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histórica: nuestra lengua*

Una herencia histórica:

Proviene del latín, que nos llega vía España; lo que vamos a intentar en esta unidad es reconstruir su génesis a
través de tiempos, espacios y hechos que tendremos que recorrer para llegar a la realidad actual de nuestra lengua;
algo así como tirar de un hilo como el de Ariadna, con el que la hija del rey de Creta ayudó a Teseo a salir del
laberinto.
Se ha establecido a través de la existencia de palabras parecidas entre el latín y otras lenguas —como el griego, el
alemán o el sánscrito— que todas formaban parte de un tronco común: el indoeuropeo. Los pueblos de esta familia
migraron hacia Europa occidental y Asia oriental a partir del 2000 a.C., y allí desarrollaron en forma autónoma
civilizaciones originales. Sin embargo, los investigadores descubrieron en sus lenguas las huellas de un origen co-
mún y las reunieron en un grupo lingüístico. A su vez, del latín —que surge de la gran familia indoeuropea— derivan
una gran cantidad de lenguas; una de ellas es el español o castellano.

1. El escenario: es hora de repasar Geografía


Es la península ibérica. Allí, precisamente en el año 218 a.C., desembarcaron en Gerona (este de España) las fuerzas
que iniciarían la incorporación de esa península a la entonces República romana.
Esta invasión fue progresiva: primero, el litoral mediterráneo y la actual Andalucía, Bética; después, mucho después,
fueron romanizadas la zona del Cantábrico, Galicia y el territorio vasco.
La irrupción de los romanos en España cambió la vida de sus habitantes, los cuales tuvieron que reorganizarse a
partir de una administración centralizada que, desde el poder, garantizaba justicia, deberes y derechos ciudadanos,
y que, paulatinamente, fue eliminando el nomadismo y atenuando las luchas entre pueblos vecinos. Se produce
una expansión de la vida urbana, se instaura el principio de propiedad privada de la tierra y el del comercio basado
en el uso de monedas; además, las carreteras favorecen la comunicación. Cuando Roma se organiza como un im-
perio, poco antes del siglo I, esta influencia es aún mayor: Hispania se integra al orbe romano cuyo centro es el
Mediterráneo.

2. Estos pueblos peninsulares


En el mapa se ha señalarlo la ubica-
ción aproximada de algunos de los
pueblos que habitaban la península
en la época de la invasión romana.
Estos pueblos no formaban una uni-
dad y ya habían actuado sobre ellos
otros conquistadores. La informa-
ción de que se dispone acerca de
unos y otros no es demasiado pre-
cisa.
 Los tartesios y sus descendien-
tes, los turdetanos, se ubicaron
en la Baja Andalucía y sur de
Portugal, y recibieron la influen-
cia de navegantes venidos de
Oriente. Se trata de una civiliza-
ción antigua y largamente flore-
ciente, el primer Estado de la

*
María del Pilar Gaspar, Élida Ruiz y Herminia Petruzzi, Tomo la palabra 9.º EGB, Buenos Aires, Colihue, 2000, págs. 10-
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península del que se tiene noticia: en la Biblia se describen las naves de Tarsis “cargadas de oro, plata y marfil”,
y el historiador Heródoto cuenta del poder y longevidad de Argantonio, su rey.
 Los íberos vinieron del África y al avanzar hacia el norte se unieron a los celtas que habían llegado a la península
atravesando los Pirineos. Ligados a los celtíberos por lazos de sangre estaban los lusitanos en el oeste.
 En el norte vivían los galaicos, los astures, los cántabros y los vascos. Apenas conocían la agricultura y se en-
contraban en un nivel más primitivo que el resto de los peninsulares.
Cada uno de estos grupos tenía su propia lengua.
Fenicios y griegos, procedentes del Mediterráneo Oriental, navegaron hacia la península en el primer milenio a.C.;
atraídos por las riquezas mineras de la zona, establecieron allí colonias. Sin embargo, antes de la llegada de los
romanos, quienes tendrían mayor influencia en el territorio ibérico serían los cartagineses. Cartago fue una prós-
pera colonia fenicia del Norte de África que sobrevivió a su metrópoli y dominó las costas mediterráneas. En la
península ibérica desplazó a los griegos y conquistó a los turdetanos. Los cartagineses fueron el enemigo que a
Roma más le costó vencer. La invasión romana a Hispania se vincula a las acciones que inició allí el general cartaginés
Aníbal durante una de las guerras entre estos dos colosos.
No fue fácil para los romanos la conquista de toda la península ibérica: lusitanos y celtíberos ofrecieron resistencia
y las legiones recién lograron dominar a los pueblos del norte en los comienzos de la era cristiana.

3. Los romanos y sus latines


La lengua de los romanos era el latín. Con la romanización de la península ibérica esa lengua se difunde, pero con
una forma particular llamada latín vulgar. Esta palabra no tiene connotación desvalorativa: solo hace referencia al
registro familiar, informal, que era el usado por los legionarios, magistrados y comerciantes que llegaron a España.
De hecho también el latín culto o clásico llegó a través de las escuelas, aunque cuando cayó el Imperio romano su
uso estaba prácticamente limitado a letrados y eclesiásticos.

