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El mundo romano
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Resumen basado en el programa 2015.

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1) Fuentes para su estudio. Realidad geográfica y etnográfica de la Italia primitiva. La
cosmovisión romana y su proyección en la sociedad.

[JORGE MARTINEZ-PINNA: LA ROMA PRIMITIVA]

Introducción. Los documentos:


Los testimonios de los que disponemos son de dos tipos fundamentalmente,
arqueológicos y literarios; los textos epigráficos son muy reducidos, pues aunque la escritura
fue introducida en el Lacio a comienzos del siglo VII a.C., su utilización no se generalizó sino
hasta un siglo más tarde y los ejemplos conocidos son escasos y de difícil interpretación. Las
tradiciones sobre la Roma primitiva son bastantes abundantes y hasta cierto punto
coherentes, pero presentan determinados aspectos que hacen dudar de una veracidad y
obligan en consecuencia a plantearse hasta qué punto pueden ser utilizados como fuente de
conocimiento histórico. El primer problema serio que ofrecen es de naturaleza cronológica. El
segundo problema es el de las fuentes de información; la obra de los primeros historiadores
romanos ha llegado a nosotros enormemente incompleta, disponiéndose tan sólo de algunos
fragmentos incluidos en escritos posteriores. Cuando accedemos a los primeros relatos
extensos y coherentes sobre los primeros relatos extensos y coherentes sobre los primeros
siglos de Roma, concretados en las obras de Tito Livio y de Dionisio de Halicarnaso,
historiadores ambos de la época de Augusto, el producto que nos encontramos resulta
extraordinariamente elaborado y manipulado.
Ante la ausencia de fuentes directamente literarias, el testimonio arqueológico asume
auténticamente esta función, presentándose como el camino más idóneo para aproximarse al
problema. La arqueología ofrece un panorama muy sugestivo de los primeros tiempos
romanos, descubre los fraudes cometidos por la tradición y proporciona bases firmes sobre las
que apoyar la investigación.
También se debe acudir a los testimonios arqueológicos procedentes de otras
localidades que por seguir una evolución similar a la romana, pueden contribuir con sus datos
a colmar las lagunas de la documentación romana.

Topografía de Roma:
El sitio sobre el que nació Roma estaba constituido por un conjunto de colinas de
mediana altura situadas en la orilla izquierda del Tíber.
“No sin buenas razones eligieron los dioses y los hombres este lugar como el sitio para
una Ciudad, con sus saludables colinas, su oportuno río, por medio del cual llegan los
productos de las tierras del interior y suministros desde el mar; un mar lo bastante cercano
para todo propósito útil, pero no tanto como para estar expuestos al peligro de las flotas
extranjeras; un país en el mismo centro de Italia; en una palabra, una situación
particularmente adaptada por la naturaleza para la expansión de una ciudad.” (Livio, 5.54)
Roma se aprovechaba de su condición de puente sobre el rio, por lo que en ella
confluían rutas terrestres muy transitadas que enlazaban Etruria con Campania.
En Roma hay que distinguir entre las colinas y las partes bajas. Las primeras
comprendían el Palatino, el capitolio, el Quirinal, el Viminal, el Esquilino, el Celio y el Aventino.
Entre estos montículos se expandían unas depresiones atravesadas por pequeños cursos de
agua tributarios del Tíber. Todas estas depresiones eran zonas pantanosas, expuestas
constantemente a las inundaciones del Tíber.
Entre las colinas y las partes bajas existía un claro contraste paisajístico. Las primeras
eran formaciones escarpadas, de acceso difícil pero fácil defensa; esta característica
propiciaba el asentamiento humano, que se veía además favorecido por los enormes recursos
hídricos del lugar y por las extensiones boscosas. En las zonas bajas predominaban los
pantanos y las marismas, con grandes superficies de aguas estancadas y bajo la constante
amenaza de la inundación. Por ello las condiciones para el asentamiento del hombre se
hacían sumamente difíciles en estas áreas, y así vemos como los primeros establecimientos
permanentes tuvieron que acogerse en las cumbres.

[ROSTOVTZEFF: ROMA DE LOS ORIGENES A LA ÚLTIMA CRISIS]

Italia primitiva. Fuentes de información:


La tradición histórica, tal como la conservaron los propios itálicos y la rehicieron los
historiadores romanos de los tres últimos siglos anteriores a Cristo, no solo es pobre sino que
está deliberadamente falseada. Las tribus itálicas apenas tenían documentos en los que se
registrasen sus acontecimientos históricos. El arte de la escritura les llegó muy tardíamente y
se empleaba muy poco para perpetuar la memoria de sus acontecimientos. Había una raza,
residente en Italia, que hubiera podido crear una tradición histórica: eran los etruscos; pero
éstos hablaban y escribían una lengua que no entendía la mayoría de los itálicos ni tampoco
los hombres cultos de Roma. Los pocos textos epigráficos que se conservan no remontan más
allá del siglo IV a. C.
Para el período anterior tenían que basarse en las siguientes fuentes: 1) alusiones
occidentales de los historiadores griegos del sur de Italia; 2) conjeturas de los mismos
escritores acerca del pasado de Roma; 3) listas de los magistrados romanos. Pero estas listas
eran incompletas e inexactas; 4) la tradición oral, conservada en los cantos que se entonaban
en las casas de algunas familias de vieja estirpe o asociados con los más antiguos
monumentos existentes en la ciudad; 5) supervivencias de la Antigüedad en ciertas
instituciones civiles y religiosas; 6) algunos fragmentos informativos que procedían de la
literatura histórica de los etruscos.
Los primeros historiadores de Roma crearon, mediante esfuerzos combinados, una
cronología más o menos aceptada y una historia bastante detallada de la Roma primitiva, de
un contenido sumamente patriótico pero fundado en cimientos muy endebles. Esos autores
poseían fuentes muy poco fidedignas para el período primitivo. Como trataban, de construir
una narración continua del desarrollo de la ciudad con fragmentos de tradición histórica,
recurrían a una serie de suposiciones arbitrarias, fundadas en interpretaciones fantasistas y
carentes de' valor científico, o bien utilizaban palabras referentes a algunas instituciones
civiles y religiosas que no comprendían o a nombres de ciertos monumentos erigidos en los
inicios de Roma. Esos historiadores confiaron en suposiciones parecidas de los historiadores
griegos que procuraban hacer conexiones caprichosas entre la historia de la Roma primitiva y
la mitología griega.
Geográfica y geológicamente, Italia se parece, en líneas generales, a Grecia. Italia
está limitada al norte por los Alpes. Una franja costera permitía la conexión de Italia y Galia.
También era relativamente fácil penetrar en Italia por la región del Danubio y sus afluentes.
La línea de los Apeninos forma la columna vertebral de la península itálica. En la costa
oriental, las montañas se acercan al Adriático, salvo en Apulia, en donde existe una extensa
llanura de óptimo pasto para ganado vacuno y lanar. En el Occidente, las condiciones varían.
Allí existe una fila de volcanes, en especial en Etruria, el Lacio, en Campania y las islas
adyacentes. El mayor de estos ríos y el único adecuado para la navegación es el Tíber. Este
río divide uno de los valles en dos porciones: el Lacio y Etruria.
Extraordinaria fertilidad de la Campania. Las llanuras de Etruria y el Lacio son más
pobres en cuanto a su formación geológica; el suelo consiste en un fértil estrato de toba
volcánica porosa sobre una capa de arcilla impermeable y, por consiguiente, se puede
convertir fácilmente en pantano.
La costa itálica es menos rica en puertos que la de Grecia; pero posee excelentes
bahías. La parte más fértil de Italia mira al oeste. El país era accesible para las tribus de
Europa central y para los navegantes de Oriente.
Los más antiguos habitantes eran ligures e iberos, luego aparecieron las tribus
indoeuropeas de la Europa Central.
Bastante más tarde, en el último período de la edad del bronce, cuando comenzaba a
usarse el hierro, siguieron a esas primeras tribus otros clanes que provenían de distritos en
donde había lugares fortificados en las montañas y cimas de las colinas para proteger a los
hombres y a los animales domésticos. Estos hombres traían consigo herramientas y armas
perfeccionadas y, por eso, desplazaron a los moradores de los lagos y a los aborígenes. Esos
inmigrantes se fueron dividiendo paulatinamente en tres grupos, cada uno de los cuales
hablaba un dialecto diferente basado en una lengua común parecida al celta. Esos grupos
eran los umbros, los latinos y los samnitas. Los primeros ocuparon el norte de Italia y parte del
centro, los segundos, el curso inferior del valle del Tíber y los últimos, las colinas y valles del
sur de la península.
En el norte, los itálicos fueron rechazados hacia las montañas o sometidos por los
etruscos. Grupos de inmigrantes procedentes de Grecia ocuparon, después del siglo VIII a.C.,
toda la franja costera
del sur. Los últimos
invasores de Italia
fueron los celtas, a
quienes los romanos
llamaron “galos”.

[ALFOLDY:
HISTORIA SOCIAL
DE ROMA]

Los inicios de
la historiografía
romana, como los de
su literatura en
general, remontan
sólo al siglo III a. C., y
dicha historiografía,
representada
principalmente por la
persona de Quinto
Fabio Píctor, sólo
estaba en condiciones
de referir sobre los
tiempos más antiguos
aquello que se había
preservado en una
tradición oral
fuertemente teñida de
leyenda.
Muchísimas
noticias sobre
acontecimientos y
estados de cosas en
la Roma temprana, y
con ello también,
sobre las formas y fundamentos de sus relaciones sociales, resultan por ende altamente
dudosas; incluso allí donde no nos enfrentamos a meros productos de la fantasía, sino a
relatos esencialmente verídicos, los tales ofrecen una visión anacrónica en el mejor de los
casos y en muchos otros no nos permiten tampoco una ordenación cronológica irrecusable de
su contenido.
Los habitantes de ese poblado (colina del Palatino) eran latinos y formaban parte del
grupo de pueblos latino-faliscos, rama a su vez de aquellos invasores indoeuropeos que en el
curso de los grandes movimientos migratorios de Centroeuropa y los Balcanes a partir del
siglo XII a. C. se habían establecido en Italia y allí vivían del pastoreo y en parte también del
cultivo de la tierra. En las cercanías, sobre la colina del Quirinal, se asentaron sabinos, que
pertenecían al grupo de pueblos osco-umbro de los invasores indoeuropeos; sus clanes, como
los Fabii y los Aurelii, o los Claudii.

2) La Monarquía: s. VIII a.C. – 509 a.C.


a) Los orígenes: los relatos míticos y la evidencia arqueológica sobre la fundación de
Roma. El proceso de formación del Estado romano. Los etruscos, su influencia
religiosa, política y social en la formación del Estado. Los aportes indoeuropeos.

[MARTINEZ-PINNA: LA ROMA PRIMITIVA]

Introducción. Los documentos:


El punto de arranque se sitúa en la guerra de Troya, uno de cuyos héroes, Eneas,
huyendo tras la destrucción de su ciudad, llegó finalmente a las costas del Lacio en Italia,
donde se estableció y murió. Su hijo Ascanio fundó la ciudad de Alba e inauguró una dinastía
de cuyo tronco surgieron los dos gemelos Rómulo y Remo protagonistas de la fundación de
Roma. Este acontecimiento tuvo lugar, según la cronología que acabó imponiéndose, en el
año 753 a.C., y Rómulo, vencedor de su hermano, asumió la cualidad de héroe fundacional. A
partir de estos momentos comienza el período monárquico de Roma, representado por siete
reyes de los cuales los cuatros primeros formaban la llamada fase latino-sabina y los otros tres
la etrusca, cerrándose en el año 509 con la expulsión de los reyes y la instauración de un
régimen republicano.
Rómulo (753-717 a.C.), primer rey de Roma, no sólo se limitó al acto en sí de la
fundación física de la ciudad, sino que además proporcionó a ésta sus primeras instituciones
políticas e incluso un ordenamiento social, pues eligió entre muchedumbre de todo tipo que se
convocó a su llamada a los cien individuos más destacados, a los que dio el título de patres y
constituyó con ellos el primer Senado que conoció la ciudad; el resto de la población quedó
relegado a la condición plebeya. Numa Pompilio (715-673 a.C.), quién ocupó el trono tras un
año de interregno, instituyó los principales colegios sacerdotales y organizó la vida religiosa de
la comunidad mediante la creación del calendario. Tulo Hostilio (672-641 a.C.), abandonó el
pacifismo y la religiosidad de su antecesor y asumió un carácter totalmente guerrero que le
asemejaba más a Rómulo: su gran acción fue la destrucción de Alba, con lo cual Roma
asumía la hegemonía sobre el conjunto del pueblo latino. Anco Marcio (640-617 a.C.), su
política de conquista, supuso la extensión del dominio de Roma sobre un amplio territorio y el
crecimiento demográfico de la ciudad, observó gran respeto y dedicación hacia las
instituciones religiosas, considerándosele como el regulador del derecho pontifical.
Tarquinio Prisco (616-578 a.C.), era un personaje etrusco que se estableció en Roma
durante el reinado de Anco y que gracias a sus dotes y a su riqueza consiguió alcanzar el
trono. En sus relaciones con el exterior penetra en el entramado político internacional, en el
interior lleva a cabo importantes reformas políticas y finalmente destaca por su labor
urbanística. Servio Tulio (577-595 a.C.), se atribuye la creación de dos de las principales
instituciones de la historia constitucional romana, el ordenamiento centuriano y las tribus
territoriales, destacando asimismo por sus victorias en el exterior y por su obra de
urbanización. Tarquinio el Soberbio (534-509 a.C.), en cuyo sobrenombre va implícito el
carácter tiránico de su gobierno; la tradición se complace en recalcar su crueldad y violencia
comenzando por su entronización que se vió precedida del asesinato de Servio; reafirma la
hegemonía romana y la constitución del gran templo de Júpiter sobre el Capitolio.
Este breve cuadro del relato tradicional que acabo de exponer no concuerda sin
embargo con los resultados que se obtienen a través del testimonio arqueológico.
La gesta de Rómulo se enriquece además con otra leyenda igualmente fraudulenta: la
de los sabinos. Según cuenta la tradición, como Roma se fundó con gentes de todo tipo
atraídas por el asylum instalado en el Capitolio, la continuidad de la ciudad, por lo que
tomando como pretexto una festividad religiosa, los Consualia, se procedió al rapto de las
sabinas que habían acudido a tal celebración. Esta afrenta provocó una guerra entre sabinos y
romanos, que terminó con la unión de los contendientes y la constitución de una monarquía
bicéfala representada por Rómulo y Tito Tacio. Sin embargo, la arqueología en ningún
momento documenta la presencia de los sabinos en la Roma primitiva y el relato tradicional es
el resultado de un largo proceso extraordinariamente elaborado.

