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Freud: de la interpretación de los síntomas a la interpretación de los

sueños

André Bolzinger*

Resumen
Freud inventó un nuevo método para interpretar los sueños. La antigua hermenéutica que
dictaba las interpretaciones de la oniromancia, de la necromancia y del método anatomo-
clínico estaba en decadencia. Él entrega, en 1900, su discurso del método. Die
Traumdeutung, que distingue un tratamiento puramente descriptivo (describir y analizar el
sueño hasta su fuente en el deseo, describir sin explicar), luego un tratamiento explicativo
que exige un conjunto de especulaciones sobre el inconsciente (el famoso capítulo VII).
Palabras-clave: Freud, hermenéutica, inconsciente, necromancia, oniromancia.

Nuestra lectura de Die Traumdeutung no puede limitarse a las páginas impresas que
tenemos bajo los ojos. Ese libro no es un texto sagrado que deberíamos abordar como si
fuera el Decálogo o el Corán, o un escrito inspirado que se bastaría a sí mismo y que podría
leerse sin preliminares y sin referencias. La Traumbuch de Freud se inscribe ante todo en
una óptica profesional y en una tradición cultural que resulta útil poner de relieve.
El texto original1 apareció en 1900, y en cada edición el autor introdujo nuevos agregados,
de suerte que podría verse en ello una especie de carta de viaje. Pero si Freud registró así
los progresos de su práctica, su libro no es sin embargo un manual pedagógico. Podemos
ciertamente encontrar ahí ciertos consejos, pero estos son raros.
Por ejemplo, Freud invita a poner la atención, de entrada, sobre las palabras pronunciadas
en el sueño, sobre las palabras que el soñante pondría entre paréntesis. Señala también que
sería interesante pedir a veces un segundo relato del mismo sueño y comparar las dos
versiones. Recomienda sobre todo considerar el sueño como un texto que no admite
ninguna modificación en la transcripción, y ningún resumen. Cada palabra tiene su
importancia, incluido un simple adverbio o el comentario según el cual ese sueño es
verdaderamente extraño.
Freud agrega a sus consejos una máxima que toma prestada de Claude Bernard: hay que
trabajar como una bestia, dice él, sin fatigarse, seguir desglosando el menor detalle del

* Bolzinger, André. « Freud: de l’interprétation des symptômes à l’interprétation des rêves ». En Le Coq-
héron, Editions Érès, France, nº 196, 2009/1. Traducción de Sylvia De Castro Korgi, Profesora asociada de la
Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura de la Universidad Nacional de Colombia (no revisada por el
autor).
1
El autor toma las citas del texto original “Die Traumdeutung”, Gesammelte Werke, t. II-III (GW, II, III con
la indicación de la página), y la traducción francesa de Meyerson-Berger, Paris, PUF, 1967. Por nuestra parte,
utilizaremos la traducción al español de José de Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1980. (N de la T).

