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DERECHOS CONSTITUCIONALES DEL CONSUMIDOR

Javier H. Wajntraub con la colaboración de Brenda I. Negrón

I.- Hacia el reconocimiento constitucional de los derechos de los consumidores


y usuarios.- II.- Aclaraciones previas. 1. Concepto de consumidor en nuestro
sistema legal; 2. Noción de proveedor; 3. Relación de consumo; 4. Normas que
integran el derecho del consumidor; 5. Criterios de interpretación.- III.- Derechos
de los consumidores contemplados en la Constitución Nacional.- 1. Protección
de la salud y la seguridad; 2. Intereses económico; 3. Derecho a una información
adecuada y veraz; 4. La libertad de elección; 5. Condiciones de trato equitativo y
digno. IV.-El rol de las autoridades y demás agentes del proceso.- V.- Hacia El
futuro.- 1. El principio precautorio, desarrollo sustentable y consumo sustentable.-

I. Hacia el reconocimiento constitucional de los derechos de los consumidores


y usuarios.

La incorporación del art. 42 a la Constitución Nacional otorgó a la protección de


los derechos de los consumidores y usuarios el máximo escalafón posible dentro del
sistema jurídico actual, en consonancia con las constituciones más modernas del mundo.
Creemos que este suceso es, a nivel nacional, el colofón de una etapa dentro de
un proceso más amplio de transformación social, cultural y económica. Su punto de
inicio suele fijarse el 15 de marzo de 1962 – día en que John F. Kennedy pronunció un
célebre discurso frente al Congreso Estadounidense1: ―Por definición, el término
consumidor, nos incluye a todos. Son el grupo económico más amplio que afecta y es
afectado por casi cada decisión económica pública o privada. Dos tercios de todo el
gasto en la economía es realizado por consumidores. No obstante, es el único grupo
importante que no está organizado y cuyas opiniones a menudo no son escuchadas‖2.

1
Cada 15 de marzo se conmemora a nivel mundial este suceso bajo la denominación ―Día Mundial de los Derechos
del Consumidor‖, establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1985 con el propósito de contribuir
a reafirmar los derechos de los consumidores.
2
Las primeras líneas del discurso y las más frecuentemente citadas. Puede accederse al discurso completo ingresando
a http://www.presidency.ucsb.edu/ws/index.php?pid=9108 En el discurso se enumeran los principios y derechos
fundamentales de los consumidores, germen de los derivados más tarde con la evolución de la disciplina, a saber el
derecho a ser informado, elegir, ser oído, y a la seguridad. A lo largo del discurso se identifican varios problemas en
relación al consumo y la economía, evidenciando la necesidad de adecuar la legislación o crear una específica,
anunciando a su vez políticas a realizarse en busca de una solución.

1
Ciertamente, muchos han de haber contribuido a advertir la realidad señalada, a
delimitar en lo posible la problemática y procurar respuestas adecuadas. Voces,
opiniones y construcciones teóricas provenientes de las diversas áreas del saber han
contribuido al debate e hicieron sus esfuerzos en darlo a conocer3. Pero fue el discurso
de Kennedy la síntesis de aquella etapa de discernimiento respecto de la realidad en la
que estamos inmersos – la sociedad de consumo y nuestro rol en ella de ciudadanos-
consumidores -. Ese hecho, significó el reconocimiento formal de una autentica
necesidad social de reconocimiento, cuya satisfacción se procuró a través de auténticos
derechos humanos que exigen protección especial ante la advertencia de una realidad
lesiva. Es ese establecimiento formal de los principios básicos - en materia de defensa
del consumidor pronunciados en el discurso – el punto de inflexión que da paso a una
nueva etapa del proceso, a la acción, en la cual se tratará de equilibrar, mediante el
desarrollo de herramientas y técnicas transformadoras, esa realidad ya estudiada e
identificada, necesitada de corrección4.
Sin perjuicio del paso a esta nueva etapa, lo cierto es que el debate doctrinario
continúa y continuará, pues ha llegado a un punto de madurez tal que ha evidenciado
una ineludible necesidad transformación. Es por ello que ni las instituciones estatales, ni
las asociaciones de bien público, ni aquellas personas dedicadas al estudio de esta
problemática – desde el enfoque de las diversas disciplinas - pueden dejar de mirar.
Particularmente en nuestra profesión, pues el Derecho del Consumidor es una disciplina
que cobra cada día mayor importancia como herramienta de transformación social y ello
se debe a su vínculo inmediato con la problemática cotidiana del ciudadano-
consumidor, que padece en gran medida los diversos problemas que se presentan en el
mercado y sus constantes cambios, generándose así una necesidad de crear y adecuar las
diversas herramientas para asegurar un trato digno y justo al hombre.

3
Tuvieron especial relevancia en la primera mitad del siglo XX las primeras asociaciones de consumidores, en
especial Consumers Union, fundada en 1930. Pero también los profesionales de diferentes áreas del saber, juristas,
sociólogos, economistas, filósofos, antropólogos, etc. han realizado sus aportes al estudio del fenómeno social del
consumo.
4
Todo ello, con la significación dada por los datos circunstanciales - pero no por ello menores - de aquel
pronunciamiento. Es decir, el órgano que lo realiza es la máxima autoridad de un país – Estados Unidos, una de las
potencias mundiales, considerado un país ícono del consumo – y está dirigido al Congreso, órgano encargado de la
elaboración de las normas como herramientas de gestión y garantía el Bien Común. Sin pretender juzgar el sistema
socioeconómico actual en términos de beneficioso o perjudicial, es necesario observar que el estatuto del consumidor
- como herramienta de impulso y promoción de la persona humana mediante técnicas de corrección de los
desequilibrios que afectan al ciudadano-consumidor – señala a su vez cierta crisis o defecto en el diseño actual de
nuestra sociedad de consumo. Este es por eso un punto de inflexión, que marca el paso a una nueva etapa del proceso
de cambio, sin significar por ello el cierre o conclusión definitiva de la anterior. Necesariamente, la visión analítica y
critica de la realidad no deben concluir nunca sino continuar desarrollándose al servicio de la etapa naciente, de la
acción, pues son dos caras de la misma moneda. Ambas se retroalimentan, o deberían hacerlo, en mirar a lograr la
eficacia perseguida a nivel doctrinario, legislativo, jurisprudencial y administrativo en la gestión pública.

2
En éste contexto del movimiento transformador surgido en la década del sesenta,
comienzan a elaborarse en el derecho comparado diversas herramientas jurídicas de
protección hacia aquel sector débil identificado como consumidores, especialmente a
nivel supranacional.
Así a partir de la década del setenta comenzó la elaboración de las primeras
directivas. En 1973, la Carta Europea de Protección de los Consumidores en el seno de
la Asamblea Consultiva del Consejo de Europa; en 1975 la Comunidad Económica
Europea elaboró el Programa Preliminar para Política de Protección e Información a los
Consumidores - continuado por la actual Unión Europea a través del Tratado Consultivo
de la Unión Europea en 1981 -. En 1985 la Asamblea General de las Naciones Unidas
aprobó las directrices sobre Protección del Consumidor (Res. 39/248). La normativa
comunitaria europea, muy rica en esta materia, contiene numerosas directivas en temas
específicos como publicidad engañosa, daños causados por productos defectuosos,
educación del consumidor, cláusulas abusivas, entre otras. Lo mismo sucedió a nivel
nacional en casi todos los países europeos entre las décadas del setenta y ochenta.
Comenzó una etapa de producción legislativa, los primeros precedentes que
contemplaban – con más o menos autonomía y alcance – la defensa de los intereses de
los consumidores.
La situación latinoamericana fue algo distinta, probablemente debido a la
inestabilidad de los gobiernos democráticos, el movimiento de transformación
socioeconómico y cultural que impulsa la protección jurídica del consumidor tuvo su
influencia más tardía. Sólo dos países sancionaron en la década del setenta leyes
tendientes a la protección de éste sector: Venezuela en 1974 y México en 1976.
En nuestro país, si bien la legislación específica en la materia llegó en el año
1993, la conformación de un sistema protectorio fue posible tiempo antes - gracias a la
labor jurisprudencial - a través de las normas generales de nuestro ordenamiento, en
especial el Código Civil y las leyes de Defensa de la Competencia y Lealtad Comercial.
La modificación del Código Civil a través de la ley 17.711 puede ser
considerada un cambio de paradigma del derecho privado argentino - de corte
netamente liberal hacia un paradigma con un enfoque social -, tendiente a atenuar las
desigualdades que traía aparejada la aplicación estricta del principio de autonomía de la
voluntad, en especial en el ámbito que nos ocupa. Diversas instituciones restablecedores
del equilibrio son contempladas tras la reforma, como el abuso del derecho, la lesión
enorme, la responsabilidad objetiva y solidaria del dueño o guardián en los casos de

3
daños causados por riesgo o vicio de las cosas, la teoría de la imprevisión, el pacto
comisorio tácito, las prescripciones referentes a la buena fe contractual, etc. La Ley de
Defensa de la competencia de 1980 y la ley de Lealtad Comercial de 1983 también
contienen prescripciones tendientes a proteger el interés económico general regulando
para ellos aspectos relacionados con la publicidad y la información respecto a los
productos comercializados. Estas normas, a pesar de no conformar un sistema de
protección específico del consumidor y no contener, por ejemplo, principios rectores
favorables en materia de prueba, presunciones, etc. a favor del ciudadano-consumidor -
como contempla en la actualidad nuestro ordenamiento - posibilitaron la defensa de los
intereses de este sector en los conflictos suscitados en el marco de las relaciones de
consumo.
En este orden de ideas, observamos que, aunque con cierto atraso, en nuestro
país también se advirtió la desprotección del hombre en este aspecto5. El debate y la
búsqueda de soluciones al respecto comenzó mucho antes de la reforma constitucional y
la ley 24.2406.
Así las cosas, el 15 de octubre de 1993, tras varios años de trámite
parlamentario, se publicó en el Boletín Oficial la ley 24.240 de Defensa del
Consumidor, que fue promulgada por el Poder Ejecutivo mediante el decreto 2089/93,
el cual vetaba parcialmente el proyecto del Poder Legislativo7.
No es este el lugar para tratar los fundamentos esgrimidos por el Poder Ejecutivo
para proceder al veto parcial de la normativa y menos aún para discutir la facultad
presidencial a su respecto. Sólo llamaremos la atención sobre el contexto político y
económico en el que fue sancionada esta ley, en cierto punto revolucionaria en tanto el
cambio de paradigma que proclama. El veto parcial retaceó - a titulo de ejemplo -
institutos tales como la garantía legal y la solidaridad a su respecto en la responsabilidad

5
Especialmente en el ámbito jurisprudencial, por ejemplo, en cuanto a la nulidad de las cláusulas abusivas e
interpretación favorable al consumidor. Ya había expresado en su ocasión la jurisprudencia, mucho antes que
―tratándose de un contrato de adhesión, las cláusulas imprecisas, dudosas, abusivas, deben interpretarse en contra de
quien las redactó‖ (Cám. Nac. Civ., sala A, Junio 25 de 1986, ED, 120-123).
6
En este orden de ideas, observamos que – al igual que en el resto del mundo – el proceso social en nuestro país
también se advirtió la desprotección del hombre en este y otros aspectos, el debate y la búsqueda de soluciones al
respecto comenzó mucho antes de la reforma constitucional y la sanción de leyes especiales. Las fuentes materiales
anteceden a las formales, marcan su camino. No obstante, si bien el derecho es un instrumento de conformación
social, observamos que puede configurarse como una herramienta que acompaña la evolución del hombre - a quien
tiene por objeto de protección - volviendo a poner el eje en la persona humana por sobre los intereses económicos, al
identificar que los cambios en su medio se han alterado de manera perjudicial para su desarrollo. En este sentido, el
movimiento de defensa de los derechos del consumidor, entre otros, es un llamado a la reflexión sobre el lugar que
ocupa el ser humano frente estos cambios – rápidos, vertiginosos y acelerados - que trajo aparejados el sistema
instaurado a partir de la revolución industrial.
7
Cfr. http://www.boletinoficial.gov.ar/Inicio/index.castle?s=1&fea=15/10/1993

4
del vendedor y el fabricante; la protección frente a la facturación en exceso por parte de
los proveedores de servicios públicos y la responsabilidad solidaria de todos los sujetos
intervinientes en la cadena de comercialización. También se vetaron algunas
prescripciones en materia de protección procesal del consumidor, así el beneficio de
acceso gratuito a la justicia y la habilitación para las Asociaciones de Consumidores y
Usuarios a fin de conformar un litisconsorcio con alguna de las partes involucradas en
conflictos con relación al consumo.
A pesar de lo antedicho la - en aquel entonces - nueva Ley consagró,
formalmente, gran parte de aquella cuantiosa labor – doctrinaria, jurisprudencial y
parlamentaria, entre otros aportes - en torno a la protección del ciudadano-consumidor.
Y aunque toda ley humana es perfectible, lo cierto es que ella contenía muchas de las
soluciones largamente pretendidas por los sectores comprometidos en la problemática.
Significó, en palabras de Stiglitz, el expreso reconocimiento de la vulnerabilidad del
consumidor en las relaciones de consumo8. Agregamos, que el reconocimiento formal
de las situaciones es el antecedente del cambio real, pues es esa la plataforma de
despegue hacia la nueva etapa en el marco del proceso: la acción.
Un año más tarde, con la reforma constitucional aquel reconocimiento formal
hecho mediante la ley fue elevado al grado de compromiso Estatal mediante la
constitucionalización de los derechos de consumidores y usuarios en la Carta Magna.
La inclusión de estos derechos en el artículo 429 del texto fundamental no sólo
refuerza la protección al ciudadano-consumidor frente a los abusos de los que,
potencialmente, es víctima. Su inserción dentro de ―los nuevos derechos y garantías‖
implica más que un mandato de conducta dirigida a los poderes estatales y los
particulares. Implica una directiva constitucional hacia una forma de ser como Nación y
sociedad, enderezando - en este aspecto - el camino hacia un cambio fundamental: mirar
a la persona humana dentro de la sociedad de consumo y en el marco las relaciones que
se dan en aquella realidad propendiendo a su bienestar.

8
Cfr. STIGLTZ, Gabriel, Reglas para la defensa de los consumidor y usuarios, Juris, Rosario, 1997, pág. 113.
9
Cfr. Constitución Nacional, ―ARTÍCULO 42.- Los consumidores y usuarios de bienes y servicios tienen derecho, en
la relación de consumo, a la protección de su salud, seguridad e intereses económicos; a una información adecuada y
veraz; a la libertad de elección y a condiciones de trato equitativo y digno.
Las autoridades proveerán a la protección de esos derechos, a la educación para el consumo, a la defensa de la
competencia contra toda forma de distorsión de los mercados, al control de los monopolios naturales y legales, al de
la calidad y eficiencia de los servicios públicos, y a la constitución de asociaciones de consumidores y de usuarios.
La legislación establecerá procedimientos eficaces para la prevención y solución de conflictos, y los marcos
regulatorios de los servicios públicos de competencia nacional, previendo la necesaria participación de las
asociaciones de consumidores y usuarios y de las provincias interesadas, en los organismos de control.‖

5
Algunos podrán advertir cierta paradoja resultante de la constitucionalización de
este tipo de derechos en un marco político, social y económico como el atravesaba por
aquel entonces nuestro país. Nosotros consideramos que, más que una paradoja, es la
evidencia más grande de la magnitud de la necesidad que tenían - y aún tienen - los
argentinos respecto de sus derechos como ciudadano-consumidor. Es por ello que la
inclusión del artículo 42 es una conquista y a la vez un impulso para continuar con la
transformación propuesta.
La cláusula reviste un carácter programático, pues precisa de un desarrollo
técnico-jurídico y político a fin de alcanzar plena eficacia - conforme a los parámetros
establecidos respecto de la protección de los consumidores -. Todo ello implica una
directiva dirigida a todos como sociedad, pero principalmente a los doctrinarios y
poderes del Estado en cuanto a la creación y adaptación de técnicas y herramientas que
acompañen los cambios sociales en el marco de las relaciones de consumo. Es momento
de reconocer el gran avance que hemos hecho al respecto de esta temática, volver a
mirar la Constitución y actuar, pues aún queda mucho por hacer.

