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¡Venga tu Reino!

ORACIONES A CRISTO
PABLO VI

(Transcripción del volumen preparado


por Sor María Clemente Moro, OSB,
y traducido por Joaquín L. Ortega,
BAC, Madrid, 2000.

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¡Venga tu Reino!

CREO EN UN SOLO SEÑOR

FE EN CRISTO
A Cristo le dirigimos
la profesión de fe de Pedro:
“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.
Como Pedro le decimos también:
“Señor, ¿a quién iremos?
Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
Hacemos nuestro el grito de arrepentimiento
y de confesión sincera de Pedro:
“Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te amamos”.

Como entonces los Magos,


dejamos a tus pies los dones simbólicos,
reconociendo en Ti al Verbo de Dios encarnado,
al hijo de la Santísima Virgen María,
Madre nuestra,
al primogénito de la humanidad.

Te saludamos como Mesías, como Cristo,


como Mediador único e insustituible
entre Dios y los hombre:
el Sacerdote, el Maestro, el Rey,
el que era, el que es y el que vendrá.

Es la misma confesión
que proclama la Iglesia,
que fue ya la de Pedro
y que Tú mismo, Señor,
fundaste sobre esta misma piedra,
siendo por ello tu Iglesia.

Hoy todavía tu Iglesia


se perpetúa mediante la sucesión apostólica
ininterrumpida desde sus orígenes;
es la Iglesia que Tú tutelas y acompañas,
purificándola y fortaleciéndola;
¡Tú, oh Cristo, eres la Vida de la Iglesia!

Señor,
esta profesión es la de tu entera Iglesia,
la que Tú quieres y forjas
una, santa, católica y apostólica.

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¡Venga tu Reino!

Todos los pastores y los sacerdotes,


todos lo religiosos y los fieles,
todos los catecúmenos de la Iglesia universal,
te presentamos esta misma profesión de fe,
de esperanza y de caridad.
Todos acogemos tu humildad
y proclamamos tu grandeza;
todos escuchamos tu Palabra
y aguardamos tu venida al fin de los tiempos.
Todos nosotros, Señor, te damos gracias
por habernos salvado, por habernos hecho hijos de Dios
y hermanos tuyos,
por habernos colmado de los dones del Espíritu Santo.

Te prometemos vivir como cristianos


en un esfuerzo de docilidad continua
a tu gracia
y de renovación de nuestra vida.
Nos afanaremos por difundir por el mundo
tu mensaje de salvación y de amor.

Belén, en la Sagrada Gruta, Epifanía 1964

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¡Venga tu Reino!
SEÑOR, YO CREO, YO QUIERO CREER EN TI
Oh Señor, haz que mi fe sea pura, sin reservas,
que penetre en mi pensamiento,
en mi modo de juzgar las cosas divinas y las humanas.

Oh Señor, haz que mi fe sea libre;


es decir, que cuente con el concurso personal de mi elección,
que acepte las renuncias y los riesgos que ella comporta, que manifieste la esencia última de
mi personalidad: creo en Ti, oh Señor.
Oh Señor, haz que mi fe sea cierta:
cierta en la congruencia exterior de las pruebas
y en el testimonio interior del Espíritu Santo,
segura de su luz confirmante,
de su final pacificador,
de su connaturalidad sosegadora.

Oh Señor, haz que mi fe sea fuerte,


que no tema la contrariedad de los problemas
que llenan la experiencia de nuestra vita crepuscular;
que no le asuste la adversidad de quienes la discuten,
la combaten, la rechazan o la niegan;
que se fortifique en la prueba íntima de tu verdad,
se entrene en el esfuerzo de la crítica,
se consolide en la afirmación permanente,
capaz de superar las dificultades dialécticas y espirituales en que se consuma nuestra
existencia temporal.
Oh Señor, haz que mi fe sea gozosa,
que pacifique y alegre mi espíritu
y lo disponga a la oración con Dios
y a la conversación con los hombres,
de tal forma que trascienda en la conversación sagrada o profana la dicha original de su
bienaventurada posesión.
Oh Señor, haz que mi fe sea activa,
que preste a la caridad las razones de su expansión moral,
de manera que sea auténtica amistad contigo
y sea tuya en las obras,
en los padecimientos,
en la espera de la revelación final;
que sea una búsqueda continua, un permanente testimonio y una indefectible esperanza.
Oh Señor, haz que mi fe sea humilde,
que no pretenda fundarse en la experiencia de mi pensamiento,
de mi sentimiento,
que se rinda al testimonio del Espíritu Santo
y no cuente con otra garantía mejor

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¡Venga tu Reino!
que la docilidad a la autoridad del magisterio de la santa Iglesia.

Amén.
Audiencia general, miércoles 30 de octubre de 1968

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¡Venga tu Reino!
JESUCRISTO

CRISTO, TE NECESITAMOS
Cristo, nuestro único Mediador,
te necesitamos
para entrar en comunión con Dios Padre,
para llegar a ser contigo,
que eres su Hijo único y Señor nuestro,
sus hijos adoptivos,
para ser regenerados en el Espíritu Santo.

Te necesitamos,
oh único verdadero Maestro
de las verdades recónditas e indispensables
de la vida,
para conocer nuestro ser,
nuestro destino
y el camino para alcanzarlo.

Te necesitamos,
oh Redentor nuestro,
para descubrir nuestra miseria moral
y para sanarla;
para tener el concepto del bien y del mal
y la esperanza de la santidad;
para llorar nuestros pecados
y alcanzar su perdón.

Te necesitamos,
oh Hermano primogénito del género humano,
para encontrar las razones verdaderas
de la fraternidad entre los hombres,
los fundamentos de la justicia,
los tesoros de la caridad
y el supremo bien de la paz.

Te necesitamos,
oh gran Paciente de nuestros dolores,
para conocer el sentido de nuestro sufrimiento
y para darle
un valor de expiación y de redención.

Te necesitamos,
oh Cristo, oh Señor, oh Dios con nosotros,
para aprender el amor verdadero
y para andar alegremente,

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¡Venga tu Reino!
con la fuerza de tu caridad,
nuestro fatigoso camino
hasta el encuentro definitivo contigo, el Amado;
contigo, el Esperado; contigo, el Bendito por los siglos.

Milán, Carta pastoral “Omnia Nobis est Christus”, Cuaresma de 1955

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¡Venga tu Reino!
CRISTO, EL SECRETO DE LA VIDA
Oh Cristo, Tú eres la vida,
Tú eres la luz,
Tú eres el amor,
Tú eres la verdad.
El que da a la vida su verdadero sentido,
su verdadero valor, el auténtico destino
al que está enderezada nuestra vida.

Tú eres Quien nos enseña


por qué se vive,
por qué se sufre,
por qué se muere.

Tú eres Quien conduce


nuestro pensamiento
y nuestra voluntad
por los caminos del bien.

Tú eres quien presta a nuestras costumbres,


a nuestro modo de interpretar la existencia,
el toque grande y auténtico y sobrehumano.

Tú solo das el instrumento, la fuerza,


la capacidad de ser buenos,
de tener un estilo,
de sacrificarse por algo
por lo que valga la pena gastar el sacrificio.

Eres Tú quien desvelas el secreto de la vida.


Milán, Exhortación a la Juventud Femenina, 17 de abril de 1955

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¡Venga tu Reino!
CRISTO SALVADOR
Cristo, Tú eres el único Salvador,
sin ti nada podemos hacer.
Donde Tú no estás, hay oscuridad;
Tú eres la luz del mundo.

Donde Tú no estás,
hay confusión, odio, pecado;
Tú eres la Vida,
Tú eres el Maestro,
el Amigo.
Tú eres el Buen Pastor,
el fundamento de la paz.
Tú eres la esperanza del mundo.

Tú has de ser nuestro modelo,


nuestro ideal
y nuestra fuerza.

Milán, a los Aspirantes de A.C., 31 de mayo de 1962

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¡Venga tu Reino!
ORACIÓN DEL PRESO
¡Señor!
Me dicen que tengo que rezar.
Pero ¿cómo podré hacerlo siendo tan desgraciado?
¿Cómo podré hablar contigo
en la condiciones en que me encuentro?
Estoy triste, me siento despreciado
y algunas veces hasta desesperado.
Me vienen ganas de blasfemar más que de rezar.
Sufro intensamente: todos están en contra de mí,
todos me juzgan mal;
estoy aquí, lejos de los míos,
arrancado de mis ocupaciones,
privado de libertad, de honra y aun de paz.

¿Como podré yo rezar, oh Señor?


Pero te miro y veo que estuviste crucificado.
También Tú, Señor, padeciste el dolor. ¡Y qué dolor!

Lo sé, Tú eras bueno y sabio,


Tú eras inocente,
y te calumniaron,
te deshonraron,
te procesaron,
te flagelaron,
te crucificaron,
te dieron muerte.

¿Por qué? ¿Dónde está la justicia?


Y Tú ¿fuiste capaz de perdonar
a los que te trataron tan injustamente,
tan cruelmente?
¿Fuiste capaz de rezar por ellos?
Es más, me aseguran que te dejaste matar así
por salvar a tus verdugos,
por salvar a todos los pecadores,
por salvarme a mí mismo.
Si así es, Señor,
es señal de que se puede ser bueno de corazón
aunque se lleve a las espaldas
una condena de los tribunales de los hombres.
También yo, Señor, en el fondo de mi alma
me siento mejor de lo que otros me creen:
yo también sé
lo que es la justicia,
la honestidad,

el honor

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¡Venga tu Reino!
y la bondad.
Delante de Ti se me ocurren estos pensamientos;
Tú ¿los ves?
¿Ves que me disgustan mis propias miserias?
¿Ves que me vienen ganas de gritar y de llorar?
¿Me comprendes, Señor?
¿Será esta mi oración?
Sí, esta es mi plegaria:
desde el fondo de mi amargura
levanto a Ti mi voz;
no la rechaces, Señor.
Al menos Tú, que has sufrido como yo, más que yo, por mí; al menos Tú, oh Señor,
escúchame.
¡Tengo tantas cosas que pedirte!
Dame, oh Señor, la paz del corazón,
dame la tranquilidad de la conciencia,
una conciencia nueva, capaz de buenos pensamientos.
En fin, Señor, a Ti puedo decírtelo:
si he faltado, perdóname.
Todos necesitamos perdón y misericordia:
¡yo te lo pido para mí, Señor!
Pero, además, Señor, te pido por mis seres queridos,
que tan queridos siguen siéndome.
Señor, ayúdales;
Señor, consuélales;
Señor, diles que sigan recordándome,
que sigan queriéndome.
¡Tengo tanta necesidad de saber
que alguien piensa en mí y me quiere todavía!

Y también de estos compañeros de desventura


y de aflicción,
juntos en esta casa de castigo,
también de éstos, Señor, ten misericordia.
Misericordia de todos, sí,
incluso de los que nos hacen sufrir,
de todos;
somos todos hombres de este mundo desdichado.
Pero somos, oh Señor, criaturas tuyas,
semejantes a Ti, hermanos tuyos, oh Cristo.
¡Apiádate de nosotros!

Roma, cárcel “Regina Coeli”, 9 de abril de 1964

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¡Venga tu Reino!
CRISTO UNIVERSAL
¡Señor Jesús!
Tú eres la cima
de las aspiraciones humanas,
la meta de nuestras esperanzas
y de nuestras plegarias.

Tú eres el eje de nuestros deseos,


de la historia y de la civilización,
el Mesías, el centro de la humanidad.
Tú das sentido
a los acontecimientos humanos.
Tú prestas su valor
a las acciones del hombre.
Tú dispensas el gozo
y la plenitud a los deseos
de todos los corazones.

