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Proviene del latín, que nos llega vía España; lo que vamos a intentar en esta unidad es reconstruir su génesis a
través de tiempos, espacios y hechos que tendremos que recorrer para llegar a la realidad actual de nuestra lengua;
algo así como tirar de un hilo como el de Ariadna, con el que la hija del rey de Creta ayudó a Teseo a salir del
laberinto.
Se ha establecido a través de la existencia de palabras parecidas entre el latín y otras lenguas —como el griego, el
alemán o el sánscrito— que todas formaban parte de un tronco común: el indoeuropeo. Los pueblos de esta familia
migraron hacia Europa occidental y Asia oriental a partir del 2000 a.C., y allí desarrollaron en forma autónoma
civilizaciones originales. Sin embargo, los investigadores descubrieron en sus lenguas las huellas de un origen co-
mún y las reunieron en un grupo lingüístico. A su vez, del latín —que surge de la gran familia indoeuropea— derivan
una gran cantidad de lenguas; una de ellas es el español o castellano.
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María del Pilar Gaspar, Élida Ruiz y Herminia Petruzzi, Tomo la palabra 9.º EGB, Buenos Aires, Colihue, 2000, págs. 10-
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península del que se tiene noticia: en la Biblia se describen las naves de Tarsis “cargadas de oro, plata y marfil”,
y el historiador Heródoto cuenta del poder y longevidad de Argantonio, su rey.
Los íberos vinieron del África y al avanzar hacia el norte se unieron a los celtas que habían llegado a la península
atravesando los Pirineos. Ligados a los celtíberos por lazos de sangre estaban los lusitanos en el oeste.
En el norte vivían los galaicos, los astures, los cántabros y los vascos. Apenas conocían la agricultura y se en-
contraban en un nivel más primitivo que el resto de los peninsulares.
Cada uno de estos grupos tenía su propia lengua.
Fenicios y griegos, procedentes del Mediterráneo Oriental, navegaron hacia la península en el primer milenio a.C.;
atraídos por las riquezas mineras de la zona, establecieron allí colonias. Sin embargo, antes de la llegada de los
romanos, quienes tendrían mayor influencia en el territorio ibérico serían los cartagineses. Cartago fue una prós-
pera colonia fenicia del Norte de África que sobrevivió a su metrópoli y dominó las costas mediterráneas. En la
península ibérica desplazó a los griegos y conquistó a los turdetanos. Los cartagineses fueron el enemigo que a
Roma más le costó vencer. La invasión romana a Hispania se vincula a las acciones que inició allí el general cartaginés
Aníbal durante una de las guerras entre estos dos colosos.
No fue fácil para los romanos la conquista de toda la península ibérica: lusitanos y celtíberos ofrecieron resistencia
y las legiones recién lograron dominar a los pueblos del norte en los comienzos de la era cristiana.
El latín vulgar —hablado— y el latín culto —escrito— entran en España durante el dominio romano.
Los sustantivos se declinaban en el latín clásico, es decir, cambiaban su terminación según la función que esas
palabras desempeñaban en la oración. Para decir “los hombres son mortales” se usaba homines, porque los
hombres cumple la función de sujeto. Para decir “el trabajo de los hombres es perecedero” se usaba hominum,
porque los hombres es aquí término de complemento.
El latín vulgar fue dejando poco a poco esos cambios de terminaciones —que se llaman casos— y empezó a
recurrir al uso de preposiciones para mostrar la función, corno ocurre en nuestra lengua, en la que solo con-
servan variantes de caso los pronombres personales.
yo → caso sujeto (nominativo en latín)
me → caso objeto (acusativo en latín)
mí → caso termino (dativo en latín)
El género neutro, que en el latín clásico existía en gran número de sustantivos y adjetivos, desapareció prácti-
camente en el latín vulgar. En castellano quedan algunas palabras con ese género: el artículo “lo” y los demos-
trativos “esto”, “eso”, “aquello”.
Las diferencias están también en el vocabulario: equus (‘caballo’ en latín clásico, del cual derivan entre otras
palabras del castellano: equino, equitación, ecuestre) y caballus (‘caballo’ en latín vulgar) se mantienen en el
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castellano actual y alternan, pero desapareció la diferencia de matiz ya que caballus significaba ‘caballo de
carga’.