El latín vulgar —hablado— y el latín culto —escrito— entran en España durante el dominio romano.

3.1. Tenían sus diferencias


 La sintaxis en el latín vulgar tendía a un orden lógico; en el clásico no, y recurría a oraciones largas y al uso del
hipérbaton —recurso que, en la actualidad, está prácticamente limitado a la poesía—:
¿Fue cuando la bella su falda cogía
con dedos de ninfa, bailando el minué,
y de los compases el ritmo seguía
sobre el tacón rojo lindo y leve pie?»
(Rubén Darío, «Era un aire suave»)

 Los sustantivos se declinaban en el latín clásico, es decir, cambiaban su terminación según la función que esas
palabras desempeñaban en la oración. Para decir “los hombres son mortales” se usaba homines, porque los
hombres cumple la función de sujeto. Para decir “el trabajo de los hombres es perecedero” se usaba hominum,
porque los hombres es aquí término de complemento.
El latín vulgar fue dejando poco a poco esos cambios de terminaciones —que se llaman casos— y empezó a
recurrir al uso de preposiciones para mostrar la función, corno ocurre en nuestra lengua, en la que solo con-
servan variantes de caso los pronombres personales.
yo → caso sujeto (nominativo en latín)
me → caso objeto (acusativo en latín)
mí → caso termino (dativo en latín)
 El género neutro, que en el latín clásico existía en gran número de sustantivos y adjetivos, desapareció prácti-
camente en el latín vulgar. En castellano quedan algunas palabras con ese género: el artículo “lo” y los demos-
trativos “esto”, “eso”, “aquello”.
 Las diferencias están también en el vocabulario: equus (‘caballo’ en latín clásico, del cual derivan entre otras
palabras del castellano: equino, equitación, ecuestre) y caballus (‘caballo’ en latín vulgar) se mantienen en el

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castellano actual y alternan, pero desapareció la diferencia de matiz ya que caballus significaba ‘caballo de
carga’.
Una lengua organizada y con tradición cultural como era el latín había de imponerse necesariamente sobre las
vernáculas; tenía también a su favor que era la lengua de los conquistadores. De hecho esto ocurrió en toda la
península —con excepción de la región vasca— después de un natural período de bilingüismo en el que los pueblos
conservaron su propia lengua para el ámbito familiar mientras incorporaban el latín.
Pero, si bien esas lenguas nativas se extinguieron, dejaron rastros en la invasora.

El fenómeno de permanencia de una lengua conquistada sobre la dominante se llama sustrato.

Algunos ejemplos de esos sustratos en el castellano son los siguientes:


 La pérdida de “f” inicial que fue conservada por catalanes y gallegos.
filius > hijo
facere > hacer
 La pronunciación igual de “b” y “v”, es decir, sin la diferencia entre bilabial y labiodental que tienen otras len-
guas romances. Ángel Rosenblat, filólogo y lingüista, en su obra Sentido mágico de las palabras, prueba la no
existencia de esa diferencia en la pronunciación castellana y recuerda una anécdota que ha sido atribuida al
Concilio de Trento, en el que los alemanes criticaron precisamente esa pronunciación de los españoles a pro-
pósito de la “b” y la “v” con este comentario: Beati Hispanici quibus vivere bibere est (‘Felices los españoles
para quienes vivir es beber’).
 Los topónimos son la presencia más significativa del sustrato.
Cádiz, de Gadit (‘recinto amurallado’) de origen fenicio.
Segovia, de Segobriga (‘victoria, fortaleza’) de origen celta.
Iberia (‘los que habitan junto al Ebro’) de origen griego.
Y a ponerse la boina, una palabra que los latinos no conocían y que tuvieron que incorporar porque los primitivos
habitantes —vascos para más datos—no dejaron de usarla.

4. El imperio ya no es el de antes
Las invasiones bárbaras precipitaron la caída del Imperio, que hacia el siglo III, mucho antes de la irrupción violenta
de esos pueblos, ya mostraba signos de decadencia: la agricultura había dejado de ser una ocupación lucrativa y los
campos estaban abandonados; el agobio de los impuestos era tal que muchos hombres se colocaban bajo la pro-
tección de un terrateniente para quien trabajaban en calidad de arrendatarios; cada vez era más pronunciada la
diferencia entre las provincias occidentales, donde las ciudades y el comercio decaían, y las orientales, ricas y es-
plendorosas. Allí, el emperador Constantino el Grande había hecho construir en el siglo IV la ciudad de Constanti-
nopla, situada sobre la antigua colonia griega de Bizancio, con todos los fastos de una nueva Roma. Será en adelante
el lugar de residencia de los emperadores. Esa parte del imperio, donde la influencia romana convivía con la oriental,
sobrevivirá al derrumbe de Occidente y perdurará hasta el siglo XV.
En Occidente, en cambio, los pueblos germanos, a quienes los romanos llamaban despectivamente “bárbaros”, se
asentaron primero en las fronteras y luego, presionados por otros pueblos y alentados por la debilidad del imperio,
penetraron en su territorio.
Los juicios acerca del mundo bárbaro, al que se hizo totalmente responsable de la iniciación de una “Edad del os-
curantismo”, se fueron modificando a través de los siglos y a partir de nuevas investigaciones históricas.
La caída del Imperio Romano de Occidente, que se concretó en forma definitiva en el 476, significó el fin del mundo
antiguo y la iniciación de la que después se llamó Edad Media.
Los germanos no pudieron evadir el influjo de Roma, cuya gloria buscaron igualar y durante siglos se produjo una
fusión de dos culturas muy diferentes.

