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San Buenaventura
cali
El psicoanálisis,
el amor y la guerra
Memorias del II Seminario
Latinoamericano de Psicoanálisis
Autores
Jean Allouch, Héctor Gallo, Eduardo Moncayo Q.,
Manuel A. Moreno, John James Gómez G., Javier Navarro,
Johnny J. Orejuela, Andrea Ocampo, Vanessa Salazar,
Aldemar Perdomo, Nataly Escobar y Ricardo Gutiérrez
Compiladores
Johnny Javier Orejuela, Vanessa Salazar Durán,
Carolina Martínez, Lina Fernanda Zúñiga y Hoover Cardona
2009
Universidad de San Buenaventura Cali
Editorial Bonaventuriana
Título: El psicoanálisis, el amor y la guerra.
Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
ISBN: 978-958-8436-17-3
Rector
Fray Álvaro Cepeda van Houten, OFM
Secretario general
Fray Hernando Arias Rodríguez, OFM
Director académico
Juan Carlos Flórez Buriticá
Director Administrativo y Financiero
Félix Remigio Rodríguez Ballesteros
Coordinador de la Editorial Bonaventuriana:
Claudio Valencia Estrada
e-mail: clave@usbcali.edu.co
Diseño y diagramación: Edward Carvajal A.
© Universidad de San Buenaventura Cali
Impresión: Feriva S.A.
Universidad de San Buenaventura Cali
La Umbría, carretera a Pance
A.A. 25162
PBX: (572)318 22 00 – (572)488 22 22
Fax: (572)488 22 31/92
www.usbcali.edu.co • e-mail: editor@usbcali.edu.co
Cali - Colombia, Sur América
Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente por ningún medio sin autorización escrita
de la Universidad de San Buenaventura Cali.
Cali, Colombia
Diciembre de 2009
Contenido
Presentación.................................................................................................................. 5
II PARTE: CONFERENCIAS.................................................................................... 47
Subjetividad, amor y guerra........................................................................................ 49
I parte.................................................................................................................... 49
II parte................................................................................................................... 58
El psicoanálisis, el amor y la guerra............................................................................. 81
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Algunas reflexiones desde el psicoanálisis acerca de la guerra................................. 111
Referencias.......................................................................................................... 115
El Estado, el sujeto y la otra satisfacción.................................................................. 117
Ciudad y “violencia incitada por el Estado”....................................................... 118
El sujeto, la guerra y la otra satisfacción............................................................. 123
Referencias.......................................................................................................... 127
Segundo conversatorio. Una aproximación psicoanalítica
al amor en tres actos: Freud, Lacan y Allouch......................................................... 128
Algunos argumentos sobre el amor Lacan en Jean Allouch (Resumen ad hoc)...... 129
Spring.................................................................................................................. 131
Militiae species amor est (El amor es una especie de guerra).................132
Referencias..............................................................................................134
Primer acto: el amor en Freud.................................................................................. 137
El Edipo como matriz determinante del amor ................................................... 138
La veta narcisística del amor............................................................................... 140
Referencias.......................................................................................................... 143
Segundo acto: el amor en Lacan............................................................................... 145
Lo eslóganes de Lacan sobre el amor ................................................................. 146
“No hay relación sexual”..................................................................................... 147
“El amor es la respuesta a la no relación sexual”................................................ 148
“Amar es querer dar, lo que uno no tiene, a quien no lo quiere” ....................... 148
“La mujer para un hombre es un síntoma” ........................................................ 149
“Un hombre para una mujer es más bien un estrago”......................................... 151
Referencias.......................................................................................................... 152
Tercer acto: el amor Lacan de Jean Allouch ........................................................... 155
Referencias.......................................................................................................... 160
4
Presentación
Hay una sucesión de personajes que, uno tras otro, vienen a decir
lo que es amor. Este es el Simposio más famoso de toda la historia;
en segundo lugar, seguramente, el simposio del campo freudiano.
J. A. Miller, 1988.
Y ese es el campo de las relaciones eróticas. Con frecuencia se ha notado, y con toda razón, que
el amor entre los sexos es la eterna lucha, la atávica enemistad de los sexos, y si ello se aplica
a los casos individuales se evidencia como cierto que en el amor se juntan dos partes extrañas,
dos contrarios, dos mundos entre los cuales nunca hay ni podrá haber aquellos puentes que nos
conectan con lo conocido, semejante y familiar…
Lou Andreas-Salomé (1998), El Erotismo.
Empecemos por decirlo así, sin más: El amor es una experiencia. Definirlo de esta
manera implica colocarle desde un principio la impronta inequívoca de singulari-
dad, de aquello que resulta irrepetible. Esta es su naturaleza y quizás la razón por la
cual es siempre problemático definirlo, construir una teoría sobre él. El amor como
experiencia humana ha sido objeto de reflexión desde la filosofía antigua hasta el
actual debate en ciencias sociales contemporáneas como la antropología, la histo-
ria, la sociología, la psicología, el psicoanálisis, e igualmente en Oriente (tradición
tántrica, taoísta, hinduista, etc.) tanto como en Occidente, el simposio más famoso
de toda la historia, dice el primer epígrafe, de Miller. El amor podría considerarse
una experiencia esencialmente humana y tan singular como la risa, esa expresión
que solo podemos articular los seres de lenguaje. Así pues, es vasto todo lo que
se ha dicho sobre el amor. Jean Allouch lo ha puesto de manifiesto trayéndonos a
colación las diferentes adjetivaciones del amor como intentos de capturar lo que
resulta esencial en él; y aun así el amor sigue resuelto a ser esquivo. El amor Pascal,
ese del que nos habla como el amor representación; el amor romántico, el amor
caballeresco, el amor platónico e incluso el amor Lacan no son sino intentos por
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Estos eslóganes, que como tales son populares en el país psicoanalítico lacaniano:
“no hay relación sexual”, “el amor es la respuesta a la no relación sexual”, “amar
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Presentación
es dar a otro lo que uno no tiene y el otro no quiere”, entre otros, alineados con
la dimensión narcisista del amor puesta de manifiesto por Freud, el reconocimien-
to a la dimensión sexual del deseo como nuclear en la experiencia amorosa, así
como el conjunto de impases que se presentan en la relación con el partenaire y
que Freud reconoció como una degradación, como un tabú y como una particular
elección de objeto, en el que puso de manifiesto lo real del amor, en particular
para el hombre en su momento, por heredar del Edipo un clivaje en relación
con el objeto entre ternura y deseo sexual que selló bajo el título Contribuciones
a una Psicología del Amor (1912/18) y que Miller interpreta como una búsqueda
freudiana en clave levistroussiana, es decir, Freud cual antropólogo estructuralista
intentando establecer “las reglas sociales de la elección del partenaire y presentadas
de una forma eminentemente lógica”, esto es, “las estructuras elementales de las
relaciones amorosas, entre partenaires síntoma”; todo lo anterior, en su conjunto,
es el particular aporte del psicoanálisis a la comprensión de la experiencia amorosa
y ha dado lugar a considerar que el psicoanálisis sí ha inventado, un nuevo amor:
el “amor de transferencia”.
Por otra parte, con Soler se puede interpretar la relación del amor y el dolor re-
sultante de la castración y la división subjetiva como hechos de experiencia, en el
sentido de lo que es imposible evitar, a saber: la imposibilidad de la relación sexual,
la irreductibilidad del amor, el deseo y el goce (Torres, M., 2009), tal y como lo indica
el segundo epígrafe, y que pone la experiencia del amor en una relación, digamos,
“topológica” –de proximidad, vecindad y límite– con el dolor, así como con el odio;
se puede decir también, como experiencia paradojal, en el sentido de la tensión
existente entre dos términos: amor y dolor, amor y odio (odioenamoramiento), entre
pulsión de vida y pulsión de muerte. Ahora bien, debemos también comprender con
Soler que “el psicoanálisis trata la división del sujeto y comprende que la neurosis
es ya una manera de tratar con esa división por parte del sujeto, es una manera de
arreglárselas con la Spaltung, una manera de responder a esto. No se debe confundir
neurosis con división, del mismo modo que no se pude confundir ‘no hay relación
sexual’ con la ‘degradación de la vida sexual’” (Soler, 2007). Esto es, se pueden
comprender los textos de Contribuciones no como un particular malfuncionamiento
del hombre en el amor, como una deficiencia, enfermedad o patología, sino como la
forma neurótica de lidiar del hombre con el clivaje del objeto. No es enfermedad,
es solución. He aquí una interpretación otra.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
para definir algo”. Se trata, por el contrario, de una empresa subversiva frente a los
ideales de bienestar, libertad y de complementariedad como absolutos.
¿No hay nada de bueno en la guerra?, ¿no hay nada de positivo en ella?, ¿la guerra
es la pura experiencia del goce, de la pulsión de muerte?; o por el contrario la gue-
rra, por mínimo que sea, por parcial o por sesgado que aparezca para algunos, ¿no
representaría también la pulsión de vida, aunque sea en el ejercicio de la defensa
(legítima a veces) ante los ataques de un enemigo real o potencial, efectivo o fan-
tasmatizado? Estas inquietudes rondaron el auditorio y fueron presentadas a nuestro
invitado, el doctor Héctor Gallo, quien respondió sin dudar: “Personalmente no veo
nada de positivo en la guerra”, dado que “el único límite de la guerra y su principal
obra es la muerte”. Creo que no hay nada más que agregar.
Pero el calificar tanto el amor como la guerra como experiencias humanas que
definen su condición evidencia lo paradójico: la guerra nos horroriza; pero además
“no ha habido un solo día en que en alguna parte del mundo no se esté en guerra”
(Bhagwan S. Rajneesh, 1990). Afortunadamente, por el amor hemos exaltado
la vida y engrandecido la cultura la mayoría de las veces, aunque también en su
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Presentación
nombre (que no es lo mismo que por él) hemos desatado guerras en otras tantas
oportunidades. El amor tiene la potencia sublimatoria de engrandecer la existen-
cia, mientras que por la guerra hemos emprendido las empresas más frenéticas
e irracionales (tenemos el potencial nuclear suficiente para acabar con nuestro
planeta por lo menos unas setecientas veces, y aun así la carrera armamentista no
para. He aquí un ejemplo), francamente desorbitadas, digámoslo también, como
arrasar con un pueblo, grande o pequeño, someterlo, combatirlo no hasta vencerlo
sino hasta destruirlo, incluso más allá de los límites racionales que suponíamos no
superaríamos por ser “civilizados”. ¡Defraudado quedó Freud!. Hoy más que antes
hacen de la guerra una experiencia traumática, en tanto que de difícil trámite por
el dispositivo de la palabra para su simbolización, sobre todo cuando asistimos al
presencia de una modalidad de la guerra denominada “guerras de cuarta generación”,
en las cuales el factor determinante y propósito a perseguir es: infundir miedo, un
estado de terror constante en el cual se neutraliza la acción del otro porque no sabe
exactamente cuándo va a ser atacado. Así, si el miedo es en fin ahora, con más
razón el psicoanálisis tiene algo que decir sobre el conflicto armado, pues ahora se
apunta a la dimensión subjetiva en el fantasma del adversario (combatientes y no
combatientes), y ya no solo en su cuerpo.
Pero debemos reconocer también con P. Sorokin que seguido el periodo de guerra
viene un periodo “ideacional” intenso de fecundidad cultural, digamos “humanista”,
de reivindicación de la vida. Después del horror emerge un sentimiento intenso y
profundo de florecimiento de la existencia, como si sólo después de tocar el fondo
fuese posible volver a impulsarse a salir de ahí. Tenemos aquí un ejemplo de la dia-
léctica pulsión de vida/muerte. Hay que decirlo: paradójicamente, muchos de los
avances que nos hacen más cómoda la vida hoy son resultado de la democratización
de la tecnología militar. Los treinta años gloriosos Post Segunda Guerra Mundial
(1945-75) son prueba de este resurgimiento. Del otro lado, el del amor, el asunto
es más expedito. El amor ha inspirado empresas solidarias: por la vida del planeta,
de los animales, de los desamparados, de los excluidos; nos ha hecho sentir orgu-
llosos de ser humanos. Las pruebas están ahí: creatividad al máximo expresada en
las artes, la ciencia, la tecnología, los movimientos sociales, etc. Hay razones para
seguir apostando por él.
Amor y guerra, dos experiencias humanas, ambas mediadas por la palabra. La poesía,
las cartas de amor y las sentencias de guerra, son hechos de lenguaje, son formas de
tramitar tales experiencias subjetivas individuales y colectivas. En las dos primeras
la palabra ha ligado, ha fortalecido el lazo social, ha cohesionado los unos con los
otros. En la tercera, la misma palabra no logró sino separarnos, perdió eficacia
simbólica y el resultado fue el advenimiento del horror, que sólo se podrá superar
por otro efecto de palabra, también hay que decirlo: un tratado de paz, un acuerdo
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
humanitario. Héctor Gallo nos mostró cómo el psicoanálisis tiene algo que decir
respecto de la guerra si la concibe como una experiencia de palabra; magistralmente
nos mostró lo que la gente decía sobre la guerra y el efecto recrudecedor del con-
flicto colombiano debido al cambio de las expresiones “intercambio humanitario”
por “cerco humanitario”. La variación de un solo significante: intercambio/cerco,
dejó como saldo por lo menos once o más colombianos muertos, por el efecto de
su poder –el de las palabras, por supuesto– en el contexto de un conflicto en el que
priman, como en la mayoría, el narcisismo, el orgullo y la soberbia (cuando no los
intereses económicos), colocando con ello cada vez más lejos las posibilidades de
restablecimiento de un lazo social menos devastador, resultado del reconocimiento
mutuo, situación ya de por sí compleja entre los hombres, entre quienes difícilmente
hay reconocimiento (Allouch).
Dos invitados, dos experiencias, dos días de intenso intercambio que favoreció a
mucho más que dos y que contribuye sin lugar a dudas al mantenimiento y desa-
rrollo del psicoanálisis tanto a nivel mundial como local. El seminario ha sido una
experiencia plena para todos, ha sido una verdadera celebración académica.
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Presentación
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I PARTE: ESCRITOS
El amor Lacan
Jean Allouch
Jean Allouch*
1. Este artículo se publicó por primera vez en Imago Agenda, N° 118, abril de 2008, Segunda época.
Año XXVII. Periódico mensual orientado a la difusión y el desarrollo del psicoanálisis. Letra Viva
Libros. Av. Coronel Díaz 1837 (1425), Buenos Aires, Argentina. Telefax 4825-9034. Traducción
del francés: Norma Gentili. Revisión de la traducción: Pablo Peusner. Agradecemos a Imago Agen-
da que nos haya permitido conocer este trabajo y al doctor Jean Allouch que nos haya autorizado
volver a editarlo.
* Psicoanalista de origen francés, fue AE de la Escuela Freudiana de París (EFP), alumno directo de
Jacques Lacan. Actualmente miembro y uno de los fundadores de la École Lacanienne de Psycha-
nalyse (ELP). Email: jallouch@noos.fr. Web:www.jeanallouch.com
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Todo parte de una sorpresa inaugural, perfectamente expresada por Freud y a la cual
el psicoanálisis, en ese momento, no se remitió. Freud, presionado por las histéricas
y su sed de no se sabe qué, inventa un dispositivo y da así lugar a una experiencia
inédita. Él estaba lejos en aquel entonces de pensar que, sin haber sido invitado
allí, el amor iba a desembarcar pronto, el amor o, más exactamente, lo que Lacan
terminó por llamar odioenamoramiento (intentando así arrojar fuera del campo
freudiano el falso concepto binario de ambivalencia). Ahora bien, el amor es, él
mismo, una experiencia. Y jamás de los jamases, ni por causa alguna, hubiera llegado
a inscribirse en esa otra experiencia que es la experiencia analítica. Una experien-
cia dentro de una experiencia: he ahí lo que es el amor en el análisis. Allí está lo
que merece ser llamado un acontecimiento en la historia del amor, absolutamente
inédito y susceptible de arrojar un rayo de luz inédito sobre el amor indomable.
Sin duda estarán ustedes menos sorprendidos de que el recorrido por esas figuras
del amor que realizó Lacan no haya tenido otro fin que descartarlas una por una.
Recapitulemos rápidamente. Le reserva a Freud el haber esclarecido el carácter
narcisístico del amor, pero para poder dedicarse mejor a estirarlo hacia lo simbólico.
Estudia extensamente El Banquete de Platón, y dan la impresión durante un tiempo
de que extraía de allí lo que se presentaba como una fórmula del amor, pero pronto
deja caer ese bello optimismo que mezclaba un poco el amor y el deseo. Él se interesa
de cerca por el amor cortés, pero es para elaborar una teoría de la sublimación.
Visita al amor divino que le parece aquel más lejano al análisis de la relación entre
el amor y el goce del Otro, pero es para reconocer allí una perversión. Va a mirar
del lado de Dante, pero es para constatar que Dante payasea y contestar que nomina
sunt consequentia rerum. En pocas palabras, Lacan hace limpieza. Nada de lo que
ha sido históricamente propuesto, incluso puesto en obra, como figura del amor le
conviene a la experiencia del amor situado en la experiencia analítica.
Una primera solución comprometería a producir una teoría del amor. Sólo que no
hay en Lacan teoría del amor. ¿Pensaron eso? No Todo, en el análisis, se presta a
una captura teórica. Para el amor, Lacan recurrió a los poetas, a los pintores, a los
mitos (que en ocasiones inventa), a ciertas fórmulas frías que no están allí sino para
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El amor Lacan
Una segunda salida del aprieto, no menos impracticable, está interrumpida por... el
deseo. Aquí el problema es más retorcido. Después de Freud, que hizo de eso un
uso más bien discreto, Lacan y sus alumnos han colocado fuertemente al deseo por
delante. Muchos de los enunciados lacanianos dejan entender que el sufrimiento
vehiculizado por el síntoma se sustenta en que el sujeto no está comprometido
en la vía de su deseo, que el análisis podría entonces ponerlo allí, ofreciéndole así
una curación “por añadidura”. En este sesgo, se supone que un llamado “deseo del
analista” interviene en el análisis, del que algunos hacen estandarte, presentándolo
como el verdadero instrumento del cambio producido en el analizante. Se olvida
generalmente que, tal como ella fue presentada, la puesta en obra de ese deseo tiene
como condición necesaria, en el analista, un duelo de sí mismo –un duelo bien raro,
a decir verdad, pero que, en todo caso, no podría dejar al amor, aunque fuera amor
propio, fuera del campo de la transformación subjetiva exigida–. Se ha cantado el
deseo hasta el hartazgo, o más bien hasta lo que ha surgido como un hartazgo desde
el momento en que habiendo cambiado el contexto cultural, el carácter subversivo
de la puesta por delante del deseo se había evaporado e incluso invertido: el culto
de un deseo propio para cada uno, individualizante, conveniente al capitalismo de
hoy. Michel Foucault se dio cuenta muy pronto de esto, y ha creído poder obsta-
culizar esta rompiente haciendo jugar al placer contra el deseo. Hay allí, entonces,
un problema. Por un momento, la promoción del deseo ha desatendido al amor, y
Lacan mismo no ha sabido siempre distinguir bien uno del otro, incluso si estaba
claro a sus ojos que había lugar como para no confundirlos. Cuestión: el abandono
del amor en favor del deseo no le ha jugado una tan mala pasada al movimiento
freudiano como a la práctica analítica misma.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Tercer impedimento con el cual debía vérselas el Lacan ficticio que pongo en escena:
la forma mediante la cual los psicoanalistas han vendido el amor en la plaza pública.