[ROSTOVTZEFF: ROMA DE LOS ORIGENES A LA ÚLTIMA CRISIS]

Italia primitiva. Fuentes de información:


En Italia, la unificación se llevaba a cabo a ritmo acelerado y toda la península se
hallaba envuelta en un proceso de formación. Las tribus habían mantenido durante mucho
tiempo relaciones con los etruscos y los griegos, y habían ido adoptando poco a poco su
cultura.

Italia del 800 a.C. al 500 a.C.: Etruscos, Samnitas, Latinos:


Los etruscos aparecieron en la costa occidental de Italia central, que allí se
establecieron y que penetraron en el corazón mismo del país, hasta el valle del Po y el
Adriático.
En los siglos V y IV a. C, el imperio etrusco era una liga numerosa y de grandes
ciudades, algunas de las cuales eran puertos marítimos. La solidaridad de esta liga fue
disminuyendo con el tiempo, pero debió ser grande cuando se creó el Imperio. La estirpe
etrusca formaba la clase superior de la población y vivía en ciudades fortificadas y bien
delineadas. Esta clase obtenía sus recursos de varias fuentes: cultivaba el fértil suelo del país
y criaba ganado, explotaba las minas de cobre de Etruria y las de hierro de la isla de Elba,
mantenía una industria activa, en especial metalúrgica y textil y, finalmente, comerciaba
intensamente con el mundo griego y con Oriente, por intermedio de las colonias griegas del
sur de Italia y de Cartago. La clase superior se componía de terratenientes, comerciantes e
industriales. El trabajo lo hacían los ligures e itálicos conquistados. Esos propietarios
comerciantes-piratas e industriales formaban la fuerza guerrera de la liga etrusca.
Es probable que, en tiempos primitivos, cada ciudad estuviese gobernada por un rey,
cuyo lugar fue ocupado posteriormente por magistrados electos pertenecientes a las familias
nobles. Su religión y su civilización eran de tipo mixto.
La actividad política de los etruscos se encaminó en dos direcciones. Por mar, eran
fieles amigos de los fenicios y de los cartagineses; pero entre Grecia y Etruria existía una gran
hostilidad. Por tierra, el dominio de Etruria fue aumentando firmemente hasta la segunda mitad
del siglo VI a.C. no mostraron una actividad expansionista especial.
Las dinastías etruscas reinaron en Roma y en otras ciudades del Lacio.
Los samnitas habían vivido en estrecho contacto con las colonias griegas del sur y,
desde hacía mucho tiempo, se esforzaban en adquirir la parte de la costa en donde los
griegos estaban establecidos; codiciaban, en especial, la riqueza de Campania. Éstos estaban
divididos en tribus montañesas separadas y que la mayoría de ellas se componía de pastores
sin conocimiento alguno de la vida urbana. Algunas de esas tribus se hallaban unidas
mediante ligas las que alcanzaban, de vez en cuando, una gran fuerza. Una de sus
instituciones, llamada "Primavera Sagrada", fomentaba poderosamente su expansión.
En el transcurso de los siglos V y IV, los samnitas aprendieron mucho de sus vecinos
griegos; perfeccionaron sus armas, adoptaron métodos griegos para guerrear, organizaron sus
clanes y ligas sobre sólidas bases y comenzaron a edificar ciudades propias y a fortificarlas. El
comercio con los griegos los enriqueció y desarrolló sus gustos. Lograron expulsar a los
etruscos de Campania, se apoderaron de la mayoría de sus ciudades e hicieron de Capua su
capital en el año 438 a. C. De este modo, creció y floreció una nueva rama del helenismo.
Los samnitas pusieron un límite a la expansión hacia el sur de los etruscos. Pero no
estaban lo bastante consolidados como para sustituir aquella expansión por la suya propia.
Sus fuerzas estaban divididas y cada clan, por separado, estaba empeñado en continuo
conflicto con las ciudades griegas de la costa.
El Lacio fue el otro ariete que aplastó el poderío de Etruria. Solamente en este distrito
tenían los itálicos acceso al mar: Tarracina, Ando y la desembocadura del Tíber todavía
pertenecían a los latinos.
Nuestro conocimiento de la historia de Roma en los siglos VIII y VII e incluso en la
primera mitad del VI a. C. es muy imperfecto. Todo este período constituye una época en
donde solo es posible la conjetura y los historiadores actuales lo presentan de modos
diversos. Por el material fragmentario y poco digno de fe que poseemos, podemos suponer
que durante ese período Roma llegó a ser una comunidad poderosa en las llanuras del Lacio y
que fue aumentando su territorio a expensas de los vecinos que habitaban en las colinas.
Tampoco sabemos gran cosa de la constitución de la Roma antigua ni de sus
actividades políticas. De lo que no cabe duda es que, en sus primeros tiempos, fue gobernada
por reyes.
Debemos suponer también que el Senado existía desde tiempo inmemorial, como un
consejo de ancianos asesores del rey; sus miembros eran representantes de las más nobles y
ricas familias (gentes). Probablemente a tales personas se les llamaba "padres" (patres) y a
sus descendientes "patricios". Desde una fecha muy temprana, los patricios gozaron de cierto
número de privilegios, de los cuales uno de los más importantes era el derecho de actuar
como intermediarios entre el rey y los dioses; los colegios sacerdotales continuaron siendo
exclusivamente patricios hasta los últimos tiempos. Los más eminentes de esos sacerdotes
eran los flamines o "quemadores de ofrendas".
El ejército consistía en el conjunto de toda la población, de todo el pueblo romano. Los
patricios actuaban como cuerpo de caballería (céleres) en la campaña o, tal vez, conducían
carros de guerra. Los reyes eran comandantes supremos y también tenían la máxima
jerarquía como jueces y sacerdotes.
La vida de la comunidad se basaba en la familia, en la que el padre tenía el poder
absoluto; incluía no solo a la mujer y a los hijos, sino también a los clientes u "oyentes" y a los
esclavos que dependían de ella. Junto con el sistema patriarcal, sobrevivían restos de otro
sistema, llamado "matriarcal", en el que la madre se consideraba de mayor importancia que el
padre. La riqueza de la familia consistía especialmente en ganado (pecus) y, por eso, el dinero
se denominaba pecunia. Sin embargo, en la primitiva religión romana, los dioses que velaban
por la agricultura y los espíritus malos que la dañaban son tan importantes como los dioses y
espíritus malos que controlaban los rebaños.
El rápido crecimiento de Roma se debió a dos causas: la proximidad con Etruria y el
acceso a la desembocadura del Tíber. Gracias a la segunda de esas condiciones, Roma llegó
a ser pronto un centro de intercambio donde las mercancías entraban y salían en barcos
griegos y fenicios. Por eso mismo, se convirtió en un competidor de las ciudades etruscas
adyacentes y Etruria se vio obligada a pensar seriamente en la conquista del Lacio. Con
seguridad Roma fue un centro de predominio etrusco en el Lacio y allí reinó por algún tiempo
la poderosa dinastía semietrusca de los Tarquinos. En todas partes, como en Roma, los
etruscos formaron la casta dominante.
Durante el periodo de supremacía etrusca. La aristocracia se fortaleció y se hizo más
exclusiva; se enriqueció y parte de la población pasó a depender económicamente de las
grandes familias. Las curiae se convirtieron en subdivisiones de las tribus. También por
influencia etrusca se definió con más precisión el poder del rey. Ese poder consistía en el
imperium o suprema autoridad civil y militar, fundada en el derecho del rey para determinar por
medio del auspi-cium la voluntad de los dioses. El símbolo de esta absoluta autoridad, que
daba al rey poder de vida o muerte, era un hacha doble insertada en un haz (fascis) de varas.

[ALFOLDY: HISTORIA SOCIAL DE ROMA]

Fundamentos y comienzos del orden social temprano-romano:


La «formación de Roma», un proceso en el que esta comunidad devino una ciudad-
estado, se efectuó como muy tarde a comienzos del siglo VI a. C. La ciudad se vio
sustancialmente ampliada con la inclusión de los lugares habitados al sur, al este y al norte del
Palatino, y quedó separada del campo a su alrededor por una linde fija (pomerium); adquirió
instituciones estables, magistrados incluidos, cuyo ámbito de competencias cubría
precisamente el territorio delimitado de la ciudad; paralelamente, fue instituido un sistema
estable de gobierno, la realeza (en la forma de monarquía electiva).
La comunidad urbana de Roma se modeló bajo el dominio etrusco y a imagen
etrusca; hasta su nombre procede de una estirpe etrusca (Ruma). Las instituciones y la forma
de gobierno fueron establecidas según el modelo etrusco, y el poder fue ejercido por reyes
etruscos; amén de ello Roma tomó de ese pueblo no sólo muchas de sus tradiciones
religiosas y culturales, sino también su estructura social en gran parte.
Hubo un tercer factor en la historia temprana de Italia que estuvo también a la base de
la evolución romana, a saber, el importante influjo de los griegos, particularmente en el plano
cultural, que desde mediados del siglo VIII a. C. habían puesto pie en el sur de Italia.
Los etruscos nunca llegaron a formar un estado unificado: la fórmula de la que se
valieron para organizar su vida política en común fue una liga de doce ciudades, cada una de
las cuales estaba regida por un rey. La sociedad se descomponía en dos grandes grupos:
nobleza y una capa inferior privada prácticamente de libertad. Los nobles, de cuyas filas salía
también el rey, poseían las tierras más fértiles y presumiblemente también las minas; al mismo
tiempo dominaban por completo la vida política, puesto que integraban el consejo de los
ancianos en las ciudades y cubrían las magistraturas. Los estratos bajos estaban compuestos
por los grupos dependientes de la nobleza, es decir, por el personal de la aristocracia, por los
artesanos y los mineros, así como por los campesinos. Este modelo de sociedad fue en gran
medida adoptado por Roma, donde el primitivo sistema social —antes de perfilarse la plebs
como estamento aparte y resuelto a la lucha—, con la nobleza patricia dominándolo todo, en
un lado, y sus clientes y esclavos, en el otro, se ajustaba enormemente al prototipo etrusco.
La estructura de la sociedad estaba fuertemente marcada por la división horizontal,
que nacía del papel central de la familia en la vida social y que llevaba al agrupamiento de las
familias sobre la base del parentesco de sangre en un complicado sistema de clanes, curias y
«tribus».

[ROLDAN HERVAS: LA ITALIA PRIMITIVA Y LOS ORIGENES DE ROMA]

Los orígenes de Roma:


