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CARISMAS
Benigno JuanesfS.J.
Nihil Obstat:
Benito Blanco, S. J. Provincial
Santo Domingo, Octubre, 1992
Imprimatur:
Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez
Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo
Diseño de portada
Glenda de Rosario
Diagramación
Moliy Pichardo
Impresión:
Amigo del Hogar
PRESENTACION
PROLOGO
V. BREVE DESCRIPCION DEL “CARISMA” A PARTIR DE LA DOCTRINA DE SAN PABLO
1. Diversos sentidos de la palabra “carisma”
2. Características del “carisma”
A. Los carismas son para el crecimiento en la caridad de la comunidad cristiana
B. I Cor 12, 1-+7: El verdadero carisma manifiesta una intervención del Espíritu
C. Ef. 4,16 Gal 5,22 El reconocimiento de los carismas
X. DIVESIDAD DE CARISMAS
1. Formulación
A. Clasificación de los carismas
B. Carismas en sentido no estrictamente eclesial
C. Carismas “ministeriales”
D. Carismas “institucionalizados”
E. Carismas “libres”
2. ¿Carismas “ordinarios” y “extraordinarios”?
A. Criterios
B. Un juicio de valor
C. Un juicio cualificado
3. Unidad y diversidad de los carismas
4. División de los carismas (1 Cor 12,7-11)
Apéndice
LOS CARISMAS EN LA IGLESIA
1. Los carismas a través de la historia
2. La permanencia de los carismas
3. El despertar de los carismas
4. Nuestra época y el despertar de los carismas
PRESENTACIÓN
Santo Domingo.
26 de mayo de 1992
Mi querido P. Juanes:
Le escribo en nombre de Su Eminencia el Cardenal Nicolás de Jesús López Rodriguez que se encuentra fuera del país.
Tiene Usted todos los permisos para publicar el libro "Introducción a los Carismas". No se olvide de poner en la publicación
En su carta de nihil obstat el Censor escribe al Señor Cardenal. Es libro muy esclarecedory orientador, llamado a hacer
mucho bien, sobre todo dentro del Movimiento de Renovación Carismática Católica. Está escrito muy pedagógicamente. Esto
favorecerá su asimiladori y su retención. "Y es fruto no sólo de la cabera sino también del corazón del P. Juanes". También le
expresa que "a lo largo de todo el libro distingue perfectamente lo que es claro y está presente en la Revelación" (por lo tanto
"de FIDE divina") de lo que no es tan claro y es todavía "teoría" o "hipótesis" bien fundamentada.
Personalmente, P. Juanes, reciba mi fehcitaáón. Creo que con la trilogía que ha publicado ha rendido un trascendental
servicio no sólo a la Renovación sino también a todos los fieles. Ojalá que esa trilogía se venda profusamente.
Emprendemos, no sin cierto temor, esta obra: "Introducción a los Carismas". Aunque ya han aparecido libros excelentes y numerosos
artículos sobre el tema, juzgamos que aún hay mucho que investigar y escribir sobre él. Las experiencias de los carismas se han
multiplicado, discerniendo.
Sin embargo, es preciso no dejar de tocar un tema tan fundamental como son los Carismas en la Iglesia, a través de lo que hemos
conocido y vivido en la Renovación Carismática Católica que ni es el lugar único donde florecen, ni quizás el más privilegiado. Desde luego,
los carismas se dan a la Iglesia y el "dónde" adecuado y querido por Dios para ejercerlos; pero la Renovación carismática representa un
lugar en el que el Espíritu se complace en prodigarlos. En ella se piden, se usan, se purifican, se disciernen, pese a todos los errores y
desaciertos que se puedan haber cometido. Si es cierto que la Iglesia es esencialmente carismática, pedirlos y usarlos debidamente,
conforme a las repetidas indicaciones del Vaticano II, no deja de enriquecer a la misma Iglesia para cuya edificación en la caridad los
suscita el Espíritu.
El primer tomo sobre los carismas tiene por finalidad introducir en su conocimiento, orientar sobre las actitudes correctas, dar a
conocer la mente de la Iglesia sobre ellos, etc. Sin este primer tomo sería difícil emprender y atreverse a tratar lo siguiente.