Tú eres el hombre verdadero,


el modelo de perfección, de hermosura,
de santidad,
propuesto por Dios para encarnar
el tipo verdadero,
el auténtico concepto de hombre,
el hermano de todos,
el amigo insustituible,
el único digno de confiarla plena
y de total amor.

Y al propio tiempo,
Señor Jesús, Tú eres
el manantial de todas nuestras venturas.

Tú eres la luz de la que la mansión


que es el mundo
adquiere proporción, forma,
belleza y sombra.

Tú eres la Palabra que todo lo define,


que lo explica, lo clasifica
y lo redime todo.

Tú eres el principio
de nuestra vida espiritual y moral.
Tú dices lo que hay que hacer
y das la fuerza, la gracia para hacerlo.
Tú reflejas tu imagen,
es más, tu presencia en cada alma

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¡Venga tu Reino!
que se hace espejo acogiendo
tu luz
de verdad y de vida,
que cree en Ti
y acepta tu contacto sacramental.

Tú eres el Cristo_Dios, el Maestro,


el Salvador, la Vida.
Jesús, Tú eres para todos,
para cada alma,
para cada uno de nosotros
y para todos y cada uno de los pueblos;
toda raza, toda nación, toda cultura
puede llegar hasta Ti, puede hacerte suyo.
Es más, debe alcanzarte
y tenerte.

Jesús, Tú eres para todos.


Cristo Jesús, Tú eres necesario,
sin ti no se puede actuar,
sin ti no se puede vivir.

Cristo Jesús, Tú eres suficiente.


Contigo basta como guía supremo
hacia la sabiduría última,
hacia la salvación eterna.

Cristo Señor,
Tú eres la revelación cierta de Dios,
el único puente entre nosotros y ese océano de vida
que es la Divinidad, la Trinidad Santísima
por la que hemos sido creados
y a la que estamos destinados.

La meditación sobre Ti, oh Jesús,


el Niño de Belén,
el Obrero de Nazaret,
el Maestro de Palestina,
el Crucificado del Calvario,
el Resucitado de la Pascua,
se abre ante nosotros
como un panorama inconmensurable
de vitales y magníficas verdades.

Audiencia general, miércoles 3 de febrero de 1965

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¡Venga tu Reino!
TÚ ERES EL SALVADOR
¡Señor Jesús!
Contamos, para repetirlo,
con tu grandísimo y dulcísimo nombre.
Queremos decirte una palabra
franca y leal.
Te llamamos por tu nombre
si te llamamos Maestro, Pastor.
Te invocamos como luz del alma
y repetimos:
Tú eres el Salvador,
Tú nos eres necesario,
no podemos prescindir de Ti.
Tú eres nuestra ventura,
nuestro gozo y nuestra dicha,
promesa y esperanza,
nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.
Nuestra alma estalla
en la misma exclamación que Pedro:
¡Señor, qué hermoso es estar contigo y conocerte!

Roma, iglesia de San José, en el Trionfale, 14 de marzo de 1965

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¡Venga tu Reino!
EN TODO, CRISTO
Es preciso creer en Ti, oh Cristo,
tener fe en Ti, oh Cristo.

Tenemos que aceptarte como Señor y Maestro


amable y adorable;
meterte en el flujo de nuestros pensamientos
y de nuestros negocios,
de nuestros acontecimientos.

Hay que situarte en el centro de nuestros afanes,


preocupaciones y esperanzas.

Haz que no tengamos miedo de Ti,


que no seamos remisos a conocerte.
Haz que, al contrario, sintamos
el dulce y gran deber de estudiarte
y de acoger tus mandatos.
Así, nos veremos deslumbrados por tu luz.
Así, tu bondad y tu salvación
nos harán infinitamente dichosos.

Roma, iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, 4 de abril de 1965

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¡Venga tu Reino!
TODOS SOMOS ESPERADOS
Tú, oh Cristo, me invitas,
no me fuerzas,
no me quitas mi libertad.
Tu voz es misteriosa en las conciencias:
venid, venid todos,
para todos tengo yo consuelo.
Nosotros, tus creyentes, lo sabemos:
mientras un sacerdote celebre una misa
sobre esta tierra nuestra,
Tú estarás presente;
te has quedado entre los hombres.

Estás presente:
por eso yo te busco,
y te encuentro y te adoro y te amo.
El misterio se torna luz, se torna fuerza.
Eres Tú el que te comunicas a mi alma.
Eres tú a quien he recibido
tantas veces en los Sacramentos.
Tú has grabado en mi alma
la robustez de la vida cristiana.
Tú eres, también para mí, el pan de vida.

Con sólo purificarme del pecado,


sea yo quien fuere, pequeño
desdichado o enfermo
o cargado de fatigas o de problemas,
la comunión contigo está servida,
se me ofrece a mí también.
Tú me esperas.
Cada cual puede decir con razón:
Tú eres para mí.
Invocaciones recogidas en discursos varios, 28_6_1995; 21_5_1965; 1_6_1972

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¡Venga tu Reino!
CREER EN EL AMOR
¡Sí, oh Señor!
¡Ven, oh Señor!

Creemos en el amor,
creemos en tu bondad,
creemos que eres nuestro Salvador,
que Tú puedes lo que a los demás les resulta
cerrado, irrealizable.

Creemos que Tú eres la luz,


la verdad y la vida.
Tenemos sólo un deseo:
permanecer unidos contigo
y ser cristianos no sólo de nombre,
sino cristianos de convencimiento.

Roma, iglesia de Santa María Liberata, 20 de marzo de 1966

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¡Venga tu Reino!
UNA VIDA CON CRISTO
Te contemplamos,
Jesucristo, Señor nuestro,
como Maestro y Salvador de la humanidad,
como luz del mundo,
e iluminados por Ti,
te rogamos nos hagas entender
este fulgor tuyo
como una vocación.
Vocación a tu seguimiento,
a tu palabra,
a la comunión contigo,
porque Tú eres, oh Cristo,
el camino, la verdad y la vida.

Haz, oh Señor,
que nunca seamos insensibles
a tu llamada reveladora,
a tu evangelio,
misterio, fuerza y alegría de nuestro destino verdadero.

Haz, oh Señor,
que entendamos la dignidad
y el compromiso de nuestra sencilla
y misteriosa vida cristiana.

Haz, oh Señor,
que, discípulos y seguidores tuyos,
nos rindamos libre y dócilmente
al misterio de la unidad
que es tu Iglesia,
la que vive de tu verdad y de tu caridad.

Haz, oh Señor,
que tu Espíritu informe
y transforme nuestra vida
y nos regale la alegría de la sincera fraternidad,
la virtud del servicio generoso
y el ansia del apostolado.

Haz, oh Señor,
que nuestro amor a todos los hermanos en Cristo
sea cada vez más ardiente y entregado
para colaborar con ellos, con creciente intensidad,
en la edificación del Reino de Dios.
Haz todavía, oh Señor,
que sepamos unir mejor nuestras fuerzas
a las de todos los hombres de buena voluntad,

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¡Venga tu Reino!
para alcanzar con plenitud
el bien de la entera humanidad, en la verdad,
en la libertad, en la justicia y en el amor.

Roma, Tercer Congreso mundial del Apostolado de los Laicos, 14 de septiembre de 1967

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¡Venga tu Reino!
JESÚS MEDIADOR
Tú, Señor Jesús,
eres el Mediador entre Dios y los hombres:
no un filtro, sino un paso;
no un obstáculo, sino un Camino;
no un sabio más,
sino el único Maestro;
no un profeta cualquiera,
sino el solo intérprete necesario
del misterio religioso,
el único que une a Dios con el hombre
y al hombre con Dios.
Tú eres el Revelador auténtico.
Tú eres el puente
entre el reino de la tierra
y el Reino de los cielos.
Sin Ti nada podemos.
Tú nos eres necesario.
Contigo nos basta
para nuestra salvación.
Haz, Señor, que entendamos
esta verdad fundamental.
Haz que entendamos que nosotros,
pobre arcilla humana
tocada por tus manos misericordiosas,
nos hemos convertido en ministros
de tu mediación eficaz.
Nos tocará a nosotros, como a representantes tuyos,
como a repartidores de tus divinos misterios,
difundir los tesoros de tu palabra,
de tu gracia,
de tus ejemplos entre los hombres,
a quienes está dedicada siempre y por entero
toda nuestra vida.

Bogotá, Ordenación de sacerdotes, 22 de agosto de 1968

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¡Venga tu Reino!
CRISTO ESTÁ CON NOSOTROS
Cristo, Tú eres la verdad.
Tú estás aquí, estás con nosotros.

En este mundo tan desarrollado,


tan confuso,
tan corrompido y tan cruel,
tan inocente y tan querido
cuando se hace evangélicamente como un niño.

En este mundo
tan inteligente
pero tan profano, y tan ciego a menudo,
tan sordo a tus designios.

En este mundo que Tú has amado


hasta morir por él.

¡Tú, salvación!
¡Tú, alegría del género humano!

Tú estás aquí, donde la Iglesia,


sacramento e instrumento tuyo,
te anuncia y te hace presente.

Audiencia general, miércoles 25 de noviembre de 1970

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¡Venga tu Reino!
CRISTO, NUESTRA ESPERANZA
En Ti, oh Cristo,
se resuelven y se componen
los avatares y las controversias humanas.

Si tenemos hambre,
Tú, oh Cristo, eres el pan de la vida.
Si padecemos sed, eres la fuente del agua viva.
Si necesitamos ver o entender,
Tú, oh Cristo, eres la luz del mundo.
Si deseamos la justicia o la libertad,
Tú, oh Cristo, eres el gran pobre,
el libertador de las cadenas
que hacen al hombre esclavo de la idolatría,
de las riquezas o del orgullo.
Si tenemos necesidad de amor,
Tú, oh Cristo, eres el supremo dador y avivador
de la caridad hacia los hombres y entre los hombres.
Si tenemos necesidad de vida,
Tú, oh Cristo, eres el principio de la vida que no conoce la muerte.

Ángelus, domingo 5 de marzo de 1972

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¡Venga tu Reino!
CRISTO, EL TODO DEL HOMBRE
Reconocemos y proclamamos que
Tú, Jesús, eres el Cristo,
eres el Salvador;
Tú eres el que da sentido, valor,
esperanza y gozo a la vida de los hombres.

Tú, Jesús, eres el que


libera al hombre de las cadenas del pecado
y de las cadenas externas o interiores
de cualquier esclavitud.

Tú, Jesús, eres el que


nos hace buenos y fuertes;
Tú, el que nos da razones por las
que vale la pena vivir, amar, trabajar,
sufrir y esperar.

Tú, Jesús, eres el que


nos obliga a considerarnos hermanos.
Tú, el que infunde en los corazones tu Espíritu
de sabiduría, de fortaleza, de gozo y de paz.

Tú, Jesús, eres el que


haces de todos nosotros una unidad mística y visible,
un cuerpo social animado por tu Palabra
y por tu gracia.
Tú eres el que nos hace “Iglesia”.

Roma, domingo de Ramos, 26 de marzo de 1972

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¡Venga tu Reino!
CRISTO GUÍA NUESTROS PASOS
Señor Jesucristo, Palabra del Padre,
Salvador crucificado,
a Ti nos dirigimos en esta hora conclusiva del Sínodo,
lo mismo que te invocamos ya en su comienzo.