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Y así como los toscos romanos de los primeros tiempos obtuvieron el beneficio de la refinada Grecia, Los bárbaros
fueron aportando su energía y su ingenio para reordenar y reordenarse en ese mundo decadente pero exquisito
que les era tan ajeno y extraño.
También en lo que hace a su forma de vida, los estudios posteriores aclararon algunos aspectos y atenuaron otros:
eran ‘‘apenas más brutales que los propios romanos”, como se dijo alguna vez, demostraban en sus relaciones
afecto y generosidad, y, según los historiadores, tenían gran fidelidad a sus esposas. La guerra era su ocupación
fundamental; adoraban dioses a los que consagraban bosques y selvas. Resolvían las cuestiones de gobierno en
asambleas donde el choque de los escudos manifestaba el acuerdo de las deliberaciones. Los jefes alcanzaban su
jerarquía por el valor demostrado en el campo de batalla.

5. Los visigod
visigodos en España
Los distintos grupos que invadieron el Imperio romano formaban parte de un mismo tronco: eran germanos y per-
tenecían al grupo lingüístico indoeuropeo. Existió, antes de la invasión, una larga etapa de influencias recíprocas
entre germanos y romanos: los primeros obtuvieron tierras en las fronteras del imperio y formaron parte del ejér-
cito romano donde se valoraban sus aptitudes guerreras. Una de las tribus que estuvo más en contacto con los
romanos fue la de los visigodos, rama del pueblo godo, procedente del este de Europa. A mediados del siglo IV los
ataques de los feroces hunos, pueblo de origen mongol cuyo solo nombre inspiraba terror, impulsaron a los visigo-
dos a buscar refugio en la parte oriental del imperio. Luego de un breve período de acuerdo, se rebelaron contra la
autoridad de Roma y, al mando de su jefe, Alarico, saquearon Italia. Para luchar contra Alarico los romanos retiraron
sus legiones de la frontera del Rhin. Así, los germanos occidentales —vándalos, suevos y alanos—entraron con
violencia en el 406 en Galia (actual Francia) y luego pasaron a España. Los visigodos no abandonaron su belicosidad
y en el 410 atacaron Roma. La muerte de su jefe, Alarico, pareció calmar los ánimos, y sus sucesores se entendieron
con los romanos hasta el punto de ser considerados sus aliados. Así, el débil imperio les encomendó la reconquista
de Galia e Hispania.
Al paso de sus ejércitos, los alanos desaparecieron, los vándalos pasaron al África y los suevos se refugiaron en
Galicia. Frente a una autoridad imperial que era solo una sombra, los visigodos instalaron su reino al sur del río
Loira y fijaron su capital en Tolosa; comprendía el sur de Francia y España. Aún debieron enfrentar a sus enemigos
de la región cantábrica y a los vascos que se protegían con fortalezas instaladas en sus fronteras montañosas. A
comienzos del siglo VI, otro pueblo germano, los francos, los obligó a abandonar Galia y desde entonces su reino se
concentró en España. La nueva capital fue Toledo.
Poco a poco fueron consiguiendo progresos sociales y económicos. Eran los más cultos de los invasores bárbaros.
Llevaron con la población hispano-romana una política de integración; copiaron la legislación del imperio y sus
instituciones, aunque las luchas por el poder que originaba el carácter electivo de la monarquía fueron motivo de
inestabilidad. Como la mayoría de los reinos germánicos, adoptaron la lengua latina y la religión cristiana. Aportaron
también su arte, en especial la orfebrería, y su propia cultura para la nueva época que se inauguraba en Esparta.

6. La historia y la “otra historia”


El reino visigodo fue conquistado por los árabes en el siglo VIII. Como veremos, la invasión a España fue sólo una
etapa de la expansión de este pueblo que profesaba una religión diferente de la cristiana, el Islamismo. La tarea de
los árabes se vio favorecida por el clima de intrigas y traiciones que rodeaba a la monarquía visigoda. Desde hacía
tiempo la sucesión al trono alentaba la lucha entre los pretendientes: el elegido rey Rodrigo tenía demasiados
enemigos.
Pero quien ayudó a los árabes a entrar en España fue el conde don Julián, gobernador de Ceuta, territorio frente a
Gibraltar. Producida la invasión, las divisiones de la clase dirigente visigoda dificultaron la organización de la defensa.
En la batalla de Guadalete, en el 711, murió Rodrigo y con él cayó su mino.
Los romances son poemas transmitidos oralmente por juglares y trovadores. Se transcribe un fragmento de la «His-
toria del último rey godo», que retoma la leyenda sobre los motivos que habría tenido el gobernador de Ceuta para
decidirse a traicionar a Rodrigo.
La Cava Florinda, hija del conde Julián estaba bañándose en un remanso del río Tajo, cuando...
Pensó la Cava estar sola

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pero la ventura quiso
que entre unas espesas yedras
la mirara el rey Rodrigo.
Puso la ocasión el fuego
en el corazón altivo,
y amor, batiendo sus alas,
abrasole de improviso.
De la pérdida de España
fue aquí funesto principio
una mujer sin ventura
y un hombre de amor rendido.
Florinda perdió su flor,
el padeció castigo;
ella dice que hubo fuerza,
él que gusto consentido.
Si dicen quién de los dos
la mayor culta ha tenido,
digan los hombres: «la Cava»,
y las mujeres: «Rodrigo».
R. Menéndez Pidal, Flor nueva de romances viejos, Madrid, Espasa-Calpe, 1976.