Esta forma no contraviene en nada a la promoción del deseo. Simplemente, ha
ocurrido que de tiempo en tiempo los psicoanalistas han escrito y publicado acerca
del amor obras que han alcanzado, en Francia y en otros países, un gran suceso
editorial. Tomen El Estado amoroso de Christian David (primera edición de 1971,
editado en formato de bolsillo en 1990 y luego en 2002). Ciertamente, valoriza,
Freud tiene razón al ligar “el amor adulto” (¡brnrr!) a los primeros amores edípicos,
al denunciar allí la dimensión narcisista, al subrayar allí la incidencia del fantasma
y de la pulsión, pero, igualmente, replica, no se podría ignorar el otro lado de las
cosas, a saber el amor como creación. El amor, para usar los términos bárbaros
de este señor, constituye una “personalización nueva”, una “neoestructuración
original”; el amor es una “síntesis original que, cuando compromete a la pareja,
permite la expresión de la aspiración sexual total”; el estado amoroso acrecienta
la disponibilidad del sujeto ofreciéndole “una relajación profunda, una liberación
repentina de energía hasta ese momento prisionera”. Y así todo haciendo juego...
Si con eso ustedes no idealizan al amor, uno se pregunta qué más o mejor habría
que hacer para empujarlos allí. Se dirá que es la IPA. Pero giremos hacia François
Perrier, lacaniano de la primera hora, luego lacaniano a pesar de él; tomemos su
seminario sobre el amor, tan concurrido en aquella época. Vean el uso que hizo allí
del término “encuentro”, nuevo soporte para una idealización no menos desenfre-
nada del amor. “Nosotros queremos el amor”, canta ardientemente toda la ciudad
con la bella Helena (Offenbach). Perrier responde promoviendo el encuentro
amoroso. Pero ¿qué encuentro? Aquel que va a fomentar su deseo de analista. A
fin de caracterizar ese deseo, yo lo llamaría el deseo del peluquero de damas, de
preferencia homo. El peluquero de damas prepara a la mujer para que otro hom-
bre goce de sus encantos. Y bien, según Perrier, el psicoanalista ejerce esta misma
función “de no tener que buscar para él el goce del que pretende permitir a otro
el acceso en otra parte y en otro momento”. Podemos preguntarnos si Perrier no
idealizaba en ese punto el “encuentro” precisamente porque de una cierta forma él
no se situaba en el lugar de ese encuentro diciendo: “No, gracias, es muy poco para
mí”. Así es que parece que dos de las obras psicoanalíticas más leídas estos últimos
decenios hacen tentar, a los ojos de quien quiera dejarse engañar por ellas, con las
maravillas del amor. Está pendiente es fatal; Lacan lo había advertido. Él sabía que
no era cuestión –no más para él como para cualquiera– de un bla bla bla sobre el
amor, de escribir sobre el amor, de hacer un seminario sobre el amor, de consagrar
un artículo al amor. Y no prometer más el amor a quien se tendía sobre el diván,
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El amor Lacan
Esa confesión tan íntima acerca de aquello a lo que consagró su vida, Lacan fue
a decírselo a los que no eran sus alumnos. Había en él una estrategia del decir, lo
que era lo mínimo a esperar de un practicante de la palabra. ¿Cómo va entonces,
obstaculizado por lo que ha creído percibir de inédito en el lugar del amor, a ha-
cerlo saber de todos modos? ¿Qué estrategia puede adoptar? Respuesta: tal como
Pulgarcito, dejando tras de sí sus piedritas, él va a destilar la cosa en pequeñas dosis
“romeopáticas”, aquí y allá, sin jamás apoyar el trazo, velando para que capten eso
de lo que se trata solamente aquellos que sabrán poner ahí de lo suyo. Funciona
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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Guerra, amor y subjetividad
Héctor Gallo*
Introducción
El objetivo de la reflexión que les voy a presentar será mostrar cómo se entrelazan
y contradicen en lo humano los términos guerra, amor y subjetividad. Se dejarán
en un segundo plano los aspectos políticos, económicos y sociales de la guerra,
también la discusión acerca de por qué actualmente la confrontación ya no es
entre Estados sino que es una guerra de guerrillas y, tal como sucede en nuestro
medio, entre grupos por fuera de la ley o de estos contra el sistema establecido. En
el contexto que nos convoca y dado que el amor se encuentra en el centro de la
cuestión que nos reúne, es más importante abordar la dimensión subjetiva de la
guerra que su dimensión política y social, porque es un asunto que creo más inédito
y menos sencillo de entender.
Uno de los soportes básicos de nuestra reflexión serán los clásicos de la guerra,
porque en sus teorías, tal como puede verificarse al estudiarlos, se vislumbran ele-
mentos subjetivos que en su estructura se repiten, de distinta manera en cualquier
enfrentamiento de tipo militar. El otro aspecto productivo de su lectura fue que
pude extraer de sus teorías sobre la guerra distintos elementos que permitieron
hacer contrapuntos con el enigma del amor y sus lógicas.
Clausewitz dice que la política es “el útero donde se desarrolla la guerra, dentro del
cual habitan sus características generales en un estado más primigenio, como los
rasgos de los seres vivos están dentro de los embriones” (Clausewitz, 2004, p. 14).
A esta sentencia se le podría agregar que los beneficios económicos y políticos que
aporta dicha guerra y la idea de que con ella se consolidará un poder han de servir
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
–
para sostenerla. Por su parte, las condiciones sociales de inequidad e injusticia, la
falta de oportunidades para la población juvenil y campesina, serán lo que garantice
su retorno. En cuanto a la pregunta de qué papel podría jugar la subjetividad en la
guerra, habrá que examinar los factores imaginarios y simbólicos que pueden servir
para promoverla o también para desanimarla.
Así como en la actualidad los jóvenes consideran que la intensidad del otro no le
conviene a la relación de pareja, porque este es un rasgo subjetivo que atosiga y limita
la supuesta libertad que no quieren perder o pretenden conservar, tampoco en la
guerra es recomendable que quienes la dirigen vivan descompuestos, no contengan
la impaciencia o sean incapaces de anticiparse a la dificultad antes de que ésta se
presente (Tzu, 2004). Estos aspectos subjetivos, en caso de predominar en la cabeza
de un ejército, son inconvenientes porque no le permiten razonar con propiedad
e inteligencia sobre el uso de los medios de que dispone para atacar, defenderse o
tomar a tiempo la decisión de retirarse del alcance del enemigo.
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Guerra, amor y subjetividad
Si en la guerra los guerreros trastocan los valores que hacen posible la vida en so-
ciedad, sucede lo mismo en el amor, pero de manera diferente. Los enamorados se
muestran asociales mientras dura entre ellos la fascinación, pero no destruyen al otro
perturbador sino que más bien se mantienen alejados de éste, ya que prefieren tener
sus espacios separados del resto de las personas. Los guerreros parecen obligados
a convertirse en lo contrario de un ciudadano. No es de extrañar que en aquellos
lugares del planeta en donde el único porvenir posible es la guerra, la educación
de los niños no se oriente hacia cómo vivir en paz con el otro, sino a asimilar de
qué debe estar provisto un buen guerrero y qué tipo de sacrificios lo harían digno
de orgullo y admiración a él y a su familia.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Con la sorpresa se busca que el ataque sea irresistible, que el enemigo pierda la
cohesión y se desperdigue. Su efecto inmediato es la indefensión ante el peligro,
porque la fuerza que se creía tener se torna en debilidad. En el amor, si el efecto
sorpresa se aspira a producir en su nombre requiere de la creatividad del enamorado,
de un deseo decidido y un buen cálculo. Sorpresa, pánico y desesperación traumática
son directamente proporcionales en la guerra; en el amor, en cambio, la sorpresa
da en el blanco si logra producir un instante de felicidad y un sentimiento estético.
La sorpresa amorosa es poética, es una forma de romper con la monotonía de la
cotidianidad y aspira a hacer ingresar lo inolvidable.
Así como “es imposible proveer una estructura de reglas positivas para el arte de la
guerra que sirva de andamio para toda la actividad del general” (Clausewitz, 2004,
p. 101), tampoco existen reglas técnicas que sirvan de orientación estándar para
enamorar. Pueden confeccionarse manuales de seducción que faciliten el acceso
al objeto deseado, pero no los hay que impidan el debilitamiento del encuentro
amoroso o la entrada de los amantes en la lógica del capitalismo donde el objeto es
desechable. Tanto la guerra como el amor son aventuras que perturban el espíritu y
dado que sus dispositivos no están en lo genes, las formas de sortear las dificultades
inherentes a la cuestión exigen creatividad y decisión.
Un manual sobre la guerra puede ser de gran utilidad, pues aunque no corresponda
a un saber que se pueda replicar tal cual en cada tiempo y lugar, sí ha de servir de
orientación, contando con que cada guerra exige tácticas y estrategias diferentes
y una habilidad especial del comandante. Hay expertos en el arte de la guerra que
enseñan de qué manera conducirse, también los puede haber en la seducción sexual,
pero no existen expertos que posean la fórmula infalible para cautivar el corazón
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Guerra, amor y subjetividad
del objeto que conviene amar y procurar que la pasión sea eterna. Construir una
fórmula algebraica que pueda replicarse sin reserva en cualquier experiencia amorosa
es imposible, porque en el amor, más que de técnica, producción o indagación, se
trata de una ética del deseo y una estética de lo bello.
El más de la guerra
Una de las tesis que en el psicoanálisis explica por qué, desde el punto de vista
estructural, es más fácil para los humanos hacer la guerra que el amor, tiene que
ver con la siguiente tesis psicoanalítica: que en la base del vínculo social no está
la armonía sino el conflicto. Esta tesis contradice la idea aristotélica de que el ser
humano se guía fundamentalmente por el principio del bien y se opone al sueño
ecologista del retorno a la unidad entre el hombre y la naturaleza y al cristiano de
vivir en paz y armonía con Dios y con los hombres.
Uno de los nombres del principio del bien es la armonía que asegura la paz entre
los hombres. Al respecto dice el poeta trágico Eurípides: “La paz se goza en fecun-
da prole, en riqueza que abunda. ¡Necios somos por cierto si a tales bienes nos
oponemos! Y así es: elegimos locamente las guerras, y que el débil quede oprimido
por el poderoso; los hombres, por un hombre, una ciudad por otra…” (Eurípides,
2006, p. 285). Las guerras son una forma loca de darle curso a la necedad de opo-
nerse al bien de la paz. A esta necedad humana referenciada por el poeta desde
la antigüedad, Freud la denomina pulsión. Por pulsión entiéndase una tendencia
subjetiva que ataca los valores que más convienen a la convivencia pacífica, segura
y tranquila con el otro.
Dice el poeta griego que “cuando en un pueblo se delibera acerca de la guerra, al dar
su voto nadie piensa que el mal de ella ha de caer sobre su cabeza: todo el mundo
piensa en los otros. ¡Ojala que al votar todos tuvieran ante sus ojos la muerte que
los amenaza: nunca estaría la Hélade a punto de perderse por las guerras!”(p. 285).
Profundo conocedor del alma humana, el poeta formula que cuando los seres
humanos toman la decisión de hacer la guerra en lugar de la paz, el que vota por
aquélla no supone que su cabeza o la de sus allegados recibirá el golpe, sino la de los
extraños, pues en el inconsciente no existe una representación de la muerte. Son
diversos los dichos que encontramos en el lenguaje popular y que hacen alusión
al egoísmo del yo mientras se considere a salvo de la tragedia: “Mientras no sea
conmigo el mundo se puede caer”, “desde que no toquen conmigo, que hagan lo
que quieran”.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Las guerras de todos los tiempos demuestran la frecuencia con la que se arruina
el diálogo entre los humanos y dan cuenta de que a esta ruina le sigue un paso al
acto en colectividad en el cual se expresa el furor humano de devastar. Muerto
el diálogo, desparece el control de la palabra y se da un asentimiento subjetivo a
la destrucción. Por este desastre del valor regulador de lo simbólico, la guerra es
sangrienta, mortífera, cruel, enconada e irrespetuosa de todo derecho.
Entre las guerras del pasado y las de la actualidad no hay variación en cuanto a los
modos de goce que se ponen en circulación; lo que varía es la sofisticación de las
armas debido a los avances tecnológicos y al hecho de que esta vez, a pesar de la
exactitud a la que permite acceder la ciencia con respecto al blanco elegido, paradó-
jicamente suelen padecer más los civiles que los mismos combatientes. Entonces el
26
Guerra, amor y subjetividad
Lo que la guerra trae de más, porque infringe todas las limitaciones a las que los
pueblos se obligaron para lograr un buen vivir, porque acaba con el sentimiento
de seguridad que garantiza la tranquilidad que cada quien dice necesitar para vivir
mejor, se presenta, como dice Clausewits […], debido a que entre los rivales se
empuja cada uno “a tomar medidas extremas cuyo límite es la fuerza de resistencia
que el enemigo oponga” (Clausewitz, 2004, p. 16). Esto quiere decir que mientras no
exista un reconocimiento del contrincante y negociación entre las partes, el único
límite de la guerra y su principal obra es la muerte, regularmente atravesada por la
sevicia, que es cuando la tendencia destructiva encuentra el goce de su realización.
Entiéndase por goce eso que se experimenta cuando la energía del deseo que es la
libido se suma a la pulsión de muerte, la cual se puede definir como una voluntad
humana de destruir lo que la misma civilización construye.
De la guerra y el amor
A la guerra entendida como acto de fuerza se opone el amor, porque la primera
apunta a la destrucción del cuerpo y del ser, mientras que en el segundo se pretende
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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Guerra, amor y subjetividad
El engaño del amor consiste en que el amante le hace creer al amado que posee
lo que más añora como objeto que causa su deseo. Si el extremo negativo de la
guerra es la destrucción inmisericorde y sin medida, el extremo positivo del amor
es la delicadeza y el cuidado en el trato del objeto amado.
En aquellos casos en que no hay más remedio, porque han fracasado el diálogo,
la negociación, la razón y la cordura, la guerra se convierte en un mal necesario.
El amor también a veces llega a ser un mal, pero su necesidad no es temporal sino
permanente, pues se trata de una demanda que nunca nos abandona. Si la guerra
es algo que acontece por razones políticas, económicas y subjetivas, el amor es algo
que pedimos al otro sin medida, sin sentido de realidad, ni intervención del tribu-
nal de la razón. El amor puede darse o no entre dos personas, pero sus razones son
esencialmente subjetivas y no depende, como la guerra, de una decisión racional,
concertada entre figuras poderosas que cuentan con el monopolio de las armas y
poseen “fuerzas extraordinarias” que permiten descargar golpes contundentes que
desgarran.
Dado que el objeto amoroso no se asegura para siempre y más bien tiene el estatuto
de algo perdido que por diversos medios se busca reencontrar, siempre fracasa como
recurso para hacer desaparecer el hueco existencial que nos constituye. Pese a esta
falla estructural del amor, de todas maneras en los casos en que incluye al otro
refuerza la esperanza, la solidaridad y se torna un regulador cultural de la destruc-
ción. El origen del amor no es la plenitud con el objeto, más bien existe e insiste
precisamente porque esta plenitud es imposible, debido a que las pulsiones humanas
tienen el carácter de “necesidad de posesión incoercible, ilimitada, incondicional,
que supone un aspecto destructivo” (Lacan, 1972, p. 585).
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Freud dice que los no combatientes, los que se encuentran alejados del oficio de la
guerra, se sienten desorientados y confusos en su interior, pues se ven metidos en
una inmensa maquinaria destructiva y al mismo tiempo quieren estar fuera porque
les interesa vivir como en los tiempos pacíficos. Así como el comienzo de la guerra
produce una euforia entre los combatientes, pero su transcurrir colérico los va
decepcionando del combate, el amor comienza con la fascinación y una devoción
encantada, pero termina con el desencanto si el otro pierde la significación que un
día le fue atribuida.
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Guerra, amor y subjetividad
el hecho de ser olvidado, de pasar a ser poca cosa para quien creía que lo era todo
o al menos algo grande.
“Puede decirse que las más bellas floraciones de nuestra vida amorosa las debemos
a la reacción contra los impulsos hostiles que percibimos en nuestro fuero interno”
(Freud, 1972, p. 2.116). Con respecto a la filantropía y a la caridad, vecinas del amor
al prójimo, Lacan dirá en La agresividad en psicoanálisis que sus resortes son agresivos
y que en cada caso hay que esperar los contragolpes. Una de las cosas que se pone
en juego en un análisis es la agresividad del sujeto con el analista, “puesto que esas
intenciones, ya se sabe, forman la transferencia negativa que es nudo inaugural del
drama analítico” (Lacan, 1973, p. 100).
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
sino de cierta conmoción sentimental. El amor es una pasión que se produce gracias
a que el amante atribuye al amado más cualidades de las que en realidad tiene. En
la guerra el enemigo es despojado de su subjetividad y así la pasión del odio pasa
a jugar papel fundamental en su producción, desarrollo brutal y prolongación.
La guerra es un hecho objetivo que emerge en la sociedad como variable de una
experiencia subjetiva que es la agresividad.
La guerra está llena de actos con finalidad intimidante, pero su violencia propia-
mente dicha se define por “la coyuntura de emergencia” (Lacan, 1973, p. 96) que
implica. Coyuntura de emergencia significa que con su estallido se produce un
desequilibrio que vuelve perentorio un llamado al diálogo capaz de restablecer lo
que se ha dañado, un llamado a la tregua o suspensión de la agresión, tal como el
desencadenamiento de un dolor exige la atención rápida de un médico para que
los órganos vuelvan a quedar en silencio y así se recupere la salud.
