Sei sulla pagina 1di 3

SEXUALIDAD

En la experiencia y en la teoría psicoanalíticas, la palabra sexualidad no designa solamente las


actividades y el placer dependientes del funcionamiento del aparato genital, sino toda una serie
de excitaciones y de actividades, existentes desde la infancia, que producen un placer que no
puede reducirse a la satisfacción de una necesidad fisiológica fundamental (respiración, hambre,
función excretora, etc.) y que se encuentran también a título de componentes en la forma
llamada normal del amor sexual.
Como es sabido, el psicoanálisis atribuye una gran importancia a la sexualidad en el desarrollo y
la vida psíquica del ser humano. Pero esta tesis sólo se comprende si se tiene presente la
transformación aportada al mismo tiempo al concepto de sexualidad. No pretendemos establecer
aquí cuál es la función de la sexualidad en la aprehensión psicoanalítica del hombre, sino
únicamente precisar, en cuanto a su extensión y a su comprensión, el empleo que efectúan los
psicoanalistas del concepto de sexualidad. Si se parte del punto de vista corriente que define la
sexualidad como un instinto*, es decir, como un comportamiento preformado, característico de
la especie, con un objeto* (compañero del sexo opuesto) y un fin* (unión de los órganos
genitales en el coito) relativamente fijos, se aprecia que sólo muy imperfectamente explica los
hechos aportados tanto por la observación directa como por el análisis.
A) En extensión. J.° La existencia y la frecuencia de las perversiones sexuales, cuyo inventario
emprendieron algunos psicopatólogos de finales del siglo xix (Kraft Ebbing, Havelock Ellis),
muestran que existen grandes variaciones en cuanto a la elección del objeto sexual y en cuanto
al modo de actividad utilizado para lograr la satisfacción.
2.° Freud establece la existencia de numerosos grados de transición entre la sexualidad perversa
y la sexualidad llamada normal: aparición de perversiones temporales cuando resulta imposible
la satisfacción habitual, presencia, en forma de actividades que preparan y acompañan el coito
(placer preliminar), de comportamientos que se encuentran en las perversiones, ya sea en
sustitución del coito, ya sea como condición indispensable de la satisfacción.
3.° El psicoanálisis de las neurosis muestra que los síntomas constituyen realizaciones de deseos
sexuales que se efectúan en forma desplazada, modificadas por compromiso con la defensa, etc.
Por otra parte, detrás de un determinado síntoma se encuentran a menudo deseos sexuales
perversos.
4.° Pero, sobre todo, lo que ha ampliado el campo de lo que los psicoanalistas llaman sexual, es
la existencia de una sexualidad infantil, que Freud ve actuar desde el comienzo de la vida. Al
hablar de sexualidad infantil se pretende reconocer, no sólo la existencia de excitaciones o de
necesidades genitales precoces, sino también de actividades pertenecientes a las actividades
perversas del adulto, en la medida en que hacen intervenir zonas corporales (zonas erógenas*)
que no son sólo genitales, y también por el hecho de que buscan el placer (por ejemplo, succión
del pulgar) independientemente del ejercicio de una función biológica (como la nutrición). En
este sentido los psicoanalistas hablan de sexualidad oral, anal, etc.
B) En comprensión. Esta ampliación del campo de la sexualidad condujo inevitablemente a
Freud a intentar determinar los criterios de lo que sería específicamente sexual en estas diversas
actividades. Una vez señalado que lo sexual no puede reducirse a lo genital* (de igual forma
como el psiquismo no es reductible a lo consciente), ¿qué es lo que permite al psicoanálisis
atribuir un carácter sexual a procesos en los que falta lo genital? El problema se plantea
fundamentalmente para la sexualidad infantil, ya que, en el caso de las perversiones del adulto,
la excitación genital se halla generalmente presente.
Este problema fue directamente abordado por Freud, en especial en los capítulos XX y XXI de
las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einführung in die
Psychoanalyse, 1915-1917), en los que se plantea a sí mismo la objeción siguiente: «¿Por qué
os obstináis en denominar ya sexualidad estas manifestaciones infantiles que vosotros mismos
consideráis como indefinibles y a partir de las cuales se constituirá más tarde lo sexual? ¿Por
qué no decís, contentándoos con la simple descripción fisiológica, que se observan ya en el
lactante actividades que, como el chupeteo y la retención de los excrementos, nos muestran que
el niño busca el placer de órgano* [Organlust]?» (1 a).
Aunque no pretende dar una respuesta total y definitiva a estas preguntas,
Freud anticipa el argumento clínico según el cual el análisis de los síntomas en el adulto nos
conduce a estas actividades infantiles generadoras de placer, y ello por intermedio de un
material indiscutiblemente sexual (Ib). Postular que las propias actividades infantiles son
sexuales supone avanzar un paso más: para Freud, lo que se encuentra al final de un desarrollo
que podemos reconstruir paso a paso debe encontrarse, por lo menos en germen, desde el
principio. No obstante, reconoce finalmente que «[...] no disponemos todavía de un signo
universalmente reconocido y que permita afirmar con certeza la naturaleza sexual de un
proceso» (le).
Con frecuencia Freud manifiesta que tal criterio se debería encontrar en el campo de la
bioquímica. En psicoanálisis, todo lo que puede decirse es que existe una energía sexual o
libido, de la cual la clínica no nos da la definición, pero nos muestra su evolución y sus
transformaciones.
Como puede verse, la reflexión freudiana parece apoyarse en una doble aporía, que por una