II. Aclaraciones previas. 1. Concepto de consumidor en nuestro sistema legal.


2. Noción de proveedor. 3. Relación de consumo. 4. Normas que integran el
derecho del consumidor. 5. Criterios de interpretación.

Antes de adentrarnos en el análisis particular de los derechos consagrados en


nuestra Constitución respecto de los consumidores y usuarios es necesario hacer,
previamente, ciertas aclaraciones a fin de contar con algunos conceptos útiles para su
comprensión.

1. Concepto de consumidor en nuestro sistema legal.

Es oportuno señalar en palabras de Botana García, ―que el consumidor no es un


status subjetivo permanente, sino que dicha calificación le es atribuida a quien actúa de
determinada manera y con relación exclusivamente a esa cuestión‖10. Sin perjuicio de

10
Cfr. BOTANA GARCIA, Gema, LLAMAS POMBO, Eugenio (Coordinador), en Ley para la Defensa de los
Consumidores y Usuarios – Comentarios y Jurisprudencia de la Ley veinte años después, La Ley, Madrid, 2005, ps.
60 y 61. Con ello coincide Rivera quien sostiene que ―la condición de consumidor debe analizarse con relación al
contrato concreto‖ (RIVERA, Julio César, ―Interpretación del derecho comunitario y noción de consumidor - Dos
aportes de la Corte de Luxemburgo‖, LL 1998-C, 518).

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ello, no debemos perder de vista que un ciudadano es la mayor parte del día un
ciudadano-consumidor. Es cierto que no es un status subjetivo permanente, pero la
realidad indica que ese rol de ciudadano-consumidor es el más frecuentemente asumido.
Así, es más probable que la mayor parte los conflictos que se susciten en la vida diaria
de las personas estén relacionados con situaciones en las que el sujeto actúa como
consumidor. De allí que conviene abordar la cuestión con un criterio de amplio que
pueda adaptarse a las distintas situaciones.
El artículo 1° de la ley 24.240 define al sujeto protegido como aquél que actúa
―como destinatario final o de su grupo familiar o social‖. Es decir, nuestra legislación
define al consumidor desde la perspectiva del destino asignado a aquellos bienes o
servicios de los que dispone, por lo que ―resulta indistinto que el uso o la utilización de
bienes y servicios se efectúe a título personal o familiar‖11, siempre que sea para uso
privado12. Como se observa, la ley utiliza un criterio amplio, es decir, que lo importante
es el uso que se le da a los bienes y no tanto el sujeto que realiza la transacción o el
modo que lo realiza, lo importante es que aquella operatoria esté dirigida a la
satisfacción de una necesidad privada a través de un bien o servicio.
El término consumidor proviene de la ciencia económica y actualmente integra
también el lenguaje jurídico. Es lógico que así ocurra, pues la disciplina jurídica que nos
ocupa surge precisamente de observar una realidad, que es predominantemente
económica: el mercado. Para esta última, consumidor es un sujeto de ese mercado, que
adquiere bienes o usa servicios para destinarlos a su propio uso o satisfacer sus propias
necesidades, personales o familiares. Lo que busca el consumidor es hacerse con el
valor de uso de lo adquirido, al no emplearlo en su trabajo para obtener otros bienes o
servicios. En ese sentido, participa de la última fase del proceso económico. En cambio
el empresario13, a diferencia de consumidor, adquiere el bien por su valor de cambio,
esto es, para incorporarlo transformado a su proceso de producción o distribución14.

11
Cfr. STIGLITZ, Rubén S., ―Defensa del consumidor y contratación bancaria y financiera‖, Derecho del
consumidor, no. 9, Dir.: Gabriel A. Stiglitz, Ed. Juris, Rosario, 1998, p. 4.
12
Desde la doctrina francesa se dice que ―consumidor es aquella persona que se procura o utiliza bienes o servicios
para un uso no profesional” (Calais-Auloy, J. et Steinmetz, F., Droit de la consommation, 4° ed., Paris, ed. Dalloz,
1996, n° 5). Es fundamental la distinción entre ―profesional‖ y ―consumidor‖, siendo el pilar fundamental sobre el
que se edifica el desequilibrio existente entre consumidor y proveedor, y por ende el fundamento del sistema
protectorio.
13
Es interesante el debate acerca de la calificación de las personas jurídicas, particularmente las que persiguen fines
lucrativos, en cuanto a su potencialidad para ser consideradas consumidores. Al respecto Alvarez Larrondo se
pregunta ―¿Puede una persona jurídica efectuar actos de consumo? Desde nuestra postura, en principio, la respuesta
no puede ser otra que negativa, en el supuesto de enfrentarnos con personas jurídicas que persiguen fines lucrativos
(sociedades comerciales, sociedad civil), que por estar signadas por dicha finalidad, cargarán con la presunción de
que el acto realizado es comercial, y por lo tanto no encuadrable en el marco de la ley 24.240, puesto que en
principio, siempre adquirirán bienes para, de un modo u otro, integrarlos en procesos de producción, transformación,

7
Así, conforme la prescripción legal, existen situaciones en las que la calidad de
consumidor se evidencia desde el comienzo en forma evidente. Pero también habrá
otras en las que la evidencia de esta calidad que reviste el afectado no se encuentra del
todo clara. En ciertas ocasiones, esta complicación puede resolverse ―por la regla de la
distribución dinámica de las cagas probatorias, en la medida en que quien tiene los datos
puede probarlos. Las empresas que contratan masivamente hacen llenar formularios en
los que consta claramente la finalidad, y normalmente no hay dudas al respecto‖15.
Otras, requerirán un esfuerzo intelectual adicional para, desde la perspectiva legal,
descubrir la nota principal que nos lleva a afirmar que estamos frente a un ciudadano-
consumidor en el marco de una relación de consumo que debe ser protegido por la una
legislación y principios jurídicos específicos.
En los últimos años cómo en la noción de consumidor se ha ampliado el círculo
de personas que se consideran necesitados de una especial protección en materia de
consumo16. Ello en razón de una cantidad de situaciones en las cuales el adquirente se
encuentra en similar condición de debilidad que la del consumidor, pero sin calificar
dentro de la categoría (pequeños comerciantes, profesionales liberales, etc.)17
Ahora bien, el derecho del consumidor se funda en el diagnóstico de la
existencia de una relación de desequilibrio entre las partes –usualmente, contratantes -,
pero no es menos real que muchas situaciones jurídicas que se encuadran en esa
situación no gozan hoy de la armadura de la legislación tuitiva de los consumidores.
Más allá de que en muchos supuestos esta protección se los haya excluidos
intencionalmente - en el entendimiento de que cuentan con normas apropiadas para sus
particulares realidades –, muchas otras pueden quedar excluidas porque - si bien
estamos en presencia de un desequilibrio y/o vulnerabilidad de una parte frente a otra -
no estamos, necesariamente, frente a una situación subsumible en la norma. Es preciso

comercialización o prestaciones a terceros, en tanto que en el común de las veces, esa es su finalidad y única razón de
ser. Es decir que, si bien como regla general y en base al art. 1° de la ley toda persona jurídica es digna de protección,
deberá analizarse con carácter restrictivo la prueba aportada por aquellas entidades que persiguen fin de lucro, con el
objetivo de acreditar que el acto en cuestión es un acto de consumo, y que por ende no se encuentran comprendidos
por lo dispuesto en el art. 2°, segundo párrafo, primera parte. No obstante, entendemos que los supuestos de
excepción se presentan cuando menos remotos, por cuanto es de difícil factura acreditar que el acto en cuestión
escapa a su objeto social. Supongamos, por ejemplo que una empresa comprara un inmueble para alojar a sus
empleados‖. (ALVAREZ LARRONDO, Federico M., ―Las personas jurídicas ¿son consumidores?‖, LL 2001-B,
1165).
14
Cfr. BOTANA GARCÍA, Gema A., Curso sobre la protección jurídica de los consumidores, Coord. Gema A.
Botana García y Miguel Ruiz Muñoz, Mc Graw Hill, Madrid, 1999, p. 28.
15
Cfr. LORENZETTI, Ricardo L., ―Consumidores‖ ibid, p. 96.
16
Cfr. WAJNTRAUB, Javier H., Protección jurídica del consumidor, LexisNexis, Buenos Aires, 2004, ps. 22 a 24.
17
Cfr. LORENZETTI, Ricardo L., Consumidores, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2003, p. 88 y 89. El principio
protectorio se acentúa en situaciones en las que aparece una mayor vulnerabilidad a la verificada en el promedio de
los casos. Es el denominado subconsumidor o bystander y hace referencia a los niños, ancianos, analfabetos, etc.

8
mantener un criterio amplio que abarque la mayor cantidad de supuestos, lo que no
quiere decir la totalidad de los mismos. Es preciso buscar un equilibrio entre un criterio
amplio de interpretación al momento de analizar el caso concreto sin perder de vista el
concepto técnico-jurídico de consumidor. Ello a fin de propiciar una solución justa,
pues muchos supuestos que hoy no califican como objeto de protección especial,
encuentra amparo en el ordenamiento jurídico común, del cual provienen muchos de los
principios de la legislación del consumo como plasmaciones legales de largas
construcciones jurisprudenciales18.
Siguiendo la tendencia hacia una conceptualización amplia del término
consumidor, la última reforma del texto legal modificó la redacción del art. 1. Así se
estableció que será consumidor ―toda persona física o jurídica que adquiere o utiliza
bienes o servicios en forma gratuita u onerosa como destinatario final, en beneficio
propio o de su grupo familiar o social‖ y quien ―sin ser parte de una relación de
consumo, como consecuencia o en ocasión de ella adquiere o utiliza bienes o servicios
como destinatario final o de su grupo familiar o social, y a quien de cualquier manera
está expuesto a una relación de consumo‖. Si a ello le adicionamos que la reforma de la
ley 26.361 eliminó de la redacción del artículo 2 de la ley 24.240 el párrafo que rezaba
―No tendrán el carácter de consumidores o usuarios, quienes adquieran, almacenen,
utilicen o consuman bienes o servicios para integrarlos en procesos de producción,
transformación, comercialización o prestación a terceros‖, nos encontramos frente a un
panorama en el cual una importante cantidad de situaciones en las que las empresas
actuaban como adquirentes podrán calificar como consumidoras, lo que, por cierto,
venía insinuándose en algunas sentencias judiciales de los últimos tiempos19.

18
Una idea de justicia reclama la correcta aplicación de las normas y evitar forzar su letra. Esto requiere un
compromiso del profesional del derecho en el sentido de interpretar la ley conforme la manda constitucional y la
finalidad tenida en cuenta por el legislador. Si bien el reestablecimiento del equilibrio en las relaciones jurídicas que
se dan en el mercado es, claramente, un objetivo de la norma no es el principal. El principar objetivo de la norma es
la protección de un sujeto especifico: el consumidor, en el marco de una relación de consumo, y aquella protección es
alcanzada a través del reestablecimiento del equilibrio. El interés perseguido son los derechos fundamentales del
consumidor, no sólo el reestablecimiento de un desequilibrio en una relación jurídica cualquiera - en la que pueden
entrar o no en juego derechos fundamentales que no tienen que ver directamente con el fenómeno del consumo-.
19
Se ha dicho que ―no resulta extremo controvertido, que la actora adquirió a título oneroso un automotor 0 Km. con
la finalidad de utilizarlo en su propio beneficio, para satisfacer las necesidades de la empresa comercial; en particular
la necesidad de traslado de su representante legal y del cuerpo de profesionales para la supervisión de las obras en
ejecución. Es decir, como consumidor o destinatario final del bien, sin el propósito de disponer de este, para a su vez
integrarlo en procesos de producción, transformación, comercialización o prestación a terceros. Este es el alcance
protector que emana de los artículos 1º y 2º párr. 2º de la ley 24.240, que torna necesario armonizar la expresada
finalidad con la calidad de destinatario final que ostenta Artemis S.A., por esencia, el consumidor‖ (C. N. Com, sala
A, ―Artemis Construcciones S.A. c. Diyón S.A. y otro‖, 21/11/2000, LL 2001-B-839). También de expresó que
―resulta aplicable la ley de defensa del consumidor respecto de la adquisición de un automóvil por una persona física
a través de un plan de ahorro y para ser utilizado como servicio de taxi, ya que la situación de ésta es la de quien
adquiere el bien en beneficio propio y de su grupo familiar como único medio de ingresos y subsistencia, donde el
hecho de la prestación a terceros —art 2 ley 24.240— no reviste entidad suficiente para excluirla del carácter de

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Podemos concluir que el concepto técnico-jurídico de consumidor no puede ser
cerrado, debe ser lo más amplio posible a fin de poder aplicarse a aquellas situaciones
en las que el ciudadano-consumidor está necesitado de protección. Estas situaciones
cambian rápidamente en nuestra sociedad de consumo, por tanto toda ley con vocación
de eficacia y permanencia deberá contener – a fin de no tornarse obsoleta - conceptos
amplios y susceptibles de adaptación a aquellos cambios. La legislación debe buscar
abarcar la mayor cantidad de situaciones posibles, definiendo para ello sólo las notas
esenciales.
Entonces, a modo de síntesis, tenemos una figura principal del consumidor que
será todo sujeto de derecho – persona, tanto física como jurídica – que adquiera o utilice
bienes o servicios – sin importar si es a titulo oneroso o gratuito, ni el tipo de bienes o
servicios de que se trate siempre que sean cosas que estén dentro del comercio20 - para
su beneficio propio o el de su grupo familiar o social. Esta es la figura del típico
consumidor y la más fácilmente reconocible.
Además de esta figura principal, tenemos figuras equiparables a ésta que a partir
de la última reforma gozan también de la protección del régimen específico. Estos serán
aquellos sujetos que no han participado directamente de una relación de consumo, pero
que han sido en alguna medida alcanzados por los efectos de la misma.
Estas situaciones equiparables a la del consumidor puede ser - conforme a la
norma - la de aquél sujeto que, sin ser parte del vínculo entre un consumidor y un
proveedor, adquiere bienes o servicios a fin de utilizarlos con destino final como
consecuencia de ella. Así mismo, quien ―de cualquier manera está expuesto a una
relación de consumo‖.
A nuestro criterio, la primera se refiere a quien recibe bienes o utiliza servicios
directamente de manos de otro consumidor. Mediante la equiparación se lo habilita a
ejercer sus derechos respecto de la adquisición de éste bien como si fuera consumidor
principal, a pesar de no ser quien contrató. Aquí la ley considera que el sujeto está
equiparado tanto en su vertiente positiva - ejercer sus derechos respecto del bien, v.gr.
solicitar información al proveedor – como en su vertiente negativa – v.gr. reclamar ante

"consumidor" y por ello del ámbito protectorio de dicha ley‖ (Cám. 1a Ap. Civ. y Com. La Plata, sala III, 29/03/2007,
―Hernández, Daniel O. c. Ancona S.A. y otro, JA 29/08/2007).
20
Cfr. Código Civil de la Nación, art. 2.337. Las cosas están fuera del comercio, o por su inenajenabilidad absoluta o
por su inenajenabilidad relativa. Son absolutamente inenajenables:
1° Las cosas cuya venta o enajenación fuere expresamente prohibida por la ley;
2° Las cosas cuya enajenación se hubiere prohibido por actos entre vivos y disposiciones de última voluntad, en
cuanto este código permita tales prohibiciones.