Te hemos tenido presente en medio de nosotros


y “¿no ardía nuestro corazón
mientras nos hablabas a lo largo del camino
y nos desvelabas el sentido de las Escrituras?”.

Tú custodiarás nuestros propósitos,


reavivarás nuestro servicio eclesial,
iluminarás nuestras palabras,
nos alentarás en la fatiga,
guiarás nuestros pasos
en la búsqueda de los caminos más adecuados
para anunciar el evangelio,
perdonarás nuestras flaquezas.

Somos pobres servidores tuyos,


sólo nos mantiene la certeza de tus promesas.
Sostén a Pedro, alienta a tus obispos,
anima a tus rebaños.
Ve cuan grande es nuestra pobreza;
no confiamos en nosotros mismos, sino únicamente en Ti; nuestra riqueza es nuestra
confianza.
Tú animas, Tú das seguridad,
danos tu bendición.
Tú, que con el Padre y el Espíritu Santo
vives y reinas en nosotros y en tu Iglesia
por todos los siglos de los siglos.

Roma, Sínodo de los Obispos, 26 de octubre de 1974

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¡Venga tu Reino!
EL MISTERIO DE JESÚS
Tú eres el Cristo,
el Hijo del Dios viviente.

Tú eres el que tiene el poder


de asegurar a un pobre paralítico:
“Hijito, se te perdonan tus pecados”,
y a la vez lo sanas como prueba de tu
sorprendente afirmación.

Tú eres el que ante el asombro


de los escribas y fariseos te declaras
“el amo del sábado”,
capaz de revisar y de cambiar
desde dentro
la legislación mosaica.

Tú eres el que se enfrenta con la muerte


como dominador,
el que con tu resurrección
trastornas los mezquinos planes
de tus opositores.

Tú eres el que asegura ser


“el camino, la verdad y la vida”.
Tú eres el que afirma ser
“la resurrección y la vida”
de todos los hombres que crean en Ti.
Jesús de Nazaret,
Tú eres el verdadero centro de la historia.

Jesucristo, Verbo encarnado,


Hijo eterno de Dios,
te ofrecemos nuestra humilde adoración,
nuestra fe firme,
nuestra esperanza serena
y nuestro amor incondicionado.

Queremos comprometer nuestra vida


siguiéndote.
Sólo a Ti
y por siempre.

Roma, domingo de Ramos, 19 de marzo de 1978

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¡Venga tu Reino!
IMITACIÓN DE CRISTO
Señor Jesús,
yo quisiera ser como Marta
y aún más como María,
cautivado por tu figura,
por tu presencia,
por tu entrega,
por tu palabra,
por un interés siempre nuevo por Ti,
como serías Tú buscándome a mí,
siendo el huésped al que se recibe, se escucha,
se sirve y se comprende.

Conocerte, Jesús, para seguirte.


Es el principio del amor,
la fascinación por tu presencia,
por tu Persona,
por tu palabra.

Es una escuela que nace


del conocimiento de Ti, Jesús,
de la fe en Ti,
creciendo en nuestro interior,
tendiendo a una intimidad que transforma
al discípulo en amigo.

Conocerte, Jesús, para servirte.


Conocerte, Jesús, para vivir de Ti.
Pero ¿qué misterio es este?
Tú vives en mí.

Castelgandolfo, Retiro espiritual, 18 de julio de 1974.

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¡Venga tu Reino!
EN EL MONTE TABOR
¿Quién eres Tú en Ti mismo, oh Señor?
¿Quién eres Tú para nosotros, oh Cristo?

Tú eres el principio y el fin de todo,


el eje del orden cósmico
que nos obliga a repensar
nuestra concepción del mundo,
de la historia humana
y de nuestra existencia personal.

Nos sentimos anonadados como los apóstoles


en el monte de la Transfiguración,
sin atrevernos a levantar la mirada.

Tu humildad de Dios hecho hombre


nos confunde con tu grandeza.
Pero hace posible el coloquio contigo,
nos lo ofreces, nos lo impones.

Señor, no te conocemos.
Nuestro propósito se expresa en un deseo
que anticipa su cumplimiento más allá del tiempo.
Queremos verte, oh Jesús.

Audiencia general, miércoles 3 de noviembre de 1976

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¡Venga tu Reino!
HIJO UNIGÉNITO DE DIOS
HIJO DE DIOS, HERMANO NUESTRO
Tú eres el Hijo de Dios
y vienes al mundo en la morada
más sucia, más pobre y más desolada.
Tú, Hijo de Dios,
el Rey del cielo y de la tierra,
dueño absoluto del universo,
te haces semejante a nosotros, hermano nuestro
en la vida terrena,
y eliges los modos más elocuentes de rebajarte,
poniéndote en el nivel ínfimo,
en el último lugar.

Al tiempo que se produce este episodio inefable


de benignidad y de misericordia,
se abren los cielos en la noche silenciosa y estrellada
y en lo alto resuenan las voces
de la multitud de los coros angélicos:
“Gloria a Dios en lo más alto de los cielos”.

¿Podría ocurrir algo más grande?


Tú, Dios, te hiciste hombre.
Rey del universo,
Creador de los astros, de los mundos, de los espacios
y de esta tierra nuestra,
con cuanto en ella vive o está,
asumes la naturaleza humana para vivir,
sufrir y morir como uno de nosotros.

Tú, Dios, te haces nuestro hermano,


nuestro semejante.
Podemos tratarte con familiaridad,
acercándonos a Ti, siguiéndote, hablando contigo
como lo hicieron los pastores que velaban
en las cercanías de Belén,
apenas recibieron el anuncio angélico.

Corrieron en seguida, presurosos,


a la cueva a saludarte como recién nacido
Salvador del mundo.

Roma, Misa de aurora, Navidad de 1963

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¡Venga tu Reino!
HIMNO A CRISTO, EL HIJO DE DIOS
Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Tú eres el revelador del Dios invisible,
el primogénito de toda criatura,
el fundamento de todo.
Tú eres el Maestro de la humanidad.
Tú eres el Redentor.
Tú naciste, moriste y resucitaste por nosotros.
Tú eres el centro de la historia y del mundo.
Tú eres el que nos conoce y el que nos ama.
Tú eres el compañero y el amigo de nuestra vida.
Tú eres el hombre del dolor y de la esperanza.
Tú eres el que ha de venir,
el que un día será nuestro juez,
y, así lo esperamos, nuestra bienaventuranza.
Yo no dejaré jamás de hablar de Ti:
Tú eres la luz y la verdad. Más aún:
Tú eres “el camino, la verdad y la vida”.
Tú eres el pan, la fuente de agua viva
para nuestra hambre y nuestra sed.
Tú eres el pastor, nuestro guía,
nuestro ejemplo y nuestra confortación,
nuestro hermano.

¡Jesucristo, yo te anuncio!
Tú eres el principio y el fin; el Alfa y la Omega;
Tú eres el rey del mundo nuevo,
Tú eres el secreto de la historia,
Tú eres la clave de nuestros destinos.
Tú eres el mediador, el puente entre el cielo y la tierra.
Tú eres por excelencia el Hijo del hombre
porque Tú eres el Hijo de Dios, eterno e infinito.
Tú eres el hijo de María,
la bendita entre todas las mujeres,
tu madre en la carne y madre nuestra
en la participación del Espíritu en el Cuerpo místico.

Yo quiero gritar: ¡Jesucristo!


Quiero celebrarte, oh Cristo,
y no sólo por lo que eres en Ti mismo,
sino exaltarte y amarte por lo que eres para nosotros,
para cada uno de nosotros, para todos los pueblos
y para todas las culturas.
Tú eres nuestro Salvador.
Tú eres nuestro bienhechor supremo.
Tú eres nuestro liberador.
Tú nos eres necesario

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¡Venga tu Reino!
para ser hombres dignos y verdaderos en el orden temporal y hombres salvados y elevados al
orden sobrenatural.
Manila, Quejón Circle, domingo 29 de noviembre de 1970

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¡Venga tu Reino!
CRISTO, EL HOMBRE PARA LOS DEMÁS
Jesús, Tú vienes como Salvador,
como Redentor,
como el que paga y satisface
por toda la humanidad, por nosotros.

Jesús, Tú vienes al mundo


como víctima expiatoria,
como la síntesis entre la justicia cumplida
y la misericordia reparadora.

El evangelio, en la voz del Precursor,


nos da la definición más exacta de Ti,
la más impresionante y la más conmovedora:
“He aquí el Cordero de Dios,
el que quita el pecado del mundo”.

Jesús, Tú eres la oblación voluntaria de Ti mismo,


sacerdote y víctima, que pagas por todos
la deuda, impagable para nosotros, de la justicia divina
y lo transformas en trofeo de misericordia.

No en vano, Tú, Crucificado,


campas sobre todos nuestros altares.
Suspendido, como clave de bóveda,
en lo alto, en ese edificio que llamamos iglesia
porque en sus paredes nosotros nos convertimos en Iglesia redimida.

Audiencia general, Miércoles Santo, 29 de marzo de 1972

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¡Venga tu Reino!
VINISTE POR NOSOTROS, CRISTO
Has venido, has nacido hoy por nosotros, ¡oh Salvador!
Tú, a quien han esperado los siglos.
Has venido, Tú, primogénito,
el verdadero Hijo del hombre.

Viniste como Hermano de verdad de todo ser humano.


Te llamas Jesús, que quiere decir Salvador.

Tu nombre verdadero es Enmanuel,


que significa: Dios con nosotros.
Tú no eres sólo el Hijo del hombre,
eres el Hijo unigénito del Dios viviente.
Eres el Verbo mismo de Dios,
Dios Tú mismo,
que te encarnaste,
que estás con nosotros, hombre como nosotros,
hombre_Dios por nosotros.

Viniste por la vida


y por la resurrección del hombre,
Alfa y Omega del universo.
Viniste para hacer de nosotros hijos de Dios.

Basílica Vaticana, Misa de Nochebuena, Navidad de 1973

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¡Venga tu Reino!
NACIDO DEL PADRE

CREEMOS EN CRISTO
Creemos en Ti,
oh Señor nuestro Jesucristo,
Hijo de Dios.

Tú eres el Verbo eterno


nacido del Padre
antes de todos los siglos
y eres consustancial con el Padre.
Todo ha sido hecho por medio de Ti.

Tú has habitado entre nosotros


lleno de gracia y de verdad.

Tú has anunciado e instaurado


el Reino de Dios,
en Ti se nos ha dado a conocer el Padre.

Tú nos diste tu “mandamiento nuevo”:


amarnos los unos a los otros
como Tú nos has amado.

Nos has enseñado el camino


de las Bienaventuranzas:
la pobreza de espíritu, la mansedumbre,
el dolor soportado con paciencia,
la sed de justicia,
la misericordia,
la pureza de corazón, la voluntad de paz,
la persecución padecida por la justicia.

Tú padeciste bajo Poncio Pilato,


Cordero de Dios que carga
con los pecados del mundo,
muerto por nosotros en la Cruz,
salvándonos con tu Sangre redentora.

Fuiste sepultado
y por tu propio poder
resucitaste al tercer día
elevándonos con tu Resurrección
a la participación de la vida divina.

Subiste al cielo
y vendrás de nuevo gloriosamente

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¡Venga tu Reino!
para juzgar a los vivos y a los muertos,
a cada uno según sus méritos.

Y tu Reino no conocerá fin.