¿Cuándo se volverá más urgente políticamente silenciar las voces de quienes piden
el acuerdo humanitario dándole por fin su curso, que la soberbia de no mostrarse
débil ante el enemigo y ante aquellos que, al precio que sea, requieren un vencedor
y un humillado?
La figura del humillado, vista desde el punto de vista pulsional, es aquella en quien
entra en juego el dolor en la medida en que lo padece del otro. El fantasma de
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Guerra, amor y subjetividad
Finalicemos este apartado diciendo que mientras el cerco del amor es un abrazo
que se da con un furor moderado que resulta encantador, el cerco humanitario es
un aro muy peligroso que todo aquel que ha sido liberado rechaza. En el tiempo
del amor, la permanente presencia del otro acompañada de miradas y gestos que
comunican una pasión delicada es leída como signo de fogoso entusiasmo y es algo
que produce satisfacción. Pero si no hay amor o ha desaparecido, la misma presencia
se denomina acoso o asedio y genera impaciencia.
Asedio es un término que, según Clausewitz, hace referencia a un arte –el arte de
asediar al enemigo en sus movimientos–, en el cual se “vislumbró por primera vez”
(Clausewitz, 2004, p. 93) la dirección de la guerra. Por fuera del amor, el asedio
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
es una forma de ejercer violencia frente al otro, es una especie de coacción que
se vuelve insoportable para quien lo padece, porque se constituye en una mirada
invasora que persigue en lugar de ocasionar dicha y en un gesto obsceno que causa
asco, porque pide al destinatario el fuego que éste tiene reservado para otro.
Guerra y subjetividad
Testimonios de personas a quienes les ha tocado vivir en medio del conflicto armado
en nuestro país, coinciden en que se anuda a una radical puesta en cuestión del
dominio de un objeto que se presume propio o al que se supone hay derecho y que
por nada del mundo se está dispuesto a compartir. En el caso, por ejemplo, de las
relaciones familiares y, particularmente, tratándose de la relación madre-hija, la
clínica psicoanalítica demuestra que “la rebelión contra la madre” (Freud, 1972, p.
3.177) se inaugura cuando la simbolización de la falta en ésta le impone con respecto
al niño una diferencia real que imaginariamente se advierte como inferioridad.
Otra forma de hacerle el niño la guerra al que ocupa el lugar del Otro es mediante
lo que Lacan denomina en la dirección de la cura anorexia mental. Esta forma de
anorexia propia de la histeria se produce más que todo cuando quien ocupa para
el niño el lugar del Otro lo atiborra de cosas que posee de acuerdo con la idea que
tiene sobre sus necesidades. Esta forma de proceder, en lugar de dar satisfacción,
provoca un sentimiento de asfixiante invasión porque recibe lo que no está pidiendo.
Se abona el terreno para la anorexia neurótica cuando el Otro que opera como
soporte de la demanda del niño confunde las necesidades que le atribuye a éste
“con el don de su amor” (Lacan, 1985, p. 608). Confundir la necesidad biológica, el
cumplimiento del deber de alimentar con el don simbólico del amor, conduce a que
sea “el niño al que alimentan con más amor el que rechaza el alimento y juega con
su rechazo como un deseo” (p. 608). Esto quiere decir que en la anorexia mental
el rechazo del alimento es un síntoma dirigido al Otro, es una forma de rebelión y
crítica. El niño le manifiesta a la madre que su amor será pagado con odio mientras
pretenda atiborrarlo de aquello que no le está pidiendo.
Con el rechazo del alimento el sujeto neurótico hace valer su derecho a desear, es
una respuesta del niño al hecho de que se pretenda saturar todo el deseo en él y es
también un reclamo porque no se le permite la insatisfacción que abre la vía para
seguir el camino de un deseo propio. El sujeto anoréxico le demanda a su madre
que corrija su forma de conducirse con él, que “tenga un deseo fuera de él, […]” (p.
608); en suma, que lo deje tranquilo y modifique su forma de manifestarle el amor.
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Guerra, amor y subjetividad
Otro motivo inconsciente de odio entre madre e hija y que igualmente puede
cobijar al varón es el destete en sus distintos niveles, pues hay seres en quienes no
se apacigua jamás el dolor que esto causa. También dan cuenta de la agresividad
infantil el resentimiento y los celos entre hermanos. Al respecto Lacan evoca un
pasaje de San Agustín cuando declara: “Vi con mis propios ojos y conocí bien a un
pequeñuelo presa de los celos. No hablaba todavía y ya contemplaba, todo pálido
y con una mirada envenenada, a su hermano de leche” (Lacan, 1973, p. 107).
Situaciones emocionales como la graficada por San Agustín son las que dan cuenta
de la formación de imágenes de frustración, que se anudan de manera imperecedera
a una etapa infantil anterior a la palabra y se reactivan cuando alguien se siente
destronado y perjudicado en algún derecho fundamental o despojado de algo que
supone merecía. Pero para poder darles un lugar a estos fenómenos subjetivos en
una reflexión sobre el estatuto de la agresividad en el fenómeno social de la guerra
es indispensable, como dice Lacan, habilitar de pleno derecho la experiencia sub-
jetiva y así “reconocer el nudo central de la agresividad ambivalente, que nuestro
momento cultural nos da bajo la especie dominante del resentimiento, hasta en sus
más arcaicos aspectos en el niño” (p. 107).
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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Guerra, amor y subjetividad
Sin destreza, fortaleza, valor, arrojo y entrega a los deberes patrios no hay cómo
ser un guerrero ejemplar dentro de un ejército. En una colectividad de guerreros
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
formados para matar, pocos ocultan el gusto que les produce, por ejemplo, violar a
una o varias mujeres que hacen parte de sus adversarios civiles. Se espera que esta
situación se dé ojalá “en presencia de un varón, preferentemente mayor y previa-
mente reducido a la impotencia, sin que nada haga presumir que los individuos
que la realizan se distinguen, ni antes ni después, como hijos o como esposos, como
padres o como ciudadanos, de la moralidad normal” (Lacan, 2003, p. 123).
Un acto tan infame como el que se acaba de referir pasa de la depravación al di-
vertimento si se produce dentro una guerra, porque simplemente hace parte de la
diversidad de hechos curiosos e insólitos que pueden presentarse en aquélla. Salvo
para quienes se ocupan de proteger los derechos de los prisioneros de guerra y quie-
nes no están de acuerdo con ésta por ningún motivo, a muy pocos se les ocurrirá
pensar o decir que un acto tan humillante como la violación de mujeres vinculadas
con el enemigo es criminal y debería ser juzgado con la misma severidad que si se
cometiera aisladamente.
El estrago del tipo de goce que pasa a ser del orden de lo real, es decir, de eso que
tiene carácter extraño, incomprensible y ciego, es lo que se manifiesta en la posición
de aquellos militares que, con tal de recibir las prebendas estipuladas, sacrificaron a
centenares de personas supuestamente desvalorizadas y sin dolientes, por ejemplo,
indigentes, débiles mentales o con algún antecedente penal, para hacerlas pasar
por enemigos de la patria. Desapareciendo esas personas, ejecutándolas y ensegui-
da mostrándolas como si fueran guerrilleros muertos en combate, nuestros héroes
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Guerra, amor y subjetividad
La verdad subjetiva que revela en nuestro ejército el asunto de los “falsos positivos”
es que en la guerra, independientemente de qué lado esté quien participa en ella,
el goce encuentra la oportunidad de volver al mismo sitio, que es el de la transgre-
sión y el rompimiento de toda barrera ética, razón por la cual aprovecha la menor
favorabilidad o inconsistencia de la ley para ponerse en acto. Los responsables de
las desapariciones y posterior muerte de las personas referidas aprovecharon la
oportunidad de comportarse colectivamente de manera tan cruel como aquellos
a los que se les califica de desalmados terroristas, pero ante la opinión pública se
hacen pasar cínicamente por héroes que merecen recompensa. Franqueando la
barrera del respeto por el derecho a la vida y los principios institucionales de ser
protectores de los ciudadanos y guardianes de la ley, avanzaron “hasta la zona del
horror que implica el goce” (Miller, 2003, p. 232).
Hay que matar enemigos para ser dignos exponentes de lo que podríamos considerar
el imperativo de goce de nuestra seguridad democrática: si quieres ser apreciado
como un soldado ejemplar de la patria, obtener licencias de servicio y hasta dinero
extra, debes demostrar tu eficacia presentando la mayor cantidad posible de enemi-
gos muertos, porque de esta manera la opinión pública verá que estamos ganando
la guerra contra los culpables del sufrimiento de este país. Una máxima como
esta resulta sumamente favorable para que se acceda al goce masivamente “por la
transgresión heroica” (Miller, 2003, p. 234), cuestión que se ha ido presentando
sistemáticamente en distintas instituciones del Estado en donde no han parado los
escándalos de corrupción y de actos indebidos.
Digamos de paso y para terminar este apartado, que dicha subordinación psíquica
del temor de la muerte al temor narcisista de la lesión del cuerpo la encontramos
también en otras prácticas distintas a la guerra, por ejemplo, en los deportes ex-
tremos. A estos deportistas, de acuerdo con las declaraciones que suelen hacer
en medios de comunicación oral y escritos, tampoco parece preocuparles perder
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
La estrategia supone un juego en el que un sujeto lleva a cabo una acción ordenada
a partir de presunciones y su razón de ser depende del resultado final. La estrategia
exige sagacidad y prudencia, no hay mucha libertad de acción y en cambio sí dudas
y ojalá ninguna convicción anticipada. Mientras en la guerra lo que Clausewitz
denomina encuentro alude a enfrentamiento posible, en el amor encuentro evoca
lo contrario. En su calidad de acontecimiento subjetivo, alude a una sorprendente
conformidad con el otro, que en los casos más ideales del romanticismo da la sen-
sación imaginaria de haber encontrado lo que faltaba.
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Guerra, amor y subjetividad
El sujeto espera que se le ame por dar sus palabras, “pero si el amor es dar lo que
no se tiene, […]” (p. 598) la forma del psicoanalista compensar al sujeto por su
esfuerzo es dándole nada y además tiene el descaro de hacerse pagar por ello, pues
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
de no ser así el análisis tendría poco valor como lugar en el que se pone en escena
el deseo insatisfecho. El analista da su presencia para apoyar la demanda del sujeto,
no para satisfacer a la pulsión, pues tiene que vérselas con los modos de aquella ser
articulada y estar atento a la emergencia de los significantes en que las frustraciones
de dicho sujeto están retenidas.
La desolación del final del análisis tiene que ver con un momento de desamparo,
porque todos los sentidos previos aportados por las identificaciones, las confianzas,
las creencias, los síntomas, los semblantes, las apariencias, las culpas, los remor-
dimientos y las esperanzas, caen. El sujeto queda solo frente al desasosiego del
goce, porque ya no hay nada ni nadie a quien acudir para obtener un paliativo, un
consuelo, un engaño. El afecto que parece corresponder a este momento es el del
desapego y dentro de esta lógica implica cierta desesperanza, pero igualmente el
entusiasmo de apostarle a la vida bajo un régimen propio, sin ningún amo distinto
al de una causa propia; que se hace la apuesta de consolidar una nueva forma de
legitimarse frente al Otro, pero a condición de no identificarse con éste.
Lo particular de la desolación del final del análisis con respecto al final de la guerra
y del enamoramiento es que la respuesta que conviene no evoca los significantes
reconstruir ni rehacer, sino la exigencia de hacerse cargo del producto fundamen-
tal de un análisis: el deseo del analista. Este deseo inédito supone la asunción de
un entusiasmo renovado que protege de la depresión, el cinismo, la canallada y la
incredulidad radical, porque supone el encuentro con un destino que hace de la
formación algo permanente.
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Guerra, amor y subjetividad
Hemos discutido durante estos dos días acerca de la guerra y el amor. La asistencia
a este Seminario da a entender que entre ustedes hay una curiosidad por el psicoa-
nálisis y, por qué no, en algunos un deseo de ser analista. Este deseo, por el hecho
de apuntar a hacerse a un ser, digamos que en nada se diferencia de cualquier deseo
inscrito en el campo de las profesiones. El deseo de hacerse a un ser que reporte una
identidad social como profesional no es igual al deseo de analista, porque este deseo
no está animado por una aspiración a ser y no se logra encontrar en la Universidad
sino exclusivamente en el recorrido de un análisis.
Cada quien descubre en un análisis que su principal enemigo está dentro, es íntimo,
tiene que ver con los modos de satisfacción elegidos por su pulsión para negar la
castración y oponerse, sin percatarse, al placer que anhela el yo, placer que puede
ser el de conservar una familia, vivir en paz, mantener la relación con los amigos,
no hacerse excluir de los vínculos ni del mercado laboral. La oposición a este placer
se presenta en actos compulsivos como el consumo de droga y alcohol, “también
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
con el trabajo, la pereza, la televisión” (Miller, 2003, p. 272), el Internet, los juegos
de azar, las líneas calientes y todo lo relacionado con el cuerpo propio.
Digamos que un analista puede ser usado como punto de apoyo de la guerra que
un sujeto decide declararle a su goce particular, no para volverlo muerto, sino para
intentar decirlo entre líneas, desprenderse libidinalmente de la inerte compulsión
que implica y en su lugar poner en acción un deseo vivo que oriente dialécticamente
la vida. El encuentro con un deseo que después de instalado pueda sostenerse libre
de imperativos categóricos, le permite al sujeto la construcción de un Otro menos
feroz, menos dispuesto a la guerra, pues al no hacer depender la existencia de su
validación, vivir de manera más liviana se vuelve posible.
Con un análisis se va mejor, porque sin duda es una posibilidad real de ganarle
la batalla a la parte destructiva del goce, sin necesidad de ceder en el deseo, tal
como sucede con el hombre religioso. Este hombre renuncia al goce a condición
de alienarse a un padre todo poderoso que lo guía y mantiene a raya. La religión
propone reimplantar un padre renovado en su poder y en el amor infinito allí donde
el reinado del goce lo había vuelto impotente. El psicoanálisis, por su parte, propone
establecer una actitud entusiasta en el plano del deseo allí donde domina el jolgorio
pulsional del goce, jolgorio que sin duda es una condición subjetiva del fenómeno
social de la guerra y de su reincidencia sin fin.
Referencias
– Clausewitz, Karl Von. (2004 ). De la guerra. Buenos Aires: Ediciones Libertador.
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Guerra, amor y subjetividad
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II PARTE: CONFERENCIAS
I parte
Iniciemos con esta pregunta: ¿Cuáles son los elementos subjetivos que no se valoran
cuantitativamente, que no se miden cuantitativamente cuando hablamos de la
guerra? En lo cuantitativo se hace una contabilidad de muertos y pasan a ser parte
de esta contabilidad y se supone que hay mejor seguridad si los muertos, dentro
de esta contabilidad, disminuyen, y si aumentan se está dañando la seguridad. A
eso queda reducida esa cuestión. Está la sed de honor; eso es cualitativo, eso es
subjetivo. Está la sed de honor y fama, está el amor a la patria, está la devoción a
una idea de cualquier índole; todo esto es de orden subjetivo. Está la venganza,
está el ordenamiento de un líder, está el fanatismo, está el odio al enemigo, está
la codicia desmedida, la sed de humillar y dominar al otro, está el desamor, está
el entusiasmo por perseguir al enemigo hasta aniquilarlo y borrarlo de la faz de la
Tierra, está la falta de consideración con las posibles víctimas y está el anhelo de
expansión de un dominio territorial.
Todo esto está en el orden de la subjetividad, todo esto hay que medirlo de otra
manera para pensar las incidencias que esto tiene en el origen y en la permanencia de
la guerra. ¿Qué es lo primero que se espera de un guerrero? Una disposición pasional
al combate y que dentro de él sea aguerrido, sea perseverante, sea firme, sea poco
benevolente, nada justo y dispuesto a morir antes que ser tildado de cobarde, Todo
esto está en el ámbito de la subjetividad. Si el objetivo del combate es apropiarse
de algo que se codicia, o recuperarlo porque fue arrebatado, el combatiente deberá
ser inconmovible y mostrarse dispuesto a destruir lo que se oponga a su objetivo
trazado. Eso se espera de un guerrero.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Entonces podemos decir que en la guerra como en el amor siempre habrá de por
medio un objeto que, por estar perdido, se codicia. Pondríamos un primer punto
de aproximación entre las dos, y uno diría que tal vez sea el hecho de que haya un
objeto en juego, un objeto codiciado; este es uno de los ingredientes subjetivos que
más contribuye a que ambos escenarios, la guerra y el amor, sean muy propicios para
que se presente una verdadera tempestad, digamos así, de emociones, pasiones y de
excitaciones que se manifiestan como descontrol, como fogosidad, como vehemen-
cia; esto es muy importante en la guerra y también en el amor, con cierto límite.
Por tanto, así como en la actualidad hay quienes consideran que la intensidad del
enamorado no le conviene a la relación de pareja –sobre todo a los jóvenes hoy no
les gusta que el otro sea muy “intenso”–, porque eso es un rasgo subjetivo que atosiga,
tampoco en la guerra, dicen los clásicos, es recomendable que quienes dirigen la
guerra vivan descompuestos, no contengan su impaciencia; eso no les conviene a
los que dirigen la guerra. Se necesita que sean fríos, que sean capaces de anticiparse
a la dificultad antes de que ésta se presente. Ese es el modo de conducirse en la
guerra; si alguien no se conduce de esta manera es un inconveniente para quien
dirige un ejército porque no le permite razonar con propiedad e inteligencia, dirán
los clásicos de la guerra, sobre el uso de los medios de que dispone para atacar. Eso
tiene que ser razonado con cabeza muy fría: los modos de defenderse, la forma de
tomar a tiempo la decisión de retirarse del alcance del enemigo, por ejemplo.