La llanura del Lacio se extiende frente a la costa tirrena, limitada al norte por los ríos
Tiber y Anio y, al sur, por el promontorio Circeo. Los montes Albanos constituyen el centro de
la región, que, desde tiempos prehistóricos, constituyó un cruce de caminos: por una parte,
unía los Apeninos con el mar, siguiendo las rutas de trashumancia; por otro, comunicaba, a
través del valle del Tíber, Etruria con Campania.
Aunque existen huellas de población en el Lacio desde el Paleolítico, el período clave
para la conformación del poblamiento, lo representa el período de transición del Bronce al
Hierro, en torno a los siglos XI-X, en el que se produce la manifestación cultural conocida
como cultura lacial. Esta cultura está influencia por las contemporáneas de Villanova, al
norte, y las culturas de fosa, al sur, y su manifestación material más característica es la
utilización en las necrópolis de urnas de incineración en foma de cabaña, que reproducen las
viviendas de sus habitantes. Hacia la segunda mitad del siglo VIII, el rito de la cremación cede
su lugar a las prácticas de inhumación, en tumbas de fosa. Y, a comienzos del siglo VI, la
cultura lacial cierra su ciclo, al ser absorbida en el horizonte cultural etrusco. Con él, el Lacio
entra en la Historia.
Las aldeas latinas, los vici, albergaban a una población de pastores y agricultores,
cuya conciencia de pertenecer a un tronco común, el nomen Latinum, se conservó en una liga,
que veneraba a Iuppiter Latiaris en un santuario común, en las faldas de los montes Albanos.
La cercanía al santuario hizo que la aldea de Alba Longa tomara una preeminencia religiosa
sobre las demás, que, con el tiempo, se trasladó a otras comunidades, con nuevos lugares de
culto, como Lavinium, Aricia, o la propia Roma.
La extensión de la influencia etrusca sobre el Lacio marcó con su impronta a la liga,
que evolucionó, según el modelo de constitución de la liga etrusca, con una fiesta anual, las
feriae latinae, un magistrado ejecutivo anual, el dictator latinus, y un consejo, consilium, en
donde se discutía y decidía sobre los problema comunes vitales, sobre todo, cuestiones de
guerra y paz. Pero, como en la liga etrusca, la constitución federal llevaba en su seno
gérmenes de descomposición, que forman el trasfondo de la creciente afirmación de Roma
sobre el resto de la liga.
El sitio de Roma se levanta en el extremo noroeste del Lacio, en su frontera con
Etruria, marcada por el Tíber, a unos 25 kilómetros de la costa. El río excava su curso en un
conjunto de colinas, de las que destaca el Palatino, frente a una isla, que permite el vado del
río y constituye, por ello, el paso natural entre Etruria y Campania. El vado es también el punto
de confluencia de la ’vía de la sal’, la via Salaria, que ponía en comunicación las salinas de la
costa con las regiones montañosas del interior.
El problema de los orígenes de Roma se centra en el proceso de transformación de las
primitivas aldeas de las colinas en un aglutinamiento urbano. En este proceso se encuentra el
germen de la organización político-social de Roma y la explicación de muchas de sus más
genuinas instituciones. De ahí, la importancia de conocerlo.
Un conjunto de leyendas, griegas y romanas, adornaron los primeros tiempos de la
ciudad que se había convertido en la primera potencia del mundo conocido y, elaboradas por
autores de época augústea, como Tito Livio, Virgilio y Dionisio de Halicarnaso, se convirtieron
en la versión canónica de los orígenes de Roma. Son dos fundamentalmente los grupos de
leyendas que se refieren a estos orígenes, que tienen por protagonistas al troyano Eneas,
colonizador del Lacio, y a Rómulo, fundador de la ciudad romana.
Tras la caída de Troya, Eneas, hijo del troyano Anquises y de la diosa Venus, tras un
largo y accidentado viaje, arribó, con su hijo Ascanio y otros compañeros, a las costas de
Italia. El rey del país donde recaló, Latino, le dio la mano de su hija Lavinia. Eneas, tras vencer
a Turno, rey de los rútulos, fundó la ciudad de Lavinium, cerca de la desembocadura del Tíber.
Tras su muerte, su hijo Ascanio fundó una nueva ciudad, Alba Longa, que se convirtió en la
capital del Lacio. El último rey de Alba Longa -y, con ello, entramos en el segundo bloque de
leyendas- fue Amulio, que, tras destronar a su hermano Numitor, obligó a su sobrina Rea
Silvia a convertirse en sacerdotisa vestal, para prevenir una descendencia que pusiese en
peligro su usurpación. Pero el dios Marte engendró de la virgen dos gemelos, Rómulo y Remo.
Amulio los arrojó al Tíber, pero una loba los amamantó, y un pastor, Fáustulo, los crió como a
sus hijos. Cuando fueron mayores, conocido su linaje, mataron a Amulio y repusieron en su
trono a su abuelo Numitor. Ellos, por su parte, fundaron una nueva ciudad, precisamente en el
lugar donde habían sido encontrados por la loba, en el año 753 a. C. Una disputa entre los dos
hermanos acabó con la muerte de Remo a manos de Rómulo, a quien los dioses habían
señalado como gobernante de la naciente ciudad. Rómulo creó las primeras instituciones y,
después de reinar treinta y ocho años, fue arrebatado al cielo. Tras su muerte, se sucedieron
en el trono de Roma seis reyes, hasta el año 509 a. C., fecha de la instauración de la
república.
Esta tradición literaria sobre los orígenes de Roma es secundaria, ya que procede de
épocas muy posteriores, y, por ello, es necesario recurrir a los documentos arqueológicos, con
cuyo concurso es posible realizar una crítica para determinar los elementos de verdad
incluidos en la leyenda.
Aunque el territorio que ocuparía Roma aparece habitado desde el Paleolítico, los
primeros objetos hallados dentro de los posteriores muros de la ciudad proceden del
Calcolítico, entre 1800 y 1500 a. C. Desde estas fechas y sin solución de continuidad, siguen
restos de la Edad del Bronce y de comienzos de la del Hierro. Es evidente su adscripción a la
llamada cultura apenínica, que se extiende por la península italiana durante la Edad del
Bronce, pero es muy poco lo que puede suponerse sobre la organización político-social de la
población en esta época, a excepción de su concentración en pequeñas aldeas de cabañas,
aisladas unas de otras, en algunas de las colinas romanas. El pastoreo, la caza y una
precaria actividad agrícola de subsistencia eran las actividades económicas principales de
esta comunidad modesta, sin fuertes desequilibrios sociales.
Pero, a comienzos de la Edad del Hierro, en torno al 800, se observan una serie de
rasgos que permiten imaginar el comienzo de una larga etapa de transformación, que lleva a
las aldeas aisladas a un proceso de aglutinación en un recinto más amplio (sinecismo), que
coincide con un aumento de la capacidad de producción agrícola. La economía de
subsistencia cede su lugar a otra más evolucionada, en la que la acumulación de productos
agrícolas no destinados inmediatamente al consumo permite la concentración de la población
y el desarrollo de actividades artesanales y comerciales, base indispensable para el
nacimiento de un centro urbano.
Este proceso de desarrollo ha de adscribirse a una población formada por la
superposición de gentes indoeuropeas, los latino-faliscos, al substrato preindoeuropeo de la
Edad del Bronce y, sin duda, está ligado a dos fenómenos que se producen en las regiones
vecinas al Lacio: por una parte, el florecimiento de la civilización villanoviana en Etruria y la
consiguiente creación de los grandes centros urbanos etruscos; por otra, la aparición de los
primeros colonos griegos en las costas del Tirreno, a partir del 775 a. C., y sus contactos con
las poblaciones latinas del Tíber.
De acuerdo con los datos arqueológicos, el proceso a que nos referimos se extiende
entre el 800 y el 575 a. C., que podemos considerar como época preurbana, subdividida en
cuatro períodos, cuya cronología está asegurada por restos de cerámica itálica y griega.
Durante los dos primeros períodos, que cubren aproximadamente el siglo VIII, sólo aparecen
habitadas algunas de las colinas -Palatino, Esquilino, Quirinal y, quizás, Celio-, y los restos no
manifiestan un carácter homogéneo: es evidente el aferramiento a la tradición, con industrias
caseras, de las aldeas. En los períodos III y IV, la población se extiende no sólo al resto de las
colinas sino a los valles intermedios, al tiempo que se evidencian progresos en la industria,
más homogénea, gracias a la apertura de sus habitantes a influjos externos, griegos y
etruscos.
La consecuencia más importante de esta apertura fue el crecimiento de las
posibilidades económicas, lo que conllevó una diferenciación de fortunas.
Paralelamente a esta formación de clases socialmente diferenciadas por sus medios
económicos, las antiguas chozas de barro se transformaron en casas y se organizó la ciudad,
mediante un sinecismo de las aldeas, en torno al Foro.
La organización de la Roma primitiva era gentilicia: sus elementos originarios básicos, la gens
y la familia, constituían el núcleo de la sociedad, y se correspondían con los dos elementos
esenciales de distribución de la población, la aldea y la casachoza, en términos latinos, el
pagus y la domus: a la domus correspondía la familia; al pagus, la gens.
Los orígenes de la comunidad política de las aldeas romanas hay que buscarlos en
ciertos grupos familiares, que, sobre la población de las colinas, comenzaron a cimentar una
serie de relaciones, cuyo aglutinante fue un elemento religioso y de índole parental: la
conciencia, más o menos precisa, de una descendencia común, imaginada en la memoria de
un antepasado, evidentemente mítico. Tal descendencia se expresaba en el uso de un
nombre gentilicio, común a todos los pertenecientes a la gens, el nomen. Cada gens constaba
de un número indeterminado de familiae, que se distinguían por un cognomen particular,
añadido a su nombre gentilicio.
El núcleo familiar era de carácter patriarcal y estaba dominado por la figura del pater
familias, a cuya autoridad no sólo estaban sometidos los individuos, sino todo aquello que se
encontraba bajo su dependencia económica: esposa, hijos, esclavos, bienes inmuebles,
ganado...
No todos los habitantes de Roma formaban parte de la organización gentilicia.
En el ámbito de la gens, se incluía una verdadera clase de sometidos, los clientes,
individuos con una serie de obligaciones frente al patronus, que, en correspondencia, eran
protegidos y asistidos a través de un vínculo recíproco de fidelidad que ligaba a ambos, la
fides. La defensa y asistencia al cliente por parte del patronus estaban contrarrestadas por la
obligación de obediencia (cliens viene de cluens, ’el que obedece”) y prestación de operae o
días de trabajo al patrón. El origen de los clientes es un problema difícil de resolver, pero, al
parecer, es una condición extraña al grupo gentilicio, es decir, sus miembros proceden de
grupos o individuos ajenos a la gens, extranjeros, que, al incluirse en la organización gentilicia,
lo hacen como subordinados a la gens, en la que todos sus miembros son iguales. La base de
la relación de clientela era un vínculo de subordinación económica, cuyo fundamento era de
carácter social y ético y no estrictamente jurídico.
La economía de esta primitiva comunidad de gentes era muy simple y rudimentaria.
Los bosques y pastizales favorecían la ganadería y el pastoreo como fundamental actividad
económica. En cambio, la agricultura en principio, apenas tenía importancia, dada la escasa
fertilidad del suelo y la limitación de cultivos. Sólo paulatinamente progresó una agricultura de
tipo extensivo, al compás de la estabilización de la población de las aldeas. La propiedad
parece colectiva; pertenecía por tanto, al grupo, que tenía en ella su sede y el instrumento
imprescindible para el pastoreo de los rebaños. En el seno de cada gens, la clientela, como
elemento económico, ofrecía su fuerza de trabajo, exclusivamente dentro del marco de la
gens.

[HOMO – LAS INTITUCIONES POLITICAS ROMANAS]

La constitución de las aldeas autónomas romanas:


El suelo romano no ha conocido, en los primeros siglos de su historia, más que una
serie de humildes aldeas: independientes en un principio hasta fines del siglo VIII a.C.,
agrupadas más tarde en una federación política y religiosa, de naturaleza muy laxa por otra
parte, la liga del Septimontium, a cuya existencia, a mediados del siglo VII, la conquista
etrusca vendrá brutalmente a poner término.
Antes de la formación de la federación septimontial, en el transcurso del período de
autonomía de las aldeas romanas no hay Estado romano y, por consiguiente, no ha
constitución unitaria.
Antes de la conquista etrusca, que se sitúa a mediados del siglo VII a.C., no existe
ciudad de Roma, no hay Estado romano ni, por consiguiente, constitución unitaria romana.
Los órganos fundamentales de la Ciudad antigua son el rey, la asamblea del pueblo y
el Consejo de los ancianos o Senado eran la regla en el mundo itálico. Debemos representar a
esas diferentes aldeas esparcidas por el suelo romano como dotadas de un rey, al mismo
tiempo jefe civil, militar, judicial y religioso, de una asamblea popular y de un Senado.
Otro punto de apoyo, resulta de la constitución de la gens. La existencia de la gens, la
familia primitiva en el sentido amplio de la palabra y todavía en estado de indivisión. La gens,
agrupación de familias particulares cuyos miembros sabían descender de un antepasado
común, tenía un culto familiar, su sepultura común, su jefe, y, al lado de la agrupación familiar
fundada en la naturaleza, un elemento artificial y adventicio, constituido por un conjunto de
hombres colocados bajo su dependencia y su protección, los clientes.
Las aldeas romanas primitivas podían, según su importancia, comprender de quince a
treinta de esas gentes, cuyos jefes –los patres- constituían, por derecho de nacimiento, el
Consejo de los ancianos o Senado.
b) Fundamentación del poder real. La configuración social y su relación con el Estado.
Organización política, religiosa y económica.

[MARTINEZ-PINNA: LA ROMA PRIMITIVA]

LAS PRIMERAS INSTITUCIONES:


El ordenamiento gentilicio:
La documentación arqueológica de las primeras fases de la cultura lacial indica que los
poblamientos se estructuraban en base a las relaciones de parentela.
La gens significa ante todo una relación de parentesco, aspecto que está implícito en
el propio término, y se define como el conjunto de todos aquellos individuos (gentiles) que
descienden o creen descender de un antepasado común, generalmente mítico, por línea
masculina. Se desprende el carácter de organismo cerrado que tiene la gens. Se entra a
formar parte de una gens por nacimiento dentro de su seno, por un voto de los gentiles o por
admisión en una familia que pertenece a esa gens: también por matrimonio, pero sólo en el
caso de la mujer.
La solidaridad gentilicia se manifiesta en diversos campos, siendo uno de los
elementos aglutinantes de mayor importancia. Culto a los antepasados difuntos y por aquel
dedicado a una divinidad particular.
Otro aspecto que remarca la cohesión de la gens lo encontramos en el campo
económico, en concreto en el carácter colectivo de la propiedad de la tierra. Se debe tomar
como el poder soberano del grupo sobre el cuelo, el objeto de asegurarse la subsistencia y el
ejercicio del culto, servía a los intereses del grupo.
Tanto las prácticas culturales como la explotación colectiva de la tierra requieren
obligatoriamente una organización. En un medio hostil, a merced de la amenaza de las bestias
y de otros grupos humanos, las necesidades de orden y de defensa se imponen como
imperativo de supervivencia. A partir de estas premisas se ha desarrollado la llamada teoría
política de la gens, según la cual esta asociación parental constituía en sus orígenes un grupo
perfectamente estructurado y organizado, con unas instituciones internas que aseguraban su
funcionamiento para la consecución de los fines propuestos: con su propio territorio, sus cultos
y sus instituciones, la gens se configura como un pequeño Estado con unas normas aplicables
a todos sus miembros.
La vida de la gens no se desarrolla al azar, estaba regida por unas normas en parte
herederas del pasado (mores) y parte instauradas por común acuerdo (decreta), que se
erigieron en pauta de comportamiento para todos los miembros de la gens.

