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1
2
ÍNDICE
Introducción 5
3
4
INTRODUCCIÓN
Los ensayos que componen este libro provienen de exploraciones en el terreno del
discurso público a la luz de los desarrollos actuales de la teoría de argumentación. Se
mueven concretamente en la perspectiva socio-institucional que ha venido a añadirse,
desde finales del pasado siglo XX, a las perspectivas clásicas sobre la argumentación:
lógica, dialéctica, retórica 1.
Permítanme, para empezar, dos notas introductorias sobre dos nociones clave
en mi planteamiento de esa perspectiva socio-institucional. Una es la idea de discurso
público que va a obrar como campo de referencia. La otra es la idea de lógica del
discurso público o más precisamente de lógica civil, que va a orientar y dirigir mis
movimientos dentro de ese campo.
Dados estos supuestos, propongo que entendamos por “lógica civil” o “lógica
del discurso público”, de modo provisional y tentativo, el estudio de los conceptos,
problemas y procedimientos referidos al análisis y evaluación de nuestros usos del
discurso público en el tratamiento de asuntos de interés común que, por lo regular,
piden una resolución de carácter práctico. Volveré sobre esta noción más adelante.
Pero, en principio, me interesa destacar que no se trata de una modalidad de la lógica
formal al uso, sino de una aplicación del estudio de la argumentación a ese tipo de
discurso. Es un dominio que ha cobrado hoy especial relieve al confluir en él diversas
líneas de análisis, discusión y desarrollo, dos en particular: por un lado, un nuevo o
renacido interés por la razón práctica; por otro lado, una creciente preocupación por
la razón pública y por la calidad de su ejercicio en nuestras sociedades más o menos,
o quizás nada, democráticas. En el primer caso, en la atención a la razón práctica,
influyen desde las cuestiones filosóficas, éticas o jurídicas en torno a la actuación
racional o razonable, hasta la investigación en inteligencia artificial de modelos
arquitectónicos B(eliefs)-D(esires)-I(ntentions) o de modelos de gestión de decisiones
en sistemas multi-agentes. En el segundo caso, se dejan sentir las discusiones en
torno a los ideales y programas de “democracia deliberativa” a partir de los años
1980 (Rawls, Habermas, Elster, etc.), la confrontación entre modelos sociopolíticos,
2
Jürgen Habermas ([1962] 1989) The Structural Transformation of the Public Sphere: an inquiry into a
category of bourgeois society. Cambridge (MA): The MIT Press. Craig Calhoun (ed.) (1992) Habermas and
the Public Sphere. Cambridge (MA): The MIT Press.
6
e. g. deliberativos vs. agregativos, o en fin el análisis crítico de las constricciones
reales y las distorsiones de nuestros usos públicos del discurso. En todo caso, hoy en
día, la llamada “esfera del discurso público” es un campo no solo de análisis e
investigación, sino incluso de prácticas profesionales, que parece suponer una
inflexión de la teoría de la argumentación por varios motivos: entre otros, por dar
especial importancia a la infraestructura conversacional pragmática del discurso y a
sus condiciones de coordinación y éxito o, más aún, por abrir una nueva perspectiva
social que viene a sumarse, y en parte superponerse, a las tres perspectivas clásicas en
teoría de la argumentación, las mencionadas lógica, dialéctica y retórica.
7
característica y decisiva que la consideración de su conformación y su dinámica
interpersonal resulta inevitable: aquí el grupo no actúa como un actor pasivo o
secundario sino como el protagonista de la representación y, más aún, como el autor
mismo de la obra en el curso de su desarrollo y ejecución.
(i) Las cuestiones a tratar son cuestiones abiertas: envuelven opciones y no tienen
asegurada de antemano su resolución –no disponemos de métodos o de rutinas
efectivas al respecto–, aunque se discutan en marcos regulados. También se
supone que versan sobre cuestiones de interés común o de incidencia pública.
8
incluso a una suerte de índices supuestamente métricos de la calidad del
discurso 3.
(iii) El discurrir en público, en especial bajo su tradicional forma de comunicación
cara a cara, descansa en la interacción discursiva entre personas actualmente
presentes, cuya presencia activa unos mecanismos de vergüenza, como los
mencionados por la tradición desde la Retórica de Aristóteles al aludir al
reparo de sentirse bajo la mirada de los otros (1384ª34). Esta vergüenza del
hallarse y verse en público puede refrenar las expectativas propias de
intervención y limitar el repertorio de las propuestas y las justificaciones que
XQR HVWi GLVSXHVWR D DYDQ]DU R DVXPLU aunque también podría exacerbar la
tendencia al H[KLELFLRQLVPRHQDOJ~QFDVR'HDKtTXHODDUJXPHQWDFLyQHQOD
esfera pública envuelva no solo el uso más o menos discreto y comprometido
del discurso, sino el desarrollo de disposiciones que tienen relación con el
carácter de una persona (por ejemplo, la disposición a ser veraz, contributivo,
responsable) y, en definitiva, con su reconocimiento y su reputación. Ahora
bien, el carácter y la reputación pueden actuar a su vez como respaldo o
garantía de las opiniones y posturas adoptadas o defendidas, por ejemplo
bajo la forma aristotélica de éndoxa, proposiciones más o menos dignas de
crédito según su fuente de procedencia y de acreditación 4.
3
Vide por ejemplo los aplicados al análisis del discurso parlamentario por M.R. Steenbergen, A. Bächtiger,
M. Spörndli y J. Steiner (2003), “Measuring political deliberation: A discourse quality index”, Comparative
European Politics, 1 (21-48)., o los indicadores codificados para la deliberación política presencial, cara a
cada, y telemática, “on-line”, por J. Stromer-Galley (2007). “Measuring deliberation’s content: A coding
scheme”, Journal of Public Deliberation [The Berkeley Electronic Press], 3/1, art. 12.
4
Sobre la idea aristotélica de tò éndoxon –i. e. lo plausible y digno de crédito–, vide Luis Vega-Reñón
(1998) "Aristotle's endoxa and plausible argumentation ", Argumentation 12/1: 95-113.
9
nuevos temas la teoría de la argumentación. Uno es la recuperación de antiguas
falacias (e. g. ad populum, ad verecundiam) como argumentos lícitos en
determinados usos y contextos. Otro, asociado a éste, es la nueva consideración de
unas bases discursivas y cognitivas del uso del conocimiento experto, como la
autoridad y la confianza. Un tercero, en fin, es el papel que cabe reconocer a
elementos de representación, cognición e inducción en el discurso público, como los
marcos, los guiones, los escenarios o los esquemas 5.
Por otra parte, puede que la expresión "lógica civil" les haya resultado extraña,
más aún si están familiarizados con los estudios tradicionales de lógica. La vengo
empleando desde principios del presente siglo justamente para distinguir esa variante
frente a esta lógica escolar o académica. En este caso frente no significa contra,
aunque suponga una suerte de contraposición. La lógica académica es la implantada
en el área de Lógica y Filosofía de la ciencia establecida en la universidad española
5
En este contexto, los marcos (frames, Minsky 1975) son entramados de información que representan
situaciones estereotipadas; los guiones (scripts, Schank 1972) vienen a ser, análogamente, secuencias de
eventos normalizadas con arreglo a nuestras experiencias y expectativas; los escenarios (Sanford y Garrod
1981) son situaciones que guían o determinan modos específicos de intervención, comunicación y
entendimiento; y en fin, los esquemas (Tannen 1979) vienen a ser pautas organizadas de discurso que obran
como estructuras de expectativas que nos permiten prever aspectos y secuencias en nuestros usos e
interpretaciones lingüísticas. Puede verse una presentación comprensiva de todas estas nociones en Gloria
Álvarez Benito, Isabel Mª Íñigo, Vicente López Folgado y Mª del Mar Rivas Carmona (2003),
Comunicación y discurso. Sevilla: Mergablum.
6
Son resultados conocidos a partir del estudio de casos como el llamado "dilema discursivo". Doy detalles al
respecto más adelante en el cap. 1, § 2.
10
desde el último cuarto del siglo pasado; es la lógica que, en los planes de estudios de
Filosofía vigentes en la educación media y superior no solo española sino más en
general hispana, ejerce de base o de instrumento general del uso de la razón
cognitiva, la disciplina que se imparte efectivamente en clase de Lógica. Enseña, en
sustancia, nuestra lógica estándar de primer orden con ciertos complementos técnicos
(e. g. de teoría de conjuntos, metalógica o teoría de la recursión) y alguna noticia
histórica o filosófica. La lógica civil viene a ser, en cambio, una lógica ausente, una
lógica que por lo regular no se da entre nosotros, pero –\HVWHHVHOSXQWRWDPELpQ
debería darse. Seré más preciso: lo que debería darse es la Teoría de la argumentación
de la que esta lógica se alimenta.
La distinción expresa entre ambas lógicas se remonta, que yo sepa, a Jean
Gerson, rector de la Sorbona en el París del primer tercio del s. XV. Decía: «Hay dos
lógicas: una, servidora de las ciencias naturales y puramente especulativa, es la que se
denomina Lógica casi por antonomasia y es descrita por Pedro Hispano como la que
abre la vía de todos los métodos <…>. La otra es la lógica que sirve y presta ayuda
principalmente a las ciencias morales, políticas y civiles atendiendo a la inteligencia
práctica» [“De duplici logica”] 7.
Para finalizar este esbozo del perfil de la lógica civil sobre el fondo de nuestras
actuales lógicas académicas, no estará de más apuntar ciertos rasgos distintivos como
los siguientes: (a) sus análisis se refieren a usos del discurso público, en una lengua
vernácula, y se atienen a las categorías y las modulaciones pragmáticas del argüir y
8
Vide Andrés Piquer (1747) Logica moderna o Arte de hallar la verdad y perficionar la razón. Valencia:
oficina de Joseph García. Hay también una edición accesible on line en la Biblioteca virtual Miguel de
Cervantes: < http://cervantesvirtual.com >.
12
del argumentar en dicha lengua; por consiguiente, (b) incluyen el reconocimiento de
las creencias, actitudes, valores o propósitos, tanto expresos como tácitos, que dan
dirección y sentido a los tratos e intercambios argumentativos en marcos discursivos
dados; de manera que (c) han de considerar tanto la bondad y la pertinencia
argumentativas, como la eficacia de la comunicación y la inducción de creencias,
decisiones o acciones en el interlocutor o en los destinatarios del mensaje; así que, en
definitiva, (d) es una lógica interesada no sólo en unas cuestiones teóricas y
analíticas, como la conceptualización, la discriminación o la evaluación de unas
razones, pruebas o argumentos, sino en ciertas cuestiones prácticas: por ejemplo en
consideraciones estratégicas, compromisos éticos y virtudes "racionales"
EiVLFDPHQWH GLVFXUVLYDV FRPR YHODU SRU OD IOXLGH] GH OD FRPXnicación
intersubjetiva, por el respeto mutuo y por la calidad del discurso público.
14
1. Qué debería saber de lógica un (buen) ciudadano.
Empezaré contando una historia para ilustrar las delicadas relaciones entre la lógica y
la ciudadanía. El protagonista es Kurt Gödel (Brünn 1906 - Princeton 1978),
reconocido como el lógico matemático más importante del s. XX. Gödel a sus 25
años se hizo célebre por la demostración en 1931 de dos teoremas que establecen
unas limitaciones internas de la formalización estándar; son los "Teoremas de Gödel"
por antonomasia 9.
9
. Por entonces se consideraba que el sistema lógico-matemático PM de Principia Mathematica (Russell &
Whitehead, 1910-13), capaz de formalizar la teoría de la aritmética de Peano, era un paradigma de tal
formalización. Pues bien, con arreglo a los resultados de Gödel, (1) si este sistema PM HVFRQVLVWHQWHGH
PRGR TXH QR DGPLWH IyUPXODV FRQWUDGLFWRULDV QR Hs completo ni es decidible; (2) en todo caso, su
consistencia sería indemostrable en el sistema.
15
al conjuro de la palabra mágica dictadura, saltó: “Todo lo contrario, yo sé cómo
puede ocurrir. Y puedo demostrarlo”. Según todas las versiones del caso, llevó su
tiempo y costó el esfuerzo de todos, no solo de los testigos sino del propio juez,
calmar el afán demostrativo de Gödel y reconducir la conversación por derroteros
más convencionales hasta el buen fin que se pretendía en un principio.
16
Pero tampoco faltan ejemplos clamorosos en el otro sentido, casos en los que
un buen ciudadano (probo y responsable, supongamos) tiene dificultades con la
OyJLFDFRPRHOTXHSURFODPDHOFDUiFWHUVDJUDGRGHODYLGDDOWLHPSRTXHGHILHQGHOD
pena GHPXHUWHRSHRUD~QLQFXUUHHQXQDDUJXPHQWDFLyQIDOD]GHMiQGRVHOOHYDUSRr
una lógica perversa. Sirva de muestra la idea de eutanasia procesal propuesta por
Gustavo Bueno (Santo Domingo de la Calzada 1924 - Niembro 2016), un catedrático
de Filosofía de la Universidad de Oviedo con proclamadas inquietudes morales,
intelectuales e ideológicas.
10
Según Bueno , a aquellos individuos humanos que sean reos de crímenes
horrendos, es decir asesinos violentos convictos y confesos, hay que hacerles sentir lo
horrible de los actos cometidos y recapacitar sobre ellos. Si una vez dado este paso
esos asesinos se dan cuenta de la magnitud de sus crímenes, su conciencia no podrá
soportarlo así que no podrán vivir con ese peso el resto de sus días. Entonces:
- O bien toman el camino que seguiría un individuo racional en su caso, a saber, el
suicidio (casos de este tipo se dan, por desgracia, con frecuencia: por ejemplo, un
marido obsesivo mata a su mujer y a sus hijos, y después se quita la vida). Pues bien,
habrá que darles esa opción si así lo desean.
- O bien no tienen los arrestos suficientes para llevar a cabo el acto irreversible del
suicidio, de manera que la sociedad, a través de las instituciones correspondientes,
tendrá que facilitarles una muerte digna, es decir, una eutanasia procesal. La
eutanasia procesal se concibe como un favor que la sociedad concede a quienes ya no
pueden vivir más pero no se atreven a suicidarse. Y, por cierto, no faltan asesinos de
este tipo que piden expresamente para ellos la pena capital.
Así pues, «cuando consideramos al asesino como persona responsable, la
interrupción de su vida, como operación consecutiva al juicio, puede apoyarse en el
principio ético de la generosidad, interpretando tal operación no como pena de
muerte, sino como un acto de generosidad de la sociedad para con el criminal
convicto y confeso» (l. c., p. 73).
10
El curso completo de la argumentación puede seguirse en Gustavo Bueno (1996), El sentido de la vida:
seis lecturas de filosofía moral. Oviedo: Ediciones Pentalfa, Lectura I, VI, 8, pp. 71-74 en particular.
17
Por lo demás, «en el supuesto alternativo de que el criminal imbécil moral
fuese resistente a todo género de recuperación de la conciencia de su culpa, habría
que sacar las consecuencias, destituyéndole de su condición de persona. Las
consecuencias de esta situación cualquiera puede extraerlas con el simple recurso de
las reglas de la lógica» (ibíd., p. 74). Reglas que, según nuestro filósofo moral,
conducen a pensar que se trata de un individuo irreducible y dañino, y por ende
eliminable sin mayores miramientos.
1. De entrada, cabe suponer que todo buen ciudadano o, al menos, uno cabal es una
11
persona educada , así que debería tener una formación lógica elemental, como la
adquirida en su enseñanza media, y reconocer algunos supuestos de la conversación y
la discusión racional, amén de algunas condiciones formales e informales relevantes
para su trabajo intelectual o profesional. Por ejemplo, en la medida en que las
cuestiones que haya de afrontar sean resoluciones de orden práctico, debería cuidar la
consistencia de sus expectativas, de sus preferencias y de la decisión tomada en
relación con ellas. O, en la medida en que sus decisiones tengan que ser
fundamentadas, debería ser consciente del peso, la fuerza y la pertinencia de las
alegaciones y razones en juego. Pero aun suponiendo que todo buen ciudadano esté
bien educado, no es cierto a la inversa: no es cierto que toda persona educada sea un
buen ciudadano. Baste pensar en un antidemócrata tan bien educado como Platón, o
en algún otro representante del despotismo ilustrado (Federico II de Prusia o Carlos
11
Como quedará de manifiesto un poco más adelante, estoy pensando en miembros de sociedades que se
suponen desarrolladas y velan, entre otros bienes sociales, por su educación básica.
