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RESUMEN
La novela Enero de la escritora argentina Sara Gallardo es, acertadamente,
destacada por su peculiar representación de lo rural. En este escrito busco responder
cómo se construye esa representación. En primer lugar, y sustancialmente, planteo como
factor constituyente la puesta en escena de un tiempo cíclico, logrado con el particular
tratamiento del orden, de la frecuencia y de la duración del relato. En segundo término,
considero que el campo gallardiano resulta de la invención de un narrador polifuncional,
beligerante en la entrega de la palabra al personaje y fluctuante en el uso de la voz; el
tercer factor constitutivo planteado es la constitución de un personaje incomprendido,
que extraña el mundo al mirarlo.
PALABRAS CLAVE:
Sara Gallardo, Enero, escritora argentina.
Introducción
1982, publicado por Editorial Abril en la colección Cuentorregalo dirigida por Syria
Poletti, con ilustraciones de María Cristina Brusca.
Olvidada por años, comienza a ser revalorizada poco a poco. Prueba de ello es la
reedición de sus libros: Los galgos, los galgos (El elefante blanco, 1996 y 2003),
Eisejuaz (Clarín, serie Clásicos argentinos, 2000 y Cuenco del Plata, 2013), El país del
humo (Alción, 2003), Enero, Pantalones azules, Historia de los galgos, El país del
humo y La rosa en el viento (Narrativa breve completa en Emecé, 2004), “Las siete
Puertas” y “Los dos amigos” (Planta, 2008) y Enero (Capital intelectual, 2009).
Asimismo, su obra comienza a hacerse lugar en el discurso crítico. Señera es la
conferencia de Ricardo Piglia (2000) en La Habana, “Tres propuestas para el próximo
milenio (y cinco dificultades)”, en la que le otorga a la obra de Gallardo la entidad
suficiente para configurar una línea de la tradición literaria argentina. En efecto, el
escritor, al preguntarse por el futuro de la literatura define el país literario argentino a
partir de los nombres de cuatro escritores, entre ellos el de Sara Gallardo: “¿Cómo nos
plantearíamos ese problema nosotros, hoy? El país de Sarmiento, de Borges, de Sara
Gallardo, de Manuel Puig. ¿Qué tradición persistirá, a pesar de todo? […]”.
En este sentido, cabe hacer presente que en el 2013 se publica Escrito en el
viento: lecturas sobre Sara Gallardo, edición a cargo de Paula Bertúa y Lucía De
Leone, que se constituye en el primer estudio sobre la autora con vocación
globalizadora y metodología sistemática, al generar una triple vía de aproximación: la
mirada de quienes compartieron con ella vida o trabajo, la de quienes se emparentan con
ella por el oficio de escritores y la de quienes abordan su obra desde la crítica. El libro
reúne, amplía y afianza los aportes realizados en ocasión de la “Jornada de Homenaje a
Sara Gallardo”, en ocasión de cumplirse veinte años de su muerte, en 2008. Asimismo,
en 2013 Lucía De Leone defendió en la Universidad de Buenos Aires una tesis que
relaciona los dos cauces escriturales de Gallardo, la literatura y el periodismo y en 2014,
quien escribe estas líneas realizó la defensa de su tesis doctoral en la Universidad del
Salvador; se trata de un estudio que propone una periodización de la obra de Gallardo y
se focaliza en Eisejuaz, su cuarta novela1.
Aproximación a Enero
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Esta investigación es la base del libro Eisejuaz de Sara Gallardo: ¿Hagiografía o parodia?, que será
publicado próximamente por editorial Corregidor, Colección La vida en Las Pampas, dirigida por María
Rosa Lojo.