En cuanto a Rodrigo, los romances que completan el ciclo cuentan sus lamentos y el destino final de su vida: un
ermitaño lo absuelve, pero el pecador es entenado, vivo, en una tumba con una culebra de siete cabezas, también
viva...

7. Del latín a las lenguas romances: la familia crece


La caída del Imperio romano llevó primero a la descentralización y después al quebrantamiento de la unidad polí-
tica; las comunicaciones se destruyen, los pueblos se aíslan y progresivamente cada uno de ellos va desarrollando
en el habla distintas particularidades hasta que se constituyen las lenguas romances o neolatinas, que tienen las
semejanzas que derivan del parentesco: son hermanas. No hay datos precisos del paso del latín a las romances y
de hecho sólo puede hablarse de un proceso que se desarrolló entre el siglo V y el IX.

Las lenguas romances o neolatinas son gallego, portugués, castellano, catalán, francés, italiano, sardo y
rumano.

Los nombres hacen referencia a la geografía o a los pueblos germánicos que los invadieron (del franco, francés).
Una excepción es el rumano, que deriva de romani; así se llamaba exclusivamente a los ciudadanos de Roma, hasta
que el edicto del emperador Caracalla estableció que todos los habitantes del Imperio pasaban a ser romani.

8. Los árabes
Hacia el 715 los árabes habían ocupado casi toda España, con excepción de algunos focos rebeldes en el norte. El
intento de las fuerzas islámicas de extenderse a Francia fue detenido poco después por la acción de los francos. Los
Pirineos serán la frontera entre una Europa cristiana y una España ocupada por los musulmanes, donde las dos
culturas en contacto competirán por el control del territorio durante siglos.
Pero no era éste el único dominio bajo su poder. Poco antes habían golpeado duramente a los dos grandes del
Cercano Oriente: conquistaron el espléndido Imperio Persa y arrebataron vastas regiones al Imperio Romano de
Oriente (o Bizancio como se lo comenzó a llamar). La ciudad de Constantinopla escapó por muy poco a la fuerza
avasallante de los invasores. No contentos con ello avanzaron sobre África y desde allí cruzaron a España.
El Mediterráneo, en otros tiempos el mar de los romanos, principal vía de comunicación e intercambios, fue a partir
de entonces y durante siglos musulmán.
¿Qué características tenía este pueblo y qué circunstancias lograron darle tal empuje capaz de cercar los dominios
cristianos? Artes de la llegada de Mahoma, los árabes eran un conjunto disperso de tribus nómades o seminómades
que habitaban una península desierta. La religión difundida por el profeta —quien revelaba la voluntad de Al-Lah,

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el único dios— dio forma a un Estado centralizado y expansivo. La conquista de los grandes imperios puso a los
árabes en contacto con civilizaciones desarrolladas cuyas instituciones y formas de vida copiaron. A la muerte de
Mahoma, los califas (término que designa a los sucesores del profeta) fueron la autoridad absoluta —política, mili-
tar y religiosa— de un vasto imperio del cual España (Al-Andalus como la llamaron los conquistadores) pasó a ser
parte. A mediados del siglo VIII, se produjo un violento cambio dinástico en el califato y así el mundo musulmán
entró en un postrero esplendor; anterior a su disgregación. Los árabes de España, ligados a las autoridades derro-
cadas, se aislaron de sus pares orientales hasta el punto de que Abderramán III (912-961) decidió proclamarse califa
(es decir, dejó de obedecer a un poder lejano).
8. 1. La Reconquista
Al-Andalus comenzó a vivir una vida propia y espléndida. Córdoba, su capital política, creció admirable y admirada
por los viajeros que a menudo la comparaban con Constantinopla por el desarrollo de las letras, la filosofía y las
artes, la belleza de sus monumentos, el lujo de sus palacios y la animación de sus barrios mercantiles y suburbios
artesanos.
La influencia de esta cultura llegó también al norte donde los reinos cristianos comenzaban a surgir. Su fama tras-
cendía las fronteras del califato: Sancho García, conde castellano, recibía a sus invitados sentado en almohadones
bordados y el rey Sancho de León confiaba a los médicos árabes el tratamiento de su obesidad.
El pueblo, entretanto, seguía su vida; había luchas en el campo de batalla pero después se inclinaban a la conviven-
cia pacífica que era beneficiosa para todos: comerciaban entre ellos, acordaban tratados y relaciones de cortesía.
No revelaron demasiada intransigencia frente a los problemas religiosos ya que había casamientos entre moros
(como se les llamó a los musulmanes nacidos en España) y cristianos, y convivían sin muchos conflictos los árabes
con los mozárabes (cristianos bajo dominación musulmana que mantenían sus creencias) y los muladíes (cristianos
renegados).
En el 1031, sin embargo, el Califato de Córdoba se desmembró por conflictos internos. En su lugar surgieron vein-
titrés reinos de taifas, incapaces de ofrecer resistencia al avance cristiano.
Así, frente a un enemigo débil, comienza la gran hora de los reinos del norte que avanzan en la reconquista del
territorio. La toma de la ciudad de Toledo pareció marcar el fin de los musulmanes y permitió a Occidente entrar
en contacto con su valioso patrimonio cultural. Los reinos de taifas, asustados ante los éxitos cristianos, llamaron
en su ayuda a tribus islámicas del norte de África. Esto dio nuevo impulso a la guerra, pero en el siglo XIII la recon-
quista estaba casi resuelta. Solo quedaba un foco musulmán en el sur. A partir de entonces se detuvo por un tiempo:
los reinos cristianos comenzaron su tarea de organización interna que se produjo no sin luchas.