El rey:
Todas nuestras fuentes concuerdan en que desde el mismo momento de su fundación,
Roma estuvo gobernada por reyes.
El rey seria como una especie de primus inter pares, y su acción controlada por la
clase aristocrática, de cuyo seno surge el monarca, a través de su órgano de representación
política, el Senado.
La institución real contiene algunos e importantes elementos de carácter religioso que
elevan su origen a una época muy anterior a la representada por Rómulo y Numa.
La monarquía romana no era hereditaria, aunque la pertenencia a la gens del rey
pudiera constituir una recomendación para alcanzar el trono pero nunca un requisito
imprescindible.
La tradición literaria define a la monarquía romana como electiva, aunque con algunas
particularidades.
Según el relato prácticamente unánime de la tradición, a la muerte del rey se
declaraba el interregnum, caracterizado por la formula auspicia ad patres redeunt: el poder
pasaba entonces a ser detentado por los senadores (patres), eligiendo grupos de diez y por
turno de cinco días, el interrex se personificaba en cada uno de ellos; este proceso se
desarrollaba hasta el momento en que se encontraba al candidato a la aprobación popular, de
forma que el pueblo, reunido por curias, votaba la que posteriormente se denominará lex
curiata de imperio y cuyo significado ultimo es de carácter militar. La última etapa del proceso
de entronización era la investidura, en la que se distinguen dos ritos que cumplía un sacerdote
especializado, el augur: el primero de ellos recibía el nombre de auspicatio y se define como la
consulta de los auspicios, estos es, la observación del vuelo de las aves y de otros signos
enviados por la divinidad, la cual manifestaba de esta manera su conformidad con el acto a
realizar; el segundo rito era una operación augural, la inaguratio, mediante la cual el augur
comunicaba al rey la fuerza sobrenatural que le permitiría gobernar de acuerdo con la
divinidad.
Una vez investido de su poder, el rey se convertía en el jefe absoluto de la comunidad,
extendiéndose su acción a los campos políticos, militares, judicial y religioso.
El poder del rey no era absoluto y su gobierno estaba vigilado por el Senado. El
Senado representa lo que los etnólogos denominan asamblea de los ancianos.
El Senado carece de cualquier poder; es un mero órgano consultivo, y de ahí el
nombre de consilium regium con el que también se le conoce durante la época real; sus
decisiones no eran vinculantes, de manera que el monarca requería su opinión pero no tenía
por qué seguirla. En el reclutamiento de los miembros del Senado se percibe su dependencia,
pues esta función correspondía igualmente al rey, quien elegía a los nuevos senadores, por
curias, entre los patres familiarum más distinguidos.
Sin embargo, en el ejército de la práctica política, el Senado tenía una gran autoridad,
aunque no poder. Su composición reflejaba la pertenencia de sus miembros a la clase
económicamente dominante y su opinión tenía que contar con cierto peso en la decisión última
que tomaba el rey. La autoridad del Senado, la autoritas patrum, está cargada de un fuerte
contenido religioso, como se pone de manifiesto en el mecanismo del interregnum, institución
cuya importancia basta por sí misma para probar el verdadero papel político del Senado.

Curias y tribus:
Toda la tradición concuerda que a efectos administrativos los primitivos romanos
estaban divididos en tres tribus y en treinta curias, a razón de diez curias por tribus; esta
organización regía desde los primeros tiempos de la ciudad y su creación es en consecuencia
atribuida a Rómulo. La finalidad de estas divisiones era de naturaleza política y militar, pues
servirían de base para el reclutamiento del ejército como de otras instancias políticas.
Según P. Kretschmer, curia derivaría de un término indoeuropeo, kowiriya, que daría
en latín co-uiria, y a continuación curia. Así pues, curia significa en sus orígenes la reunión de
todos aquellos capaces de llevar armas, y de aquí pasó también a designar el lugar donde se
llevaba a cabo tal reunión.
En un principio había una curia por cada aldea y conforme iba avanzando el
poblamiento romano, siempre a base de pequeños grupos de cabañas de la misma manera se
iba incrementando el número de curias: por ello se ha llegado a decir que Roma se formo
mediante una agregación de curias. Las curias conservaron cada una su independencia, pero
al mismo tiempo se unieron en un punto concreto para cumplir aquellos ritos que les eran
comunes. En el momento de la unificación completa de Roma y para albergar al conjunto de
las curias, se creó una nueva sede, las curie novae. Respecto al número de las curias, por las
condiciones del desarrollo de Roma, es posible que fuese indeterminado; la cifra final de
treinta y por consiguiente su adaptación proporcional a las tribus, se conseguiría como
consecuencia de una profunda reforma del sistema administrativo, así como del planteamiento
urbanístico, lo cual sólo es posible con el reinado de Tarquinio Prisco.
En la Roma de la primera fase monárquica, la curia se presenta como la autentica
piedra angular del sistema político y administrativo: es una entidad de naturaleza diversa, con
connotaciones en el campo de la religión, de lo militar y de la política. La curia era por otra
parte el punto de referencia más firme de que disponía un romano de cara a sí mismo y a la
comunidad, y por ello prácticamente todos los habitantes de Roma, salvo las mujeres y los
niños, gozaban de la condición de curiales. Al frente de cada curia había un presidente
llamado curio y como coordinador general de las actividades religiosas de todas las curias, un
curio maximus; el curión era el jefe político, militar y religioso de la curia. En sus actividades
era ayudado por otros personajes, como el flamen curialis y el lictor curialis.
La curia representaba la unidad militar. Tenía la función de célula de reclutamiento, ya
que cada una debía proporcionar cien soldados a la infantería.
Era a su través por donde se canalizaba toda la energía bélica de la comunidad,
empezando por la propia selección de los guerreros mediante ritos de iniciación a las armas,
en virtud de los cuales el joven pasaba a ser hombre integrándose en la curia; esta última
aseguraba también la presencia de los armados a la convocatoria del rey y finalmente
proporcionaba un jefe en la persona del curión.
Los comicios por curias eran una asamblea popular en la que cada individuo
participaba dentro de su curia; la asamblea representaba pues al conjunto de los armados, era
la expresión política del ejército. Los guerreros investían al rey de su poder militar y
reconocían su jefatura.
Finalmente las curias tenían también un carácter religioso. Se manifestaba a nivel
individual, cada curia rendía culto a su propia divinidad y disponía para este servicio de un
sacerdote específico. Pero también algunas festividades exigían la participación conjunta de
todas las curias, como las Fordicidia y las Fornacalia, ambas de naturaleza agraria y de gran
antigüedad.
El sistema de las curias era de naturaleza muy laxa, que admitía a todo tipo de
individuos y que en definitiva muy pocos quedaban al margen de la vida comunal romana.
Las tribus son más recientes que las curias.
La unificación de las tres tribus (Tities, Ramnes y Luceres) viene a limitarse a una
división de la población o del territorio con la finalidad de servir como cuadro de reclutamiento
para los miembros de algunas instituciones.
Las tribus desempeñaban una función militar al constituirse como unidad de
reclutamiento de la caballería, cada tribu proporcionaba cien jinetes, llamados celeres, y su
comandante, el tribunus celerum.
La importancia de la caballería primitiva es más de orden social que militar. Las
centurias ecuestres fueron creadas por Rómulo como una guardia personal. La caballería se
presenta en sus orígenes como la expresión militar de la clase aristocrática, que mediante la
posesión del caballo manifestaba su superioridad ante el resto de la población.
La estructura social:
La nueva situación económica provocó lógicamente alteraciones en la estructura
social.
Un elemento de gran importancia que ilumina magníficamente la situación de poder de
estas gentes es la institución de la clientela. La clientela es una relación entre dos personas, el
patrono y el cliente, que conlleva derechos y obligaciones por ambas partes; el vínculo entre
ambos se formaliza con total libertad y se basa en las fides, fuerza religiosa que asegura al
cliente la protección del patrono a cambio de su obediencia. Las obligaciones del patrono se
pueden simplificar en la asistencia jurídica y social y en el mantenimiento económico, para lo
cual entregaba al cliente una parcela de tierra en precario; por su parte este último se veía
constreñido a ciertas prestaciones hacia su patrono, fundamentalmente de carácter militar,
jurídico y pecuniario.
El desarrollo de la clientela es otro indicio de las trasformaciones sociales que tiene
lugar en Roma. Por una parte, muestra la existencia de elementos desclasados y sin recursos
que para poder subsistir se vinculan a un grupo más poderoso; también indica la ruptura de
una sociedad igualitaria y la aparición de individuos destacados, los cuales acumulan gran
parte de los medios de producción y pueden en consecuencia entregárselos a sus clientes.
Se puede considerar también una cierta relajación de los lazos gentilicios, desde el
momento que unas cuantas familias asumen el papel preponderante que trae consigo un
cambio en el régimen de la propiedad de la tierra, que pierde el carácter comunal avanzando
rápidamente hacia su total privatización.
La formación de una aristocracia que tiende a ser hereditaria y que posee una clara
superioridad económica y social, traducida en una mayor acumulación de riqueza y en la
extensión de las clientelas, respectivamente. Esta situación de hecho se transformó en un
reconocimiento de derecho, surgiendo entonces el primer núcleo de familias patricias. Estas
familias aristocráticas manifestaron inmediatamente su ambición de consolidar su poder en el
terreno político, presionando sobre los reyes para conseguir el privilegio de perpetuar
hereditariamente su condición de senadores.
El resto de la población se articula según su grado de riqueza, pero jurídicamente
pertenece en conjunto a la categoría de quirites, es decir de ciudadanos miembros de las
curias.

LA FORMACIÓN DE LA CIUDAD:
Es todavía frecuente encontrar en algunas obras recientes sobre la historia de Roma la
opinión de que este ciudad, y, en definitiva, todo el Lacio, fue conquistada por los etrusco a
finales del siglo VII, permaneciendo bajo su poder durante un siglo, alternando en esta
situación de poder diversas ciudades según la potencia que en esos momentos dominase en
Etruria. Nada hay de cierto en todo ello; Roma fue siempre una comunidad latina, habitada por
latinos aunque abierta a elementos extranjeros y con una cultura latina, pero participe de la
llamada koiné cultural etrusco-latina, esto es que sin perder su identidad comparte muchos
elementos comunes a una amplia zona de Italia. Por ello la historia de Roma a partir de estas
fechas se integra en la de Etruria, recibiendo de esta última una nueva savia que contribuyó
decisivamente a su desarrollo.
El periodo IVB (630/20-580 a.C.), coincide con los años que la tradición atribuye al
reinado de Tarquinio Prisco, quien inaugura la mal llamada etapa “etrusca” de la monarquía
romana.
La tradición atribuía a Tarquinio importantes reformas, pero, ante todo, le presenta
como el primer urbanizador de Roma y la arqueología parece confirmarlo.
Los principales centros proto-urbanos llegan a convertirse en auténticas ciudades, en
civitates. El Valle del Foro se convierte definitivamente en el verdadero centro de la ciudad y
es adoptado a las diferentes funciones que tiene que albergar. Se llevan a cabo importantes
obras hidráulicas para la desecación y canalización de las aguas que periódicamente
anegaban el lugar.
A partir del año 575 Roma aparece ya totalmente definida como ciudad desde el punto
de vista urbanístico.
En el campo religioso esta nueva situación se aprecia sobre todo en la institución del
culto a una divinidad considerada como políade, Júpiter Optimo Máximo, cuyo templo se
levantó en el Capitolio; a partir de ahora toda la comunidad se pone bajo la protección de
Júpiter. En la vida política las transformaciones fueron muy profundas, comenzando por la
propia institución monárquica. El rey se seculariza y pierde parte de sus atributos religiosos,
dejando de ser un rey-augur para someterse al estricto control de los augures; pero al mismo
tiempo se convierte en jefe de una comunidad política y el concepto de su poder cambia,
teniendo a distanciarse de la nobleza: este rey se rodea de unos nuevos símbolos del poder,
influencia directa de la vecina Etruria; nombra diversos magistrados laicos (magister, quaestor)
que cumplen determinadas funciones por delegación suya; y, sobre todo, refuerza su posición
militar al modificar radicalmente la estructura del ejército, las antiguas formaciones
tumultuosas con base gentilicia son sustituidas por un autentico ejército ciudadano, con
cuadros fijos de reclutamiento y adaptado a la nueva táctica hoplítica. La articulación interna
es también objeto de reforma, acoplándola a la nueva situación urbana. Tarquinio Prisco, llevó
a cabo una reforma del sistema curiado, ya en abierta crisis, con la adaptación proporcional de
las curias a las tribus, modificando el reclutamiento del Senado y proporcionando una mejor
base al ejército. Pero la transformación decisiva al respecto tiene lugar con Servio Tulio, quien,
mediante la creación de las nuevas tribus, identificó el territorio con el núcleo urbanizado.
Roma se convierte en un gran centro de redistribución de productos, pues aunque no
llegó a insertarse totalmente en las grandes corrientes del tráfico mediterráneo, sí exigió la
parte que le correspondía en el comercio del Tirreno.
Roma se integró en la koiné etrusco-latina, perno no solamente a nivel cultural, sino
también en sus aspectos económico y político.
Tarquinio Prisco trató de extender la influencia romana por una amplia zona del Lacio
con un objetivo claramente comercial: no se trataba de incrementar el territorio, sino de
controlar estratégicos puntos de la red viaria, principalmente aquellos situados a orillas del
Tíber.
Todas estas transformaciones, que en poco tiempo elevaron a Roma a la categoría de
ciudad, de civitas, no se llevaron a cabo sin contrastes. El sistema tradicional de las curias
había entrado en profunda crisis y no se adaptaba a la organización cívica que se estaba
elaborando, tanto desde el punto de vista urbanístico como el demográfico o el político. Por
ello la primera medida que tomó Tarquinio Prisco se centra en una reforma de las curias, cuya
estructura se adaptó a la de las tribus, en razón de 10/1; este paso significó un primer
enfrentamiento del rey con la aristocracia patricia. Las grandes familias dominaban las curias,
puesto que era a través de ellas como podían controlar los principales resortes del poder,
como el Senado y el ejército, y conservar una fuerte cohesión interna. También intentó ampliar
las tres tribus de los Ramnes, Tities y Luceres; pero en esta ocasión la oposición, consiguió
triunfar e hizo desistir al rey de sus propósitos.
La transformacióndel sistema de las curias permitió del sistema de las curias permitió a
Tarquinio acomoeter con seguridad otras reformas, con la finalidad de asegurar el poder del
monarca y disminuir la fuerte influencia de la aristocracia gentilicia, y para ello dirigió sus miras
reformadoras hacia aquellas instituciones que servían de base para la constitución del
patriciado: en primer lugar el Senado, cuyo número fue incrementado a trescientos miembros
con la inclusión de los llamados patres minorum gentium; el mismo criterio de duplicación se
aplicó a las centurias ecuestres que pasaron a un total de seis. Cada tribu proporcionaba al
conjunto una centuria de cada clase; finalmente algunos sacerdocios, en concreto los clegios
de vestales, augures y pontífices, incrementaron asimismo sus componentes pasando de tres
a seis.
Con estas medidas Tarquinio introdujo en los principales organismos de la ciudad a
familias e individuos más favorables a sus planteamientos políticos y amenazó el monopolio
del patriciado tradicional. Tarquinio contaba además con el apoyo de las nuevas “clases
urbanas”, es decir, ese conjunto de elementos que atraídos por el desarrollo económico de
Roma, se establecían continuamente en la ciudad con una especial vocación hacia
actividades artesanales y mercantiles; el peso de estas clases era todavía muy escaso.
Las grandes familias se opusieron constantemente a la política de Tarquinio Prisco.