A él, esperamos en el Señor, que puedan seguirle cuatro más en los que se van tratando separadamente algunos de ellos. Hemos
intentado guiarnos en el tema por la sabia y competente orientación de autores de garantía y por otras personas que han tenido y tienen
una sana y discernida experiencia de ellos. Dejamos por decir muchas cosas. No es posible, ni seríamos capaces de decirlas. Pero nos
Rogamos encarecidamente al Señor quiera bendecir abundantemente esta obra y enriquecer a su Iglesia con toda clase de carismas,
para que, usados conforme a la voluntad del Espíritu que los da, florezca cada vez más en santidad individual y colectiva y en frutos del
Una vez más, sin enumerar los nombres, agradecemos el trabajo callado, duro y desconocido de tantas personas que colaboran en ésta
1. D Grasso, "Los Carismas en la Iglesia", Edic. Cristiandad, Madrid 1984, 11-12; cfr. 11-13.
2. Mons. A. Uribe Jaramillo, “Carismas”., Edit. Argimiro Salazar, Medellin, 177 7;;Cfr. A.M. de Moleon “La experiencia de los Carismas”,
Edit. Roma, Barcelona 1979, 14.
3. T. Forrest, “Cómo se pierden los carismas”, International Newsletter, n.4, julio agosto 1980
La lista de carismas, en el mismo San Pablo, es mucho más amplia; son bastantes las citas (que enumeraremos). También se
encuentran en otros escritores sagrados del Nuevo Testamento. Y aún éstos, representan un muestrario. Los carismas, en
expresión de los teólogos, son tantos cuantas son las necesidades de la Iglesia en la cual y para la cual se dan. San Pablo está
acorde con la afirmación precedente cuando dice en 1 Cor 1,5-7; "porque habéis sido enriquecidos en todo, y así no escaseáis en
ningún carisma"4'5 (se refiere a la comunidad, no al sujeto particular como si cada uno poseyera todos los dones).
e) Pensar que los carismas no tienen que ver nada o muy poco con la Iglesia. Y caer en el error de que pueden ser discernidos al
margen de ella y usados libremente, sin la guía, las normas y la orientación de la Iglesia, a través de sus representantes legítimos
(LG. 12; AA. 3).
f) Pensar que una ve% recibidos y discernidos los carismas; actúan por sí mismos, al margen de toda cooperación de la persona.
No es excesivo insistir en la necesidad de los dones espirituales para la Iglesia y el mundo de hoy. Lo hicieron Juan XXIII, Pablo VI,
Juan Pablo II y, sobre todo, el Concilio Vaticano II, apoyándose en la revelación misma.
Son una fuerza que viene de arriba (Le 24,49); son señales que confirman el mensaje del Evangelio (Me 16,20); son la fuerza que
viene de Dios v nos capacita para ser testigos de Cristo, muerto y resucitado, hasta los confines de la tierra (Hech 1,8). Si n e ce
sitam o s imperiosamente los dones, no menos necesitamos sabiduría para poder usarlos con todo el poder que encierran y no
desvirtuados o apropiárnoslos. Los carismas son los mensajeros, no el mensaje; signos que señalan a Jesús y no a sí mismos, ni,
mucho menos, a ios "carismáticos" que los reivindican. No son, en modo alguno, fines en sí. Se orientan y están al servicio de un
objetivo superior. San Pedro lo indica claramente (1 Cor 12, 7ss.). Se requiere, por lo tanto, una sabiduría para apreciarlos, ni más
ni menos que el Espíritu, su Dador, y la Iglesia lo hacen. Se necesita ese justo equilibrio en el uso "discreto": la cooperación
discernida y equilibrada de la persona. Y, sobre todo, su colaboración en mantener limpios y siempre crecientes los motivos
fundamentales e insustituibles que los dirigen hacia los fines para los cuales el Espíritu los comunica.6
6. Forrest, "Sabiduría para liberar el poder de los dones", International Newsletter, nov. -dic., 1.980.
7. Ph. Madre, "Mystere d'amour et mysterc de guerison", Pneumatheque, París, 1982, 144 -145.
Esta maduración progresiva no se podrá dar si la persona no se aplica seriamente a la oración y adoración y no se enraiza fuertemente
en la Eucaristía. De otro modo, se producirá el estancamiento espiritual y aun el retroceso. Le acecharán los mismos peligros de
desviación que asaltan a los que, habiendo recibido la gracia, no se reabastecen y se centran en Aquél que la da.
No son pocos los cjuc reciben gracias carismáticas, que permanecen en estado embrionario, porque ni reconocen estas "primicias" ni
favorecen su desarrollo. Es un auténtico mal la falta de la persuasión aludida pues lleva a pensar que, una vez recibida, no demandan
un ulterior desarrollo, ni están sujetas a la conveniente instrucción sobre ella; la experiencia propia y ajena; la oración humilde y
suplicante; la apertura a las inspiraciones del Espíritu; al discernimiento pacientemente ejercitado...