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El tiempo cíclico
Si se coteja el orden del relato con el orden de la historia, puede verse que Enero
mantiene a lo largo de sus once capítulos un orden cronológico progresivo, sin analepsis
o prolepsis que indiquen anacronías de los grandes segmentos entre las dos series de
sucesión, relato e historia, excepto en el capítulo I, en el que centraré el abordaje del
orden, por la maestría con que la escritora desarrolla las series, haciéndolas avanzar
hacia el punto de inicio, cerrándolas en una circularidad perfecta, alegoría de un tiempo
cíclico, que es uno de los rasgos caracterizadores del mundo de Enero. De las
civilizaciones ligadas a las actividades campesinas, sometidas a las leyes de la
naturaleza, proviene la percepción de un tiempo cíclico, no lineal, relacionado con las
experiencias vitales, principalmente con las actividades agrícolas: la cosecha, las
pariciones de los animales, los embates del clima. Se trata de un tiempo
simultáneamente nuevo y repetido.
Este capítulo de la novela, el I, aunque breve, está dividido en cinco apartados,
separados por interlíneas en blanco. El orden de aparición de los sucesos constituye una
serie, cuyas unidades son cada uno de los apartados: A, B, C, D, E, los cuales, puestos
en relación con la sucesión cronológica correspondiente a la historia: 1, 2, 3, 4, 5, dan
como resultado la siguiente serie compleja, en la que se unen el decurso de la historia
con la disposición del relato:
A4, B1; C2; D3; E4, que da cuenta del orden temporal.
En el primer apartado del capítulo I, Nefer, joven de 16 años, introduce
veladamente un conflicto, algo que está en ciernes y que se resolverá para el tiempo de
la cosecha. Mediante una anacronía externa, concretamente una prolepsis de varios
meses —por lo cual su alcance se constituye en un cierre posterior a los
acontecimientos del relato primero, que finaliza cuando aún el embarazo pasa
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Además, el interjuego entre la sucesión principal del relato (en la estancia) y las series
colaterales (en la ciudad y en la casa de los Borges) marcan un tempo narrativo lento,
intensificado por el alcance reducido de la historia. Ocurren pocas cosas en la novela:
se inicia un día con una cena y, por analepsis, se señala un acontecimiento ocurrido
tres meses antes. Al día siguiente, Nefer visita a la patrona a la mañana y a los Borges a
la tarde; el subsiguiente va a la misión. La llevan al médico probablemente un día
después. El día que sigue viene Nicolás y “muy pronto” se dirige a la ciudad a casarse.
Y eso es todo.
Por definición, la elipsis implica un aumento de la velocidad narrativa, ya que
representa la velocidad infinita. No obstante, en Enero, no aumenta la velocidad la única
elipsis encontrada, de tres meses, que se extiende desde el acontecimiento de la
violación hasta el momento de la cena, porque está inserta en una retrospección, que no
tiene incidencia en la serie de acción principal, ya que se trata de una analepsis externa.
Por otra parte, no aparece ningún sumario para cubrir esa laguna, lo que aceleraría el
relato, dando por sobreentendido que los acontecimientos elididos son similares a otros
que ocupan su lugar en el relato.
Sí aparece un movimiento narrativo que indica un alto grado de concentración
dramática, que puede equipararse a una escena, en cuanto el acontecimiento parece
mostrarse a sí mismo, lo que provoca un efecto de “mímesis” y la ilusión de que el
relato “dura” lo mismo que los acontecimientos. Claro que es una escena altamente
peculiar, por su constitución elusiva, llena de sobreentendidos, silencios y vacíos
propios de una sintaxis quebrada. Transcribo el fragmento a continuación:
primera: “me ahogo”, para situarse de lleno en la mirada de Nefer y finaliza en segunda
persona, para preguntarle al Negro qué le ha hecho, para decirle que mire su vestido,
para reclamarle, porque todo fue por él.