10
un incumplimiento a todos los involucrados en la cadena de comercialización del bien -.
Podría decirse que una suerte de subrogación del tercero – no contratante, pero
alcanzado directamente por los efectos derivados de la relación de consumo - en la
posición del consumidor principal.
La segunda situación equiparable, la de ―quien de cualquier manera está
expuesto a una relación de consumo‖, notamos que puede tener una mayor aplicación en
cuanto a su vertiente negativa: el reclamo. Esta figura es la llamada consumidor
expuesto, tercero consumidor o bystander21, a quien se le otorga la facultad de reclamar
por aquellos perjuicios derivados de una relación de consumo de la que no es parte, pero
aún así, lo afecta. En este supuesto el tercero expuesto no necesariamente deberá haber
adquirido un bien o utilizado un servicio como consecuencia de la relación de consumo,
sino que más bien parece soportar las consecuencias derivadas de ella. Esta
circunstancia tiene especial relevancia en materia de daños y la consecuente
responsabilidad derivado tanto de la adquisición de bienes como de la prestación de
servicios, como así también en lo referente a la publicidad de los mismos. De todas
maneras si bien consideramos que esta figura es distinta a la anterior – no tanto una
subrogación en los derechos de la parte contratante, sino una mera exposición a la
relación y la legitimación para un reclamo a título propio - la distinción no surge
claramente de la letra de la ley. Ante este esta circunstancia, debemos observar que allí
donde la ley no distingue, el intérprete deberá abstenerse de hacerlo. En suma, lo más
prudente será no restringir la aplicación y mantener un criterio amplio, interpretando
que la ley indica que la equiparación no procede únicamente de la adquisición de bienes
o servicios en ocasión o como consecuencia de una relación de consumo de la que no es
parte, sino de cualquier tipo de exposición a una relación de consumo .

21
Explica Alterini que lo que se propuso la nueva definición de consumidor incorporada a través de la ley 26.361 es
explicitar la protección del bystander. De esta manera señala que ―el artículo 1 de la ley 24.240 modificado por la ley
26.361, como vimos, ―considera asimismo consumidor o usuario a quien, sin ser parte de una relación de consumo
(…), de cualquier manera está expuesto a una relación de consumo. Se trata del denominado bystander (espectador o
tercero próximo al producto o servicio), que fue abarcado como una de ―las demás personas, determinables o no,
expuestas a las relaciones de consumo‖ por la Resolución n° 123/96 del Grupo Mercado Común del MERCOSUR.
En el mismo sentido, el art. 29 del Código de Defesa do Consumidor brasileño, refiriéndose a las prácticas
comerciales, equipara a los consumidores a ―todas las personas, determinables o no‖, expuestas a ellas; y un texto
semejante fue incorporado en el Anexo del Protocolo de Santa María del 17 de diciembre de 1996 sobre Jurisdicción
Internacional en Materia de Relaciones de Consumo. El bystander fue incluido entre los legitimados activos por el
daño resultante de un producto elaborado por la ley brasileña (art. 17) y por la Directiva del Consejo de las
Comunidades Europeas 85/374/CEE del 25 de julio de 1985 sobre responsabilidad civil derivada de productos
defectuosos‖ (ALTERINI, Atilio A., ―Las reformas a la ley de defensa del consumidor – Primera lectura, 20 años
después‖, LL ejemplar del día 9 de abril de 2008).

11
Finalmente, debemos agregar que, no siempre el concepto de consumidor
material coincidirá con el jurídico. En nuestro ordenamiento jurídico podemos clasificar
las siguientes situaciones22:
 El usuario: es quién usa sin contratar, pudiendo ser un invitado, un familiar o un
tercero. En nuestra legislación está equiparado al consumidor.
 El afectado o expuesto a prácticas comerciales: en referencia a situaciones como
la publicidad ilícita. Es posible arbitrar mecanismos de carácter preventivo.
 Legitimación para la defensa de bienes colectivos: no hay, al igual que en el
supuesto anterior un contrato, pero los consumidores organizados pueden
demandar en base en las normas que protegen los bienes colectivos.
 El cesionario: debe ser considerado contratante, ya que al transferirse la posición
contractual debe gozar de las mismas prerrogativas que el cedente.
 El tercero beneficiario: es un tema discutido. Se trata de contratos a favor de
terceros, en el que el consumidor tiene acciones directas basadas en ese
beneficio aceptado, el que, al ser accesorio de la relación base y siendo ésta de
consumo, también lo es.

2. Noción de proveedor

La figura del proveedor, la otra parte en la relación de consumo, se encuentra


definido en el art. 2 de la ley 24.240: ―Es la persona física o jurídica de naturaleza
pública o privada, que desarrolla de manera profesional, aún ocasionalmente,
actividades de producción, montaje, creación, construcción, transformación,
importación, concesión de marca, distribución y comercialización, de bienes y servicios,
destinados a consumidores o usuarios. Todo proveedor está obligado al cumplimiento
de la presente ley. No están comprendidos en esta ley los servicios de profesionales
liberales que requieran para su ejercicio título universitario y matrícula otorgada por
colegios profesionales reconocidos oficialmente o autoridad facultada para ello, pero sí
la publicidad que se haga de su ofrecimiento.‖
El concepto de proveedor de la ley incluye la totalidad de los sujetos que revisten
de la calidad de oferente de productos y servicios. La amplitud que prima en la
legislación de defensa del consumidor nos lleva a coincidir con Farina en cuanto a que

22
Cfr. LORENZETTI, Ricardo L., ―Consumidores‖, cit., p. 88 y 89.

12
―el concepto de prestación de servicios de esta ley es más amplio que el del contrato de
locación de servicios que regula el Código Civil, pues comprende todo contrato por el
cual no se adquiere la propiedad o disponibilidad de una cosa, sino, mediante el servicio
del prestador, lograr el uso o goce de una cosa en virtud del quehacer humano o del
funcionamiento de una máquina o elementos electrónicos (por ejemplo), así como
cuando tiene por objeto un asesoramiento, transporte, asistencia de cualquier naturaleza,
seguro, hospedaje, administración de un fondo común, etc., sin importar que se trate de
una obligación de medios o de resultado. Así la locación de obra es para la ley 24.240
una prestación de servicio, como también lo es el transporte, e incluso u espectáculo
público. Debemos poner mucho énfasis en esto, pues de otro modo quedarían fuera de
esta ley una larga serie de relaciones contractuales de vigencia permanente en todos los
ámbitos de la vida diaria‖. 23
Además de revestir la calidad de oferente, es proveedor aquel que realiza la
actividad en forma profesional y en el marco de una relación jurídica de consumo.
Siguiendo a Lorenzetti enumeramos a continuación los elementos que califican al
proveedor24:
 La noción de proveedor es deliberadamente amplia para incluir todos los sujetos
que actúan del lado de la oferta en el mercado. En tanto la relación jurídica de
consumo se asienta en el acto de consumo, es claro que este elemento distribuye
los polos activos según los que ofrecen y los que consumen bienes. La noción de
proveedor se separa de las tradicionalmente utilizadas en el derecho privado:
comprende a todos los que ofrecen.
 La profesionalidad, ya que no todos los que ofrecen son jurídicamente
proveedores.
 La oferta para el consumo, quedando excluidos una amplia categoría de sujetos
que ofrecen al sector empresario.
 La noción de proveedor es una calificación transversal al derecho público y
privado, con lo cual puede haber proveedores en el sector público como en el
privado, siempre que lo hagan con destino al consumo.
 El proveedor es definido en base a la oferta profesional, que puede ser habitual u
ocasional.
 Puede ser nacional o extranjero.

23
Cfr. FARINA, Juan M., ―Defensa del consumidor y del usuario‖, 2ª edición, Ed. Astrea, Buenos Aires, 2000, p. 72.
24
Cfr. LORENZETTI, R. L., ―Consumidores‖, cit., p. 98 y 99.

13
 El proveedor debe realizar algunas de las siguientes actividades: producción,
montaje, creación seguida de ejecución, construcción, transformación,
importación, distribución y comercialización de productos o servicios.
Si bien en el texto vigente se ha decidido ampliar la nómina de actividades que
definen al proveedor, no se aprecian diferencias con la redacción anterior en tanto que el
listado debe considerarse meramente enunciativo. Por ende puede tratarse de tareas de
producción, montaje, creación, construcción, transformación, importación, concesión de
marca, distribución y comercialización de bienes y servicios, entre otras.
La segunda parte del art. 2 contiene una excepción a la aplicación de la ley
respecto de determinados servicios. Estos son los prestados por los profesionales
liberales ―que requieran para su ejercicio título universitario y matrícula otorgada por
colegios profesionales reconocidos oficialmente o autoridad facultada para ello, pero sí
la publicidad que se haga de su ofrecimiento‖. Esta excepción a la aplicación de la ley
24.240 no opera, creemos, en dos situaciones25: cuando se ejerce la actividad en forma
de empresa, diluyéndose la figura del profesional liberal para conformarse la de
proveedor y cuando el profesional crea publicidad destinada a consumidores potenciales
indeterminados26. Este es un tema, por cierto delicado, merece algunas reflexiones27. No
es éste el espacio adecuado para realizarlo pero diremos de todas formas que
consideramos profesionales liberales a quienes ejercen su arte poseyendo un título
universitario y ejercen su profesión de manera independiente. Se agrega a los fines de la

25
Podríamos decir que sin perjuicio de no considerarla un nuevo límite a la excepción, existen algunos contornos
dentro de los cuales la misma debe ser analizada. De esta manera, la jurisprudencia ha entendido que el hecho de
actuar un profesional liberal en el marco de un contrato con un consumidor, no es suficiente para invocar la
inaplicabilidad de la normativa especial. De esa manera, se ha dicho que ―el vínculo que unió a las partes no estuvo
relacionado con la profesión liberal del sancionado -médico veterinario- sino con la compraventa de un cachorro
macho, raza labrador dorado, que el denunciante adquirió por el precio de $ 300 en la "Clínica Veterinaria Olleros",
propiedad del recurrente, por lo que la actividad comercial del sancionado se encuentra alcanzada por las
disposiciones de la ley 24240‖. (Cám. Nac. Fed Con. Adm. Sala II, 6/5/1999, Poggi, José María Federico c.
Secretaría de Comercio e Inversiones, ED 189-471).
26
Cfr. LORENZETTI, R. L., Consumidores, cit., p. 102. Agrega el brillante jurista que ―la ley brasileña los incluye,
pero sometidos a una responsabilidad por culpa y no objetiva, como es la regla dentro del Código de Consumidor (art.
14, párr. 4º). Cuando se trata de empresas, la responsabilidad es objetiva‖.
27
Es interesante considerar lo expresado por el Senador Petcoff Naidenoff en el debate parlamentario de la ley 26.361
en relación a la posición de los profesionales liberales. En esa ocasión el legislador sostuvo que ―más allá de prestar
un servicio, el que presta un profesional liberal con título universitario y matrícula no puede ser asemejado al
concepto de proveedor, o lo que implica un proveedor, que comercializa bienes y servicios, bajo el contexto de la ley
24.240. (…) en cuanto a las obligaciones, las que se generan a través del proveedor son de resultado. En cambio, las
que prestan los profesionales liberales son de medios. Esta no es una definición menor, sino que va a marcar la pauta,
en función de la cual consideramos que esta exclusión es una porte significativo y que pone claros sobre oscuros‖,
para luego concluir en que ―los profesionales liberales no son proveedores. Esto lo quiero repetir. En definitiva, un
profesional liberal no es un agente de mercado ni económico, sino más bien un agente social. Y la renta que hoy se
obtiene en el marco de una relación comercial o empresarial tiene una finalidad o cierra un circuito absolutamente
productivo, que nada tiene que ver con la prestación que se recibe a través de honorarios profesionales, los cuales
tienen un carácter alimentario‖ (Cámara de Senadores de la Nación, versión taquigráfica provisional de la sesión del
día 19 de diciembre de 2007, ps. 6 y 57).

14
exclusión de la ley que el profesional deberá necesitar además una ―matrícula otorgada
por colegios profesionales reconocidos oficialmente o autoridad facultada para ello‖. A
diferencia de otras opiniones28 creemos que el profesional deberá estar matriculado. Ello
es así ya que tratándose de una excepción al criterio amplio e inclusivo de la mayor
cantidad de supuestos, debe primar una interpretación restrictiva y pensada en función
del consumidor (artículo 3) y no del proveedor (en este caso, el profesional liberal), la
solución contraria importaría consagrar un privilegio inaceptable, por encima del que ya
otorga la normativa.

3. La relación de consumo

Repasadas las nociones referentes a los sujetos que integran la relación de


consumo, pasaremos al análisis del vínculo definido en el art. 3 de la ley.
La relación jurídica de consumo es una definición normativa y su extensión
surgirá de los límites que la legislación le establezca a sus elementos: sujeto, objeto,
fuentes.
La redacción originaria de la norma tenía un concepto más restringido del
vínculo que une al consumidor con el proveedor. Contenido en el art. 129, de fuente
contractual, a titulo oneroso, tenía por objeto ―cosas‖ en lugar de ―bienes‖ y una
casuística que restringían fuertemente el concepto. Con la reforma constitucional y la
inclusión del término ―relación de consumo‖ en el art. 42, la labor jurisprudencial y las
sucesivas reformas el concepto de relación jurídica de consumo fue tendiendo hacia una
ampliación – al igual que sucedió, como ya dijimos, con el concepto de consumidor –.
Es que la realidad muestra que la forma en que se relaciona el proveedor con el
consumidor es amplia en sus medios, formas y alcances a la vez que está en permanente
cambio. Entonces, es lógico que el vínculo jurídico que los une también sea amplio y
susceptible de adaptarse a los cambios del mercado y las técnicas utilizadas por los
proveedores en función de la colocación de los bienes y servicios ofrecidos.

28
Diferimos muy respetuosamente con Juan M. Farina quien expresa que ―advertimos que la ley no exige que el
profesional esté matriculado, sino que posea título universitario que requiera su matriculación. De otro modo nos
hallaríamos ante la incongruencia de considerar responsable a los fines de la ley 24.240, por ejemplo, al abogado que,
fuera de la jurisdicción de su matrícula, atiende consultas, emite un dictamen o redacta un contrato‖ (FARINA, J. M.,
Defensa del consumidor…, cit., p. 102).
29
El art. 1 de la ley 24.240 decía ―La presente ley tiene por objeto la defensa de los consumidores o usuarios. Se
consideran consumidores o usuarios las personas físicas o jurídicas que contratan a título oneroso para su consumo
final o beneficio propio o de su grupo familiar o social: a) la adquisición o locación de cosas muebles; b) la prestación
de servicios; c) la adquisición de inmuebles nuevos destinados a vivienda, incluso los lotes de terreno adquiridos con
el mismo fin, cuando la oferta sea pública y dirigida a personas indeterminadas‖

15
Coincidimos en que debe definirse la relación de consumo ―de modo que
abarque todas las situaciones en que el sujeto es protegido: antes, durante y después de
contratar; cuando es dañado por un ilícito extracontractual, o cuando es sometido a una
práctica del mercado; cuando se actúa individualmente o cuando lo hace
colectivamente. Siendo la relación de consumo el elemento que decide el ámbito de
aplicación del derecho del consumidor, debe comprender todas las situaciones
posibles‖30. La relación jurídica de consumo tiene, entonces, tres elementos: sujetos,
objeto y causa. Los sujetos – consumidor y aquellas personas equiparables a él, y
proveedor- , el objeto – la operación jurídica considerada o los bienes a los cuales se
refieren, que son los productos31 y los servicios – y la causa. Esta última es el elemento
que aparece determinado con más amplitud, permitiendo la aplicación de la ley a un
sinnúmero de actos, hechos, prácticas o sucesos con entidad para dar nacimiento a un
vínculo jurídico, siempre que involucren a un consumidor y a un proveedor en el marco
de una actividad destinada a la colocación de bienes y servicios por parte de éste último.
Es así como a través de este recurso técnico de conceptos amplios si bien el
derecho del consumidor regula fundamentalmente materia contractual, existen una
buena cantidad de disposiciones que otorgan prerrogativas a los sujetos aún sin estar
vinculados contractualmente con proveedores. De lo contrario, una noción acotada de la
relación de consumo nos dejaría sin poder considerar estos supuestos expresamente
contemplados por la legislación. Además, teniendo su fundamento principal en la
normativa constitucional32, esta amplitud de criterio es la que mejor se adecua a una
correcta hermenéutica.

