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“El que no ama, no conoce a Dios; porque Dios es Amor”. (1 Juan 4:8)
Más allá de las diferentes claves para decodificar las enseñanzas escondidas en los textos,
hay un principio que es fundamental a la hora de sumergirnos en el estudio de los textos
sacros. Se trata del “Principio de Caridad”, el cual establece que “cualquier interpretación
que disemine el odio o desdén es ilegítima”.
En palabras de Agustín de Hipona: “Tenemos que mediar en lo que leemos, hasta que
encontremos una interpretación que tienda a establecer el reino de la caridad. La Sagrada
Escritura solo enseña caridad, solo condena la codicia, y de esta manera modela las
mentes de los hombres. (…) Por lo tanto, quienquiera que crea que entiende la divina
Sagrada Escritura o alguna parte de ella que no se base en el doble Amor a Dios y a
nuestros vecinos, no la entiende en absoluto. Quienquiera que allí encuentre una lección
para la construcción de la caridad, aunque no haya dicho lo que el autor aparentemente
haya pretendido decir en ese lugar, no ha sido engañado”. (1)
Dicho de otro modo: toda la literatura espiritual promueve el Amor entre los hombres y si
no lo hiciera deberíamos –en primer lugar– revisar nuestra interpretación de los pasajes que
se contrapongan a este principio. Si “Dios es Amor” (“Deus Caritas Est”) entonces todo lo
que provenga de Dios debe estar impregnado de Amor, no de Odio. Aunque le agreguemos
toneladas de literatura y comentarios, todo el Sendero Espiritual se resume en este sencillo
principio: el Amor.
“Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo Amor, no soy más que un metal
que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los
misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero
me falta el Amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego
mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo Amor, nada gano con eso.
El Amor es paciente, es bondadoso. El Amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso.
No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El
Amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo
lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El Amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será
silenciado y el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de
manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo
era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a
ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como
en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta,
pero entonces conoceré tal y como soy conocido.
Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el Amor. Pero la más
excelente de ellas es el Amor”.
(1 Corintios 13)