parte se refiere a la esencia de la sexualidad (acerca de la cual la última palabra se deja a una
hipotética definición bioquímica) y, por otra, a su génesis, contentándose Freud con postular
que la sexualidad existe virtualmente desde un principio.
Esta dificultad es más manifiesta tratándose de la sexualidad infantil; pero también en ésta
pueden encontrarse indicaciones en cuanto a su solución. 1.a Ya a nivel de la descripción casi
fisiológica del comportamiento sexual infantil, Freud mostró que la pulsión sexual se separa a
partir del funcionamiento de los grandes aparatos que aseguran la conservación del organismo.
En un primer tiempo, sólo se le puede apreciar como un suplemento de placer aportado
marginalmente en la realización de la función (placer logrado con la succión, aparte de la
satisfacción del hambre). Sólo en un segundo tiempo este placer marginal será buscado por sí
mismo, aparte de toda necesidad de alimentación, independientemente de todo placer funcional,
sin objeto exterior y de forma puramente local a nivel de una zona erógena.
Apoyo*, zona erógena* y autoerotismo* constituyen para Freud las tres características,
íntimamente ligadas entre sí, que definen la sexualidad infantil (2).
Como puede verse, cuando Freud intenta determinar el momento de aparición de la pulsión
sexual, ésta adquiere el aspecto de una perversión del instinto, en la que se han perdido el objeto
específico y la finalidad orgánicas. 2.a Dentro de una perspectiva temporal bastante distinta,
Freud insistió repetidas veces en la noción de posterioridad: experiencias precoces relativamente
indeterminadas adquieren, en virtud de nuevas experiencias, una significación que no poseían
originalmente. ¿Podría decirse, en último extremo, que las experiencias infantiles, como, por
ejemplo, la de la succión, son al principio no-sexuales y que su carácter sexual les es atribuido
secundariamente, una vez ha aparecido la actividad genital? Tal conclusión parece invalidar, en
la medida en que subraya la importancia de lo que hay de retroactivo en la constitución de la
sexualidad, lo que decíamos más arriba acerca de la emergencia de ésta y a fortiori la
perspectiva genética según la cual lo sexual se encuentra ya implícitamente presente desde el
origen del desarrollo psicobiológico.
En esto estriba precisamente una de las grandes dificultades de la teoría freudiana de la
sexualidad; ésta, en la medida en que no constituye un dispositivo ya estructurado previamente,
sino que se va estableciendo a lo largo de la historia individual cambiando de aparatos y de
fines, no puede comprenderse en el plano de la mera génesis biológica, pero, inversamente, los
hechos indican que la sexualidad infantil no representa una ilusión retroactiva.
3.a A nuestro modo de ver, una solución a esta dificultad podría buscarse en el concepto de
fantasías originarias*, que en cierto sentido viene a equilibrar el de posterioridad. Ya es sabido
que Freud, bajo el nombre de fantasías originarias, designa, apelando a la «explicación filo-
genética», ciertas fantasías (escena originaria, castración, seducción) que pueden encontrarse en
todo individuo y que informan la sexualidad humana. Ésta no se explicaría por la simple
maduración endógena de la pulsión: se constituiría en el seno de estructuras intersubjetivas que
preexisten a su emergencia en el individuo.
La fantasía de la «escena originaria» puede relacionarse electivamente, por su contenido, por las
significaciones corporales que encierra, con una determinada fase libidinal (anal-sádica), pero
en su misma estructura (representación y solución del enigma de la concepción), no se explica,
según Freud, por la simple reunión de indicios proporcionados por la observación; constituye
una variante de un «esquema» que está ya allí para el sujeto. En otro nivel estructural, otro tanto
podría decirse del complejo de Edipo, que se define como algo que preside la relación triangular
del niño con sus padres. A este respecto resulta significativo que los psicoanalistas que más se
han dedicado a describir el juego de las fantasías inmanentes a la sexualidad infantil (escuela
kleiniana) hayan visto intervenir muy precozmente en él la estructura edípica.
4.a La reserva de Freud respecto a una concepción puramente genética y endógena de la
sexualidad se pone de manifiesto también en el papel que sigue atribuyendo a la seducción, una
vez reconocida la existencia de una sexualidad infantil {véase el desarrollo de esta idea en el
comentario del artículo:
Seducción).
5.a La sexualidad infantil, ligada, por lo menos en sus orígenes, a las necesidades
tradicionalmente designadas como instintos, y a la vez independiente de ellas; endógena, por
cuanto sigue una línea de desarrollo y pasa por diferentes etapas, y a la vez exógena, ya que
irrumpe en el sujeto desde el mundo adulto (debiendo el sujeto situarse desde el comienzo en el
universo fantasmático de los padres y recibiendo de éstos, en forma más o menos velada,
incitaciones sexuales), la sexualidad infantil resulta difícil de captar también por el hecho de que
no es susceptible de una explicación reductora que haga de ella un funcionamiento fisiológico,
ni de una interpretación «elevada», según la cual lo que Freud describió con el nombre de
sexualidad infantil serían los avatares de la relación de amor. Allí donde Freud la encuentra, en
psicoanálisis, es siempre en forma de deseo*: éste, a diferencia del amor, depende siempre
estrechamente de un soporte corporal determinado y, a diferencia de la necesidad, hace
depender la satisfacción de condiciones fantaseadas que determinan estrictamente la elección
del objeto y el ordenamiento de la actividad.

Potrebbero piacerti anche