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Subjetividad, amor y guerra
un arte que podría ser enseñado por un maestro, ni el amor es un niño de corta edad
fácil de dirigir que es lo que dice Ovidio –A quien ayer citaba el doctor Allouch–,
porque allí tenemos una regla de la seducción, es un modo de acercarse al otro y él
dice que el amor es un niño de corta edad fácil de dirigir; más bien vamos a colocar
el amor del lado de una dimensión poética, para mantener en esta posición y en este
sentido una dimensión poética permanente y constante, y en ese sentido el éxito y
la eficacia, digamos en la guerra y contrario a lo que sucede en el amor, sí dependen
de un saber-hacer y de la pericia del comandante de un ejército. Ahí el saber-hacer
funciona, ahí funciona la pericia y en ese sentido, por ejemplo, ordenar a un ejército
que avance cuando no debe hacerlo o que retroceda cuando no debe hacerse, pone
al ejército en apuros. Por esta razón dice Sun Tzu que el más grande peligro para
un ejército es ser dirigido por alguien que no conoce de la estrategia militar, que lo
haga desde fuera del campo de batalla, o que pretenda dirigir siguiendo las reglas
del decoro social, que a su vez no están sujetas a modificaciones.
Esto, según él, es un error porque en la medida que el decoro social se relaciona
con la constancia de buenos modales, a lo mejor esto le puede prestar un servicio al
amante, por ejemplo, sobre todo en la fase de la seducción, pero sus reglas de nada
le sirven al guerrero, y habría que pensar de qué le sirven al amor.
Entonces, si en la guerra los guerreros trastocan los valores que hacen posible
la vida en sociedad, la vida en comunidad, sucede lo mismo en el amor, pero de
manera diferente. Los enamorados se muestran asociales mientras dura entre ellos
la fascinación, pero los enamorados no destruyen al otro perturbador, al tercero
que es siempre perturbador mientras están en la fase de la fascinación, sino que
se mantienen alejados de él. Los guerreros parecen obligados a convertirse en lo
contrario de un ciudadano. No es de extrañar que en aquellos lugares en donde el
único porvenir posible es la guerra, la educación de los niños no se oriente a cómo
vivir en paz con el otro, sino a asimilar de qué debe estar provisto un buen guerrero
y qué tipos de sacrificios lo harían digno de orgullo y admiración a él y a su familia.
Hay otro elemento que me parece importante señalar y es que tanto en la guerra
como en el amor la sorpresa juega un papel fundamental en los dos casos. En la
guerra la sorpresa es un principio estratégico –de nación– contra el enemigo y lo
que se busca con la sorpresa es tomarlo desprevenido para lograr apoderarse de sus
blancos y así poder vencerlo o hacerle el mayor daño posible; en la guerra la sorpresa
es ingrata para quien la padece como ataque porque al producirse en el momento
en que no se esperaba lo deja desconcertado y le muestra sus debilidades en el arte
de la defensa y busca hacerle perder lo que protege. Esa es la función de la sorpresa
en la guerra, es decir, que con la sorpresa se busca que el ataque sea irresistible, que
el enemigo pierda la cohesión y se desperdigue, o sea, que el efecto inmediato de
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Así como dice Clausewitz, es imposible proveer una estructura de reglas positivas para el
acto de la guerra que sirva de andamio para toda la actividad del general. Él se refiere a
la guerra de Estados. Podemos decir que tampoco existen reglas técnicas que sirvan
de orientación estándar para enamorar. Pueden confeccionarse manuales de seduc-
ción que faciliten el acceso al objeto deseado, pero no hay manuales que impidan el
debilitamiento del encuentro amoroso o la entrada de los amantes en la lógica del
capitalismo donde el objeto es desechable; es decir, ¿cuáles son las reglas que podrían
impedir que la dimensión del objeto de amor sea tomada por el capitalismo y entre
en la lógica de lo desechable? Es una cosa de la que hay que proteger el amor en
el capitalismo; Podría uno decir, casi es una responsabilidad que una pareja tiene.
Entonces, tanto la guerra como el amor son aventuras que perturban el espíritu,
las dos cosas, y dado que el dispositivo de la guerra y el dispositivo del amor no
están en los genes, las formas de sortear las dificultades inherentes a la guerra y al
amor exigen creatividad y decisión; mejor dicho, frente a lo que está en los genes
52
Subjetividad, amor y guerra
muy poca creatividad vale, muy poco poder de decisión vale, pero frente a lo que
no está en los genes, que es del orden de la subjetividad, sí, y estamos sosteniendo
que ni en la guerra ni en el amor están los genes.
Un manual sobre la guerra puede ser de gran utilidad porque, aunque no corres-
ponda a un saber que se pueda aplicar tal cual en cada tiempo y lugar, sí puede
servir de orientación en la guerra, contando con que cada guerra exige tácticas y
estrategias diferentes y una habilidad especial del comandante. Hay expertos en
el arte de la guerra que enseñan de qué manera conducirse en la guerra; también
los puede haber en la seducción sexual, expertos en ese registro, pero no existen
expertos que posean la fórmula infalible para cautivar el corazón del objeto que
conviene amar; ahí no tenemos expertos que permitan procurar que la pasión sea
eterna. Entonces, construir una fórmula algebraica que pueda replicarse sin reser-
va en cualquier experiencia amorosa es imposible porque en el amor más que de
técnica, producción o indagación se trata de una ética del deseo y una estética de lo
hecho, es decir, cuando estamos frente a lo subjetivo la programación siempre falla.
Es una aspiración del amo moderno programar, pero ahí nos falla la programación.
¿En qué consiste el “más” en la guerra pensado en esta lógica? Una de las cosas
que en el psicoanálisis explican por qué desde el punto estructural es más fácil que
nosotros los humanos hagamos la guerra que el amor, es que, nosotros estamos en
mejores condiciones, con esta lógica, de hacer la guerra que el amor. Creo que por
eso ayer nos decía el doctor Allouch que en todos lados se habla de que hay que
amarse; tenemos la poesía, las canciones, todo esto que se decía por oposición al
imperativo del goce, porque parece ser que es algo muy difícil, En cambio, eso mismo
no se dice respecto de la guerra, que haya que hacerla; por el contrario, se dice que
hay que hacer la paz, y más bien hacemos la guerra.: Por qué es más fácil hacer la
guerra que el amor, esto tiene que ver con la siguiente tesis psicoanalítica: en la base
del vínculo social no está la armonía sino el conflicto; ahí hay un punto de encuentro
con cierta orientación de los investigadores sociales que sitúan el conflicto como
el fundamento de la relación con el otro, la relación social, y esta tesis contradice
el principio aristotélico de que el ser humano se guía fundamentalmente por el
principio del bien y se opone también al sueño ecologista del retorno a la unidad
entre el hombre y la naturaleza. Ahí tenemos una discusión interesante.
Uno de los nombres del principio del bien ¿cuál es?: la armonía, un principio
aristotélico; la armonía asegura la paz entre los hombres. Al respecto me parece
importante traer a colación al poeta trágico Eurípides, el otro poeta trágico griego.
Tenemos por un lado a Sófocles y a Eurípides por el otro, diecinueve de cuyas tra-
gedias han sido rescatadas. El poeta dice una cosa muy interesante y muy actual.
Eurípides dice: “La paz se goza en profunda prole, en riqueza que abunda y necios
somos por cierto si a tales bienes nos oponemos”. Y así es: elegimos locamente las
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
hierras y que el débil quede oprimido por el poderoso, los hombres por un hombre,
una ciudad por otra. Uno ve entonces que el poeta ve, desde hace mucho tiempo,
que las guerras son una forma loca de darle curso a la necedad de oponerse al bien
de la paz. A esta necedad humana referenciada por el poeta desde la antigüedad,
Freud la denomina pulsión.
Pulsión es aquello que el poeta desde la antigüedad sitúa como necedad humana,
necedad humana de hacer la guerra y de oponerse a la paz; y para nosotros los psicoa-
nalistas y para Freud la pulsión está en el corazón de lo humano, una noción que se
opone al instinto, es decir, que en el corazón de lo humano está fundamentalmente
la necedad de hacer la guerra antes que violentarnos en la vía del amor. Por pulsión
entendamos de manera más sencilla y general una tendencia subjetiva que ataca los
valores que más convienen a la convivencia pacífica, segura y tranquila con el otro.
54
Subjetividad, amor y guerra
Entonces algo de lo humano no se ajusta. ¿Qué quiere decir esto? Que hay algo en
lo humano –Freud lo llama pulsión– que no se ajusta naturalmente a un ideal de
benevolencia con el otro, es decir, que nosotros estamos desadaptados del ideal de
benevolencia en la relación con los otros. Hay algo en nosotros que no sabe cómo
hacer para vivir en paz con el otro. Ahí no tenemos un saber-hacer, no sabemos
cómo hacer. Alguien decía que a Dios le faltó como otro día para que nos dejara
unas formulitas acerca de cómo relacionarnos con los demás bien, que podamos
estar conversando y no matándonos; le faltó como ese otro día. Luego, frente a eso,
es un enigma cómo hacemos para relacionarnos con el otro, un otro enigmático.
Tenemos que estar inventando todo el tiempo cómo hacerlos, es como si en el diseño
del mundo Dios no hubiera incluido una fórmula donde dijera cómo hay que hacer
para vivir pacíficamente con el otro. Y no es gratuito entonces que la guerra sea
uno de los tantos fenómenos sociales que evidencian la gran dificultad que tienen
los seres humanos de lenguaje de privilegiar en su relación con el otro los ideales
del auxilio, la solidaridad, la equidad, la justicia, el amor y el deseo, pues eso exige
una inversión permanente.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Las guerras de todos los tiempos demuestran la frecuencia con la que se arruina el
diálogo entre los humanos y dan cuenta que a esta ruina le sigue un paso al acto en
colectividad, en el cual se expresa el furor humano de devastar: no es sino que haya
ciertas condiciones favorables para que inmediatamente se ponga en juego, porque
muerto el diálogo desaparece el control de la palabra y se da lugar a sentimientos
subjetivos de destrucción. Por este desastre del valor regulador de la palabra, del
valor regulador de lo simbólico, se escenifica la guerra, fundamentalmente, y por
eso los psicoanalistas tenemos confianza en la palabra, tenemos fe en la palabra,
nos la jugamos toda en esa vía. La guerra, por este desastre, se vuelve cada vez más
sangrienta, más mortífera, más cruel y más irrespetuosa de todo. En este sentido
no hay ejército bueno ni ejército malo.
Entre las guerras del pasado y las de la actualidad no hay variación, me parece, en
cuanto a los modos de goce que se ponen en circulación en la guerra ¿Qué es lo que,
a mi manera de ver, varía? Varía la sofisticación de las armas debido a los avances
tecnológicos y el hecho de que esta vez, a pesar de la exactitud a la que permite
acceder la ciencia en nuestro momento con respecto al blanco elegido, tenemos
una paradoja: suelen padecer más los civiles que los mismos combatientes. Entonces el
“más” de injusticia, el “más” de arbitrariedad, el “más” de sufrimiento, el “más” de
miedo, el “más” de desconfianza, el “más” de riesgo, el “más” de devastación, y digo
“más” porque todo eso está en nuestra vida diaria: riesgo, devastación, desconfianza,
arbitrariedad e injusticia. Lo que ocurre es que la guerra agrega más aun. Eso no lo
produce la guerra, eso es lo que tenemos a diario en los vínculos sociales, es algo
con lo que debemos lidiar, y por eso hablo del más de la guerra, es un plus que la
guerra introduce, tal como se demostró, por ejemplo, en la reciente confrontación
de la Franja de Gaza, si quieren tomar un conflicto internacional, que se mantiene
intacto en todas las guerras a través de la historia, y es un elemento de estructura
porque está en lo humano, en la relación con el otro.
Pero en la actualidad les aparece sobre todo ese más a aquellos que no hacen parte
de la confrontación armada, sobre todo los considerados inocentes y víctimas. Allá
no murieron en su mayoría soldados, la mayoría de los que murieron fueron civiles.
Entonces lo que la guerra trae de más porque infringe todas las limitaciones a las
que los pueblos se obligaron para lograr un buen vivir, porque acaba con la seguridad
que garantiza la tranquilidad que cada quien dice necesitar para vivir mejor, la que
56
Subjetividad, amor y guerra
se presenta, como dice Clausewitz, quien en esto me parece que es bien concreto,
que entre los rivales se empuja cada uno, y esto es muy importante, a tomar me-
didas extremas cuyo límite es la fuerza de resistencia que el enemigo oponga. Esto
quiere decir que mientras no exista negociación entre las partes el único límite de la
guerra y su principal obra es la muerte. En ese sentido digo que no hay una estética
en la guerra, no hay nada bello en la guerra, no hay nada que rescatar en la guerra
en el sentido de que el único límite es la muerte. Es decir, la muerte regularmente
atravesada por la sevicia, que es cuando la tendencia destructiva encuentra el
goce de su realización. Entonces, como en la guerra desaparece la autolimitación
individual, la satisfacción de la pulsión destructiva encuentra libre curso y los odios
que separan a los contrincantes se vuelven más poderosos que en las rivalidades
imaginarias de los tiempos de paz. Ante este panorama desolador de la guerra
los no combatientes, o sea la sociedad civil, entran en un estado de urgencia de
carácter humanitario. Estoy hablando de una urgencia psíquica de una urgencia
que se puede medir a muchos niveles. A nosotros los psicoanalistas nos interesa la
urgencia psíquica que produce la guerra, atender esa urgencia. Uno esperaría que
a los psicólogos les dejaran hacer lo mismo, se les permitiera hacer lo mismo, esta
urgencia, es una urgencia humanitaria. Digo urgencia porque la comunidad se in-
valida por una de las alteraciones psíquicas cuya repercusión suele no ser inmediata
sino retroactiva, porque mientras dure el combate los intereses están más centrados
en la conservación de la vida que en enfermarse psíquicamente; eso es retroactivo.
Bueno, por eso nos hablan después de estrés postraumático.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
sentido restringido utilizo la noción de víctima acá, porque sabemos que hoy los
paramilitares dicen muchos que también son víctimas y cualquiera de perpetrador
pasa a la posición de víctima sin ningún problema.
II parte
Bien, vamos a continuar, vamos a introducir entonces esta tesis de la guerra, enten-
dida como acto de fuerza que se opone al amor, es decir, el amor es una forma de
oponerse a la guerra entendida ésta como acto de fuerza porque la guerra apunta
a la destrucción del cuerpo y del ser, mientras que en el amor, al menos en uno de
sus aspectos, de acuerdo con lo que ustedes escucharon ayer del doctor Allouch,
se apunta al engrandecimiento del ser, no a su destrucción. Así como en la guerra
se pelea hasta someter al enemigo, en el amor el amante insiste hasta vencer los
obstáculos y alcanzar, vamos a llamarlo así, los mejores pensamientos del amado.
En la guerra el otro es sometido gracias a su falta de preparación, gracias a la fuerza
bruta, gracias a la intimidación o el escarmiento. En el amor hay entrega gracias a
la fuerza del deseo, traducido en el ímpetu de la seducción poética, por ejemplo,
porque la seducción en el amor debe ser poética, debido al afable ardor de la ternura,
y vamos a decirlo también de esta manera debido a la delicadeza de la palabra que
engrandece el ser. Me dirán: eso tan idealista. Pero no; si estamos hablando del
amor y en el sentido de ese sentimiento por el otro, es de esta manera.
58
se aparejan –el término que Lacan utiliza es el de aparejarse– de acuerdo con los
ciclos de la pulsión, los vaivenes del deseo y las lógicas del amor. Se apareja cada
uno con el otro, porque si no decimos que es para reproducirse como sucede con
los animales. Nos aparejamos de acuerdo con estas lógicas, con estos vaivenes y con
estos ciclos y eso hace que la cosa amorosa y la articulación del cuerpo, el deseo y
la sexualidad en el amor sea algo muy complejo y no tan sencillo como en los ani-
males que tiene un ordenamiento muy establecido y estaría de antemano facturado
cómo va a ser; en los humanos, no. Por eso hablamos de pulsión y no de instinto.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Pero hay una cosa que nos traiciona, que se escapa –diría Lacan–, de la legislación
del falo, porque también hay otra dimensión del falo. Ayer decía el doctor Allouch
cómo lo entiende Derridá; no es un pene erecto, la cosa del falo sin ritmo, sino
que tenerlo es un punto de legislación, de regulación de la relación con el otro, por
eso se sitúa en el campo de los semblantes, en el campo también de lo que brilla,
de lo que me hace legítimo frente al otro, lo que me permite que tenga con qué
presentarme frente al otro. Entonces, cuando yo estoy deprimido, cuando yo estoy
angustiado, digamos que es un instante en donde yo no sé qué hacer con el falo,
no sé qué hacer con eso. Hay que tener como un cierto saber-hacer con el falo
que es el que nos permite entonces estar en el universo social que es un universo
de semblantes. Por eso ponía al dandi, como ejemplo de aquel que sabe qué hacer
con la cuestión fálica, un hombre bien puesto que sabe cómo presentarse, cómo
hablar, cómo dirigirse al otro, cómo estar donde tiene que estar y de qué manera,
una noción de caballero y de todas estas expresiones sociales. Una de las maneras
como las pensamos es con este concepto. El instante más profundo de angustia es
un instante donde yo estoy, digamos, disuelto subjetivamente sin saber cómo hacer,
embarazado, digámoslo así. Si en la lucha de los hombres los protagonistas de la
subjetividad son el sentimiento agresivo y el propósito destructivo de la pulsión,
en el encuentro amoroso es la idealización del otro y la fascinación en su imagen
venerable. Este es el lado imaginario del amor; tenemos también el lado simbólico
y tenemos el lado real.
60
Subjetividad, amor y guerra
amor. Les voy a explicar en qué sentido el engaño amoroso no es ardid calculado,
no es un ardid calculado por una mente cínica, ni para sacar ventaja como sucede
cuando hay competencia. No. El engaño es la condición de posibilidad del amor. ¿El
engaño del amor en qué consiste? Y en este punto quiero ser muy preciso para que
me entiendan: el engaño del amor consiste en que el amante sin necesariamente
proponérselo le hace creer al amado que posee lo que más añora. A mí me gusta
“el amante-amado”, porque son las expresiones griegas.
Hay una diferencia entre el amor griego y el amor cristiano que sin enunciarla ayer
el doctor Allouch hacía. Hay una dimensión de incondicionalidad, una dimensión
de sacrificio, ese amor de la mamá por los hijos que produce tantos desastres, que
le trasmite a los niños, independientemente de lo que hagan, “siempre te amaré”;
y el amor griego que hay que merecerlo; el amor griego tiene condiciones que si
el otro no cumple no tiene mi amor, es decir, el otro debe trabajar para hacerse
amado. Entonces, tenemos esas dos dimensiones del amor. A mí me gusta mucho
el amor griego en esa lógica, es una cosa que tiene que venir como un elemento
que se opone a esta otra dimensión de incondicionalidad que produce estrago, esa
es una noción lacaniana; y este amor produce muchos estragos y el otro limita un
poco el estrago, digámoslo así.
