –tarea llevada a cabo ya por Nietzsche y Heidegger–, no

debe dejar de ser vigilado.

En nuestra época, los conceptos mayores de la tradición filosófica ya han sido el

primer blanco a desvalijar, y el avance de su despojamiento es brutal. Nihilismo y

posmodernidad son los nombres con los que se asocia a este ánimo por la catástrofe.

Existe en la cultura una regia pasión por el aniquilamiento. El pensamiento se degrada

hasta disolver los valores supremos con los que había trabajado durante milenios, con algunos

cortes pero por lapsos prolongados. Esta red de conceptos, supremacía del pensamiento,

sobrevive siempre en la oscuridad hasta que alguien de cuenta de ellos, haga visibles su

función dentro de los sistemas discursivos, paradigmas y estructuras.


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Es en ese tenor que el nihilismo surge como una postura natural. Va más allá de la

hermenéutica, pone en tela de juicio los principios de unidad y coherencia del pensamiento

–aún aquellos de carácter negativo–, hace tambalear nuestro saber en torno a los procesos

cognitivos –pone en crisis el origen de nuestras facultades en general. Ha desnudado la

condición humana, lo cual nos ha regalado la posibilidad de abrazarla sin tapujos ni

autoengaños. La última instancia es el destino inmanente de una invención. Es por ello el

nihilismo un derrumbe y un desengaño.

El, no obstante, conlleva un final de la partida, que se construye en el tenor de la

interacción de los conceptos mismos que pretende justificar.

Después del nihilismo no podemos evocar el concepto de verdad con términos

ordinarios –es todo lo que sabemos. El vacío del que tanto aplauden al nihilismo, es más bien

la máxima vulnerabilidad, la principal desventaja que nos caracteriza como especie, la

separación radical, la llamada zona de indefensión del ser de la humanidad o vacuidad, no

una postura ideológica, ni tampoco una doctrina literaria; es una reforma paradigmática con

respecto a nuestra condición como seres humanos. Esto quiere decir que del nihilismo

podemos emanar alguna ética, un ethos-acción distinto. Una ética de la vacuidad, de lo

irracional-racional, de la paradoja, de la incertidumbre y la apuesta.

Es común el sentimiento que contrapone este nuevo espíritu al pensamiento

metafísico, y es aún más común quienes rechazan el orden de lo moral por considerarlo

exclusivo del discurso de la filosofía primera. No obstante, la pasión, este pathos o carácter

del hombre –nuevo hombre– del nihilismo, es la muestra de una fortaleza aún más sólida e

infranqueable, que aquella, que hasta antes de él había mantenido unido al espíritu humano
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(ahora completamente deshecho)1. “Creo que nuestra posición frente al nihilismo (lo cual

significa nuestra colocación frente al proceso del nihilismo) se puede definir recurriendo a

una expresión que aparece a menudo en los textos de Nietzsche, la expresión “nihilismo

consumado”2. El nihilista consumado o cabal, es aquel que comprendió que el nihilismo es

(única) chance.”3

II. Metafísica y vacuidad

Este advenimiento de la cultura hacia el nihilismo, propone como fin, en un doble

sentido –de thelos y de dirección–, el aniquilamiento de todos los principios.

Pone como propósito el desvanecimiento de todo punto de partida, el abandono de

nuestra llamada condición. Pero no se confunda esto con una imagen pasiva e infértil.

Desvanecimiento, abandono y aniquilamiento no querrán decir aquí olvido ni obstinación, es

decir, la terquedad de contrariar sin más. De hecho, la manera primordial con que el nihilismo

pone en crisis al concepto de nuestra condición es negando que tenga que ser como una u

otra doctrina, idea o teoría han dicho que debe ser. Hace visible el carácter discursivo del

pensamiento, y la imposición en la que recaen algunos entramados discursivos cuando sus

éxitos comienzan a superar a otros. El nihilismo es encontrar a la mujer debajo del sombrero.

Si les pregunto a los presentes


a cual de los dos le van:
los despeinados al poeta

1
Todo pensamiento metafísico es un discurso y como tal debe ser interpretado. En tanto que discurso, es
posible abordarlo de manera genealógica, buscar las condiciones de su origen y separarle con precisión de
otros tipos de discursos con los que se le asocia, como la doctrina, la dictadura y la religión, del mismo modo
como la haríamos con la epistemología y el pensamiento filosófico.
2
Ibid. P.23
3
Ibid. P. 23
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y los peinados al suicidio,


y sólo yo le apuesto todo
a la mujer.4

El nihilismo no es ni propuesta de análisis histórico, ni teoría, ni especulación, sino

el destino de la humanidad.

La cuestión del nihilismo no me parece, por lo menos en principio, un problema


historiográfico, si bien es un problema geschichtlich (histórico) en el sentido de la conexión que ve
Heidegger entre Geschicht (Historia) y Geschick (destino). El nihilismo está en acción y no se puede
hacer un balance de él, pero se puede y se debe tratar de comprender en qué punto está, en qué nos
incumbe y a cuáles decisiones y actitudes nos llama. […] Nihilismo significa aquí lo que para
Nietzsche en la notación que figura al comienzo de la antigua edición de Wille zur Macht: la situación
en la cual el hombre abandona el centro para dirigirse hacia la X. 5

Apunta Nietzsche su primordial interés por hacer andar al ser humano hacia un nuevo

nombre, distante de aquella condición en la que confió ciegamente y la que ahora es piel

muerta, inservible. El enemigo es entonces la relación naturaleza-condición humana. La

verdad y su pathos no son más que una ilusión provocada por esta confianza, y por el

prolongado tiempo en que permitimos que esta relación, vacía, determinara el rumbo y papel

de nuestro porvenir.