Una lengua organizada y con tradición cultural como era el latín había de imponerse necesariamente sobre las
vernáculas; tenía también a su favor que era la lengua de los conquistadores. De hecho esto ocurrió en toda la
península —con excepción de la región vasca— después de un natural período de bilingüismo en el que los pueblos
conservaron su propia lengua para el ámbito familiar mientras incorporaban el latín.
Pero, si bien esas lenguas nativas se extinguieron, dejaron rastros en la invasora.
4. El imperio ya no es el de antes
Las invasiones bárbaras precipitaron la caída del Imperio, que hacia el siglo III, mucho antes de la irrupción violenta
de esos pueblos, ya mostraba signos de decadencia: la agricultura había dejado de ser una ocupación lucrativa y los
campos estaban abandonados; el agobio de los impuestos era tal que muchos hombres se colocaban bajo la pro-
tección de un terrateniente para quien trabajaban en calidad de arrendatarios; cada vez era más pronunciada la
diferencia entre las provincias occidentales, donde las ciudades y el comercio decaían, y las orientales, ricas y es-
plendorosas. Allí, el emperador Constantino el Grande había hecho construir en el siglo IV la ciudad de Constanti-
nopla, situada sobre la antigua colonia griega de Bizancio, con todos los fastos de una nueva Roma. Será en adelante
el lugar de residencia de los emperadores. Esa parte del imperio, donde la influencia romana convivía con la oriental,
sobrevivirá al derrumbe de Occidente y perdurará hasta el siglo XV.
En Occidente, en cambio, los pueblos germanos, a quienes los romanos llamaban despectivamente “bárbaros”, se
asentaron primero en las fronteras y luego, presionados por otros pueblos y alentados por la debilidad del imperio,
penetraron en su territorio.
Los juicios acerca del mundo bárbaro, al que se hizo totalmente responsable de la iniciación de una “Edad del os-
curantismo”, se fueron modificando a través de los siglos y a partir de nuevas investigaciones históricas.
La caída del Imperio Romano de Occidente, que se concretó en forma definitiva en el 476, significó el fin del mundo
antiguo y la iniciación de la que después se llamó Edad Media.
Los germanos no pudieron evadir el influjo de Roma, cuya gloria buscaron igualar y durante siglos se produjo una
fusión de dos culturas muy diferentes.
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Y así como los toscos romanos de los primeros tiempos obtuvieron el beneficio de la refinada Grecia, Los bárbaros
fueron aportando su energía y su ingenio para reordenar y reordenarse en ese mundo decadente pero exquisito
que les era tan ajeno y extraño.
También en lo que hace a su forma de vida, los estudios posteriores aclararon algunos aspectos y atenuaron otros:
eran ‘‘apenas más brutales que los propios romanos”, como se dijo alguna vez, demostraban en sus relaciones
afecto y generosidad, y, según los historiadores, tenían gran fidelidad a sus esposas. La guerra era su ocupación
fundamental; adoraban dioses a los que consagraban bosques y selvas. Resolvían las cuestiones de gobierno en
asambleas donde el choque de los escudos manifestaba el acuerdo de las deliberaciones. Los jefes alcanzaban su
jerarquía por el valor demostrado en el campo de batalla.
5. Los visigod
visigodos en España
Los distintos grupos que invadieron el Imperio romano formaban parte de un mismo tronco: eran germanos y per-
tenecían al grupo lingüístico indoeuropeo. Existió, antes de la invasión, una larga etapa de influencias recíprocas
entre germanos y romanos: los primeros obtuvieron tierras en las fronteras del imperio y formaron parte del ejér-
cito romano donde se valoraban sus aptitudes guerreras. Una de las tribus que estuvo más en contacto con los
romanos fue la de los visigodos, rama del pueblo godo, procedente del este de Europa. A mediados del siglo IV los
ataques de los feroces hunos, pueblo de origen mongol cuyo solo nombre inspiraba terror, impulsaron a los visigo-
dos a buscar refugio en la parte oriental del imperio. Luego de un breve período de acuerdo, se rebelaron contra la
autoridad de Roma y, al mando de su jefe, Alarico, saquearon Italia. Para luchar contra Alarico los romanos retiraron
sus legiones de la frontera del Rhin. Así, los germanos occidentales —vándalos, suevos y alanos—entraron con
violencia en el 406 en Galia (actual Francia) y luego pasaron a España. Los visigodos no abandonaron su belicosidad
y en el 410 atacaron Roma. La muerte de su jefe, Alarico, pareció calmar los ánimos, y sus sucesores se entendieron
con los romanos hasta el punto de ser considerados sus aliados. Así, el débil imperio les encomendó la reconquista
de Galia e Hispania.