30
Cfr. LORENZETTI, R. L., Consumidores, cit., p. 74.
31
Sostiene Lorenzetti que ―la legislación consumerista se ha inclinado por incorporar el término producto, diferente
de bienes o cosas, tradicionalmente utilizados por los Códigos. (…) En un sentido económico, los bienes incluyen los
servicios y los bienes durables y no durables. Desde el punto de vista jurídico, un objeto alcanza la categoría de bien
cuando es susceptible de tener un valor (art. 2311, Cód. Civil), y es claro que alcanza tal valor cuando es escaso, con
lo cual se identifica con el presupuesto inicial de la economía. Los bienes incluyen tanto a los materiales como a los
inmateriales. Este distingo, basado en la materialidad se asemeja bastante a la noción de intangibilidad usada en la
economía. Los bienes materiales son cosas. De manera que siendo objetos de la relación de consumo todas las cosas,
es mejor utilizar la noción de bien y no la de cosas o productos. La mayoría de las legislaciones utiliza el término
producto porque es más amplio que el de cosas e incluye el requisito de la elaboración. Las cosas que toma en cuenta
el derecho del consumo son aquellas elaboradas y, normalmente, las cosas sin elaboración quedan reservadas al
ámbito del derecho común. En Argentina, las cosas son los objetos materiales susceptibles de tener un valor (art.
2311, Cód. Civil). En la jurisprudencia se agrega el requisito de su elaboración, puesto que se habla de producto
elaborado. (…) De tal manera, las cosas que recepta el derecho del consumo: cosas elaboradas y con destino al uso
final, son en realidad productos. Sin embargo, la noción de bien debe mantenerse por ser más amplia que la de
producto y permite incluir a los inmuebles, que normalmente no sufren alteración‖ (LORENZETTI, R.L.,
Consumidores, pp. 104 y 105).
32
En relación al derecho del consumidor se ha dicho que ―la jerarquía constitucional consagrada implica, por un lado,
otorgarle un rango superior al legislativo a este derecho, incluyéndolo dentro de los nuevos derechos y garantías que
pasaron a ampliar el catálogo de la parte dogmática de nuestra Carta Magna. Por otra parte, no debe olvidarse que los
constituyentes reformadores tuvieron especialmente en cuenta el problema de la legitimación y del acceso a la
justicia, y al consagrar las acciones de amparo habeas data y habeas corpus en el nuevo art. 43, previeron

16
4. Normas que integran el derecho del consumidor.

La protección del consumidor en nuestro país tiene su eje en la Constitución


Nacional y en la ley de defensa del consumidor 24.240, con su decreto reglamentario
1798/94. Sin embargo esto no significa que sean estas las únicas normas que regulan las
relaciones de consumo. Precisamente, la ley ha sido concebida como un sistema
protectorio del consumidor - antes que regulatorio de las relaciones de éste con los
proveedores, aunque a a contrario sensu sus normas impongan pautas de conductas en
cabeza de éste último o soluciones ante diversas circunstancias -. Por ello y con la
finalidad de otorgar una protección mayor a la parte débil, podemos inferir que la
normativa del consumidor o estatuto del consumidor, como preferimos llamarlo, no es
solamente lo reglado en la ley 24.240, sino que está integrado también por todas aquéllas
normas que resulten aplicables a la relación jurídica de consumo. Así surge con claridad
del art. 3, que establece que las disposiciones de la ley de defensa del consumidor "se
integran con las normas generales y especiales aplicables a las relaciones de consumo‖.
También dice el artículo 3 que a los efectos de la integración de normas, deberán
observarse en particular las leyes de defensa de la competencia y de lealtad comercial,
lo cual se debe a la afinidad que éstas tienen con la temática del consumidor. No
obstante debemos señalar que ello no implica en modo alguno restringir la normativa
aplicable a las relaciones de consumo a esas dos únicas leyes.
Por el contrario, al estipularse la obligatoriedad de integrar todas las normas que
puedan resultar aplicables a los parámetros descriptos, surge claramente la intención del
legislador de crear una cobertura amplia y completa para el consumidor, habilitando la
posibilidad de tomar preceptos ajenos a la propia ley, ya sea para cubrir situaciones no
contempladas, ya sea para otorgar una solución más favorable para el consumidor, la
cual puede encontrarse a veces fuera de la propia ley 24.240.
En este sentido, cabe destacar que no compartimos el criterio de quienes
consideran "superflua" la previsión legal, pues "cualquier ley se integra en el sistema",
por lo que estaría en juego "todo el derecho, absolutamente todo"33. Tampoco creemos

expresamente la potestad de interponer esta acción contra cualquier forma de discriminación y en lo relativo a los
derechos que protegen al ambiente, a la competencia, al usuario y al consumidor‖ (LOPEZ ALFONSIN, Marcelo,
OUTON, Fernanda y VILLANUEVA, Claudia, ―La constitucionalización de la protección de los consumidores y
usuarios‖, Derecho del consumidor, no. 9, Dir.: Gabriel A. Stiglitz, Ed. Juris, Rosario, 1998, pp. 59 y 60).
33
LÓPEZ DE ZAVALÍA, Fernando J., Fideicomiso, Leasing, Letras Hipotecarias, Ejecución Hipotecaria, Contratos de
Consumición, Ed. Zavalía, Buenos Aires, 1996, p. 457.

17
que pueda consagrarse un "catálogo" cerrado de normas integradoras del sistema34.
Pensamos más bien que, a partir de la norma en análisis, puede hablarse con propiedad
de la existencia de un estatuto del consumidor integrado no por todo el orden jurídico,
desde luego (no lo integran, por ej., las normas relativas al derecho penal o al derecho
de familia y sucesiones, aunque podría integrarse por ejemplo, en el futuro un ilícito
penal con contenido en nuestra materia), sino por todas las normas y principios del
derecho privado patrimonial que hoy son aplicables a la relación de consumo. De todo
ello resulta que pueden extraerse disposiciones de diversas leyes. Se trata en definitiva
de un sistema integral para la protección del consumidor y el usuario.
Ello es también coherente con el status constitucional de los derechos del
consumidor. Toda norma deber ser conforme a la Constitución y éstas están destinadas
a ordenar la vida de la sociedad. En la sociedad de consumo, entonces, es lógico que
todo el ordenamiento jurídico – o su mayoría – esté atravesado y conformado por
normas protectorias del consumidor en el marco de la relación jurídica de consumo,
pues como dijimos, este es el ámbito en que se mueve el ciudadano en mayor medida.
En este sentido, recordamos asimismo, que la cláusula del artículo 42 de nuestra
Carta Magna es de carácter programático. Significa una conquista – en el
reconocimiento formal de derechos y principios rectores - y a la vez un impulso para
continuar con la transformación de la realidad propuesta. La Constitución encomienda a
todos los agentes sociales una transformación de nuestro sistema actual de economía de
mercado hacia sistema de economía de mercado justo. Así, la concreción de la manda
constitucional no dependerá únicamente de su desarrollo por parte de los poderes
estatales, aunque sí es cierto que ellos juegan un papel fundamental. La Constitución
interpela a todos: ciudadanos, empresas, funcionarios, educadores y a todos los hombres
del mundo que quieran habitar el suelo argentino35 a contribuir a impregnar de justicia
las relaciones que se dan entre proveedores y consumidores en el marco de nuestro
sistema económico actual.

5. Criterios de interpretación.

34
Así parecen hacerlo los Dres. Stiglitz (STIGLITZ, Gabriel A. y STIGLITZ, Rubén S., Derechos y defensa del
consumidor, Ed. La Rocca, Buenos Aires, 1994, p. 131 y ss.)
35
Lo que a la luz de la Constitución reformada incluye empresas extranjeras que quieran desarrollar aquí sus
actividades.

18
Como consecuencia de la dispersión de las normas que conforman el estatuto del
consumidor, podría suceder que exista más de una norma aplicable a la misma situación
de hecho. A fin de solucionar armónicamente el conflicto o superposición normativa
debemos contar con un criterio hermenéutico adecuado. Este criterio es la aplicación del
principio in dubio pro consumidor, derivado del principio general del derecho in dubio
pro debilis. Este criterio, con fundamento en la Constitución Nacional, marcará la
prevalencia de aquella norma de la cual resulte la solución más favorable para el
consumidor36.

III. Derechos de los consumidores contemplados en la Constitución Nacional

Expuestos los conceptos fundamentales de la disciplina, desarrollaremos a


continuación el contenido de aquellos derechos fundamentales que la constitución
consagra expresamente a favor de los consumidores y usuarios en el marco de una
relación de consumo. Entendemos que en éstos reconocidos explícitamente se
encuentran implícitamente contenidos todos los desarrollados en la legislación inferior.
Señalamos que suele existir consenso en el derecho comparado acerca de cuales
son los principios que informan el derecho del consumidor. Estos constituyen un
elemento fundamental para una correcta hermenéutica de la legislación tuitiva y de la
relación de consumo. Dada la universalidad de estas ideas directrices, podemos decir
que las mismas se resumen en el siguiente listado37:

36
Para fundar las razones del criterio interpretativo consagrado por la legislación, explica Salitre que ―dado que lo
habitual, en el marco de las relaciones de consumo es que, los usuarios y consumidores, sean el sujeto débil de la
misma, frente al proveedor, quien puede obtener beneficios incausados ya que se encuentra en una mejor posición en
la relación jurídica de consumo, deben articularse los anticuerpos legales y sociales que intenten equilibrar dicho
sistema. Uno de los principios en que se sostiene toda la construcción jurídica del sistema de tutela del derecho del
consumidor es el "in dubio pro consumidor. Dicho principio y la tutela general del derecho del consumidor, se
sustenta en el reconocimiento de su situación de debilidad y desigualdad frente a los proveedores de bienes y
servicios, situación que se acrecienta aún mas con los fenómenos de globalización económica, y la irrupción de las
técnicas de marketing junto a la evolución de la publicidad, al calor de la llamada revolución de las comunicaciones,
con ofertas de bienes y servicios en constante mutación, con proveedores que acceden a nuestra intimidad para
ofrecernos productos y servicios sin que lo hallamos solicitados y que con información engañosa consiguen
adherirnos a un servicio que en la mayoría de los casos no queríamos ni responde a nuestras necesidades‖.
(SALICRU, Andrea, ―El principio in dubio pro consumidor‖, LL Online). Por su parte afirma Rivera que la debilidad
del consumidor no es exclusivamente económica y que ―frente al profesional pasa también por la información y el
conocimiento. Si un industrial dueño de una gran fábrica de automóviles va a comprarse una camisa, es un
consumidor aunque su patrimonio sea muy superior al del camisero, y éste es -en el caso- el profesional, pues conoce
las virtudes de la tela, la calidad de la confección, la firmeza de los colores, la facilidad o la dificultad para
plancharlas, la durabilidad de la prenda, etc.‖. (RIVERA, J. C., ―Interpretación del derecho comunitario y noción de
consumidor - Dos aportes de la Corte de Luxemburgo‖, cit.)
37
En función de los lineamientos que se deducen del artículo 1º de la ley federal de protección al consumidor de
México. Estos estaban también contenidos en el discurso de Kennedy ya citado, como así también en la primera
versión de las Directrices de las Naciones Unidas para la protección del consumidor de 1985 (ampliadas o
desarrolladas en 1999 y 2013).

19
 La protección de la vida, salud y seguridad del consumidor contra los riesgos
provocados por prácticas en el abastecimiento de productos o servicios.

 La educación y divulgación sobre el consumo adecuado de los productos y


servicios, que garanticen la libertad para escoger y la equidad de las
contrataciones.

 La información adecuada y clara sobre los diferentes productos y servicios.

 La efectiva prevención y reparación de los daños patrimoniales y morales,


individuales y colectivos, garantizando la protección jurídica, administrativa y
técnica de los consumidores.

 El acceso a los órganos administrativos y jurisdiccionales.

 El otorgamiento de facilidades a los consumidores para la defensa de sus


derechos.

 La protección contra la publicidad engañosa y abusiva, métodos comerciales


coercitivos y desleales, así como contra prácticas y cláusulas abusivas o
impuestas en el abastecimiento de productos y servicios.

Por su parte, nuestra Constitución Nacional - en consonancia con los


principios internacionales ya adoptados por la mayoría de los países - ha
establecido un listado de derechos no taxativo, que prácticamente contiene – como
se dijo ut supra, implícitamente - los principios orientadores desarrollados por las
diversas normas que conforman el estatuto del consumidor.

1. Protección de la salud y la seguridad

La incorporación de la protección de la salud y de la seguridad del consumidor


en el marco de la relación de consumo ha importado consecuencias concretas en la

20
situación de la parte débil, evidenciadas a través de la legislación y la jurisprudencia. A
su vez, aquel reconocimiento genera, sin dudas, una obligación correlativa en cabeza del
proveedor - tanto en la órbita contractual como extracontractual -. Aquella obligación
será un deber de conducta en cabeza del proveedor en todas las etapas de producción y
colocación de productos y servicios en el mercado, la cual consistirá en la adopción de
medios idóneos para evitar la producción de daños manteniendo indemne la persona y los
bienes del consumidor. El desarrollo de dicha actividad, susceptible de control e
intervención por parte del Estado y las asociaciones de consumidores – en particular, a
través de la aplicación del principio precautorio, que expondremos brevemente al final –
será objeto de sanciones ante un incumplimiento y medidas preventivas ante la posibilidad
de una conducta defectuosa por parte del proveedor.
Los arts. 5 y 6 de la ley de defensa del consumidor se ocupan del desarrollo
normativo de este derecho, consagrando un deber de seguridad que el proveedor debe
cumplir. Sin perjuicio de ello, debe reconocerse que no es constante la doctrina acerca de
la interpretación que debe darse a los artículos 5 y 6 de la ley 24.240, ya que mientras que
para algunos autores, dichas normas consagrarían sólo una suerte de "tutela preventiva" del
consumidor38, otro sector del pensamiento jurídico ve en ellas la consagración expresa de
una verdadera obligación de seguridad cuyo incumplimiento traerá aparejada la
responsabilidad objetiva del prestador del servicio39.
Sin perjuicio de las precisiones que haremos seguidamente, adelantamos nuestra
opinión. La ley de defensa del consumidor establece, claramente y en forma expresa, una
obligación de seguridad en cabeza del proveedor, debiendo éste garantizar al consumidor
que no le será causado daño en el marco de la relación jurídica de consumo que los une,
siendo esta una obligación de resultado. Las normas contenidas en los arts. 5 y 6 de la ley
24.240 tienen efectos en el campo de la responsabilidad – contractual y extracontractual,
respectivamente – y la consecuente obligación resarcitoria. En virtud de la diferente orbita

38
Conf. FARINA, Juan M., Derecho del consumidor y del usuario, Ed. Astrea, Buenos Aires, 2000, p. 152. Lo mismo
parecen pensar los Stiglitz (Derechos y defensa del consumidor, cit., p. 156), quienes se refieren no obstante a la
disposición que comentamos como consagrando una responsabilidad "precontractual". Por su parte, destaca Andorno que
el incumplimiento de la norma da lugar a "una acción preventiva" de las contempladas en el artículo 52 de la ley de
defensa del consumidor encaminada a proteger a los consumidores contra eventuales perjuicios en su salud o seguridad
(ANDORNO, Luis O., "Responsabilidad por daño a la salud o seguridad del consumidor", La responsabilidad, libro en
homenaje al Profesor Dr. Isidoro H. Goldenberg, Ed. Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1995, p. 481).
39
Afirma López Cabana que los artículos 5 y 6 de la ley de defensa del consumidor consagran una "obligación de
seguridad de resultado" (LÓPEZ CABANA, Roberto M., en "Derecho del Consumidor", nº 5, Dir. por Gabriel A. Stiglitz,
Ed. Juris, Buenos Aires, 1994, p. 16). También Mosset Iturraspe y Lorenzetti encuentran en el artículo 5 de la ley una
obligación de seguridad, aún cuando agregan que "es difícil analizar si se exigen medios o resultados", concluyendo que
habrá responsabilidad objetiva cuando lo que se juzga es "la acción de una cosa" y no "una conducta" (MOSSET
ITURRASPE, Jorge y LORENZETTI, Ricardo L., Defensa del consumidor, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1994, p. 311 y
ss.).

