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Redes de Conversaciones Patriarcales y Matrísticas

A partir del acercamiento a la cultura como una red de conversaciones, cabe decir
que el conflicto básico que viven los seres humanos es el resultado de la oposición
sin fin de dos redes de conversaciones. Estas redes de conversaciones han
configurado las denominadas: cultura matrística, caracterizado por la solidaridad,
el consenso y la cooperación; y la cultura patriarcal, caracterizado por la
imposición, el autoritarismo, la apropiación, la competencia y la guerra.

Desde un recorrido histórico autores como Maturana y Eisler mantienen que


aunque la cultura matrística1 se constituyó primeramente como una manera de ser
en los comienzos de la humanidad y permitió el desarrollo de lo humano, la cultura
patriarcal, por diversas razones, se fue consolidando hasta convertirse en un
modo de vida y en unas prácticas aceptadas por todos, dejando en la penumbra a
la cultura matrística2 (Ver Anexo 2. Historia de las Culturas Matrística y Patriarcal).

A propósito de lo anterior dice Pérez3 que la cultura que vivimos en occidente es la


cultura patriarcal, caracterizada por una red de conversaciones y un emocionar de
negación del otro que posibilita la apropiación de bienes excluyendo a otros de su
posesión y usufructo; que genera relaciones de poder y obediencia y no de
cooperación como forma consuetudinaria de relación entre las personas; que
construye la vida como una continua competencia por la dominación y el control
sobre el mundo y sobre los otros, en una permanente desconfianza; que no acepta

1
Podemos imaginarnos una cultura matrística en la que el respeto mutuo debió ser el modo
cotidiano de vida, sin competencias, en la cual coexistían múltiples tareas en el convivir diario
dentro de una red armónica de relaciones, asumiendo un pensamiento sistémico de conexiones y
redes entre lo humano y lo natural. Se vivía en la responsabilidad, en la conciencia de la
pertenencia a un mundo natural, se era consciente de las consecuencias de las propias acciones y
se aceptaban sus consecuencias. El sexo y el cuerpo eran aspectos naturales de la vida, se
asumían como fuentes de placer, sensualidad y ternura, ya que formaban parte de la armonía total
de la naturaleza; las conversaciones entre sus miembros debieron ser de participación, inclusión,
colaboración, comprensión, acuerdo, respeto y conspiración.
2
Léase MATURANA, Humberto y VERDEN ZOLLER, Gerda. Amor y juego. Fundamentos
olvidados de lo humano. Santiago de Chile: Instituto de Terapia Cognitiva, 1994 y EISLER, Riane.
El Cáliz y la Espada. Nuestra Historia, nuestro futuro. España: Cuatro Vientos, 1991.
3
PÉREZ, Teodoro. Cultura, Vida Cotidiana y Lenguaje, op.cit.
los desacuerdos ni la concertación, sino que confronta las diferencias y las
convierte en conflictos, resolviéndolos mediante el uso de la fuerza para el
sometimiento del más débil; que asume al lucro como la ética del mundo
económico; y que en general mantiene a la agresión como visión del mundo,
postulando como el máximo desarrollo social posible la paz como el estado de no
guerra, y la tolerancia como una estrategia para diferir en el tiempo la supresión o
el cambio del otro y no la convivencia armónica en la aceptación plural de las
diferencias y del otro como distinto pero igual a nosotros en su derecho a la
existencia y al desarrollo humano desde su propia perspectiva y en la co -
construcción de un proyecto común de nación. Esta cultura patriarcal es la cultura
que portan los adultos como resultado de su propio proceso de socialización y es
la cultura en la que a su vez socializan a los niños con quienes conviven.

Siguiendo a Humberto Maturana, la cultura patriarcal es una red de


conversaciones caracterizada por coordinaciones de acciones y emociones que
hacen la vida cotidiana una coexistencia en la que se valora la guerra y la
apropiación de recursos; se encuentra inmersa dentro de un sistema de
dominación en el que se aceptan las jerarquías y se valoran el crecimiento, la
procreación y el progreso tecnológico que permiten dominar y someter la
naturaleza.