Al paso de sus ejércitos, los alanos desaparecieron, los vándalos pasaron al África y los suevos se refugiaron en
Galicia. Frente a una autoridad imperial que era solo una sombra, los visigodos instalaron su reino al sur del río
Loira y fijaron su capital en Tolosa; comprendía el sur de Francia y España. Aún debieron enfrentar a sus enemigos
de la región cantábrica y a los vascos que se protegían con fortalezas instaladas en sus fronteras montañosas. A
comienzos del siglo VI, otro pueblo germano, los francos, los obligó a abandonar Galia y desde entonces su reino se
concentró en España. La nueva capital fue Toledo.
Poco a poco fueron consiguiendo progresos sociales y económicos. Eran los más cultos de los invasores bárbaros.
Llevaron con la población hispano-romana una política de integración; copiaron la legislación del imperio y sus
instituciones, aunque las luchas por el poder que originaba el carácter electivo de la monarquía fueron motivo de
inestabilidad. Como la mayoría de los reinos germánicos, adoptaron la lengua latina y la religión cristiana. Aportaron
también su arte, en especial la orfebrería, y su propia cultura para la nueva época que se inauguraba en Esparta.
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pero la ventura quiso
que entre unas espesas yedras
la mirara el rey Rodrigo.
Puso la ocasión el fuego
en el corazón altivo,
y amor, batiendo sus alas,
abrasole de improviso.
De la pérdida de España
fue aquí funesto principio
una mujer sin ventura
y un hombre de amor rendido.
Florinda perdió su flor,
el padeció castigo;
ella dice que hubo fuerza,
él que gusto consentido.
Si dicen quién de los dos
la mayor culta ha tenido,
digan los hombres: «la Cava»,
y las mujeres: «Rodrigo».
R. Menéndez Pidal, Flor nueva de romances viejos, Madrid, Espasa-Calpe, 1976.
En cuanto a Rodrigo, los romances que completan el ciclo cuentan sus lamentos y el destino final de su vida: un
ermitaño lo absuelve, pero el pecador es entenado, vivo, en una tumba con una culebra de siete cabezas, también
viva...
Las lenguas romances o neolatinas son gallego, portugués, castellano, catalán, francés, italiano, sardo y
rumano.
Los nombres hacen referencia a la geografía o a los pueblos germánicos que los invadieron (del franco, francés).
Una excepción es el rumano, que deriva de romani; así se llamaba exclusivamente a los ciudadanos de Roma, hasta
que el edicto del emperador Caracalla estableció que todos los habitantes del Imperio pasaban a ser romani.
8. Los árabes
Hacia el 715 los árabes habían ocupado casi toda España, con excepción de algunos focos rebeldes en el norte. El
intento de las fuerzas islámicas de extenderse a Francia fue detenido poco después por la acción de los francos. Los
Pirineos serán la frontera entre una Europa cristiana y una España ocupada por los musulmanes, donde las dos
culturas en contacto competirán por el control del territorio durante siglos.
Pero no era éste el único dominio bajo su poder. Poco antes habían golpeado duramente a los dos grandes del
Cercano Oriente: conquistaron el espléndido Imperio Persa y arrebataron vastas regiones al Imperio Romano de
Oriente (o Bizancio como se lo comenzó a llamar). La ciudad de Constantinopla escapó por muy poco a la fuerza
avasallante de los invasores. No contentos con ello avanzaron sobre África y desde allí cruzaron a España.
El Mediterráneo, en otros tiempos el mar de los romanos, principal vía de comunicación e intercambios, fue a partir
de entonces y durante siglos musulmán.