El hombre está condenado a la no-verdad. Esta no-verdad, cuando es entendida como

realidad, es el último chance del que habla Vattimo.

La humanidad ha buscado conseguir la absoluta afirmación, descubrimiento o

correspondencia de la verdad, valiéndose de diferentes transductor –simbólicos (dioses,

demonios), teóricos (ser, intelectus agens, cogito), estéticos (éxtasis, poesía), etc–, aún lo

4
Rodríguez, Silvio, Mujer sin Sombrero, en “Exposición de Mujer con Sombrero”, 1970.
5
Ibidem.
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hace, y no lo sabe –esa es la circunstancia de la ilusión. La metafísica, entre muchas

eclosiones de pensamiento trascendental en la historia, han fungido un papel crítico, al

adentrarse, justamente, en las aguas de esta ilusión. De ese modo ha sido posible la

transmutación de los fines, las rupturas y revoluciones que han dado lugar a cada uno de los

devenires del pensamiento y la consciencia propiamente humanas.

La metafísica del vacío, la nihilidad, es el llamado de nuestra época debe construir su

propia fatalidad, un nuevo destino.

Al hombre solamente, empero, le corresponde la creencia en la verdad alcanzable, en la ilusión que se


acerca merecedora de plena confianza. ¿No vive él en realidad mediante un perpetuo ser engañado?
¿No le oculta la Naturaleza la mayor parte de las cosas, es más, justamente lo más cercano, por ejemplo,
su propio cuerpo, del que no tiene más que una <conciencia> que se lo escamotea? 6

III. Sócrates, la ética de la catástrofe

Tener la existencia en menor estima cada vez, recuperar las aspiraciones socráticas,

la ironía, hacer brotar, desde las entrañas, una risotada solemne ante la historia y el

pensamiento.

Esta es la historicidad que pretende permear la posmodernidad, según Vattimo, la

catástrofe transformadora.

6
Nietzsche, Friederich. “Cinco Prólogos para Cinco Libros No Escritos”. Ed. Arena Libros, Madrid, 2010. P. 18
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Sin embargo, pienso, Nietzsche es lejano al encomio del suicidio espiritual. Hay en

él un optimismo difícil de digerir. Abreva de la tragedia y la ironía, como Sócrates burlándose

de Esopo.

Antes de morir, Sócrates anuncia el fin del ser filósofo, su thelos: la muerte.

Los alumnos de Esopo objetaban al argumento con la prohibición que existía al

suicidio –tomar partida sobre la vida.

Para Sócrates –como para Nietzsche– es la forma misma del suicidio, la

grandilocuencia del verdadero filósofo. En general, decía, si es verdad que buscamos las

cosas como tal y que en esta condición estamos imposibilitados, debemos dejar toda forma

existente para llegar a ver las cosas como tal.

El filósofo es aquel que se prepara para morir, es el ser-para-la muerte, siguiendo a

Heidegger.

Pero bien entendido, Sócrates no exhorta –como tampoco Nietzsche– a la humanidad

a destruirse. La forma del suicidio no es su consumación. Es el principio, pero no el final. Ha

habido un suicidio, sí, pero del cual debemos renacer.

Sócrates ve la misma imposibilidad de encontrarnos con las cosas, no sólo en torno a

la muerte, sino con respecto a la vida. El aniquilamiento de esta forma existente es también

el andamiaje hacia la vida plena. ¿Por qué otra razón agradaría al hombre estar muerto?

No es éste, por tanto, el inicio de una nueva época o de nuevas contexturas culturales,

no es el pensamiento ultra-metafísico, sino la observancia heroicamente más puntual y

precisa, de aquello que ha movido a la humanidad. Estamos en las postrimerías del idealismo.
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La dialéctica idealista, sobre todo la de Hegel, llevaba in situ la semilla del nihilismo.

Él fue quien regaló a nuestro discurso la posibilidad de encontrar su propio límite.

La única crítica que desde Nietzsche me atrevo a hacer al texto de Vattimo, es que el

nihilismo, según Nietzsche, no es nada nuevo para la cultura, si bien es novedoso señalarlo

como un elemento inscrito dentro de ella y activo en sus movimientos y realidades.

Y con todo, despiertan siempre de nuevo unos cuantos que, con la vista puesta en esa
grandeza, se sienten tan llenos de dicha que la vida humana se les aparece como una cosa magnifica y
les aparece obligado que el más bello fruto de esta amarga planta sea saber que una vez huno uno que
altivo y estoico paso por esta existencia, que otro lo hizo cavilosamente, y que un tercero con
compasión, pero todos dejando como legado una sola enseñanza: que vive la existencia de la más bella
de las manera aquel que la tiene a poco.7

Vattimo no ve esto en Nietzsche, sino, antes, el desplazamiento de valores de uso,

como aquellos que le dan ordenamiento a las cosas, por valores de cambio, aquellos

provisionales que le dan sentido.

Difiero.

Esto no es un nihilismo craso, si acaso alguno práctico, empírico. No podemos aún

ostentar el nombre de posmodernos. Muy pocos han consumado el nihilismo, que es nuestro

destino y deber-ser-nada.

No nos engañemos.

Reconozcámonos seres modernos y comencemos nuestro camino cabal hacia la

catástrofe.

7
Ibid. P. 15
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