SERVIO TULIO Y EL FIN DE LA MONARQUIA ROMANA:


Servio nació en un ambiente de esclavitud, pero pronto salió del mismo por voluntad
divina para cumplir los objetivos que le estaban predestinados, esto es, ocupar el trono de
Roma, al que llegó por designación de la propia casa real, y establecer la libertad de los
ciudadanos.
Servio sucede a Tarquiniocon la única dificultad de salvar el clima de desestabilización
consecuencia del asesinato del rey.
La política reformista de Servio Tulio se centra según el relato tradicional en dos
aspectos fundamentales; estos son la creación de las nuevas tribus y la institución de la
organización centuriana.
Servio extendió el sistema de las tribus al territorio y lo perfeccionó en el núcleo
urbanizado. Este último fue dividido en cuatro distritos o regiones, las llamadas tribus urbanas,
a saber, la Palatina, la Esquilina, la Suburana y la Colina, correspondiendo las tres primeras a
las más antiguas de los Ramnes, los Tities y los Luceres, mientras que la cuarta englobaba el
Quirinal y el Viminal. El territorio fue asimismo dividido en tribus, denominas esta vez rústicas.
Con la constitución serviana, las tribus vienen a sustituir a las curias en las principales
funciones que estas desempeñaban. Las curias perdieron toda su relevancia. El pueblo siguió
reuniéndose por curias para aprobar la designación del rey, el Senado continuó reclutándose
curiatim, es decir, curias, y estas últimas seguían celebrando sus tradicionales festividades
religiosas; pero si previamente todos estos actos eran puras formalidades, ahora lo son con
mayor razón. Las curias se vieron privadas de sus dos principales funciones, esto es, la
representación de la ciudadanía y su papel militar.
A partir de estos momentos la condición de ciudadanos va unida a la pertenencia a
una tribu. Se relevó como un mecanismo acertado para ejercer un estricto control sobre el
conjunto de los ciudadanos, como lo prueban la prohibición de cambiar de tribu y las
obligaciones que comportaba el cumplimiento de los rituales de las Paganalia, fiesta instituida
por Servio y que le permitía conocer anualmente todos los movimientos naturales de la
población.
Roma conoció la táctica militar hoplítica en el siglo VI, este sistema de combate fue
introducido desde Etruria y corresponde al rey Servio la paternidad de este hecho en Roma.
La táctica consiste en combatir en falanges cerradas con un armamento pesado y supone la
superación del combate individual practicado en tiempos homéricos.
Con la reforma de las curias, Tarquinio no sólo pretendía proporcionar una mejor
estructura interna a la ciudad, sino también construir un nuevo ejército que se adaptara a su
política, rompiendo la fuerte cohesión gentilicia que existía en las formaciones guerreras
anteriores. En mi opinión el sistema hoplitico se estableció en Roma en dos fases: una primera
con Tarquinio, consistente en la mejora del armamento y la constitución de cuadros fijos de
reclutamiento, con un ejército de 3000 infantes primero, ampliado a 6000 a continuación; la
segunda, referida a Servio Tulio, supone la estabilización del sistema al proporcionarle el
armazón político y social que necesitaba.
Según la tradición, Servio ideó una nueva distribución de los ciudadanos, en clase y
centurias, en la que la posición de cada uno se media según su fortuna.
Este esquema responde a una organización tanto política, pues constituye el
denominado comicio por centuria (comitia centuriata), como militar, y por ello a cada clase se
le exigía un armamento determinado, más completo en la primera y con pérdida sucesiva de
elementos conforme se desciende en la tabla; además las centurias de cada clase se dividían
equitativamente entre los iuniores, aquellos que prestaban un servicio militar activo, y los
seniores, quienes por su edad sólo eran llamados en ocasiones de extrema necesidad.
Centurias Ases censo mínimo
Caballería (équites) 18
Infantería
1ª clase 80 100000
2ª clase 20 75000
3ª clase 20 50000
4ª clase 20 25000
5ª clase 30 11000
Fabri (adscritos 1ª) 2
Musici (adscritos 5ª) 2 } Capite sensi
Accense 1
El hecho definitivo es la constitución de un ejército homogéneo en el que las mismas
responsabilidades incumbían a todos los combatientes. Estaba compuesto por un núcleo de
infantería pesada, las classis, compuesto por 40 o 60 centurias, que combatían según el
sistema hoplítico y apoyado en caso de necesidad por contingentes armados más a la ligera
reclutados entre las infra classem. Además existían 18 centurias de caballería, los supra
classem, doce más que en el reinado anterior, pero con muy escasa función táctica, ya que la
falange hoplítica es la auténtica protagonista de la guerra. Los ciudadanos contribuían con sus
propios recursos a la formación del ejército, de manera que según su riqueza eran situados en
uno u otro grupo de la infantería, pues los equites seguían siendo designados por el rey entre
los primores civitatis.
Otro importante aspecto de la constitución serviana, el censo, criterio mediante el cual
se procedía a la clasificación de los ciudadanos. El criterio de la riqueza empleado se basaba
en la tierra. En la Roma primitiva la operación del censo tenía lugar mediante la convocatoria a
todos los ciudadanos en el Campo de Martes, quienes tenían que presentarse armados. Esta
operación tenía como finalidad apreciar la calidad del armamento presentado y a tenor del
mismo encuadrar a cada uno dentro o fuera de la classis.
A partir de ahora los ciudadanos se dividen en adsidui y proletarii. El primer grupo está
compuesto por el conjunto de todos los propietarios de una tierra que ocupan
permanentemente y son los únicos que pueden acceder a la función militar, reclutándose entre
ellos tanto la classis como las infra classem. Los proletarios son aquellos que no poseen más
que prole, o, en términos de derecho romano, los que carecen de familia y pecunia, en
definitiva, de tierras; a este grupo pertenecían los comerciantes, los artesanos y, en general,
las llamadas clases urbanas, a las cuales les estaba vedado el ejército centuriano, immunis
militia.
La nueva estructura social queda pues señalada por la existencia de grupos
perfectamente delimitados. En la cúspide se encontraban los caballeros; este grupo se
reclutaba entre los elementos más destacados y constituía una fuente del patriciado. A
continuación venían los encuadrados en la clasis, aquellos que disponían de suficientes
recursos económicos para procurarse por su cuenta el costoso armamento hoplítico:
constituye un grupo de ricos propietarios rurales. En tercer lugar aparecen las infra classem,
esto es, el resto de los propietarios rurales, gran masa de campesinos poseedores de las
medianas y pequeñas propiedades, y en el último grado, los proletarios.
La nueva organización que Servio procuró al ejército tuvo un inmediato reflejo político
mediante la institución de una nueva asamblea ciudadana, los comicios por centurias. No
todos los ciudadanos eran llamados a participar en la asamblea; solamente gozaban de este
privilegio aquellos que contribuían decisivamente a la formación del ejército, esto es, los
miembros de las centurias ecuestres y de la classis.
En la organización de Servio Tulio el patriciado encontró un marco ideal donde
fundamentar sus aspiraciones de poder.
La perversidad de Tarquinio el Soberbio se manifiesta en los mismos comienzos del
relato, cuando inicia el camino hacia el trono cometiendo varios crímenes y culminando con el
del propio Servio cometido a la luz del día, a quien además negó la sepultura. Todos los actos
vinculados a Tarquinio se caracterizan por unas constantes de crueldad e injusticia que
ocultan el verdadero significado que contienen. Tarquinio llegó a ser odiado durante su
reinado, pero sólo por aquel sector al que combatió, la aristocracia patricia, que consiguió
cristalizar en su persona el odium regni y transmitir este espíritu a la analística posterior.
Todo parece indicar que Tarquinio mantuvo todas las instituciones en suspenso,
practicando una política personalista en beneficio de los elementos populares y en contra de
los intereses de la aristocracia.
La tradición acusa a Tarquinio de haber diezmado el Senado y de gobernar sin
consultarle, pero también de obligar al pueblo a trabajar gratuitamente en las grandes obras
públicas que proyectó.
Según cuenta la tradición, Tarquinio fue destronado como consecuencia de una
revuelta de palacio provocada por una nueva crueldad, esta vez cometida por uno de sus
hijos. Inmediatamente a su expulsión, la monarquía fue rechazada por odio al monarca y
sustituida por una res publica constituida ex comentariis Ser. Tullii. Este acontecimiento tuvo
lugar en el año 509 a.C.
[ROLDAN HERVAS: LA ITALIA PRIMITIVA Y LOS ORIGENES DE ROMA]

La monarquía romana:
Como hemos visto, según la tradición, Roma estuvo gobernada por siete reyes,
durante un período de alrededor de 250 años, desde la fundación de la ciudad (753 a. C.)
hasta la instauración de la república (509 a. C.).
Rómulo, el fundador, es, sin más, una creación legendaria, al que se le atribuye la
conducción de una guerra contra la vecina población de los sabinos, concluida con la
asociación al trono de su rey Tito Tacio. Y efectivamente, los sabinos constituyeron un
elemento determinante en la constitución del núcleo originario de la ciudad. Su sucesor, el
sabino Numa Pompilio, es considerado el creador de las instituciones religiosas, frente al
tercer rey, Tulo Hostilio, paradigma de guerrero, al que se le atribuyen las primeras guerras de
conquista, que culminan con la destrucción del viejo centro latino de Alba Longa. El cuarto rey,
Anco Marcio, en cambio, es caracterizado como campeón de la paz y de los valores
económicos. Su reinado, según la tradición, coincide con la última fase de la época preurbana.
Se le considera el constructor del primer puente estable sobre el Tíber, así como del primer
puerto en su desembocadura: ello implica la extensión de la ciudad por la orilla derecha del
río, que la presencia de tumbas, datadas en los últimos años del siglo VII, han venido a
confirmar. Los últimos tres reyes -Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio-
señalan un cambio decisivo en la historia de la Roma arcaica: la entronización de monarcas
que la tradición considera etruscos, a finales del siglo VII, y la definitiva urbanización de la
ciudad.
La monarquía aparece como institución política fundamental ya antes de la fundación
de la ciudad, aunque son hipotéticos su carácter, fundamentos de poder, prerrogativas y
funciones. Un primitivo rex ductor, es decir, un comandante, elegido por sus cualidades
personales, jefe accidental o permanente, en una segunda fase, asumió también funciones
religiosas. El reconocimiento de las relaciones entre el rey y la divinidad contribuyó a
consolidar su posición, aunque siguieron manteniendo una influencia notable los jefes de los
grupos gentilicios y familiares, que reunidos en un senado, constituían el consejo real.
Originariamente, constituían el senado los patres familiae -de ahí, el nombre de patres
que llevarán los senadores-, pero no todos, puesto que, desde el comienzo, quedó limitado su
número por un principio de selección, el de la edad. Formaban, pues, parte del senado los
patres seniores, sinónimo de senes, ’anciano”, de donde procede el nombre de senatores. Al
producirse la diferenciación económica, ligada a la aparición de la propiedad privada, tuvo
lugar una paralela diferenciación social, que llevó al distanciamiento progresivo de los más
ricos, los cuales fortificaron su posición a través de matrimonios mutuos. Entonces, los patres
seniores de las clases altas exigieron el privilegio exclusivo de ser senadores. De este modo,
la entrada al senado quedó restringida a un estrecho círculo de gentes y familiae, unidas entre
sí por lazos matrimoniales. Los hijos de los senadores, de los patres, fueron llamados patricios
y llenaban los huecos producidos en el senado. La competencia de este senado primitivo,
como consejo real, era asesorar al rey y discutir problemas de culto y de seguridad común.
Junto al senado, la comunidad romana se organizó sobre la base de las curias (del
indoeuropeo *ko-wiriya, ’reunión de varones”). Originariamente tenían un papel económico
ligado a la propiedad inmueble y eran las detentadoras de la propiedad comunal. Su función
era también de base sacral y podían ser convocadas para asuntos de naturaleza sacro-
judicial, los comitia calata, la asamblea más antigua que conocemos en la historia romana.
Como único ordenamiento del cuerpo político romano en época preurbana, las curias
terminaron sirviendo también para fines militares, como base del reclutamiento y como
unidades tácticas. Para ello, las antiguas curias perdieron su primitivo carácter y se
convirtieron en divisiones artificiales, de índole exclusivamente territorial, cuya función
fundamental era la de servir como cuadros de la leva.
El cuerpo político romano fue dividido en tres tribus, Ramnes, Tities y Luceres, a cada
una de las cuales fueron adscritas diez curias, con un total, pues, de treinta. En caso de
necesidad militar, cada una de las curias debía proporcionar cien infantes y diez jinetes.
Resultaba así un ejército de 3.000 infantes y 300 jinetes, en unidades de 1.100 hombres,
dirigido por el propio rey o por dos lugartenientes, el magister populi, para la infantería, y el
magister equitum, para la caballería.
Al lado de su papel militar, las curias cumplían también un papel político. Sus
miembros, reunidos en asamblea, los comitia curiata, cumplían la función de proclamar la
entronización del rey y ratificar a los magistrados elegidos por él.
A partir de finales del siglo VII a. C., la presencia de elementos etruscos, inscritos en la
corriente orientalizante, que se extiende por otras áreas del Mediterréneo, es tan intensa que
puede hablarse con propiedad de una etrusquización de la cultura lacial o, quizá mejor, de una
koiné, una comunidad cultural etrusco-latina. Roma, ciudad latina, no es una excepción en
este proceso, hasta tal punto que, tradicionalmente, se viene considerado que la ciudad había
sido conquistada por los etruscos y que los tres últimos reyes romanos constituían la fase de
una monarquía ’etrusca”. La investigación actual niega el sometimiento del Lacio por los
etruscos mediante una conquista militar y la llamada etapa etrusca de la monarquía romana.
Roma continúa siendo una ciudad latina, cuya personalidad no quedó ahogada por las fuertes
influencias etruscas, sino que, precisamente de ellas, sacó nuevas fuerzas que contribuyeron
a desarrollar su propia identidad.
Estas influencias provocaron una ruptura de las condiciones inmovilistas, ligadas al
dominio de las gentes, que se plasmó en el resquebrajamiento de la propiedad comunitaria,
base de la consistencia de la gens, y en la creación de una propiedad individual, en las
fronteras de aquélla.
El desarrollo económico de Roma no puede comprenderse sin tener en cuenta las
nuevas relaciones que la ciudad establece con el exterior como consecuencia de su
integración en la koiné etrusco-latina, no sólo a nivel cultural, sino también político y
económico, y de su inclusión en la vía de tránsito de los dos pueblos más desarrollados de
Italia, etruscos y griegos. La nueva situación se tradujo en un incremento de las actividades
artesanales, gracias a la afluencia creciente de emigrantes, que acuden a establecerse en
Roma, y en la trasformación de la ciudad en un centro comercial de redistribución de
productos.
La consecuencia fundamental de esta transformación económica desde el punto de
vista material es la definitiva etapa de urbanización de la ciudad. El irregular asentamiento
aldeano se transformó de manera radical, a partir del 600 a. C. aproximadamente, en una
ciudad conforme a una planificación urbanística, dotada de calles regulares, como la Sacra
via, y de importantes obras públicas y edificios monumentales, como la muralla defensiva
conocida como ’muro serviano”, la Regia, el Foro Boario, los templos de Vesta, Fortuna o el
gran templo de Júpiter en el Capitolio. La ciudad se organizó en torno al Foro.
Junto a esta transformación material que significa la urbanización de las aldeas y la
aparición de edificios públicos, hay paralelamente una trasformación de la comunidad
gentilicia en un estado unitario, en el marco material de la ciudad. La autonomía de las gentes
y familiae se ve poco a poco restringida en beneficio de unos poderes públicos, que tratan de
proteger al individuo como ciudadano. Con ello, se produce un cambio fundamental en la
propia institución monárquica. El poder del rey pierde su carácter sacral y se fundamenta en la
fuerza, en detrimento del papel del senado.
Como jefe de una comunidad política, el rey, frente al monopolio exclusivista del
patriciado tradicional en la dirección del Estado, tenía en cuenta las aspiraciones y los
intereses de individuos y familias menos poderosos económicamente, en especial, las nuevas
’clases urbanas”, comerciantes y artesanos establecidos en Roma al calor del nuevo
desarrollo económico.
En resumen, se inicia, a partir del siglo VI, el proceso de constitución de un estado
unitario en el marco de la ciudad, bajo la autoridad del rey, en detrimento de la primitiva
organización gentilicia.