Amén.
De la “Profesión de fe”, 30 de junio de 1968

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¡Venga tu Reino!
A LA ESPERA DE CRISTO
Señor,
el tiempo de Adviento
en que nos encontramos
nos obliga a la gran meditación
que descubre la condición verdadera
de la vida humana
y de nuestra envidiable ventura
de tenerte por hermano,
Dios hecho hombre por nuestra salvación.

Tú, Verbo de Dios,


te hiciste hombre
para que el hombre pudiera ser asociado
a la vida misma de Dios.

El hombre tiene necesidad de Ti, oh Cristo.


Por sí solo no puede salvarse.
El afán de excluirte del pensamiento moderno,
de los principios rectores del saber
y de la actividad humana,
produce la incertidumbre,
después la confusión
y, a la postre, el conflicto de la conciencia humana.

De ahí que tu Nacimiento, oh Cristo,


sea fiesta grande para el mundo,
y fiesta más grande en la medida que el mundo crece
y aspira a la plenitud de la vida.

Es la lámpara central
para nuestra vida.
Tengámosla encendida
para que la luz, la bondad, el gozo,
oh Jesús que vienes a nosotros,
penetre nuestras almas y nuestras casas.

Ángelus, domingo 4 de diciembre de 1977

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¡Venga tu Reino!
“AQUÍ ESTOY, SEÑOR”
Oh Cristo,
al entrar en el mundo, dijiste al Padre:
“He aquí que vengo
para hacer, oh Dios, tu voluntad”.

Si tu entrega al Padre, oh Cristo,


desde tu entrada en el mundo
fue total, definitiva, incondicionada,
también la nuestra exige una fidelidad total.

Fidelidad a Ti, oh Cristo.


Tú, solo Tú,
has de ser el eje central
de la vida del cristiano, del sacerdote, del religioso;
el amigo de verdad,
el hermano,
aquel por el que vale la pena
abandonarlo todo y seguirte.

Esto reclama fidelidad a tu persona,


a tu enseñanza,
a tu mensaje,
con la perspectiva concreta
de renuncias y sacrificios.
Pero la fidelidad a Ti, oh Cristo,
no puede ir separada de la fidelidad a tu Iglesia.

Amor y fidelidad
no a una Iglesia abstracta o utópica,
sino a tu Iglesia
que peregrina entre los avatares de la historia,
a tu Iglesia, comunidad de personas
con sus riquezas interiores,
con su santidad,
pero también con el peso de sus limites
y con la carga arriesgada de su libertad.

La fidelidad a Ti, oh Cristo,


y a tu Iglesia
se realiza en la fidelidad
a la propia vocación.

Jesús, Tú que eres “el Primero y el Ultimo”,


susurra a nuestros oídos
tus consoladoras palabras:
“Permanece fiel hasta la muerte
y te daré la corona de la vida”.

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¡Venga tu Reino!

Roma, a los religiosos y religiosas, 2 de febrero de 1978

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¡Venga tu Reino!

NACIDO DEL PADRE ANTES DE TODOS LOS SIGLOS


Tú Nacimiento, oh Señor,
es un acontecimiento histórico, cósmico,
estrictamente comunitario,
porque se expresa en proporciones universales,
y es, a la vez, incomparablemente íntimo
y personal para cada uno de nosotros,
porque Tú, el Verbo eterno de Dios,
has venido a buscarnos.

Tú, eterno, te has implicado en el tiempo;


Tú, infinito, te has como anonadado,
“asumiendo la condición de siervo, y,
haciéndote semejante a los hombres,
has aparecido en forma humana,
te has rebajado a ti mismo
haciéndote obediente hasta la muerte,
hasta la muerte de Cruz”.

Tu Natividad es esta llegada


del Verbo de Dios, hecho hombre, hasta nosotros.
Cada cual puede decir: ¡Es para mí!
Yo puedo decir: ¡Es para mí!
La Navidad es este prodigio.
La Navidad es tal maravilla.
La Navidad es así de gozosa.

Haz que esta celebración de la Navidad


sea para todos nosotros, para la Iglesia entera,
para el mundo, una revelación renovada
del misterio inefable de tu Encarnación,
una fuente de felicidad inagotable.

Basílica Vaticana, Misa de Nochebuena, Navidad de 1977

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¡Venga tu Reino!
LUZ DE LUZ

ANHELO DE CRISTO
Tú, oh Cristo, aclaras nuestra vida,
las sendas de nuestro camino en el tiempo,
las cosas y los hechos que nos rodean.

Tú eres “la luz verdadera que ilumina


a todo hombre que llega a este mundo”.

Lo mismo que cuando en un lugar oscuro se enciende una luz


los ojos de todos se vuelven hacia ella
con alegría, con reconocimiento,
así nuestras almas deberían
volverse hacia Ti, oh Cristo,
que al llegar a la escena confusa y opaca del mundo
la iluminas por entero, dulce y misteriosamente,
la haces comprensible y hermosa.

En Ti, oh Cristo, todo cobra verdad,


orden, sentido y finalidad.

“Nosotros lo tenemos todo en Cristo.


Acérquese a Él toda alma.
Cristo lo es todo para nosotros”,
exclamaba San Ambrosio.
Haz, oh Cristo, que abundemos en el mismo anhelo.

Audiencia general, miércoles 22 de diciembre de 1965

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VENIDA DE CRISTO
Cristo Jesús,
tu venida al mundo
es fuente de grande y verdadera alegría.

La felicidad, la plenitud de vida,


la certeza en la verdad,
la revelación de la verdad y del amor,
la esperanza que no decepciona,
la salvación, en definitiva,
a la que aspira todo hombre,
se nos concede a nosotros,
es puesta a disposición nuestra
y tiene un nombre,
un solo nombre: el tuyo, Cristo Jesús.

Tú eres el profeta de las bienaventuranzas.


Tú eres el consolador
de cualquier aflicción humana.
Tú eres nuestra paz
porque Tú, solo Tú, eres
el camino, la verdad y la vida.

Nosotros proclamamos
que tu venida hasta nosotros,
oh Cristo, es nuestra ventura
y nuestra dicha.
Sólo tu Nacimiento
puede hacer feliz al mundo.

Quien te sigue, Cristo,


como Tú mismo lo has asegurado,
no camina entre tinieblas.

Tú eres la luz del mundo.


Quien mira hacia Ti
ve iluminarse los caminos de su vida;
senderos ásperos y estrechos,
pero senderos seguros
que no equivocan la meta
de la felicidad verdadera.

Tú eres, Cristo,
nuestra felicidad y nuestra paz
porque Tú eres nuestro Salvador.

Radiomensaje, Navidad de 1967

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¡Venga tu Reino!
”NOS HA NACIDO EL SALVADOR”
Has venido, oh Señor:
Hoy has nacido para nosotros, oh Salvador,
Cristo, Señor.
Tú “estás lleno de gracia y de verdad”.

Tu Verdad, es decir, tu palabra,


que actualiza entre nosotros tu pensamiento,
es maestra de vida,
nos revela a Dios,
nos enseña quién es el hombre,
nos dice lo que hemos de hacer,
nos dice lo que debemos amar,
nos hace ver en el que sufre
algo más que un hermano, a Ti mismo;
nos devuelve a la libertad, a la dignidad,
a la espera del hombre ideal,
nos hace capaces de bondad, de justicia y de paz.

Tú eres la luz del mundo.


En eso consiste tu Navidad.
Te revistes de la humanidad,
la sacudes, la despiertas,
la atormentas, la regeneras
ahora, en el tiempo, para guiarla,
más allá del tiempo,
a la eternidad.

Mensaje de Navidad al mundo, 20 de diciembre de 1968

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¡Venga tu Reino!
EPIFANÍA
La Epifanía es la celebración
del misterio de Ti mismo, oh Cristo,
que te revelas
al mundo, a la historia, a la cultura.
Sea tu Epifanía proclamación
de la llamada de todos los pueblos,
de todos los hombre a la fe en Ti.
Sea una fiesta misionera universal,
reconocimiento de la hermandad universal entre los hombres elevados a la misma suerte: la
salvación en Ti, Jesús Redentor.
Sea orientación de la humanidad
hacía la verdad y la realidad
de su destino trascendente
y, en consecuencia,
hacia la paz y hacia el progreso.

Venga a nosotros la Epifanía,


con sus dones y sus luces,
a alegrar nuestros hogares,
a nuestros niños y a nuestros enfermos.
Sea para nosotros una fiesta
no sólo mística o teológica,
sino también la fiesta popular del corazón.
Renuévenos en la unidad y en la bondad.
Renuévenos en la alegría y en la fe.

Tú, María, nos invitas.


No se trata de una fábula, no es mitología.
Tú nos presentas al misterioso
y encantador Niño.
Él es la luz del mundo.

Angelus, domingo, 8 de enero de 1978

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¡Venga tu Reino!
DIOS VERDADERO DE DIOS VERDADERO

JUNTO AL NACIMIENTO
Eres tú todavía, Jesús Niño,
quien nos invita a la fiesta de hoy.
Nacido por nosotros, entregado a nosotros.
Tu presencia en el tiempo
es para ofrecer a cada uno de nosotros
la ventura y la alegría de estar junto a Ti,
de poder decirte: eres para mí, eres mío.
Tú eres el esperado por los siglos.
Tú el esperado por esta generación.
Tú eres la clave de toda la historia pasada y futura.

Jesús, nosotros te reconocemos en lo que eres,


el Cristo, el Mesías, el enviado de Dios.
Nosotros tenemos la intuición feliz, la frescura,
el gozo, la audacia
de proclamarte nuestro Redentor,
nuestro Maestro, nuestro amigo.

Tú eres el Camino, Tú la Verdad, Tú la vida


de nuestra existencia personal
y de toda la comunidad que cree en Ti,
que en Ti confía, que se siente amada por Ti.
Tú estás aquí, con nosotros,
en este mundo tan evolucionado y tan confuso,
en este mundo tan inteligente pero tan profano
y a menudo deliberadamente ciego y sordo a tus señales, en este mundo que Tú has amado
hasta la muerte.
Tú estás aquí donde la Iglesia te anuncia
como alegría y salvación del género humano.

Jesús, Tú eres el nombre que nosotros proclamamos


por toda la tierra y por la serie de todos los siglos,
porque Tú eres el Hijo de Dios
eterno e infinito.

Invocaciones tomadas de diversos discursos, 4_1_70; 29_5_70; 22_3_70; 25_11_70;


29_11_70

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¡Venga tu Reino!
POR ÉL TODO FUE HECHO

LUZ DE REDENCIÓN
Cristo, Tú eres para todos.
Para todos los hombres.
Para todos los tiempos.
Para todas las naciones.

Tú has venido para el mundo entero.


La tierra es para Ti.
La historia es para Ti.

Esta verdad, a la que


está habituada nuestra mente,
es maravillosa, es extraordinaria,
es magníficamente moderna
y es prodigiosamente fecunda.

Manifiesta tu pensamiento misericordioso


que a nadie excluye de su proyecto
de bondad y de salvación.

En este designio de misericordia universal


te conocemos mejor aún de lo que podemos conocerte
en cualquiera de tus obras, en el mundo.

La universalidad del cristianismo


proclama las dimensiones de tu amor, oh Dios,
la anchura de tu corazón, oh Cristo.

Milán, Catedral, Epifanía de 1960

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¡Venga tu Reino!
POR NOSOTROS LOS HOMBRES
Y POR NUESTRA SALVACIÓN

JESÚS NUESTRO SALVADOR


Por tu Encarnación, oh Cristo,
la tierra es ya tu patria.
Tú, que eres el Hijo de Dios,
te has hecho Hijo del hombre.