1
sueño, sin preocuparse por saber hacia dónde se va, sin preguntarse si se avanza 2. La
máxima guarda correspondencia con el movimiento mismo del texto freudiano. Pero
excluye todo proyecto de guiar con precisión a un analista principiante y de sugerirle el arte
y la manera de dar una interpretación en la sesión3.
Die Traumdeutung es más bien la obra que construye un sabio en su mesa de trabajo, el
informe de una exploración científica a través de un dominio que se reconoce como
inaprensible. Querría poner de relieve tres aspectos de este texto fundador: como un
discurso del método, como un tratado de la interpretación y como un tratado del
inconsciente.
Un discurso del método
El título del libro indica que el autor va a mostrar cómo ha procedido y qué es lo que ha
obtenido. Como en toda investigación científica, no basta con exponer los resultados, es
necesario también anunciar el método que se ha seguido que es, en este caso, un método de
interpretación.
Abramos un instante los diccionarios para descubrir que la palabra interpretación tiene una
doble acepción: se puede interpretar como lo hace un sabio, o interpretar como un músico.
De un lado, la interpretación es una explicación, un estudio (experimental, preferiblemente)
de mecanismos y de causas. De otro lado, la interpretación es una intervención para dar
sentido a una formulación poco accesible al común de los mortales; en este caso, es el
ejemplo del artista el que toma la delantera, la ejecución del solista o de la orquesta cuando
interpretan una partitura con ocasión de un concierto.
El método de Freud se inscribe en esta doble dimensión, musical y científica. Se trata en
principio de dar un sentido a tal sueño, interpretándolo como el piano de Glenn Gould
interpreta tal pieza de Bach. ¿Se trata también de explicar los determinantes del sueño en
general? Este paso más allá de la interpretación no será posible sino hasta el famoso
capítulo VII de Die Traumdeutung.
Recordemos que en la primera traducción francesa el título que se adoptó fue La ciencia de
los sueños. Pero es claro que el verbo deuten y el sustantivo Deutung significan
exactamente interpretar e interpretación. No obstante, el traductor juzgó útil invocar más
bien la ciencia, a fin de tranquilizar a los investigadores apasionados por el rigor y la
objetividad.
En la lógica hipotético-deductiva que gobierna las disciplinas científicas, deducir se
considera la operación intelectual de base, irreprochable desde el punto de vista racional.
Interpretar, al contrario, procede de un proceso inductivo. Ese eslabón faltante en la cadena
de razonamientos introduce el riesgo de que la objetividad se desvíe.
La práctica del médico, y por supuesto la de Freud, transita siempre entre deducción e
interpretación. En algunos casos el diagnóstico se impone como una deducción, pero en
otras circunstancias es un ejercicio de interpretación. Por sus trabajos de laboratorio Freud
tenía el perfil profesional de un sabio “positivo”; tras su microscopio él procedía por

2
Freud, “La interpretación de los sueños”, en Obras Completas. (Buenos Aires: Amorrortu, 1980), Vol. V,
517.
3
Tanto más cuanto que la cuestión de la transferencia está, en este texto de 1900, aún lejos.

2
observación y deducción. Pero su práctica era diferente en su consultorio. Escuchaba,
examinaba al enfermo y, a partir de ahí, adivinaba, interpretaba. Interpretar un síntoma es
una manera de desplegar las resonancias de ese síntoma, tal como se haría con un trozo de
música.
Veremos cómo Freud pasó de la interpretación de los síntomas a la interpretación de los
sueños. Pero antes de analizar esa transición, midamos la audacia de Freud.
En Viena, como en otras partes, los hombres de ciencia consideraban la materia onírica
como un resto insignificante de la actividad cerebral. Un resto no es digno de
interpretación, no es interpretable. Freud era conciente de las reticencias de sus colegas,
sabía que su libro se oponía a las opiniones dominantes. Lo dice explícitamente: “Mi
premisa de que los sueños son interpretables entra enseguida en contradicción con la
doctrina prevaleciente sobre el sueño, y aun con todas las teorías sobre el sueño”4.
Los partidarios de la ciencia positiva se cuidaban de la interpretación de los sueños como
de una enfermedad vergonzosa para la inteligencia, abandonándola a los practicantes de las
ciencias adivinatorias, a los augures, a los magos o a los visionarios. Se entrevén las
razones por las cuales la primera traducción [al francés] borró la idea de la interpretación de
sueños reemplazando esta noción sulfurosa por un título más serio, más moderno, más
noble: “ciencia de los sueños”.
Sin embargo, las ciencias adivinatorias y sus métodos de interpretación merecían crédito.
Existía la necromancia, el arte de leer en los cadáveres. Existe hoy en día aún la
quiromancia, que sabe leer el porvenir en las líneas de la mano. Existe la cartomancia, que
sabe ver en la distribución de las cartas las últimas novedades del mañana. Y existe la
oniromancia, que sabe interpretar los sueños.
Todo esto nos conduce directamente a Freud y a su audaz método, entre necromancia y
oniromancia, pues fue estudiando los cadáveres y aprendiendo a interpretarlos que él se
facilitó los medios para interpretar los sueños.