21
que ocupa cada uno habrá diferencias que será necesario considerar – especialmente en lo
referente a la prueba40 -. Pero a la vez, ambos cumplen una función de tutela preventiva, en
el sentido que el incumplimiento del deber de conducta haría pasibles a las empresas de las
sanciones y objeto de medidas preventivas contempladas en el ordenamiento haya o no
daño.
Advertimos que fin de comprender nuestra postura será conveniente tener
presentes las cuestiones referentes a los factores de atribución, fuentes, relación causal y la
consecuente obligación resarcitoria en nuestro sistema jurídico en cuanto a la
responsabilidad tanto en la esfera contractual como extracontractual que por razones de
concisión no repasaremos aquí.
Consideramos que en el caso del artículo 5 la ley establece claramente y en forma
expresa una obligación de seguridad, en función de la cual los proveedores garantizan al
consumidor o usuario al que se hallan ligados contractualmente que durante el desarrollo
efectivo de la prestación planificada no le será causado daño sobre otros bienes diferentes
de aquél que ha sido específicamente concebido como objeto del contrato41. Ello, como
dijimos no implica dejar de lado el rol de "tutela preventiva" del usuario pero creemos que
no por eso debe descartarse la función que el artículo 5 de la ley de defensa del consumidor
cumple al mismo tiempo en el campo del derecho de la responsabilidad civil.
Lo dicho no representa en sí una innovación respecto de la situación anterior a la
sanción de la ley. Es que la obligación de seguridad se halla implícita en todo tipo de
contratos (pudiendo también surgir expresamente de la ley42 o de lo pactado por las partes)
en virtud de lo preceptuado por el artículo 1198 del Código Civil43. Y aún desde el punto

40
Recordamos que en el análisis de los supuestos que encuadren tanto en el art. 5 como en el art. 6, deberá incluirse
el principio in dubio pro consumidor y la doctrina de la carga dinámica de la prueba, lo cual como veremos tiende a
desdibujar la distinción entre uno y otro supuesto en tanto que los resultados obtenidos son demasiado similares en
virtud de que la inversión de la carga probatoria está presente en ambos.
41
Se ha dicho que ―la norma del art. 5° de la ley de defensa del consumidor 24.240 al tornar imperativa su aplicación
a las cosas y servicios en general, incorpora el deber de seguridad en los contratos de consumo, sin hacer distinción
respecto de las características de peligrosidad que pueda presentar la prestación principal. La ley de defensa del
consumidor 24.240 tiende a la tutela preventiva de la salud y seguridad de los consumidores y usuarios, mediante
normas destinadas a disminuir los riesgos en la prestación de servicios. El art. 5° de la ley de defensa del consumidor
24.240 intenta evitar la obtención de productos que utilizados en condiciones previsibles o normales de uso,
presenten peligro para la salud o la integridad física‖. (C.N. Fed. Cont. Adm. Sala II, 21/10/1997, Multigas S. A. c.
Secretaría de Comercio e Inversiones, LA LEY, 1999-C, 748 --41.524-S--; DJ, 1999-2-1229, SJ. 1766).
42
Como ocurre en el caso de la ley 23.184, el artículo 184 del Código de Comercio, los artículos 1118 y 1119 del Código
Civil, etc.
43
Al celebrar un contrato, las partes se obligan no sólo a lo expresamente establecido en él, sino también a lo que surge
tácitamente del negocio, lo que las partes "presuponen", que constituye entonces el "contenido implícito" del acto
(MOSSET ITURRASPE, Jorge, Contratos, Ed. Ediar, Buenos Aires, 1991, p. 271; ORGAZ, Alfredo, "El contrato y la
doctrina de la imprevisión", Nuevos estudios de derecho civil, Buenos Aires, 1954, p. 30). El contrato se integra asimismo
con las normas imperativas y supletorias que surjan de la legislación vigente (BUERES, Alberto J., Objeto del negocio
jurídico, Ed. Depalma, Buenos Aires, 1986, p. 82). Por lo tanto, sigue vigente en nuestro derecho el principio afirmado en
la antigua redacción del artículo 1198 del Código Civil: "Los contratos obligan no sólo a lo que esté formalmente
expresado en ellos, sino a todas las consecuencias que puedan considerarse que hubiesen sido virtualmente comprendidas

22
de vista de la doctrina mayoritaria, para la cual sólo en cierta clase de contratos puede
hablarse de la existencia de este especial deber calificado, los contratos de consumo eran
precisamente una de las categorías en las cuales se presentaba dicha obligación de
seguridad, aún cuando el tema se enfocó principalmente respecto de la responsabilidad del
vendedor de un producto elaborado44. Sin perjuicio de lo señalad, creemos que no resulta
superflua la disposición del artículo 5 de la ley. Así se establece la obligación de seguridad
en forma expresa, despejandose toda duda respecto de su existencia en todo tipo de
contratos de consumo45. Y no sólo en el caso de venta de un producto elaborado, sino en
cualquiera de dichos negocios, lo cual incluye desde luego a los contratos de prestación de
servicios públicos domiciliarios46.

en ellos" (MOSSET ITURRASPE, J., Contratos, cit., p. 272). Se trata de un principio general con amplia virtualidad en
nuestro derecho, a través, v.g., del principio de buena fe consagrado en el actual artículo 1198 del Código Civil, del
artículo 62 de la Ley de Contrato de Trabajo, etc. (Conf. VARACALLI, Daniel C. y PICASSO, Sebastián,
"Responsabilidad precontractual y postcontractual", Lecciones y Ensayos, número 60/61, Abeledo-Perrot, Buenos Aires,
1994, p. 236). Sentado ese principio, resulta fácil comprender que, entre las múltiples obligaciones que genera el negocio,
se halla aquella por la cual el deudor se compromete frente al acreedor a no causarle daños en otros bienes distintos de
aquél o aquéllos que integran el objeto del contrato, con motivo del cumplimiento de su prestación.
Como corolario necesario de lo dicho, sostenemos que la obligación de seguridad se halla incluida en todo tipo
de contratos, y no sólo en aquellos cuya prestación principal es estadísticamente riesgosa respecto de otros bienes del
acreedor, pues siempre y en todos los casos se presupone la inocuidad de la conducta comprometida por el deudor respecto
de aquellos otros bienes ajenos al objeto del negocio (Conf. AGOGLIA, M., BORAGINA, J., MEZA, J., Responsabilidad
por incumplimiento contractual, cit., p. 164). En ese sentido, ha dicho la jurisprudencia que "la obligación de seguridad es
propia de todos los contratos y acompaña, como tal, a las obligaciones específicas nacidas en cada caso particular" (Cám.
Civ. y Com. de Mar del Plata, sala 2, ―A. de C., B. c/Hospital Español de Mar del Plata y otro", 7/11/95, JA, (…). La
mayoría de la doctrina, en cambio, a tono con la jurisprudencia, se inclina por el criterio inverso, entendiendo que la
obligación de seguridad se presenta sólo en cierta clase de contratos, caracterizados por una prestación principal cuya
ejecución presenta riesgo de causar daños en bienes que se hallan fuera del objeto obligacional (BUERES, Alberto J.,
Responsabilidad civil de los médicos, t. 1, Ed. Hammurabi, Buenos Aires, 1992, p. 383; MAYO, Jorge A., "Sobre las
denominadas obligaciones de seguridad", en LL, 1984-B-949; MAZEAUD, Henri, Leon y Jean y CHABAS, François,
Leçons de Droit Civil - Obligations, t. II, vol. 1, nº 402, Ed. Montchrestien, París, 1991, , p. 380 y ss; CARBONNIER,
Jean, Droit civil - Les obligations, nº 295, Ed. Presses Universitaires de France, París, 1991, p. 517).
44
ALTERINI, Atilio A. y LÓPEZ CABANA, Roberto M., "Responsabilidad civil por daños al consumidor", LL 1987-
A-1040; ALTERINI, Atilio A., "La responsabilidad civil por productos: estado actual de la cuestión en el derecho
argentino", LL 1989-E-1178; BUSTAMANTE ALSINA, Jorge, Teoría general de la Responsabilidad Civil, X ed.,
Abeledo-Perrot, Buenos Aires, año, p. 381; GOLDENBERG, Isidoro H., "La responsabilidad por los productos
elaborados", JA 1982-I-746; STIGLITZ, Gabriel A., Protección jurídica del consumidor, Ed. Depalma, Buenos Aires,
1990, p. 91; WEINGARTEN, Celia, Derechos y responsabilidades de las empresas y consumidores, Director Carlos A.
Ghersi, Eds. Organización Mora Libros, Buenos Aires, 1994, p. 116; MOSSET ITURRASPE, Jorge, y LORENZETTI,
Ricardo, Contratos médicos, Ed. La Rocca, Buenos Aires, 1991, p. 162.
45
Sostienen Hernandez y Frustragli que ―el régimen se ha visto enriquecido por una profusa aplicación
jurisprudencial que ha permitido -en general- consolidar las directivas constitucionales y legales. Hay quienes señalan
que después de la reforma introducida por la ley 24.999 ha quedado conformado un principio general de seguridad en
beneficio de los consumidores y usuarios, con un despliegue claramente preventivo. Desde una perspectiva
resarcitoria, creemos que ello importa reconocer la "generalización" de la obligación de seguridad, habitualmente
enmarcada en el ámbito contractual, y hoy expandida al más amplio campo de la relación de consumo.
(HERNANDEZ, Carlos A. - FRUSTRAGLI, Sandra A., ―Las exigencias de seguridad en las relaciones de consumo‖,
Suplemento Especial ―Obligación de Seguridad‖, 21 de septiembre de 2005).
46
Repárese en que, por aplicación de la norma en comentario, no cabe duda de que la obligación de seguridad vincula al
empresario contratante aún en aquellos casos en los que la o las obligaciones principales que hayan asumido no
representen de por sí un riesgo para los consumidores, como ocurre, v.g., con el caso de la prestación del servicio
telefónico.

23
Resulta necesario efectuar ciertas precisiones respecto de la redacción del artículo
en comentario47.
En primer lugar, respecto de la referencia que allí se hace a la utilización del
producto o servicio en "condiciones previsibles o normales de uso". No significa, como
parecen inferirlo algunos autores, que se prevea "un parámetro normal de diligencia",
con lo cual se entraría en la órbita de los factores subjetivos de atribución48, sino que se
vincula mas bien con el aspecto causal del fenómeno resarcitorio: se quiere decir que el
daño será indemnizable siempre que resulte de un uso previsible o normal del producto,
y no lo será en cambio si es consecuencia del hecho de la víctima, que le ha dado un uso
imprevisible o anormal49. Se trata, como se ve, de una simple reiteración de principios
generales.
Más complicado resulta dilucidar si la obligación impuesta por la norma en
comentario protege a los consumidores frente a cualquier daño que les sea ocasionado,
tanto de índole patrimonial como moral, o si sólo se está refiriendo a aquellos que,
como lo dice literalmente el texto, recaen sobre "la salud o la integridad física de los
consumidores o usuarios". De adoptarse esta segunda interpretación, la obligación de
seguridad consagrada por la norma en comentario no protegería al consumidor contra el
daño sufrido como consecuencia de la lesión a bienes distintos de los mencionados.
Pensamos no obstante que la interpretación que se impone dar a la norma es amplia,
abarcativa de cualquier clase de daño que se cause al consumidor o usuario durante el
desarrollo de la prestación planificada y que recaiga sobre bienes distintos a los que
forman el objeto del contrato, conforme las precisiones que expondremos seguidamente.
La norma en comentario parece confundir la noción jurídica de "daño" con lo que
se entiende por tal en un sentido naturalístico. En efecto: desde una perspectiva jurídica, el
daño no es la "lesión a un bien" (como pueden serlo la vida o la salud), sino que se
identifica en todo caso con las consecuencias patrimoniales o morales que resulten de
dicho menoscabo50. En un sentido aún más preciso, con la lesión a el o los intereses, tanto

47
Sostiene Rinessi que el deber de seguridad tiene su fundamento en la Constitución Nacional al afirmar que el
artículo 42 de dicho cuerpo ―es lo suficientemente amplio, pues abarca no solo la relación creada por el contrato, sino
también a la derivada de hechos o actos jurídicos vinculados al acto de consumo como también a la conexidad
contractual resultante de las redes o cadenas contractuales, o a las vinculaciones de la contratación con el sistema, o
con los negocios implicados en el sistema‖ (RINESSI, Antonio Juan, El deber de seguridad, Rubinzal-Culzoni, Santa
Fe, 2007, p. 96.
48
MOSSET ITURRASPE, J. y LORENZETTI, R. L., Defensa del consumidor, Rubinzal-Culzoni, Sabta Fe, 1994, p. 319.
49
Desde luego que si el uso anómalo del producto se debe a la falta de suficiente información por parte del empresario
(artículo 4, ley 24.240), ello no exime a éste del deber de indemnizar (ANDORNO, L., "Responsabilidad por daños a la
salud o seguridad del consumidor", La responsabilidad, cit., p. 484.
50
ORGAZ, Alfredo, El daño resarcible, Ed. Lerner, Córdoba, 1980, p. 200 y ss.; PIZARRO, Ramón D., Daño moral, Ed.
Hammurabi, Buenos Aires, 1996, p. 44 y ss.