Entonces, el engaño del amor consiste en que el amante le hace creer al amado –es
una de las vertientes del amor en el sentido lacaniano– que posee lo que más añora
como objeto que cause su deseo, es decir, yo le digo al otro: “Yo soy portador del
objeto que causa tu deseo, yo lo poseo, soy el portador, heme aquí”. En cambio, en
la posición perversa no es “soy portador del objeto que causa tu deseo”, sino que
yo le digo al otro: “Yo sé que hay qué hacer para que gocéis bastante”, “yo sé cómo
gozás vos”. Es decir, de un lado el uno está como objeto causa de deseo, y del otro
como instrumento de goce. Entonces no sigamos peleando con el otro que me tomó
como objeto (risas), porque eso es lo más deseable: que lo tome a uno como objeto
que cause su deseo para que no lo tome como instrumento; es decir objeto que cause
el deseo protege contra la instrumentalización. ¿Qué es la instrumentalización?
Cuando no importa el cuerpo sino para gozar y siempre con un plus atravesando el
límite, ya no dando una mordidita dulce sino que te arranco un pedacito de carne,
ya no un poco los masajes en el cuello sino más bien hasta ojalá casi ahorcarlo. Es
una cosa, por ejemplo, muy interesante ayer que citaban a Althuser en El porvenir
es largo, un texto autobiográfico de lo que le pasa con su esposa. Él dice que no
entiende que él le estaba haciendo un masajito y la ahorcó (risas). Entonces ese no
es el punto importante de esto que nos deja Althuser, sino más bien, digamos, la
exclusión que se hace de un hombre como ser histórico cuando se le declara inim-
putable. Los amigos pensaron que le ayudaban logrando que él fuera inimputable
por ese crimen y alguien lo mata, pues él se siente muerto porque casi que es una
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
En aquellos casos en que no hay más remedio porque han fracasado el diálogo, la
negociación, la razón y la cordura, –y lo que pasa en la guerra es que fracasan el
diálogo, la negociación, la razón y la cordura–, la guerra se convierte en un mal
necesario, dice la gente que entrevisté en la Comuna Trece de Medellín. Ahora,
el amor también llega a veces a este umbral pero su necesidad, la necesidad del
amor, no es temporal en términos freudianos; el amor freudiano no es un amor
que se necesite temporalmente sino una necesidad permanente porque Freud dice
que se trata de una demanda que nunca nos abandona, de un pedido que nunca nos
abandona. Somos “pedigüeños del amor”, no hablamos sino para pedir. Si la guerra
es algo que acontece por razones políticas, económicas y subjetivas, el amor es algo
62
Subjetividad, amor y guerra
que pedimos al otro sin medida, sin sentido de realidad ni intervención del tribunal
de la razón. El amor puede darse o no entre dos personas –eso lo dice el hijo del
doctor Héctor Abad Gómez, este hombre que escribe tan bonito de lo que digo–,
pero sus razones son esencialmente subjetivas y no dependen, como la guerra,
de una decisión racional. Concertar entre figuras poderosas que cuentan con el
monopolio de las armas y poseen fuerzas extraordinarias que permiten descargar
golpes contundentes que desgarran: esa decisión es racional, como la decisión de
casarse o separarse puede ser una decisión racional, pero la decisión en el amor no
es racional: uno se enamora o no se enamora. La guerra es la forma menos utilizada
de solucionar diferencias y los conflictos de intereses; el amor originariamente es
un interés por sí mismo. Ayer se ventiló eso un poco. Y cuando se logra dirigir al
otro, un esfuerzo que uno tiene que hacer para salir de sí mismo en este registro
del amor, el amor entonces favorece la negociación equitativa de las diferencias.
No es lo mismo negociar con amor que negociar con mucho odio; no es igual. Es
decir, el amor permite una cierta cuestión equitativa y en tal medida el amor en-
tonces actúa contra la guerra de forma preventiva. Vamos a decirlo: también entre
los sujetos, entre las parejas, la guerra destruye. Cito a Freud: …Vidas humanas
llenas de esperanza, coloca al individuo en situaciones denigrantes –lo cito en El porqué
la guerra–; desgarra, digamos, lazos de solidaridad, obliga a matar a otros y produce
miseria psíquica, no sólo miseria material. La noción freudiana es miseria psíquica,
también. El amor no produce miseria psíquica en la vía que lo estamos pensando,
no produce miseria psíquica como la guerra, vamos a decirlo así, tomando un poco
lo que se desarrollaba ayer al respecto. El amor que produce miseria psíquica no
vale la pena, no hay que cultivarlo.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Bien. Dado que el objeto amoroso no se asegura para siempre y más bien tiene el
estatuto de algo perdido, en términos freudianos, que por diversos medios se busca
reencontrar en la vida, siempre fracasa como recurso para hacer desaparecer el
hueco existencial que nos constituye, es de estructura. Pese a esta falla estructural
del amor –es decir, en el amor hay una falla estructural–, de todas maneras, en los
casos en que incluye al otro el amor refuerza cosas importantes en la vida: refuerza
la esperanza, refuerza la solidaridad y se torna un regulador cultural de la destruc-
ción. El origen del amor no es la plenitud con el objeto, más bien existe e insiste
precisamente porque esta plenitud es imposible. No se origina la plenitud, sino que
el amor insiste precisamente por la imposibilidad de la plenitud, debido a que las
pulsiones humanas –voy a citar a Lacan en La dirección de la cura y los principios de
su poder: tienen el carácter de necesidad de posición incoercible. Otra definición de la
pulsión: una necesidad de posición incoercible que hay en cada uno de nosotros,
que tenemos que luchar, y eso lo encontramos en el amor para controlarlo, dice
Lacan. Incoercible, ilimitada, incondicional, que supone un aspecto destructivo de
lo humano. No estoy diciendo que todo de nosotros sea destrucción, sino que hay
un empuje a la posición del lado pulsional, a lo ilimitado, a lo incondicional y que
por esa vía se introduce la destrucción.
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Subjetividad, amor y guerra
es una tensión, es uno de los modos como se define la tensión; eso dizque queremos
descargar con la terapia de la risa, con las regresiones, con el yoga, con todas esta
maneras sociales que hay de tratar con la tensión.
Así como el comienzo de la guerra produce una euforia entre los combatientes,
pero su trascurrir colérico los va decepcionando del combate poco a poco, el amor
comienza con la fascinación y una devoción encantada pero termina con el desen-
cuentro, si el otro pierde la significación que un día le fue atribuida. Ahí es donde
tenemos el engaño: yo le atribuyo al otro lo que en realidad no es y gracias a eso
me enamoro; ese es el punto de la fascinación. Cuando cae esa atribución que yo
le hago, entonces creo que estoy dizque ya desenamorado. No. Es que ya no estoy
fascinado, pero eso no significa que ya no esté enamorado, sino que tiene que entrar
el amor en otra lógica cuando cae la significación que le atribuyo al otro. Sin esa
atribución ¿cómo me voy a enamorar? Hoy ya a los pobres hombres casi nadie nos
quiere porque es que ya no hay casi nada por qué admirarnos. Las mujeres ya no se
preguntan sobre el hombre que tienen al lado: ¿Yo qué admiro de él? Y la respuesta
es que no saben qué admiran, porque los hombres están muy cobardes, las mujeres
dicen que hay que empujarlos, el deseo no aparece por ninguna parte (risas). En fin,
bueno, no voy a seguir por ahí. Aunque hay que decir que ahí tenemos una gran
desventaja en ese punto porque esto es una cosa muy generalizada hoy.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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Subjetividad, amor y guerra
de uno. Digamos que eso es lo que se busca transformar, esta inclinación se busca
transformar culturalmente con la educación, en la compasión, en el altruismo; es
decir, el altruismo no es natural, la compasión no es natural sino aquello que se
trata de producir en cada ser humano para combatir este lado que empuja hacia lo
contrario. Por eso hablamos de sujeto tachado ($). Por un lado están el altruismo,
la compasión, los diques culturales, el pudor, la repugnancia que se van delimitando
un poco, y por el otro lado este empuje. Entonces uno frente a eso está dividido, y
a nosotros nos interesa ese sujeto dividido, escuchar esa división.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Ayer escuchaba al doctor Allouch que lo que él estaba haciendo era, digamos, como
una exposición, un análisis a partir de una lectura. Pues bien, es un poco lo que
de alguna manera estoy haciendo yo, a la manera mía. Entonces con respecto a la
filantropía y la caridad, estas dos son vecinas del amor al prójimo, del mandamiento
cristiano, Lacan dirá en La agresividad del psicoanálisis que sus resortes son agresivos
–interesante– y que en cada caso hay que esperar los contragolpes. Una de las cosas
que se pone en juego en un análisis precisamente, dice Lacan en esa época, es la
agresividad del sujeto con el analista. Lo cito; Puesto que esas intenciones agresivas
ya se sabe forman la transferencia negativa que es nudo inaugural del trabajo analítico,
la definición sencilla de la transferencia negativa es no quitarle al otro los ojos de encima,
es estar pendiente de cualquier movimiento que haga el otro para criticarlo. Bien,
eso está en la tensión agresiva que aparece en la transferencia. El menor pretexto
puede servir, entonces, con esta lógica, para justificar la manifestación de la inten-
ción agresiva contra el otro. Es distinto la tendencia; la tendencia es pulsional. La
tensión es del Yo, es imaginaria porque la pulsión se mantiene, dice Lacan. Esta es
otra definición de la pulsión que merece una reflexión en esta lógica de pensar la
guerra y de pensar toda la cosa destructiva. Viene luego la tensión estacionaria, y dice
Lacan, lo dice en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis en El Seminario,
Libro 11: Todo en ella se articula en términos de tensión, entonces con razón sufrimos
de estrés, con razón sufrimos de tensión, ¿No es este un mal de esta época? Todos
sufrimos de tensión. Hay que pensar qué es lo que de esta época facilita que esta
tensión estacionaria, que esta cosa nuestra que se articula en términos de tensión
esté tan exacerbada, o como se diría hoy: sufrimos entonces de un estrés constante
o de una inquietud, la tal hiperactividad de los niños, el niño inquieto, tal como
puede observarse entonces en estos niños y en la ansiedad histérica, por ejemplo,
es decir, una histeria que llega a los consultorios bajo la forma de trastornos de
ansiedad, bajo la forma de trastorno de pánico, bajo la forma de hiperactividad.
Entonces sí, muy bueno que sacaron la histeria del DSM IV, pero miren cómo llega
para tratarla como una enfermedad médica. Nosotros eso lo tratamos como una
urgencia psíquica, no como una enfermedad médica.
En el caso de las manifestaciones amorosas las cosas son distintas que la puesta en
acto de la pulsión, porque la presencia del amor no depende de ningún pretexto
sino de cierta conmoción sentimental; el amor es una pasión. Esta es otra vertiente
que se produce gracias a que el amante atribuye al amado más cualidades de las
que en realidad tiene. Es una vertiente en la guerra: el enemigo es despojado de
su subjetividad. Una cosa que uno encuentra cuando escucha y cuando analiza los
conflictos armados es que “el enemigo es despojado de su subjetividad”. Otros dirán,
en especial los investigadores sociales: “es despojado de humanidad”, y así la pasión
del odio pasa a jugar un papel fundamental en su producción, desarrollo brutal y
prolongación. Si yo despojo al otro de su subjetividad lo puedo tratar de cualquier
68
Subjetividad, amor y guerra
Luego, usan pretextos que justifican la guerra todo el tiempo. Así como en el voye-
rismo el sujeto no está sino como perverso en esa experiencia, es decir, todo es en
calidad de mirada, en la experiencia voyerista –Aquí retomamos, pues, a Sartre y la
referencia de Lacan a Sartre, la mirada escondida–; y mientras no sea sorprendido
no se configura en ese sujeto en el que mira, la vergüenza, en la guerra el sujeto no
está sino a nivel de la destrucción, el sometimiento y la humillación del enemigo
y mientras el despliegue pulsional se recubra con el ideal, porque en la guerra
que tenemos, por ejemplo, hoy el despliegue pulsional es recubierto con el ideal
“hay que matar a todos esos terroristas porque hay que proteger la patria, hay que
proteger la familia” y demás, y el otro por su lado pone un ideal”, es por el pueblo,
hay que acabar con esos soldados y todos esos capitanes”. Es decir, aquí el ideal
juega un papel muy importante. ¿Saben por qué? Porque cuando ponemos el ideal
como aquello que justifica la quiebra, ni siquiera habrá posibilidad de que la mirada
del otro que reprocha contribuya a que se configure la vergüenza que conduce a
la culpa; no hay ninguna vergüenza porque ese es un elemento que conduce a la
culpa. Si no hay vergüenza no hay soporte de culpa, es una cosa desvergonzada.
Entonces hoy tenemos que pensar el problema de la desvergüenza en la guerra, es
decir, la desvergüenza de nosotros en la relación con el otro, en el vínculo social;
cómo aparece la desvergüenza, qué función tiene, y eso cómo contribuye a la guerra,
a la destrucción. Ese es otro elemento subjetivo que tenemos que analizar: ese par
vergüenza-desvergüenza.
Entonces la guerra está llena de actos con finalidad intimidante pero su violencia
propiamente dicha se define por la coyuntura, dice Lacan; coyuntura de emergencia
que implica la guerra, la guerra en términos lacanianos, o la violencia, digámoslo
así, porque utiliza la noción de violencia en varias partes. En esta parte que es
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Por ejemplo, ¿qué es urgente hoy? El acuerdo humanitario. Del lado político es
urgente ese acuerdo entre la guerrilla y el Estado, no para que la guerra termine y
vivamos todos felices, sino porque el dolor de las personas que están perdiendo su
vida en la selva y de quienes las están esperando llenos de incertidumbre ya no da
más espera. Sabemos por experiencia que en los lugares donde se ha logrado este
acuerdo se ha disparado la delincuencia y que la mayoría de los muertos, al menos
en Colombia, no los tenemos por esa guerra sino por esta otra cuestión. Es decir, eso
no va a bajar los muertos, pero es muy bueno y muy importante que no secuestren
más, que no haya más desapariciones forzadas, que este acuerdo se logre.
70
Subjetividad, amor y guerra
La figura del humillado vista desde el punto de vista pulsional es aquella en quien
entra en juego el dolor en la medida que lo padece del otro. Entonces el acuerdo
humanitario, aparte de los inconvenientes que pueda tener desde el punto de vista
de la seguridad democrática, también haría perder a los guerreros algo que desde
el punto de vista de la subjetividad de estos personajes es fundamental y es el goce
sádico de ver al otro sometido y el orgullo narcisista de ser el vencedor de una batalla
casada por mucho tiempo. ¿Quién renunciará a esas dos cosas, aparte de todo lo
que se dice que hay en juego a nivel económico? Tampoco es tan fácil. Es decir, yo
estoy mostrando aquello a lo que hay que renunciar si hay acuerdo humanitario
del lado subjetivo, del lado de la subjetividad.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Quiero finalizar diciendo que mientras el cerco del amor es un abrazo que se da con
un furor moderado que resulta encantador, el cerco humanitario es muy peligroso
en la guerra y todo aquel que ha sido liberado rechaza. Ustedes, salvo a quienes ya
le hayan lavado el cerebro, y yo, eso no lo queremos, es peligroso. Entonces en el
tiempo del amor la permanente presencia del otro acompañada de miradas y gestos
que comunican una pasión delicada es leída como signo de fogoso entusiasmo y
algo que produce satisfacción, pero si no hay amor o el amor ha desaparecido la
misma presencia se denomina acoso, el acoso sexual del que hablamos y eso gene-
ra impaciencia, cuando no hay la aprobación, la legitimación de la seducción del
otro. Asedio es un término –y Clausewitz utiliza la noción de asedio–, que hace
referencia a un acto en el terreno de la guerra, el arte de asediar al enemigo en sus
movimientos, el cual se vislumbró por primera vez en la dimensión de la guerra como
arte. Por fuera del amor el asedio es una forma de hacer violencia frente al otro; por
fuera del amor es una especie de coacción que se vuelve insoportable para quien
lo padece, para quien padece el asedio, porque se constituye –para que empiecen a
pensar en eso que preocupa ahora del acoso sexual, lo que llaman acoso–, en una
mirada invasora. Entonces las mujeres le dicen caníbal a un hombre que mira muy
invasoramente (risas), le pueden decir invasor con la mirada, por ser una mirada que
72
Subjetividad, amor y guerra
persigue en lugar de ocasionar dicha y es un gesto obsceno que causa asco, porque
le pide al destinatario el juego que éste tiene reservado para el otro; esto causa asco.
Asco me parece una palabra que hay que trabajar mucho en el caso de la violación,
porque me parece que constituye un elemento fundamental, uno de los efectos
subjetivos más graves que se producen en la violación. Por ejemplo, las niñas que
están metidas en prostitución cuando empiezan a sentir asco, es que ya quieren
poner en cuestión esa práctica, salir de ahí. Ese es un elemento subjetivo muy im-
portante. Antes que ese elemento aparezca no hay ningún interés en cuestionar esa
práctica; cuando este aparece algo se empieza a mover, algo empieza a movilizarse.
Voy a dejar aquí para que conversemos un rato y que en la tarde podamos continuar
con la conversación. Vamos a tener mucho tiempo de conversación, afortunada-
mente.
Le voy a pedir a cada persona que hable que, por favor, diga el nombre y de dónde
es. Me parece bien, pues yo no los conozco. Me parece bueno decir el nombre, de
dónde vinieron y qué hacen; yo quiero saber qué hacen.
Eduardo Botero: Soy médico psicoanalista, nacido en Medellín, pero resido en Cali
hace treinta años, y con esta inquietud desde el psicoanálisis sobre el problema de
la guerra y de la subjetividad de la guerra, quiero plantear un punto de discusión a
partir de unas cositas que me parece importante resaltar.