18
III de España, por ejemplo). Así que no vale una aplicación o una extensión simple de
la buena educación a los buenos ciudadanos.
12
En el sentido atribuido a los ciudadanos atenienses por Pericles en su famoso discurso fúnebre, según
Tucídides (Historia de la Guerra del Peloponeso, II, §§ 37-40). Refiriéndose a sus conciudadanos, Pericles
proclama: «Está arraigada entre ellos la preocupación por los asuntos privados así como por los públicos, y
que, aun dedicados a otras actividades, no entiendan menos de los asuntos públicos. Somos, en efecto, los
únicos que consideramos a quien no participa en estas cosas un ciudadano no ya despreocupado, sino inútil,
y nosotros mismos o bien emitimos nuestro propio juicio, o bien deliberamos rectamente sobre los asuntos
públicos, sin considerar que las palabras sean un perjuicio para la acción, sino que lo es el no aprender
previamente mediante la palabra antes de pasar a ejecutar lo que es preciso» (l.c., II, § 40). El discurso fue
pronunciado el año 431 a.n.e. en el Cerámico de Atenas.
13
«Ilustración es la salida del hombre de su culpable minoría de edad. Minoría de edad es la imposibilidad
de servirse del propio entendimiento sin la guía de otro. Esta imposibilidad es culpable cuando su causa no
reside en la falta de entendimiento, sino de decisión y valor para servirse del suyo sin la guía de otro. Sapere
aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración» (Kant 1784,
Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?). En la edición: I. Kant, En defensa de la Ilustración,
Barcelona: Alba Editorial, 1991, p. 63 [cursivas en el original].
14
Esta idea contribuye a formar el concepto moderno de ciudadano que se fija en el periodo de la
Revolución francesa frente al anterior de súbdito. Este concepto moderno reúne tres rasgos principales:
1) En principio pertenecer a una comunidad histórica, cultural e institucional identificable como un estado o
una nación, o formar parte de una entidad colectiva identitaria.
2) La condición política: capacidad de intervenir en los procesos políticos y de formar parte de las
instituciones públicas de gobierno de la sociedad, sea directamente o por representación.
3) La condición jurídica: derechos básicos y, en particular, igualdad ante la ley entre todos los miembros de
la comunidad, vs. diferenciación de origen, lugar, estatus.
Cf. Javier Peña (2008), “Nuevas perspectivas de la ciudadanía” en F. Quesada (ed.) Ciudad y ciudadanía.
Nuevos senderos de la filosofía política. Madrid: Trotta, pp. 231-251.
19
2. A la impresión primera de que la lógica propia de una persona educada no basta
para sacar de apuros a un buen ciudadano, cabe añadir la existencia de varias razones
para reconocer el carácter específico de la lógica y la teoría de la argumentación que
debería conocer y practicar la gente, la ciudadanía, cuando tiene que abordar y
resolver asuntos de interés común y de dominio público. En atención a la tradición
discursiva hispana que he recordado y glosado en la introducción a este libro, sugiero
denominarla “lógica civil”.
Entre las razones para reconocer su carácter específico, cuentan las siguientes.
Puede que un lógico tenga problemas para ser un ciudadano cabal, por ejemplo en la
línea de las reservas de Gödel ante la Constitución USAmericana y sus dificultades
para aceptarla como carta de ciudadanía a salvo de dictaduras. De hecho, ninguna de
nuestras Cartas Magnas ha pasado, que yo sepa, un test formal de consistencia. Más
aún, bien puede ocurrir que la aplicación de sus principios, especialmente en los
llamados por los juristas “casos difíciles”, lejos de reducirse a la lógica deductiva de
una subsunción mecánica, haya de pedir el auxilio de criterios informales de
ponderación y buen juicio. En tales casos, incluido el de Gödel, parece más sensato
inclinarse por la prudencia informal del medén ágan (i. e. nunca demasiado, “no te
pases”), de modo que el ser absolutamente racional quede al servicio del ser
satisfactoriamente razonable, en el sentido de lo que se entiende por racionalidad
acotada en teoría de la decisión racional. Así, para evitar que el empeño en perseguir
lo mejor sea enemigo de conseguir lo bueno, las estrategias de optimización habrán
de servir y subordinarse a estrategias de satisfacción de las condiciones impuestas y
los objetivos viables. Dentro de este orden de consideraciones, tampoco cabe excluir
el recurso a los llamados en ciencias sociales “falsos positivos”: es preferible asumir
un mal en aras de un bien asociado e. g. en atención al orden social, es preferible
una mala norma que ninguna, o “falsos negativos”: es preferible descartar un bien
en prevención del mal que trae aparejado e. g. es preferible no casarse con la
bellísima persona X a cargar con sus seis hijos y su tribu de sobrinos.
20
Por otro lado, aún son más familiares y conocidos los problemas de los buenos
ciudadanos para ser lógicos. Me estoy refiriendo a los resultados paradójicos de la
aplicación de ciertas condiciones lógicas de la teoría estándar de la decisión a la toma
de decisiones de grupo y, en particular, a los problemas relativos al paso lineal desde
la racionalidad de las decisiones individuales hasta la racionalidad de la decisión
colectiva. Un buen ejemplo puede ser el ilustrado por los casos del que se ha dado en
llamar "dilema discursivo".
Supongamos que un comité o un tribunal ha de pronunciarse sobre un asunto
de acuerdo con esta regla de procedimiento: De la conjunción de las premisas P y Q
se sigue la conclusión C. O formulada la regla en los términos de un discurso
práctico: de las pruebas, razones o consideraciones conjuntas P y Q se desprende la
resolución o el veredicto C. Supongamos además que el comité o el tribunal
designado al efecto HVWi FRPSXHVWR SRU WUHV PLHPEURV SRQJDPRV ; < = y que
cada uno de ellos discurre conforme a esta regla del modo expuesto en el esquema
siguiente, donde un sí representa la asunción de la premisa o proposición considerada
y un no su rechazo:
Jurado o comité Premisas Conclusión
P Q C
X: sí no no
Y: no sí no
Z: sí sí sí
22
ficha si no se va a cumplir ninguna de esas condiciones. Es decir, la conclusión
dependerá de una disyunción de las premisas en el sentido de que asumir cualquiera
de ellas bastará para asumir la conclusión, pero ésta será rechazada en caso de no
asumir ninguna. En una representación esquemática semejante a la anterior:
X: Sí No Sí
Y: No Sí Sí
Z: No No No
Así pues, nos encontraríamos de nuevo con la disparidad entre el sentir mayoritario
con respecto a las condiciones o premisas inclinado a una respuesta negativa (4 noes
frente a 2 síes), y el sentir mayoritario respecto de la conclusión que se
pronunciaría en cambio por la positiva (2 síes frente a 1 no).
Suponiendo que los individuos sean racionales, ¿estas situaciones indican que
el grupo deviene irracional? No. El grupo siempre puede reaccionar de modo que
preserve la coherencia lógica del proceso, sea por una vía proactiva: dejemos que
sean las premisas las que dicten la conclusión, sea por una vía retroactiva: asumamos
la conclusión resultante y revisemos las premisas a esta nueva luz. Se trata más bien
de un síntoma no solo de las distancias existentes entre una lógica formal y abstracta
de la decisión y una lógica informal de las deliberaciones y las tomas de decisión en
determinados contextos, sino de las diferencias que median entre una racionalidad
15
“individual” y una racionalidad “grupal” o colectiva . De todo esto se derivan dos
importantes corolarios de infradeterminación, bajo ciertas condiciones estándar de
toma de decisiones: 1/ No hay una determinación lineal y unívoca de la resolución
colectiva del grupo a partir de las estimaciones y decisiones individuales de los
miembros del grupo. 2/ No hay una determinación del procedimiento adecuado en
15
Este tipo de situaciones supone una estructura que puede generalizarse a grupos de cualquier tamaño
mayor que un trío y a series de más condiciones o elementos de juicio. Por otro lado, tiene derivaciones
estratégicas no solo en orden a primar las premisas o las conclusiones, sino también en el marco de los
procedimientos de decisión. Cf. Christian List (2006) "The discursive dilemma and public reason", Ethics,
16: 362-402.
23
todo caso, ni mediante la suma o agregación mecánica de los juicios, ni mediante la
concesión de prioridad sistemática a las premisas o a la conclusión. En fin, tampoco
estaría de más en este punto dejar constancia de dos falacias complementarias: la
falacia "colectivista" a tenor de la cual del sentir del grupo se sigue lógicamente el
parecer de cada uno de sus miembros, y la "individualista o neoliberal" según la cual
del parecer de cada miembro se sigue lógicamente el sentir del grupo 16.
3. Voy a ofrecer dos visiones genéricas, una perspectivista y más bien externa, la
otra constitutiva y más bien interna. La primera suele ser hoy un recurso habitual para
trazar un mapa del terreno, orientarse dentro de él y situar los planteamientos y las
contribuciones procedentes de diversos autores, corrientes y ámbitos disciplinarios.
La segunda es de mi cosecha y me parece una alternativa más interesante si, además
de movernos por este campo, queremos empezar a contruir una teoría comprensiva y
16
Estos calificativos recuerdan dos suposiciones parejas en filosofía social: "del bien común o de todos se
sigue el bien de cada uno" o, a la inversa, "del bien de cada uno se sigue el bien de todos o de la comunidad".
Las dos son erróneas e incluso pueden resultar falaces en la medida en que induzcan a error.
17
Vide una reconstrucción de esta compleja historia en mi artículo (2014) "El renacimiento de la teoría de la
argumentación", Revista Iberoamericana de Argumentación, 9: 1-41, edición digital de acceso abierto:
< http://e-spacio.uned.es/ojs/index.php/RIA >
24
relativamente unitaria de las investigaciones del discurso argumentativo, y dotarla de
18
una ontología básica . En todo caso, no son incompatibles y, antes que excluirse,
convendría que se integraran.
(b.2) Como proceso, en concreto como una interacción entre personas o como
la acción de una persona sobre otras en directo o en diferido; es objeto
característico del punto de vista retórico sobre la inducción suasoria o
disuasoria de creencias o disposiciones a actuar en el interlocutor o en el
público. Corresponde a la perspectiva retórica.
(c) La argumentación como fenómeno socio-institucional que tiene lugar dentro de,
o entre, grupos sociales en espacios públicos de discurso, bajo modalidades
18
Puede verse una exposición detenida y crítica de ambas visiones en mi ya citada (2015), Introducción a la
teoría de la argumentación. Lima, Palestra Editores; cap. 2, pp. 80-172 en especial.
25
diversas como, pongamos por caso, la deliberación pública, la negociación, las
deliberaciones de un jurado o el debate parlamentario. Sería, en fin, el objeto
característico de estudio de la que llamo “lógica civil”.
Tendré que limitarme, como en el caso anterior, a un simple esbozo de esta visión
alternativa. Descansa en dos supuestos principales: uno consiste en tomar como punto
de partida la idea de práctica argumentativa; el otro contempla una nueva tríada
compuesta por los argumentadores o agentes argumentativos, las argumentaciones y
los argumentos.
26
encasillados como el silogismo de toda la vida o el "modelo Toulmin" o los esquemas
DUJXPHQWDWLYRV)UHQWHDHVDVQRFLRQHVHOHPHQWDOHV\PDJUDVWKLQGLJDPRVFDEH
FRQVLGHUDU HO FRQFHSWR GHQVR \ FRPSOHMR WKLFN GH SUiFWLFD DUJXPHQWDWLYD
Entiendo por práctica argumentativa una actividad conversacional específica que
puede caracterizarse por estos componentes:
(VXQDSUiFWLFDEiVLFDPHQWHGLDOyJLFDFX\RHMHUFLFLRPRQROyJLFRHJDPRGRGH
GLiORJRLQWHULRUYLHQHDVHUXQFDVRGHULYDGRROtPLWH$VtSXHVODDFWLYLGDGGHGDU
cuenta y razón de algo a alguien constituye, por lo regular, una interacción abierta a
dar, pedir y confrontar cuentas y razones acerca del objeto de la argumentación,
aunque no se trate necesariamente de una pugna dialéctica o de una discusión crítica.
28
Por otra parte, las argumentaciones conducen a la consideración de aspectos de
la producción y la interacción argumentativa: procedimientos, procesos y marcos de
las prácticas de argumentar, que ya nos son familiares por su tratamiento a la luz de
las perspectivas dialéctica, retórica y socio-institucional.
29
implica argumentación, sea ante uno mismo o ante los demás, no podemos pasarnos
ni un día sin tratar de argumentar. Pues bien, puestos a ello, ¿por qué no saber qué
estamos haciendo y por qué no hacerlo bien?
Según esto, las obligaciones que un buen ciudadano haya de contraer con la
lógica, con su formación lógica, serán las derivadas de estas dos demandas
primordiales de saber argumentar, en general, y más en concreto saber deliberar.
Ahora solo podré hacer unas consideraciones exploratorias y provisionales al
respecto. Tanto el ámbito general de la lógica civil (el análisis y la evaluación del
discurso público en la perspectiva socio-institucional), como el terreno específico de
la deliberación pública son actualmente campos abiertos de investigación. Esto tiene
el inconveniente de no permitir una exposición redonda, cabal y cerrada. Pero tiene la
ventaja de ofrecerse a las investigaciones y contribuciones de todos los interesados.
Ánimo, pues.
31
(ii) como práctica de la prudencia reflexiva y (iii) como modalidad práctica del
discurso público. Aquí será esta última la que importe.
La deliberación pública así entendida cuenta con dos dimensiones básicas, una
más bien discursiva y la otra más bien socio-institucional. Pero más allá de este
punto, las cosas y las ideas se enredan y complican, de modo que conviene introducir
un poco de claridad y distinción. Con este propósito he diferenciado en su estudio
actual tres líneas principales de consideración, a través de las cuales la deliberación
viene a tratarse (1) como una modalidad pública del discurso práctico, es decir como
una forma de abordar y tratar de resolver de modo argumentado cuestiones de interés
común y de dominio público; (2) como un modelo normativo del discurso público,
es decir como un conjunto de condiciones y normas de participación e interacción en
los procesos deliberativos; y (3) como un modelo teórico para la investigación y
conducción del discurso público, por ejemplo como un diseño de la investigación y
puesta a prueba de indicadores de la calidad del discurso [DQI] y de directrices para
facilitar y monitorizar experiencias de deliberación de diversos tipos. Creo que al hilo
de todos y cada uno de estos aspectos, cabe hacerse una idea relativamente precisa y
comprensiva de los desarrollos en curso de la teoría y la práctica de la deliberación
pública. Más adelante, en el ensayo 3, me ocuparé detenidamente de su análisis y
discusión. Baste, de momento, su mención. Pues en este primer ensayo solo he
34
pretendido situar al buen ciudadano en el mapa de la teoría de la argumentación, en
general, y asomarlo al terreno de la lógica civil, en particular, que debería conocer.