La influencia de Charcot
Un rodeo por la historia de la medicina se hace necesario aquí. Cuando Freud llega a París,
en octubre de 1885, descubre un estilo médico diferente de aquel que había conocido en
Viena. Todos los médicos de las universidades germánicas manifestaban un gran apetito de
especulación teórica, de hipótesis, de deducciones y de explicaciones, al margen de su
práctica.
En la facultad de medicina de París, al contrario, una cierta división del trabajo se había
impuesto: de un lado, los clínicos y los anatomistas, cuyo trabajo consiste en describir los
signos clínicos en el lecho del enfermo o, aún, las lesiones en la mesa de la autopsia
después de abrir el cadáver. De otro lado, los fisiólogos, que se dedican a explicar los
fenómenos patológicos planteando hipótesis, realizando luego experimentos para validar
sus hipótesis con el fin de discernir los mecanismos y las causas de las enfermedades.

4
Freud, “La interpretación de los sueños”, Op. Cit., Vol. IV, 118.

3
Freud había aprendido de Charcot la utilidad de una frontera bien trazada entre aquellos que
describen y los que explican. Charcot dejaba a otros el cuidado de imaginar protocolos
experimentales e hipótesis útiles para el progreso de la ciencia. Él enseñaba a sus alumnos
que lo importante era primero ver y aprender a ver. Es en ese sentido que Freud decía que
Charcot era un visual. Charcot tenía la ambición de ver lo que nadie había visto aún y de
saber decir eso que él había visto. Tenía la ambición de describir, únicamente describir.
Hoy en día, por lo general, tenemos una idea minimalista y peyorativa de la descripción.
Como si describir fuera una tarea de poca envergadura, la función de un periodista
reportero o de un turista que regresa de vacaciones. La descripción en el sentido de Charcot
era totalmente otra cosa. Describir es poner en palabras los datos perceptivos, es distinguir
los detalles significativos, no poner todo en el mismo plano, hacer aparecer algunos
pequeños matices que tendrán valor de criterios. En una palabra, describir es examinar,
analizar, desglosar, sopesar. Pero sin pretender una explicación causal.
Quienes se dicen clínicos están, eso se sabe, diversamente dotados para la descripción. Hay
quienes se contentan con una breve viñeta, y el lector no puede sacar de eso gran cosa. Hay
quienes son tan charlatanes que se dirigen hacia lo superfluo y hacia la mezcla entre una
cosa y cualquier otra. Y hay quienes, gracias a una serie de palabras apropiadas, despejan
algunos aspectos poco evidentes y consiguen así revelar lo que teníamos ante los ojos sin
haber llegado a verlo. Esta era la manera de Charcot, es también la manera de Freud:
describir, analizar, sin buscar explicar.
Los autores de la segunda mitad del siglo XIX se plantearon muchas cuestiones sobre el
sueño, en particular sobre el estado psicológico que da nacimiento a los sueños. La tarea era
casi imposible: quien sueña es poco cooperante, pues está dormido, y si se lo despierta, no
estará ya en estado de sueño. Freud rompe con esos razonamientos nebulosos. Decide
estudiar, no el estado de sueño, sino el relato del sueño. Hay ahí, al fin, un objeto de estudio
concreto, bien delimitado, accesible a la ambición descriptiva.
¿En qué puede consistir la descripción de un sueño? Es necesario distinguir aquí de manera
rigurosa el método del soñante de aquel del psicoanalista. El primero no describe su sueño,
lo relata. Es el analista quien tendrá a su cargo describirlo, pero el blanco de la descripción
no es el sueño en general: se trata de describir ese sueño en particular, el relato del sueño
que el soñante acaba de contar.
El analista recoge este texto, toma nota de él. Y, en el relato, palabra a palabra, el analista
repara, por ejemplo, en ciertas repeticiones, ciertas dudas, ciertas expresiones de doble
sentido. Más allá de estos elementos formales, el texto enunciado por el soñante es también
examinado en su contenido figurativo.
Freud subraya así que las imágenes del sueño son más o menos vivas y que la intensidad de
la imagen revela una condensación de elementos representados; entre más numerosos sean
los elementos representados, mayor es la vivacidad de la imagen.
Una atención particular le presta a discernir los índices de una deformación del material
onírico. Se trata de describir esos índices diferentes. Describir las condensaciones por
superposición y amalgama de elementos heterogéneos. Describir los desplazamientos de
cadenas asociativas. Describir los procedimientos que transforman en imágenes un mensaje
verbal y, en particular, la suerte de imágenes mediante las cuales ciertas modalidades