[HOMO – LAS INTITUCIONES POLITICAS ROMANAS]

La constitución de las aldeas autónomas romanas:


Rómulo, el héroe fundador, es el que da a Roma al mismo tiempo las pautas de su
vida política y los órganos de su gobierno.
Las pautas de su vida política, en primer lugar: Las tres tribus primitivas –Ramnes,
Tities, Luceres-, divididas cada una en diez curias y cada curia en cierto número de gentes, o
sea, en total, para el conjunto de la ciudad, tres tribus, treinta curias y aproximadamente
trescientas gentes. Los órganos de su gobierno, después: el rey, jefe del Estado, investido con
poderes al mismo tiempo civiles, militares, judiciales y religiosos, administrador, general en
jefe, juez supremo y gran sacerdote elegido por la asamblea de las treinta curias, confirmado
por el Senado bajo la forma de la auctoritas patrum y elegido con carácter vitalicio; los
comicios por curias, reunión de los miembros de las gentes, que elige al rey, decide sobre la
paz y la guerra, vota las leyes y pronuncia sobremanera en materia jurídica: el Senado,
representación permanente de las gentes, Consejo de Estado que asiste al rey en el ejercicio
de su poder.

La conquista etrusca y la organización del Estado:


La conquista de las aldeas romanas por los etruscos, que tuvo como doble
consecuencia la fundación de la ciudad de Roma y la creación del Estado romano, señala el
comienzo de un período de realeza militar.
Desde el punto de vista constitucional, la dominación etrusca representa una inmensa
revolución. Introducción del sistema federativo, las sustituye el régimen de la Ciudad, cuyo
monopolio sólo lo poseían en Italia los pueblos más evolucionados de la península, etruscos y
griegos. Dos caracteres fundamentales y correlativos: el predominio de la ciudad, residencia
de los conquistadores y centro del gobierno, la anulación del campo, desprovisto
sistemáticamente de organización autónoma y reducido a un papel político subordinado.
El primero de los reyes etruscos, Tarquino el Antiguo, el conquistador que ha realizado
por la fuerza de las armas la unificación del Septimontium, y, por la desecación de las
depresiones, dado a la ciudad nueva la unidad material sin la cual no podía vivir, dotó al
Estado romano de los marcos administrativos –tribus y curias- y de los órganos políticos –
realeza, asamblea curiado, Senado- que en lo sucesivo le serían indispensables.
Los órganos del gobierno eran tres esenciales: el rey, los comicios por curias, el
Senado.
La realeza es electiva y vitalicia; el rey es elegido por los comicios por curias en virtud
de un acto distinto y complementario, la lex curiata de imperio, lo inviste del imperium,
conjunto del poder ejecutivo y confirmado por el Senado en virtud de la auctoritas patrum. A su
muerte, la autoridad vuelve al Estado, a la comunidad representada a titulo permanente por el
Senado, el cual elige de su seno por sorteo y por una duración limitada de cinco días, un rey
interino, el interrey; ese interrey se nombra un sucesor y así sucesivamente hasta el día en
que uno de ellos reúne a los comicios por curias que proceden a la elección del nuevo rey.
Como jefe del Estado, el rey concentra en sus manos, en virtud de su imperium, la totalidad
del poder ejecutivo bajo su cuádruple forma civil, militar, judicial y religiosa.
La asamblea del pueblo posee atribuciones legislativas (votaciones de las leyes,
declaración de la guerra, conclusión de la paz); judiciales de orden criminal (apelación de las
sentencias pronunciadas por el rey o sus delegados) y civil (concesión de la ciudadanía,
adopción, testamento); la asamblea popular vota por curias y por mayoría.
El Senado, reunión de todos los jefes de gentes, asiste, a titulo de consejo
permanente, al rey en el ejercicio de su autoridad. No posee iniciativa salvo el del interregno,
ante la carencia de Poder ejecutivo, lo asume interinamente y regula, según el procedimiento
antes descrito, la elección del nuevo rey.

Los orígenes de la plebe y la reforma constitucional de Servio Tulio:


Los orígenes de la plebe son muy complejos. Comprende tres elementos principales:
las poblaciones conquistadas, anexionadas en el acto (Quirinal, Viminal, Capitolio) o
trasplantadas a la fuerza en el territorio romano (Aventino), los clientes emancipados del
patriciado.
La situación legal de la plebe resulta directamente del principio mismo de su
composición. Excluida de la ciudad, la plebe no tiene nada de común con ella, ni desde el
punto de vista político ni desde el civil, ni desde el religioso, hecho que en la práctica se
traduce por la falta de derechos políticos y de derechos civiles, lo mismo si se trata de las
personas que de las cosas. Los plebeyos no están sometidos a ninguna de las dos grandes
cargas que pesan sobre los ciudadanos: el servicio militar y el impuesto.
La organización por centurias republicana, tal como se la encuentra realizada
anteriormente en el siglo III a.C., con si escala paralela de derechos y de deberes y su
manifestación política, los comicios por centurias, había sido realizada sistemáticamente y de
una sola vez, esa organización sistemática y completa era obra de Servio Tulio.
Todos los que quedan fuera de la classis, por insuficiencia de censo, son agrupados
bajo el epígrafe de infra classem, los comicios por centurias. La reforma completa atribuida por
la tradición analística a Servio Tulio, se presenta en realidad como el término final de una lenta
y progresiva evolución.
Esa época representa para la Italia central un período de luchas intensas y continuas
que termina por la intervención de Roma en la confederación latina y por el establecimiento de
la hegemonía romana sobre el Lacio.
A medida de que la realeza etrusca acentuaba su carácter de tiranía militar, las
relaciones con el patriciado sufrían una tensión constante y creciente y los dos elementos, uno
centralizador, la realeza, y el otro particularista, el patriciado, se enfrentaban uno a otro en un
antagonismo cada día mas acusado. La aportación de la plebe, por su número y por su
riqueza podría ser decisivo. Política exterior, política interior, todo impulsaba a la realeza
etrusca a apoyarse en ella.
La reforma de Servio Tulio es, exclusivamente militar y financiera; ha tenido por objeto
dar al Estado los nuevos medios a que le obligaban, inexorablemente, las necesidades de su
política de conquista y las exigencias de la defensa nacional; a suministrarle los soldados y los
contribuyentes que el patriciado, ya en vías de decrecimiento numérico, estaba incapacitado
para asegurarle por sí sólo.
La organización serviana representaba el acceso, al menos parcial, a una ciudad a la
cual, desde el punto de vista legal, habían sido totalmente extraños. El derecho de propiedad
(commercium), les fue concedido plenamente, y sin duda a todos, a partir de la época de los
reyes. Al viejo principio del nacimiento venían, si no a sustituirlo, al menos a yuxtaponerse a él
dos principios nuevos, el de la fortuna, en el cual se apoyaba el censo y el del domicilio, que
formaba la base de las tribus urbanas.
La política belicosa del último rey etrusco de Roma, tuvo como efecto una
transformación importante en el carácter de la realeza etrusca. La monarquía se convirtió en
una tiranía en el completo sentido del término.
Brillante en el exterior, el reinado de Tarquino el Soberbio representa también en el
interior una época de prosperidad y de grandeza. El rey construyó sobre el Capitolio el templo
de Júpiter Capitolino.

3) La República: 509 a.C. – 31 a.C.


a) La revolución del 509 a.C. y su proyección en la sociedad romana. Los cambios
políticos.

[HOMO – LAS INTITUCIONES POLITICAS ROMANAS]

Los orígenes de la plebe y la reforma constitucional de Servio Tulio:


La realeza etrusca cae bajo los golpes de la aristocracia local, y la revolución del 509
constituye, de una parte, después de siglo y medio de dominio extranjero, un desquite del viejo
patriciado romano. De otro, la plebe, si no ha provocado directamente la caída del régimen, al
menos ha dejado hacer y hasta ha terminado por adherirse al movimiento. Las guerras
continuas en el exterior, las prestaciones incesantes que ocasionaban en el interior los
grandes trabajos públicos, descontentaron a la larga a los plebeyos.

La organización del gobierno republicano:


La revolución del 509 es una reacción nacional latina dirigida por el patriciado y
apoyada por el ejército. La nueva constitución tendrá en cuenta a esos dos elementos en la
misma medida de su colaboración en el éxito. El patriciado se apodera del gobierno e instituye
un puro régimen de republica aristocrática; pero, para pagar al ejército el concurso que le ha
prestado y también porque, en la crisis terrible que atraviesa el Estado romano, necesita su
apoyo contra los enemigos del exterior, se encontrará obligado a hacerle un lugar y a
reconocerle una participación efectiva en el nuevo sistema de gobierno.
La revolución del 509 representaba una ruptura brutal con el pasado.
Todos los órganos de la constitución republicana –comicios por curias, Senado, Poder
ejecutivo bajo la doble forma del consulado y de la dictadura, y hasta el simulacro conservado
de la realeza-, son exclusivamente patricios y el régimen aparece como un completo
monopolio patricio. A su lado estaba el ejército, que había prestado su apoyo a la revolución, y
del cual se tenía cada día más necesidad contra los enemigos exteriores. Fue necesario
pagarle sus servicios pasados y futuros. El patriciado lo hizo mediante la creación de los
comicios por centurias o, en otros términos, por la concesión al ejército de poderes legislativo,
electorales y judiciales.
La organización por centurias de naturaleza principalmente militar y financiera; el
ejercito jamás había ejercido ni poseído atribuciones de orden político. Inmediatamente
después de la revolución, y por primera vez, recibió esos poderes que iban a hacer de él, con
el nombre de comicios por centurias, la gran asamblea política del Estado.
Los comicios por centurias recibieron tres clases de atribuciones: a) electorales: eligen
a los supremos magistrados del Estado, los cónsules; b) legislativas: votan las leyes y deciden
soberanamente sobre la guerra y la paz; c) judiciales: reciben la apelación de los condenados
a muerte y deciden sobre esos casos en última instancia.

b) República aristocrática (509 a.C. – s. III a.C.) Causas y consecuencias de las


transformaciones socio-políticas. El proceso de unificación y la lucha patricio-plebeya.
Su influencia en la formación de la constitución romana. Concepción de la ciudadanía
romana. La base socio-económica del equilibrio constitucional del siglo III a.C.