Tu venida al mundo
es la salvación:
tu nombre, Jesús,
quiere decir Salvador.

He ahí, llamativo como un estandarte,


izado sobre la faz de la tierra,
por lo que dure la vida humana,
tu nombre, Jesucristo,
¡Salvador del mundo!

Jesús, Jesús, exclama


quien acoge, quien comprende la Navidad.
Jesús, Tú eres el Cristo,
Tú eres la salvación,
Tú eres la verdad,
Tú eres la fortaleza,
Tú eres la bienaventuranza,
Tú eres la gloria,
Tú eres la vida del mundo.

Radiomensaje, Navidad de 1975

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¡Venga tu Reino!
SE ENCARNÓ

EL MISTERIO DE LA NAVIDAD
Ha nacido el Salvador.
Ha nacido el Mesías, Cristo Señor.
El Salvador, el Mesías, el Jesús de Belén,
es el Verbo de Dios hecho hombre.
Caigamos de rodillas.
La maravilla no tiene límites.
La adoración no entraña humildad suficiente.
El gozo no tiene palabras colmadas.
Se ha abierto el cielo de par en par.
Se ha manifestado el misterio
de la vida interior de Dios.
La humildad trascendental de Dios
se ha revelado con toda fecundidad.

Cristo, Tú no estás en la lejanía de los siglos.


Tú eres cercano,
Tú estás presente,
Tú, si sabemos acogerte, eres nuestro,
Tú eres la luz,
Tú eres la alegría,
Tú eres el amor.
Sí, oh Señor.
¡Ven, oh Jesús!

Creemos en el amor,
en tu bondad.
Creemos que eres nuestro Salvador.
Abrigamos un solo deseo:
permanecer unidos a Ti
como cristianos no de nombre,
sino de íntima convicción.

Milán, Catedral, Navidad de 1955

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¡Venga tu Reino!
LA PALABRA ENCARNADA
Está escrito en tu evangelio
que Tú, Jesús, eres el Verbo,
la Palabra hecha hombre.

Así, quieres destacar


que nosotros podemos gozar
de tu presencia
incluso prescindiendo de lo que nos falta:
el contacto sensible,
la visión inmediata,
la conversación humana.

Tú, Señor, nos das y nos dejas


tu palabra.
Esta tu palabra
es una forma de presencia entre nosotros.

Es palabra que dura, que permanece;


mientras que la presencia física desaparece,
está sujeta a las alternativas del tiempo,
queda la palabra:
“Mi palabra permanecerá eternamente”.

Por la comunicación
de la palabra
pasa el pensamiento divino,
pasas Tú, oh Verbo,
Hijo de Dios hecho hombre.

Tú, Señor, te encarnas dentro de nosotros


cuando nosotros aceptamos
que tu palabra venga a recorrer
nuestra mente,
nuestro espíritu,
venga a animar nuestro pensamiento,
a vivir dentro de nosotros.

Quien te acepta, está diciendo sí:


yo acepto y obedezco
tu palabra, oh Dios,
y a ella me abandono.

Roma, iglesia de San Eusebio, 26 de febrero de 1967

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¡Venga tu Reino!
SE HIZO HOMBRE

“VIENES A NOSOTROS”
La Navidad es la fiesta de tu llegada, oh Cristo, Verbo de Dios hecho hombre entre nosotros
los hombres.
Es la celebración del gran viaje que Tú,
Hijo de Dios, emprendiste para acercarte a nosotros.

Bajaste del cielo


y te encarnaste.

En la Navidad se festeja tu intención


de superar las distancias,
de saltar los abismos inefables de tu trascendencia,
de acercarte, hasta hacerla tuya, a la vida humana,
de hacerte hermano nuestro,
de convivir con nosotros,
de compartir nuestra experiencia,
de abajarte hasta el nivel de nuestros sufrimientos,
hasta el punto de cargar con nuestros pecados.

La Navidad es un misterio de cercanía religiosa,


de accesibilidad divina,
de hermandad contigo, oh Cristo,
y por ello de fácil comunión con Dios.

Milán, Misa de Nochebuena, Navidad de 1960

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A JESÚS EN LA TRANSFIGURACIÓN
Cuanto veo con mis ojos
me da la definición completa de Ti, Señor.
Los tres apóstoles se quedaron
fijando su vista
y advirtieron la transparencia:
en tu persona, Jesús, hay otra vida,
hay otra naturaleza más allá de la humana,
la naturaleza divina.

Tú, oh Jesús,
eres el Hombre que lleva dentro de sí
la inmensidad del cielo,
eres el Hijo de Dios hecho hombre,
eres el milagro que cruza
por los senderos de nuestra tierra,
eres, en verdad, el Único, el Bueno, el Santo.

¡Si pudiéramos también nosotros estar a tu lado,


si tuviéramos la suerte
de Pedro, de Santiago, de Juan!

Hay que saber transfigurar,


con los ojos de la fe,
los signos con que Tú, Señor,
te presentas entre nosotros.
No para alimentar nuestra fantasía
ofreciéndonos un mito, un fantasma, una imagen.
No, sino para completar la realidad, el misterio,
lo que Tú verdaderamente eres.

Roma, iglesia de San José, en el Trionfale, 14 de marzo de 1965

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¡Venga tu Reino!
PADECIÓ POR NOSOTROS

PASIÓN
Tu pasión, oh Cristo, ¿se engarza
sólo como un número más en la serie infinita
de los dolores humanos
o tiene una relación especial con tales dolores?

Tú, Jesús, eres el Hijo del hombre.


Así te has llamado y te has definido Tú mismo.
Eres el Primogénito de toda la humanidad,
el nuevo Adán:
todo hombre, toda vida, tiene una relación contigo.

Jesús, Tú estás en relación con toda criatura;


por tanto, Tú, Jesús, tienes que ver
con cualquiera que sufra,
ya que eres el primero entre los sufrientes.
Si el sufrimiento es proporcional a la sensibilidad física,
¿habrá sensibilidad más aguda que la tuya, oh Cristo?
¿Quién ha llegado a sudar sangre,
quién ha previsto su pasión,
quién la ha apurado, sino Tú, como un cáliz sin fondo?

Tú, Jesús, ostentas la primacía del dolor,


estás en el desolado centro del sufrimiento humano,
haciéndolo tuyo.
La humanidad sufriente se convierte en símbolo,
en sacramento humano y
esconde, oh Jesús, tu presencia mística y misteriosa.

Vía Crucis en el Coliseo, 16 de abril de 1965

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¡Venga tu Reino!
PASIÓN DE CRISTO
Tu pasión, Señor,
se refleja en la Iglesia.
Y no sólo por la imitación
que tu ejemplo magnánimo y heroico
suscita en los cristianos,
no sólo por la comunión sacramental
que aplica a los fieles
la asimilación mística
a tu muerte
y a tu resurrección.

Tu pasión, Señor,
se renueva,
se repite,
se reproduce,
y no sólo en cada uno de los que te siguen,
sino en la Iglesia entera
considerada como comunidad,
como entramado de tus miembros, oh Cristo,
como vida tuya prolongada en la historia.

Audiencia general, miércoles 2 de abril de 1969

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POR NOSOTROS FUE CRUCIFICADO

EL DRAMA DE LA CRUZ
Nosotros creemos que con este tu drama, oh Cristo, no ha ocurrido solamente un episodio de
dolor o de deshonra, sino que ha sucedido algo mucho más profundo.
Diríase que ahí, precisamente,
donde se encuentran los brazos de tu cruz,
residen
las grandes líneas
de los destinos humanos.
Hay una ley de justicia
que desde las profundidades de Dios
cae sobre Ti, oh Cristo víctima;
hay como una condena que desde los abismos
del mal
te obliga a morir.

Ambas leyes se entrecruzan


y, en lugar de anularse mutuamente,
parecen conjurarse para caer sobre Ti,
Cristo,
convirtiéndote en el cordero inmolado
por los pecados del mundo.

Y Tú, Cristo crucificado,


tienes extendidos tus brazos
porque en tu cruz
no sólo se entrecruzan
la justicia y el pecado,
sino también el amor.

“Por nosotros y por nuestra salvación


bajaste a esta tierra”:
es la apertura del cielo
que incendia al mundo en amor.

Milán, Viernes Santo de 1960

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LAS CATORCE ESTACIONES DEL VÍA CRUCIS

LA CONDENA
Tu rostro, Señor,
está serio y tranquilo;
pero ¡qué violencia padece tu corazón!

Para Ti, que conoces en su esencia


las razones de la verdad y de la justicia,
no podía haber contradicción más feroz
que la condena de la vida
¡Tú, Cristo, eres la vida!
a la muerte.

Tus propias profecías


sobre tu final y la agonía de Getsemaní
desvelan tan incomprensible contradicción
y nos permiten entender algo
de tus inefables sufrimientos interiores.

Señor, enséñame a creer


en la verdad y en la justicia
incluso cuando quien las representa
y las proclama
de tal forma las desmiente,
que pudiera yo mismo sufrir
sus inicuos castigos.

Primera estación

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LA CRUZ
Tus brazos, oh Señor,
abrazan el madero del deshonor;
la gran paciencia
se apresta a consumar el sacrificio supremo.

¡Oh gesto divino de insuperable resignación!


¡Oh mansedumbre que desarma tu omnipotencia
para encontrar en la voluntaria debilidad
de víctima
la perfecta adhesión al querer divino,
la ofrenda completa a la divina justicia!

Enséñame, oh Señor,
la virtud de la aceptación,
la fuerza de una sabia pasividad,
el valor del abandono total
al cumplimiento de tus designios divinos,
aunque vinieran dictados,
bien por la iniquidad humana,
bien por la ciega desventura.

Segunda estación

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¡Venga tu Reino!
LA PRIMERA CAÍDA
Tus miembros están cansados y esposados,
oh Señor,
no pueden ya con el peso de la cruz.

Has querido conocer y experimentar


esta nuestra grande y común miseria
de la fatiga que desmaya
y hace probar nuestra radical impotencia.

Gracias, oh Señor,
por esta tu piadosa solidaridad
con nuestra miseria;
gracias, oh Señor,
por haber trocado esta debilidad
en una fuente de expiación y de salud.

Que sienta yo como dirigidas a Ti


las palabras de San Agustín:
“La fuerza de Cristo te ha creado,
la flaqueza de Cristo te ha redimido”.

Tercera estación

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¡Venga tu Reino!
LA MADRE
Señor, renuncio a entender,
aunque no a contemplarlo,
tu encuentro, paciente Tú y humillado,
con la Virgen tu Madre.

Quien sufre a la vista de una persona


cercana y amada,
se siente sorprendido y derrotado
por una conmoción inefable que le hace llorar.

Tú más fuerte, Tú más sabio,


sientes sin duda la inmensa piedad
de la dulce presencia;
pero la emparejas a la piedad,
insobornable, a tu Padre celestial;
así, la compasión humana queda sublimada
por la fortaleza divina.

Austero se me antoja tu rostro, oh Jesús,


tensado por el único deber
y por el único amor: la voluntad del Padre;
así asocias a tu Madre
a tu propia misión redentora.

“Oh Madre, fuente del amor,


hazme sentir la violencia del dolor,
para que pueda llorar contigo”.

Cuarta estación

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¡Venga tu Reino!
EL CIRINEO
A este ignorante y rebelde, humilde y oscuro
representante del género humano,
Tú le amaste sin duda, oh Señor,
al cederle el peso de tu cruz.
Y quizá en aquel momento
infundiste en su corazón
el amor al odiado madero.