4
lógicas encuentran un aspecto figurativo, como la negación o la contradicción. Describir
también de qué manera el soñante se encarga de hacer razonable una sucesión absurda de
imágenes.
En esta enumeración se reconocen los cuatro factores que son evidentes en el relato de un
sueño: la condensación, el desplazamiento, la figuración y la elaboración secundaria. Esos
cuatro factores no son hipótesis de Freud: él ha visto que operan en el sueño, los describe.
Esta descripción no es una afirmación de probabilidades, antes bien, delimita un material
positivo, permite deducir lo que puede ser percibido. Una preciosa fórmula de Freud reúne
este conjunto de índices y de trazas: el sueño es un rébus5. Ahora bien, describir un rébus,
describirlo de la manera más precisa, es exactamente hacer su lectura y, por consiguiente,
interpretarlo. En cuanto a explicar el rébus en general, buscar sus orígenes y sus causas, eso
es otro asunto.
Una crisis de credibilidad
Pasemos ahora del discurso del método al tratado de la interpretación.
En los años 1870-1880, la lógica médica vivió una larga crisis que hizo dudar de los
fundamentos sobre los cuales se había sostenido. Ese malestar fue un momento esencial de
la formación intelectual de Freud, y sería difícil comprender su aproximación a los sueños
si no se mide su alcance. Está permanentemente en el trasfondo del libro de los sueños.
Era una crisis de credibilidad, una crisis epistemológica que tocaba de frente a los
especialistas del sistema nervioso, y esto por una doble razón: en primer lugar, porque
ponía a prueba el regulador principal de los razonamientos en neuropatología, el modelo
anatomo-clínico; en segundo lugar, porque se confrontaba con la alarmante cuestión de la
histeria.
La primera vertiente de la crisis fue la sacudida de la confianza en el método anatomo-
clínico. Durante medio siglo, la práctica sistemática de la autopsia había permitido un
formidable progreso de la medicina y el desarrollo de la neurología. Este método había
puesto orden en las observaciones. A cada grupo de síntomas correspondía una lesión bien
identificada e, inversamente, a cada lesión correspondía una patología específica. Ese
acoplamiento de signos clínicos y de lesiones anatómicas, ese sistema de correspondencias
término a término daba al médico una suerte de código para interpretar y para orientarse en
la jungla de las patologías.
La necromancia se había convertido, por así decir, en una disciplina científica. En el
momento de la autopsia el anatomista sabía hacer hablar al cadáver, sabía leer, describir e
interpretar la lesión que había conducido a la muerte, lo que permitía responder a las
incertidumbres del clínico y prepararlo mejor para que pudiera hacerse cargo de otros
enfermos similares. Pero a partir de los años 1870-1880, se tropezó con ciertos casos en los
que el código anatomo-clínico resultaba defectuoso. En ciertas afasias, en ciertas parálisis 6,
la presunta correspondencia entre tal síntoma y tal lesión había quedado desmentida. Un

5
Freud, S. “La interpretación de los sueños”, Op. Cit., Vol. IV, 286.
6
Así había ocurrido en el asunto de la tabes espasmódica. Cf. A. Bolzinger. La réception de Freud en France.
(Paris : Harmattan, 1999).