¿Qué características tenía este pueblo y qué circunstancias lograron darle tal empuje capaz de cercar los dominios
cristianos? Artes de la llegada de Mahoma, los árabes eran un conjunto disperso de tribus nómades o seminómades
que habitaban una península desierta. La religión difundida por el profeta —quien revelaba la voluntad de Al-Lah,
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el único dios— dio forma a un Estado centralizado y expansivo. La conquista de los grandes imperios puso a los
árabes en contacto con civilizaciones desarrolladas cuyas instituciones y formas de vida copiaron. A la muerte de
Mahoma, los califas (término que designa a los sucesores del profeta) fueron la autoridad absoluta —política, mili-
tar y religiosa— de un vasto imperio del cual España (Al-Andalus como la llamaron los conquistadores) pasó a ser
parte. A mediados del siglo VIII, se produjo un violento cambio dinástico en el califato y así el mundo musulmán
entró en un postrero esplendor; anterior a su disgregación. Los árabes de España, ligados a las autoridades derro-
cadas, se aislaron de sus pares orientales hasta el punto de que Abderramán III (912-961) decidió proclamarse califa
(es decir, dejó de obedecer a un poder lejano).
8. 1. La Reconquista
Al-Andalus comenzó a vivir una vida propia y espléndida. Córdoba, su capital política, creció admirable y admirada
por los viajeros que a menudo la comparaban con Constantinopla por el desarrollo de las letras, la filosofía y las
artes, la belleza de sus monumentos, el lujo de sus palacios y la animación de sus barrios mercantiles y suburbios
artesanos.
La influencia de esta cultura llegó también al norte donde los reinos cristianos comenzaban a surgir. Su fama tras-
cendía las fronteras del califato: Sancho García, conde castellano, recibía a sus invitados sentado en almohadones
bordados y el rey Sancho de León confiaba a los médicos árabes el tratamiento de su obesidad.
El pueblo, entretanto, seguía su vida; había luchas en el campo de batalla pero después se inclinaban a la conviven-
cia pacífica que era beneficiosa para todos: comerciaban entre ellos, acordaban tratados y relaciones de cortesía.
No revelaron demasiada intransigencia frente a los problemas religiosos ya que había casamientos entre moros
(como se les llamó a los musulmanes nacidos en España) y cristianos, y convivían sin muchos conflictos los árabes
con los mozárabes (cristianos bajo dominación musulmana que mantenían sus creencias) y los muladíes (cristianos
renegados).
En el 1031, sin embargo, el Califato de Córdoba se desmembró por conflictos internos. En su lugar surgieron vein-
titrés reinos de taifas, incapaces de ofrecer resistencia al avance cristiano.
Así, frente a un enemigo débil, comienza la gran hora de los reinos del norte que avanzan en la reconquista del
territorio. La toma de la ciudad de Toledo pareció marcar el fin de los musulmanes y permitió a Occidente entrar
en contacto con su valioso patrimonio cultural. Los reinos de taifas, asustados ante los éxitos cristianos, llamaron
en su ayuda a tribus islámicas del norte de África. Esto dio nuevo impulso a la guerra, pero en el siglo XIII la recon-
quista estaba casi resuelta. Solo quedaba un foco musulmán en el sur. A partir de entonces se detuvo por un tiempo:
los reinos cristianos comenzaron su tarea de organización interna que se produjo no sin luchas.
9. ¿Y cómo se entendían?
entendían?
El latín seguía vigente en las escuelas, pero ya existía la otra lengua, el sermo rusticus que iba contaminando tam-
bién el latín hablado fuera del ámbito escolar. Las obras que salían de los monasterios deslizaban voces vulgares,
por ignorancia o por sentido práctico para hacerse entender por la mayoría: las lenguas romances ya estaban en
formación.
La transformación del latín vulgar continúa durante todo el dominio árabe.
El reino de Castilla se había formado a partir del avance hacia el sur del pequeño reino asturleonés que se estableció
en las montañas del noroeste al producirse la invasión musulmana. En la lucha contra los moros, surgieron nobles
al servicio de los reyes que se enfrentaron a los árabes. Uno de ellos fue el Cid Campeador, don Rodrigo Díaz de
Vivar, personaje del poema anónimo pero de probada existencia real. Su figura es emblema de la lucha por la Re-
conquista de España.
El condado de Portugal se había independizado de Castilla y formó un reino independiente.
Entretanto, el reino de Aragón se estableció sobre la base de la antigua marca (nombre que recibían las provincias
fronterizas) carolingia. La zona había sido ganada a los musulmanes a fines del siglo VIII por los francos. Este pueblo
germano reunió un poderoso imperio bajo la autoridad de Carlomagno, aliado y defensor de la Iglesia. Cuando esta
unidad política se desintegra, la Marca Hispánica se organiza como el reino de Aragón. A su territorio se integran
las ciudades de Barcelona y Zaragoza. Este reino se volcará desde temprano hacia el Mediterráneo.
