Sei sulla pagina 1di 3

¿Asombro?Asombro,¿de qué?

La riqueza del Cosmos lo supera todo:


riqueza en hechos elegantes, en
exquisitas interrelaciones, en la
maquinaria sutil del asombro.

Esta frase, que aparece en el


capítulo primero de “Cosmos” de Carl
Sagan, ejemplifica un sentimiento que ha
sido expresado de una u otra manera por
pensadores tan dispares como Leibniz,
Schopenhauer, Wittgenstein, Heidegger,
Proust, Dawkins o Hawking, un
sentimiento con el que se ha sentido
identificado prácticamente cualquier
filósofo, científico o teólogo
contemporáneo, o cualquier aficionado a la
ciencia o cualquier persona reflexiva: el
asombro y fascinación ante la mera
existencia del universo y su
funcionamiento tal y como lo describe la
ciencia.
Pero, cabe preguntarse, ¿tiene sentido
asombrarse ante el universo? ¿Qué raíces tiene este asombro? Esto es lo que vamos a explorar hoy,
si bien ya expusimos en otra parte y puede ser complementario de lo que digamos aquí, la falacia
cosmista, esa manía de referirnos al universo como “cosmos”.
Curiosamente, la frase de Sagan anterior a la que abre este artículo es “El escepticismo nos
permite distinguir la fantasía de la realidad, poner a prueba nuestras especulaciones”, y ese
asombro ante el universo no es más que la herencia de una fantasía religiosa. No hay que
asombrarse de que el universo exista, ni maravillarse de que funcione como funciona;
racionalmente, ¿por qué habríamos de hacerlo? El escepticismo nos lleva a verlo tal cual es.
El asombro comienza cuando implícitamente se considera la pregunta, ya propuesta por Leibniz,
de ¿por qué existe algo en vez de nada?, esta cuestión, siguiendo a Adolf Grünbaum, la llamaremos la
Pregunta Existencial Primordial (PEP).
La PEP nos puede parecer una pregunta legítima, que tiene sentido plantearse pero, como cualquier
pregunta que comienza con un “por qué” está dando por supuestas algunas cosas. Supone no solo
que debe existir una explicación para la existencia del universo, sino que es necesaria una
explicación ya que, está implícito, si no hubiese una razón o causa la nada prevalecería. Y esto último
es un prejucio: no está justificado de entrada; se asume que es así sin considerarlo detenidamente y
proporcionar un razonamiento que lo justifique. Esto es lo que Grünbaum llama la Espontaneidad
de la Nada (EN). La EN permea buena parte del pensamiento, incluso de los ateos más beligerantes.
Sin embargo, la EN es claramente un concepto cristiano; no judeocristiano, no, puramente cristiano.
Está inspirado en la doctrina de la creatio ex nihilo, creación a partir de la nada, algo no recogido en
ni en la Torá ni en el Tanaj judíos, sino creado (valga el juego de palabras) por los teólogos
cristianos en el siglo segundo de la era común: si Dios es todopoderoso, no puede crear el universo
a partir de materiales preexistentes, ya que ello limitaría su poder, por lo tanto lo crea de la nada.
Los teólogos encontraron una oscura cita en el segundo Libro de los Macabeos (este libro
deuterocanónico se considera apócrifo por judíos y protestantes, y contiene muchas de las
doctrinas que distinguen al Catolicismo), y después ya en otras del Nuevo Testamento en las que
apoyarse para argumentar su idea. La imagen expuesta en el Génesis en la que Dios se limita a
imponer orden en el caos existente, básicamente en relación a “las aguas” que se asumen como
preexistentes, pasó a ser considerada una narración mítico-poética.
Pero los teólogos no se quedaron contentos con esto y fueron un paso más allá para
redondear su doctrina. Dios no solamente era el creador a partir de la nada de todo lo existente,
también era el sostenedor, esto es, si Dios dejaba de actuar, todo lo existente colapsaría en la
inexistencia. Esta doctrina de la dependencia ontológica de Dios que tiene el universo, el Axioma de
la Dependencia (AD) de Grünbaum, tuvo una enorme influencia en racionalistas como Descartes y
Leibniz, llevándoles a presuponer en sus textos que, si no fuese por Dios, nada podría seguir
existiendo. Cosa similar encontramos en los Principia de Newton, donde Dios interviene
continuamente para mantener a los planetas en las órbitas correctas y, como eso, todo lo demás.
Por lo tanto, la PEP se basa la suposición de la EN que, a su vez, reposa en el AD.
Resulta pues que, debido a la influencia de teólogos y filósofos (tradicionales y naturales),
la PEP nos parece una cuestión legítima; y durante siglos ni se planteaba la idea, común en
pensadores griegos clásicos o hindúes, por ejemplo, de que el universo no tuviese una causa. Y, sin
embargo, se basa en premisas que son falsas: no existe ninguna razón objetiva por el que la Nada
deba prevalecer.
La PEP, digámoslo claramente, es una pregunta trampa del estilo de ¿has dejado de pegar a
tu madre?
De hecho, si se mira a la materia-energía de forma empírica, como una persona moderna de
mente científica debería hacer, la consecuencia lógica es que el universo, de una forma u otra, es
algo que debe existir. Maravillarse de que algo que es lógico suceda es, como mínimo, inconsistente.

Referencias:
Grünbaum, A. (1989) The pseudo-problem of creation in physical cosmology Philosophy of
Science 56 (3):373-394
Holt, J. (2012) The Great Rejectionist Why Does the World Exist? Profile Books (London)
Este post ha sido realizado por César Tomé López (@EDocet) y es una colaboración de Naukas con la
Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.

Potrebbero piacerti anche