----------------------------------------------------
Hemos llegado al final de nuestra incursión exploratoria inicial por este nuevo campo
socio-institucional de la lógica civil o del discurso público ganado para los estudios
de la argumentación y, en especial, por el terreno en parte virgen y, paradójicamente,
a la vez solicitado y concurrido de la deliberación. Pues, como ya he apuntado, la
deliberación es una encrucijada en la que se dan cita no solo las perspectivas de la
teoría de la argumentación, sino ciertas filosofías políticas (como los programas de
“democracia deliberativa”) y diversas proyecciones discursivas, cognitivas, éticas y
sociopolíticas. Espero haberles mostrado en esta línea un panorama suficientemente
abierto y comprensivo para atraer su espíritu crítico y sus deseos no solo de lucidez
personal, sino de investigación y de contribución al desarrollo de este ámbito del
discurso público. Terreno cultivado, por cierto, por una larga aunque esporádica
tradición hispana que se remonta al s. XVI. Pero, según es harto sabido y padecido, la
situación actual del discurso público, a la luz de sus usos y abusos en la Prensa, en los
foros de radio o de TV, en los Comerciales, en el Parlamento, etc. es justamente otro
buen motivo para pedir la colaboración y la participación de todos los interesados en
la argumentación, en el uso razonable y razonado del discurso. La situación del
discurso público es, como bien sabemos y sufrimos, una situación penosa. Lo cual
hace más imperiosas si cabe nuestras responsabilidades hacia el discurso público: es
el aire discursivo que respiramos y en el que hemos de comunicarnos y convivir.
Así pues, me gustaría terminar este primer ensayo reiterándoles una vez más la
invitación a velar por el discurso público, por su agudeza, lucidez, limpieza y calidad,
y a continuar nuestra tradición hispana de una lógica civil en todos estos sentidos.
35
2. La teoría de la argumentación y el discurso práctico:
En este segundo ensayo, les voy a proponer una incursión dentro del campo de la
argumentación práctica y, en particular, una revisión de ciertos conceptos básicos
relacionados con el discurso práctico común. Les adelanto que no se van a encontrar
con una exposición concluyente y bien redonda como la revelación de la Verdad del
pensador griego ParmpQLGHV\DHQHOV9,DQHVLQRPiVELHQFRQXQSURJUDPD
abierto de investigación. Serán ideas para ir dando forma y contenido a una “lógica
FLYLO´ HVGHFLU FRPR \D VDEHQ D XQ WUDWDPLHQWR DQDOtWLFR FUtWLFR \ QRUPDWLYR GHO
discurso común referido a cuestiones prácticas de interés y de dominio públicos. Lo
cual supone invitarlos a comprometerse y trabajar en esta línea, en el bien entendido
de que esta invitación no es una convención cortés o retórica, sino una demanda del
propio campo. Pues, por un lado, se halla en buena parte en una situación precaria,
necesitado de cultivos específicos. Y, por otro lado, según reza el popular dicho
argentino, “hacen falta dos para bailar el tango”: efectivamente aquí, en este terreno
de la deliberación y la acción práctica, hacen falta muchos VLQRWRGRVpara velar
por el cuidado y la calidad del discurso público.
36
a/ Para empezar, trataré de precisar la noción misma de propuesta, frente a
otras nociones próximas como la proposición y la de propósito.
37
La tradición histórica de los estudios de la argumentación y su renacimiento en
la segunda mitad del siglo pasado han consolidado ciertas perspectivas como guías de
orientación dentro del campo de la argumentación y como formas de mirar los
aspectos antes destacados. Tres de ellas tienen raigambre clásica: son las perspectivas
lógica, dialéctica y retórica. Otras dos en cambio, la pragmática y la socio-
institucional, son de origen moderno y han crecido con el desarrollo de las cc.
lingüísticas y sociales y su atención al discurso. En lo que sigue, consideraré la
pragmática como una especie de infraestructura conversacional de la argumentación
practicada como actividad lingüística específica en un espacio de dar, pedir y
confrontar razones, a través de diversos tipos de actos de habla y con arreglo a los
principios y las máximas que gobiernan la conversación 24. Dando por supuesta esta
base prestaré singular atención a las tres perspectivas clásicas y a la de moderno
cuño. Pueden servirnos de referencia no sólo por su raigambre histórica en la teoría
25
de la argumentación , sino por el arraigo popular de ciertas metáforas con las que
cabe asociarlas. Así: el punto de vista lógico estaría representado por la metáfora de
la construcción de argumentos y nociones asociadas (solidez, fundamentación, etc.);
el dialéctico, por la visión de la argumentación como un combate, con sus armas,
vicisitudes y leyes de la guerra; el retórico, por la imagen de la presentación o
representación de un caso en un escenario ante un auditorio; el socio-institucional,
por la imagen leibniziana de una balanza de la razón (trutina rationis) singularmente
ligada al paradigma de la deliberación. Desde luego, ninguno de estos enfoques
puede considerarse autosuficiente ni exhaustivo, ni siquiera los tres clásicos lo son en
su conjunto; por añadidura tampoco resultan incompatibles o excluyentes entre sí,
sino solidarios, aunque uno pueda cobrar eventualmente más importancia que otro
24
Contribuciones ya clásicas en este sentido son la teoría de los actos de habla, a partir de John R. Searle
(1965), "What is a speech act?", traducido en L.M. Valdés (comp.) La búsqueda del significado. Madrid:
Tecnos, 2000, pp. 435-452; y la pragmática de la conversación de H. Paul Grice (1975), "Logic and
conversation", trad. en L.M. Valdés (comp.), o. c., pp. 511-530.
25
Las tres perspectivas clásicas, nacidas del padre común, Aristóteles, pero separadas y dispersas en la época
moderna, han cobrado nueva vida en nuestros días a principios de los años 1980. La cuarta, aunque también
cuenta con raíces greco-latinas, especialmente en la retórica deliberativa del discurso público, procede más
bien de Leibniz en atención a su referencia a la ponderación de las razones en la resolución de casos de
jurisprudencia, y se ha reanimado a finales del pasado siglo gracias a una confluencia de motivos
discursivos, éticos y sociopolíticos, relacionados con la esfera pública.
38
según la índole del caso considerado. Por otro lado, su planteamiento como
perspectivas puede prestarse a ciertos problemas y, de hecho, no ha dejado de suscitar
alguno. Una cuestión latente es, por ejemplo, la de si consisten en meras perspectivas,
es decir enfoques instrumentales o fenoménicos, o se remiten a dimensiones
efectivamente constitutivas de la argumentación. Aquí no voy a entrar en esta
discusión, de modo que me serviré de ellas como un recurso simplemente expositivo.
Las cuestiones no ya latentes sino efectivamente debatidas se refieren más bien a la
caracterización de dichas perspectivas. Por ejemplo, Kock (2009) sostiene que la
retórica no es una perspectiva, sino un género o un tipo de argumentación que se
distingue por su dominio propio y tiene como paradigma la argumentación práctica
26
acerca de propuestas en ámbitos públicos de discurso . Puede que este punto de
vista haga justicia a una tradición retórica clásica, greco-romana, que tuvo notable
vigencia hasta, podríamos decir, Petrus Ramus 27. Pero hoy, precisamente a la luz de
los recientes desarrollos que están teniendo lugar en los estudios sociales, éticos y
políticos de la argumentación en la esfera pública del discurso, e. g. en torno a la
deliberación pública o colectiva, esa proyección de la retórica ya no puede
considerarse propia y distintiva e induce a perder de vista ciertos aspectos básicos de
la argumentación colectiva sobre asuntos de interés común. Otra alternativa más
reciente ha sido la propuesta por Blair (2012): revisa críticamente la correspondencia
habitual desde los años 1980 de la lógica con la visión del argumento como producto,
de la dialéctica con la visión de la argumentación como procedimiento y de la
retórica con la visión de la argumentación como proceso; en su lugar propone
considerar la retórica como teoría de los argumentos presentados en los discursos de
un orador a un auditorio, la dialéctica como teoría de los argumentos empleados y
confrontados en las conversaciones, y la lógica como teoría del buen razonamiento en
cada caso 28. Pero la revisión crítica de Blair es un tanto simplificadora, su reducción
26
Christian Kock (2009), “Choice is not true or false: The domain of rhetorical argumentation”,
Argumentation, 23/1: 205-217.
27
Vide Laura Adrián (2008), “Petrus Ramus y el ocaso de la retórica cívica”, Utopía y Praxis Latino-
americana, 43/4: 11-31.
28
J. Anthony Blair (2012), “Rhetoric, Dialectic, and Logic as related to argument”, Philosophy and
Rhetoric, 45/2: 148-164.
39
de la retórica a una suerte de oratoria unidireccional y no interactiva no parece
justificada en nuestros días y, en fin, ignora la perspectiva socio-institucional sobre la
argumentación que, a mi juicio, ha venido a sumarse a las tres perspectivas clásicas.
29
La expresión procede de la tradición de análisis de Wilfrid Sellars y Robert Brandom. Cf. por ejemplo W.
Sellars [1956], Empiricism and the Philosophy of Mind, introducción de R. Rorty y guía de estudio de R.
40
entre dos o más agentes que intercambian información y se influyen mutuamente al
menos en la medida en que crean determinadas expectativas sobre su comportamiento
ulterior en calidad de agentes discursivos. Esto supone cierta coordinación donde los
compromisos pueden adquirir unos sentidos que no se identifican siempre y
necesariamente con las intenciones de los agentes. Estos sentidos proceden
justamente de su inserción en un “espacio de razones” y su contribución al juego
argumentativo correspondiente en dicho espacio de expectativas, autorizaciones y
responsabilidades entre unos agentes capaces de asumir obligaciones, prohibiciones y
habilitaciones para actuar, “jugar”, del modo debido y ser reconocidos y juzgados por
ello. Por consiguiente, al caracterizar un episodio o una situación como
argumentación no estamos dando una descripción empírica de algo simplemente
dado, sino que lo estamos colocando en el espacio de las razones, de la comprensión
y la justificación, y en el juego de las prohibiciones, habilitaciones y obligaciones
contraídas al respecto. Así, dar razón de una proposición o una propuesta es producir
otras proposiciones que permitan o habiliten al agente para asumirla, es decir que
justifiquen su asunción y la hagan convincente ante los demás participantes en el
juego; pero esta asunción comporta así mismo una responsabilidad y unas
obligaciones inferenciales ante ellos, amén de incompatibilidades con otras
presunciones o asunciones. En cualquier caso, el desempeño racional del juego de la
argumentación supone la competencia no solo para hacer algo, sino para hacer lo
debido y del modo debido en su contexto discursivo. De ahí cabe derivar unos
primeros criterios para juzgar sobre la condición argumentativa o no de una
intervención y sobre su carácter falaz, incorrecto o especioso, tras admitir su
condición de argumento. No se trataría de un argumento si careciera de las
pretensiones de justificación, comprensión y convicción de la actividad de
argumentar; y resultaría falaz si aparentara o tratara de aparentar el seguimiento de
unas reglas de juego, en realidad incumplidas, hasta el punto de inducir a error o a
engaño.
Brandom, Cambridge (MA): Harvard University Press, 1997; R. Brandom [2000], La articulación de las
razones, Madrid: Siglo XXI, 2002.
41
Sobre esta base pragmática, cognitiva y normativa, podemos pasar a considerar
los que hoy suelen considerarse y destacarse como aspectos discernibles, pero no
estancos ni excluyentes sino complementarios, de la actividad de argumentar. Son,
como recordarán, los aspectos siguientes:
(b.2) como proceso, es decir como una interacción entre personas o como la
acción de una persona sobre otras en directo o en diferido, y entonces es objeto
característico del punto de vista retórico sobre la inducción suasoria o disuasoria de
creencias o de disposiciones a actuar en el interlocutor o en el público.
(c) La argumentación como fenómeno institucional que tiene lugar dentro de, o
entre, grupos sociales en espacios públicos de discurso, bajo modalidades diversas
como, pongamos por caso, la consulta (polling) pública, la negociación, la
deliberación de un jurado o el debate parlamentario. Es objeto característico de
estudio de una lógica del discurso público o “lógica civil”.
42
Perspectiva Aspectos destacados de la argumentación
30
Por otro lado, aparte de la forma indicada, cabe recurrir a otros modelos analíticos como el llamado
"modelo Toulmin" o los esquemas argumentativos. Sobre estos términos cf. Luis Vega y Paula Olmos (eds.)
(2011) Compendio de Lógica, argumentación y retórica. Madrid: Trotta, 2016 3ª edic. De paso, el lúcido
lector sabrá reparar en que el ejemplo aducido es una deducción ilegítima y durante mucho tiempo funcionó
como una falacia en orden a "probar" la existencia de una única Causa de todo lo creado.
43
RETÓRICA Procesos §SURFHVRVGHFRPXQLFDFLyQ\GHLQIOXMRLQWHUSHUVRQDO
con propósitos suasorios o disuasorios.
E. g.: discursos de Bruto y Marco Antonio ante el cadáver de
César (Shakespeare, Julio César, Acto III, escena ii)
SOCIO-INS_
44
Una imagen: la balanza de la razón (referida a la ponderación de
consideraciones, razones, valores y consecuencias, por ejemplo).
Una vez situados en este campo, veamos cómo se aplican algunas de estas
perspectivas al estudio de un caso de especial relieve en el discurso práctico. Se trata
de la idea de propuesta y de sus relaciones con, y proyecciones sobre, otras ideas
conexas como las de razonamiento/argumento práctico, agente discursivo,
deliberación. Creo que hay varios motivos para detenerse en este punto en particular.
De entrada, las propuestas representan un tipo de acción y un género discursivos
descuidados o poco atendidos en los estudios sobre argumentación que, por lo
regular, se han venido ocupando más de los argumentos y los debates teóricos, que de
las argumentaciones y resoluciones prácticas. Por otro lado, su caso merece atención
no solo por su carácter práctico, sino por su calidad como muestra de las
interrelaciones y solapamientos de las perspectivas que cubren el campo. Y hoy, en
fin, cuenta con el interés añadido del relieve que han cobrado la confrontación y la
ponderación de propuestas en el marco de la deliberación acerca de cuestiones
prácticas que afectan a una comunidad. De ahí que a los problemas tradicionales o
heredados en torno al razonamiento práctico se sumen actualmente no solo nuevos
problemas como los que giran en torno a la lógica de las propuestas y los
compromisos, entendidos como una especie de obligación condicional, sino también
nuevas líneas de análisis y estudio; por ejemplo, la investigación en sistemas
multiagentes de comunicación y argumentación, en el dominio de la inteligencia
artificial, y su posible contribución ulterior a la llamada "democracia electrónica".
Proponer, como acto de habla, puede situarse entre los actos directivos e. g. pedir
y los comisivos e. g. prometer de la clasificación estándar (Searle 1969) 31
.
Consiste en una proposición descriptiva de una acción y en una actitud proactiva al
respecto de la forma: “lo indicado [pertinente, conveniente, debido, obligado] en el
presente caso es hacer [no hacer] A”. Cabe una caracterización más precisa con
arreglo a estos rasgos típicos: una propuesta comporta (i) la descripción de una acción
o un curso de acción; (ii) una actitud proactiva [comisiva] al respecto; y por lo regular
(iii) una invitación a que el interlocutor o los destinatarios del discurso compartan el
compromiso.
(i)-(ii) son expresión más bien de un propósito: “me propongo hacer A”;
(i)-(ii)-(iii) expresan, a su vez, una propuesta: “propongo que hagamos A”;
(ii)-(iii) cuentan con cierto poder normativo frente a la mera sugerencia de una acción
del tipo “bueno, hagamos A” en contextos no transaccionales ni tentativos, y de este
modo constituyen no solo un motivo sino una razón para hacer conjuntamente A.
31
Vide Mark Aakhus (2005), “The act and activity of proposing in deliberation”, ponencia en la ALTA
Conference (Alta, Utah, agosto 2005); John R. Searle (1969), Actos de habla. Madrid: Cátedra, 2000.
46
De acuerdo con esta caracterización, no estará de más separar las propuestas de
las proposiciones: unas y otras remiten a aspectos discursivos distintos, según puede
mostrar sumariamente el esquema siguiente.
Proposiciones Propuestas
47
agentes perfectamente racionales y plenamente informados podrían discrepar acerca
de lo que se debería hacer en el caso planteado, de modo que todos ellos se atuvieran
a sus propias visiones del asunto y sus propios planes con el mismo derecho, sin
llegar a un acuerdo. En cualquier caso, del hecho de que una propuesta fuera
razonable no se seguiría la irracionalidad de otra alternativa u opuesta. (Claro está
que las consideraciones de este tipo no implican en absoluto la existencia real de unos
agentes tales, perfectamente racionales, lúcidos e informados, que solo comparecen
aquí por mor del argumento contrafáctico).