9. ¿Y cómo se entendían?
entendían?
El latín seguía vigente en las escuelas, pero ya existía la otra lengua, el sermo rusticus que iba contaminando tam-
bién el latín hablado fuera del ámbito escolar. Las obras que salían de los monasterios deslizaban voces vulgares,
por ignorancia o por sentido práctico para hacerse entender por la mayoría: las lenguas romances ya estaban en
formación.
La transformación del latín vulgar continúa durante todo el dominio árabe.
El reino de Castilla se había formado a partir del avance hacia el sur del pequeño reino asturleonés que se estableció
en las montañas del noroeste al producirse la invasión musulmana. En la lucha contra los moros, surgieron nobles
al servicio de los reyes que se enfrentaron a los árabes. Uno de ellos fue el Cid Campeador, don Rodrigo Díaz de
Vivar, personaje del poema anónimo pero de probada existencia real. Su figura es emblema de la lucha por la Re-
conquista de España.
El condado de Portugal se había independizado de Castilla y formó un reino independiente.
Entretanto, el reino de Aragón se estableció sobre la base de la antigua marca (nombre que recibían las provincias
fronterizas) carolingia. La zona había sido ganada a los musulmanes a fines del siglo VIII por los francos. Este pueblo
germano reunió un poderoso imperio bajo la autoridad de Carlomagno, aliado y defensor de la Iglesia. Cuando esta
unidad política se desintegra, la Marca Hispánica se organiza como el reino de Aragón. A su territorio se integran
las ciudades de Barcelona y Zaragoza. Este reino se volcará desde temprano hacia el Mediterráneo.

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Y las lenguas siguen sus procesos de cambios, la geografía acentúa las diferencias, mientras las vacilaciones se
muestran en todas las variantes.
La formación de España corno Estado centralizado y la terminación de la empresa de la Reconquista será una tarea
de los Reyes Católicos durante el siglo XV, en los comienzos de la Edad Moderna. El casamiento de Isabel de Castilla
y Fernando de Aragón, herederos de los dos reinos cristianos más poderosos preparó las condiciones para la unifi-
cación.

10. Las jarchas hablan de amor


Son poemas cortos, escritos en romance mozárabe, un dialecto muy arcaizante que hablaban los cristianos some-
tidos al dominio musulmán.
Las jarchas seguramente fueron tomadas de la tradición cantada y aparecen corno estribillos formando parte de
poemas escritos en árabe llamados moaxajas; más tarde se escribieron moaxajas en hebreo. Son canciones de
exaltación del amor de dolor ante la pérdida del amado, de confidencia pasional de mujer enamorada —porque la
perspectiva es siempre femenina—; en muchas se repite la palabra árabe habib, que significa “amado” en árabe.
Estas composiciones poéticas están documentadas en textos de los siglos XI y XII aunque se conocieron recién en
1948.
Las cantigas de amigo, de origen galaico-portugués, usan también en forma repetida la palabra amigo (usada con
referencia al ser amado), y en el cancionero tradicional español, menos antiguo, se da esa misma repetición en
composiciones que por su analogía con las cantigas fueron llamadas villancicos de amigo. La palabra “amigo” con
esa acepción es una transformación de habib; fue quizá una adaptación hecha por los moros que hablaban el árabe
y el romance.
Algunos ejemplos:
Jarcha (en mozárabe) Villancico de amigo (en castellano)
Vayse meu corazón de mib, Al alba venid, buen amigo
ya Rab, ¿si se me tornarád? al alba venid.
¡Tan mal mi doled li-l-habib! Amigo el que yo más quería
Enfermo yed, ¿cuándo sanarád? venid al alba del día.
¿Qué faré yo o qué serád de mibi? Amigo el que yo más amaba
¡Habibi, non te toldas de mibi! venid a la luz del alba.
.................................................................
no traigáis gran compañía.
Dámaso Alonso, Cancionero y romancero español, Barcelona, Salvat, 1969.