Así, al menos,
querrías ser ayudado
no sólo con la aceptación forzada
de la cruz,
sino con la comprensión también
del vínculo que ella establece
entre Ti, Redentor, y el secuaz redimido.

En aquel momento comenzó


la participación en tu pasión,
y Tú ensanchaste nuestro corazón
para subir y amar
a los que contigo y por Ti
habrían de ser crucificados.

Quinta estación

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¡Venga tu Reino!
LA VERÓNICA
Tú, oh Señor,
no desdeñas el consuelo de nuestra piedad.

Gran cosa será de ahora en adelante


llorar y sufrir contigo;
destino sublime de las almas humildes
y piadosas
que de la conmoción
y de la compasión
por los dolores del hombre_Dios
saben extraer una filosofía misteriosa y humana;
a ella debe rendir homenaje
la más lúcida y orgullosa
sabiduría
si no quiere quedar muda ante el inmenso
y atormentado problema
del sufrimiento humano.

Gracias, oh Señor,
por habernos confiado tu afligida figura,
abriendo así la contemplación
de tu bienaventurada y beatificante pasión.

Sexta estación

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¡Venga tu Reino!
LA SEGUNDA CAÍDA
De nuevo caes, Señor,
porque no hay quien
sostenga tu aflicción;
nadie comparte contigo
el peso de tu cruz.

Estás solo:
el que sufre está solo,
el dolor es incomunicable,
especialmente tu dolor, oh Cristo.

Así te tocó soportar este dolor,


grave más que ninguno;
la soledad en medio de la muchedumbre,
el aislamiento entre la gente
de corazón lejano y hostil.

Pero Tú, que no tienes necesidad de nadie


porque eres en Ti mismo infinito;
Tú, que no precisas palabras ajenas
porque Palabra eres Tú mismo,
concédenos que alguien,
yo mismo si no te disgusta,
te asista y te comprenda
y que, en la comunión con tu pasión,
sienta el disfrute de tu redención.

Séptima estación

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¡Venga tu Reino!
LAS PIADOSAS MUJERES
Señor,
escucho tembloroso tus palabras inspiradas:
ellas me descubren la solemne grandeza
de tu alma.

Trascienden los confines


de la piedad humana
y abren esos otros, terribles y majestuosos,
de la justicia divina.

Tú piensas más en el dolor ajeno


que en el tuyo propio.

Tú demuestras que es más desgraciada


la condición del que es culpable
que la de quien sufre.

Tú revelas la permanente
e indefectible vigilancia
de la mente divina,
precisamente cuando el orden parece transgredido
e inexistente.

Tú, una vez más,


despiertas a las almas
llevándolas de la somnolencia a la conciencia
de los destinos superiores,
las conduces entre amenazas
y bondades sin cuento
de la compasión humana
al temor de Dios.

Que, mientras se apaga


tu palabra cansada y fatídica,
se encienda en nosotros
la vigilante visión de la ira futura.

Octava estación

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¡Venga tu Reino!
LA TERCERA CAÍDA
Señor,
yo buscaré un consuelo supremo
para esta tu inefable aflicción:
ella me testimonia
que Tú has experimentado
el extremado cansancio de los miembros quebrados
y que te has curvado sobre la tierra ingrata
para recostarte sobre nuestra desesperada derrota.

Para sostener al que carece ya de coraje,


para compartir la pena
de quien ha perdido la esperanza,
para hacerte hermano
de quien traduce en desconsolado pesimismo
la enfermedad del cuerpo,
la adversidad que soporta,
has caído Tú una vez más,
divino Sostenedor del universo.

A través de esta tu misteriosa humildad


nos enseñas todavía a luchar
y a esperar.

Novena estación

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¡Venga tu Reino!
EL DESPOJO
¿Por qué, oh Señor,
este ultraje a tu dignidad
y a tus dolores?

Para que mis ojos se llenen


de sorpresa y de reverencia:
para que tu condición de condenado,
de humillado, quede bien patente;
para que mi espíritu entienda
que Tú lo has dado todo,
has inmolado todo,
incluso tu dignidad,
para mostrarte como eres,
víctima sin recovecos y sin refugio.

Sólo tu conciencia,
santuario de una pena infinita
y de una infinita fortaleza,
te sirve de refugio:
por eso rechazas, oh Jesús,
la bebida soporífera que te presentan
piedad que no te es otorgada,
mientras en el fondo de la humillación,
de la vergüenza, del dolor, apuras
escarnio para los humanos,
oh Salvador, tu cáliz sin nombre.

Décima estación

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¡Venga tu Reino!
LA CRUCIFIXIÓN
Ahora ya mis ojos no quisieran ver
ni mis oídos escuchar.
Golpes duros y gemidos estremecedores,
sangre y espasmos.
Pobre, dulce Jesús.
“Lo crucificaron”.

Sí, clavado, roto,


colgado del patíbulo
donde la vergüenza iguala al dolor
y la crueldad a la pena.
“Sufrir con el crucificado”;
pero ¿cómo es posible?,
¿cómo se puede desearlo?
“Ultimo y total suplicio para los esclavos”,
la cruz;
¿cómo llegará a ser signo de
esperanza y de salvación?

Aquí, Jesús lo ha dado todo.


“Los amó hasta el fin”;
aquí en la estación lacerante
de las manos traspasadas,
de los pies clavados,
todo el amor, todo el sacrificio.

Ahora la víctima será ya inmolada sobre el altar:


escuchemos su gemido
convertido en plegaria por nosotros,
sus verdugos.

“Perdónalos, que no saben lo que hacen”.


Extremada locura de la bondad divina:
ese es su corazón.
Undécima estación

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¡Venga tu Reino!
LA MUERTE
Si yo hubiera asistido
al momento de la muerte de Cristo,
¿qué habría entendido de drama tan fatal?

¿Habría entendido algo


del supremo contraste
y de la paz soberana que allí se cumplían?

Contraste entre la dulzura de tu ser,


oh Señor,
y la aspereza del dolor que se te infligía,
oh pacífico paciente;
entre la falsa justicia y tu inocencia,
oh víctima pacífica;
entre la humana malicia
y tu divina santidad,
oh pacífico Salvador;
entre la muerte y la vida,
oh pacífico vencedor.

Quisiera entenderlo todo:


la violencia de aquella hora marcada desde los siglos,
la ventura inefable que supone para nosotros,
la desolación inconmensurable del mundo
que tiembla y se oscurece
y el coloquio ininterrumpido de tu espíritu
que llega hasta el Padre;
la experiencia más evidente y dolorosa
de nuestra ruina en la tuya,
la esperanza incipiente
de que tu salvación es la nuestra.

Diré humildemente:
“En verdad, Tú eres el Hijo de Dios”;
Ten piedad de mí.

Duodécima estación

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¡Venga tu Reino!
EL DESCENDIMIENTO
He aquí el llanto sobre tu muerte,
he aquí el culto a tus llagas,
he aquí la piedad por tu cuerpo inmolado,
oh Jesús.

Dame, oh Señor,
la devoción a tu pasión;
hazme entendedor de la Cruz;
deja que una saludable conmoción
me haga partícipe del drama
de la muerte redentora
del Verbo encarnado.

Ya sé que nunca llegaré a entender del todo


este misterio
nunca compartido ni amado suficientemente.

Y sin embargo se estremece la naturaleza


ante tu cadáver;
se rasga el velo del templo,
se siente sacudida la tierra,
se hacen añicos las piedras,
se abren las tumbas.

Conmueve, Señor, mi espíritu


de una vez por todas
y deja que, mudo, me acerque
a la Madre dolorosa
y aprenda a llorar.

Decimotercera estación

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¡Venga tu Reino!
EL SEPULCRO
El misterio de la muerte descubre,
oh Señor, su horror y su secreto
cuando Tú entras en el sepulcro.
El Hijo de Dios muerto;
la vida, la fuente de toda la vida,
abandona el cuerpo bendito
en las manos inexorables
de las leyes de la naturaleza inferior
y lo entrega cadáver
a la tierra devoradora.

Lo deja para recuperarlo


renovado y definitivamente vivificado;
lo deja en nuestro sueño mortal
para despertarlo en su triunfo inmortal;
lo entrega como trigo de nuestro campo terrenal
al silencio, al frío, a la desintegración,
para despertarlo a la primavera celeste
de la luz y de la energía divina.

Siembra en la tumba la esperanza,


nos enseña a morir para vivir.

Bendito seas, oh Señor,


vencedor de la muerte.

Decimocuarta estación

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¡Venga tu Reino!
PLEGARIA JUNTO AL SANTO SEPULCRO
Donde Tú, oh Señor Jesús,
el inocente, fuiste acusado;
el justo, fuiste juzgado;
el santo, fuiste condenado;
Tú, Hijo del hombre,
fuiste atormentado, crucificado y entregado a la muerte;
Tú, Hijo de Dios,
fuiste blasfemado, ridiculizado y renegado;
Tú, la luz,
fuiste apagado;
Tú, la Vida,
padeciste la muerte,
y Tú, muerto
resucitaste a la vida:
nosotros nos acordamos de Ti, oh Señor Jesús;
te adoramos, oh Señor Jesús;
te invocamos, oh Señor Jesús.

Aquí, oh Señor Jesús,


tu pasión
fue oblación prevista, aceptada, querida;
fue sacrificio: en él Tú fuiste la Víctima,
Tú el Sacerdote.
Aquí tu muerte
fue la expresión, la medida del pecado humano;
fue el holocausto del supremo heroísmo,
fue el precio ofrecido a la justicia divina,
fue la prueba del amor supremo.
Aquí se cruzó el duelo entre la muerte y la vida.
Aquí triunfaste Tú,
oh Cristo, muerto y resucitado por nosotros,
Dios Santo, Dios Fuerte, Dios Inmortal,
ten piedad de nosotros.

Aquí estamos, oh Señor Jesús.


Hemos venido
como los culpables vuelven al lugar de su delito;
hemos venido como quien te ha seguido
pero te ha traicionado también,
muchas veces fieles y muchas también infieles;
hemos venido
para reconocer la misteriosa relación
entre nuestros pecados y tu pasión,
nuestro comportamiento y el tuyo;
hemos venido
a golpearnos el pecho
para pedirte perdón,

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¡Venga tu Reino!
para implorar tu misericordia;
hemos venido porque sabemos que Tú
puedes y quieres perdonarnos,
ya que has pagado por nosotros.

Tú eres nuestra redención y nuestra esperanza.


Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, oh Señor.
Señor Jesús, Redentor nuestro,
reaviva en nosotros el deseo y la confianza
en tu perdón;
fortalece nuestra voluntad de conversación
y de fidelidad,
haznos gustar la certeza
y la dulzura de tu misericordia.

Señor Jesús, Redentor y Maestro nuestro,


danos la fuerza de perdonar a los otros,
para que podamos ser perdonados, en verdad,
por Ti.

Señor Jesús, Redentor y Pastor nuestro,


infúndenos la capacidad de amar como lo quieres Tú,
a tu ejemplo y con tu gracia, a Ti
y a cuantos en Ti son nuestros hermanos.

Señor Jesús, Redentor nuestro y nuestra Paz,


que nos hiciste conocer tu último anhelo:
“que todos sean uno”,
escucha este deseo que ahora hacemos nuestro
y que se convierte aquí en nuestra plegaria:
“que todos seamos uno”.

Señor Jesús, Redentor nuestro y nuestro Mediador,


concédenos con el Padre de los cielos
las plegarias que ahora te dirigimos
por medio del Espíritu Santo.