En relación con la pausa descriptiva, en Enero, en general, las pausas
descriptivas no son tales, porque no cumplen la función clásica de poner la historia a un
costado, en cuanto el narrador se sitúa fuera de la perspectiva de la acción o, también,
fuera de la subjetividad del personaje. Por el contrario, la descripción en la novela es
una forma de la acción, lo que habilita a plantear una suerte de oxímoron: la
constitución de una narración descriptiva. El principal recurso para este logro de narrar
describiendo es que el personaje nunca deja de “mirar” —por sí mismo en un discurso
interiorizado o por medio del narrador en un discurso indirecto libre— por lo que lo
descrito está al servicio del decurso de la historia. Lo que sí logra la narración
descriptiva es la ralentización de la velocidad y esa representación del paisaje que la
crítica ha celebrado en Enero. Transcribo un fragmento para observar el fenómeno:
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Como en el relato iterativo se cuenta una vez lo sucedido varias veces, es una síntesis englobadora de
acontecimientos singulares que se reproducen en una misma serie narrativa. El proceso es de abstracción
y asimilación, en tanto los sucesos son considerados abstrayendo lo semejante para asimilarlos en un
único relato. La serie iterativa se define por la determinación, que se refiere a los límites diacrónicos, los
cuales pueden estar indicados, estar implícitos o ser indefinidos; por la especificación, que da cuenta del
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como cíclico. La iteración implica que el acontecimiento que se narra es similar a otros
que ocurrieron y que ocurrirán, que siempre se avanza para llegar al principio o, si se
quiere, que la vida es una perpetua repetición, que es, asimismo, una forma de
renovación. El diálogo de Nefer con don Pedro, su padre, da cuenta de esta forma de
relación con el mundo:
—Por eso, cuando las cosas se ponen feas no hay que empeorarlas… Más
vale seguir adelante, seguir…
Nefer mira al padre oscuro inclinado bajo el sombrero. Hay un silencio y ella
vacila. Después susurra:
Y cuando pasan cosas…
—¿Eh…?
—Y cuando suceden cosas… que van a venir…
Nada es tanto… Todo viene y después está. (p. 68)
ritmo de recurrencia de las unidades que constituyen la serie y por la extensión, que hace referencia a la
amplitud temporal de cada unidad (Genette 1989).
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en Luisa, que a esa hora se sentaría en el comedor de la estancia” (p. 20). “Ya conoce el
olor de la cocina, con la mucama zurciendo medias junto a la ventana, el mucamo
lustrando cubiertos como un imperturbable poste pálido, la cocinera con el delantal a
cuadros sobre la panza grasosa” (p. 25). “En la noche pesada de estrellas Nefer mira
hacia el sur, […] donde, desde las tres, brilla, roja, la luz del tambo: pero es temprano,
aún, para verla” (p. 40).
Asimismo, tiene lugar el relato repetitivo, que recoge ene veces un
acontecimiento único. El narrador, al volver a decir el acontecimiento, no lo instala
como un recuerdo sino como un nuevo acontecimiento, como en el caso de la violación
de Nefer. La primera vez, el acontecimiento es presentado con la transparencia de la
escena dramática. La segunda, como “revida”: “Como un golpe, la noche, el olor a
vino, los jadeos vuelven a ella: no es recuerdo sino revida que la inunda” (p. 70).
Sumado a la constitución de un tiempo cíclico, la repetición cumple en Enero,
un rol central en la organización discursiva, porque deviene en ejes de sentido. El
ejemplo elegido para ilustrar la isotopía es la cosecha próxima, acontecimiento que va
acompañando el desarrollo gradual de la narración: “Hablan de la cosecha y no saben
que para entonces ya no habrá remedio […]” (p. 19). “La cosecha, es imposible que
llegue sin que se sepa” (p. 20). “—La cosecha. Todas las cosechas las veré casada” (p.
74).