Cantiga de amigo (en gallego)


Amiga, des que meu amigo vi, Des que o vi primeiro lhi falei
el por mi more, e eu ando de sí e el por mi more e eu d’el fiquei
namorada. namorada.
AA.VV., Literatura IV. España en sus letras, Buenos Aires, Estrada, 1993.

11. Lo
Los legados lingüísticos de los invasores
11.1. Los ger
germanismos
No son muchos los vocablos derivados de esos pueblos que han pasado al castellano; el sufijo -engo (abolengo) es
de ese origen, y otras palabras que tienen que ver con lo que el pueblo invasor introdujo como costumbre y formas
de vida, y que por eso se acuñaron en un vocablo del romance en formación. Por ejemplo, jabón seguramente
deriva de xaipo, que ellos usaban quizá con más asiduidad que los nativos. Y así guerra (de werra) sustituyó al latín
bellum, aunque en otros usos predominó la raíz latina: espíritu belicoso, posición beligerante, etc.
Yelmo (de helm) y dardo (de dard) son también voces germanas, pueblos definitivamente guerreros.

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La mayor influencia está en la onomástica. De la mayoría de estos nombres se conoce el significado:
Fernando → deriva de Fridenandus y se forma así: frihu (‘paz, alianza’) y nanth (‘atrevido’);
Guido → ‘el hombre del bosque’;
Álvaro → viene de alt (‘todo’) y wars (‘precavido’);
Elvira → deriva del nombre visigodo Gelovira, de gails (‘alegre’) y weirs (‘fiel’);
Rodrigo → tendrá hroths (‘fama’) y será riks (‘poderoso, rico’);
Leonardo → ‘león fuerte’;
Adolfo → forma evolucionada de Ataulfo, significa ‘noble lobo’;
Malvina → ‘amiga de la justicia’.
11.2. Los arabismos
Si bien los árabes tampoco impusieron su idioma, alrededor de 4 000 vocablos —algunos procedentes de otras
lenguas, vía árabe— quedaron en el vocabulario castellano; un testimonio más de la permanencia por siglos de un
pueblo industrioso, creativo, de gran capacidad de acción y sensibilidad artística.
Vivían en ciudades y aldeas, tenían alcalde y alguaciles para administrar justicia, buenos comerciantes; tenían al-
macenes, usaban la arroba y el quintal como medidas y sabían de aranceles y de tarifas.
Los albañiles levantaban tabiques, combinaban azulejos, colocaban alcantarillas.
Las casas se construían con zaguán, azotea y alcobas. Es posible que en las alacenas conservaran el arrope, los
alfajores, los alfeñiques, el almíbar. No tenemos noticias de dónde podían conservar los escabeches y el manjar de
todos los tiempos y de todos los modelos, las albóndigas.
Jugaban al ajedrez, estudiaban matemática: cero, cifra, algoritmo, álgebra, guarismo.
Conocían y usaban el azufre y el albayalde; los alfareros modelaban tazas y jarras y trabajaban el barragán y la
badana.
Tenían bellísimos jardines con plantas florales y perfumadas: azahar, alelí, retama, azucena, espliego. Pero no olvi-
daban la agricultura y la huerta: zanahorias, berenjenas, aceitunas, alubias, alcachofas, albaricoques...
Se vestían con chilaba y babuchas, jubón y albornoz y se adornaban con arracadas, ajorcas, y otras alhajas de es-
plendorosos diseños.
También eran buenos jinetes y sabían hacer la guerra: atalaya, adalid, alférez, alazán.

Los germanismos y arabismos son vocablos que se incorporaron al latín hablado durante el dominio de
germanos y árabes.

12. El dialecto de Castilla


Castilla, con tradicional empuje guerrero —y fortalecida por el hecho de que durante siglos de dominio árabe man-
tuvo cierta independencia debida quizá a las inclemencias de sus áridas mesetas— consiguió un dialecto con capa-
cidad para definirse frente a las vacilaciones propias de una lengua en formación.
Este pequeño “islote lingüístico” fue siempre una nota diferente a los demás de España: más rebelde, más abierto
a las innovaciones, fue modificándose rápidamente. En el siglo XII, Alfonso el Sabio de Castilla, un rey no demasiado
exitoso en las luchas políticas ni en la Reconquista, reunió en su corte a sabios árabes, cristianos y judíos, que bajo
su dirección compusieron obras de historia, de astrología, tratados jurídicos y recopilaciones de cancioneros, juegos
y entretenimientos. De ese modo fusionó los aportes de las distintas culturas hispánicas.
Alfonso oficializó el uso del castellano en los documentos públicos; esa preferencia por la lengua romance sobre la
latina respondía a su preocupación por hacer extensiva a muchos la cultura que atesoraba su corte. En su expansión
el castellano se impuso sobre otros dialectos, como el aragonés y el leonés —que se conservaron en sus respectivas
regiones—, y atrajo, pero sin doblegarlos, al catalán y al gallego; empezó entonces a ser la lengua de uso más
extendido en toda la península.

El dialecto castellano se impuso sobre los otros que se hablaban en España.