Jerusalén, basílica del Santo Sepulcro, 4 de enero de 1964

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¡Venga tu Reino!
AL TERCER DÍA RESUCITÓ

RESURREXIT
Tú, Jesús, con la resurrección
has completado la expiación del pecado;
hemos de aclamarte Redentor nuestro.

Tú, Jesús, con la resurrección


has derrotado a la muerte;
hemos de cantarte los himnos de la victoria;
eres nuestro Salvador.

Tú, Jesús, con la resurrección


has inaugurado una existencia nueva;
Tú eres la Vida.

¡Aleluya!
El grito es hoy plegaria.
Tú eres el Señor.
“Señor mío y Dios mío”.

Milán, Catedral, Pascua de 1956

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¡Venga tu Reino!
CRISTO, FUENTE DE LUZ
Cristo resucitado, Tú eres la luz.
De la lámpara siempre encendida
en el sepulcro del Resucitado
salta la chispa que encenderá todas las luces
en nuestras comunidades.
Esta es la verdad deslumbrante:
Tú, de la muerte has pasado a la vida,
eres nuestro Redentor,
eres la fuente de luz,
de sabiduría y de verdad,
de inteligencia y de pensamiento.

Estamos acostumbrados a pensar en tu palabra, oh Cristo,


como nuestra luz
y en Ti como Maestro de verdad y de vida
por medio de tus enseñanzas.
Hoy la Pascua hace de Ti, oh Cristo,
un faro iluminador,
no sólo por las palabras con que Tú,
resucitado, confirmarás nuestra fe todavía vacilante,
temblorosa, asombrada, la de los afortunados discípulos
que te vieron resucitado
y que conversaron contigo,
sino por el hecho único, estrepitoso, innovador,
de tu gloriosa resurrección.

Milán, Catedral, Pascua de 1957

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¡Venga tu Reino!
RESURRECCIÓN DE CRISTO
Fiesta grande,
grande gozo hoy para nosotros cristianos.
Es tu Resurrección, oh Jesús, Señor nuestro.

Jesús, has resucitado,


por eso eres el enviado de Dios, el Mesías,
el Maestro de la humanidad, el Hijo de Dios.

Jesús, has resucitado.


Por consiguiente, tu doctrina está probada, es verdadera, es digna de ser creída y seguida.
Jesús, has resucitado,
por eso eres la fuente de la vida,
la clave de la historia,
el libro cerrado de los siete sellos.
El libro de los destinos humanos será abierto por Ti.

Jesús, has resucitado,


se ha cumplido no sólo tu aventura humana,
que desemboca en la vida eterna,
sino también en la nuestra.
Se ha cumplido la obra de nuestra redención,
oh Cristo, que en tu resurrección tiene
su victorioso complemento
y su feliz coronamiento.

Milán, Catedral, Pascua de 1958

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¡Venga tu Reino!
MIRANDO AL CIELO
Cristo resucitado,
Tú nos enseñas y nos comprometes a no hacer
del interés temporal la ocupación exclusiva
y el objetivo dominante de nuestra vida.

Tú nos enseñas y nos comprometes a moderar el ansia


y el apego a los bienes de este mundo.

Tú nos enseñas y nos comprometes a hacer buen uso del tiempo,


del dinero, del trabajo, de todo lo que compone
la trama de nuestros días.
Buen uso ordenado por la ley
que todo lo subordina y lo dirige
al fin supremo de la vida,
la ley moral
como nos ha sido dictada por Ti, oh Cristo.

Tú nos enseñas y nos comprometes a considerarnos peregrinos, que no se entretienen a lo


largo del camino, sino que enderezan a la meta final su paso y su corazón.
Tú nos enseñas y nos comprometes a recorrer
este nuestro camino a través del tiempo y de las cosas
con la aspiración al sumo Bien que es Dios,
al que nos unen, oh Cristo,
tu gracia y tu plegaria.

Milán, Catedral, Vigilia Pascual 1960

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¡Venga tu Reino!
CRISTIANOS CON CRISTO RESUCITADO
Hoy, oh Cristo,
te proclamamos con fe,
te confesamos con entusiasmo,
te descubrimos con gozo
y creemos en Ti firmemente;
con toda la Iglesia católica gritamos:
¡en verdad has resucitado,
estás vivo, eres el Señor!

Nosotros vemos en Ti
al Verbo de Dios hecho hombre,
al gran Hermano y Amigo de todo momento,
al Maestro de la Verdad
que da sentido, valor y destino a la vida,
a nuestro Salvador y Redentor,
al Mesías verdadero, nacido, muerto y resucitado por nosotros.

Llenos todavía de adoración y de certeza,


nuestras almas repiten con Santo Tomás:
“Señor mío y Dios mío”.

La palabra, tu gracia, vienen hoy


a nuestro interior;
así vas modelando en nuestra alma
el rostro de hijos de Dios;
nos haces capaces de comunicarnos con El
y nos alcanzas la gracia de un comportamiento,
de un estilo y de los sentimientos propios del cristiano.
Así no somos únicamente hombres,
somos cristianos.

Apreciamos este querido nombre de cristianos


que no sólo nos refiere a Ti,
sino que contigo nos liga y nos une;
experimentamos su profundidad y su dignidad,
saboreamos en él la alegría y la confianza.
Cristianos, así nos quieres hoy Tú.
Para serlo así contamos con tu ayuda.

Milán, Catedral, 21 de abril de 1962

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¡Venga tu Reino!
CRISTO HA RESUCITADO
El mensaje de la fe,
como trompeta de ángel,
resuena aún hoy en el cielo y sobre la tierra.
Tú, oh Cristo, has resucitado.

En Ti, oh Cristo, se realiza el plan de Dios;


en Ti, oh Cristo, nosotros somos salvados.

En Ti se concentran nuestros caminos,


en Ti se resuelven nuestros dramas,
en Ti se explican nuestros dolores,
en Ti se perfilan nuestras esperanzas.

Tu resurrección no es un hecho aislado:


desde Ti, oh Cristo, se extiende al mundo
y afecta a toda la humanidad.

Tú, oh Cristo, eres el nuevo Adán


e infundes en la frágil vida humana
un principio nuevo, inefable
que nos une a Ti, que contigo
y el Espíritu Santo nos hace participar
de la vida misma del Dios infinito
a quien contigo podemos llamar
dichosamente Padre nuestro.

Radiomensaje, Pascua de 1964

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¡Venga tu Reino!
LA MUERTE HA SIDO VENCIDA
¡Oh Cristo, Tú has resucitado!
Has recuperado la vida al tercer día
de tu muerte.
Has vencido la muerte
y has entrado en la inmortalidad real y verdadera.
Has mantenido la promesa profética
de tu resurrección.

Tú, Cristo, el Señor,


estás vivo y vivirás para siempre.

Venga en tu nombre, oh Jesús resucitado,


el día en que los hombres
abandonen las ideologías erradas
y acepten una sabiduría nueva
que manifieste la verdadera naturaleza del hombre
y sus auténticos destinos.
Venga el día en que se compongan
los conflictos entre los pueblos no con la fuerza de las armas, sino con la luz de negociaciones
razonables.
Que callen las guerras para dar paso
a mutuas y fraternas colaboraciones.

Oh Jesús resucitado, venga el día en que


las prodigiosas energías del progreso
sean empleadas en saciar el hambre del mundo,
en educar a las generaciones futuras,
en aliviar los perennes dolores del hombre.

Que tu Pascua, oh Jesús resucitado,


sea fiesta de gozo y de esperanza;
repítenos tu saludo
de aquella tarde:

“¡La paz esté con vosotros!”


Radiomensaje, Pascua de 1965

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¡Venga tu Reino!
CRISTO, PRINCIPIO DE NUEVA VIDA
¡Cristo, Tú has resucitado!
Este es el grito de nuestra fe,
el testimonio de la verdad real
que llena el mundo de tu gloria,
oh Señor nuestro Jesucristo.
Tu resurrección nos llena a los hombres
de luz y de esperanza.
Este es el principio de una vida nueva,
de una regeneración de la humanidad,
de una resurrección de nuestras dolencias
personales y sociales.

Tu resurrección es el vértice
para la verdadera,
fraterna y fecunda unidad
de la familia humana.
Tu resurrección, oh Cristo,
es el faro de la unidad espiritual y moral de la humanidad,
Unidad de los hombres con Dios,
reconciliados con Él mediante ese prodigio
de misericordia y de amor
que es la redención que Tú, oh Cristo,
nos ofreces.
Unidad de los hombres entre ellos mismos
como unidos a Ti, único Maestro,
y capaces de un amor superior.
Tu resurrección es la victoria posible
de la unidad en el amor y en la justicia,
en la libertad y en el progreso;
es la primavera eterna de la historia,
florecida este año también
sobre la tierra fecundada con tu sangre,
oh Señor.

Radiomensaje, Pascua de 1966

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¡Venga tu Reino!
RESURRECCIÓN
¡Cristo ha resucitado!
Sí, Nuestro Señor Jesucristo
ha resucitado de la muerte
y ha inaugurado una vida nueva
para sí y para la humanidad.

Tú has venido a nuestro encuentro,


hombres asombrados del gran prodigio
de tu nueva existencia,
con el saludo más simple y más maravilloso,
el de tu paz: “Paz a vosotros”.
Nosotros, herederos reales de tan grande fortuna,
te saludamos
con la maravilla de la novedad inaudita,
con la conciencia exultante de la sorprendente realidad,
y con el gozo
con que una nueva presencia tuya, oh divino Maestro,
nos obliga a entender tu victoria
sobre nuestra pertinaz incredulidad
y a repetir con la misma convicción que Tomás
aquellas palabras del discípulo:
“Señor mío y Dios mío”.

Al tiempo que nosotros celebramos la verdad


y la gloria de tu Resurrección, oh Señor,
la luz nos inunda,
nos invade de una seguridad nueva
y nos pone en comunión espiritual y viva contigo.
¡Sí, creemos!
Nosotros podemos ofrecerte el don
que nos viene de Ti, oh Resucitado,
nuestra fe,
nuestra fe humilde pero gloriosa
de la que vivimos, por la que vivimos
y en cierta medida
experimentamos en nuestro espíritu.

Ayúdanos Tú, oh Señor, a superar


ese fondo de duda, de escepticismo, de negación
que hay depositado en nuestra mentalidad
de hombres modernos.

Ayúdanos a hacer nuestra la plegaria de la Iglesia:


“Que nuestros corazones estén fijos allá
donde habita la alegría verdadera”.
Radiomensaje, Pascua de 1978

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¡Venga tu Reino!
SUBIÓ A LOS CIELOS

ESPERANZA CRISTIANA
Se abrió por fin el Reino de los cielos.
Tú, oh Cristo, solo, eres el primero
en entrar gloriosamente.

Se instaura una nueva forma de vida,


un orden nuevo,
sobrehumano, sobrenatural,
que se define como término de la vida presente,
como el océano hacia el que discurre,
que resuelve en beneficio propio
la tremenda alternativa final.

El cielo es la visión de Dios,


es la felicidad eterna,
es el horizonte al que se dirige
nuestra vida presente.

A Ti, oh Cristo, está ligada nuestra suerte.


Tu ascensión a ese mundo bienaventurado,
para nosotros aún desconocido,
ha mudado de la tierra al cielo
el destino final de nuestra vida.

El sentido auténtico y completo de nuestro vivir


es una peregrinación en el tiempo,
en este mundo,
hasta alcanzar la meta final
donde nuestro ser tendrá
contigo su expresión auténtica
y su plenitud.