Esta perspectiva nos permite ver y tratar una propuesta como la conclusión de un
razonamiento o una argumentación práctica en el marco de una deliberación. A partir
33
de las contribuciones de Douglas Walton (2005, 2006) cabe plantear esta
consideración en los supuestos siguientes.
1. Hay una cuestión práctica abierta de interés común para dos o más agentes, i.e. una
cuestión que estos agentes discursivos reconocen como objeto de la deliberación.
3. Hay un proceder inferencial del proponente que parte de dichas premisas y discurre
con arreglo al esquema de un razonamiento o un argumento práctico.
34
Walton ha llegado a proponer este esquema básico, en un marco de racionalidad acotada, como vía de
justificación teleológica de los esquemas argumentativos en general, vide Douglas Walton y Giovanni
Sartori (2013), “Teleological justification of argumentation schemes”, Argumentation, 27/2: 111-142.
35
Para hacerse una idea de su planteamiento tradicional, vide la entrada “Práctico, razonamiento”, en el ya
citado L. Vega y P. Olmos (eds.) (2011, 2016 3ª edic) Compendio de Lógica, Argumentación y Retórica.
50
2/ Si se trata de una resolución a tomar, cobra un significado prospectivo: ahora lo
que se pretende es justificar una propuesta o inducir a una acción y, por lo regular,
ambas cosas en especial si se trata efectivamente GHXQDSURSXHVWD(VWHHVHOFDVR
que aquí nos interesa.
36
En su versión canónica más simple , un razonamiento práctico se compone
de: una premisa motivacional que señala el objetivo, propósito, fin (| deseo,
intención); una premisa cognitiva que aduce los medios necesarios, suficientes o
adecuados para su consecución (| creencia); y una conclusión, a saber: un juicio
práctico o una resolución que da respuesta a la cuestión práctica planteada. Por
ejemplo: "Quiero conseguir F; creo que hacer M es un medio necesario para
conseguirlo; luego, voy a hacer M". Este razonamiento es cogente (o sólido) cuando:
(i) las premisas son verdaderas, y (ii) el proceso de razonamiento es válido (deductiva
o inductivamente) o está justificado de modo que preserva y transmite la verdad o la
acreditación de las premisas a la conclusión. Si el razonamiento es cogente, no solo
da un motivo sino una razón de la conclusión o juicio práctico pertinente.
Según algunos críticos contemporáneos como Searle (2005) 37, esta concepción
representa un modelo sesgado de racionalidad en la medida en que equipara la
relación entre deseos, intenciones y resoluciones del razonamiento práctico a la
relación entre creencias del razonamiento teórico. En particular, no son admisibles ni
el tratamiento deductivo del razonamiento práctico, ni el recurso a una lógica
deóntica estándar como si la inferencia práctica fuera un caso paralelo a la deducción
clásica.
36
Vide por ejemplo R. Audi (2006) Practical reasoning and ethical decision. London/New York:
Routledge.
37
J. Searle (2005), “Desire, deliberation and action”, en D. Venderveken, (ed.) Logic, thought and action.
Dordrecht: Springer: 49-78.
51
Por ejemplo, si creo que P y creo que si P entonces Q, debo creer que Q so
pena de irracionalidad. O dicho en términos más precisos y comprometidos: si asumo
que P y asumo que P implica Q, entonces si soy racional estoy obligado a asumir que
Q o a renunciar a alguna de mis presunciones iniciales. Se trata de una aplicación de
la regla lógica denominada Modus Ponens: de un condicional o una implicación y de
la asunción de su prótasis o de su antecedente, se sigue la asunción de su apódosis o
de su consecuente. Pero esta relación entre creencias o asunciones y obligaciones no
se traslada al caso de los deseos e intenciones: si deseo P y creo que si P entonces Q,
no por ello estoy obligado a desear Q. Conviene reparar en que, por un lado, no tiene
sentido aplicar el Modus Ponens a deseos o intenciones en la medida en que carecen
de valor de verdad. Por otro lado, este terreno de la inferencia práctica se presta a los
razonamientos rebatibles (defeasible) o, al menos, no monótonos, de modo que a
partir de un conjunto consistente de fines o de deseos primarios y un conjunto
constante de creencias, cabrían razonamientos prácticos que condujeran a
conclusiones contradictorias. Por ejemplo, reparemos en la siguiente muestra que
podría considerarse típica de un razonamiento rebatible y no monótono:
1) Quiero ir a Tenerife a ver el Teide
2) Creo que el mejor medio disponible es el avión
3) Luego quiero ir en avión
Ahora bien, me reafirmo en l) y 2).
4) Pero no quiero padecer una experiencia
traumática
5) Y creo que volar es una experiencia
traumática.
6) Luego no quiero ir en avión.
52
Searle insiste en que las diferencias entre creencias y deseos hacen inviable una
lógica deductiva estándar del razonamiento práctico. El punto estriba en la diferencia
de ajuste a la que ya he aludido al hablar de la distinción pareja entre proposiciones y
propuestas. Aunque las creencias y los deseos, como estados intencionales, tengan
una misma estructura básica, digamos ‘S(p)’, donde ‘S’ marca el modo psicológico
[esto es: X cree, X quiere] y ‘p’ el contenido proposicional creído o el objeto querido,
sus condiciones respectivas de satisfacción van en dirección opuesta. Mis creencias
quedan satisfechas en la medida en que lo que creo se ajusta a la realidad. Mis
deseos, en cambio, se satisfarán en la medida en que la realidad se ajuste a lo que
deseo.
38
Conviene distinguir entre los compromisos libremente asumidos por el agente, y dependientes solo de él ,
y las obligaciones impuestas por hechos o marcos y convenciones socio-institucionales, como el
cumplimiento de la ley o de ciertas exigencias de la interrelación o de la acción colectiva. Los primeros son
contraídos y pueden ser suspendidos o rescindidos por el propio agente, los segundos no (e. g. nadie tiene el
poder de comprometerme, aunque la autoridad tenga el poder de obligarme). Es una distinción que puede ir
pareja a la indicada por Searle, entre concerns, intereses, razones internas dependientes de deseos e
intenciones, y facts institucionales, razones externas o independientes, vide J. Searle (2010), Making the
social World. Oxford: Oxford University Press. También cabe recordar la dualidad de “lo debido” en ciertos
contextos, como el jurídico: (a) debido en el sentido deóntico de obligado, (b) debido en el sentido práctico e
instrumental de idóneo, necesario o preciso para la efectividad de lo propuesto
54
Algunos problemas específicos.
b/ Hay cuestiones más complicadas y espinosas como las que plantea la construcción
de una lógica de la obligación condicional. Bastará recordar el caso básico del
compromiso condicional. Un problema actual de su formalización es el dilema entre
el alcance restringido o el alcance amplio de las obligaciones o compromisos
condicionales: de la opción por uno u otro se derivan lógicas distintas. Por ejemplo,
consideremos el caso suscitado por las lecturas restringida y amplia de: “X está
comprometido con Q si P”.
39
O puede generar compromisos autoconstituyentes a partir de meras creencias. Por ejemplo en la línea: “Si
X cree que P [y asume el MP o la implicación estándar], entonces X está racionalmente obligado a creer todo
aquello que esté implicado por P. Ahora bien, X cree que P. Luego X está racionalmente obligado a creer
que P”.
56
normativas. Y aquí, al parecer, nos encontramos de nuevo con una tarea pendiente de
precisión y elaboración 40.
40
Vide I. Fairclough y N. Fairclough (2012), Political Discourse Analysis. London/New York: Routledge,
pp. 42-3. Para hacerse una idea de la complejidad del asunto, puede verse A. Kratzer (1991), “Modality”, en
A. von Stechow y D, Wunderlich (eds.), Semantik: ein internationales Handbuch der zeitgenösssischen
Forschung / Semantics: An International Handbook of Contemporary Research. Berlin/New York: de
Gruyter, pp. 643-649 en particular.
57
(ii) Si X está comprometido con una premisa P y de P se desprende Q de acuerdo con
algún esquema argumentativo reconocido en ese contexto, X está en principio
comprometido con Q ³HQSULQFLSLR´VLJQLILFD³VDOYRH[FHSFLyQRSRUGHIHFWR´
(iii) Si X está comprometido con una propuesta o con una premisa, deberá dar razón
y responder de ellas si se ven cuestionadas en el curso de la deliberación.
41
Isabela Fairclough & Norman Fairclough (2012), “Values as premises in practical arguments”, en F. H.
van Eemeren y B. Garssen (eds.), Exploring argumentative contexts, Amsterdam: John Benjamins, 23-41. El
patrón que apuntan y aplican responde a este esquema:
Claim
___________n_________
_____________n__________ n
n n
Goal --- Circumstances Means-Goal n
n Consequences
Values
Vid. también su ya citado (2012), Political Discourse Analysis, pp. 45-51, donde el desarrollo dialéctico del
esquema considera unas posibles consecuencias negativas de las que deduciría un counter-claim.
59
(iii) Confrontación y ponderación de las posibilidades de acción por parte de los
agentes involucrado con miras a estimar la viabilidad, oportunidad e idoneidad de la
propuesta considerada, así como evaluación de las consecuencias previsibles de su
adopción, amén del tratamiento debido de las posibles cuestiones críticas.
Propuesta
n
Deliberación resolutiva
_______ n _______ Ĺ
n n ¿Alternativas?
Fin - Medios n
Marco de
circunstancias, n_____n
condicionantes ext. Ļn
Cuestiones críticas,
n consecuencias.
Valores,
intereses,
imperativos internos
60
Con arreglo a esta composición, un razonamiento/argumento práctico contiene
no solo ingredientes instrumentales, sino normativos, de modo que su evaluación
envuelve tanto aspectos y cuestiones de efectividad, como aspectos y cuestiones de
aceptabilidad y legitimidad, que se refieren a los fines u objetivos contemplados así
como a los medios en juego.
42
Esta cuestión puede remitir a otro esquema argumentativo, el de la argumentación por consecuencias
positivas o negativas de la propuesta en cuestión, remisión ya prevista en el punto (iii), supra. Vide Douglas
Walton (2006) “How to make and defend a proposal in a deliberation dialogue”, Artificial Intelligence and
Law, 14: 177-239, pp. 191-2 en particular.
61
¿Qué cometido desempeñan estas cuestiones críticas? Pueden ser: (a)
indicadores heurísticos de las fortalezas o debilidades del argumento; (b) condiciones
determinantes (¿suficientes? / ¿necesarias?) de su aceptabilidad; (c) objeciones de un
oponente. Según (a)-(b) tendrían un papel más bien metadiscursivo; según (c), un
papel discursivo que afectaría al desarrollo de la conversación, e. g. mediante la
43
redistribución de las cargas de la prueba . El estatuto y función de las cuestiones
críticas es un punto abierto a posibles discusiones y contribuciones por parte de los
interesados en la teoría de la argumentación.
63
Dados estos supuestos, nos encontramos con diversos tipos de agentes y de
“agencias”, si se me permite la acepción de este término en el sentido de modos de
desempeñarse como agentes en unos marcos deliberativos determinados. A un agente
individual (una persona), un agente plural (varias) o un agente colectivo (una
comunidad socio-institucional, un grupo) les corresponden respectivamente una
agencia individual, una agencia plural o una agencia colectiva. Se distinguen entre sí
no por el número de gente involucrada sino por la índole de los compromisos
respectivos. En este contexto, compromiso añade a su significado dialéctico
discursivo un nuevo sentido práctico de relación específica entre los agentes y su
modo de acción. Cabe resumir las caracterizaciones pertinentes como sigue:
64
objetivo o una resolución común; así que exige una comunicación e interacción
discursiva entre ellos. Comporta unos compromisos específicamente fuertes: pueden
haber sido asumidos expresamente o no por ejemplo, cuando se trata de hechos
sociales como el lenguaje materno, o de normas jurídicas o convenciones socio-
institucionales, pero ningún miembro individual se encuentra habilitado o
autorizado a rescindirlos de forma unilateral. He aquí un We-mode de agencia 44.
(ii) criterios de obligación mutua, así que, por ejemplo, nadie está autorizado a
rescindir o cancelar tales compromisos unilateralmente.
Según esto, los compromisos colectivos descansan en una doble relación: una
relación intencional con el objetivo propuesto, de modo que hay una responsabilidad
conjunta de todos los integrantes del colectivo en este sentido; y otra interpersonal
con los demás miembros del grupo, de modo que hay además responsabilidades
mutuas.
44
Las etiquetas I-mode / we-mode designan nociones introducidas en los años 1990 por Raimo Tuomela.
Puede verse una revisión relativamente reciente en R. Tuomela (2007) The Philosophy of Sociality. The
shared point of view. Oxford/New York: Oxford University Press.
45
Vide e.g. M. Gilbert (2006,) A Theory of Political Obligation. Oxford: Clarendon Press, pp. 137-138.
65
intencionalidad colectiva no sea autónoma e independiente de las intenciones
de los integrantes del grupo.
Todo esto implica que los compromisos prácticos así entendidos no dejan de
tener una significación normativa. Pero no implica que tales compromisos
constituyan una justificación cabal o la mejor razón disponible para obrar en
consecuencia y así, por ejemplo, no es admisible apelar a una “razón de estado”
para justificar XQFULPHQ
Por lo demás, y con esto al fin termino, les recuerdo que aún quedarían otras
dos perspectivas por considerar: la retórica y la socio-institucional, aunque no han
faltado alusiones por el camino, por ejemplo al mencionar la deliberación pública.
Me permito recalcar la trascendencia actual de estos aspectos de la argumentación
práctica en los que no me he detenido. Recordemos que decisiones político-
económicas no muy lejanas de la troica o de la comisión económica europea sobre,
por ejemplo, la deuda griega o la presidencia del gobierno en Italia o la quita en
Chipre, han sido antidemocráticas y, no por casualidad, antideliberativas: es decir,
impuestas por un poder ajeno a los directamente afectados que además se han visto
privados de información y de posibilidades reales de discusión, confrontación e
intervención en sus propios asuntos de interés y dominio públicos. O, sin ir más lejos,
reparemos en que el comportamiento de nuestro presidente de gobierno en varias
cuestiones de interés y de trascendencia pública suele ser no solo opaco sino
deliberadamente antideliberativo. Así pues, el final de este ensayo no puede ser otra
cosa que una buena razón para el comienzo o para la reanudación y el mantenimiento
del interés por la argumentación práctica: corre peligro, entre otras cosas, la suerte de
nuestro discurso público, del que todos somos agentes y pacientes y, en definitiva,
responsables. Por ahora solo me queda animarlos, animarnos todos, a cumplir con
este compromiso mutuo y conjunto, colectivo, con la salud del discurso público.
67
3. La deliberación como paradigma.
47
Seguramente es más vivo el recuerdo del discurso de Marlon Brando, intérprete de Marco Antonio en la
película homónima de J. L. Mankiewicz (1953), basada en la obra de Shakespeare.
69
Nos vemos, en suma, ante una muestra cabal de deliberación pública 48. Y así salta a
la vista la naturaleza no solo social sino institucional del marco en el que tiene lugar y
se desenvuelve la deliberación en calidad de paradigma de discurso público.
1. La idea de deliberación.
Como ya anunciaba al presentar la noción de deliberación en el ensayo 1, no se trata
de una idea simple ni sencilla. Por un lado, en su conformación actual han concurrido
varias y diversas tradiciones, cuatro por lo menos, a saber: dos antiguas, una retórica
y otra ético-prudencial, que se remontan al s. IV a.n.e, sobre todo a Aristóteles; una
48
Que sea una muestra cabal no implica que sea real; se trata de una deliberación bastante idealizada y no es
precisamente la única versión fílmica que hay sobre el mismo asunto. Cf. la deliberación menos "racional" y
más apasionada en un juicio y con un jurado paralelos que ofrece la película "12" (Nikita Mikhalkov, 2008).
70
tercera moderna, jurisprudencial, originaria en parte de Leibniz en la 2ª mitad del s.
XVII; y la cuarta contemporánea, que discurre a partir de la apertura de la perspectiva
socio-institucional sobre la argumentación a finales del s. XX y principios del XXI.