24
patrimoniales como espirituales, que vinculaban a la víctima con el bien sobre el que recae
el acto dañoso51. Y dado que la lesión a la salud o integridad física del consumidor o
usuario puede afectar intereses de ambos tipos52, parece poco atinado excluir ciertos
rubros53. Aún cuando pueda verse una limitación en la letra de la norma, recordamos el
principio in dubio pro consumidor es también una pauta hermenéutica.
Respecto de aquellos daños que, siendo causados durante el decurso de la
prestación planificada y recayendo sobre bienes no integrantes del objeto contractual, no
resulten de una lesión a la salud o integridad física de los consumidores, la obligación de
seguridad surgirá de todos modos en forma tácita, tal como lo hemos expuesto ut supra.
De allí que pueda pensarse que, en definitiva, se llega a la misma solución por diferentes
caminos: en ambos casos la empresa prestadora incurrirá en responsabilidad contractual y
deberá pagar los daños sufridos, aun cuando en un caso ello surja directamente de lo
dispuesto por la ley (cuando el daño está constituido por la lesión a un interés resultante del
menoscabo a la salud o integridad física del consumidor, artículo 5 de la ley de defensa del
consumidor) y en otro resulte tácitamente de la voluntad de las partes (artículo 1198,
Código Civil). Pero más allá de lo ya dicho en el sentido de la relevancia que reviste el que
sea la propia ley la que expresamente consagre la existencia del deber de seguridad
contractual como método eficaz para despejar cualquier posible duda al respecto, cabe
señalar que la solución no sería de todos modos la misma en ambos casos, desde que, v.g.,
las acciones surgidas de la ley 24.240 tienen un plazo de prescripción especial (artículo 50
de la ley de defensa del consumidor, prescripción trienal), mientras que la violación a la
obligación de seguridad en los otros supuestos dará lugar a una acción cuya prescripción se
regirá por el régimen común del artículo 4023 del Código Civil.
Finalmente, en virtud de la falta de coherencia que traería aparejada la solución
esbozada en el apartado anterior, la cual se ve agravada cuando se repara en que la
Constitución Nacional reformada en 1994 contempla en su artículo 42 el derecho de los

51
El daño en sentido jurídico se define como la "lesión a un interés lícito", siendo este último, a su vez, la relación entre
una persona y el ente que satisface su necesidad, o "la posibilidad que tiene el agente de satisfacer la necesidad
proporcionada por el bien" (BUERES, Alberto J., "El daño injusto y la licitud e ilicitud de la conducta", Derecho de
daños, libro en homenaje al Profesor Dr. Jorge Mosset Iturraspe, Ed. La Rocca, Buenos Aires, 1989, p. 170).
52
Así, v.g. los daños producidos en el cuerpo del usuario del servicio de energía eléctrica como consecuencia de una
descarga eléctrica provocada por una falla del servicio, pueden producirle tanto daño moral (puesto que su cuerpo como tal
es sin duda el soporte de todo tipo de intereses extrapatrimoniales) cuanto material (incapacidad laboral, gastos médicos,
etc.).
53
De lo contrario podría afirmarse la obligación de seguridad surgida del artículo 5 de la ley 24.240 podrá ser invocada
para responsabilizar a la empresa prestadora del servicio cuando se reclame, v.g., el daño emergente consistente en los
gastos médicos que el usuario del servicio eléctrico ha debido afrontar como consecuencia de las quemaduras sufridas ante
el incendio de su casa producto de una falla en el servicio eléctrico, mas no cuando lo que se reclama es la reparación del
perjuicio que en el mismo supuesto (incendio) sufre el usuario como consecuencia de la destrucción de su casa por obra de
las llamas.

25
consumidores y usuarios de bienes y servicios a la protección de su salud, seguridad e
intereses económicos. La laxitud de esta enumeración hace que se hallen tutelados
constitucionalmente y en igual grado todos los intereses lícitos de los consumidores y
usuarios en cuanto tales, por lo que la legislación reglamentaria de estos derechos y su
interpretación no pueden consagrar soluciones diferentes respecto de los daños sufridos
por los consumidores y usuarios en situaciones que se presentan como sustancialmente
similares. Todo lo cual nos lleva a la conclusión de que la interpretación amplia arriba
propiciada es la que mejor se adecua a la buena técnica jurídica, al espíritu de la ley y a los
principios constitucionales en juego.
Con respecto a la legitimación activa de la acción por responsabilidad ante la
causación de un daño en infracción al deber de seguridad así esbozado, no cabe ninguna
duda de que en virtud del principio de efecto relativo de los contratos (artículos 503, 1195
y concs., Código Civil) sólo puede serlo el usuario contratante del servicio, en tanto y en
cuanto reclame el resarcimiento de un perjuicio propio. Respecto de los daños causados a
otras personas (como pueden serlo los familiares que habiten con él) que utilicen el
servicio sin haberlo contratado, la responsabilidad de la empresa prestadora se enmarcará
en la esfera extracontractual, a menos que se configure el supuesto exigido por el artículo
1107 del Código Civil para habilitar la opción entre ambos sistemas.
Por último, el factor de atribución aplicable al caso no es otro que la garantía, dado
que por medio del artículo en comentario, la ley está imponiendo a la empresa prestadora
del servicio la obligación de garantizar a los usuarios que a raíz de la prestación del mismo
no sufrirán daño alguno en bienes distintos de los que conforman el objeto contractual. Se
trata en definitiva de un deber contractual de resultado, cuyo incumplimiento traerá por
ende aparejada responsabilidad objetiva de la empresa deudora54.

54
Respecto a la responsabilidad objetiva en las obligaciones de resultado: BUERES, Alberto J., "Responsabilidad
contractual objetiva", JA 1989-II-964; Idem., "Responsabilidad civil del escribano", Ed. Hammurabi, Buenos Aires, 1984,
pág. 55 y ss.; Idem., "El acto ilícito", Ed. Hammurabi, Buenos Aires, 1986, p. 53 y ss.; Idem., "Responsabilidad civil de
los médicos", cit., t. I, pp. 80 y ss. y t. II, pp. 77 y ss.; PICASSO, Sebastián, "Obligaciones de medios y de resultado", JA,
(cita); AGOGLIA, M. M., BORAGINA, J. C. y MEZA, J., "Responsabilidad por incumplimiento contractual", cit., pP. 61
y ss.; ZAVALA DE GONZÁLEZ, Matilde, Responsabilidad por riesgo. El nuevo artículo 1113, Ed. Hammurabi, Buenos
Aires, 1987, p. 232; PIZARRO, Ramón D., Daño Moral, Ed. Hammurabi, Buenos Aires, 1996, p. 188; VÁZQUEZ
FERREYRA, Roberto A., "La responsabilidad contractual objetiva", LL, 1988-B-998; BERGEL, Salvador D.,
"Informática y responsabilidad civil", Informática y derecho. Aportes de doctrina internacional, Ed. Depalma, Buenos
Aires, 1988, pp. 165 y ss.; GESUALDI, Dora M., Responsabilidad civil. Factores objetivos de atribución. Relación de
causalidad, Ed. Ghersi, Buenos Aires, 1987, pp. 39 y ss.; YZQUIERDO TOLSADA, Mariano, Responsabilidad civil
contractual y extracontractual, Ed. Reus, Madrid, 1993, vol. I, pp. 150 y ss. Como ya lo adelantáramos en el texto, no
nos resulta dudoso el hecho de que la responsabilidad que está imponiendo el texto legal es de corte objetivo, siendo la
referencia a la utilización del servicio en "condiciones previsibles o normales de uso" una mera reiteración de principios
generales atinentes a la esfera de la relación de causalidad adecuada que debe mediar entre el hecho de la empresa y el
daño cuya reparación se persigue.

26
Como es sabido algunos consideran que la obligación de seguridad de la empresa
prestadora surgiría tanto del analizado artículo 5 como del artículo 6 de la ley 24.24055. Si
bien nosotros somos partidarios de esa opinión, debemos señalar, no obstante, una
distinción. Consideramos el precepto del art. 6 de la ley de defensa del consumidor se
refiere a un supuesto bien distinto al analizado precedentemente, en su aplicación es el
ámbito de la responsabilidad extracontractual, exclusivamente. En tanto, como hemos
desarrollado, el art. 5 de la ley opera más frecuentemente en el ámbito de la
responsabilidad contractual sin perjuicio de ser aplicado en la esfera aquiliana.
El art. 6 de la ley consagra un factor de atribución objetivo. A través de la teoría del
riesgo creado (artículo 1113, segundo párrafo, segundo supuesto, Código Civil) podría
imputarse a la empresa prestadora del servicio la responsabilidad y consecuente obligación
resarcitoria frente a un daño consecuencia de aquella situación riesgosa56. Al regir en
nuestro sistema la neta división entre ambas esferas de la responsabilidad que impone el
texto del artículo 1107 del Código Civil, la teoría del riesgo creado no puede ser
extrapolada sin más al terreno contractual por inexistencia de una norma expresa que así lo
habilite57.
Ello explica la responsabilidad contractual por incumplimiento del deber de
seguridad, específicamente contemplada ya por el artículo 5 de la ley 24.240 y forzoso es,
entonces, concluir que el artículo 6, al hablar de "cosas o servicios riesgosos", se está
refiriendo a otro supuesto, que no puede ser otro que el de la responsabilidad
extracontractual por riesgo, dada la expresa referencia de la norma58. En ese sentido, el
artículo en análisis no sienta principios autónomos59, sino que sirve sólo de complemento

55
LÓPEZ CABANA, R., "Derecho del Consumidor", cit.
56
Así lo entienden también MOSSET ITURRASPE, J. y LORENZETTI, R. L., Defensa del consumidor, cit., pp. 309,
321 y ss.
57
Conf. AGOGLIA, M., BORAGINA, J. C. y MEZA, J., Responsabilidad por incumplimiento contractual, cit., p. 199 y
ss.
58
Así, se sentenció que ―la protección de la seguridad se realiza básicamente mediante normas de carácter
administrativo que establecen controles sobre la fabricación y la presentación de los productos en el mercado a fin de
disminuir riesgos instrumentando una tutela preventiva, siendo este último el motivo de la obligación impuesta al
proveedor por el art. 6 ley 24.240‖. (C.N. Cont. Adm. Fed., sala 5ª, 2/7/1997, - Wassington S.A.C.I.F.I. v. Secretaría
de Comercio e Inversiones, JA 2000 - III – síntesis).
59
De esta manera se ha aplicado el artículo 1113 del Código Civil estableciéndose que ―la responsabilidad del
elaborador o fabricante de productos defectuosos frente al consumidor posee carácter extracontractual y se funda en
un factor de atribución objetivo encuadrado en el art. 1113 del Cód. Civil, que consagra el deber de responder por los
daños causados por el vicio de las cosas, como así también por la circunstancia de haber creado un riesgo al lanzar al
mercado un producto defectuoso‖, habiéndose dejado en claro que ―la circunstancia de que el codemandado utilizara
diversas piezas provistas por terceros para la construcción de las bicicletas por él vendidas bajo una marca de su
propiedad, no puede llevar a desconocer a su respecto la condición de fabricante, en orden a la responsabilidad que le
compete por los defectos que los biciclos contengan‖. Por ello, ―la responsabilidad del vendedor de un producto
defectuoso frente al comprador es incuestionable, pues no puede desconocerse a éste el derecho a ser resarcido de
todas las consecuencias del daño derivado de los defectos que el producto contenga‖. (C. Civ. y Com. Rosario, sala
II, ―G., A. c. Elías, Ricardo‖, LL 2000-C, 931).

27
al artículo 1113 del Código Civil en cuanto introduce la noción de "servicio riesgoso". Si el
servicio que se presta tiene suficiente potencialidad dañosa, entonces, entrará a regir la
responsabilidad resultante del artículo 1113, segundo párrafo, segundo supuesto, del
Código Civil, respecto de los daños que se causen como consecuencia de su prestación.
La diferencia señalada satisface una necesidad intelectual y pedagógica, toda vez
que somos concientes de la dificultad de la distinción en ambos casos en la práctica. Es
cierto al estar estas normas atravesadas por el principio in dubio pro consumidor y por
aplicación de la doctrina de la carga dinámica de la prueba, los resultados son los mismos
en ambos casos o muy similares.
Es decir, el art. 1113 del Código Civil pone en cabeza del dueño o guardián la
carga de la prueba, pues este – acreditada la condición riesgosa de la cosa, el daño y la
relación causal60 entre ambos se prescindirá de un factor subjetivo para imputar la
responsabilidad. Es la cosa, o también servicio en este caso, lo que causa el riesgo y por
ello el dueño o guardián deberá resarcir, haya sido o no diligente pues nada tiene que ver
ello en virtud del riesgo que la misma cosa causa -. Quien se presume responsable, sólo
podrá liberarse a través de la ruptura de la relación causal que implica la conducta61 de un
tercero por el que no deba responder o de la propia víctima, que es lo mismo que decir que
deberá probar que no fue el producto o servicio la causa del daño – como presume la ley -.
Este efecto en el ámbito del derecho del consumidor, la inversión de la carga de la prueba,
se da en otras situaciones aunque no se consagre una responsabilidad de este estilo, y ello

60
Llambías enseña que el damnificado únicamente tiene que acreditar la existencia del evento y de una relación de
causalidad entre el riesgo o vicio de la cosa, por un lado y el daño, por otro. Cfr. LLAMBÍAS, Jorge, ―Código Civil
Anotado‖, T II-B pág 472, BREVIA, Roberto, ―Problemática juridica de los automotores‖ T I, pág. 124.
61
Si bien el art. 1113 habla de ―culpa‖ nosotros creemos que se refiere a ―conducta‖. Opinamos que debe valorarse
la conducta de la víctima o del tercero como idónea o eficaz para romper el nexo causal que es en definitiva la
situación prevista en la parte final del segundo apartado la norma. Lo que satisface a la norma no es la existencia de
una motivación – culpa –. Así lo han expresado la Corte Suprema de la Pcia. de Buenos Aires en ―Farías, Oscar
Alfredo c/ Rainieri, Juan Carlos s/ Daños y perjuicios‖ (Cfr. La Ley, cita online AR/JUR/409/2008): “Como esta
Corte ya lo ha expresado, al tiempo de computarse una eventual exclusión de la misma, no puede dejar de valorarse
el cuadro total de la conducta de todos los protagonistas para determinar si la de la víctima es excluyente de
responsabilidad y en qué medida (conf. Ac. 36.391, "Segovia", sent. del 23-IX-1986). Por otra parte, esa apreciación
no implica abrir juicio sobre la intención motivante de la conducta pues la norma se satisface con menos: basta con
que el intérprete juzgue que ese comportamiento tuvo eficacia para cortar el nexo causal (conf. Ac. 82.947,
"Molina", sent. del 2-IV-2003; Ac. 85.684, "González", sent. del 28-VII-2004)”. A contrario sensu, la Corte Suprema
de Justicia de la Pcia. de Mendoza, en ocasión de valorar la culpa de la víctima como eximente de responsabilidad en
un caso en donde se acreditó que ésta no utilizaba cinturón de seguridad – es decir, que se acreditó la culpa negligente
de la misma por omitir un deber de precaución – concluyó que, si bien esto podría operar como causa de las lesiones
sufridas por la víctima, el factor de atribución no se presentaba como suficiente para romper el nexo causal: “No
obstante, de haberse comprobado la falta de cinturones, esta circunstancia podría operar como causa de las lesiones
y su consiguiente indemnización, pero no para modificar la causalidad general del evento desde el aspecto de su
autoría” (Cfr. Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Mendoza, sala I, en “López, Miguel A. c. Gabrielli,
María C.”, La ley online, cita AR/JUR/6571/2006).

28
por aplicación del principio in dubio pro consumidor y la doctrina de la carga dinámica de
la prueba logran el similar efecto, diluyendo la distinción entre ambas esferas de la
responsabilidad.
Como colofón y a los fines de dimensionar la gran amplitud del rumbo por el
que se dirige la cuestión, mencionamos el fallo ―Mosca, Hugo Arnaldo c/ Provincia. de
Buenos Aires y ot. s/ daños y perjuicios‖62 de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación. En el decisorio se afirmó que ―cabe considerar también el derecho a la
seguridad previsto en el art. 42 de la Constitución Nacional, que se refiere a la relación
de consumo, que abarca no sólo a los contratos, sino a los actos unilaterales como la
oferta a sujetos indeterminados, que es precisamente el caso que se presenta en autos.
De tal modo, la seguridad debe ser garantizada en el período precontractual y en las
situaciones de riesgo creadas por los comportamientos unilaterales, respecto de sujetos
no contratantes. Cada norma debe ser interpretada conforme a su época, y en este
sentido, cuando ocurre un evento dañoso en un espectáculo masivo, en un aeropuerto, o
en un supermercado, será difícil discriminar entre quienes compraron y quienes no lo
hicieron, o entre quienes estaban adentro del lugar, en la entrada, o en los pasos previos.
Por esta razón es que el deber de indemnidad abarca toda la relación de consumo,
incluyendo hechos jurídicos, actos unilaterales, o bilaterales‖, habiéndose agregado que
―no cabe interpretar que la protección de la seguridad -prevista en el art. 42 de la
Constitución Nacional- tenga un propósito meramente declarativo, sino que, por el
contrario, es correcta la hermenéutica orientada hacia el goce directo y efectivo por
parte de sus titulares. La seguridad -que en este caso debe ser entendida, como el simple
derecho de asistir a un espectáculo público sin sufrir daño alguno- es un propósito que
debe constituir la máxima preocupación por parte de quienes los organizan cuando éstos
importan algún riesgo para los asistentes, así como de las autoridades públicas
encargadas de la fiscalización‖.