En este tipo de cultura predomina la desconfianza, se vive en sistemas de


apropiación y en jerarquías de superioridad e inferioridad, de poder y debilidad o
sumisión; se tratan los desacuerdos como disputas y los argumentos son
convertidos en armas. Además en el contexto de la cultura patriarcal, se describen
las relaciones armónicas como pacíficas, es decir, como la ausencia de la guerra,
como si la guerra fuera una actividad humana fundamental.

A pesar que la cultura patriarcal ha sido predominante, la cultura matrística no fue


totalmente destruida, permaneció oculta entre las relaciones de mujeres y
sumergida en la intimidad de las interacciones madre- hijo. Por lo tanto, la
existencia de elementos culturales propios de la cultura patriarcal y de la cultura
matrística, en las relaciones y experiencias del vivir que suceden en la vida
cotidiana, se evidencian en que en unos espacios y momentos determinados uno
se mueve de cierta forma y en otros de manera diferente. Es decir, una persona se
mueve en dos tipos de emocionar en los que no es absolutamente bondadoso ni
absolutamente egoísta.

En el sentido anterior, el ser humano es un ser contradictorio que desea participar,


cooperar, ser solidario, vivir democráticamente, ser equitativo, concertar, vivir en la
igualdad, en el pluralismo, en la amistad, en la armonía, en la ternura, en la
aceptación del otro, en la libertad, en el respeto, en el cambio ... pero se comporta
en la exclusión, la competencia, la insensibilidad, el autoritarismo, la apropiación,
la decisión, la hegemonía, la discriminación, el control, el poder, la desconfianza,
la agresión, la sumisión, el sometimiento, la actitud conservadora...

Esta permanente confrontación que viven tanto hombres como mujeres entre el
emocionar matrístico adquirido en la relación materno filial de la infancia y el
emocionar patriarcal aprendido también en la familia y la vida pública de la
adolescencia y la adultez, hace a los seres humanos sentirse contradictorios y
ambivalentes.

La contradicción señalada es la expresión básica del conflicto entre dos redes de


conversaciones propias de la cultura patriarcal y matrística. Maturana señala que
“las mujeres mantienen una tradición matrística fundamental en sus relaciones
mutuas y en sus relaciones con sus hijos. El respeto y aceptación mutuos en el
respeto por sí mismo, la preocupación por el bienestar del otro y el apoyo mutuo,
la colaboración y el compartir, son las acciones que guían fundamentalmente sus
relaciones. Aún así, los niños, hombres y mujeres, deben hacerse patriarcales en
la vida adulta, cada uno según su género. Los niños deben hacerse competitivos y
autoritarios, las niñas deben hacerse serviciales y sumisas. Los niños viven una
vida de continuas exigencias que niegan la aceptación y respeto por el otro
propios de su infancia; las niñas viven una vida que continuamente las presiona
para que se sumerjan en la sumisión que niega el autorespeto y dignidad personal
que adquirieron en su infancia. La adolescencia y sus conflictos corresponden a
esta transición. Los conflictos de la adolescencia no son un aspecto propio de la
psicología del crecimiento, sino que surgen en el niño o niña que enfrenta una
transición en la que tiene que adoptar un modo de vida que niega en él o ella todo
el vivir que aprendió a querer y desear en la relación materno infantil y en las
relaciones matrísticas de la infancia, y que tiene que ver con los fundamentos de
su biología”4.

Por eso el decurso que la humanidad siga es el que tracen los niños. Son los
niños y el vivir que ellos tengan lo que se mantendrá cuando sean adultos. Y los
adultos de hoy serán los artífices de la atmósfera en la cual se van a criar estos
niños y que conservarán transgeneracionalmente la aceptación o el rechazo por la
convivencia en el respeto y la aceptación del otro.
Las emociones: disposiciones corporales para la acción

Tradicionalmente en la cultura Occidental, la razón ha ocupado una posición


central en la explicación de los comportamientos humanos, lo cual ha impedido ver
que son precisamente las emociones las que definen el dominio de acciones en
que los seres humanos se mueven. Como Humberto Maturana plantea: “Decir que
la razón caracteriza a lo humano es una anteojera, y lo es porque nos deja ciegos
frente a la emoción que queda desvalorizada como algo animal o como algo que
niega lo racional. Es decir, al declararnos seres racionales vivimos en una cultura
que desvaloriza las emociones, y no vemos el entrelazamiento cotidiano entre
razón y emoción que constituye nuestro vivir humano, y no nos damos cuenta de
que todo sistema racional tiene un fundamento emocional”5.

