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Por: Pablo Fernandez S. El Informe Brundtland (Dra. Gro Harlem Brundtland) es un reporte socio
económico y ambiental presentado luego de la Comisión Mundial del Ambiente y el Desarrollo
celebrada en Tokio, Japón, en 1987. El mismo evidencia en síntesis los problemas ambientales
globales y propone una serie de medidas que deben ser consideradas para revertir el proceso. El
Informe Brundtland se destaca por abordar oficialmente, por primera vez, el concepto de desarrollo
sostenible.
Hace poco más de 25 años la Comisión encabezada por la Dra. Brundtland advertía sobre el profundo
cambio en la relación “ser humano – planeta” durante el siglo XX, destacando como el crecimiento
demográfico desmedido y el aumento en el uso de la tecnología estaban provocando una alteración
evidente en la atmósfera, el suelo, el agua, la flora, la fauna y las relaciones entre todos estos
elementos. Numerosas circunstancias (sobreexplotación de recursos en América latina y África,
degradación del suelo y la agricultura ligada a pesticidas, la catástrofe de Chernobyl y la destrucción
de la capa de ozono) alentaban la hipótesis de que la humanidad había alcanzado el límite en su
relación con la naturaleza, por lo que era necesario desarrollar de forma concreta y realista acciones
para combatir estas temáticas alarmantes.
Paralelamente en aquellos años también se enfatizaba “la frustración” ante los intentos inocuos de
instituciones políticas y económicas para adaptarse y sobrepasar las dificultades en conjunto. La
eterna discusión de quién debía pagar los platos rotos en materia de medio ambiente recién
comenzaba a gestarse y las responsabilidades lejos estaban de ser compartidas. No obstante, en
medio de este panorama conflictivo, como una bocanada de aire fresco aparece por primera vez de
forma oficial el concepto de “desarrollo sostenible”, una nueva forma de concebir el desarrollo post
Rostowiano.
En Informe en 1987.
Partiendo de la premisa de que “el desarrollo toma lugar en cualquier lugar donde el hombre es activo”,
el término aparece como un vocablo superlativo y conceptualmente político a nivel global. El mismo,
se apoya en la voluntad por crear el cambio, con necesidades ambientales, sociales y económicas que
deben ser concebidas y ejecutadas en un proceso integral de desarrollo. En clara oposición a las
metodologías imperantes el concepto de “desarrollo sostenible” implica además el progreso humano
como avance social, base logística de una nueva era industrial. Además, como una premisa léxica
aparece en su esencia el concepto de “solidaridad” en el espacio (unirse regionalmente para combatir
problemas comunes) y en el tiempo (no comprometer los recursos de las generaciones futuras).
Ya en 1987 el Informe subrayaba la importancia de los años a venir, cruciales para romper con el
pasado y acabar con los mismos métodos de desarrollo que solo han ayudado a incrementar la
inestabilidad. Como un deseo más que una previsión, el documento preveía “una transición exitosa
hacia el desarrollo sostenible en el año 2000 y más allá” lo que “requería de un cambio masivo en los
objetivos sociales”. Para lograrlo el Informe Brundtland preconizaba:
El Informe en 2012.
Como una paradoja, 25 años después, el Informe Brundtland sigue vigente y muchas de sus
consideraciones siguen aún sin resolverse, tanto, que el mismo podría haber sido concebido
perfectamente en 2012 y pocos notarían la diferencia. La pregunta es ¿hasta que punto es factible
evaluar los problemas ambientales globales coherentemente, cuando la mentalidad de análisis costo-
beneficio carece aún de responsabilidad y solidaridad?.
Compartir la convicción de la Comisión “Brundtland” de que es necesario construir un futuro que sea
más próspero, más justo y más seguro para todos; sosteniendo y expandiendo las bases ecológicas
para el desarrollo es naturalmente posible. Solo hay que convencer y convencerse de que es
imperioso trabajar para el medio ambiente y no con el medio ambiente.
En 1987 el Informe subrayaba que “lo que hoy podría parecer difícil o imposible puede ser posible en el
futuro”. Estamos a tiempo no solo de aprender o pensar, sino a actuar en consecuencia, 25 años
después.
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