No hoy duda alguna sobre esto: a la Iglesia de Cristo no le ha faltado ni le faltará nunca el elemento carismático, por que forma parte de
su naturaleza, de su mismo ser. El Vaticano II ha tocado este punto repetidamente, y, de modos diverso, enseña al pueblo cristiano
esta verdad fundamental: "El mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige al pueblo de Dios mediante los sacramentos y los
ministerios y lo adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición,
distribuyendo a cada uno según quiere (1 Cor 12,11) sus dones, con los que los hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y
deberes que sean útiles para la Renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: a cada uno... (ICor 12,7)8
Entre esta tríada de elementos constitutivos de la Iglesia: el institucional, el sacramental y el carismático, no existe oposición sino
integración. "No se puede hablar nunca de dos iglesias, una de las cuales sería la institucional y visible y la otra la carismática (y la
sacramental) invisible. La unión de ambas dimensiones es esencial a la noción misma de Iglesia".9 La Iglesia siempre ha enseñado que
la gracia sacramental (la gracia santificante que dan los sacramentos) y la gracia extrasacramental (la gracia actual que se da por los
carismas) obran juntas la santificación del cristiano.10
8. LG. 8.
Los tres están ordenados ordenados al mismo fin pero de modo diverso. Lo definitivo es la santificación, imitar la santidad misma del
Padre, a ejemplo de Jesucristo, con la fuerza del Espíritu (Mt 5,48; Rom. 8,29). Pero cada elemento contribuye de manera diversa,
correspondiente a su propia naturaleza: la institución discierne jos carismas y regula su buen uso (1 Tes 5,12;19-20). Pero la misma
institución es va en sí un carisma y vehículo privilegiado de los m rismas porque en ella nacen, viven, se desarrollan, se ejercen,
fructifican. Por su parte, los ministerios o servicios que forman parte de la Iglesia-institución, se hallan animados por los carismas
correspondientes. Estos capacitan a ios fieles que los reciben para la misión que les es propia: evangelizar, guiar, santificar..., más
aún, con todo derecho cabe afirmar que cada uno de los ministerios oficiales en la Iglesia (carismas de servicio y oficializados) es un
carisma para los otros carismas. Así, en el carisma del sacerdocio, se pueden ejercer los carismas de consejo, dirección, profecía,
curación, atención a los necesitados, etc. Esto se da en todo ministerio clerical o laical, necesarios en la Iglesia para que cumpla su
misión evangeiizadora y salvadora.
Si se instruye a ios fieles rectamente, cada carisma oficial les hace tomar conciencia de los dones recibidos para el bien común de la
única comunidad de salvación11.
9. Card. L-J. Suenens, "Un nuevo Pentecostés?", Desclée de Brower, Bilbao, 1975, 18.
10. K. Rahner, "Lo dinámico es la Iglesia", Herder, Barcelona, 1968.
11. D. O'Connor, 'Carismáticos', "Nuevo diccionario de espiritualidad", 'Laico", 804.
Este doble elemento: el institucional y el carismático se ordenan en su estado definitivo, a vivir la gracia o la perfección de la caridad,
que se da, sobre todo, por los sacramentos. Por eso, de algún modo, están relacionados con esta dimensión sacramental, como a su
fin último, por la virtualidad propia y específica de los sacramentos; aunque ellos no sean la vía exclusiva de realizar nuestra identidad
de hijos de Dios, de injertados en Cristo, de ser templos vivos del Espíritu Santos, o tener una relación íntima con la Trinidad.
Los carísmas, en la doctrina de San Pablo (Rom 12, 3-8;l Cor 12,7-11), están íntimamente asociados a la doctrina de la Iglesia como
cuerpo Místico (LG,7). San Pablo pasa, con toda naturalidad, déla consideración de la diversidad de carismas a la discusión de la
Iglesia como cuerpo místico de Cristo. Esto indica con suficiente claridad, la unión que para él existe entre ambas realidades. La
Iglesia-cuerpo místico, se diferencia por la multiplicidad y variedad de miembros, de funciones y de carismas para su ejercicio. Estos
determinan las funciones de cada uno de los miembros del cuerpo y, al mismo tiempo, lo capacitan para realizar la función o ministerio.