5
mismo síntoma hacía pareja con lesiones variadas e, inversamente, una misma lesión se
manifestaba a través de diversos trastornos.
La interpretación tradicional previamente sostenida sobre la pareja síntoma/lesión había
caducado: era preciso renunciar a la hermenéutica de la necromancia. Muy pronto se la
reemplazó por una lógica de tres términos, la lógica de los crucigramas. Si tal palabra del
crucigrama fuera indicada solamente por una definición más o menos elíptica, estaríamos
ante un ejercicio de correspondencia de término a término. Un tercer término es convocado
en la medida en que cada letra de la palabra horizontal pertenece también a una palabra
vertical. El placer del crucigramista no consiste en encontrar directamente una respuesta
conveniente para cada definición, sino en hacer jugar el cruce de las definiciones
horizontales y las verticales.
Los renovadores de la lógica médica hicieron así intervenir un tercer término: el
movimiento que conduce de las lesiones a los síntomas. Ese razonamiento juega con dos
términos en función de un tercero. Este tercero será decisivo para garantizar que una cierta
variedad de signos clínicos y una cierta dispersión de lesiones anatómicas sean
compatibles: se trata de la intervención de un proceso patógeno único que supera,
integrándolos en un conjunto homogéneo, la diversidad de elementos anatómicos y de
aspectos clínicos.
El abandono de la lógica binaria de la necromancia prefigura la renuncia de Freud a la clave
de los sueños. En efecto, en Die Traumdeuntung, cada elemento del contenido manifiesto
Trauminhalt, está determinado por diversos aspectos del contenido latente,
Traumgedangken; de la misma manera, cada uno de los pensamientos latentes es
representado por varios detalles del relato del sueño.
Freud compara esta sobredeterminación con las relaciones entre los empresarios y los
capitalistas. En relación con los capitales aportados por el deseo inconsciente, los
pensamientos del día juegan el rol del empresario en la edificación de un sueño. Sucede que
un empresario trabaja con los fondos de muchos capitalistas. Sucede también que un solo
capitalista se encarga de financiar a muchos empresarios 7.
A causa de la sobredeterminación del sueño, la interpretación no puede apoyarse en una
correspondencia de término a término entre tal imagen y tal significación. Un código
hermenéutico preestablecido no tendría ningún sentido. El intérprete deberá reconstituir,
para cada sueño, el trabajo de elaboración que finalizó en una composición de imágenes
originales, imágenes que no están previamente codificadas. Los símbolos mismos no tienen
una significación unívoca, idéntica. Freud toma el ejemplo del sombrero: trae a cuento un
fragmento de sueño en el cual el sombrero es un símbolo del sexo masculino, pero agrega
un poco después, que en otros casos el sombrero representa los órganos femeninos 8.
El fracaso de la oniromancia fue paralelo al de la necromancia.

7
Freud, S. “La interpretación de los sueños”, Op, Cit., Vol. V, 553.
8
Ibíd., Vol. V, 359-360.

6
El cruce entre la histeria y el sueño
La segunda vertiente de la crisis que puso a prueba la lógica médica tiene que ver con la
histeria. De nuevo, los asuntos que están en el centro del debate son el método anatomo-
clínico y el problema de la interpretación.
Hacía más de un siglo que la histeria había sido definida como una neurosis, es decir, como
una patología funcional, un trastorno somático sin lesión comprobada. Esta es la razón por
la cual los estudios sobre la histeria debían plantearse ahora sin el recurso a la doble
referencia anatómica y clínica, lo que era una desventaja considerable. El abordaje de la
histeria a partir de los datos proporcionados por el examen funcional del cuerpo parecía
incapaz de aportar progresos consecuentes, como ocurriría con un atleta obligado a correr
cojeando…
Se sabía, después de Champollion, cuán preciado resultaba disponer de una doble entrada
para introducirse en un dominio enigmático. La confrontación de los datos clínicos y de las
constataciones anatómicas había jugado el mismo rol que la piedra Rosetta para los
egiptólogos. La yuxtaposición de un texto idéntico sobre varias escrituras diferentes había
hecho posible el desciframiento de los jeroglíficos.
Para descifrar los extraños síntomas de la histeria Charcot consiguió reconstituir un sistema
de doble entrada gracias a la hipnosis, situando los datos recogidos del cuadro clínico
habitual al lado de los datos experimentales obtenidos bajo hipnosis. Breuer hizo lo mismo
para elucidar los extravagantes síntomas de Anna O.
Freud va a proceder de la misma manera en el estudio de los sueños. De un lado, recibe el
relato del sueño, que es el que nos presenta en itálicas en Die Traumdeutung; de otro lado,
recoge la cosecha de pensamientos latentes, aquellos que el soñante produce recordando las
circunstancias del sueño y siguiendo el hilo de las asociaciones que se le presentan
espontáneamente. Digo “cosecha” porque hay que ir de rama en rama, de detalle en detalle,
siguiendo todas las ramificaciones asociativas, con el objetivo de tener, frente al relato del
sueño, otro punto de vista sobre el sueño. En esto radica la nueva piedra Rosetta que abre la
vía de la interpretación de los jeroglíficos del sueño.
Para el estudio del sueño, tal como lo había hecho en relación con los síntomas histéricos,
Freud se apoya sobre dos series paralelas que crean un espacio entre-dos, una visión
binocular sobre el enigma. Solamente así tiene lugar el tiempo de la interpretación
propiamente dicha, que es un hallazgo, una formulación inédita: esta ilumina el rébus y
hace aparecer el deseo que habrá sido el promotor del sueño y de su realización.
La cuestión de la histeria se encuentra así con el problema del sueño. Algunas referencias
cronológicas serán de utilidad. La primera mención sobre el sueño en las investigaciones
freudianas se encuentra en los Estudios sobre la histeria. En esa obra Freud cuenta que
durante varias semanas había estado obligado a dormir en una cama inhabitual cuyo
colchón era demasiado duro. No dormía bien y tenía muchos sueños. A la mañana siguiente
guardaba de sus sueños un recuerdo tan preciso, que tuvo la idea de descifrarlos.
Esta indicación se desliza en la observación del tratamiento de Emmy von N., que fue sin
duda redactada en el momento en que Freud se apresta a publicarla, es decir, a principios de
1895. En 1900, el breve análisis de Dora, cuyo fragmento fue publicado en 1905, conjuga