Con respecto al conflicto entre nosotros me parece que hay una lectura que al
asimilarlo a la generalidad de la guerra le hace perder la característica de singula-
ridad que ayudaría mucho para ubicarlo. Yo creo que hay una periodización que
sería interesante tener en cuenta. La guerra en Colombia ha sido la guerra de la
contrarrevolución. El último estudio de la Universidad de los Andes demuestra
que el 85% de los desplazados eran propietarios de pequeñas, medianas y grandes
parcelas. Esa guerra de la contrarrevolución por la propiedad de la tierra es una
guerra infame. Segundo periodo de la lucha por el poder que tiene una fase de la
conquista por el gobierno y desde la conquista del gobierno su extensión a todas las
instancias públicas y de control: la Fiscalía, la Contraloría, la Procuraduría, la Corte
Penal, la Corte Constitucional, la Corte de Suprema de Justicia, el Parlamento,
donde un discurso prevalente es el discurso delincuencial, ese descubrimiento de
la perversión, en lo que Antioquia tiene que ver mucho, según el cual la manera
más expedita de violar la ley es siendo la ley misma. Y ahora un tercer periodo, el
periodo de la disciplinarización; no fume, no coja, no goce, no salga; si sale, hasta
las 3:00 a.m.; sí fuma tendrá que ser en Marte o en Júpiter, si quiere gozar puede ser
perfectamente transformado en agresor porque es potencialmente contrariante de
73
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
otro. Nos interesa para el Estado su sangre, sus orinas, su materia fecal para obser-
var si hay droga allí, sí hay marihuana, cocaína, cómo se viste, qué tan largo tiene
el pelo, porque el discurso triunfante es el de los matones a los que les gustan los
hombres de pelo corto; es el periodo del campo de concentración y en ese sentido
quiero introducir ese aspecto de la biopolítica, es decir, la legitimación del uso de la
violencia mediante los estudiantes de la biopolítica. Eso para introducir un elemento,
que me parece importante plantearte, Héctor y a los asistentes. El planteamiento de
Lacan cuando asiste a las olimpiadas bajo el régimen nazi, al nacimiento de lo que
él llama ese dios oscuro y obsceno que traduce en una versión del Otro, fuente del
deseo, deseo destinado al sacrificio, y según Lacan, deseo al que muy pocos hombres
pueden dejar de sucumbir, y cita el caso del Baruch Espinoza como alguien que logra
exhibir ese deseo con el sacrifico a través del amor intelectualis. Pero viene después
la relación de Kant con Sade a mostrar que la ley moral como representante del
deseo no es más que el representante del deseo por el sacrificio; y los testimonios
de la postguerra, literarios, sociológicos, de la Segunda Guerra Mundial, planteaban
que el problema de la guerra no era tanto el odio al otro como el simple amor entre
nosotros. Remark que, en Sin novedad en el frente, una novela de época, señala que
la convivencia entre los ejecutores de la guerra es una convivencia superior a la
convivencia entre amantes, es decir, mucho más satisfactoria que la convivencia
entre amantes. Los estudios muestran que la guerra es el resultado de la felicidad
humana con la guerra, no una deshumanización del orden de lo humano, todo
lo contrario; la guerra es una confirmación de lo muy humanos que somos, y me
parecería importante referirnos a ese elemento.
Quiero hacerle una pregunta. Hace quince años tuvimos una polémica con Ramírez,
que trabaja con el grupo de ustedes; Mario Elkin. Hace quince años nos decía que
el problema del sicariato, de la violencia, era de “la cucha”, de “la cucha santa”,
porque “a madre santa hijo perverso”. Ese es el aforismo que se esgrimía, y se es-
camoteaba el asunto del patrón, del “don”, como si la imagen del padre se hubiera
desdibujado y en su lugar hubiera aparecido el resultado de la crianza de la cucha,
de la madre. Pero en ese análisis, sosteníamos hace quince años, se repetía algo
de lo ya vivido en la Alemania nazi. Fue justamente ese diagnóstico en la pluma
de Gothni Schreber, padre del paranoico Schreber, que señalaba que el problema
alemán era la difuminación de la imagen paterna y que era preciso restablecerla por
la vía del Tercer Reich. Yo me pregunto si esa versión caricaturesca de Hitler que es
el Chaves de derecha que tenemos aquí no es el resultado de ese diagnóstico, ese
autoritarismo que ahora se toma el poder; si no es más que la consecuencia lógica
de quien pensaba que todos los males de este país obedecían al hecho de que la
figura del padre había declinado. No es más. Muchas gracias.
74
Subjetividad, amor y guerra
Héctor Gallo: Gracias. Voy a recoger unas tres preguntas o intervenciones, por si
alguien más quiere enseñarnos.
Guy Casadamont: Su pedido del nombre me hizo pensar en esta frase de Foucault:
“No me pregunte quién soy, y no me pida permanecer el mismo; el estado civil está
en papeles”. Al escucharlo esta mañana me ha surgido la siguiente pregunta, es una
pequeña observación. La lectura cruzada de Lacan y Foucault permite considerar
a un psicoanalista como un guerrero amoroso que se prohíbe utilizar la Tecnología
armada. Tecnología armada no es aquí una metáfora; tecnología armada que es
simétrica, la del Estado y la guerrilla. ¿Estaría usted de acuerdo con esta pequeña
observación?
Mi pregunta, entonces, tiene que ver con ese sobre-énfasis que hace acerca de la
dimensión negativa que tiene la guerra, y eso me permito completarlo con lo que
dijo el profesor Botero: por qué no pensar la dimensión simbólica que tiene la guerra.
Se habla de una cultura de la guerra donde las personas construyen ideales y que
permite también crear grupos y demás cosas. No escuché en ninguna oportunidad
hablar de esa fascinación que tiene la guerra; pienso sobre todo en Voltaire cuando
hablaba de los jóvenes que iban contentos y felices escuchando los tambores de gue-
rra y veían a las personas cómo se masacraban. Es decir, la guerra no solamente era
horror sino también fascinación, y eso lo asocio con una frase que me llamó mucho
75
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
la atención en lo que usted dijo, que podría ser una explicación de ese sobre-énfasis
que noto con respecto a la guerra, es decir, a su dimensión negativa. Usted dijo que
“el yo no confunde en la guerra”; esa es una lectura que yo considero como muy
freudiana y sobre todo porque hacía énfasis en la dimensión de la pulsión. Usted
utilizaba la frase la figura del humillado desde el punto de vista pulsional. ¿Desde una
perspectiva lacaniana no sería lo contrario? Es decir, ¿no fue precisamente Lacan
el que demostró que el Yo tiene una dimensión fundamentalmente de confronta-
ción, de guerra, de relación del uno contra el otro, esa dimensión imaginaria del
Yo? Entonces no sé si de pronto ese énfasis en la dimensión negativa sería porque
básicamente se está pensando desde una perspectiva muy freudiana, y de pronto
habría que profundizar en otro tipo de aspectos que trae Lacan, y eventualmente
otro tipo de autores.
Héctor Gallo: Bien. Voy a tomar estas tres preguntas. Básicamente es como in-
troducir elementos más que respuestas; elementos de reflexión para alimentar la
discusión de la tarde. Me parece que con respecto a la intervención de Eduardo,
él toca un punto importante sobre el que tenemos que reflexionar, y es en torno
a la guerra, que no traje acá como elemento de reflexión, y es la pulsión del otro,
llamémoslo así, en el conflicto armado o en la guerra. Les dije que no iba a hacer
una discusión al respecto. Y llamamos también el Otro o el otro, para utilizar las
dos maneras como lo hace Lacan. Es decir, cuál es la función del Otro en la guerra.
Si uno piensa, por ejemplo. En el Otro de Espinoza que evocaba Eduardo, induda-
blemente ese es un otro que lo incita a uno poco a la guerra, el Otro de Espinoza
es un Otro que no molesta, que no jode, que nos deja tranquilos en el mundo,
tranquilos en la vida. El Otro de Espinoza no nos pide sacrificios, es un Otro bien.
Yo creo que es una de las cosas que se pretenden con el psicoanálisis, porque como
el Otro se construye, entonces es un Otro que uno llegue a lograr construir menos
cruel, menos invasor, menos imperativo, más tranquilito, y estoy de acuerdo con
la segunda intervención: más tranquilo sin dejar de ser un guerrero. Sabemos que
él dice “un guerrero del amor”. Lacan también utiliza esto que podemos decir el
guerrero aplicado en el amor, en un amor distinto, de otra índole, un amor que es
absolutamente entusiasmado, íntimamente entusiasmado, más allá de la esperanza,
la desesperanza, las ilusiones, los ideales y las decepciones, el encuentro con un
amor inédito. Me imagino que en la tarde seguramente vamos a poder profundizar
esta cuestión de qué amor se trata en el analista, de qué amor se trata del lado de
alguien que pasa por un análisis.
Y el Otro sadiano que es distinto y que evoca a Sade, Eduardo. Y ese Otro es distinto
porque el Otro de Sade es la naturaleza, el Otro sadiano es la naturaleza, como dice
Lacan, que sí nos invita al sacrificio, es ofrecer los sacrificios a la naturaleza. Es un
Otro insaciable, es un Otro que sí implica de alguna manera, si no la destrucción
76
Subjetividad, amor y guerra
del otro, sí el goce, obtener todo el goce que pueda obtenerse en nombre de la na-
turaleza. Bien. Sabemos que en Sade el deseo y la naturaleza van muy cercanos. El
deseo no es en el sentido que se utiliza en la orientación lacaniana, al menos en la
perspectiva del lado que está articulado a la ley. Y bien; está el Otro del cristianismo.
Y en ese sentido habría que examinar la función que esto tiene particularmente
en el conflicto armado colombiano y cuál es la construcción del Otro que tiene el
guerrero, pero en el sentido ya no como se introdujo en la segunda intervención
sino en esta lógica de la guerra.
El otro elemento en esa misma lógica que trae Eduardo sería la cuestión del padre
y la cuestión de la madre, y quería dejar planteado un elemento para la discusión
de la tarde y es que de ninguna manera el psicoanálisis lacaniano promueve el res-
tablecimiento del padre. Y cuando hablamos del padre estaríamos hablando de lo
que se llama en Lacan el más allá del Edipo, en el que asistimos a una pluralización
del padre y en donde el padre ya no es más que un significante cualquiera que en
un momento opera y obtiene el valor de un significante amo en un cierto lugar,
condenador, destructivo; y más bien habría que pensar por qué razones el resta-
blecimiento del padre no sería ninguna solución. Es una cosa que queremos hoy,
es decir, que es el lugar –si lo vamos a aplicar al conflicto armado colombiano– en
el que se quiere situar, digamos, el que nosotros colocamos a quien está allí como
Presidente. Se necesita mano dura, se necesita mano fuerte, se necesita alguien
que sí efectivamente actúe como un padre, en quien esté mezclada esta frase que
es de Luis Carlos Restrepo, comisionado de paz: mano dura y corazón grande. Mano
dura con el que esté colocado en el lugar de opositor y corazón grande con el que
se entregue. Esta es una cosa que ha orientado cierta posición en este momento
con el problema del conflicto armado y que tenemos que analizar frente al im-
perativo. Si se vuelve un imperativo categórico el hecho de que necesariamente
hay que aniquilar al otro para que los males de este país se alivien, cuáles son los
efectos catastróficos de este imperativo o cómo funciona este imperativo, es una
cosa que sería restablecer al padre por esta vía, un padre muy complicado, como
dice Eduardo, un padre que se cree la ley, que en esa perspectiva Lacan dirá que es
tan loco como el que dice delirantemente que él es un rey, como el rey que se cree
rey. Es restablecer el rey en ese sentido y lo que eso implicaría dentro del conflicto
armado colombiano y visto desde el psicoanálisis.
Y el otro lado es una discusión que tuvieron y que de tanto sacarle partido a esa
frase de Lacan, que en algún lugar de su enseñanza está, Mario lo tomó como un
elemento de reflexión del sicariato, pero eso no nos da una respuesta desde la par-
ticularidad, no nos da una respuesta, digamos, acudiendo al elemento particular,
sino que es un elemento general, como interpretar este mismo problema de la
violencia con el concepto de Edipo, por ejemplo; eso nos va a dar una respuesta
77
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
general pero no una respuesta particular. Entonces, del movimiento de hace quince
años a hoy me parece que es intentar hacer un esfuerzo del poder pensar, cuando
hablamos de la subjetividad, el aspecto de la particularidad. Por ejemplo, qué se-
ría lo particular, desde este punto de vista, del conflicto armado colombiano con
respecto a los otros conflictos que tenemos en otros lugares; qué sería lo singular
propio de este conflicto, porque eso sí, digamos, pasaría de la decadencia del padre,
la restitución del padre, de la cuestión de la madre santa, nos pone en otra lógica
de reflexión y es por lo que tenemos que esforzarnos en avanzar. Eso es todo lo que
puedo decir con relación a la intervención de Eduardo, que en efecto tiene otro
elemento muy importante para la discusión y es la felicidad humana como guerra,
en qué consiste la felicidad cuando se trata del amor y en qué consiste la felicidad
cuando se trata de la guerra; y es porque eso produce felicidad ¿Y de qué felicidad
se trata, cuándo, en qué momento? Porque no vamos a hablar de la felicidad como
un estado ininterrumpido de satisfacción sino como un momento; mejor dicho,
nosotros tenemos que examinar el problema a partir de las posiciones subjetivas,
porque del lado de las posiciones subjetivas entonces ya tenemos son variaciones
y eso le interesa mucho al abordaje psicoanalítico.
78
Subjetividad, amor y guerra
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Bien, voy a dejar acá. Nos quedan algunos elementos para que arranquemos la
discusión de la tarde y nos vemos entonces a las 2:15 p.m.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra
Conversatorio con Jean Allouch y Héctor Gallo
María Teresa López: Bien. Esta pregunta es para Jean Allouch. En el pasillo alguien
me preguntó si en su búsqueda de lo que ha dicho sobre el amor Lacan usted se
encontró con algo inesperado.
81
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Por otra parte, en la mañana de hoy Héctor Gallo nos planteaba diferencias y si-
militudes del hombre frente al amor y a la guerra. Habló de la tendencia pulsional
y de la intención agresiva. ¿Podría él desarrollar un poco más estos dos elementos
para diferenciar en cada uno de los casos estas dos propuestas? También postuló que
el psicoanálisis pretendía darle una nueva versión al amor. ¿Cuál sería esta nueva
versión del psicoanálisis y cuál sería el amor al final de un análisis? Bien, creo que
dejó abierta la discusión.
Héctor Gallo: Bien. Yo creo que esta conversación nos tiene que dejar algunos
elementos para la reflexión más que respuestas. Digamos que la manera como yo
entiendo cierta perspectiva entre la diferencia de la intención y la tendencia, es que
3. «Lacan mismo», en francés, se oye una homofonía: «Lacan même» / «Lacan m’aime», haciendo
alusión al caso Aimé, el de la tesis doctoral de Lacan: Lacan mismo/La Aimé de Lacan (nota del
editor).
82
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
Lacan propone la intensión agresiva como lo que estaría del lado del Yo. Es como
un poco de la dimensión de la agresividad imaginaria, y básicamente que permite
cierto tratamiento con lo simbólico. Al menos en ese momento Lacan confiaba en lo
simbólico. Lo simbólico estaba asociado con la pacificación, con la regulación, con
poder entenderse con el otro. Era un momento de confianza de Lacan en lo simbó-
lico; después era pensar la dimensión de la muerte en lo simbólico y la dimensión de
la destrucción en ese registro cuando ya tenemos que entra en juego la dimensión
de lo real. Entonces la intención, podríamos decirlo de manera resumida, es como
aquello que se puede negociar, aquello que admite la negociación, que no elimina
la palabra, que está de lado de lo que son, digamos, la rivalidad, la hostilidad, cierta
dimensión de los celos, cierta dimensión de la envidia; mientras que la dimensión
de la tendencia es una cuestión en la que tal vez podríamos ubicar la violencia para
diferenciar intención agresiva de violencia, es decir, lo que estaría del lado de lo
que él llama la coyuntura de emergencia en donde hay un fracaso de la palabra.
Es un poco esto que se presenta en las parejas que se podría llamar tal vez impasse,
–no sé si esa palabra sea correcta–, en donde hablar agrava las cosas, es decir, eso
termina siendo más problemático y complicado. El psicoanálisis por eso no invita
a la gente a que se tranquilice, a que se ponga a hablar, porque hay un momento
en el que ni siquiera se puede hablar, todo lo que se diga puede ser utilizado en su
contra. Entonces digamos que la tendencia es como un punto en donde el diálogo
encuentra un límite, donde la palabra casi se encuentra con un límite y es como un
instante muy cercano a lo que podríamos llamar en términos lacanianos “el pasaje
al acto”, donde hay una cierta desaparición del Otro. Entonces es un poco como
aquello que se escapa a cierta ley, a cierto orden, y es en ese sentido que se podría
poner del lado de cierta dimensión pulsional. Me parece que ya esa tendencia no es
del Yo. No estoy diciendo que es inconsciente, porque al menos en términos freu-
dianos la pulsión no es inconsciente; lo inconsciente es aquello que la representa.
83
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Bien. Tenemos esta pregunta –que yo creo que ya cada quien debería responderla
a partir de su experiencia personal– de lo del amor al final del análisis, cómo se
ama en la relación con la vida, en la relación con los colegas, en la relación con el
saber, en la relación con el Otro social y cultural, en la relación con los ideales, es
decir, con la pareja misma; cómo ama alguien que ha pasado por un análisis, cuál
es el efecto de esa experiencia en cuanto a la dimensión del amor, y cómo compa-
ginamos, eso, por ejemplo, si es que podríamos hablar así de cierta dimensión de
desapego posible, es decir, cómo podría uno amar desapegadamente la vida misma,
cómo amar la vida misma como un valor, si quieren tomarlo en el sentido kantiano
del valor de la vida, y tomando la vida como un valor fundamental, como una cosa
que cada quien, se supone, desea proteger, quisiera cuidar, quisiera no arriesgar. Es
un cierto ideal, aunque nos conducimos muy contrariamente en muchos aspectos,
cómo poder amar esto dándole un lugar a cierto desapego que utilizo en el sentido
de que si hay algo que tiene que caer, por ejemplo, del lado del Yo, del lado de
las identificaciones imaginarias, de las identificaciones simbólicas, si algo cae de
la transferencia también con el analista, con los maestros que son las figuras de
saber, cada quien tendrá que decir eso, cómo cae en él de manera particular y qué
hace con eso entonces, cómo es el amor en esa perspectiva. No sé, por ejemplo,
si uno estando en esa posición el amor se pueda relacionar con cierto servilismo;
qué pasa con el servilismo amoroso, por ejemplo, del que nos habla Freud en ese
registro, con cierta docilidad, cierta inclinación que hay frente a lo que habría de
real en el amor en ese sentido de lo imposible, de la armonía y de la felicidad con
el otro. Me parece que eso es como una cosa que cada quien debe preguntarse,
cómo es eso tan complicado que llaman el final del análisis o, en todo caso, esa
experiencia analítica, digamos, de cada uno. Yo creo que el deseo de un analista
en el punto donde esto se conquiste como una posición en la relación con el otro
–y eso da como una cierta vertiente del amor–, es como una postura alegre. Yo
personalmente soy un hombre muy alegre interiormente en la relación con todo
aquello que encuentro; yo no tengo mal humor en ese registro porque el mal humor
se opone a la alegría. Entonces, yo en ese punto mal humor nunca tengo. Tendré
mal humor a otros niveles, pero a lo que yo le digo sí, –por ejemplo, yo dije sí a
venir aquí–, entonces en ningún momento voy a tener mal humor, porque voy a
estar amorosamente con ese sí.