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Y las lenguas siguen sus procesos de cambios, la geografía acentúa las diferencias, mientras las vacilaciones se
muestran en todas las variantes.
La formación de España corno Estado centralizado y la terminación de la empresa de la Reconquista será una tarea
de los Reyes Católicos durante el siglo XV, en los comienzos de la Edad Moderna. El casamiento de Isabel de Castilla
y Fernando de Aragón, herederos de los dos reinos cristianos más poderosos preparó las condiciones para la unifi-
cación.
11. Lo
Los legados lingüísticos de los invasores
11.1. Los ger
germanismos
No son muchos los vocablos derivados de esos pueblos que han pasado al castellano; el sufijo -engo (abolengo) es
de ese origen, y otras palabras que tienen que ver con lo que el pueblo invasor introdujo como costumbre y formas
de vida, y que por eso se acuñaron en un vocablo del romance en formación. Por ejemplo, jabón seguramente
deriva de xaipo, que ellos usaban quizá con más asiduidad que los nativos. Y así guerra (de werra) sustituyó al latín
bellum, aunque en otros usos predominó la raíz latina: espíritu belicoso, posición beligerante, etc.
Yelmo (de helm) y dardo (de dard) son también voces germanas, pueblos definitivamente guerreros.
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La mayor influencia está en la onomástica. De la mayoría de estos nombres se conoce el significado:
Fernando → deriva de Fridenandus y se forma así: frihu (‘paz, alianza’) y nanth (‘atrevido’);
Guido → ‘el hombre del bosque’;
Álvaro → viene de alt (‘todo’) y wars (‘precavido’);
Elvira → deriva del nombre visigodo Gelovira, de gails (‘alegre’) y weirs (‘fiel’);
Rodrigo → tendrá hroths (‘fama’) y será riks (‘poderoso, rico’);
Leonardo → ‘león fuerte’;
Adolfo → forma evolucionada de Ataulfo, significa ‘noble lobo’;
Malvina → ‘amiga de la justicia’.
11.2. Los arabismos
Si bien los árabes tampoco impusieron su idioma, alrededor de 4 000 vocablos —algunos procedentes de otras
lenguas, vía árabe— quedaron en el vocabulario castellano; un testimonio más de la permanencia por siglos de un
pueblo industrioso, creativo, de gran capacidad de acción y sensibilidad artística.
Vivían en ciudades y aldeas, tenían alcalde y alguaciles para administrar justicia, buenos comerciantes; tenían al-
macenes, usaban la arroba y el quintal como medidas y sabían de aranceles y de tarifas.
Los albañiles levantaban tabiques, combinaban azulejos, colocaban alcantarillas.
Las casas se construían con zaguán, azotea y alcobas. Es posible que en las alacenas conservaran el arrope, los
alfajores, los alfeñiques, el almíbar. No tenemos noticias de dónde podían conservar los escabeches y el manjar de
todos los tiempos y de todos los modelos, las albóndigas.
Jugaban al ajedrez, estudiaban matemática: cero, cifra, algoritmo, álgebra, guarismo.
Conocían y usaban el azufre y el albayalde; los alfareros modelaban tazas y jarras y trabajaban el barragán y la
badana.
Tenían bellísimos jardines con plantas florales y perfumadas: azahar, alelí, retama, azucena, espliego. Pero no olvi-
daban la agricultura y la huerta: zanahorias, berenjenas, aceitunas, alubias, alcachofas, albaricoques...
Se vestían con chilaba y babuchas, jubón y albornoz y se adornaban con arracadas, ajorcas, y otras alhajas de es-
plendorosos diseños.
También eran buenos jinetes y sabían hacer la guerra: atalaya, adalid, alférez, alazán.
Los germanismos y arabismos son vocablos que se incorporaron al latín hablado durante el dominio de
germanos y árabes.
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12.1. Español versus castellano
Español y castellano son prácticamente sinónimos, pero hay toda una historia lítica y cultural de rechazos y prefe-
rencias hacia una u otra forma de llamar a esta lengua nuestra de la que estamos contando su historia. El castellano
fue en su origen una referencia geográfica como la de otros dialectos: aragonés, gallego, etc.