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12.1. Español versus castellano
Español y castellano son prácticamente sinónimos, pero hay toda una historia lítica y cultural de rechazos y prefe-
rencias hacia una u otra forma de llamar a esta lengua nuestra de la que estamos contando su historia. El castellano
fue en su origen una referencia geográfica como la de otros dialectos: aragonés, gallego, etc.
Por otra parte, el término español está documentado desde el siglo XI: proviene de Hispania, antigua denominación
romana de la península, y se aplicó a los habitantes del norte, que eran cristianos, para diferenciarlos de ese modo
de los moros del sur. La expansión del término contribuyó a desarrollar una conciencia de comunidad. Cuando el
dialecto castellano prevaleció sobre los demás y se convirtió en la lengua nacional parecía razonable que esa lengua
se identificara como española de la misma manera que habían surgido, por ejemplo, el italiano y el francés. Desde
entonces las alternancias se dan hasta en los textos académicos, pero el conflicto se mantiene en España y tiene
que ver con las luchas de poder que sostienen determinadas regiones.
Así mientras algunos grupos regionales —cuyos dialectos prácticamente han desaparecido— no aceptan la deno-
minación de lengua castellana porque este término les significa una preeminencia de Castilla, las regiones de Galicia,
Cataluña y el País Vasco —que han conservado sus lenguas— prefieren esa denominación que se equipara a vasco,
catalán, gallego (y de esa manera las cuatro lenguas expresarían, al mismo nivel, la diversidad lingüística de España).
Lo cierto es que, al margen de estas discrepancias, los dos términos tienen el mismo contenido y su uso depende
de cada país, cada región y cada hablante.

13. Tobo lo que sigue ocurrió en 1492


Uno. Al comenzar el año los Reyes Católicos consiguen por fin vencer la última resistencia mora: cae Granada y,
según la leyenda, Boabdil, el rey vencido, se retira llorando de la ciudad.
Dos. En agosto del mismo año, Antonio de Nebrija publicó su Gramática castellana, el primer intento de sistemati-
zación de una lengua nueva porque hasta entonces sólo se habían escrito gramáticas para el latín y el griego.
Tres. El 12 de octubre la expedición comandada por Cristóbal Colón arribó al continente americano.
Pero el hilo conductor de esta historia nos retiene todavía en España donde la cuña castellana crece al ritmo de un
Imperio que sigue expandiéndose y consolidando sus posesiones territoriales. Isabel y Fernando emprenden una
política centralizadora que abarca no solo la unificación territorial y administrativa sino también la homogeneidad
religiosa: moros y judíos serán expulsados de los límites de España y la fe católica se afirmará con exclusividad. Tal
decisión privará a la península de un sector social activo y afectará el comercio y la producción.
Con el ascenso al trono hispánico de la casa de Austria, Carlos I de España —que es también Carlos V, emperador
de Alemania—, el reino será la cabeza de un territorio demasiado extenso y conflictivo, donde las luchas religiosas
—los comienzos de la Reforma protestante— profundizaban las divisiones.
Cuando en 1556 Felipe II suceda a su padre, el sueño imperial ya está deshecho. Con este rey profundamente reli-
gioso, trabajador obsesivo y sin imaginación, España vivirá los últimos vestigios de esplendor Durante el XVII la de-
cadencia del Imperio español será evidente. Al finalizar el siglo el agotamiento de la casa de Austria llevada una
guerra por la sucesión del trono donde las potencias europeas tratarán de obtener beneficios de la debilitada Es-
paña.
Pero estas dos centurias fueron el período llamado, y con razón, el Siglo de Oro o los Siglos de Oro. Figuras como
Miguel de Cervantes Saavedra y San luan de la Cruz son traducidos a otros idiomas, los que a su vez, adoptan
hispanismos.

La lengua castellana comienza a identificarse como lengua nacional de España durante el Siglo de Oro,
adquiere prestigio y se expande por toda Europa.

Paralelamente se produce la llegada de otra “invasión” de palabras, especialmente de Italia: de allí vienen el soneto
y los cuartetos y tercetos que lo forman, el madrigal y la novela y muchos otros términos que tienen que ver con la
vida en sociedad, el comercio, la navegación: piloto, fragata, fachada, diseño, cortejar, manejar, hostería, pedante.

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El siglo XVIII fue un período de reflexión que significó para la lengua una nueva etapa hacia la modernización. Los
aires de la Ilustración recorrían Europa y España no permaneció al margen. La nueva dinastía, los Borbones, inicia-
ron un proceso de modernización. Después de Nebrija, hubo preocupación por sostener el sistema de la lengua,
fijar normas de ortografía e intentar un inventario del léxico en uso. La Real Academia Española, fundada en 1713
por orden de Felipe V, edita un Diccionario de autoridades, copioso y exacto, en seis volúmenes (1726-1739), la
Ortographia (1741) y una nueva Gramática (1771) que sirvieron de base a la enseñanza en las escuelas.