Por otro lado, cierta idea de deliberación viene desempeñando en nuestro tiempo un
papel crucial y determinante en programas de filosofía social, ética y filosofía política
como el de la democracia deliberativa de Jürgen Habermas que busca fundamento
filosófico en su ética discursiva; hay incluso quien ha hablado a este respecto del
49
"giro deliberativo de la democracia" . Pero, en fin, tampoco cabe ignorar a este
respecto la existencia de dos paradigmas alternativos en el ámbito socio-institucional
y con respecto al ideario democrático. Uno es el paradigma del "mercado" que
acompaña a la teoría estándar de la decisión racional y contempla la participación por
agregación de votos privados; un paradigma de agencia más bien individual o, a lo
50
sumo, plural. El otro es el paradigma deliberativo del "foro" que propone la
intervención e interacción discursivas de la ciudadanía en la vida pública; un
paradigma de agencia y asunción más bien colectivas de compromisos y
responsabilidades sobre la base de la argumentación.
En todo caso es obvio que de estas tradiciones, proyecciones y extrapolaciones
no cabe esperar un concepto de deliberación preciso y operativo.
Con todo, como también adelantaba, no estará de más partir de una noción
relativamente elaborada para saber en principio a qué atenernos. Valga la siguiente:
una deliberación es un proceder argumentativo de expresión, confrontación y
ponderación de propuestas, consideraciones y razones de una preferencia o elección
no pre-establecida, dirigido a la resolución de un problema práctico. De acuerdo con
esta caracterización, la deliberación comporta ciertos rasgos sustanciales: (i) un
FDUiFWHUGLVFXUVLYR\GLDOyJLFRGRQde la deliberación interior de uno consigo mismo
49
Vide Jürgen Habermas ([1992] 1998) Facticidad y validez. Sobre el Derecho y el Estado democrático de
derecho en términos de teoría del discurso. Madrid: Trotta. Cf. una puesta al día en Dorando Michelini
(2015) "Deliberación: un concepto clave en la teoría de la democracia deliberativa de Jürgen Habermas",
Estudios de Filosofía Práctica e Historia de la ideas, 17/1: 59-67.
50
Las metáforas del "mercado" y del "foro" para caracterizar, respectivamente, la concepción de la política
como agregación de preferencias dadas y como transformación de preferencias por medio del debate, se
remontan a Jon Elster ([1986] 2007) "El mercado y el foro: tres variedades de teoría política", Cuaderno
Gris, 9: 103-126, y aparecen en el contexto de las primeras discusiones en torno a la democracia deliberativa.
71
YHQGUtD D VHU XQ FDVR GHULYDGR R OtPLWH LL OD FRQIURQWDFLyQ GH SURSXHVWDV
alternativas; (iii) la ponderación de razones, motivos y consideraciones al respecto;
(iv) la disposición de los deliberantes a adoptar o cambiar sus posiciones en el curso
del, y debido al, proceso de interacción discursiva; (v) el objetivo práctico de tomar
una decisión o resolución que cierre el debate 51. Recordemos en este punto la lógica
peculiar de la argumentación práctica: aunque la resolución tomada sea el fin de la
GHOLEHUDFLyQ ORV DUJXPHQWRV HQ MXHJR SRU PX\ UDFLRQDOHV \ FRQYLQFHQWHV TXH VH
SUHWHQGDQ QR GHWHUPLQDQ QL SURGXFHQ GLFKD GHFLVLyQ /D DUWLFXODFLyQ HQWUH OD
deliberación y la decisión final no es de consecuencia lógica, ni de causalidad.
Siempre está a expensas de las contingencias y la arbitrariedad que median en el hiato
entre la deliberación y la acción, así como siempre se presta a que el agente o los
agentes deliberantes vuelvan sobre los argumentos y consideraciones disponibles.
Además, en la línea del rasgo inicial (i), la deliberación admite variantes como
la de ser pública o privada según el marco en el que se dé, el tipo de problema que se
trate de resolver y el agente discursivo involucrado, aunque las distancias entre ellas
puedan reducirse en ciertos casos. Será pública la que se dé en marcos socio-
institucionales y acerca de cuestiones de interés común y de dominio público, sobre
las que en principio tienen voz y voto, pueden pronunciarse, todos los miembros de la
comunidad afectada, de modo que corre a cargo de agentes colectivos en un We-mode
de agencia discursiva; será más bien privada y prudencial la que discurra en términos
reflexivos privativos o privados, y a cargo de agentes individuales o plurales que
obran en I-mode UHFXpUGHVH OR GLFKR DFHUFD GH HVWDV PRGDOLGDGHV GH DJHQFLD I-
mode y We-mode DO ILQDO GHO HQVD\R DQWHULRU (Q DUDVGHXQD FDUDFWHUL]DFLyQ PiV
fina cabe precisar que, por contraste con la deliberación privada, la pública añade a
los rasgos generales anteriores (i)-(v) otros más específicos como los siguientes: (vi)
corre a cargo de un grupo o colectivo dentro de un marco institucional y acerca de un
asunto de interés común y de dominio público; (vii) genera compromisos y
51
No obstante, la resolución efectivamente adoptada puede consistir en dejar la cuestión abierta o pendiente de una
nueva sesión deliberativa. Por lo demás, las decisiones de clausura pueden tomarse no solo por votación o de acuerdo
con la regla de la mayoría, sino por unanimidad o por conformidad y consenso o aún por consentimiento (e. g. el de
quien no está de acuerdo con la propuesta prevaleciente pero renuncia a seguir poniéndola en cuestión).
72
responsabilidades no solo conjuntas con respecto al objeto de la resolución común,
sino mutuas, entre los miembros del colectivo; (viii) constituye una práctica regulada
con cierto poder normativo, como fuente de derechos, obligaciones y expectativas, y
con capacidad de autorregulación, legitimidad y sanción ante la exigencia de dar y
rendir cuentas de las propuestas y resoluciones adoptadas.
73
Recordemos que el rétor ateniense es el ciudadano capacitado para intervenir
mediante el discurso (lógos HQ OD YLGD S~EOLFD GH OD FLXGDG R SDUD PRVWUDU FyPR
KDFHUOR(QHVWHFRQWH[WRODRetórica a Alejandro (RaA) distingue tres géneros del
discurso político: el deliberativo (demegorikón), el judicial y el epidíctico. Son
especies del deliberativo, el discurso suasorio y el disuasorio. El suasorio se propone
lograr la aprobación de intenciones, discursos o acciones, por parte del auditorio; el
disuasorio, en cambio, su desaprobación. En esta línea: «El que persuade tiene que
demostrar que las cosas que él exhorta a hacer son justas, legales, convenientes,
nobles, gratas y fáciles de hacer; y si no, cuando exhorte a hacer cosas arduas, ha de
demostrar que son posibles y que es necesario hacerlas. El que disuade de algo debe
oponerse a ello por medio de lo contrario <...>. Todo hecho participa de ambas
perspectivas, así que a nadie que sostenga cualquiera de los dos planteamientos le
52
faltará qué decir» (RaA 1.1-5, pp. 47-48) . Por otra parte, tanto la modalidad
persuasiva como la disuasoria cuentan con recursos argumentativos específicos para
sus propósitos, que incluyen en el caso de la disuasión la réplica a un discurso
suasorio opuesto (RaA , 35.1-16, edic. cit. pp. 80-81).
En todo caso, RaA ofrece un tratamiento eminentemente práctico o técnico,
ayuno de las consideraciones conceptuales y filosóficas que cabe apreciar en la
Retórica GH$ULVWyWHOHVVDOYRHOHQFHQGLGRHORJLRGHOlógos y de la deliberación que
anima la Dedicatoria preliminar de RaA (edic. cit. p. 46) y parece inspirado en la
Antídosis GH,VyFUDWHV
53
En la Retórica de Aristóteles (Rh) nos vemos ante un planteamiento menos
general de la deliberación y más elaborado, dentro de una clasificación pareja de los
tres géneros retóricos: el deliberativo, el judicial y el epidíctico. Pero el primero no
solo recibe otra calificación (symbouleutikón), sino mayor atención en principio. En
este contexto de los tres géneros, el deliberativo se distingue por (i) juzgar sobre lo
que sucederá en el futuro; (ii) bien para aconsejarlo o recomendarlo, bien para
52
Cito por la edición de José Sánchez Sanz (1989), Retórica a Alejandro. Salamanca: Ediciones de la
Universidad de Salamanca.
53
Vide la edición bilingüe de Antonio Tovar (1971), Aristóteles, Retórica. Madrid: Instituto de Estudios
Políticos.
74
prevenirlo; (iii) con el propósito principal de mostrar lo conveniente o lo perjudicial
mientras que otros motivos referidos a lo justo o lo injusto y a lo honroso o a lo
vergonzoso, son propios del género judicial y del epidíctico respectivamente, y en el
género deliberativo solo desempeñan si acaVR XQ SDSHO FRPSOHPHQWDULR vide Rh,
1358a37-1359a6) 54.
También es distintivo el objeto pertinente de la deliberación en este terreno. Se
trata de lo que puede ocurrir o no frente a lo que sucede por necesidad o acontece
bien por su propia naturaleza, o bien por azar, pues en tales casos de nada sirve
deliberar; así como también de lo que es factible por nuestra parte, depende de
nosotros o está en nuestras manos (Rh, 1359a30-b1) y «puede resolverse de dos
maneras, ya que nadie aconseja sobre lo que juzga imposible que haya sido o que
vaya a ser o que sea de modo diferente a como es, pues nada cabe hacer entonces»
(Rh, 1357b19-23). En suma, la deliberación retórica es una especie de argumentación
práctica y resolutiva, no especulativa, que versa sobre asuntos humanos no
predeterminados sino contingentes y abiertos a diversas opciones.
Dentro de este ámbito, hay ciertos temas que se prestan de modo específico a
su consideración pública conjunta. Entre ellos se cuentan la gestión de recursos e
ingresos fiscales, la guerra y la paz, la defensa del territorio, la custodia de las
importaciones y exportaciones, y la legislación (Rh, 1359b19-23). Son asuntos
propios de la comunidad ciudadana. Pero, según Aristóteles, también hay un objetivo
básico y general de todos y de cada uno de los ciudadanos que merece especial
consideración, a saber: la felicidad; es materia deliberativa en razón de que conviene
hacer lo que nos procura o acrecienta la felicidad y conviene evitar lo que la arruina,
la obstaculiza o da en producir el efecto contrario (Rh, 1360b5-13).
54
No estará de más ir marcando algunas diferencias notorias entre las dos Retóricas. RaA manifiesta la
condición de la deliberación como discurso público o dirigido al demos (demegorikón), mientras que Rh
parece primar el sentido de consejo, determinación y deliberación conjunta (symbouleitikón DXQTXH OD
WHUPLQRORJtD DULVWRWpOLFD QR VHD VLHPSUH FRQVLVWHQWH 3RU RWUD SDUWH D~Q HV PiV HYLGHQWH HO DOFDQFH
comprensivo de la deliberación en RaA, capaz de considerar lo justo, lo legal, lo conveniente, lo noble, lo
grato, lo viable, y sus contrarios, frente al dominio más restringido o específico de la deliberación en Rh,
centrada en lo conveniente o no conveniente.
75
(b) La variación práctico-prudencial tiene su "lugar natural" aristotélico en la Ética
Nicomáquea (vide EN 1142a31-35), aunque no sea la única fuente pertinente 55.
En este contexto, se considera la deliberación un tanto indiferentemente en su
dimensión privada o personal y en su dimensión pública o ciudadana. Consiste en el
ejercicio de la prudencia en el tratamiento y la resolución de los asuntos humanos que
nos conciernen y caen dentro de nuestra competencia o de nuestra capacidad de
acción o intervención. En este sentido se mueve no solo en el ámbito génerico de lo
contingente sino en el más específico de las contingencias de la acción. Así pues la
prudencia es una virtud práctica que guarda una estrecha relación con la utilidad en
los asuntos humanos de manera que aun siendo una virtud intelectual y un modo de
ser racional y verdadero, difiere de la sabiduría que solo contempla lo necesario,
56
demostrable y universal (EN 1140b25-36,1141b7-16) . En pocas palabras, «la
prudencia se refiere a los asuntos humanos y a lo que es objeto de deliberación» (EN
1141b7-8). Pues bien, ¿cuál es el objeto de la deliberación (boúleusis)? A tenor de
EN 1112a18-1113a14 y en una línea congruente con la seguida en la Retórica es, en
general, el dominio de las cosas y los casos que se dan de cierta manera normalmente
o la mayoría de las veces, pero cuyo desenlace no es obvio o resulta indeterminado, y
más en particular las cuestiones humanas en las que tenemos competencia, sea en
calidad de personas individuales o sea en calidad de miembros de una comunidad ࣓e.
g., «ningún lacedemonio delibera sobre cómo los escitas estarán mejor gobernados,
pues esto cae fuera de su capacidad de intervención» (EN 1112a31-32). Por otro
lado, la deliberación no versa sobre los fines sino sobre los medios conducentes a los
fines propuestos (EN 1113a1-2) 57, así como puede envolver diversas modalidades de
55
Vide la edición (1985), Ética Nicomáquea. Ética Eudemia. Introducción de E. Lledó, traducción de J.Pallí
Bonet. Madrid: Editorial Gredos. Cf. también Aristóteles, Política. (edic. bilingüe) Madrid: Instituto de
Estudios Políticos, 1970.
56
De ahí que, según Aristóteles, «Anaxágoras, Tales y otros como ellos, que se ve que desconocen su propia
conveniencia, son llamado sabios, no prudentes, y se dice que saben cosas grandes, admirables <...>, pero
inútiles porque no buscan los bienes humanos» (EN 114b5-7).
57
Esta especie de racionalidad instrumental también cuenta en la deliberación retórica (cf. Rh 1362a20),
pero no deja de estar acotada a determinados contextos y no excluye la comparación y ponderación de bienes
o fines relativos o «discutibles» (vid. Rh 1362a31-1363b4), hasta el punto de que estos pueden descansar en
criterios genéricos del tipo de «es un bien aquello cuyo contrario es malo» (Rh 1362b31). Así pues, la tesis
de que solo cabe discutir sobre medios, pero no sobre fines, no constituye un dogma general aristotélico.
76
razonamiento práctico dirigido a cumplir un propósito o lograr un objetivo. Y, en fin,
la deliberación y la elección tienen el mismo objeto, ya que se elige lo que se ha
decidido tras la deliberación (EN,1113a4- KH DTXt XQD VHxDO PiV GH VX FDUiFWHU
UDFLRQDO\SUiFWLFR
Otro punto de interés es el relativo a la buena deliberación (euboulía) (vide EN
1142b17-35). Se caracteriza por la rectitud de la deliberación que alcanza un bien o el
buen fin pretendido por el camino debido y de modo eficiente, sin seguir el camino
indebido de partir de unos supuestos falsos, ni el curso deliberativo más largo frente a
otro más corto para el mismo objetivo. Guarda una estrecha relación con la
prudencia: deliberar rectamente es propio de los prudentes, de manera que la buena
deliberación procede rectamente con arreglo a lo conveniente, dirigida a un buen fin
y sobre la base de juicios verdaderos.
«En cuanto a las cuestiones que la ley no puede decidir en absoluto o no puede
decidir bien, ¿deben estar al arbitrio del mejor o al de todos? En la actualidad
58
Según este criterio, no es razonable la contraposición platónica de la retórica con la geometría (e. g. en
Teeteto 1662e) que busca dejar en evidencia y descalificar la levedad suasoria de la retórica por contraste con
la solidez y el rigor demostrativo de la geometría.
78
todos reunidos juzgan, deliberan y deciden, y estas decisiones se refieren todas
a casos concretos. Sin duda cada uno de ellos, tomado individualmente, es
inferior al mejor, pero la ciudad se compone de muchos y por la misma razón
que un banquete al que muchos contribuyen es mejor que el dado por uno solo,
también juzga mejor una multitud que cualquier individuo. Además, un gran
número <de ciudadanos> es más difícil de corromper; por ejemplo. una gran
cantidad de agua se corrompe más difícilmente que una pequeña, y así una
muchedumbre es más incorruptible que unos pocos <…>. Supongamos que
hay cierto número de hombres y ciudadanos buenos: ¿será más incorruptible el
gobernante individual o el número mayor de hombres todos buenos?