Por otra parte, el término español está documentado desde el siglo XI: proviene de Hispania, antigua denominación
romana de la península, y se aplicó a los habitantes del norte, que eran cristianos, para diferenciarlos de ese modo
de los moros del sur. La expansión del término contribuyó a desarrollar una conciencia de comunidad. Cuando el
dialecto castellano prevaleció sobre los demás y se convirtió en la lengua nacional parecía razonable que esa lengua
se identificara como española de la misma manera que habían surgido, por ejemplo, el italiano y el francés. Desde
entonces las alternancias se dan hasta en los textos académicos, pero el conflicto se mantiene en España y tiene
que ver con las luchas de poder que sostienen determinadas regiones.
Así mientras algunos grupos regionales —cuyos dialectos prácticamente han desaparecido— no aceptan la deno-
minación de lengua castellana porque este término les significa una preeminencia de Castilla, las regiones de Galicia,
Cataluña y el País Vasco —que han conservado sus lenguas— prefieren esa denominación que se equipara a vasco,
catalán, gallego (y de esa manera las cuatro lenguas expresarían, al mismo nivel, la diversidad lingüística de España).
Lo cierto es que, al margen de estas discrepancias, los dos términos tienen el mismo contenido y su uso depende
de cada país, cada región y cada hablante.
La lengua castellana comienza a identificarse como lengua nacional de España durante el Siglo de Oro,
adquiere prestigio y se expande por toda Europa.
Paralelamente se produce la llegada de otra “invasión” de palabras, especialmente de Italia: de allí vienen el soneto
y los cuartetos y tercetos que lo forman, el madrigal y la novela y muchos otros términos que tienen que ver con la
vida en sociedad, el comercio, la navegación: piloto, fragata, fachada, diseño, cortejar, manejar, hostería, pedante.
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El siglo XVIII fue un período de reflexión que significó para la lengua una nueva etapa hacia la modernización. Los
aires de la Ilustración recorrían Europa y España no permaneció al margen. La nueva dinastía, los Borbones, inicia-
ron un proceso de modernización. Después de Nebrija, hubo preocupación por sostener el sistema de la lengua,
fijar normas de ortografía e intentar un inventario del léxico en uso. La Real Academia Española, fundada en 1713
por orden de Felipe V, edita un Diccionario de autoridades, copioso y exacto, en seis volúmenes (1726-1739), la
Ortographia (1741) y una nueva Gramática (1771) que sirvieron de base a la enseñanza en las escuelas.
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Pero la convivencia iba estrechando relaciones y entendimientos y el mismo Colón se sintió alentado cuando al
regresar al puerto de Navidad algunos indígenas le gritaban: “¡Almirante! ¡Almirante!” y tocaban y señalaban su
ropa mientras “repasaban” lo aprendido: jubón, camisa...
Hubo otras formas de aproximación, que fue en la mayoría de los casos violenta y arbitraria: el mestizaje, las enco-
miendas, la mita o “alquiler forzado” de indios. Hasta la catequización, en su afán de convertir a los indios a la fe
cristiana, dispuso de resoluciones reales que los organizaban en pueblos donde no se respetaba su vida comunitaria
original.
La última instancia de la conquista estaba en extirpar la idolatría, redimirlos de la poligamia y del supuesto caniba-
lismo, y aunque hubo frailes que intentaron frenar el salvajismo de los blancos “redentores”, la conquista y la cris-
tianización fueron una misma empresa.
Los misioneros entendieron que no podían evangelizaron la violencia, que del mismo modo que no se podían en-
señar “los tesoros y riquezas que en lo alto había” por medio de mímica tampoco se podía arrojar animales vivos al
fuego para mostrar el horror del infierno a los idólatras. Por eso escribieron la gramática de algunas de esas lenguas
vernáculas, tradujeron a ellas sermones, oraciones, catecismos y hasta canciones españolas en las que había pala-
bras nuevas mezcladas con el idioma de los conquistadores.
En México, frente a la diversidad de lenguas, adoptaron una como auxiliar, el náhuatl, del imperio azteca. Un padre
franciscano escribió una Breve y más enjundiosa doctrina christiana en lengua mexicana y castellana. La imprenta,
que llegó a México en 1539, facilitó la empresa.