7
estrechamente la interpretación de los síntomas y la interpretación de los sueños. De 1895 a
1905, en el curso de 10 años, el trabajo sobre el sueño va a la par con el trabajo sobre la
histeria. De esto hace cien años…
El Freud de los años 1895-1905 era un joven cuadragenario que se había hecho especialista
de la histeria. Charcot le había mostrado la dirección y él había iniciado la exploración.
Haciendo camino descubrió algunos territorios conexos, los actos fallidos y los sueños.
Ciertamente, no era necesario ser histérico para hacer sueños o tener lapsus. Pero al
comienzo de las investigaciones de Freud, los estudios sobre el sueño aparecían como una
subdivisión de los estudios sobre la histeria. El método freudiano para interpretar las
manifestaciones somáticas de la histeria precedió y nutrió el método de interpretación de
los sueños. Enseguida la interpretación de los sueños enriqueció y consolidó la
interpretación de los síntomas.
¿A qué se debe esta proximidad, este parentesco, en la empresa freudiana, entre la histeria y
el sueño? La histeria y el sueño fueron para Freud las puertas de acceso al descubrimiento
del inconsciente. Es así como el tratado freudiano de la interpretación desembocó en un
tratado sobre el inconsciente.

Descripción de lo infantil
Un primer esbozo del inconsciente aparecía ya en los Estudios sobre la histeria. El síntoma
somático de la histeria había sido definido por Charcot como un fenómeno independiente
de la conciencia y de la voluntad. Freud irá más lejos: a través de los casos de su práctica
podrá mostrar que ese fenómeno se impone al sujeto a pesar de él mismo y por lo general a
sus espaldas y que, lejos de ser una construcción aleatoria o anónima, tiene en cambio su
firma.
Esta fuerza enigmática, que más tarde Freud llamará pulsión, parece rodar sobre dos rieles:
las fuentes de la expresión corporal y las de la expresión lenguajera. Sin participación de la
conciencia ni de la voluntad. Dicho de otra manera, el inconsciente aparecía como un tesoro
de automatismos personales, determinados por manifestaciones corporales que se apoderan
de mí sin preaviso mediante juegos de lenguaje, o que se ponen a hablar a pesar de mí a
través de mis palabras9.
Pasando de la histeria al sueño Freud encuentra esos dos rieles fundamentales. Los
fenómenos que se ponen en marcha en la formación de un sueño, escribe, manifiestan la
más grande analogía con aquello que se produce en la formación de un síntoma histérico 10.
La analogía se funda a nivel de los elementos descriptivos, más acá de toda explicación.
Primer rasgo común: el síntoma y el sueño dejan mi voluntad y mi deliberación conciente
fuera de juego. Segundo rasgo: los dos tienen por materia principal los incidentes del
cuerpo y las sutilezas del lenguaje. El dinamismo del sueño rueda sobre los mismos rieles
que usa el síntoma somático de la histeria. Este dinamismo pone en juego el cuerpo, la
desnudez, los recuerdos de enfermedades o de dientes arrancados, las poluciones nocturnas,
la sombra de la muerte y, sobre todo, la curiosidad sexual. Pone en juego también el

