Primera Parte: El evangelio es un llamado a morir (literalmente) Mat. 16: 24-25
Vamos a hablar del verdadero significado de morir y no de la idea vaga que tenemos. En un mundo donde todo gira en torno a uno -cuidarse a uno mismo, promoverse a uno mismo, entretenerse a uno mismo- Jesús dijo “mueran a sí mismos”. Mientras esto no sea la determinación de nuestro corazón, aún no hemos alcanzado la salvación. Gálatas 5:24 Muchas personas se llaman cristianas, pero lo que creen es filosofía, ética y doctrinas acerca de la verdad o algunos fenómenos sobrenaturales. Creer esto no produce un nuevo nacimiento, ni les concede a las personas un espíritu nuevo. El evangelio es un llamado a una genuina conversión, la cual literalmente nos traslada del reino de las tinieblas a la luz. Es una práctica genuina de la santidad a través de una muerte a nuestra carne a través del quebrantamiento (Gal. 2:20). (Hablar del sumo sacerdote) Dios va acercándose más a medida que nuestra carne va muriendo más. Dios no puede acercarse más al ser humano porque este tiene impregnado el olor del mundo. Cristo mató su carne para que nosotros podamos matarlo hoy. El arrepentimiento y el quebrantamiento es el equivalente a muerte en el N.T. Entonces ¿todos los que se dicen ser salvos, lo son realmente? El verdadero evangelio, es el auténtico poder de Dios para arrancarnos de una vana, carnal e inicua manera de vivir y producir en forma genuina, nuevas criaturas poderosas en él y llenas de su gloria (2 Tim. 2:11; Fil 1: 21).
Segunda Parte: La nueva naturaleza
En nuestros pecados somos incapaces de llegar a Cristo por mérito propio, es inútil que nuestra naturaleza intente obedecer a Dios. Él hombre odia la palabra de Dios, su corazón está apartado de ella, por eso es que Dios tuvo que hacer unos cambios en nosotros (Ez. 36: 26; Heb. 10: 15-17; Sal. 119: 16; Rom. 7: 22). Amar su palabra y sus mandamientos. Cristo no nos mejora la vieja naturaleza, nos da una nueva naturaleza (Rom. 5: 17-18; 6: 6). Su Espíritu llena nuestro espíritu, Su amor es nuestro amor, su mente la nuestra, etc. La religión es una falsa vida guiadas por cosas que hacer, mientras que la convicción es una vida genuina despertada por su espíritu para amor y justicia. El fruto de una nueva vida en Cristo es un nuevo corazón, una nueva mente, un nuevo propósito una nueva manera de relacionarse con la gente. La mayor necesidad de Dios no es darte sanidad ni prosperidad sino hacerte libre de pecados. Jesús muchas veces se preocupaba más por su condición espiritual que carnal, Él les decía a los enfermos: “eres salvo” o “tus pecados te son perdonados”. Necesitamos ser limitados de pecados más que ser sanados de nuestras enfermedades o aumentar nuestra condición económica (1 Cor. 15: 55-56). Ahora bien si yo tengo una nueva naturaleza no pecaminosa ¿por qué sigo pecando?
Tercera Parte: Pecar o vivir en pecado:
Las personas que afirman ser cristianas pero su vida no difiere de las del resto del mundo evidentemente no son cristianas (Rom. 6: 1-2; 12-13; Fil. 3: 7-8). Hay una gran diferencia entre aquel que peca y el que vive en pecado. Los que pecan pueden ser cristianos inmaduros que no saben controlar su carne y emociones (1 Juan 2: 1; Rom. 7: 23-24), sin embargo aquellos que viven en pecado realmente no podemos llamarlos hijos de Dios (Rom 8: 5). Vivir en pecado es practicarlo voluntariamente sin remordimiento (1 Juan 1: 6; 3: 6). Solo aquellos que han dejado atrás las pasiones de la carne y comenzado a vivir guiados por el Espíritu, son los que han participado en la genuina conversión. Los que ya no viven conforme al pecado sino al Espíritu (Rom. 8: 14). ¿Cómo sé que realmente he tenido una genuina conversión? El fruto del Espíritu en nosotros nos aparte de toda injusticia y odio, celos, rencores (Gal 5: 22; 25). Un “cristiano” que no se compadezca de los débiles, que vive enojado, que maldice a sus hermanos, que no comparte el amor el Dios por el mundo debería replantearse su vida cristiana. Al cristiano verdadero le duele el pecado. Ser cristiano es vivir como Cristo vivió (1 Juan 2: 3-4; 6).
Cuarta parte: ¿Salvos por o para buenas obras? Mat. 7: 21-23
¿Somos salvos por obras entonces? Jamás lo que hagamos podrá pagar el precio de nuestra salvación (Efesios 2: 8-9) y lo mejor de todo es que no hay que hacerlo. El evangelio nos ha salvado de nuestro inútil intento para alcanzar la salvación por medio de las obras. ¡Somos salvos por gracia! No obstante el misterio de la gracia de Dios no niega de ninguna manera la naturaleza de la responsabilidad del hombre. Somos salvos de las obras para buenas obras (Efesios 2: 10). Las obras de las que nos salva Cristo son alimentadas por la carne, las obras para las que nos salva Cristo son alimentadas por el amor y la justicia (San. 2: 14-18). Son las obras entonces el fruto y la confirmación de mi salvación por gracia.