El náhuatl y el quechua, la lengua de los incas —difundido con la misma intención en América del Sur—, alcanzaron
su mayor desarrolló durante la dominación española. Se trataba de unificar dentro de la diversidad y, si bien los
indios muchas veces se resistían, les era de todas maneras más fácil ese aprendizaje porque la aprendían de sus
hermanos, los llamados fiscales o mandones, formados por los misioneros.
Órdenes religiosas como los jesuitas mantuvieron esta política lingüística que favorecía su labor evangelizadora.
Pero la necesidad de imponer la lengua española en América alentó presiones desde España y hacia España —
virreyes, audiencias, obispos y arzobispos— y fue uno de los motivos que precipitó la expulsión de los jesuitas; en
1767 fueron literalmente arrancados de sus reducciones y colegios, se cuestionó el uso de las lenguas indígenas y
por la Cédula de Aranjuez se resolvió que en los dominios de América solo se hable el castellano.
El castellano se impone oficialmente durante el siglo XVIII, en todas las regiones de América conquistadas
por España.
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Es fundamental partir de esta premisa: no todos hablamos igual. La sociolingüística ha sistematizado las distintas
variedades de lengua —dialectos, sociolectos, cronolectos, registros y también el uso de jergas, arcaísmos, neolo-
gismos— que cada hablante, según sus competencias, usa de acuerdo con el lugar, el interlocutor y la circunstancia
comunicativa.
Las diferencias léxicas, sintácticas y fonológicas enriquecen la lengua y no impiden la comprensión, aunque a veces
el esfuerzo por entender sea parte del anecdotario de los viajeros.
Que se diga desbande en lugar de desbandada y guajalote por pavo, ananá por piña, cacahuate por maní, balacera
por tiroteo, y que unos usen el tú y otros el vos, y la y por la II, y que en lugar de “enseguida lo llevo” nos contesten
“luego lo llevo”, no impide la comunicación y sí manifiesta la posibilidad expresiva de cada pueblo. Y además esto
se refleja en la rica literatura latinoamericana.
El castellano en América tiene variedades lingüísticas que no impiden la comunicación entre los distintos
pueblos.
La unidad del castellano está asegurada en la medida en que la lengua escrita, regulada por la Real Academia Espa-
ñola y las Academias de los distintos países americanos, mantenga una ortografía unitaria, común.
“Pluralidad de normas en la lengua hablada y unidad fundamental en la lengua escrita”: así sintetizó Ángel Rosen-
blat esa posición que es la que resulta en la actualidad más razonable y enriquecedora.
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Y si bien hubo voces y hechos que denunciaron esa barbarie, lo cierto es que la mayoría de los conquistadores
españoles no reconocieron en América la valiosa riqueza del “otro” que habitaba ya y desde siglos en estas tierras.
El resultado fue que las dos lenguas se usaban en ámbitos diferentes pero sin conflictos porque comunitariamente
se había llegado a una decisión acerca de dónde se hablaba el español y dónde el guaraní. Tanto el castellano como
el guaraní se interfirieron recíprocamente. Por ejemplo, el guaraní sufrió transformaciones internas que lo alejaron
del guaraní propiamente indígena. Y en el español se sustituyó la entonación interrogativa por la intercalación de
la partícula “pa”:
¿Isabel lo conoce? → Esa Isabel le conoce pa.
Como el guaraní no tiene variación morfológica para el género, el castellano de las zonas interferidas muestra esa
falta de concordancia en expresiones como esta:
...pero las criaturas no son míos; la mayor y la Ángela...
En el Paraguay las dos lenguas han sido reconocidas como nacionales y se autorizó su uso en el nivel primario de
educación. El español es la lengua gubernamental, pero el guaraní es el medio de comunicación de la comunidad
paraguaya.
En la provincia argentina de Corrientes también son numerosos los hablantes de guaraní, pero por ahora no se han
implementado políticas que contemplen la inserción de esa lengua en el ámbito de la escuela que utiliza exclusiva-
mente el castellano.
La provincia de Misiones, donde la franja de hablantes de guaraní es menor, mantiene la misma política lingüística
que Corrientes. En las zonas de frontera se habla el guarañol que se acepta entre los alumnos, por ejemplo durante
el recreo, pero no oficialmente.