Evidentemente el número mayor» (P 1286a24-40). De ahí concluye Aristóteles
que el gobierno de unos cuantos ciudadanos buenos será mejor para las
ciudades que el gobierno de uno solo.
«El hombre es por naturaleza un animal social. <…> La razón por la que el
hombre es un animal social, más que la abeja o cualquier animal gregario, es
evidente: la naturaleza, como solemos decir, nada hace en vano y el hombre es
el único animal que tiene lógos. La voz es signo de dolor y placer, y por eso la
tienen también los demás animales pues su naturaleza les permite sentir dolor y
placer e indicárselo unos a otros. Pero el lógos es para manifestar lo
conveniente y lo perjudicial, lo justo y lo injusto, y es propio y exclusivo del
hombre, frente a los demás animales, tener el sentido de lo bueno y lo malo, lo
justo y lo injusto, y demás cosas por el estilo, y la comunidad de estas cosas es
lo que constituye la ciudad y la casa» (P1253a2-18). Y prosigue: como «el
individuo separado no se basta a sí mismo, será semejante a las demás partes
en relación con el todo, y el que no pueda vivir en sociedad o no necesite nada
por su propia suficiencia, no será miembro de la ciudad sino una bestia o un
dios» (P 1253a19-29). De modo que frente a las dudas sobre la competencia
79
deliberativa del demos, del conjunto de los ciudadanos, resulta que solo las bestias o
los dioses serían seres incapacitados o ajenos por naturaleza a la deliberación común.
Todas estas declaraciones aristotélicas, aunque puedan leerse como una suerte
de réplicas a las críticas antidemocráticas, no implican que Aristóteles sea
SUHFLVDPHQWH XQ GHPyFUDWD SDUWLGDULR GHO SRGHU GHO demos ni, menos aún, un
precursor de la democracia deliberativa. De hecho, su idea de la deliberación pública
presenta puntos ciegos, acusa las limitaciones de su marco socio-institucional de
referencia y les añade las inherentes a una propuesta idealizada y primeriza. Pero,
incluso dentro de estas limitaciones, no deja de tener cierto encanto y poder de
sugerencia como el habitual en las deliberaciones presenciales, cara a cara. La
retórica de las deliberaciones clásicas en los espacios políticos o judiciales de la
esfera pública es presencial. Por una parte, los límites aceptables de la polis vienen a
ser los marcados por el alcance de la voz del heraldo y dentro de ellos también están
acotados los espacios de los juicios y las asambleas. Por otra parte, la condición
presencial no solo envuelve una comunicación corporal e integral, directa y en
persona, sino una publicidad especial en el sentido de estar ante los ojos de alguien y
cierta prevención al sentirse bajo su mirada. Aristóteles recuerda a este propósito un
antiguo proverbio: “la vergüenza está en los ojos <de los otros>” (Retórica,
1384a34). Esta compleja sensación se presta a unas consideraciones como las
siguientes: (i) La vergüenza implica cierta conciencia de la exposición y del riesgo
59
personal , una conciencia que por lo regular invita a la autocontención. (ii) El
hallarse en público crea un marco que obra como estímulo y motivación para
contribuir al curso de la conversación ateniéndose a las convenciones pertinentes con
el fin de lograr estima y reconocimiento; se trata de lo que podríamos llamar “el papel
civilizador de la hipocresía”. (iii) Por añadidura favorece la adopción de actitudes y la
asunción de responsabilidades argumentativas, como la obligación de responder de
las propias opiniones y propuestas, frente a las objeciones o ante otras opiniones y
59
Este riesgo puede llegar incluso al daño físico, como el que Odiseo inflige a Tersites en la asamblea de los
aqueos (Ilíada, II, vv. 265-70). Pero por lo regular, en la Atenas clásica, se limita a interrupciones,
interpelaciones y burlas por parte del público; en ese medio jurídico y político asambleario no es extraño el
éxito de los rétores (maestros y logógrafos) sofistas, puestos en solfa por las Nubes de Aristófanes.
80
propuestas alternativas. Salta a la vista el contraste con la publicidad que actualmente
facilitan las redes de comunicación por internet. La publicidad electrónica descansa
en una presencia virtual y propicia otros códigos de conducta. Para empezar, se trata
de una “presencia” transcrita y leída en la pantalla del ordenador, no sentida ni vista.
Presencia que, por otro lado, remite a un personaje y a una actuación-representación,
antes que a un agente personal; baste reparar en que la única seña de identidad de los
interlocutores es la dirección IP de la interfaz del dispositivo en red. ¿Nos
encontraremos, pues, lejos de la sensible comunicación presencial de la Atenas
clásica, abonados a una publicidad “desvergonzada”? Hay quien piensa que ciertos
usos de los tuits, en particular, lo que hacen es borrar la distancia ente lo público y lo
privado. En cualquier caso, nuestras sociedades actuales son mucho más complejas y
sofisticadas, aunque algunos teóricos de la retórica deliberativa consideren que los
antiguos usos presenciales bien pueden convivir con los más nuevos hasta el punto de
pensar que algunos griegos clásicos, de Pericles a Aristóteles por ejemplo, todavía
nos son contemporáneos. Y, en particular, ciertos rasgos de la retórica aristotélica,
como la parcialidad y la implicación de los interesados, la atención al caso y la
situación concreta o, en fin, la confrontación ponderativa de motivos, afecciones y
razones, no dejan de representar una alternativa sensible al modelo de deliberación
pública racional e imparcial que preconiza la ética habermasiana del discurso 60.
60
Cf. por ejemplo su vindicación desde distintas perspectivas en Arash Abizadeh (2002), "The passions on
the wise: Phrónesis, rethoric, and Aristotle's passionate practical deliberation", The Review of Metaphysics,
56/2: 267-296; Bernard Yack (2006), "Rhetoric and public reasoning. An Aristotelian understanding of
political deliberation", Political Theory, 34/4: 417-438; Bryan Garsten (20016) Saving persuasion: A defense
of rhetoric and judgment. Cambridge (MA): Harvard University Press.
81
trazada por Protágoras al declarar que toda cuestión admite pronunciamientos (lógoi)
contrapuestoV.
La balanza de dos brazos (bilancia, libra, trutina) viene siendo una metáfora y
un símbolo tradicional de la justicia en general y de la administración de justicia en
61
particular . Este papel figurativo, todavía usual en nuestros días, se remonta a
civilizaciones tan antiguas como la acadia y la egipcia, y tan diversas como la china,
la india, la hebrea o la grecorromana. En la representación icónica de la dama de la
justicia, desde el s. XVI, suele verse acompañada por otros dos símbolos: la espada,
imagen del poder resolutivo y ejecutivo de la justicia, y la venda, imagen de la
LJXDOGDGGHODVSDUWHVDQWHODOH\\GHODLPSDUFLDOLGDGGHOMXH]TXHQRPLUDSRUHO
LQWHUpVGHXQDGHHOODV3HURODEDODQ]D\DFXHQWDGHVX\R\HQSULQFLSLRFRQFLHUWDV
características asociadas como: (a) la equidistancia de los platillos, condición de la
simetría y el equilibrio que comporta el calibrado de la balanza en reposo; y (b) la
estimación comparativa entre los elementos puestos en los platillos, estimación que
resulta precisa cuando la balanza funciona como un intrumento bien calibrado de
medición entre elementos homogéneos o conmensurables, o que resulta más bien
ponderativa, cuando sopesa elementos heterogénos y no conmensurables 62.
61
Está claro que no se trata de la balanza romana (statera) de un solo brazo.
62
Es ilustrativa la parábola que relata Vladimir Korolenko en El sueño de Makar (1959). Makar, a su
muerte, se halla ante el juez encargado de juzgar a las almas pesándolas en la balanza. El platillo de sus
vicios y pecados pesa mucho más que la madera que ha cortado a lo largo de su vida de leñador, y resulta
condenado. Makar apela la sentencia con el recuerdo de la muerte de su esposa y su hijo, además de las
injusticias sin número que ha sufrido bajo la opresión de los poderosos, y así lograr invertir los pesos de los
platillos. La moraleja es que no hay una medida exacta de los valores morales, pecados y sufrimientos, pero
no por ello dejan de ser comparables y de prestarse a un juicio equitativo.
82
El reconocimiento del papel de la ponderación en las deliberaciones responde a
la activa participación de Leibniz en la vida cultural e intelectual de la segunda mitad
del s. XVII, en particular a su constante preocupación y ocupación en las múltiples
controversias de su entorno (teológicas, filosóficas, cientìficas, políticas). A su juicio,
la ponderación de las razones y consideraciones en liza es una vía no solo racional
sino efectiva de resolución de conflictos y de conciliación entre las partes. En este
contexto se entiende por "controversia" la cuestión debatida en un juicio, donde las
pDUWHVHQFRQIOLFWRFRQWLHQGHQSRUPHGLRGHUD]RQHVFRQODHVSHUDQ]DGHp[LWRIUHQWH
a la guerra donde los contendientes recurren a la fuerza y la violencia, y frente a las
polémicas que discurren por las vías del rigor impositivo o de la autoridad o de la
GLVSXWDHQWUHRWURVUHFXUVRVLQDQHVRLOHJtWLPRV 63.
Precisamente el tratamiento de las controversias abre la perspectiva de una
balanza de la razón que se supone tan precisa como efectiva. Es muy elocuente en
este respecto, el "Breve comentario sobre el juez de las controversias o la Balanza de
64
la Razón y la norma textual" (escritos entre 1669 y 1671) . Bastará citar algunos
parágrafos. De entrada recordemos el temprano anhelo de Leibniz de un
procedimiento práctico infalible que guíe a la razón en la resolución de todas las
controversias:
«Si alguien descubriera a la humanidad un modo de alcanzar en todas las
cuestiones la misma infalibilidad práctica que la <infalibilidad> teórica alcanzada en
las cuestiones relacionadas con la ejecución de cálculos, con ello habría mostrado
FUHRFyPRKDGHHVWDEOHFHUVH\DFDWDUVHHOGLFWDPHQGH!ODUHFWDUD]yQHQFDOLGDG
de juez de todas las controversias» (§ 59).
Esto es lo que cabe esperar de una balanza de la razón: «Justamente como si
hubiera una determinada balanza de la razón tal que en cada uno de sus platillos se
expusieran y pesaran cuidadosamente los valores (momenta) relativos a una causa, y
su examen se inclinara (de un lado), uno podría pronunciar un veredicto a favor de
63
Vide Marcelo Dascal (ed.), (2006) G.W. Leibniz, The art of controversies. Dordrecht: Springer;
Introductory essay, pp. xxxix-xl.
64
Puede verse en la edición citada de Dascal, ch. 2, pp. 8-23. Aparte de las referencias que avanza la
introducción ya mencionada, es pertinente e informativo M. Dascal (1996), "La balanza de la razón", en O.
Nudler (comp.), La racionalidad: su poder y sus límites. Buenos Aires: Paidós, 1996; 363-381.
83
este lado. Si alguien viniera a enseñar a los hombres cómo construir tal balanza, les
entregaría un arte mayor que aquella fabulosa ciencia de hacer oro» (§ 60). «Pues este
Arte es la verdadera Lógica que, provista de una forma determinada, exacta y
rigurosa de proceder, excluye todos los sofismas» (§ 61).
En suma, la balanza de la razón oficia de paradigma del auténtico arte de la
lógica, capaz no solo de resolver efectivamente las cuestiones planteadas, sino de
desterrar de su tratamiento discursivo toda suerte de errores y sofismas. Ahora bien,
este recurso ideal no deja de cargar con ciertos supuestos para garantizar su
efectividad. Responden a cuestiones como las siguientes: el buen calibrado de la
balanza, la fiabilidad de las pesas y el procedimiento correcto de pesaje. Un buen
calibrado supone [a] la exclusión de factores de perturbación o sesgo de la Razón, así
como [b] la debida disposición de los brazos y de los platillos. En ambos respectos
estipula Leibniz:
[a] «Las reglas de este Arte deberían establecerse -como he dicho- de modo
exacto. Presente alguien sus razones, indaguemos si entre ellas no asume nada
que no haya previamente demostrado por la razón o probado por el testimonio
de los sentidos. Descartemos el uso de toda expresión ambigua y de toda
palabra que no haya sido previamente explicada (hasta la última). Aunque en
los asuntos prácticos suele haber razones igualmente ciertas en cada una de las
partes, amén de ventajas y desventajas, calculemos con precisión su cantidad y
extraigamos la conclusión» (§ 62).
[b] «Así como al pesar es necesario prestar atención a que todas los pesas se
pongan como es debido, cuidar de que no sean demasiadas, de que no estén
adulteradas por otros metales más pesados o ligeros que los apropiados para
verificar la posición correcta del fiel de la balanza, con los brazos equidistantes
y los platillos con pesos iguales, etc., así también en esta balanza racional se
debe prestar atención a las proposiciones como a las pesas, a la balanza como a
su conexión, sin dejar ninguna pesa o proposición sin examinar. Tal como se
mide la gravedad de las pesas, así también se mide la verdad de las
84
proposiciones; y de la misma manera que la gravedad de las pesas mide la
gravedad de la cosa pesada, así también la verdad de las proposiciones que se
aducen para la prueba mide la verdad de la proposición principal de la cuestión
discutida <…>. El mecanismo de la balanza es similar a la conexión de las
proposiciones: y así como un platillo no debe ser más leve que el otro, así
también si entre dos premisas, una es más débil que otra, la conclusión debe
seguir la parte más débil; y de la misma manera que los brazos deben estar
conectados entre sí por el yugo, así también de proposiciones puramente
particulares nada se sigue, pues son como arena sin cal; así como los brazos
deben ser equidistantes del yugo, así también la colocación de las
proposiciones debe ser tal que el término medio equidiste del mayor y del
menor, lo que se realiza mediante la observancia de un exacto y perpetuo
sorites» (§ 65).
Por lo que se refiere a la fiabilidad de las pesas, también son pertinentes los
parágrafos citados, §§ 62 y 65, tanto desde el punto de vista epistemológico,
relacionado con la verdad y las evidencias aducidas, como desde el punto de vistas
procedimental, relativo a su composición y disposición correctas. Y, en fin, por lo
que concierne al procedimiento de pesaje, se halla acreditado por el proceder exacto
de la lógica que permite detectar en los argumentos puestos en forma rigurosa y
expresados de modo preciso cualquier fraude, conforme declaran los parágrafos §§
61-62 y 65. La conclusión es obvia:
«Por tanto es seguro que si los hombres se quieren aplicar con paciencia y
diligencia a todas estas cuestiones, serán capaces de ser tan infalibles en la práctica
como un calculador o alguien que pesa» (§ 65 bis).
65
Una ilustración famosa de este punto es la fábula del llamado "asno de Buridan" en honor de un gran
lógico parisino del s. XIV, Jean Buridan. Se trata de la historia de un asno hambriento que, puesto en la
tesitura de tener que elegir entre dos montones exactamente iguales de heno, acaba muriendo de inanición al
no contar con ningún motivo de preferencia por uno de ellos.
66
Cf. Leibniz, Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano (1703-1704, publicados en 1765), edic. de J.
Echeverría. Madrid: Editora Nacional, 1983; 4.16.9, p. 565. Ahí mismo recuerda la necesidad de una nueva
especie de lógica, complementaria de los Tópicos de Aristóteles, que trate acerca de los grados de
probabilidad y nos proporcione «la balanza que sopese las probabilidades para llegar a formarnos un juicio al
respecto», l. c. p. 567. Una vez más nos encontramos con el tema de las dos balanzas.