Bien. Voy a dejar acá. No sé si el doctor Jean Allouch quisiera decir algo, pues me
parece importante por la experiencia analítica de él, la experiencia con Lacan mismo
como alumno directo, el análisis mismo, pues acá no nos va a contar la vida; pero
84
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
si uno puede transmitir algo de esa experiencia en el sentido amoroso con el deseo,
no sé…, nos enseña algo y nos sirve mucho.
Héctor Gallo: Claro, porque es un poco como si ustedes vinieran hoy y si en dos
años volvemos a hacer una cosa buena, y mientras tanto no leen. Entonces me
parece muy interesante que son los alumnos mismos los primeros que le piden a
Lacan que salga de allí.
Jean Allouch: Sí. Fue un momento muy importante porque hasta entonces había
algo como una impregnación, como la ósmosis, la transmisión, o lo que decía Lacan
pasaba de esa manera, más como ósmosis que como estudio. Y fuimos los primeros
en edificar un lazo con Lacan que tenía muchos hilos; para la mayoría él era nuestro
psicoanalista, estábamos en el público, hacíamos carteles y lo leíamos, pero además
de los carteles proponíamos en la escuela una temática para un congreso, etc. Creo
que fuimos bastante activos. Luego, teníamos un lazo con Lacan con esos tres hilos,
pero la generación anterior no. Se puede ver ahora que la generación anterior no
produjo nada; muchos de los alumnos se fueron a otros lugares y los que quedaron
no estudiaron, hacían un pequeño artículo quizá, pero nada de una manera seguida,
que hubiera hecho serie.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
novela de ficción; los elementos históricos son muy importantes pero también es
ficción. Por ejemplo, dice que los nazis han matado o encarcelado a otros nazis,
pero ¿por qué razón?: porque ellos gozaban con matar a la gente; era prohibido ser
un nazi sádico. Cuando se veía que el nazi disfrutaba con matar a la gente ellos lo
inhibían, lo eliminaban, lo excluían del pueblo nazi. Ahí podemos ver una inhi-
bición de gozar, tenemos los textos de interdicción de gozar. Me parece que es un
elemento que merece atención (sí, por supuesto, asiente Héctor Gallo). Otra cosa
también a propósito de su exposición (se está dirigiendo al profesor Héctor Gallo):
He recordado otro libro, no sé si usted lo conoce, es de André Glucksmann, El
discurso de la guerra, un libro bastante viejo, de los años setenta, que fue leído por
Foucault y por Lacan. En esos tiempos Glucksmann era un joven filósofo y era leído
por los más importantes intelectuales en Francia. El trabajo de Glucksmann tiene
esa idea: dice que hasta la Segunda Guerra Mundial el pensamiento militar tenía
como referencia a Clausewitz, el ejército, por supuesto, pero que algo cambió en la
guerra con lo que se llama la Guerra Fría. En la Guerra Fría no había que usar más
a Clausewitz, pero para pensar en ese nuevo tipo de guerra era necesario usar su
libro. Entonces su libro era un discurso de la guerra. Estudia con muchos detalles,
por ejemplo, en la guerra tipo Clausewitz, tipo guerra napoleónica, tipo Primera y
Segunda Guerra Mundial, cómo se pensaba el espacio, cómo se pensaba el tiempo
y al revés con la Guerra Fría, con los dos enemigos muy semejantes, cómo se pen-
saba también el tiempo, cómo se pensaba el espacio; era diferente en la manera de
Clausewitz. Es un libro que me parece de una gran pertinencia. En la guerra en la
manera de Hegel hay que pensar, si soy norteamericano hay que pensar lo que van
a hacer los soviets, y si yo hago eso y lo soviets hacen lo mismo, pensar qué van a
hacer los norteamericanos. En este caso los dos enemigos debían tener el mismo
tipo de pensamiento. Es una cosa bastante extraña pero que produjo algo que qui-
zás nos salvó la vida: el equilibrio de las fuerzas que nunca se rompió. Había una
guerra ética, dice Glucksmann, entre los americanos y los soviets, compuesta de
tal similitud que el resultado fue el equilibrio. Bien. Me parece que con la guerrilla
estamos en otro momento de la guerra; con el terrorismo y con la guerrilla. Quizá
son dos cosas diferentes, pero mi pregunta es que si los militares de acá han pensado
en la originalidad de la guerrilla, ¿cómo ellos en sus estudios, en su pensamiento
estratégico, han pensado la originalidad de ese tipo de guerra? ¿Los paramilitares
no piensan lo mismo que los guerrilleros? ¿O cada uno piensa diferente? No sé,
pero me parecería bastante interesante ver si existen textos, por ejemplo, reuniones
como ésta donde haya oficiales superiores que se reúnen para discutir cuestiones
de estrategia o de táctica. Esa es mi pregunta: ¿Aquí en Colombia hay o no hay un
pensamiento de la especificidad de la guerra de guerrilla?
Héctor Gallo: Bien. Dos cosas como para que sigamos la conversación. La primera
con referencia a los nazis me parece muy interesante, porque eso quiere decir que
86
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
era una posición que pasaba, –parece paradójico en general en la mayoría de los
nazis–, por el imperativo de prohibido gozar, prohibido gozar al matar al otro. Esto
puede tener diversas interpretaciones. De mi lado yo lo pienso como que los nazis
de alguna manera se inscribían un poco en el discurso de la ciencia en la posición
de matar, que era matar de una manera exacta, precisa, un poco como puede ma-
tar un sicario acá en Colombia en este momento, o en la época en que lo hacían,
y es cumpliendo una función precisa, es decir, se da un tiro de gracia; o sea, la
sevicia excluye el exceso. Es algo –no sé si está de acuerdo conmigo (se dirige a
Jean Allouch)– como matar sin involucrar al fantasma, es decir, no desde una po-
sición perversa en el sentido sadiano, porque en la posición perversa en el sentido
sadiano, si se llega a la muerte o en el caso en que se produce un dolor al otro, el
fantasma está presente, el fantasma del sujeto. Aquí de alguna manera es como
matar sin involucrar la subjetividad, hablando de subjetividad en el sentido de lo
que se involucra del orden del fantasma del sujeto, es el $ (S tachado) en relación
con lo pulsional ($ ◊ @), mejor dicho, es una posición desde la cual se mata sin yo
estar presente ahí ni mi subjetividad, involucrando el apasionamiento, el disfrute
por hacerlo, sin comprometerme de esa manera. Eso tiene un punto interesante
y es que no pone en juego la sevicia que sí es algo que está presente en la guerra
de guerrillas. En la guerra que tuvimos desde que comenzó con los liberales y los
conservadores la sevicia siempre ha ocupado un lugar importante, tal vez las cosas
que justifican la sevicia. Es decir, antes entre los liberales y los conservadores, que
son los grupos políticos de acá más antiguos, había lo que se llamaba el corte de
franela, el corte de corbata, el desmembramiento. Todo lo que nombra Lacan en el
imaginario, todo eso se da en su modelamiento con el cuerpo, todo eso se da entre
los liberales y los conservadores.
Y ahora en la guerra entre los guerrilleros y los paramilitares, –yo no sé si eso sea
una particularidad–, encontramos nuevamente el desmembramiento, el descuartiza-
miento, un comportamiento similar en los dos lados, porque como son enemigos…
El modo de comportarse con la víctima en términos de sevicia es muy semejante,
muy parecido, pero los motivos por los cuales se lleva a cabo esa sevicia sí pueden
ser distintos. Comportamientos muy semejantes: la decapitación, todo esto que se
produce, castrar al otro, cortarle la cabeza, los brazos, las piernas y preferiblemen-
te estando vivo, es una cosa muy semejante, pero los motivos son distintos. Pero
cuando uno en un trabajo junta a un paramilitar y a un guerrillero reinsertado ahora
en esta época, uno ve que los ideales desde el punto de vista fenomenológico son
diferentes pero están inscritos subjetivamente de la misma manera: es para salvar
esto, salvar aquello; la posición de ninguno de los dos es de culpa, ninguno de los
dos asume ninguna responsabilidad. En eso sí se parecen a los nazis que no asumían
la menor culpa por los crímenes cometidos y más bien hay una posición de los dos
de ser víctimas y de estar haciendo algo legítimo.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Ya en la Comuna Trece por ejemplo, una cosa muy interesante, un movimiento que
resumo rápidamente. La Comuna Trece es un lugar en Medellín que se convirtió en
modelo porque allá hubo una intervención del Estado militar y se anunció como el
modelo de la manera como se iba a intervenir en Colombia en donde se presentaran
conflictos de este orden. Por eso hicimos esa investigación, porque esto fue anun-
ciado por el Estado como el modelo de intervención. Allá hubo trece operaciones
militares, pero la operación con la que fundamentalmente quedó inscrita como una
intervención que fue, digamos, “a sangre y fuego”, es lo que se llama la Operación
Orión, que se produce en un momento en donde las cosas implican cierto límite.
Allá hay un movimiento que se produce primero, lo que acá se llaman bandas,
grupos de delincuentes que dominan en un barrio. Las bandas en esa época tenían
una particularidad y era que robaban, mataban, violaban, atracaban en un mismo
lugar. Ya en este momento las bandas defienden el lugar y atracan, violan y matan
en otra parte, pero a ese lugar ellos garantizan seguridad. Esto tocó un punto muy
importante y es que la gente ya no podía salir a la calle, las muchachas no podían
estar en la calle, y en ese contexto llegaron las milicias.
Las milicias acá en nuestro medio son guerrilla urbana, si seguimos en esa lógica
de guerrilla y paramilitares en la pregunta que usted hace (Jean Allouch), y esas
milicias vienen a sacar a las bandas, a ofrecer seguridad, y con el ofrecimiento de
seguridad se legitimaron en la ciudad de Medellín, obtuvieron una legitimación.
No voy a decir que todo el mundo las legitimó, porque hay líderes comunitarios
que resistieron, que no las legitimaron y con los cuales negociaron ciertas cosas y
otros se tuvieron que ir; pero ellos llegaron a ofrecer seguridad, tranquilidad, para
que la gente de nuevo saliera a la calle, no violaran de nuevo a las mujeres, no
atracaran a los señores, no robaran a nadie. Entonces la gente estaba feliz porque
podía dormir hasta con la puerta abierta; es un signo que se repite en todos los
barrios de Colombia, un signo, me parece, paradigmático.
Cuando ellos estaban legitimados por la comunidad entonces ahí había un presu-
puesto. El Estado existía para las necesidades de educación y de salud de la población,
pero para la normatividad del barrio, la normatividad de la vida diaria no existía el
Estado; es decir, se produce un régimen paralelo en donde reclaman al Estado salud
y eso, pero en lo otro el Estado no puede intervenir. Entonces el Estado no entra
allá, no hay cómo, no hay manera, pero como están bien instalados se empiezan a
producir excesos. Por ejemplo, ellos vigilan la vida familiar. Entonces, a un padre
que fuera infiel y si la esposa colocaba la queja, lo castigaban o lo hacían ir o luego le
pegaban como si fuera un muchachito. Si el hijo era vicioso, entonces los llamaban
a ellos e intervenían. Es decir, ellos desplazaron la función de la ley familiar y la
asumieron ellos, muchachos jovencitos. Eso tiene unos efectos muy complicados
porque un padre humillado por un muchacho de dieciséis años, castigado y al que
88
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
Los falsos positivos, lo digo porque es público, es donde hay una lógica del Estado
de pagar recompensas a los militares y dar prebendas por cada guerrillero muerto,
un precio por la vida, por cada guerrillero muerto o detenido pero preferiblemente
muerto. Esto desató una lógica en el ejército legalmente constituido, de coger per-
sonas que supuestamente no son amadas por nadie, no son reconocidas por nadie,
desechables, es decir, personas que no tienen casi familia, porque dijeron que a las
personas que tuvieran antecedentes penales las empezarían a desaparecer y luego
las presentarían como guerrilleros muertos. Una cosa absolutamente trágica que
se destapó hace poco.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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El Psicoanálisis, el amor y la guerra
Entonces, desde ese punto de vista me parece que hay un asunto muy homogéneo
en esa lógica, muy parecido, muy semejante, muy similar, y lo que diferencia esta
guerra con la de los Estados es que aquí se le llama, –pero ese es un concepto que
hay que desarrollar–, una “guerra irregular” en donde se abre un espacio para la
sevicia y para la destrucción desalmada de todos los lados.
María Teresa López: Alguien me preguntó en el pasillo, Jean, sobre algo que usted
comentó respecto al amor Lacan. Usted lo habló en el seminario en Buenos Aires,
pero acá hay mucha gente que no ha seguido sus seminarios y que no sabe sobre
eso. ¿Nos podría comentar algo al respecto?
Jean Allouch: No. Así está bien. Ya no voy a hablar más de eso.
Eduardo Botero: Quiero repetirle la pregunta que le hacía al profesor Jean Allouch
ayer. En la fórmula de la sexuación es del lado del hombre que aparece el vector
del pequeño objeto @ en dirección al Sujeto Tachado, que sería la fórmula del
fantasma ($ ◊ @), y del lado de la mujer el vector en dirección a la inexistencia
del Otro, del falo simbólico. Ahora bien, usted en Erótica del duelo en tiempos de la
muerte seca sostiene que el reto del sobreviviente ante la muerte del ser querido es
el de restablecer aquel pequeño trozo. Aquí sería el pequeño objeto @ que se perdió
con la muerte del otro. La pregunta sería: en el momento del duelo, entonces, ¿hay
un cambio en la posición de la mujer para entrar ella a identificarse con el pequeño
objeto @, y en ese sentido habría una masculinización de la mujer al momento de
estar en la lógica del duelo?
Jean Allouch: No sé. Hay un síntoma bastante frecuente cuando una mujer ha per-
dido un ser querido: es la desaparición de sus reglas, de su menstruación. Yo no creo
mucho en lo psicosomático; me parece que tiene más que ver con las dos sustancias
en Descartes que con Freud. Pero yo tengo la certeza de que esa desaparición de las
reglas en un momento de duelo es algo que no es de una lógica solamente corporal,
porque he visto lo que ha ocurrido a una amiga mía a la que se le acabaron sus reglas
después de haber perdido a un ser querido, y el día en el cual ella puso piedra en
su tumba las reglas volvieron. Me parece que esa es una demostración de que las
reglas estaban ligadas al duelo. Entonces sí pasa algo. Yo no iré hasta nombrar eso
masculinización; me parece una hipótesis, diría yo, demasiado fuerte.
91
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Héctor Gallo: Esa es otra situación particular que tenemos aquí, digamos con
relación a donde hay sociedad civil, y es que aquí es muy difícil decir la familia,
porque lo primero que debemos mirar, sobre todo en estos estratos 0 y 1, donde
trabajamos con estos niños, es si ellos ocupan un lugar simbólico en algún espacio,
porque la mayoría de estos muchachos son abandonados, no se sabe dónde está su
padre. Por eso aquí en Colombia hay una cantidad impresionante de instituciones
de protección, porque aquí el abandono más la muerte de toda la familia no es una
cosa excepcional, sino la norma. Entonces, cuando se dice que hay que acudir a la
familia, que hay que reforzar la familia, reconstruir la familia, inmediatamente uno
se tiene que preguntar ¿cuál familia? Y no es lo mismo que pensemos la familia en
Medellín, en Cali, a que pensemos la familia en ciertos lugares del Chocó y ciertos
lugares del Cauca. Eso es otra cosa.
Aquí hay una multiplicidad en ese nivel que exige siempre estar pensando de qué
familia se trata en ese lugar en donde estamos, qué es lo que hay ahí como familia,
si lo vamos a tomar un poco como estaría en las políticas del Estado de contar con
la familia para este trabajo. En la Comuna Trece, –vuelvo allá porque yo no puedo
hablar de lugares sino donde he investigado de manera directa a nivel de campo–,
había una cosa muy interesante con los niños y era que ellos veían demasiado, los
niños escuchaban demasiado, y para la familia era una preocupación que los niños
vieran demasiado porque en ese sentido era muy difícil saber para un padre que
los niños ya no juegan sino a la guerra. Estos muchachos legislaban las relaciones
familiares, legislaban las relaciones matrimoniales; por eso familia es lo común en
ese momento en donde había las milicias. Después se produjo un movimiento muy
interesante y es que cuando se implanta esta otra gente ya no se mete mucho con
la familia; como que al menos se percataron de eso y entonces no se meten dema-
siado. Eso hay que mirarlo caso por caso, cierta discreción a ese nivel de no legislar
a la familia. Ahorita es el Estado el que quiere legislarlo, el que quiere encargarse
precisamente por eso.
92
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
Entonces, mientras la familia no ve, al menos quienes estén como padres no ven, no
oyen, no entienden, están en la suspensión de los sentidos, en el niño los sentidos
están profundamente abiertos, dispuestos, y ese es un problema que tenemos porque
me parece que es un elemento subjetivo en que intervienen lo que los investigadores
sociales llaman ciclos de repetición de la violencia, lo que nosotros llamamos com-
pulsión a la repetición. Ellos se preguntan cuáles son las condiciones estructurales
y las condiciones coyunturales para que evitemos los ciclos de repetición de la
violencia, mejor dicho, para evitar la tendencia a la repetición de esta cuestión de
violencia. Es la preocupación de los gobernantes, de los que quieren verdaderamente
hacer algo, y uno siempre se da cuenta de que como ahí no están suspendidos los
sentidos en los niños ese es un elemento fundamental para los ciclos de repetición,
porque estos muchachos son las figuras que operan como modelos de los niños en
los barrios nuestros. Uno tendría que decir que desde esa lógica en nuestro medio
no importa si el padre no está porque es simbólico. Yo creo que no, que sí necesi-
tamos que haya alguien real que encarne alguna cosa, que represente alguna cosa
para el niño, alguien que se diferencie de este movimiento, que represente algo,
alguna cosa civilizadora. En ese sentido que refiero. No es el rescate del padre sino
que al menos uno logre escuchar que hay un lugar, dígase en la ciudad, dígase en la
familia. Ojalá los líderes comunitarios encarnaran un poco esa función, una función
civilizadora para el niño, un poco como un elemento que entra a limitar los ciclos de
la violencia, que es la que hace que nos preguntemos si es que Colombia está muy
dispuesta a la violencia. Pero más bien en la familia hay la preocupación de cómo
lograr esa suspensión de los sentidos en los niños, en el sentido positivo y no en el
sentido negativo que hay en los adultos; es como si usted viera por el orificio de la
ventana, por el huequito chiquito, y ahí están matando, puede ser al hijo suyo o a
varios del barrio, y usted no hace nada pero los niños sí ven mucho.