Tras siglos de contacto, las lenguas indígenas han dejado distintas influencias en el español americano. Casi sin
discusión es la presencia en el sustrato de la entonación y el ritmo de nuestro castellano, porque la población indí-
gena y mestiza de los siglos XVI y XVII habló seguramente el español con la tonada de sus antepasados, la que se fue
acentuando en algunas regiones y atenuando en otras.
Otras presencias se manifiestan en sufijos (azteca, guatemalteco, viditay que significa ‘mi vidita’), la pronunciación
de e como y, de o como u (mantica por manteca, pulvo por polvo) en algunas zonas de Ecuador y Bolivia y también
la anulación de diptongos (convenente por conveniente).
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Se llama americanismo al léxico que se usa en América o que es de origen americano.
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pero el mismo no pudo instalarse, por lo que se acuñó fútbol, que fonéticamente reproduce el inglés football. Esa
misma adaptación fonética se produjo con chantillí, crol, suéter, brandi, chalé, consomé, ñoquis.
22. ¿Có
¿Cómo hablamos
hablamos en América?
Cada dialecto tiene sus particularidades, pero hay algunas que son casi comunes.
El seseo. Todos en Latinoamérica pronunciamos de la misma manera la “s”, la “c” y la “z”. Solo si tenernos
presente el contexto, sabremos si el profesor dictó “cima” o “sima”, “casa” o “caza”, “cito” o “sito”. Y aunque
eso puede hacer más difícil la adquisición de una correcta ortografía, ya es una realidad que todos los hermanos
latinoamericanos compartimos.
El yeísmo, pronunciación de la “y” por “ll” es propio del Río de la Plata, Entre Ríos, Santa Fe, Buenos Aires, La
Pampa y toda la Patagonia; con variantes se oye en Tucumán, Salta y Jujuy, parte de México y de América
Central.
El voseo tiene su historia; existía ya en el latín, pero con valor plural. Fue un tratamiento de respeto que se
diferenciaba del familiar “tú”. Pero cuando su uso se fue extendiendo, se desgastó ese valor jerárquico que
tenía y entonces empezó a usarse “vuestra merced” que en sucesivos cambios terminó en “usted”.
Ese “vos” tan gastado se empleó mucho en América, donde los conquistadores querían conservar las distancias
y reservaban el “tú” para los subordinados. Y quizá esa sea la causa de su permanencia en América, pero ya
para trato entre iguales. En Argentina casi no se habla de “tú”. El “vos” se usa también en Paraguay, zonas de
América Central y en el Uruguay, pero allí suelen combinarlo con el “tú”: vos venís (Argentina) ~ vos vienes
(Uruguay)
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técnicas de captura, de la incidencia de esa alimentación en la solución del problema del hambre, etc. Después “se
sugiere” a la Corporación de Madrid la inclusión del artículo en el Diccionario:
kril. (Del noruego krill, pez pequeño) m. Nombre genérico de varias especies de crustáceos marinos de alto
poder nutritivo que integran el zooplancton.
De esta manera, el Diccionario va reflejando cada vez más la realidad lingüística de todos los hablantes con sus
distintas variedades.
Ya hemos salido del laberinto y estamos al final del siglo XX. Nuestra lengua es un dialecto del castellano, ni mejor
ni peor que los que usan los demás países hispanohablantes. Solamente es distinto.
Ya hemos visto que las lenguas crecen, se transforman, sufren influencias y las trasmiten; frente a esos cambios hay
quienes proponen una absoluta libertad, y, en la vereda de enfrente, los que sostienen un reverencial apego a las
Academias.
Jorge Luis Borges, en un artículo titulado «El idioma infinito» (en El tamaño de mi esperanza, Buenos Aires, Seix
Barral, 1993), considera esas posiciones como un “entrevero” sin importancia y hace su propuesta: Lo grandioso es
amillonar el idioma e instigar una política del idioma.
En el mismo artículo sugiere algunos puntos para esa política y termina:
Lo que persigo e despertarle a cada escritor conciencia de que el idioma apenas está bosquejado y de que
es gloria y deber suyo (nuestro y de todos) el multiplicarlo y variarlo.
Podemos pensar, con derecho, que “todos” somos cada uno de nosotros, convocados a participar en esta propuesta
que sugiere el genial neologismo de Borges.
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