86
Uno especialmente sugerente es el titulado "Para una balanza del Derecho que
permita apreciar los grados de las pruebas y de las probabilidades" por Gottfried
Veran de Lublin (¿hacia 1676?) 67. Leamos:
«Quiero presentar una balanza del derecho, un nuevo tipo de instrumento con
el que es posible estimar el valor no de metales y piedras preciosas sino de algo
más valioso, el peso de las razones. Se dice habitualmente que quien tiene en
sus manos la suprema facultad de decidir después de ponderar todos los
elementos de juicio, no debe contar sino pesar 68 los argumentos de quienes
debaten, los pareceres de los autores, los discursos de los que deliberan».
A HVWHWLSRGHEDODQ]DVHxDOD/HLEQL]QRKDOOHJDGR$ULVWyWHOHVSDGUHGHOD
lógica ni menos aún sus intérpretes como Jungius o Arnauld.
«Ante este descubrimiento se debe reconocer como cierto que así como los
matemáticos han sobresalido sobre todos los demás mortales en la lógica, i.e.
en el arte de la razón de lo necesario, así los juristas lo han hecho en la lógica
de lo contingente» [cursivas en el original, edic. Dascal, p. 36 ; edic. Olaso,
370-271].
Con todo, advierte Leibniz, la elaboración de esta lógica no deja de ser una tarea
abierta. «Por último reconozco que este método de juzgar y sopesar como en una
balanza las razones en pugna, no ha tenido entre los juristas una elaboración hasta el
punto de volver ociosa la investigación que propongo. Sin embargo, está claro que los
materiales para este trabajo han sido proporcionados por ellos y que estas nuevas
reflexiones mías, cualquiera que sea su valor, han brotado gracias a su diligencia»
[edic. Dascal, p. 39; edic. Olaso, 374. ]
Esta nueva balanza, destinada a ponderar los elementos de juicio disponibles y
sopesar el peso relativo de los argumentos, no se caracteriza por producir de modo
automático juicios terminantes o conclusiones necesarias. Por un lado, comporta una
67
Un seudónimo de Leibniz. Vide la edición cit. de M. Dascal (2006), pp. 35-40. También se encuentra en
la edic. de E. de Olaso (1982), G.W. Leibniz, Escritos filosóficos. Buenos Aires: Charcas, pp. 370-375.
68
Leibniz, en su carta a Wagner (marzo 1696), también se hace eco de la sentencia “rationes non esse
numerandas sed ponderandas (las razones no han de ser contadas, sino ponderadas)” que, procedente de la
epístola 39 de Séneca, había puesto en circulación Pierre Bayle.
87
consideración dialéctica de las razones enfrentadas que puede suponer su evaluación
inicial. Por otro lado, contempla la incorporación de un moderador de los debates que
no actúe ni en calidad de juez ni en calidad de parte, sino como un expositor lúcido y
un conductor ecuánime GHODGLVFXVLyQUDFLRQDO¢XQSUHFHGHQWHGHOfacilitador actual
HQQXHVWUDVSUiFWLFDVGHOLEHUDWLYDV"3HURHOUDVJRPiVGLVWLQWLYRHVHOGHOOHYDUDOD
toma de unas decisiones a las que la balanza inclina sin necesidad. La frase "incliner
sans necessiter" ha sido justamente destacada por demarcar en el pensamiento de
Leibniz el ámbito de lo contingente. Él mismo reitera en su "Introducción a una
Enciclopedia secreta" (1683): «Mi dictamen común para toda verdad es que siempre
puede darse razón de una proposición, siendo necesitante en materia necesaria,
inclinante en materia contingente» (vide edic. Dascal 2006, p. 222).
3.1 Como modalidad pública del discurso práctico, la deliberación ha sido objeto de
diversas exploraciones y análisis entre los teóricos de la argumentación relativas, por
ejemplo, a (i) su estructura lógica, (ii) su conformación dialógica o (iii) sus señas de
identidad conceptual; son relevantes en este último aspecto los ensayos de Walton
(2004, 2006) de caracterizar la deliberación como tipo de diálogo y de esquema
argumentativo, a través del procedimiento de las cuestiones críticas 73.
Walton entiende la deliberación como un debate entre individuos que buscan
elegir el mejor curso de acción disponible para resolver un problema práctico. Adopta
la forma básica de una inferencia práctica según un esquema medios-fin o según un
esquema actuación-riesgos/consecuencias, que deberá responder a ciertas cuestiones
críticas del tenor de: (1) ¿Es adecuada la relación medios-fines prevista? (2) ¿Es
realista el plan de actuación? (3) ¿Se han considerado las consecuencias tanto
positivas como negativas? ¿Se han medido los riesgos? (4) ¿Hay otros modos de
alcanzar el objetivo pretendido? (5) ¿Cabe plantearse otros objetivos? Si nos vemos
ante cursos de acción de suerte incierta, habremos de reconocer el carácter abductivo,
plausible y revisable de nuestra resolución. Con ello pasamos del nivel de la
73
Cf. respectivamente para (i) Marvin Belzer (1987), “A logic of deliberation”, Procds. 5th National
Conference on Artificial Intelligence, AAAI’86 Philadelphia. Merlo Park (CA): AAAI Press, I: 38-43; para
(ii) David Hitchcock, Peter McBurney & Simon Parsons (2001), “A framework for deliberation dialogues”,
Procds. 4th Biennial Conference OSSA. Windsor (Ontario) < www.humanities.mcmaster.ca/ahitchckd.htm >;
para (iii) Douglas N. Walton (2004), “Criteria of rationality for evaluating democratic public rhetoric”, en B.
Fontana, C.J. Nederman and G. Reimer (eds.), Talking democracy. University Park PA: Pennsylvania State
Press; 295-330, y Walton (2006), “Wow to make and defend a proposal in deliberation dialogue”, Artificial
Intelligence and Law, 14: 117-239.
92
deliberación como razonamiento práctico al nivel de la deliberación como
argumentación plausible y rebatible. Ahora se añaden a la lista nuevas cuestiones
críticas: (6) ¿Se trata de una propuesta no solo viable sino plausible? (7) ¿Es la más
plausible a luz de los datos manejados? (8) ¿Se han confrontado los argumentos y
contra-argumentos disponibles?
La deliberación resulta satisfactoria si responde debidamente a estas cuestiones
y condiciones.
Hasta aquí ha llegado Walton. Ahora bien, consideremos no ya la deliberación
prudencial en general, sino la deliberación pública en particular, es decir un proceso
deliberativo conjunto en torno a la resolución de un problema de interés público o de
alcance colectivo. Entonces las cuestiones críticas anteriores (1-8) no dejarán de ser
pertinentes, pero también habrá que tomar en cuenta ciertos puntos sensibles del
nuevo nivel de interacción como estos: (9) ¿Se han esgrimido y ponderado
debidamente los diversos tipos de razones o alegaciones en juego? (10) ¿Se ha
sesgado o trivializado el debate? (11) ¿Se ha ocultado información a los
participantes? (12) ¿Todos ellos han podido verse reflejados en el curso de la
discusión o en su desenlace? Si tomamos estas cuestiones como indicaciones de la
calidad o el valor del proceso argumentativo, salta a la vista que las correspondientes
a la deliberación prudencial como razonamiento práctico (1-5) y como confrontación
dialógica (6-8), no alcanzan a ser significativas en el sentido de (9-12), que es
justamente el que caracteriza la deliberación como modalidad de discurso público, es
decir como interacción coordinada, colectiva y conjunta en torno a un problema de
interés común.
Tras esta aproximación a partir de los esquemas y cuestiones de Walton, voy a
proponer un concepto más atinado de deliberación a través de unos rasgos no solo
distintivos sino referidos a su propia constitución discursiva. Son los cuatros
siguientes:
(i) el reconocimiento de una cuestión de interés y de dominio públicos, donde lo
público se opone a lo privado y a lo privativo; (ii) el empleo sustancial de propuestas;
(iii) las estimaciones y preferencias fundadas en razones pluridimensionales que
93
remiten a consideraciones plausibles, criterios de ponderación y supuestos de
congruencia práctica; (iv) el propósito de inducir al logro consensuado y
razonablemente motivado de resultados de interés general no siempre conseguido.
Todos estos rasgos merecen un comentario detenido. Pero a estas alturas del
libro algunos no parecen plantear especiales problemas, en particular el rasgo (i),
peculiar del ámbito público de discurso, y el rasgo (iv), que supone cierta
cooperación y entendimiento mutuo aunque no implique consenso. En un terreno más
problemático se mueve (iii); aparte de otras cuestiones, ya conocemos a través del
ideal fallido de una balanza efectiva de la Razón las dificultades que envuelve el
ejercicio de la ponderación cuando no contamos con un sistema único y universal de
“pesas y medidas” de las razones. Pero me gustaría detenerme en el rasgo (ii) y, en
particular, en el uso característico de propuestas, porque me parece que es el que ha
despertado menos interés y, sin embargo, a mi juicio pide singular atención. Una
propuesta como ya postulaba en el ensayo anterior 2 es una unidad discursiva o un
acto de habla directivo y comisivo del tenor de “lo indicado [pertinente, conveniente,
debido, obligado] en el presente caso es hacer [no hacer] X”. Se refiere a una acción
y expresa una actitud hacia ella. Así pues, envuelve tanto ingredientes prácticos como
normativos y no se deja reducir a un mero “bueno, hagamos X” aunque a veces, e.
g. en una sesión de brainstorming, se admita toda suerte de propuestas tentativas,
LQFOXLGDDOJXQDGHOLUDQWH8QDSURSXHVWDWDPELpQSXHGHYHrse como la conclusión de
un razonamiento práctico en la medida en que el proponente está dispuesto no solo a
asumir lo que propone sino a justificar su propuesta o, llegado el caso, a defenderla.
Según esto, las propuestas se avienen a su registro como compromisos objetivables o
expresos, sin reducirse a la ontología mental BDI [beliefs, desires, intentions] usual
en el tratamiento de los actos de habla, y están relacionadas con la asunción y
distribución de la carga de la prueba (cf. Walton 2006). De modo que se prestan a un
análisis lógico modal peculiar, por ejemplo a una lógica deóntica no monótona o
revisable de la obligación condicional, que hoy todavía se halla en fase de
construcción. Además, al corresponder al dominio de la argumentación práctica, las
propuestas envuelven no solo fines y medios sino motivos, responsabilidades y
94
valores. Todo ello conlleva varias tareas: unas analíticas, como la exploración de
sistemas de condicionales normativos y la opción entre formalizaciones alternativas;
otras operativas, como la resolución de los problemas de la revocabilidad de las
normas y la retractabilidad o cancelación de compromisos, o la previsión y
evaluación de consecuencias; y otras, en fin, dialécticas o interactivas como el
delicado punto de la distribución de la carga o responsabilidad de la prueba.
Por otro lado, las propuestas no son calificables como verdaderas o falsas, sino
como aceptables o inaceptables a la luz de diversas consideraciones de justificación,
pertinencia, selección o viabilidad como las antes mencionadas en calidad de
preguntas críticas. Esto es importante para distinguir entre las propuestas del discurso
práctico y las proposiciones del discurso argumentativo en general. Las proposiciones
se mueven en la dirección de ajuste del OHQJXDMH DO PXQGR :RUG ĺ :RUOG
queremos que nuestras proposiciones se ajusten a la realidad; las propuestas se
PXHYHQ HQ OD GLUHFFLyQ LQYHUVD GH DMXVWH GHO PXQGR DO OHQJXDMH :RUOG ĺ :RUG
queremos que la realidad se amolde a nuestras propuestas. De ahí se sigue que,
siendo el mundo uno y común para todos, si lo que uno dice es verdad, es una
proposición verdadera, quienes piensen y digan lo contrario estarán en un error. En
cambio, al ser nuestros planes, fines y valores posiblemente distintos y distantes entre
sí, el hecho de ser plausible y razonable una propuesta no implica que sean
infundadas o irracionales todas las demás que se opongan a ella; así como los
argumentos a favor de una alternativa no cancelan los que pueda haber en contra de
esa misma opción o en favor de otras opciones. En suma, las propuestas hacen de la
deliberación una empresa no solo colectiva sino múltiple, en la que cuentan tanto los
medios y los cálculos del razonamiento práctico instrumental como los valores y
fines que guían y dan sentido a la acción. Ésta última referencia permite ver que la
normatividad en juego no solo tiene que ver con la lógica deóntica o con la estructura
de los compromisos dentro del proceso deliberativo, sino con otros aspectos
sustantivos y éticos del discurso público.
Pues bien, estos son los aspectos destacados en el segundo planteamiento de la
deliberación que señalaba antes, a saber como modelo normativo del discurso
95
público. Tampoco faltan en este contexto los sesgos y las imprecisiones al ser el más
sensible a los programas e ideales que compiten en la arena filosófico-política, así
que una vez más conviene ser precisos y comprensivos dentro de lo posible.
Hay, en fin, otros aspectos menos teóricos o filosóficos y más ligados a las
prácticas reales del discurso que han cobrado relevancia actualmente. Por ejemplo, en
la medida en que la práctica de la deliberación también ha adquirido una proyección
profesional, cabe considerar además otras directrices específicas, e. g., para preservar
una atmósfera de comunicación y entendimiento entre los miembros deliberantes o la
productividad del grupo, o para prevenir el refuerzo de tendencias hacia la
conformidad o el extremismo. O, por ejemplo, conviene reparar en que la cohesión
del grupo que fraguan el reconocimiento mutuo y los lazos normativos dista de tener
únicamente efectos positivos: antes bien, suele reforzar los prejuicios de los
deliberantes, de modo que el resultado de la discusión puede ser más monolítico y
75
Vide una discusión reciente de estas cuestiones y, en especial, de la tensión existente entre desiderata
básicos como los de igualdad (e. g. de condiciones de participación) y equidad (en el respeto y el trato) en el
Journal of Public Deliberation, 12/2 (2016), edic. digital < http://www.publicdeliberation.net >.
98
sesgado que las posiciones de partida. Estos resultados del llamado "pensamiento de
grupo" (groupthink) han empezado a atraer la atención de los analistas y de los
entrenadores en tareas de grupo desde el trabajo pionero de Janis sobre los fracasos
76
de los gabinetes de asesores de los presidentes USAmericanos . De ahí se
desprenden indicaciones de interés sobre la conveniencia de una conformación plural
y heterogénea de los grupos deliberantes según sea el caso tratado (e. g. gente de
diversas ideologías, nivel de formación y estatus, o de distinto género y orientación
sexual, etc.), si se desea propiciar una deliberación fructífera tanto en sus aspectos
discursivos como en sus aspectos cognitivos y críticos. Dichos resultados, además,
desmienten la creencia en que la disparidad de los miembros del grupo dificultaría el
debate y haría inviable el acuerdo, de modo que sería perniciosa para los propósitos
de la deliberación; por lo regular no tiene por qué ser así. Con todo, claro está, una
pretensión final pero no menos importante de la deliberación en torno a un problema
es su resolución efectiva o, al menos, cierta eficacia real o repercusión del discurso al
respecto, aunque se trate de un objetivo no siempre conseguido y pueda dar lugar a
discusiones sobre la pertinencia de recurrir a la deliberación desde el punto de vista
GHODHILFLHQFLDRGHORTXHSRGUtDPRVOODPDU³ODHFRQRPtDGHOGLVFXUVR´HYDOXación
GHEHQHILFLRVFRVWHVULHVJRVHWF
3.3 La deliberación considerada, en fin, como modelo teórico puede dar muestras de
su capacidad para diseñar y orientar investigaciones de diversos tipos. Seré
telegráfico en este respecto y me limitaré a reseñar cuatro líneas principales de
investigaciones en curso.
76
Vide por ejemplo Irving L. Janis (1987), "Pensamiento grupal", Revista de Psicología Social, 2: 129-179.
Como muestra de desarrollos ulteriores puede verse Cass Sunstein & Reid Hastie (2015) Wiser: Getting
beyond groupthink to make groups smarter. Boston (MA): Harvard Business Review Press.