[ALFOLDY: HISTORIA SOCIAL DE ROMA]

La constitución de la sociedad romana arcaica:


Por la ascendencia común y, al principio también, por la vecindad de residencia, las
familias quedaron agrupadas formando el clan (gens), que, como unión sagrada, cuidaba del
culto gentilicio (sacra gentilicia), y cuyos miembros, junto a sus nombres individuales,
ostentaban el gentilicio común (nomen gentile). Originariamente, la creación de estas
parentelas constituía un privilegio de la nobleza patricia, mientras que las gentes plebeyas
fueron instituidas al principio a imitación de los clanes patricios.
Estas parentelas estaban agrupadas en curiae (probablemente de coviria = «reunión
de varones»). Su número ascendía a treinta desde su fundación bajo Rómulo, según rezaba la
tradición; mientras que los clanes carecían de jefe, había a la cabeza de cada curia un curio (y
sobre todos los curiones un curio maximus). Estas agrupaciones de clanes, que estaban
subordinadas a las gentes, adquirían en la vida pública una gran relevancia. Junto a sus
funciones sagradas, constituían la base organizativa de la asamblea popular y, al propio
tiempo, del ejército. La asamblea popular reunida por curias (comitia curiata) decidía en
cuestiones de derecho de familia, daba también su parecer en los temas de interés público y
tenía el derecho de ratificar en su cargo a los más, altos magistrados de la comunidad (lex
curiata de imperio). En la guerra, quienes estaban en edad de portar las armas entraban en
campaña en formación curial; de acuerdo con la tradición, cada curia había de poner en
combate 10 jinetes (una decuria) y 100 infantes (una centuria).
En la época monárquica las curias estaban reunidas en las tres tribus gentilicias
(tribus). Cada tribu comprendía diez curias. Los nombres de estas agrupaciones, Tities,
Ramnes, Luceres, son etruscos.
El estrato superior de la sociedad romana en época de los reyes y durante el primer
siglo de la República estaba compuesto por los patricios, una nobleza de sangre y de la tierra
con privilegios estamentales claramente delimitados. Los miembros de esta nobleza
componían el séquito montado del rey.
La élite de la antigua masa movilizable para la guerra en Roma, los «caballeros»
(equites, originariamente celeres = «los veloces»), son a todas luces identificables con los
patricios. Suponer que esta nobleza ecuestre a la cabeza de la milicia era al mismo tiempo la
capa de propietarios de tierras, social y económicamente dirigente.
En base al origen, así como a sus funciones y privilegios en la vida económica, social,
política y religiosa, la nobleza patricia constituía en la Roma primitiva un estamento cerrado.
Fuera de los miembros de las familias romanas ilustres, sólo ciertos inmigrantes de otras
comunidades podían hallar acogida en esa nobleza. Muy poco después del comienzo de la
lucha de estamentos el patriciado cerró filas con más fuerza aún que antes, mientras que los
recién llegados, sólo pudieron integrarse en la plebe y el matrimonio entre patricios y plebeyos
quedaba prohibido. También los componentes de la nobleza patricia, empezaron a sentirse
como los “buenos” de la sociedad, y en adelante pusieron todo su empeño en distinguirse de
la masa del pueblo también en su modo de vida. Su conciencia de identidad tuvo su mejor
expresión en los signos exteriores de su estamento; eran éstos el anillo de oro (anulus
aureus), la banda de púrpura (clavus) sobre la túnica, la capa corta ecuestre (trabea), el
zapato alto en forma de bota con correas (calceus patricius), así como los discos de adorno en
metal noble (phalerae), del equipamiento de la caballería primitiva.
En el terreno económico, los patricios debían su preeminencia a su propiedad de
tierras, así como a sus grandes rebaños. Un rasgo típico del poder económico de los patricios
en la Roma primitiva viene señalado por el hecho de que los gastos de mantenimiento de sus
monturas eran cubiertos por la comunidad, o más exactamente, por las viudas y huérfanos de
la comunidad (quienes por lo demás estaban libres de impuestos). En la guerra los patricios
desempeñaron el papel militarmente más destacado hasta el advenimiento de la falange
hoplítica. La asamblea popular en su antigua forma de organización por curias, que les
permitía comparecer en ella acompañados de sus masas de clientes, se encontraba sometida
por completo a su influencia. En el consejo de los más ancianos (senatus). Sus miembros
patricios (patres} tomaban el acuerdo del que dependían para ser válidas, las resoluciones de
la asamblea popular. Los senadores plebeyos que se fueron incorporando (conscripti =
«añadidos») no estaban facultados durante la primitiva República para votar. Los funcionarios
superiores de duración anual, cuyo número ya desde el inicio de la República fue fijado en dos
y que primero se denominaron praetores y más tarde consules; asimismo de sus filas salían el
dictator (originariamente magister populi). Los patricios escogían de entre los suyos a una
persona que tomaba a su cargo los asuntos internos (interrex).
El otro estamento en la sociedad tempranorromana era la plebs, el pueblo llano
compuesto por los libres, parte asimismo del conjunto del pueblo-nación. Los plebeyos
disponían como los patricios del derecho de ciudadanía, pero no poseían los privilegios de
aquéllos. Los comienzos de la plebe remontan ciertamente al tiempo de los reyes, sí bien ésta
sólo tomó una forma consistente a partir del inicio de su lucha organizada contra la nobleza
patricia poco después del 500 a. C., una vez que se hubo consolidado como una comunidad
aparte con instituciones propias.
En una parte de la tradición antigua tardía la plebe tempranorromana se nos aparece
como un estrato básicamente campesino. Campesinos que pudieron preservar su
independencia económica frente a los patricios, la unión en el marco de la plebe fue para ellos
la única posibilidad de afirmarse frente a la poderosa nobleza de la tierra. El nacimiento de la
plebe como estamento cerrado estuvo presente también un estrato bajo de tipo más bien
urbano, integrado por artesanos y gentes de comercio.
Los clientes constituían, en contraposición a una parte de la plebe, un estrato inferior
prioritariamente campesino. Los clientes podían verse libres de su sujeción a los nobles (por
su muerte, pongamos por caso, sin dejar herederos) y entrar así a formar parte de la plebe;
como también era posible que algunos miembros de la plebe llegasen a encontrar una
posición estable en la sociedad romana merced a su vinculación personal a una familia
patricia. El cliens entraba en relación de fidelidad (fides) con el noble rico y poderoso, relación
que lo obligaba a la prestación de una serie de servicios de índole económica y moral (operae
y obsequium). En contraprestación el noble, como patronus-suyo que era, asumía una tutela
«paternal», ofreciendo a su cliente protección personal y poniendo a su disposición una
parcela de tierra.
Dentro del ordenamiento patriarcal de la sociedad de época temprana la esclavitud
sólo tuvo oportunidad de desarrollarse en la medida en que a ésta le fue asignada una función
en el seno de la familia, marco de la vida social y económica. El esclavo era considerado
como propiedad del amo carente de derechos personales; era un objeto para comprar y
vender y, en consecuencia con esto, se la denominaba no sólo servus, sino también
mancipium (“posesión”).
Hasta el siglo IV a.C. jugaron un importante papel dos formas de hacer esclavos entre
los ciudadanos libres del círculo del populus Romanus. Una era la posibilidad que tenía un
padre de familia empobrecido de vender como esclavos a sus propios hijos; de la Ley de las
Doce Tablas se deduce que el padre podía también recuperar mediante compra al hijo. La otra
forma de hacer esclavos a partir de ciudadanos libres era la servidumbre por deudas.

La lucha de órdenes en la Roma primitiva:


La contradicción fundamental en el ordenamiento social tempranorromano fue la lucha
entre los distintos grupos de los campesinos libres: frente a frente estaban, de un lado, los
integrantes de la nobleza de sangre y de la tierra, y del otro, los ciudadanos corrientes, cuyos
derechos políticos estaban limitados y de los cuales muchos se encontraban en una situación
económica apurada. Este enfrentamiento fue dirimido en la llamada lucha de estamentos entre
los patres y la plebs, en una pugna entre patricios y plebeyos que duraría más de dos siglos.
La primera fase de esta lucha estuvo caracterizada por la formación de frentes muy
vivos, perfilándose los plebeyos como estamento aparte en oposición consciente al patriciado
e imponiendo la constitución de un estado de dos órdenes. En la segunda fase, entre los años
sesenta, del siglo IV y el comienzo del siglo III a. C., se llegó a un compromiso entre el grupo
rector de los plebeyos y los patricios, y esto produjo a su vez el nacimiento de una nueva élite.
El orden social arcaico de Roma, se descompuso en esta segunda fase del enfrentamiento,
que coincidió cronológicamente con la extensión del dominio de Roma a toda la península
italiana. En su lugar se impuso una nueva estructura de sociedad.
Las causas del conflicto entre patricios y plebeyos hay que buscarlas en el desarrollo
económico, social y también militar de la Roma arcaica. Remontaban a la sexta centuria. Por
una parte, fueron determinantes la explotación económica y la opresión política de amplias
masas de la población por la nobleza patricia. Por otra parte, ya desde el siglo VI se había
operado un proceso de diferenciación en el seno del pueblo, en virtud del cual las tensiones
entre los patricios y los ciudadanos corrientes se agudizaron, y el pueblo pudo declarar la
guerra a la nobleza. Otros grupos de población entraron paralelamente en una situación
económica y socialmente catastrófica, debido a la pérdida de sus tierras y a su
endeudamiento, particularmente gran número de pequeños campesinos, que habían de
repartir, generación tras generación, el modesto patrimonio familiar entre cada vez más
herederos. Los objetivos de estos dos grupos plebeyos eran, consiguientemente, muy
diferentes: los plebeyos acomodados aspiraban, ante todo, a la equiparación política, esto es,
a la admisión en las magistraturas y a la igualdad de derechos con los patricios en el senado,
a más de a la integración social mediante la autorización de los enlaces matrimoniales entre
cónyuges nobles y no nobles. Al miembro pobre de la plebe le interesaba mejorar su situación
económica y su posición social, que pasaba por una solución de las deudas y por una
adecuada participación en el disfrute de la tierra estatal (ager publicus). El enemigo para
ambos grupos era, sin duda el mismo, la nobleza patricia las posibilidades de éxito que ellos
tenían consistían en aliarse contra ésta, en desarrollar instituciones comunes como
organizaciones de lucha y en arrancar las reformas apetecidas por ambos.
Los plebeyos pudieron sacar partido por vez primera a estas oportunidades tras la
caída de la monarquía en Roma.
Con el paso del siglo VI al V a. C. la infantería vio acrecer su importancia táctica: la
forma arcaica de hacer la guerra, con la nobleza a caballo, se mostró ya insuficiente en las
campañas militares contra la bien fortificada Veyes (Veii) y contra los pueblos de la montaña.
El desarrollo de la ciudadanía hoplítica, al igual que en Grecia a partir de la séptima centuria,
hizo que con la fuerza militar del pueblo se elevase también su propia confianza y seguridad, y
que aumentase su actividad política.
El primer paso decidido, y al mismo tiempo el primer gran triunfo de los plebeyos fue la
puesta en funcionamiento de instituciones propias: ello significaba la creación de una
organización para su autodefensa y para la lucha política, a más de su unión como orden
aparte frente a la nobleza. Según la tradición de la analística, este acontecimiento decisivo
tuvo lugar en el año 494 a. C., en que la primera secesión del pueblo se vio coronada por el
éxito y la institución del tribunado de la plebe fue introducida. En la práctica, esta comunidad
no limitó ni mucho menos sus actividades a atender un culto religioso, sino que tuvo la
pretensión de ser «un estado dentro del estado». Como alternativa a la asamblea popular, los
plebeyos celebraron asambleas propias (contilia plebis) en el marco de esta comunidad de
culto y en ellas adoptaron algunas resoluciones (plebiscita). Elegían jefes, los aediles
(«administradores del templo», de aedes = «templo»), y los tribuni plebis, cuyo número era de
dos en un principio y de diez desde mediados del siglo V a. C.; mediante sagrado juramento
(lex sacrata) acordaron la inviolabilidad (sacrosanctitas) para los tribunos de la plebe,
requirieron su amparo contra la arbitrariedad de los magistrados patricios (ius auxilii).
El segundo triunfo de los plebeyos consistió en forzar una repartición del conjunto del
pueblo en tribus según un principio de división favorable para ellos y, por consiguiente,
también una nueva ordenación de la asamblea popular en consonancia con sus intereses. Las
tres viejas asociaciones gentilicias de los Tities, Ramnes y Luceres no fueron ciertamente
suprimidas, pero sí ampliamente sustituidas por tribus articuladas regionalmente. Cuatro de
ellas, la Suburana, Palatina, Esquilina y Collina, correspondían, en tanto que tribus urbanae, a
los cuatro distritos de la ciudad de Roma; a esto se añadieron en el siglo V a. C. las 16 tribus
rusticae en un cinturón alrededor de la ciudad. En la asamblea popular organizada según el
principio de división regional de las tribus (comitia tributa), los patricios no podían comparecer
ya a la cabeza de unos clanes cerrados y sometidos a ellos, y dominar de antemano estos
comicios con la movilización de sus clientes, como sucedía en la vieja forma de asamblea
popular (comitia curiata). El nuevo marco ofrecía al mismo tiempo buenas posibilidades para la
agitación plebeya, que ya no podía ser acallada.
Los plebeyos pudieron anotarse una tercera victoria a mediados del siglo V, en el 451
o el 450 a. C., la codificación del derecho en la llamada Ley de las Doce Tablas; se trató de
una fijación por escrito del derecho vigente, con disposiciones bien que duras para los estratos
bajos de la población.
El cuarto gran triunfo de la plebe en su lucha contra el patriciado fue el de lograr
imponer una nueva división de la ciudadanía en clases propietarias.
Las escalas de propiedad de los miembros de cada una de las clases posesoras
venían calculadas en la llamada constitución serviana por el tipo de armamento que podían
permitirse en la guerra. Por encima de las clases (supra classem) figuraban los equites,
evidentemente los integrantes de la nobleza ecuestre patricia, repartidos en 18 centurias. La
primera clase comprendía las 80 centurias de la infantería pesada, que, pertrechada de yelmo,
escudo, coraza, grebas, jabalina, lanza y espada, constituía la columna vertebral del conjunto
de la leva romana; en dicha clase estaban representados ante todo los plebeyos ricos. A la
segunda, tercera y cuarta clase, con 20 centurias respectivamente, pertenecían los restantes
propietarios en grados decrecientes de fortuna: los miembros de la segunda clase portaban
armas ligeras como los de la primera clase, aunque sin coraza y con un pequeño escudo
alargado en lugar del escudo redondo; los ciudadanos de la tercera clase carecían por
completo de armadura y sólo llevaban yelmo y armas ofensivas; los miembros de la cuarta
clase iban únicamente provistos de jabalina y dardo. En la quinta clase, compuesta de 30
centurias, estaban reunidos los pobres, armados únicamente con una honda. A estas
unidades se añadían además dos centurias de fabri, que se encargaban de las máquinas de
guerra y estaban asignadas a la primera clase, así como dos centurias más de músicos,
adscritas a la quinta clase. Los desposeídos por completo, por consiguiente los «proletarios»
sin armas, fueron agrupados en una centuria por debajo del ordenamiento en clases (infra
classem), pudiendo encontrar ocupación en la guerra como ordenanzas y rastreadores. Este
nuevo ordenamiento sirvió al mismo tiempo de base para la organización de la asamblea
popular. En los comicios organizados por clases y centurias (comitia centuriata) cada centuria
tenía un voto, con independencia del número efectivo de sus miembros.