9
A. Bolzinger. Freud et les parisiens. Éditorial Campagne-Première, 2002.
10
Freud, S. “La interpretación de los sueños”, Óp. Cit., Vol. V, 595-596

8
lenguaje, el empleo chistoso de locuciones populares o de refranes, el misterio de
elementos numéricos y toda suerte de alusiones a cuentos y leyendas.
Sigue luego la chispa de la interpretación, que no es otra cosa que un paso de más en la
descripción. Las indicaciones corporales y las fantasías lenguajeras se combinan, dice
Freud, como en las bromas de un niño malcriado 11.
Es en el estudio descriptivo que Freud observa la frecuencia de sueños afectuosos u hostiles
con respecto a los padres. Observa que, en los sueños en los cuales se mata a los padres, la
muerte alcanza más frecuentemente al padre del mismo sexo del soñante 12.
¿Cómo no reconocer, en esta distribución, la sombra de Edipo, hijo de Layo y de Yocasta?
El argumento puesto en escena por Sófocles, precisa Freud, es una tragedia de destino 13, en
el sentido de que los esfuerzos del hombre por escapar del oráculo son vanos: haga lo que
haga, el oráculo se impone a sus espaldas.
Este niño desvergonzado, este niño edípico, este niño juguete del destino que se perfila en
el segundo plano del sueño, es también un goloso que quiere obtener la mejor parte, un
egoísta que no tiene ningún cuidado con sus semejantes, un pilluelo que no deja de jugar
con las palabras y de bromear. Y como muchos de los sueños analizados en esta obra son
sueños de Freud mismo, estamos tentados a creer que él tuvo, en su infancia, un carácter
terrible.
He aquí su respuesta: “Si mis sueños parecen tales [“chistosos”], ello no se debe a mi
persona”14, depende de condiciones particulares que son el crisol del sueño. El Witz, el
egocentrismo infantil y la perversidad polimorfa son el lenguaje natural del sueño; los
deseos secretos de nuestra lejana infancia alimentan todos nuestros sueños de adultos.
Más allá de la descripción
En el umbral del capítulo VII de Die Traumdeutung, otro trabajo comienza. El hilo
conductor del trabajo freudiano era hasta ese momento el análisis descriptivo del material y
su interpretación. Ahora, la descripción llegó a su término. En este momento, escribe Freud,
debemos abandonar el dominio de la interpretación15.
Es bajo el ángulo del “quizás” que se organizará en adelante una teoría explicativa a fin de
poner de manifiesto los mecanismos que comandan la producción de los sueños.
Cualesquiera que sean esos mecanismos, no pueden ser vistos, deben ser imaginados, es
necesario plantearlos como una hipótesis y obtener de esta una conclusión. Este trabajo
novedoso será forzosamente incompleto, provisorio, inacabado 16.
¿De dónde viene el sueño? ¿De dónde vienen las imágenes de nuestros sueños? ¿Cómo es
posible que produzcamos, a partir de pensamientos normales, situaciones tan anormales?

11
Freud, S. “Sobre el sueño”, en Op. Cit., Vol. V, 660.
12
Freud, S. ‘Los sueños de la muerte de personas queridas’, en “La interpretación de los sueños”, Op. Cit.,
Vol. IV, 258.
13
Ibíd., 273.
14
Freud, “La interpretación de los sueños”, Op. Cit., Vol. IV, 304, nota 24.
15
Ibíd., Vol. V, 525.
16
De donde el título asintótico del capítulo VII: “Sobre la psicología de los procesos oníricos”.