Haciendo referencia al hecho de que tradicionalmente la razón ha ocupado una

4
MATURANA y VERDEN ZOLLER, op.cit, p.51.
5
MATURANA, Emociones y lenguaje en educación y política, op.cit, p.15.
posición privilegiada sobre las emociones, Maturana explica que "es por ello que
cuando nos encontramos en una conversación supuestamente racional, se
pueden producir dos tipos de discrepancias que se diferencian por las clases de
emociones que surgen de ellas, pero que usualmente no distinguimos porque nos
parecen modos de reaccionar ante un error lógico. Estas puedan ser
discrepancias lógicas o ideológicas"6.

Maturana diferencia las discrepancias lógicas de las ideológicas, las lógicas son
aquellas que surgen cuando los participantes en una conversación cometen un
error en la aplicación de las coherencias operacionales que definen al dominio
racional en que esta se da, mientras las discrepancias ideológicas son las que
surgen cuando los participantes en una conversación arguyen desde distintos
dominios racionales, pero actúan como si estuviesen en el mismo. A la
discrepancia lógica se le suele dar un tratamiento de intrascendente, mientras que
las discrepancias ideológicas son vividas como amenazas a su existencia, por lo
que se acusa al otro de ceguera o testarudez. Además, los individuos en una
conversación tratan a estas discrepancias ideológicas como si surgieran de
errores lógicos, y no ven que lo que ocurre es que están en dominios racionales
distintos y que sus diferencias se deben a que han partido de premisas diferentes.
No ven que están frente a una distinta postura ante el mundo, y creen que se trata
de un error en la aplicación de la "lógica"7.

Al tener claro la diferencia entre discrepancias lógicas e ideológicas, se hace


evidente que las emociones definen tanto el dominio de acciones en que un ser
humano se puede mover, como también la lógica de los raciocinios que los seres
humanos hacen para argumentar o para validar lo que escuchan. Por eso, la
argumentación racional que un individuo enuncia en cierta ocasión, por muy
contundente y persuasiva que sea, no convence a los demás porque, como
Maturana explica, "todo sistema racional se funda en premisas o nociones

6
Ibid., p.48.
7
Ibid., pp. 16 – 17.
fundamentales que uno acepta como puntos de partida porque quiere hacerlo y
con las cuales opera en su construcción"8. Es decir, todo sistema racional se erige
a partir de premisas básicas que han sido aceptadas apriorísticamente desde una
determinada emoción que le subyace.

Generalmente, cuando se habla de emociones se refiere a ellas como sinónimos


de sentimientos. Sin embargo, Maturana sostiene "las emociones no son lo que
corrientemente llamamos sentimientos. Desde el punto de vista biológico lo que
connotamos cuando hablamos de emociones son disposiciones corporales
dinámicas que definen los distintos dominios de acción en que nos movemos.
Cuando uno cambia de emoción, cambia de dominios de acción. En verdad, todos
sabemos esto en la praxis de la vida cotidiana, pero lo negamos, porque insistimos
en que lo que define nuestras conductas como humanas es su ser racional. Al
mismo tiempo, todos sabemos que cuando estamos en una cierta emoción hay
cosas que podemos hacer y cosas que no podemos hacer, y que aceptamos como
válidos ciertos argumentos que no aceptaríamos bajo otra emoción"9.

En ese sentido, toda vida animal y humana ocurre bajo un flujo continuo de
emociones que modifica los dominios de acciones en los cuales los organismos se
mueven y operan, de un modo que es contingente al curso de sus interacciones.
Ahora bien, en los seres humanos el emocionar es mayormente consensual, y
sigue un curso entrelazado con el lenguajeo – es decir, la interacción entre
emoción y lenguaje – en su historia de interacciones con otros seres humanos10.