Un narrador beligerante
Además del tiempo cíclico construido con el orden, la duración y la frecuencia
del relato, la representación del mundo narrado en Enero se caracteriza por el
tratamiento de la voz que cuenta. La principal función del narrador es, obviamente, la
narrativa. La historia de Enero es contada por un narrador en tercera persona, en disputa
con una narradora en primera, Nefer. Desde este punto de vista, la instancia narrativa en
Enero es compleja porque no se limita a una narración en tercera persona —narrador
ausente de la historia, heterodiegético— ni a un narrador homodiegético-autodiegético,
dado que es la protagonista quien asume la narración en primera persona, sino que va
constantemente entramando las dos voces y sumando, ocasionalmente, una segunda
persona.
En efecto, se trata de una narración que establece un interjuego constante con la
persona, yendo y viniendo entre la primera y la tercera, sin transición. Además, libra
una lucha permanente por mantener el patrocinio narrativo, incluso en sectores del
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Por otra parte, este narrador no se relaciona solamente con la historia, ni tiene
como única función la de contar. En la siguiente situación, el narrador cumple,
claramente, una función de comunicación, al buscar suscitar simpatía por Nefer,
poniendo los acontecimientos en contexto; y también cumple una función ideológica, al
valorar sus acciones: “¿Qué puede hacer una chica, sola en el campo, en un campo tan
ancho y tan verde, todo horizonte, con trenes que se van a ciudades y vuelven quién
sabe de dónde? ¿Qué puede hacer?” (p. 20).
En cambio, la función que cumple en este otro caso es de atestación. El narrador
siente con el personaje y ese sentir es genérico, indicado en el uso del pronombre
indefinido. Ese “uno” que tiembla es cualquiera, somos todos. Recuerda la función del
coro trágico que vaticina el acontecimiento abominable. Así se introduce el apartado
cuatro del capítulo I, en el que se da cuenta del acontecimiento nodal en el relato, la
violación de Nefer.
lleva un chico en las faldas. Pregunta por las familias y aprueba con la cabeza las
respuestas” (p. 60).
Más frecuente en Enero es el estilo indirecto libre en el que la emancipación del
decir del personaje es mayor. En este caso, narrador y personaje se funden y, más que
hablar el narrador, es el personaje quien habla por la voz del narrador.
“¿Cuánto faltará para las tres? Aquí en el puesto se levantan a las cuatro
porque la estación queda a una legua y es posible entregar la leche a tiempo
para el tren […]”. (p. 40)
“Hay que tener el alma limpia para la comunión; si no, el infierno entero se
mete en uno, los diablos vienen y si uno tiene un accidente y se muere, se
quema para siempre”. (p. 47)
—¿Qué te has creído? —va diciendo, y masca las palabras—; pero qué te has
creído, atorranta, porquería, largarte en mitad de la siesta sin avisar a nadie…
Pero…¿y para qué…?, ¿se puede saber para qué…? Pero… y sin pedir
permiso…¿A qué fuiste…? Contestá, ¿querés? ¿Y cómo sin pedir permiso…? A
mí no me venís con el cuento de la misión… No va a tener otros mensajeros la
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patrona ¿no?... Te va a mandar a vos, ¿no? Todos los años tiene cómo avisar y hoy
te manda a vos ¿no?... En plena siesta, sin decir nada… ¿y para qué…? ¿Se puede
saber…? ¿Para qué…? ¿Para qué…? ¿Querés hablar…? ¿Para qué?
Nefer se ha vuelto de madera seca, habla sin mover los labios:
—Para eso fue, para avisar. (p. 43)
Antes, cuando era alegre —ahora sabe que lo fue— su mirada corría lejos,
iba de un monte, de un molino, a una tropilla lejana, a un sulky por el
camino. Ahora no, los ojos se han vuelto pesados como el alma, y si le
preguntaran qué ve diría mi mano, el tenedor, la rienda, el plato y nada más.
