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Colegios deben responder por el cuidado de

los alumnos.
El Espectador. 31 Ene 2018 - 9:08 PM
* Redacción Nacional

El Consejo de Estado advierte que el deber de custodia de las


instituciones educativas se activa no sólo durante el tiempo en que
el alumno permanece dentro de las instalaciones escolares, sino
también durante el que dedica a la realización de otras actividades
educativas o de recreación promovida por éste.

Comenzó el año escolar y con este se activa un conjunto de


obligaciones para los padres de los estudiantes y para los colegios
y escuelas frente a los niños, niñas y adolescentes que día a día
asistirán a los planteles educativos.
Una de esas obligaciones, por parte de los establecimientos
educativos, hace referencia al deber de cuidado y custodia de
los alumnos, ya que de ahí pueden desprenderse eventuales
responsabilidades civiles, administrativas y hasta penales por los
daños en que los educandos incurran contra sí mismos o contra
terceros.
Por eso es importante que los padres, antes de matricular a sus
hijos en un colegio, observen la seguridad de sus instalaciones
físicas, pidan información sobre el contrato a suscribir, sobre la
existencia de pólizas de seguros para cubrir los daños que en
desarrollo de las actividades educativas ocurran, sobre el
acompañamiento y protección a los menores en diversas
actividades como paseos, salidas ecológicas o prácticas de
laboratorio, entre otras actividades; y hasta de la tendencia
religiosa de la institución, pues eventualmente puede traducirse
en exigencias irracionales a los estudiantes en cuanto a su
comportamiento.
Y así debe ser así. Nadie olvida casos como el suicidio del
estudiante Sergio Urrego, en 2014, quien fue víctima de
discriminación sexual por parte funcionarios del Gimnasio
Castillo Campestre, institución en la que estudiaba el menor. Una
crisis emocional lo llevó a tomar esa fatal decisión y la justicia
condenó penalmente a varios empleados de esa institución por los
actos de racismo y discriminación en los que incurrieron.
Las obligaciones de vigilancia y control
En el marco de la responsabilidad por las actuaciones u omisiones
en las que incurran los establecimientos educativos, se ha
considerado que la misma deviene de las obligaciones de
vigilancia y control que el garante (colegio o escuela) ejerce
respecto de las personas puestas bajo su custodia y de la relación
de subordinación entre el profesor y/o el personal directivo del
colegio frente al estudiante.
En una reciente sentencia el Consejo de Estado precisó que el
deber de custodia de las instituciones educativas se activa no
sólo durante el tiempo en que el alumno permanece dentro de
las instalaciones escolares, sino también durante el que dedica
a la realización de otras actividades educativas o de recreación
promovida por éste incluyendo paseos, excursiones, viajes y
demás eventos tendientes al desarrollo de programas escolares.
El artículo 2347 del Código Civil, establece que “toda persona
es responsable, no sólo de sus propias acciones para el efecto de
indemnizar el daño, sino del hecho de aquellos que estuvieren a
su cuidado. Así los directores de colegios y escuelas responden
del hecho de los discípulos mientras están bajo su
cuidado (…)”.
En cuanto al deber de cuidado, dice la norma, “surge de la
relación de subordinación existente entre el docente y el alumno,
pues el primero, debido a la posición dominante que ostenta en
razón de su autoridad, tiene no sólo el compromiso sino la
responsabilidad de impedir que el segundo actúe de una forma
imprudente”.
En su posición de garante, el Consejo de Estado comenta que “el
centro educativo adquiere la obligación de responder por los
actos del educando que pudieran lesionar derechos propios o
ajenos, es decir, que la obligación de cuidado de los maestros con
respecto a los alumnos origina responsabilidad de los centros
educativos y de los mismos maestros por cualquier daño que los
alumnos puedan llegar a causar o sufrir, aunque aquellos pueden
exonerarse de responsabilidad si demuestran que actuaron con
absoluta diligencia o que el hecho se produjo por fuerza mayor,
caso fortuito o culpa exclusiva de la víctima”.
Para encontrarse en condiciones de reprochar una falta de
vigilancia a la institución educativa, el alto tribunal señala que los
padres deben probar que aquél soportaba esa obligación de
vigilancia en el momento preciso de la realización del daño.
Añade que la obligación de vigilancia se extiende incluso a las
horas consagradas al recreo y a los paseos; “comienza desde que
el alumno queda autorizado para entrar en los locales destinados
a la enseñanza y cesa desde el instante en que sale de ellos, a
menos que el profesor se encargue de la vigilancia de los alumnos
durante el trayecto entre el colegio y la casa; subsiste también
aunque no sea ejercida efectivamente, si el profesor se ausenta sin
motivo legítimo”.
La legislación colombiana es clara al señalar que las
instituciones educativas quedarán exoneradas de toda
responsabilidad si con la autoridad y el cuidado que su respectiva
calidad les confiere y prescribe, no hubieren podido impedir el
hecho.
En el fallo del 22 de noviembre de 2017 publicado
recientemente, el Consejo de Estado advierte que el deber de
vigilancia de los centros educativos por los daños que causen o
puedan sufrir los alumnos, es inversamente proporcional a su
edad o capacidad de discernimiento, es decir, es mayor frente a
alumnos menores o con limitaciones físicas o sicológicas, pero
será más moderado en relación con alumnos mayores de edad.
No obstante, sin consideración a la edad de los alumnos, las
entidades educativas responderán por los daños que se generen
como consecuencia de los riesgos que ellas mismas creen en el
ejercicio de las actividades académicas, sin que le sea exigible a
los alumnos y padres asumir una actitud prevenida frente a esas
eventualidades, en razón de la confianza que debe animar las
relaciones entre educandos, directores y docentes.
“Así por ejemplo, los establecimientos educativos y los
docentes responderán por los daños que se cause en ejercicio
de una práctica de laboratorio, cuando el profesor encargado
de la clase confunda sustancias químicas y ocasione una
explosión en la que muere o resulta lesionado el alumno que las
manipulaba. En este caso, es evidente la responsabilidad de la
institución educativa y del docente, pues es éste quien posee la
instrucción académica necesaria para hacer seguras dichas
prácticas, sin que sea exigible a los alumnos y padres cerciorarse
previamente de la corrección de tales prácticas”.
Las explicaciones anteriores sirvieron de soporte para que el
Consejo de Estado, con ponencia del magistrado Jaime Orlando
Santofimio Gamboa, condenara al departamento de Santander a
indemnizar con 300 salarios mínimos a una familia que perdió a
su hijo de nueve años de edad, quien se ahogó en una piscina
durante un paseo organizado por la escuela pública en la que
estudiaba.

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