99
SURJUDPDVHWUDWDGHODFRQIURQWDFLyQ\DPHQFLRQDGDHQWUHXQPRGHORSXUR\RWURV
PRGHORVLPSXURVGHGHOLEHUDFLyQ3RURWURODGRHQXQSODQRPiVELHQDQDOtWLFRVH
moverían, por ejemplo, las discusiones en torno al concepto de razón pública de
Rawls 77
R OD E~VTXHGD GH XQD WHRUtD LQWHJUDGRUD GH OD GHOLEHUDFLyQ vide a este
respecto el siguiente apartado 4 sobre los problemas y desafíos que afronta la
deliberación pública. Por lo demás, hay cuestiones y puntos que apenas han
empezado a recibir la debida atención conceptual y analítica como, por ejemplo, la
construcción de un agente argumentativo colectivo a través de la deliberación de una
suma de individuos que se van convirtiendo en miembros de un grupo y pasan a
actuar en We-mode.
78
2ª/ Investigaciones en el ámbito de las TICs y de la deliberación on line , que
cubren aspectos tan dispares como el diseño de agentes y sistemas multiagentes de
interacción deliberativa en el campo de la inteligencia artificial; el diseño de software
o groupware de apoyo para decisiones colectivas; instrumentos de asistencia al
trabajo cooperativo por ordenador; sistemas de aprendizaje interactivo; experiencias
de deliberación on line. Dos resultados notables son, de una parte, el refinamiento del
aparato conceptual de la deliberación en función de la necesidad de precisar la
ontología de los modelos y programas de simulación, y de otra parte la conveniencia
de establecer la comunicación sobre la base de los compromisos de los agentes, antes
que sobre la base de sus creencias, deseos e intenciones en la línea ya apuntada a
propóVLWRGHODVSURSXHVWDVEDVWHREVHUYDUVLQLUPiVOHMRVTXHORVFRPSURPLVRVVH
prestan a registros públicos del curso del debate, mientras que las creencias y deseos
son estados mentales en principio.
3ª/ Investigaciones empíricas del impacto, de los cambios o efectos producidos por
las experiencias deliberativas. Siguen dos orientaciones principales: una es la
observación de las diferencias entre las opiniones pre / post de los participantes, i.e.
77
Pueden verse algunas muestras en Claudio Amor (comp.) (2006), Rawls post Rawls. Buenos Aires:
Universidad Nacional de Quilmes/Prometeo.
78
Vide la sumaria presentación de Idit Manosevitch (2014), "The design of online deliberation: Implications
for practice, theory and democratic citizenship". Journal of Public Deliberation, 10/1: 1-4, edic. digital <
http://www.publicdeliberation.net>.
100
el estudio de la intensidad del cambio; la otra es el estudio del sentido del cambio. En
el primer caso, se ha observado que la intensidad del cambio resulta directamente
proporcional a la de ciertos parámetros como el intercambio de argumentos y la
participación y coordinación interpersonal, es decir: a más razones y mayor inclusión
les corresponden cambios más acusados. En el segundo caso, ha habido resultados
que se suponen normales, como el aumento del consenso y la reducción de la
diversidad dentro del grupo, al lado de otros un tanto llamativos como la polarización
y radicalización en el curso de la deliberación de las tendencias dominantes o
mayoritarias antes de su inicio. Una secuela interesante es el estudio de estrategias y
medidas preventivas de esta suerte de extremismos, dirigidas a evitar la trivialización
discursiva y el enquistamiento social. En todo caso, estos resultados encienden una
señal de atención y peligro para los ideólogos de macroprogramas de la democracia
deliberativa que no tienen en cuenta los supuestos y condiciones de la deliberación
democrática, así como ponen en guardia ante los efectos negativos del groupthink y
de los gabinetes cerrados de asesores (think tanks) ya mencionados. Por lo demás,
una reciente área de atención es el impacto de las propuestas nacidas de procesos
deliberativos sobre las políticas de gobiernos locales: no faltan muestras de estudios
al respecto en el estado español 79.
4. Problemas y desafíos.
La panorámica del trabajo actual en el área de la deliberación pública resultaría
incompleta sin la mención de sus principales problemas y desafíos, no solo internos
sino externos. Entre los primeros, destacan, de una parte, los relativos a la integración
de las perspectivas incluidas (lógica, dialéctica y retórica) en el nuevo ámbito del
discurso público y, de otra parte, los generados luego por la interrelación de los
diversos planos conjugados, en particular el discursivo y el socio-institucional, y la
81
John Gastil (2008), Political Communication and Deliberation, Thousand Oaks (CA) / London: Sage
Publications.
82
Cf. por ejemplo Gerald J. Postema (1995), “Public political reason: political practice” en I. Shapiro y J.
Wagner (eds.), Theory and Practice[Nomos xxxvii]: 345-385; James S. Fishkin (2009), When the People
Speak, Oxford/New York, Oxford University Press.
102
articulación de los criterios pertinentes en ambos respectos. Entre los segundos, sigue
abierta la cuestión capital en filosofía política de las relaciones entre deliberación y
democracia, así como siguen pendientes antiguos desafíos del discurso público como
sus distorsiones y sus falacias específicas. Consideren, por ejemplo, la cuestión
siguiente que fue el tema del concurso convocado por la Real Academia de Ciencias
de Berlín en 1778: “¿Es útil o conveniente engañar al pueblo, bien induciéndolo a
nuevos errores o bien manteniendo los existentes?”. El concurso tuvo que resolverse
con un premio ex aequo a repartir entre un ensayo que preconizaba la respuesta
afirmativa y otro ensayo que defendía la negativa 83. ¿Qué piensan Uds. al respecto?
Hoy, como saben, los retos que cobran mayor atención son los planteados por las
nuevas formas virtuales de interacción discursiva y la transición desde la publicidad
presencial de la deliberación tradicional, cara a cara, a la publicidad electrónica de la
comunicación on line y la e-deliberation.
A estas alturas solo podré aludir a uno de esos problemas: el de las relaciones
entre los diferentes planos concurrentes en la idea de deliberación democrática, es
decir entre (a) unas directrices de orden socio-ético, (b) unos propósitos o virtudes
socio-políticas y (c) unas condiciones de carácter epistémico-discursivo que
gobiernan, se supone, el uso apropiado de la argumentación en un marco democrático
deliberativo.
Entre las primeras, las directrices regulativas de carácter social y ético (a), se
contarían las tres consabidas u otras equivalentes: la publicidad y transparencia, la
reciprocidad y simetría de la interacción, y la libertad y autonomía de juicio, amén de
alguna otra condición sustantiva, como las referencias a valores y fines de carácter
general y a asuntos de interés o de repercusión pública. Entre las pretendidas virtudes
(b), figurarían la virtud cívica de producir mejores ciudadanos (más informados,
activos, responsables, cooperativos, etc.) 84; la virtud legitimadora de producir mayor
reconocimiento y respeto de las resoluciones conjuntamente tomadas, así como
83
Vide Javier de Lucas (ed.) (1991), Castillon-Becker-Condillac. ¿Es conveniente engañar al pueblo?
Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.
84
Cf. Heather Pincock (2012), "Does deliberation make better citizens?", en T. Nabatchi et al. (eds.)
Democracy in motion. Evaluating the practice and impact of deliberative civic engagement. Oxford/New
York: Oxford University Press; 135-162.
103
mayor satisfacción con su adopción y compromiso con su cumplimiento, y la virtud
cognitiva de mejorar tanto la calidad del discurso como el entendimiento mutuo y la
información disponible. En fin, entre los supuestos de carácter epistémico-discursivo
de tipo (c), referidos a la actividad argumentativa propiamente dicha, cabe destacar la
disposición de los agentes discursivos a: (1) asumir las reglas de juego del dar-pedir
razón de las propuestas, (2) prever alguna forma de discriminación entre razones
mejores y peores, e incluso (3) reconocer, llegado el caso, el peso o la fuerza de la
razón del mejor argumento frente a sus oponentes –aunque no es seguro que haya
siempre un mejor argumento, ni hayan de contar solo las razones frente a las historias
85
y las emociones . Son consideraciones de todos estos tipos las que indican la
calidad de las argumentaciones que conforman un proceso deliberativo y las que
guían la valoración del proceso mismo. La cuestión estriba no solo en su
problemática efectividad, sino en sus relaciones mutuas: cómo se relacionan entre sí
los tres planos involucrados, el socio-ético, el socio-político y el epistémico-
discursivo o argumentativo. Cuestión que en parte nos devuelve al delicado punto
planteado al principio de este libro: el de las relaciones entre la sabia práctica de la
lógica y el buen ejercicio de la ciudadanía.
85
Repárese en la indeterminación resultante en los casos de una multidimensionalidad que envuelva el
enfrentamiento entre razones no conmensurables, de modo que ninguna de ellas rebata la otra. Por otra parte,
los criterios de fuerza y pertinencia no deben entenderse de un modo absolutamente racionalista y académico
que excluya los poderes de la razón narrativa o de las historias de vida HLJQRUHDTXLHQHVODVHVJULPDQ
Como ya he sugerido anteriormente, es instructivo a este respecto comparar la deliberación más racionalista
del jurado en el filme de Sidney Lumet, "12 angry men" (1957), y la deliberación más emotiva y apasionada
de otro jurado ante el mismo caso en el de Nikita Mikhalkov, "12" (2008).
104
determinados agentes– o sean los ejercidos dentro del proceso –en la línea de
PDUJLQDU LJQRUDUR DQXODUFLHUWDVLQWHUYHQFLRQHVR GH WULYLDOL]DU HOGHEDWH PLVPR
Así mismo, complementariamente, parece haber una estrecha relación entre la
violación de las condiciones o directrices (a) socio-éticas y el recurso a estrategias
falaces en el plano discursivo, siendo además ambas cosas determinantes del carácter
viciado del discurso o de su deterioro.
La cuestión también puede replantearse a dos bandas, entre los planos ético y
político [a-b], por un lado, y por otro lado el plano epistémico y discursivo [c], de
modo que su consideración se presta a los siguientes apuntes:
(i) El cumplimiento de las condiciones o directrices [a-b] no parece suficiente
para asegurar el cumplimiento de las condiciones [c]; en otras palabras, de la
supuesta efectividad de [a-b] –lo cual sería no poco suponer– no se seguiría
automáticamente la efectividad de [c]. Ahora bien, en la perspectiva contrapuesta,
¿las transgresiones en el plano [c] podrían implicar un incumplimiento de [a-b], al
menos en el sentido de que toda estrategia falaz supone o comporta la violación de
alguna de las condiciones o directrices [a], como la transparencia o la reciprocidad de
la interacción discursiva? ¿Arrojaría esto una nueva luz sobre los supuestos
estructurales del ejercicio racional del discurso público? En esta línea se mueven la
hipótesis de trabajo anterior sobre el recurso a estrategias falaces y la observación de
que, por lo regular, todo sofisma consumado envuelve un elemento de opacidad o de
asimetría, o de ambas.
(ii) Por otra parte, del cumplimiento de las reglas de juego de la razón [c]
tampoco se desprende necesariamente el cumplimiento de los supuestos ético-
políticos [a-b]. En teoría, al menos, podría haber casos de cumplimiento relativo de
[c] que no se atuvieran a las condiciones [a-b], como el ideal de la polis platónica
gobernada por unos reyes filósofos que toman, se supone, unas medidas fundadas en
las mejores razones sin respetar la reciprocidad o la autonomía, ni atender las virtudes
cívicas y cognitivas de los súbditos; o como, en general, cualquier forma extrema de
despotismo ilustrado.
105
(iii) No obstante, pudiera ser que el cumplimiento de [a-b] tendiera a favorecer
el cumplimiento de [c] en la práctica de la razón y la deliberación públicas; así como
el cumplimiento de [c], su adopción e implantación como forma de uso público de la
razón, podría favorecer a su vez el seguimiento de las directrices y la consecución de
los propósitos [a-b]. Pero, a fin de cuentas, ¿no sería esto una suerte de pensamiento
desiderativo o, peor aún, una variante del desesperado recurso del Barón de
Münchhausen para salir del pantano en el que se había hundido tirando hacia arriba
de su propia coleta? En suma, aun siendo lógicamente independientes entre sí los tres
planos señalados, no dejan de hallarse interrelacionados de algún modo, solaparse a
veces y, según todos los visos, resultar solidarios.
Claro está que esta solidaridad puede obrar para bien o para mal. Por
consiguiente, si nos interesa la suerte del discurso público, la limpieza y la calidad del
aire discursivo que respiramos, debemos velar por su estado en todos estos aspectos:
socio-éticos, socio-políticos y argumentativos.
106
APÉNDICE
ESQUEMAS
Incluyo a continuación unos esquemas que pueden facilitar la comprensión de las tres
consideraciones de la deliberación que hemos visto, a saber:
107
I. LA DELIBERACIÓN COMO MODALIDAD PÚBLICA
DE DISCURSO PRÁCTICO
Walton parte de una deliberación prudencial, A, que puede adoptar una forma
dialógica reducible a algún esquema de inferencia práctica (e.g. un esquema medios-
fin o un esquema actuación-riesgos / consecuencias). Las cuestiones críticas
pertinentes son:
(a1) ¿Es adecuada la relación medios-fines prevista?
(a2) ¿Es realista la actuación propuesta?
(a3) ¿Se han considerado las consecuencias tanto positivas como negativas si las
hubiera? ¿Se han medido los riesgos?
(a4) Hay otros modos de alcanzar el objetivo propuesto?
(a5) ¿Cabe plantearse otros objetivos concurrentes?
Si nos vemos ante cursos de acción de suerte incierta, habremos de reconocer el
carácter abductivo, plausible y revisable de la resolución tomada. Entonces se
añadirán a nuestra lista nuevas cuestiones críticas como éstas:
(a6) ¿Puede justificarse la propuesta en razón de las consideraciones plausibles
aducidas?
(a7) ¿Es la más plausible a la luz de la información manejada?
(a8) ¿Se han confrontado los argumentos y contra-argumentos disponibles al
respecto?
108
Consideremos ahora un proceso deliberativo conjunto B en torno a la resolución de
un problema de interés común: aquí las cuestiones críticas anteriores no dejan de ser
pertinentes, pero también habrá que tener en cuenta otros puntos sensibles como:
(b1) ¿Se han esgrimido y ponderado debidamente los diversos tipos de razones o
alegaciones en juego?
(b2) Se ha sesgado o se ha trivializado la discusión?
(b3) ¿Se ha ocultado información a los participantes?
(b4) ¿Todos ellos han podido verse reflejados en el curso de la discusión o en su
desenlace?
Salta a la vista que los indicadores de calidad de la deliberación prudencial
como razonamiento práctico (a1-a5) y como argumentación dialógica plausible (a6-
a8) no alcanzan a dar indicaciones en el sentido de (b1-b4), sentido que justamente
caracteriza la deliberación como forma o género de discurso público, es decir como
interacción discursiva coordinada, colectiva y conjunta en torno a un problema de
interés común.
109
II. LA DELIBERACIÓN COMO MODELO NORMATIVO
b.3 Respeto y autonomía tanto de los agentes discursivos, como del proceso
no solo negativa, como exclusión de coacciones o de injerencias externas,
sino positiva, i.e se mantiene abierta la posibilidad de que cualquier
participante se vea reflejado en el curso de la discusión o en el resultado.
110
Una esquematización:
Sustantivas / Procedimentales
_________________ ___________________
111
III. LA DELIBERACIÓN COMO MODELO TEÓRICO
112
su adopción y compromiso con su cumplimiento; la virtud cognitiva de mejorar tanto
la calidad del discurso como el entendimiento mutuo y la información disponible.
A estas cuestiones cabe sumar las suscitadas por cada uno de estos correlatos
en sí mismo (e. g. a propósito de c/, la cuestión: ¿razón vs. narración?).
113
discursiva eficiente (e. g. con el fin de conocer[se] o entender[se] mejor). La
deliberación, en fin, descansa como ya es sabido en una agenda de cuestiones
prácticas de interés y de dominio público que hay que resolver; sigue determinados
procedimientos discursivos de dar/pedir razones o motivos de las propuestas y
resoluciones, y de confrontar y ponderar alternativas; así mismo procura atenerse a
ciertas condiciones técnicas y normativas de proceder, por ejemplo condiciones de
coordinación de las intervenciones (o "reglas de orden") y normas de participación,
discusión y toma de decisiones.
115
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