Obviamente, en la asignación de funciones, debe entrar como un elemento imprescindible, el discernimiento y autoridad de quienes
han sido puestos por Dios para regir la Iglesia. Pero, a su vez, les incumbe el deber de tener en cuenta los carismas reales de que son
dotados los fieles (PO 9; AA, 3), sometidos a un prudente discernimiento (1 Tes 5,19).
Sin tal variedad de carismas operativos que el Espíritu da a los fieles, la Iglesia sería impensable; no sería un cuerpo vivo, y por lo
tanto, el cuerpo de Cristo viviente.
La conclusión es obvia: la misma atención que se ha de prestar al cuerpo místico, se ha de conceder a la realidad de la multiplicidad y
variedad de los carismas para bien de ese cuerpo místico.
En la Iglesia como una comunidad estructurada, se dan carismas institucionales, como el de ser apóstoles, profetas, maestros (Ef 4,
4-16). Pero también se dan otros llamados "libres", no institucionalizados. Elementos esenciales, porque determinan la función de
cada miembro.12,13
El texto principal del Concilio Vaticano II sobre los carismas (LG, 12) habla de la naturaleza y función de los carismas. Los describe
como "gracias especiales" que el Espíritu Santo distribuye entre los fieles de cualquier condición. El término empleado "fieles" incluye
a todos miembros de la Iglesia. Obviamente, por lo tanto, va de los más sencillos y humildes hasta la suprema autoridad en ella: el
Papa. Algunos de estos carismas son extraordinarios, pero otros son simples, aunque muy útiles en la Iglesia, y se encuentran
ampliamente difundidos. Todos, por consiguiente, como dones del Espíritu, son "gracias especiales", según el mismo Concilio. Queda,
pues, excluida la idea de que los carismas están reservados a ios santos y a los místicos. Esta doctrina: la de que el Espíritu Santo los
distribuye entre quienes le place, santos y personas de vida cristiana normal y aun mediocre, es la que claramente enseña San Pablo
en sus cartas (1 Cor 12,7-11). Sus escritos son la primera fuente en el estudio de los carismas. Esto es volver, afortunadamente, a las
fuentes de la Escritura y a la autentica tradición de la Iglesia. El mismo Espíritu se encargó de probar, de autentificar las enseñanzas del
Concilio sobre los carismas (LG.12; PO-9; AA,3), entre otros textos relativamente abundantes), cuando tres años mas tarde irrumpió,
sorpresivamente, entre algunos católicos de la Universidad de Duquense (Pittsburgh) con la efusión de su Espíritu y con sus dones.
12. F.A. Sullivan, "Carisma and Charismatic Rcnewal". Servant Books, 19S2 18-20.
13. El Concilio Vaticano II señala que los dones del Espíritu forman parte de los elementos básicos de la vida de la Iglesia. G.;n ello, el
Espíritu Santo hace "aptos a los fieles y prontos para ejercer las diversas obras de deberes que sean útiles para la renovación y la
mayor edificación de la Iglesia...; deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de
la Iglesia (LG, 12). Los carismas se encuentran en relación con la Palabra, los sacramentos y el Ministerio, pero en cuanto
manifestaciones ocasionales del Espíritu Santo no son equiparables a éstos en la forma en que puede recibir y ejercer los carismas a
través de una entrega personal a Dios siempre renovada en cada caso (Rom 12,1)".
F. Kunter, "La decisión fundamental del cristiano'*, Koinonia, n. 58, marzo- abril, 1986, 12.
Por otra parte, la ya larga experiencia de 30 años de la Renovación Carismática, parece reafirmar esta doctrina. Una gran parte de las
personas favorecidas con los carismas del Espíritu, aun con los mas extraordinarios, son personas en las que, probablemente, no
hubiéramos pensado a la hora de asignarles un puesto en la distribución de tales dones del Espíritu. Pero El es libre y los distribuye
cuándo, cómo y a quiénes desea darlos.14,15
h) Poner el "acento " en los carismas, más allá de lo conveniente:
Por más que los carismas sean algo que se debe apreciar y pedir humildemente y con plena disponibilidad, es necesario que aun esta
realidad sea puesta en su propio lugar. Las palabras del Cardenal Suenens nos sitúan debidamente en el punto preciso y nos advierten
contra posibles exageraciones: "poniendo el acento sobre los carismas, por más reales que sean, se olvida fácilmente que el don
primero del Espíritu Santo es el mismo Espíritu; que la gracia por excelencia es una gracia teologal de crecimiento de fe, de esperanza,
de caridad y que la caridad es el test supremo de toda autenticidad cristiana"16
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