9
Para avanzar una respuesta a esas cuestiones, Freud supone que el sueño es un acto
psíquico sometido a condiciones, una maniobra transgresiva que se esfuerza en desbaratar
las coacciones de la censura endopsíquica 17. Habría entonces que imaginar dos instancias
psíquicas tales que una somete a la crítica la actividad de la otra18. La instancia que critica
tiene la vocación de dirigir nuestras acciones voluntarias y concientes, es la guardiana de la
salud mental19. La instancia que soporta la crítica se subdivide en dos partes: los
pensamientos preconscientes que dieron materia al sueño, y una fuerza motriz que Freud
designa como un deseo infantil e inconsciente.
Este apartado reclama “especulaciones de vasto alcance”20 sobre la diferencia entre el
preconsciente y el inconsciente, sobre la investidura de los pensamientos preconscientes por
los deseos inconscientes y sobre la inhibición de las excitaciones inconscientes en el seno
del sistema consciente. Las especulaciones son el recurso para definir dos modos de
funcionamiento del aparato psíquico.
El primer sistema, que Freud llama proceso primario, deja total libertad al juego
inconsciente del placer y del deseo; este es el que comanda la formación de síntomas y de
sueños. Un segundo sistema, que Freud llama proceso secundario, tiene por función filtrar,
modular, inhibir el funcionamiento del proceso primario.
Este análisis se halla visiblemente inspirado en el esquema neuro-psicológico que rige las
relaciones entre la médula y el cerebro. O bien la actividad medular se despliega sin
restricciones, o bien es inhibida, modulada, filtrada por la actividad cerebral.
Pero, ¡atención! La comparación con la organización del sistema nervioso central es
engañosa porque la lógica de los neurólogos implica una jerarquía, una superioridad del
centro cerebral sobre el centro medular. Para Freud, al contrario, no hay superioridad del
proceso secundario sobre el proceso primario. Se ha sobreestimado mucho el rol de la
conciencia, escribe, y se ha desestimado el del inconsciente. Ahora, el inconsciente tiene un
valor psíquico por sí mismo, no es una forma degradada del psiquismo 21.
El capítulo VII de Die Traumdeutung expone una teoría del inconsciente mucho más
compleja que aquella que había sido esbozada cinco años antes, a propósito del síntoma
histérico. Las cuestiones que sirven de acicate a Freud son múltiples: ¿cómo explicar que el
sueño sea un fuego de artificio que se prepara durante cierto número de horas, que se
alumbra por un instante y que se desvanece tan pronto? ¿Cómo explicar que el sueño no
conozca otro modo de simbolización que el jeroglífico, es decir, una escritura en imágenes?
Me he contentado con enumerar estas cuestiones que forman la base del capítulo VII. Cada
una de ellas da la ocasión para afinar las hipótesis freudianas sobre el funcionamiento del
aparato psíquico. No obstante, me detendré en este punto de partida pues mi finalidad no
era otra que evocar los primeros pasos de Freud en el estudio de los sueños. Me parece que
tenemos que rehacer siempre el mismo camino, empezando por el comienzo.

17
Freud, “La interpretación de los sueños”, Op. Cit., Vol. IV, 315.
18
Ibíd., Vol. V, 534.
19
Ibídem.
20
Ibíd., Vol. V, 560.
21
Ibíd., Vol. V, 600. Es sobre este punto que reposa el antagonismo entre la teoría de Freud y la de Janet.

10
Pero en esta arborescencia de la teoría es importante no olvidar lo esencial. Cualquiera que
sea la lucidez de los razonamientos freudianos, el leitmotiv de Die Traumdeutung designa al
artesano del sueño, al inconsciente, como una potencia indomable cuyo dinamismo
corporal y lenguajero es decididamente rebelde a la conciencia y a la voluntad. Cualquiera
sea nuestra maestría en la interpretación, el inconsciente del intérprete sigue vigilando con
cuidado, porque el inconsciente es la cosa mejor compartida del mundo.

11

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