2. Protección de sus intereses económicos

La protección de los intereses económicos de los consumidores no puede


analizarse fueran del contexto del conjunto de los derechos que consagra la Constitución
Nacional. De esta manera podemos decir que son muchos los aspectos relevantes en

62
Fallo 330:563

29
donde estas prerrogativas se ponen de manifiesto, entre los que se destacan en general,
la prohibición de las prácticas comerciales desleales, la simplificación de la resolución
amistosa de conflictos, la resolución de pequeños litigios, etc. Pero también vale
destacar las reglas aplicadas a determinadas transacciones o sectores, como el comercio
electrónico, el transporte, los servicios financieros, los contratos celebrados a distancia,
los contratos negociados fuera de los establecimientos comerciales, la protección en
relación a las cláusulas abusivas, las ventas y garantías sobre los bienes de consumo,
entre otras.

3. Derecho a una información adecuada y veraz

El conocimiento, o mejor dicho, la falta del mismo constituye para el


consumidor uno de los aspectos más trascendentes. Siendo que la información está en
manos de los expertos - porque la buscaron para elaborar el producto o suministrar el
servicio y colocarlo en el mercado - en orden a equilibrar la relación de consumo y
compensar la vulnerabilidad del consumidor, el constituyente reconoció el derechos a la
información y el legislador pone en cabeza del proveedor el deber correlativo aquel
derecho fundamental: el deber de informar.
Es sabido que ―las relaciones entre profesionales y consumidores entrañan un
desequilibrio que suele generar inequidad y dado que no es una situación que haya de
resolverse por si sola, corresponde la intervención del Estado para que ello no suceda‖.
Agregamos que esa intervención no ha de ser sólo controlando la conducta de las
empresas y sancionando el incumplimiento, sino también tomando medidas activas para
dotar al consumidor de conocimiento y herramientas en miras a lograr una forma de
consumo sustentable a través de la educación para el consumo, en consonancia con la
manda constitucional, lo cual a su vez tiene virtualidad de coadyuvar al cambio de
conducta de parte de los proveedores, objetivo persigue también por la Constitución y
las leyes protectorias. ―Lo efectivo en el plano socioeconómico sería que el consumidor
esté adecuadamente informado al celebrar un contrato, superando la brecha
informativa‖. Desde el punto de vista normativo el deber de información ―es el deber
jurídico obligacional, de causa diversa, que incumbe al poseedor de la información
vinculada con una relación jurídica o con la cosa involucrada en la prestación, o atinente
a actividades susceptibles de causar daños a terceros o a uno de los contratantes,
derivados de dicha información, y cuyo contenido es el de poner en conocimiento de la

30
otra parte una cantidad de datos suficientes como para evitar los daños o inferioridad
negocial que pueda generarse en la otra parte si no son suministrados‖63.
El deber de información consiste en la columna vertebral del derecho del
consumidor, en tanto constituye un trascendental instrumento tendiente a conjurar la
superioridad económica-jurídica que suelen detentar los proveedores64. En la ley 24.240
este derecho se desarrolla de forma transversal en distintos institutos de lo que dan
muestra las numerosas disposiciones donde se lo regula65.
Desde el punto de vista de la dogmática jurídica, siendo el contrato un acto
jurídico, debe ser voluntario y para que exista dicha voluntariedad debe existir
discernimiento, intención y libertad y la existencia de un desnivel informativo afecta los
tres elementos66.
Debe destacarse que el correcto suministro de información sirve también para
cumplir ―un importante papel de cara a la evitación de daños, personales o materiales,
en la persona del propio contratante, o de terceros ajenos a la relación contractual. La
inadecuada o incompleta información acerca de las instrucciones de manejo de un
producto es la que motiva la causación de diversos daños que deben ser resarcidos.
Muchos productos no son defectuosos per se, sino que vienen acompañados de
incorrectas o insuficientes instrucciones que los convierten en inservibles o, lo que es
mas grave, en peligrosos; lo mismo cabe decir de determinados servicios en los que no

63
LORENZETTI, R. L., Consumidores, cit., p. 170 a 172.
64
Ha dicho la jurisprudencia que ―el derecho de información que el art. 42 de la Constitución Nacional reconoce al
consumidor encuentra su correlato en el deber impuesto por la ley de defensa del consumidor 24.240 a los
proveedores de bienes y servicios. La finalidad perseguida por el art. 4º de la ley 24.240 consiste en buscar la
voluntad real, consciente e informada del usuario respecto de las ventajas y desventajas de los servicios que contratan
y encuentra su razón de ser en la necesidad de suministrar a aquél conocimientos de los cuales legítimamente carece,
con la finalidad de permitirle efectuar una elección racional y fundada respecto del bien o servicio que pretende
contratar. El deber de información establecido en el art. 4º de la ley 24.240 en favor de los consumidores configura un
instrumento de tutela del consentimiento, pues otorga a aquellos la posibilidad de reflexionar adecuadamente al
momento de la celebración de contrato‖. (C.N. Fed. Cont. Adm. Sala II, 4/11/1997, Diners Club Argentina S. A. c.
Secretaría de Comercio e Inversiones; RCyS, 1999-491; ED, 177-176).
65
En referencia a la ley de relaciones del consumo del Uruguay, se ha dicho que el derecho del consumidor a ser
informado adecuadamente es ―el derecho medular de la ley, pues, como vamos a ver, de treinta y nueve artículos que
e dedican a la regulación de la parte sustancial del tema, diecisiete o dieciocho aluden al derecho a la información,
constituyendo éste uno de los instrumentos esenciales de la protección del consumidor‖ (ORDOQUI CASTILLA,
Gustavo, Derecho del consumo, Ediciones del Foro, Montevideo, 2000, p.55).
66
Sostiene Ammirato que ―la decisiva gravitación del hecho de contar o no con la información debida se advierte al
tomar conciencia del número de transacciones comerciales que tienen por objeto el tráfico de productos elaborados,
cuya nota característica es ser el resultado de altas tecnologías de fabricación, que los hacen en mayor o menor
medida complejos, y que son el fruto de una gran "acumulación de conocimientos". Es por ello que suelen estar
acompañados por prospectos o instrucciones para su utilización; de lo cual deriva el peligro que entraña la ausencia,
oscuridad o eventual mala interpretación de esas instrucciones‖ (AMMIRATO, Aurelio L., ―Sobre el derecho a la
información de consumidores y usuarios‖, JA, 1998-IV-850).

31
se proporciona al usuario unas instrucciones o conocimientos mínimos para el correcto
uso‖67.
Señalamos la íntima vinculación que existe entre los derechos constitucionales
reconocidos al ciudadano-consumidor. El derecho a la información, en particular se
encuentra íntimamente ligado con los dos anteriormente desarrollados. Incide
directamente en la vida y la seguridad del consumidor – de cara a la evitación de daños,
pero también como medio de realización de otros derechos fundamentales que son
satisfechos a través de la relación de consumo -. Al mismo tiempo, la pauta puede ser
recogida por las empresas desde el punto de vista económico – pues tomando ciertas
medidas, quizás sencillas, podrán evitar daños que posteriormente se traduzcan en
pérdidas económicas -. Además, el derecho a la información se relaciona con la
protección de los intereses económicos del consumidor, pues de contar éste con las
herramientas necesarias para realizar una elección racional o inteligente podrá evitar el
dispendio de recursos hacia productos servicios que no necesita o que no son adecuados
para la satisfacción de la necesidad que motiva su elección, entre muchos otros aspectos
como el papel del estado en cuanto a la educación para el consumo, por ejemplo.
Es oportuno señalar, al menos brevemente, que muchos derechos fundamentales
– pacíficamente receptados a nivel nacional e internacional - son satisfechos mediante
una relación de consumo -entre otros medios idóneos -. Quizás el mejor ejemplo, por su
claridad, son los alimentos y su íntima relación con la salud y la seguridad. Así, el caso
de los pacientes celíacos. En 2009 se sancionó la ley 26.588 68, reglamentada en 2011,
que declara ―de interés nacional la atención médica, la investigación clínica y
epidemiológica, la capacitación profesional en la detección temprana, diagnóstico y
tratamiento de la enfermedad celíaca‖. Esta norma contiene varios artículos referidos a
la protección del consumidor en lo que respecta a obras sociales y prepagas, pero en
especial al derecho del consumidor a ser informado. A modo de ejemplo, citamos los
arts. 3, 4 y 13 en los que se propone una fuerte intervención del estado en la
manufactura de ciertos productos y un deber a los proveedores de información
cualificado, con lineamientos específicos de cómo debe informarse al consumidor. En
este sentido, podemos señalar lo desarrollado respecto a la normas que componen el
estatuto del consumidor, pues distintas normas del ordenamiento contienen derechos,

67
MACIAS CASTILLO, Agustín, LLAMAS POMBO, Eugenio (Coordinador), en Ley para la Defensa de los
Consumidores y Usuarios – Comentarios y Jurisprudencia de la Ley veinte años después, La Ley, Madrid, 2005, p.
506.
68
Cfr. http://www.infoleg.gov.ar/infolegInternet/anexos/160000-164999/162428/norma.htm

32
soluciones más beneficiosas o, como en este caso, un desarrollo legislativo del derecho
constitucional a ser informado reconocido en el art. 42 y receptado en el art. 4 de la ley
24.240. Agregamos, también, que no son sólo aquellas normas pertenecientes al derecho
privado conforman el estatuto del consumidor. El derecho del consumidor tiene una
vertiente eminentemente pública. A través de la norma vemos, un ejemplo claro de
cómo un derecho humano – la salud -, logra su efectividad mediante una relación de
consumo. Por su puesto que no es la única forma de satisfacción de los derechos
humanos, pero sí de una amplia gama de ellos o de ciertos aspectos de ellos: los que se
dan en la vida cotidiana del ciudadano o ciudadano-consumidor. Ello, nos alienta a
continuar en la disciplina dada su importancia trascendental en la vida de las personas y
su protagonismo en el proceso de un nuevo cambio social.

4. La libertad de elección

La libertad de elección del consumidor puede basarse en tres pilares básicos: el


acceso a una información completa, la inexistencia de presiones sobre el consumidor y
la existencia de alternativas en el mercado. Como vemos, la libertad de elección
también se encuentra íntimamente ligado a los derechos analizados precedentemente.
La Constitución Nacional arma un esquema de derechos básicos y principios
fundamentales. El pleno uso y goce de éstos y la efectiva protección del consumidor
perseguida por la manda, no puede alcanzarse mediante la concreción uno sólo
aisladamente considerado, pues los aspectos contemplados en el art. 42 de la
Constitución conforman un todo armónico, los derechos y principios consagrados se
encuentran interrelacionados. Por ello, difícil será su comprensión en forma acabada
mediante un análisis parcializado e individual - aunque ello tenga su beneficio a efectos
pedagógicos o expositivos -. Por el contrario, creemos que un correcto análisis e
interpretación ha de hacerse desde un punto de vista considerándolos como un todo
armónico, lo cual demandará de nuestra parte un esfuerzo intelectual adicional, que sin
dudas creemos, tiene su satisfacción.
Para garantizar lo estipulado en la ley suprema existen una serie de instrumentos
normativos principales que apuntan a ello, a saber: las normas que regulan de manera
genérica y específica el deber de información, aquellas que regulan modalidades
especiales de contratación (v.gr. ventas fuera de los establecimientos comerciales), las

33
disposiciones respecto a la publicidad, las referidas a la defensa de la competencia y la
competencia desleal. Todo ello, claro está, sin soslayar otros grupos de regulaciones.

5. Condiciones de trato equitativo y digno

Puede decirse que el denominado trato equitativo y digno es un derecho


humano, ya reconocido respecto de la persona. Es uno de los derechos ―más humanos‖
que la constitución reconoce a los consumidores. Es por ello, que no debe analizarse
sólo de la perspectiva comercial, sino también desde la óptica del respecto que el
consumidor merece como persona dentro y fuera del marco de la relación jurídica de
consumo.
Desde el prisma mercantil, la última reforma de la ley 24.240 incorpora en el
nuevo artículo 8 bis, las denominadas prácticas abusivas, calificadas como aquellas que
―coloquen a los consumidores en situaciones vergonzantes, vejatorias o intimidatorias‖,
por lo que los proveedores ―deberán garantizar condiciones de atención y trato digno y
equitativo a los consumidores y usuarios‖.
El aspecto moral de la cuestión es tratado en una sentencia reciente69 en la que se
sanciona la conducta de la empresa a partir del comportamiento de una de sus
empleadas que maltrató al cliente, sometiéndolo a pasar por una situación desagradable
en ocasión de concurrir a una oficina comercial de la compañía cuando se proponía
realizar un simple trámite. En esa ocasión se dijo que ―la filosofía que inspira al art. 42
CN se inspira en la protección del co-contratante que negocia en posición de
inferioridad. De allí que el mandato impone la obligación de dictar leyes necesarias para
desarrollar el principio de protección a los consumidores y usuarios, que se encausa a
través de la ley 24.240 y demás normas que la complementan‖, por ende, ―el mal trato
vertido por una empleada, queda captado en la previsión genérica del art. 1066 del C.C.,
que delimita el marco jurídico de lo ilícito, como toda aquello que se contrapone a los
preceptos del derecho. Tal proceder contraviene el art. 42 de la C. Nacional y en
particular, el art. 9 del Reglamento General de Clientes de los Servicios de
Comunicaciones Móviles –Resolución Sec. De Comunicaciones de la Nación N°
490/97‖. Finalmente, ―las empresas prestatarias de servicios que se vinculan al usuario
mediante contratos por adhesión a condiciones generales, también han de responder por

69
Cám. 4ª Civ. y Com. Cba.29/3/2005 ―Cuello Fernando José c/ Telecom Personal SA s/ ordinario – daños y
perjuicios – otras formas de respons. extracontractual – recurso de apelación – ‖ LL online AR/JUR/857/2005.

34
el daño que causen, sin interesar la prueba de la culpa; esto nos permite captar en la
actualidad el fenómeno de la unicidad de lo ilícito‖.
El art. 8 bis de la ley de defensa del consumidor está inspirado en el Código
Brasileño, en el que se prohíben a título enunciativo ciertas prácticas por parte del
proveedor - condicionar el suministro de producto o servicio a la provisión otro
producto o servicio, exigir al consumidor una ventaja notoriamente excesiva, transmitir
información despreciativa referente a un acto practicado por el consumidor en el
ejercicio de sus derechos, entre otras -. Creemos pertinente señalar que muchas de las
previsiones de la normativa del Brasil se encuentran insertas en el derecho argentino
dentro de la actividad específicamente regulada. Sin perjuicio de ello, el modelo local
adoptó un sistema menos casuístico y más conceptual, lo que consideramos acertado,
pues permite encuadrar situaciones futuras difíciles de prever en el momento de la
sanción de la norma70. Por las razones expuestas se prohíbe ―desplegar conductas que
coloquen a los consumidores en situaciones vergonzantes, vejatorias o intimidatorias‖,
lo que incluye sin dudas una gran cantidad de casos.
Más allá de lo dicho precedentemente, se aprecian la ley 24.240, dos
manifestaciones concretas de las prácticas que pretende evitarse. Por un lado, se ataca
una conducta usual de los proveedores, la que nos atrevemos a calificar de dudosa
constitucionalidad, basados en el principio de igualdad ante la ley, consistente en
diferenciar a los consumidores extranjeros de los locales en materia de precios,
calidades técnicas o comerciales o cualquier otro aspecto relevante sobre los bienes y
servicios que se comercialicen. Igualmente se acepta una excepción para cuando ―la
autoridad de aplicación en razones de interés general debidamente fundadas‖ lo
considere justificado. Por otra parte, el precepto refiere al supuesto de los reclamos
extrajudiciales de deudas en los que se utilizan métodos con apariencia de reclamo
judicial, lo que no solo consiste en un engaño, sino que coloca al consumidor en una
situación vergonzante e inaceptable.