Pero a decir verdad, ni esto ve, ni siquiera esto. (p. 28)
Empuja la puerta y entra al cuarto donde la cama ocupa la mitad del espacio
y un gran armario de luna se inclina un poco hacia adelante. La vela tiembla
en la mesita e ilumina el pelo hirsuto de doña María, cuyas rodillas forman
dos montes multicolores en la colcha. (p. 42)
La llanura está verde y calma bajo el sol y los montes se estiran como una
flota. Al fondo del camino oscurea el pueblo, que consiste en dos boliches y
unos ranchos brotados cerca de la estación, de donde Nefer ve partir varios
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carros de tambero como juguetes con los dueños por mástil. Los reconoce
por la dirección y caballos que llevan, y calcula sus probabilidades de ver al
Negro. Son pocas, porque generalmente es el hermano quien trae la leche y
porque ya es tarde. (p. 30)
Nefer ve que el doctor unta con vaselina el índice del guante, y el alma se le
espanta y repliega hacia otros mundos: se encuentra recordando la tela de un
vestido de infancia, las florcitas blancas de centro rojo, el doctor se acerca y
le habla, ella obedece pero piensa en su caballo, doña María está mirando, su
caballo tordillo que doña María mira y el doctor aquí con ese olor a perfume,
su caballo de pasto verde, es decir, su caballo comiendo el pasto, el pasto
verde, por suerte descansando su caballo, no como Nefer, ay, este médico,
este médico, cómo lo odia y a su madre y a ese canario imbécil que pía y
salta como si todo anduviera bien sobre el mundo. (p. 63)
monólogo interior, aunque sintácticamente éste rara vez llega a constituirse, porque,
generalmente, el narrador del discurso traspuesto mantiene el control con los verbos
declarativos y las marcas tipográficas del estilo directo.
Sobre esta base sostenemos que el paisaje, el tiempo, las tareas rurales, los
valores en que se sustenta el orden imperante en la estancia son tamizados por la
conciencia de la protagonista, lo que significa que el mundo de Enero es un mundo
percibido, no un mundo dado que el narrador cuenta. Quizás viene a cuento recordar
que, aunque hablemos de la joven Nefer, el personaje literario se constituye en el
entrecruzamiento de múltiples voces, capaces de entramar la visión de mundo de un sector
social y, asimismo, que la obra literaria no es la expresión de una conciencia individual,
sino un signo ideológico que tiene una base material externa, que genera efectos externos.
En otras palabras, el enunciado poético es un “signo ideológico” que
“representa, reproduce, sustituye algo que se encuentra fuera de él, esto es, aparece
como signo” (Voloshinov, 1979, p. 26), lo cual implica que “el texto literario condensa
evaluaciones sociales inexpresadas […] que organizan las formas artísticas como su
directa expresión” (p. 15). El proceso mismo de significación y comprensión es un
proceso sígnico, no un proceso interior que se apoya en el signo como una simple
envoltura. Como dice Voloshinov:
Conclusión
La novela Enero se caracteriza por la puesta en escena de un tiempo cíclico,
logrado con el particular tratamiento del orden, de la frecuencia y de la duración del
relato. Concretamente, el orden es circular, la duración es morosa y la frecuencia
predominantemente iterativa. Además, es notable el juego de la voz en la variación de la
persona, que se desplaza de una tercera a una primera, y, ocasionalmente, a una
segunda. Asimismo, se destaca la invención de un narrador polifuncional, que no tiene
como única función la de contar, ya que se hace cargo de una función de atestación y de
una ideológica. Aunque, predominantemente, es un narrador en tercera persona, se
constituye en el relato con un carácter beligerante, en lucha por mantener el patrocinio
narrativo, incluso en momentos en que la historia demanda un discurso interior
emancipado. Pero esos factores por sí solos no son suficientes para la construcción
peculiar del mundo de la estancia que caracteriza a Enero. El personaje incomprendido
pone en escena una mirada descentrada que desmitifica el mundo, facilita el
desmantelamiento de construcciones sociales naturalizadas y deja un hilo de luz
expedito para pensar en nuevos posibles.
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Referencias bibliográficas
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De consulta