Se puede distinguir dos tipos de emociones: heredadas y aprendidas. Las


emociones heredadas, por ejemplo el miedo, ira, alegría, sorpresa, asco y tristeza
son innatas o básicas11, y no aprendidas. Lo que sí los seres humanos aprenden
en su cultura es cómo se presentan y cómo reaccionan con estas emociones ante

8
Ibid., p.16.
9
Ibid., p.14.
10
MATURANA, La objetividad: Un argumento para obligar, op.cit.
11
PALMERO, F; FERNANDEZ-ABASCAL, E; MARTÍNEZ, F Y CHÓLIZ, M. Psicología de la
Motivación y la Emoción. Madrid: Mc Graw Hill, 2002.
determinados acontecimientos. Además, aprenden cuándo expresar y cuándo
inhibir estas emociones ante determinados acontecimientos, y han desarrollado
una habilidad para controlar la expresión de ellas, aunque lo que sienten no lo
pueden controlar.

También, muchas de las emociones en los seres humanos tienen su origen en el


lenguaje y son aprendidas por medio de la cultura. Por ejemplo, las emociones
que surgen en el lenguaje incluyen la culpa, la vergüenza, el orgullo, el
enamoramiento, los celos, la envidia, la empatía, el aburrimiento, la compasión, la
confianza, la avaricia, etc. En relación al aburrimiento, la cultura patriarcal enseña
a los seres humanos al no estar consigo mismos sino buscar el sentido de la vida
en la enajenación, y por eso viven en la expectativa de que lo que les hace felices
está afuera de ellos. También aprenden la emoción que les hace querer tener
cosas, que en sus diversos grados es avaricia, la cual genera dominio y control; de
hecho, existen culturas indígenas que nunca aprendieron esta emoción. Y
finalmente, cuando las emociones se van generalizando, hacen que sobre ellas se
establezcan filosofías y teorías que las van legitimando, de tal manera que cuando
los niños crezcan y se conviertan en adultos, esa manera de vivir, que es cultural y
aprendida, se vea como lo espontáneo y natural.

Dado que el vivir humano se da en el conversar, el emocionar le sucede a uno en


el fluir de esa interacción, lo cual tiene una consecuencia fundamental: “Si cambia
el conversar cambia el emocionar, y si cambia el emocionar cambia el conversar,
en un continuum que sigue el curso del emocionar aprendido en la cultura que uno
vive”12. Por lo tanto, para poder entender las acciones humanas no se tiene que
mirar el movimiento o acto como una operación particular, sino a la emoción que lo
posibilita. Por ejemplo, un choque entre dos personas será vivido como agresión o
accidente según la emoción en la que se encuentran los participantes, porque no
es el encuentro lo que define lo que ocurre sino la emoción que lo constituye como
acto.

12
MATURANA, Emociones y lenguaje en educación y política, op. cit., p.25.
Además, Maturana sostiene que, a diferencia de lo que se ha pensado hasta
ahora acerca de que la historia de la humanidad ha seguido un curso determinado
por las ideas, los valores, los símbolos, los recursos naturales o las oportunidades
materiales, ya previamente ha surgido un emocionar particular que los ha hecho
posibles. Ha sido la dinámica emocional, y más específicamente los deseos e
intereses de los actores sociales, lo que ha trazado el sendero epigénico de la
historia humana.13

De esta manera, se ve la necesidad de replantear el lugar y la importancia que las


emociones tienen en el vivir y el convivir humano, y de reconocer que lo humano
no se constituye exclusivamente desde lo racional. Por ejemplo, cuando a una
persona le preguntan ¿Qué le está pasando?, esto es un interrogante dirigido a
mirar el propio emocionar y no exclusivamente el razonar. Cuando se acepta la
presencia de la emoción y se amplía la reflexión sobre ella, se da cuenta de que el
vivir humano está estrechamente ligado al fluir de las emociones. Sin embargo,
por tradición los seres humanos tienen miedo de las emociones porque las
consideran rupturas de la razón y quieren controlarlas, pues han aprendido en su
cultura racionalista que las emociones ciegan la razón.

13
Ibid.

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