LA SOCIEDAD ROMANA DESDE EL INICIO DE LA EXPANSIÓN HASTA LA SEGUNDA


GUERRA PÚNICA.
La disolución del orden social arcaico: la nivelación de los órdenes y la expansión:
Las alteraciones operadas en la estructura de la sociedad romana desde la caída de la
monarquía y el comienzo de la lucha de los órdenes, colocaron a Roma ante el umbral de una
nueva época de su evolución social. El pueblo había dejado de ser una masa muda: se había
unido en un estamento independiente.
a partir de la mitad del siglo V pudo Roma pasar a la ofensiva y, con la conquista de
Fidenas (426 a. C.) y, sobre todo, el sometimiento de Veyes (396 a. C.), consiguió aumentar
sustancialmente el territorio de su soberanía. Con ello estaba sellado su futuro, y se abría el
camino para la disolución del orden arcaico en el enfrentamiento social y político interno el
imperativo del momento para los plebeyos no era un mayor distanciamiento de la nobleza,
sino precisamente lo contrario, el compromiso con el patriciado, al menos en el caso de los
grupos rectores del pueblo; de cara al exterior, la meta tanto de la nobleza como de otros
sectores dirigentes del pueblo sólo podía ser la prosecución de las conquistas, a fin de
resolver a costa de terceros la apurada situación económica de los pobres y asegurar al propio
tiempo mayor riqueza a los ya acaudalados.
Poco después del 400 a. C., las tensiones en Roma se incrementaron notablemente.
Debido al crecimiento natural de la población el número de desposeídos de tierras se elevó
cuantiosamente, mientras que la ampliación del territorio nacional romano, tras la conquista de
Fidenas y Veyes (Veii) no aplacó en absoluto el descontento de los pobres, sino que
precisamente lo que hizo fue agudizarlo aún más: la tierra anexionada por Roma como botín
de guerra no fue repartida entre los indigentes, sino que se vio ocupada por los hacendados
ricos. Simultáneamente, las condiciones políticas del momento avivaron el descontento de la
plebe, incluidos los plebeyos ricos: en las guerras victoriosas contra los vecinos la infantería
plebeya, y en particular la infantería pesada nutrida por los plebeyos pudientes, había tenido
una participación fundamental y reclamaba la influencia política que le correspondía. La
situación se tornó aún más difícil después de que en el 387 a. C. una tropa en busca de botín,
integrada por galos asentados en la Italia superior, batió al ejército romano, tomó
temporalmente Roma hasta el Capitolio, saqueó la ciudad y devastó los campos circundantes:
muchas familias perdieron entonces sus haciendas y como consecuencia de ello se vieron
reducidas a la esclavitud por deudas; al propio tiempo, también el ordenamiento estatal
patricio sufrió a resultas de todo ello una conmoción. A raíz de todo esto se puso en evidencia
la necesidad de reformas, y el ala del patriciado dispuesta al compromiso —en alianza con los
jefes de la plebe— logró imponerse y hacer valer sus criterios.
Según las fuentes, la reforma decisiva tuvo lugar en el 367 a. C., en virtud de las
llamadas leges Liciniae Sextiae (Liv. 6, 35,3 s.), así denominadas por los tribunos de la plebe
Cayo Licinio Estolón y Lucio Sextio Laterano. Mediante esta legislación se logró de un sólo
golpe mejorar considerablemente la situación económica de los plebeyos pobres y alcanzar la
equiparación política de la plebe con el acceso de los líderes del pueblo a las más altas
magistraturas. El desarrollo legislativo de la República desde las leyes licinio-sextias, que
pusieron el proceso en marcha, hasta la lex Hortensia del año 287 a. C., fue una corriente
imparable de reformas sociales y políticas en favor de la plebe. En congruencia con la
apertura de esta política reformadora por las leyes licinio-sextias, también las disposiciones
ulteriores se orientaron en las dos direcciones ya conocidas: por un lado, procurando remediar
la acuciante situación económica de los plebeyos pobres; y, por otro, efectuando la
equiparación política del pueblo con los patricios, lo que no significaba otra cosa que la fusión
de los sectores plebeyos dirigentes con los descendientes del viejo patriciado.
Las deudas, que oprimían a los indigentes y los amenazaba con la pérdida de la
libertad personal, fueron en parte canceladas; se acordó que nadie podría ocupar en suelo del
estado una superficie de explotación superior a las 500 yugadas. Los ricos hacendados
tuvieron que ceder al menos una parte de la tierra que se habían arrogado, y esta tierra pudo
ser entonces repartida entre los pobres.
Durante su censura del 312 a. C., el filoplebeyo y reformista Apio Claudio Ceco impuso
todavía otra medida que iba en la misma dirección que la reforma agraria de las leyes licinio-
sextias: a los antiguos esclavos, en su mayor parte gente muy pobre, que tras su manumisión
carecían por lo general de todo tipo de bienes raíces y que en consecuencia venían siendo
inscritos únicamente en las cuatro tribus urbanas, los repartió también en las tribus rústicas, a
fin de que pudiesen disfrutar de un lugar de residencia fijo y una parcela de tierra en el campo.
Ello significaba al mismo tiempo que los libertos, como ciudadanos de la más baja condición
social que eran y que hasta el momento sólo habían podido intervenir políticamente dentro de
las tribus urbanas, estaban ahora en condiciones de influir también en la opinión y en la vida
política de la población campesina. En el año 304 a. C. esta reforma fue anulada.
La mayoría de los esfuerzos reformadores de esta época estaban encaminados a la
plena igualación política de los plebeyos. La lex Valeria de provocatione del 300 a. C.
fortalecía la seguridad del ciudadano ante los magistrados: en virtud de dicha ley, el ciudadano
que era condenado por un magistrado a la pena máxima tenía el derecho de apelar a la
asamblea popular (provocatio).A los dirigentes plebeyos les interesaba sobre todo verse
igualados con los patricios en la dirección política del estado romano.
Las leyes licinio-sextias de los años siguientes trajeron ya la reforma más contundente:
desde entonces los funcionarios superiores del estado —tanto en la administración de justicia
como en la conducción de la guerra— fueron los dos cónsules de los cuales uno podía ser
plebeyo, más el praetor, solo con atribuciones en el ámbito de la justicia, y cuya magistratura
podía ser revestida tanto por un patricio como por un plebeyo; paralelamente, se confirió
también a los plebeyos el derecho a presentarse a los restantes cargos más elevados
(dictadura, censura). Amén de esto, junto a los dos aediles plebis fueron elegidos dos ediles
patricios (con el título de aedilis curulis), a fin de que también las funciones de los ediles
quedasen repartidas por igual entre los representantes de ambos órdenes. La culminación de
este proceso de integración de los plebeyos en las magistraturas tuvo lugar por la lex Ogulnia
del 300 a. C., momento a partir del cual quedaron abiertos para los representantes de la plebe
los altos puestos sacerdotales de pontífices y augures.
En virtud de la lex Ovinia (anterior al año 312) quedó estipulado que las bajas
producidas en las filas de los senadores habían de ser cubiertas regularmente por los
censores; ello significaba que en cada censura el senado podía ser renovado con plebeyos
acaudalados e influyentes. Durante la censura de Apio Claudio Ceco en el 312 a. C., muchos
plebeyos fueron admitidos en el senado. a partir de la lex Publilia (339 a. C.) las objeciones
que el alto órgano tuviese contra cualquier decisión de los comicios, tenían que expresarse de
antemano y ante la asamblea popular; de esta forma, los acuerdos tomados por el pueblo
escapaban al riesgo de verse declarados sin validez por obra simplemente de una mayoría
conservadora de los padres. Más lejos aún fue la lex Hortensia del 287 a. C., que en general
es considerada como el cierre de la lucha entre los órdenes. Tras producirse alteraciones
como consecuencia del endeudamiento de particulares, la lucha entre patricios y plebeyos
pareció encenderse de nuevo con la misma virulencia de los viejos tiempos, pues la plebe
recurrió incluso a la medida extrema de la secesión, como por dos veces aconteciera en el
siglo V, según cuenta la tradición; «pero, precisamente en este instante los jefes de la plebe y
del patriciado hubieron de pasar por alto esa tensión del momento para llegar a un acuerdo
general sobre las desavenencias del pasado».
Con la concesión del derecho de ciudadanía, Roma abrió a las distintas tribus y
pueblos de Italia la posibilidad de entrar a formar parte de su sistema socio-político. A partir
del momento en que Italia quedó finalmente unificada bajo el dominio romano, hecho
consumado en vísperas de la primera guerra púnica, la península apenina quedó constituida
como una red de comunidades de diferente condición jurídica bajo la soberanía romana.
Como consecuencia de la extensión del dominio romano en Italia tuvo lugar un
profundo cambio en la estructura de la sociedad romana, aproximadamente en los cinco años
que transcurren desde las leyes licinio-sextias hasta el estallido de la segunda guerra púnica.
Las reformas promovieron una nueva forma de diferenciación social Los vínculos gentilicios,
que habían servido de base a las estructuras arcaicas, fueron aún mantenidos durante siglos
por el siempre vivo sistema de clientelas y por los cultos privados, teniendo su gran influencia
en las relaciones entre los particulares y los grupos, pero dejaron ya de funcionar como
principio determinante de división de la sociedad. El sistema simple de los dos órdenes de
patres y plebs se vio sustituido por un nuevo modelo de sociedad. La nueva capa alta se
componía, de los descendientes, de la vieja nobleza de sangre y de las familias plebeyas
dirigentes, unidos entre sí mediante estrechos lazos familiares. Los componentes de este
estrato superior debían su posición rectora a sus funciones de mando, que ejercían como
magistrados y miembros del senado —y ello gracias a su propiedad y fortuna, que les
posibilitaban precisamente el revestimiento de tales funciones de mando-.
El modelo de sociedad romano, concentrado hasta ahora en Roma y sus aledaños,
trascendió el marco de la ciudad-estado por obra de la expansión, la colonización y la
concesión del derecho de ciudadanía, y fue trasplantado a un sistema estatal en el que
coexistían muchos otros centros urbanos con territorios propios.

El orden social romano en el siglo III a.C.:


La Roma del siglo III a. C. vio cristalizar un sistema social aristocrático peculiar, cuya
evolución no hizo sino acelerarse con la victoria romana en la primera guerra púnica (264-241)
y que sólo a raíz de las transformaciones acaecidas durante la segunda guerra púnica (218-
201) tomó en parte un rumbo nuevo.
Considerada desde la perspectiva de su estructura económica, Roma era todavía en el
siglo IV a. C. un estado agrario, en el que la inmensa mayoría de la población vivía del cultivo
de la tierra y del pastoreo y en el cual la propiedad del suelo constituía la fuente prin cipal y al
mismo tiempo el distintivo más importante de riqueza. Artesanía y comercio tenían sólo un
papel limitado; en el comercio eran aún empleados medios de trueque arcaicos (ganado,
además de barras y planchas de cobre bruto valoradas a peso), en lugar de dinero acuñado;
artesanos y mercaderes sólo podían constituir un grupo proporcionalmente reducido en el
seno de la plebe. Para el desarrollo romano tuvo ciertamente una gran relevancia el que la
artesanía, el comercio y también la economía monetaria conquistasen un rango considerable
en la economía y condujesen al fortalecimiento de los grupos sociales activos en estos
sectores. Esta diversificación de la vida económica se vio particularmente acelerada por el
hecho de que Roma se convirtió asimismo en un poder naval a raíz de sus enormes esfuerzos
en tal sentido durante la primera guerra púnica, circunstancia que, añadida a la conquista de
Sicilia en el 241 a. C. y a las de Cerdeña y Córcega en el 237 a. C., y más aún, con la
organización de estas islas en el 227 a. C. como las primeras provincias romanas en el
Mediterráneo occidental, activó de forma inevitable su expansión económica. Introducción de
la acuñación regular de moneda en el 269 a.C.

c) La República oligárquica (s. II a.C. – s. I a.C.) Consecuencias de la expansión romana.


La crisis del siglo II a.C. El desequilibrio socio-económico y los enfrentamientos
políticos. Los cambios culturales y religiosos. Los intentos de solución de la crisis: los
Gracos, Mario y Sila. Ruptura del orden republicano y búsqueda de una nueva forma
política. El proyecto romano: Pompeyo y Cicerón. El proyecto helenístico: Julio Cesar.
El segundo triunvirato. Consecuencias de las guerras civiles.

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