Asistente: Buenas tardes. El doctor Gallo en la mañana decía una frase que me
pareció muy interesante, que la guerra es el escenario de la perversión humana. So-
bre esta frase me gustaría saber, aunque usted esta mañana hablaba de eso en la
intervención del profesor Botero, qué entiende usted por perversión, digamos en
ese escenario específico. Me gustaría que ahondara un poco más sobre la relación
entre la perversión y la guerra como uno de los escenarios donde esa perversión se
pone en juego, y haciendo énfasis en algo que usted decía: ¿La perversión en ese
escenario es algo transitorio o pasajero?
93
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Héctor Gallo: Bueno, rápidamente, con lo que nos plantea el doctor Allouch en su
intervención ahora del castigo para los que gozan matando al otro, eso nos da una
indicación muy importante en términos de investigación y es que cuando se mata al
otro en nombre de un ideal, eso no se considera perverso socialmente, porque hay
un significante en nombre del cual se lleva a cabo un acto que se supone es para
preservar algo. Si queremos preservar la seguridad, si queremos preservar la paz, si
queremos preservar la tranquilidad entonces hay que acabar con el que esté colocado
en el lugar de enemigo. Por eso, no sé, salió un libro muy del lado de la oficialidad
diciendo que en Colombia ya no existe el contrincante porque el guerrillero no es
pensado como contrincante sino como enemigo, y tenemos que pensar cuál es la
diferencia en este momento histórico cuando alguien está colocado en el lugar de
enemigo, de terrorista y de contrincante, porque contrincante implica un recono-
cimiento del otro en el sentido hegeliano, y eso da posibilidad de conversación y
posibilidad de negociación, pero no hay posibilidad de negociación cuando no hay un
reconocimiento recíproco. Yo no puedo negociar diciendo que este es un terrorista,
un bandido y yo soy alguien muy grandioso, muy importante. Qué negociación va a
haber ahí si yo no estoy dándole un lugar al otro para poder conversar, sino que lo
tengo descalificado de una vez por todas. Por lo tanto el concepto de negociación
exige una cierta dimensión de reciprocidad, digámoslo así. Entonces voy a tomar
perversión única y exclusivamente en este sentido; como una posición en la que yo
me coloco en relación con el otro de una manera opuesta al amor, es decir, que la
oposición no sería perversión y por decir algo, sexualidad normal o manera normal
de relacionarse con el otro, sino más bien perversión versus amor. ¿En qué sentido?
En el sentido de que la pulsión para Freud no tiene entre sus fines el amor y para
mí eso sigue siendo vigente. El amor no es una finalidad de la pulsión, no es un fin
de la pulsión, no es un destino de la pulsión y en ese sentido podríamos decir que
una posición perversa tiene que ver con el hecho de que el ser del otro no existe,
no está presente. Yo no me dirijo al otro apuntando a su ser desde una posición
perversa, a darle existencia a su ser, digámoslo así, desde una posición perversa. Me
coloco en una posición en donde el ser del otro no existe. Y no vamos a entrar en
la discusión acerca que, de hecho, el ser no existe desde el punto de vista filosófico.
Tenemos, pues, que es una esencia, eso existe de entrada. Desde nuestro punto
de vista el psicoanálisis siempre es una cosa que se constituye, al menos según
vertientes lacanianas, como una cuestión que siempre falta como ser en falta, que
siempre hay necesidad de hacerlo, en cierta medida, existir. Entonces, cuando el
otro está colocado en lugar de instrumento de goce, instrumento de satisfacción
en el sentido pulsional, digamos que el ser no existe en ese momento en donde yo
me coloco en esa posición y en ese sentido; ahí el amor no tiene lugar. Luego una
posición perversa en este sentido muy restringido es una posición en donde no hay
lugar para el amor; el amor es radicalmente excluido.
94
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
Héctor Gallo: Yo voy a contestar de manera simple. Esos panfletos que nos llegaron
lo que nos plantean son preguntas porque vienen de un lugar anónimo, de un lugar
con una señal de angustia porque no llegan sólo aquí a Cali, sino a Medellín y a
otros lados. Es una señal de angustia que implica que nos tenemos que proteger, que
al menos en los barrios no es bueno que estén en la esquina los muchachos, no es
bueno que caminen en las calles. Nuevamente es la misma lógica; así empezó todo:
no hay que ir mucho a la calle, no hay que estar mucho en la calle, hay que estar
encerrado; no hay que reunirse, no hay que estar en grupo. Otra vez la misma lógica;
eso no es nuevo, eso nos llega como pregunta. Y bien, eso lo comprenderemos retro-
activamente. Ahora, no comprendemos eso qué quiere decir. En Medellín hay una
historia, que debe de tener un grado de verdad del lado de las ONG y que nos dice
como hay un elemento, siempre hay una cosa que se puede volver acontecimiento
y puede dar origen a algo: una prepago contagió a un líder paramilitar y dicen que
a partir de ahí se desató esta cuestión de los panfletos en la ciudad.
Frente a lo que aparece como un enigma, como una cosa anónima, una cosa que no
comprendemos, que se desata, en multiplicidad de interpretaciones, en multiplicidad
de sentidos, cada quien toma precauciones, protecciones contra el riesgo. Ya no hay
que hablar de ciertas cosas, no hay que conducirse de cierta manera. Toda una serie
de mecanismos de protección y de cierta prudencia y ciertos cuidados que debemos
tener en este momento de recrudecimiento silencioso de la violencia, porque en
los últimos días en los enfrentamientos que se están llevando en las comunas van
treinta y dos muertos. Y en el trabajo que se está haciendo con los reinsertados se
sabe que hay que hacerlo con el coordinador de cada lugar; es el coordinador el que
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
convoca. Sabemos que es a través de eso como se puede hacer; y cuando ya la cosa
no va de cierta manera, pues eso no va más. Luego lo que tenemos es una señal de
angustia, no sabemos qué es eso y es en todo caso una amenaza, un sentimiento de
terror lo que nos invade como sociedades y desde el punto de vista de la civilidad.
¿Qué tiene esto de semejante con la ley de la dosis personal, esta cosa de castigar
la dosis personal? Lo que tiene de semejante es que aquí no hay política de salud
mental; entonces, como no hay política de salud mental la propuesta siempre es
punitiva. No hay política de intervención en salud mental y frente a la dosis hay
que generar esas políticas punitivas, igual que lo que se está tramitando de cadena
perpetua para los violadores de niños: ese es un problema de salud mental, no es
un problema estrictamente jurídico. Esos problemas de salud mental en este mo-
mento se están tratando como problemas de orden político, porque es mucho más
fácil decir “sí, démosle cadena perpetua a toda esa gente”. Pero es una cosa muy
complicada. ¿Para cuál gente? ¿Para la gente que hace eso de manera aislada, para
la gente que hace eso no organizadas, para los que están organizados y hacen eso?
Ahí hay negociación. Al delincuente aislado, se la están aplicando toda, treinta a
cuarenta años de condena. Eso nos va marcando una lógica: hay que delinquir, hay
que violar, hay que matar pero organizados. Sí, a eso contribuye esa ley, eso está
como en esa lógica: lo que está muy claro es que no hay que delinquir de manera
aislada porque “hay que hacer empresa” (risas). Y si usted tiene una empresa bien
puesta entonces ya mandó usted a negociar, a que conversemos, a que miremos
cómo en este lugar aseguramos la seguridad, la palabra del momento en el mundo,
pero fundamentalmente aquí. Entonces conversamos, porque eso tiene unos di-
videndos políticos muy importantes. Es fundamental que en este momento no se
tenga sentimiento de inseguridad por muchas razones. Y digo sentimiento porque
para nosotros lo que importa es examinar la dimensión del sentimiento, porque
no pensamos la seguridad con la presencia del Estado y del ejército que nos puede
dar una cierta sensación interesante pero que trae unas cosas muy problemáticas
igualmente. Desde que se instaló en la Comuna Trece; mientras antes un miliciano
tenía seis mujeres y a todas seis en embarazo, ahora es el soldado, el policía el que
está allá embarazando adolescentes y eso trae un problema de salud mental y de
salud pública. Entonces, en esa lógica el asunto vuelve y juega, ahí se nos viene
otro problema en los lugares en donde está la presencia que nos da seguridad, la
presencia del Estado. Pero yo, personalmente, sí considero muy importante que el
Estado tenga legitimidad, que hay que trabajar por esa legitimidad y que es muy
importante que el funcionario trabaje por ser legítimo: digo legítimo para que di-
ferenciemos entre legalidad y legitimidad, porque lo legal no quiere decir que sea
legítimos. Nosotros como una sociedad civil obviamente tenemos que respetar, –y
esta es una opinión muy personal–, la legalidad, pero lo que mide la sociedad civil es
la legitimidad, con todo lo problemático que es la legitimidad, porque efectivamente
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El Psicoanálisis, el amor y la guerra
los paramilitares y los milicianos fueron legitimados. Pero del lado del Estado sí me
parece muy importante la legitimidad y es más: es muy importante que del lado del
Estado haya un lugar legítimo que tenga el monopolio de las armas; legal y legíti-
mamente constituido. Desde mi punto de vista es muy importante que el Estado
tenga legitimidad y es un asunto problemático, pues cuanto más legítimo sea más
demandas hay, más peligros tiene, más responsabilidades tiene, más obligaciones
tiene. Aquí sí tenemos esa disyuntiva entre crimen organizado y crimen particular
y cómo se responde desde el lado del castigo, desde el lado de lo jurídico, desde el
lado punitivo en ese nivel.
Héctor Gallo: Bueno. Yo le doy la palabra al doctor Jean Allouch, que estuvo en
Mayo del 68 en París.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
conflictos actuales acerca de estas dos cosas, y lo pregunto en relación con algo en
que particularmente no creo porque para mí los economistas nos los han hecho
ver así, y es este asunto de la crisis que para mí no es una crisis económica sino un
conflicto o un encuentro entre alteridades. Quisiera que me ayudaran a pensar eso:
¿Qué míticas psíquicas se construyen entre estos conflictos, entre amor y guerra?
No nos importa el personaje interesante, el intelectual tenaz que va ahí y nos hace
una reflexión acerca de la contemporaneidad, sobre la vida; nos interesa que nos
cuente su novelita, su pequeña novela porque es una “tontería”. Eso nos interesa
mucho escucharlo, y por eso podemos discutir sobre estas cosas. Entonces sí es
fundamental el mito para poder comprender algo de lo real del amor y de lo real
de la guerra. Cuando digo “lo real”, es algo que se sale o que se saca del sentido,
que queda por fuera del sentido. Desde esa perspectiva nos interesa el mito para
acercarnos a estos problemas.
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El Psicoanálisis, el amor y la guerra
Jean Allouch: El asunto no es su amor, más bien el asunto para ella es el amor donde
ella es el objeto de un amor incondicional. Entonces su problema no es amar, su
problema es de liberación de ese amor incondicional, es decir, hacer lo que hay
que hacer para que se trasforme, para que no siga más su incondicionalidad. Ese
es su problema; su problema no es amar o no amar, como sí liberarse de un amor
incondicional.
Héctor Gallo: Creo que en esa misma lógica hay un elemento que se puede agregar
con respecto a la pregunta por la dimensión del amor en la anorexia. Lacan, en La
dirección de la cura y los principios de su poder, utiliza la expresión “anorexia mental”.
Este texto se encuentra en los Escritos. Lacan usa el nombre de anorexia mental, y
dice que ésta es una forma de anorexia propia de la histérica, porque no es lo mismo
la anorexia psicótica que la histérica. Él dice además que se produce más que todo
cuando quien ocupa para el niño un lugar de Otro importante, –en este caso, si
quieren, la madre; yo lo traduzco de esta manera– lo atiborra de cosas, de un amor
incondicional; lo atiborra de forma incondicional, de acuerdo con la idea que tiene
de sus necesidades. Esta forma de proceder, dice Lacan, como lo traduzco, en lugar
de dar satisfacción provoca un sentimiento de asfixiante invasión, porque el niño
recibe lo que no está pidiendo.
Uno podría decir que en esa lógica se abona el terreno para la anorexia mental que
podríamos llamar anorexia neurótica, que no es la que llega hasta la muerte; es decir,
no es la que el periodista colombiano Pirry mostró en un programa de televisión que
todos seguramente vieron, en el cual presentaba mujeres a punto de desaparecer.
Y esto se produce, se abona en terreno cuando, –si ustedes quieren llámenlo así–,
la madre o el cuidador que opera como soporte, al que se dirigen los pedidos del
niño, responde confundiendo las necesidades que él atribuye al niño con las que el
niño verdaderamente tiene, y aquí llega el punto de articulación con nuestro tema.
Dice Lacan: cuando lo confunde con el “don” de su amor confunde necesidad, la
satisfacción de la necesidad con el amor; es decir, cree que al satisfacer la necesidad
está poniendo en operación el “don” de su amor por el niño. Eso quiere decir que
la satisfacción de las necesidades no es lo mismo que amor, no siempre es leído por
el otro como signo de amor; puede ser leído como signo de odio o de desamor, y en
ese sentido, entonces, confundir la necesidad biológica, –que es lo que pasa con los
programas de asistencia social en los que se toma al niño como alguien que simple-
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Asistente: Quisiera que el doctor Héctor Gallo primero nos hiciera un comentario
acerca de la manera como los griegos articularon a través de la tragedia los dramas
que precisamente vivían en relación con todos los conflictos de la cotidianidad;
y segundo, que comentara la afirmación de Freud de que “la palabra reemplaza la
acción”, sobre todo si esa acción en el contexto en el que estamos discutiendo es
principalmente violenta.
Héctor Gallo: Solamente puedo decir: cuanta más tragedia tengamos, cuantas más
amenazas tengamos, más poesía, más teatro, más literatura hay que hacer, más risa
hay que producir. Es decir, en ese sentido, vuelve y juega: tenemos que hacer algo
para que la subjetividad exista, y desde ese punto de vista son muy importantes la
poesía, la literatura, para nosotros los psicoanalistas. Yo personalmente soy muy
sensible y me siento muy cercano a la poesía, al teatro, aunque lastimosamente no
tengo ninguna virtud en ese registro, pero soy muy sensible, me gusta mucho, ya que
esto es una manera de hacer con la tragedia, de hacer con la violencia y de hacer
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El Psicoanálisis, el amor y la guerra
con el miedo que cada vez aumenta. Me parece que es necesario que existan tales
opciones como alternativas. Ustedes ven que siempre cuando más tragedia hay, más
movimientos culturales contra todo aparecen, hay más música, más literatura, y en
ese sentido los artistas tiene la responsabilidad social de hacerlo a pesar de; además,
aquí se mueren de hambre los artistas salvo unos poquiticos, de resto son casi unos
indigentes. Esa es una realidad que tenemos aquí en Colombia en el tratamiento
de la gente que trabaja en el arte, lo cual es muy distinto al tratamiento que se da
a los artistas, al menos en Francia.
Asistente: Buenas tardes. Siguiendo con esto de la cuestión del amor, quisiera que
ahondaran un poco en lo que tiene que ver con las condiciones del amor. Ya tocaban
ahora algo de la anorexia a propósito de lo que se dijo ayer. Hoy en la mañana el
doctor Héctor Gallo hacía una referencia a la manera de amar de los griegos, la cual
es opuesta al amor de la madre en el cristianismo, que es incondicional, mientras
que en los griegos había que merecerlo, contraponiéndolo a los estragos que produ-
ce ese amor incondicional. Quisiera que profundizaran un poco más en ese tema.
Tomando de esa forma las preguntas los problemas no se pueden tratar; las figuras
son cosas mucho más singulares, y constituyen algo como un abanico de figuras
singulares. En ese modo los problemas pueden quizás encontrar una solución o
manera que no sea abstracta. Yo no uso más los conceptos de neurosis y psicosis; me
parece una cosa excesiva, me parece una clínica que se queda en el semblante de
una clínica médica, pero creo que la clínica psicoanalítica no necesita eso. Cuando
alguien viene a hablarme de no sé qué, no tengo ninguna necesidad de pensar si
es un hombre o una mujer, no estoy seguro; además de eso, finalmente, ¿cómo se
sabe que adquiere su nombre una mujer? Eso no es tan fácil. Me parece que hay
algo en griego, la palabra es una “asquesis”. Hay algo como una asquesis, esto es,
un ejercicio, necesario para que un psicoanalista pueda funcionar como psicoana-
lista, y es precisamente el rechazo de consideraciones generales, consideraciones
así puestas en la espalda de la gente, a cargo de la gente y que no sirven para nada.
Pues no es exacto decir que hay que hacer un diagnóstico para decidir si alguien se
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Entonces la dificultad, ese rechazo de las generalidades, es algo que no es nada simple
como parece. Ahora las cosas se han modificado, si se piensa en los tiempos de La-
can; ahora la clínica psiquiátrica de los gringos es casi mundial; ellos se han movido
y tenemos que movernos nosotros los psicoanalistas también, de otra manera, por
supuesto, pero el contexto es diferente: eso es claro. Hay algo como una necesidad
para el psicoanálisis de poder ser mucho más claramente por fuera de la medicina,
por fuera de la psicología. Y hay que hablar del concepto de “biopoder”; claro que
es algo muy presente. Eso quiere decir que si el psicoanálisis pone solo un dedo en
ese movimiento del biopoder se va a pasar todo a ese movimiento. Hay algo hoy
que es mucho más real que en los tiempos de Lacan, y el rechazo a la generalidad
también pertenece a eso, al rechazo a una medicalización del psicoanálisis.
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