IV. El rol de las autoridades y demás agentes del proceso

70
Del debate en el Senado de la Nación puede extraerse esta conclusión de los dichos del Senador Petcoff Naidenoff
quién expresaba que ―no hacemos una enumeración taxativa de cuales son las infracciones que puedan generarlas.
Más bien, dejamos a libre criterio que pueda puntualizarse que, ante alguna conducta indigna, se concrete la sanción
práctica‖ (Cámara de Senadores de la Nación, versión taquigráfica provisional de la sesión del día 19 de diciembre de
2007, p. 58)

35
Las autoridades deberán proveer a la protección de los derechos consagrados por
la Constitución Nacional, para lo ésta proporciona ciertas pautas. Sin embargo, éstas no
agotan las posibilidades. La manda constitucional delinea en forma amplia y no taxativa
los principios que deberán informar a aquellas acciones, mecanismos, programas,
políticas y herramientas tendientes a posibilitar un correcto cumplimiento del cambio
estructural que propone la Constitución en el art. 42.
Sin lugar a dudas, la Constitución encomienda al Estado la intervención en el
mercado desde una perspectiva no ya económica, sino social. El eje del sistema de
protección del consumidor es la persona humana y sus necesidades en relación al
crecimiento económico. Es un cambio de perspectiva, en la cual ya no se concibe el
crecimiento económico disociado del crecimiento humano y la justicia. Desde este
prisma podemos arriesgarnos a decir que el art. 42 de la Constitución Nacional es la
manifestación moderna de la cláusula de progreso, pues interpela a mirar nuestro
sistema actual a la luz de la persona, sujeto de derecho al servicio del cual debe estar
todo sistema creado. Y es que la trascendencia de las relaciones de consumo en la vida
social y la vulnerabilidad del ciudadano-consumidor sumado a los intereses económicos
en juego, hace que los derechos del consumidor sean hoy una cuestión de estado, se
impone verdaderamente su integración a la res pública71, atento su impacto social.
Mucho se ha avanzado en la cuestión a lo largo de estos pocos años de camino
en nuestro país. Como en todo proceso, necesariamente progresivo, es seguro que
tendremos que continuar trabajando a la espera de ver el cambio producto del esfuerzo
realizado que necesitará su tiempo para asentarse y madurar.
Los poderes del Estado, como dijimos, tienen un papel fundamental en el
cambio - en el sentido de impulsar la transformación -. Pero no es menos cierto que
también el Estado es parte del cambio. Con ello queremos decir que, como los demás
agentes sociales, requerirá de cierto tiempo en orden a aprehender como hábitos los
principios reconocidos – lo que no implica una mirada permisiva en su falta de acción,
simplemente mirada realista -. Así mismo el propio ciudadano-consumidor necesitará
tiempo en orden a tomar conciencia de sus derechos e incluir en su vida diaria nuevos
hábitos de consumo, más allá de los esfuerzos que puedan realizarse desde diferentes
ámbitos en cuanto a su educación – el propio estado, instituciones públicas y privadas,
especialmente las asociaciones de consumidores -. Lo mismo, las empresas proveedoras

71
No desde el punto de vista en la intervención en los precios - o no sólo, al menos, a través de ello – sino desde una
intervención dirigida a la protección de la persona.

36
de productos y servicios, requerirán un lapso razonable para asimilar las conductas
previstas en el ordenamiento jurídico como hábitos, como prácticas corrientes en su
sistema de producción y colocación de productos y servicios – para lo cual el contralor
del Estado será fundamental, a la vez que el trabajo de las asociaciones de defensa del
consumidor, y el propio ciudadano-consumidor debidamente educado -.
Si bien es cierto que falta mucho por hacer, es justo reconocer los avances que se
han hecho – y que a los que, seguramente, no hemos hecho suficiente justicia a lo largo
del presente trabajo –. Felizmente, a pesar de haber comenzado algo más tarde que otras
naciones, los argentinos hemos aceptado rápidamente el desafío. Se ha avanzado
muchísimo en el ámbito académico y doctrinario, legislativo, jurisprudencial y más
recientemente con implementación en sede administrativa de la atención de reclamos
individuales y solución de conflictos – cada vez más desarrollada a nivel local,
especialmente con las oficinas municipales de información al consumidor -. Así mismo,
mucho han hecho las asociaciones de consumidores, no sólo en la defensa de los
intereses de los consumidores en los organismos estatales, sino también en lo referente a
la educación del consumidor y la educación para el consumo.
Es nuestro deber observar en forma crítica nuestra realidad, pero aquello sólo
será constructivo si nos comprometemos al trabajo por el cambio. Recordando que
estamos atravesando - y conformando a la vez - las primeras etapas de un proceso
amplio y difícil. Hemos aceptado como Nación el desafío, es el momento de actuar
incansable pero pacientemente, recordando quizás las palabras elegidas por Camus para
dar comienzo a El mito de Sísifo ―no te afanes alma mía por una vida inmortal, pero
agota el ámbito de lo posible‖.

V. Hacia el futuro

Pese a que excede el objeto del presente, queremos al menos plantear


brevemente dos temas que, creemos, son eje de debates actuales y venideros y,
felizmente, serán objeto de próximos trabajos.

1. El principio precautorio, desarrollo sostenible, consumo sostenible

Como parte del cambio social en estudio puede observarse en algunas cuestiones
– comenzando por la ambiental - una tendencia hacia un cambio metodológico a fin de

37
acompañar los nuevos objetivos globales o integrales. Siendo estos objetivos integrales,
necesitarán un abordaje interdisciplinario y para ello es importante el diálogo entre las
diversas áreas del saber, no sólo desde un punto de vista teórico, sino también desde un
punto de vista activo, de la acción.
Creemos que el método científico, ampliamente aceptado y utilizado, comienza
a evidenciar cierta crisis. Y es que no es tanto porque no constituya un método válido,
sino que en algunas cuestiones comienza a evidenciarse su insuficiencia y necesidad de
complemento. El método científico, postulado como el único válido – lo que implica,
creemos, tácitamente la preeminencia de un saber sobre otro – comienza a ceder frente a
la nueva tendencia integral o integradora, lo cual consideramos coherente. Como hemos
explicado, la Constitución propone impregnar de justicia ciertos aspectos del mercado,
lo que implica la intervención del Estado y de la ciencia del derecho en ciertos
postulados del mercado y de las ciencias económicas – pues lo que se intenta corregir
mediante el derecho es justamente un desequilibrio existente en el campo de las
relaciones jurídicas generadas en el ámbito económico, desequilibrio inexistente desde
el punto de vista de la teoría económica -.
Así, en cuanto a las cuestiones ambientales, a partir de los noventa comenzó a
hablarse de ―principio precautorio‖, en el marco del debate sobre desarrollo sustentable,
lo que entendemos que significa más que ampliar el concepto de desarrollo económico,
integrarlo con el desarrollo de la persona y de su medio. En el marco de este desarrollo
sustentanble, cumple un importante papel el derecho del consumidor. La Declaración de
Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo72 en 1992 – también denominada Agenda
21 - de la Conferencia de las Naciones Unidas contiene en el número 15 de sus
principios, el de precaución: ―Con el fin de proteger el medio ambiente, los Estados
deberán aplicar ampliamente el criterio de precaución conforme a sus capacidades.
Cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta
no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces en
función de los costos para impedir la degradación del medio ambiente‖. Así mismo, el
documento propone como principio número 8 ―Para alcanzar el desarrollo sostenible y
una mejor calidad de vida para todas las personas, los Estados deberían reducir y
eliminar las modalidades de producción y consumo insostenibles y fomentar políticas
demográficas apropiadas‖.

72
Cfr. http://www.un.org/spanish/esa/sustdev/agenda21/riodeclaration.htm para acceso al texto completo de la
Declaración.

38
Exponemos, como una primera aproximación, que se ha dicho que "el principio
de precaución presupone que se han identificado los efectos potencialmente peligrosos
derivados de un fenómeno, un producto o un proceso, y que la evaluación científica no
permite determinar el riesgo con la certeza suficiente". En sintonía con ello, cuando se
persigue un elevado nivel de protección en materia de medio ambiente y de salud
humana, animal o vegetal, "en la mayoría de los casos, las medidas que permiten
alcanzar este alto nivel de protección pueden determinarse sobre una base científica
suficiente. No obstante, cuando hay motivos razonables para temer que efectos
potencialmente peligrosos puedan afectar al medio ambiente o a la salud humana,
animal o vegetal y, sin embargo, los datos disponibles no permiten una evaluación
detallada del riesgo, políticamente se ha aceptado el principio de precaución como
estrategia de los riesgos en diversos ámbitos"73.
En nuestro país el principio de precaución aparece recogido de manera expresa
en la ley general del ambiente, en donde se establece que "cuando haya peligro de daño
grave o irreversible la ausencia de información o certeza científica no deberá utilizarse
como razón para postergar la adopción de medidas eficaces, en función de los costos,
para impedir la degradación del medio ambiente"74.
Por su parte, la ley de defensa del consumidor no lo regula pero podría
insinuarlo en su texto, al establecer que "las cosas y servicios, incluidos los servicios
públicos domiciliarios, cuya utilización pueda suponer un riesgo para la salud o la
integridad física de los consumidores o usuarios, deben comercializarse observando los
mecanismos, instrucciones y normas establecidas o razonables para garantizar la
seguridad de los mismos"75. Ello, ya que de la misma forma que en el ámbito de la
Unión Europea se afirmó que "aunque en el Tratado sólo se mencione explícitamente el
principio de precaución en el terreno del medio ambiente, su ámbito de aplicación es
mucho más amplio"76. Consideramos además, que atento el principio 8 ya citado el
consumo es un aspecto importante del desarrollo sostenido y necesariamente debemos
considerar, al menos, la posibilidad de aplicación del principio precautorio al ámbito de
las relaciones de consumo. Observamos también que "un principio general del derecho,
en que se incluye el principio precautorio, tiene la ventaja de no necesitar una ley

73
Comisión de las Comunidades Europeas, "Comunicación de la Comisión sobre el recurso al principio de
precaución", Bruselas, 02.02.2000, p. 3.
74
Art. 4°, ley 25.675.
75
Art. 6°, ley 24.240.
76
Comisión de las Comunidades Europeas, cit., p. 10.

39
específica para ser aplicado preventivamente. Con los incesantes avances de la ciencia,
tal agilidad resulta importante una vez que no basta el cumplimiento de las insuficientes
leyes para evitar crecientes posibilidades de daños"77. Finalmente, consideramos que
por aplicación del principio general del derecho qui potest plus, potest minus podria
legitimarse la aplicación del principio receptado en la legislación ambiental al estatuto
del consumidor. Ello pues, si el Estado puede intervenir a fin de prevenir daños en el
ambiente, como herramienta de protección de intereses de generaciones futuras78, con
más razón podrá intervenir en a fin de prevenir daños a fin de proteger de intereses que
afectan a generaciones actuales, sujetos de derecho considerados individual o
colectivamente, existentes y amenazados hoy.
Por otra parte, el basamento constitucional nos permitiría afirmar que "las
exigencias de seguridad propias de nuestro estatuto de defensa del consumidor se
enmarcan en un régimen de daños autónomo, signado por la prevención y la superación
el rígido encuadramiento de la responsabilidad en órbitas diferenciadas (contractual y
extracontractual)79, por cuanto la obligación de seguridad "se reconoce en el contexto
más amplio de la relación de consumo, el acreedor es determinable en tanto sujeto
potencialmente afectado o expuesto a un riesgo". De esta manera el "contenido de la
obligación de seguridad, en el marco de las relaciones de consumo, constriñe al deudor
a incorporar al mercado productos o servicios seguros conforme las exigencias
normativas y a las expectativas legítimas del consumidor".
También podría sostenerse que si bien "el principio de precaución debe poder
ser aplicado al campo del derecho del consumidor y, en especial, al problema de los
riesgos del desarrollo", existirían obstáculos técnicos objetivos en función de la idea de
certeza y de causalidad adecuada que opera en la noción misma de daño, tanto en el
campo de la responsabilidad civil como en el del derecho del consumidor, "de modo que
este presupuesto esencial del derecho de daños exige una condición básica que no se
encuentra en el principio de precaución". Por ello se hace "necesario enfrentar la tarea
de la teorización de la convivencia de diferentes racionalidades dentro del campo del
derecho de daños construyendo un modelo jurídico dialógico para este ámbito; esto

77
Bestani, Adriana, "Críticas al principio precautorio, LL 2012-A, 896.
78
Como suele decirse, los derechos de tercera generación no solo protegen a las generaciones actuales sino que
prevén la protección de las futuras a través de la protección de sus recursos, sus intereses.
79
Hernández, Carlos A. y Frustragli, Sandra A., en Ley de Defensa del Consumidor, cit., p. 75.

40
permitiría la coexistencia de reglas destinadas a la reparación, otras dirigidas hacia la
prevención y las apuntadas a diseñar la precaución"80.
En lo que hace a la aplicación del principio de precaución en el terreno concreto
del derecho del consumidor, "es necesario profundizar el debate sobre los riesgos del
desarrollo, en particular, sobre la posibilidad -y las dificultades técnicas- de aplicar en el
campo del microsistema de defensa del consumidor el principio precautorio que se
encuentra receptado expresamente en la ley general del ambiente, lo cual significaría
regular el problema de los riesgos del desarrollo bajo la racionalidad del paradigma
ambiental"81. Esta falta de debate nos lleva a identificar los casos en los cuales se
dilucidan cuestiones que involucran relaciones de consumo siempre relacionados con un
problema de daño ambiental, es decir, una potencial afección a la salud a partir de
planteos ambientales, siendo fundamental la posibilidad de poder aplicar el principio de
precaución de manera autónoma. En algunas ocasiones se ha podido ver insinuaciones
del principio mediante un mandato judicial de informar al consumidor, partiendo de las
obligaciones emergentes del proveedor.
Creemos que es importante comenzar a plantear que el principio precautorio – si
bien ha sido aplicado mayormente en relación al derecho ambiental – ha sido concebido
dentro de la idea o concepto de desarrollo sustentable. Ha sido plasmado en una agenda
integral que prevé pautas para su consecución y las cuales tocan diversas áreas de un
mismo todo, un desarrollo integral y no solo económico. El desarrollo sustentable, como
un proceso u objetivo más amplio, incluye diversas áreas y aspectos. Como hemos
visto, el consumo, los hábitos de consumo y las conductas de las empresas respecto de
las relaciones que entablan con los consumidores juegan un papel fundamental en el
marco del desarrollo sustentable globalmente considerado, al igual que el derecho
ambiental. Desde esta mirada, creemos que el principio precautorio no debe
considerarse como un principio aplicable solamente al derecho ambiental, sino a
cualquier aspecto fundamental que coadyuve al logro de un desarrollo sostenido, como
proceso integral e integrado por la necesidad de protección de la persona, más aún ante
la vulnerabilidad - aún palmaria – del ciudadano-consumidor.

80
Sozzo, Gonzalo, "Estado actual de la problemática de los riesgos derivados del consumo", Revista de Derecho de
Daños, I-2009, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2009, p. 398.
81
Sozzo, Gonzalo, cit., p. 397.

41

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