Milán, Catedral, Ascensión, 15 de mayo de 1958

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¡Venga tu Reino!
LA SUBIDA DE CRISTO AL CIELO
La celebración de tu ascensión al cielo
transporta nuestro culto a Ti, Jesucristo,
del escenario terrestre al celestial:
nuestra vista se pierde tras las
huellas radiantes que nos has dejado
en tu luminoso camino;
y las últimas páginas del Nuevo Testamento
nos dejan ver ya en imágenes simbólicas
y proféticas
las visiones del reino de los cielos.

Tú, oh Cristo, estás ya sentado “a la derecha del Padre”,


en una vida nueva, plena, gloriosa y patente,
en el vértice trascendente de la jerarquía
de las criaturas físicas y espirituales.

Tú despliegas ya en el cielo
toda la majestad de tu ser.

Eres el Cristo glorioso.


Eres el Cristo Señor y centro del cosmos,
el Alfa y la Omega del universo
en el que relumbra la culminación de la Encarnación.

No nos cansaremos jamás de pensar en Ti, Cristo Señor,


como eres ahora.
Tenemos que dejarnos deslumbrar por tu luz
y fijar nuestro pensamiento y nuestro corazón
allí donde Tú estás, oh Cristo,
más allá de los confines de la vida presente.
De allí un día,
el último día de la historia temporal de la humanidad,
volverás vencedor y juez
a instaurar un nuevo reino
de vida y de felicidad.

Audiencia general, miércoles 26 de mayo de 1965

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¡Venga tu Reino!
SU REINO NO TENDRÁ FIN

CRISTO, NUESTRA RECONCILIACIÓN


Cristo Jesús,
Tú eres nuestra verdadera reconciliación,
la misericordia al alcance de los hombres,
nuestra grande y viviente indulgencia.

Tú has consumado
la “purificación de los pecados”
y nos has regalado la comunión con el Padre
en el Espíritu Santo.

Semejante gesta salvífica


no sólo abarca a todos los hombres,
sino que se extiende a todo lo creado,
al entero universo,
abriéndonos los umbrales
de una creación nueva
con una humanidad renovada,
en peregrinación
hacia “un cielo nuevo y una tierra nueva”.

Este misterio de reconciliación


Tú, oh Cristo, lo continúas
a través de tu Iglesia,
sacramento de salvación.

Te damos gracias,
Señor, por habernos permitido ver
cómo se intensifican y se ahondan
las relaciones entre los cristianos.

Pero, sabedores de que la búsqueda


de la reconciliación
entre los cristianos
es obra del Espíritu Santo,
te suplicamos, en la oración
y en la penitencia,
el don de la unión
contigo, cada vez más íntima y más pura.

Haznos más atentos a tu palabra,


obedientes a tu voluntad,
para que sigamos trabajando
con confianza y entrega,
con perseverancia y ardor;

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¡Venga tu Reino!
para que nos concedas
que podamos contribuir eficazmente
a la reconciliación
entre todos los cristianos
y entre todos los hombres
hasta que “toda lengua confiese
que Tú, Jesucristo,
eres el Señor, para gloria del Padre”.

Roma, basílica de San Pablo, 25 de enero de 1975

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¡Venga tu Reino!
CRISTO REY
Celebrando tu realeza, oh Cristo,
encontramos en ella
los motivos para adorarte en tu divinidad
y para acercarnos a Ti en tu humanidad.

Encontramos en tu realeza la majestad


y potestad,
la raíz efusiva del Espíritu santificador
y la explicación de cualquier destino humano.

Tú eres la Cabeza, el Maestro,


el Pastor, el Salvador,
el Verbo encarnado, el Cordero de Dios,
Sacerdote y Víctima de infinita bondad.

Tu luminosa figura de Rey, que


anticipa tu visión escatológica
y celeste,
no te aleje de nosotros;
antes bien, como asegura San Pablo,
te haga “habitar en nuestro interior”.

Audiencia general, miércoles 24 de noviembre de 1976

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¡Venga tu Reino!
SE HIZO PAN

PAN DE VIDA
Jesús, Tú te haces nuestro.
Tiras de nosotros hacia Ti presente,
presente de forma milagrosa.
Tú estás presente, como el singular peregrino
de Emaús,
que da alcance, se acerca, acompaña,
adoctrina y conforta
a los desconsolados caminantes
en la tarde de las esperanzas perdidas.
Tú estás presente en el silencio y en la pasividad
de las especies sacramentales,
como si quisieras al mismo tiempo velar
y desvelar cuanto se refiere a Ti,
de tal forma que sólo quien cree comprenda
y sólo el que ama
pueda recibirte plenamente.
Tiras de nosotros hacia Ti, oh Paciente;
paciente en la obligación de Ti mismo
por la salvación de los demás,
por el alimento a los demás entregado;
paciente en la manifestación del cuerpo
separado de la sangre,
paciente hasta el extremo
del dolor,
de la deshonra y del abandono,
de la angustia y de la muerte.
Así, en la medida de la pena
se manifiesta la dimensión de la culpa
y del amor,
de la culpa humana y del amor tuyo.

Milán, Corpus Christi 1961

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¡Venga tu Reino!
CRISTO HA AMADO A LA IGLESIA

CRISTO Y LA IGLESIA
¡Oh divino Redentor,
que has amado a la Iglesia
y por ella te has entregado a Ti mismo,
para santificarla
y hacerla comparecer ante Ti
resplandeciente de gloria,
haz que brille sobre ella tu rostro santo!

Haz que tu Iglesia


una en tu caridad,
santa en la participación de tu misma santidad,
sea en el mundo de hoy
estandarte de salvación para los hombres,
centro de unidad de todos los corazones,
inspiradora de santos propósitos
en favor de una renovación general y arrolladura.

Haz que sus hijos,


superando cualquier división o indignidad,
la honren siempre y en todas partes.
Que todos los hombres
que aún no están dentro de ella,
mirándola, te encuentren a Ti, camino, verdad y vida,
y que en Ti sean enderezados al Padre
en la unidad del Espíritu Santo.

Roma, basílica de San Clemente, 17 de noviembre de 1963

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¡Venga tu Reino!
AL ENCUENTRO DE CRISTO
Al salir a tu encuentro, Señor Jesús,
esperamos que no detengas,
sino que guíes nuestros pasos;
no te preguntaremos adonde vas,
te diremos que vamos contigo;
y con humilde pero suprema decisión,
como Pedro sobre el lago azotado por la tempestad, te pediremos:

“Señor, si eres Tú, mándame ir a tu encuentro


caminando sobre las aguas”.
Y esperamos escuchar en el espacio inmenso,
en la noche profunda
de esta nuestra misteriosa historia presente,
tu voz arcana, poderosa, divina, gritando: “Ven”.

Y nos acercaremos a Ti
y te pediremos perdón por todos nuestros errores.
Te confesaremos esa fe nuestra,
que inspira y hace invencible el Padre,
te confesaremos nuestro humilde y total amor:
“Tú sabes que yo te amo”.
Te ofrecemos tu Iglesia,
la que está edificada sobre la piedra por Ti elegida,
la que Tú consolidaste y pusiste por cimiento
de tu misterioso edificio.
Te imploraremos que nos concedas la fortuna
de reunimos en ella a todos, como hermanos en Cristo,
incluidos los que están todavía en sus umbrales,
y todas las gentes,
también las que son hostiles y lejanas;
te lo pedimos por la unidad perfecta de tu misma Iglesia
y por nuestra paz.

Roma, Sacro Colegio, 24 de diciembre de 1963

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¡Venga tu Reino!
LA LLAMADA DE CRISTO
Jesús, Pastor divino de las almas,
Tú llamaste a los apóstoles
para hacerlos pescadores de hombres:
atrae a Ti también hoy
almas ardientes y generosas de jóvenes
para hacerlos seguidores y ministros tuyos.
Hazlos partícipes de tu sed
de redención universal
con la que renuevas sobre todos los altares
tu sacrificio.

Tú, Señor, “vivo siempre para interceder por nosotros”,


ábreles los horizontes del mundo entero,
en el que la muda súplica de tantos hermanos
pide luz de verdad y calor de amor.
Respondiendo así a tu llamada
prolonguen aquí abajo tu misión,
edifiquen tu Cuerpo místico, que es la Iglesia,
y sean “sal de la tierra, luz del mundo”.

Extiende, Señor, tu llamada amorosa también a muchas almas de mujeres limpias y


generosas;
infúndeles
el ansia de la perfección evangélica
y de la entrega
al servicio de la Iglesia y de los hermanos
necesitados de asistencia y de caridad.

Radiomensaje en la Jornada de las Vocaciones, 11 de abril de 1964

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¡Venga tu Reino!
ORACIÓN POR LOS SACERDOTES
Oh Señor,
da a estos ministros tuyos
un corazón que resuma su educación
y su preparación,
que sea consciente de la gran novedad
que se ha obrado en su vida,
que se ha grabado en su alma.
Un corazón que sea capaz
de los sentimientos nuevos
que Tú requieres de quien has elegido
para ser ministro tuyo,
de tu Cuerpo eucarístico
y de tu Cuerpo místico,
que es la Iglesia.

Oh Señor,
dales un corazón puro,
capaz de amarte a Ti solo
con la plenitud,
con el gozo,
con la hondura que sólo Tú sabes dar
cuando eres el único,
el total objeto de amor
de un corazón humano.
Un corazón puro
que no conozca el mal
sino para identificarlo,
combatirlo y ahuyentarlo;
un corazón puro
como el de un niño,
capaz de entusiasmarse
y de temblar.

Oh Señor,
dales un corazón grande,
abierto a tus pensamientos
y cerrado a cualquier ambición mezquina
y a toda miserable rivalidad humana.
Un corazón grande,
capaz de igualarse al tuyo
y de albergar las proporciones de la Iglesia,
las proporciones del mundo,
capaz de amar a todos, de servir a todos
y de ser intérprete de todos.

Dales también, oh Señor,


un corazón fuerte,

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¡Venga tu Reino!
resuelto y dispuesto
a afrontar cualquier dificultad,
cualquier tentación o debilidad,
cualquier aburrimiento o cansancio,
y que sepa, con constancia,
asiduidad y heroísmo,
servir al ministerio que Tú confías
a estos tus hijos
hechos idénticos a Ti.

Un corazón, finalmente, oh Señor,


capaz de amarte con verdad,
es decir, de comprender, acoger,
servir y sacrificarse,
de ser feliz
latiendo al son de tus sentimientos
y de tus pensamientos.

Milán, Órdenes Sagradas, 18 de junio de 1957

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¡Venga tu Reino!
MENSAJEROS
¡Señor Jesús!
Aquí estamos, dispuestos a partir
para anunciar una vez más
tu evangelio al mundo
en el que tu arcana
pero amorosa providencia
nos ha puesto a vivir.

Señor,
ruega, como lo has prometido,
al Padre,
para que por tu mediación
nos envíe el Espíritu Santo,
Espíritu de verdad y de fortaleza,
Espíritu de consolación,
que haga abierto, bueno y eficaz
nuestro testimonio.

Asístenos, Señor,
para unificarnos en Ti y hacernos capaces,
mediante tu gracia, de transmitir al mundo
tu paz y tu salvación.

Roma, Sínodo de los Obispos, 17 de septiembre de 1974

El Centro de Recursos del Regnum Christi copia esta obra con fines docentes. Esta
reproducción no va en detrimento de la explotación normal de la obra ni causa un perjuicio
injustificado a los intereses legítimos del autor, ya que la obra es para uso personal, privado
y no comercial.

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