14. “Una lengua común nos separa”


Estamos dejando un español rico, ya definitivamente organizado, con obras científicas y literarias que perduran
como expresiones casi perfectas de ideas y de imaginación.
Pero hay que regresar a 1492, a América y a una isla, Guanahaní, donde en los primeros encuentros los españoles
y nativos sólo pudieron comunicarse con gestos y manos. Progresivamente tuvo que ir afianzándose un intercambio
verbal en el que hay que considerar varios aspectos.
 La lengua primera de los conquistadores. Las carabelas traían hombres de distintas regiones de España, pero
en los puertos de Sevilla y Cádiz debían esperar mucho tiempo antes de embarcar. Esa convivencia, que después
se extendía a la travesía, produjo un inevitable intercambio de voces y construcciones de los distintos dialectos
para facilitar la comunicación; se formó así una koiné o lengua de compromiso que sirvió de base idiomática
en esta primera etapa de la conquista.
 Quiénes eran estos conquistadores. Habría bastante leyenda en eso de que en las carabelas abundaban los
ladrones y forajidos. Los hubo, sí, pues las provisiones reales lea daban un seguro o salvoconducto a los presos
que aceptaban enrolarse. Pero fueran muy pocos en el primer viaje; en el segundo, sólo llevaron personas
“conocidas y fiables” que no resistieron los rigores del viaje y de los trabajos, la nueva comida y el clima distinto.
El descontento llevó a la deserción de una nave que al grito de “¡Así Dios me lleve a Castilla!” huyó rumbo a la
patria.
Colón recurrió entonces de nuevo a las cárceles, pero según parece estos homicianos —así se los llamaba— no
fueron tantos; más adelante, en la medida en que la colonia se iba organizando, los Adelantados también po-
dían incluir en su tripulación gente con condenas no demasiado severas. Y hacia 1508, cuando la colonia em-
pezó a encarrilarse, nadie quería volverse a Castilla, por lo menos no antes de haber conseguido el soñado
poderío.
Con la conquista de México en 1519 y la del Perú en 1531 —los territorios más ricos en oro y plata—, se entró
en posesión del continente; la sociedad comienza a jerarquizarse, predomina lo institucional; el Estado que
representa a la Corona ejerce el monopolio económico y desde allí también se establece una cierta tutoría
lingüística.
Entonces, ¿quiénes llegaron en estas carabelas? Llegaron capitanes, escuderos, peones de guerra, maestros de
distintos oficios, labradores, hortelanos, también mujeres, todos en proporciones fijadas por Real Cédula; pero
los testimonios coinciden en destacar una mayor proporción de hidalgos, hombres de escasa fortuna pero per-
tenecientes a la nobleza. Otros aportes a estas “huestes de conquistadores” fueron los clérigos y frailes que
venían en función de la población nueva y con propósitos bien precisos. Había también oficiales reales, funcio-
narios, catedráticos, médicos y boticarios.
 El nivel de la lengua. Si bien hubo al comienzo una lengua de compromiso, es importante, a partir de la com-
posición social de los conquistadores, dejar en claro que la lengua que aportaron era una lengua popular, que
se hablaba en las distintas situaciones cotidianas. Y la de América fue una prolongación de ella.

Los conquistadores introducen en América la lengua popular que se hablaba en España.

15. La lengua como instrumento de la conquista


El problema de la lengua fue desde el comienzo una interferencia para los propósitos colonizadores. Por eso se
mandaban indígenas a España, donde después de ser bautizados se les enseñaba el español; también Colón usó a
indios cautivos para que le sirvieran de intérpretes, aunque su desaliento fue grande cuando descubrió que cada
pueblo hablaba una lengua distinta.

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Pero la convivencia iba estrechando relaciones y entendimientos y el mismo Colón se sintió alentado cuando al
regresar al puerto de Navidad algunos indígenas le gritaban: “¡Almirante! ¡Almirante!” y tocaban y señalaban su
ropa mientras “repasaban” lo aprendido: jubón, camisa...
Hubo otras formas de aproximación, que fue en la mayoría de los casos violenta y arbitraria: el mestizaje, las enco-
miendas, la mita o “alquiler forzado” de indios. Hasta la catequización, en su afán de convertir a los indios a la fe
cristiana, dispuso de resoluciones reales que los organizaban en pueblos donde no se respetaba su vida comunitaria
original.
La última instancia de la conquista estaba en extirpar la idolatría, redimirlos de la poligamia y del supuesto caniba-
lismo, y aunque hubo frailes que intentaron frenar el salvajismo de los blancos “redentores”, la conquista y la cris-
tianización fueron una misma empresa.
Los misioneros entendieron que no podían evangelizaron la violencia, que del mismo modo que no se podían en-
señar “los tesoros y riquezas que en lo alto había” por medio de mímica tampoco se podía arrojar animales vivos al
fuego para mostrar el horror del infierno a los idólatras. Por eso escribieron la gramática de algunas de esas lenguas
vernáculas, tradujeron a ellas sermones, oraciones, catecismos y hasta canciones españolas en las que había pala-
bras nuevas mezcladas con el idioma de los conquistadores.
En México, frente a la diversidad de lenguas, adoptaron una como auxiliar, el náhuatl, del imperio azteca. Un padre
franciscano escribió una Breve y más enjundiosa doctrina christiana en lengua mexicana y castellana. La imprenta,
que llegó a México en 1539, facilitó la empresa.
El náhuatl y el quechua, la lengua de los incas —difundido con la misma intención en América del Sur—, alcanzaron
su mayor desarrolló durante la dominación española. Se trataba de unificar dentro de la diversidad y, si bien los
indios muchas veces se resistían, les era de todas maneras más fácil ese aprendizaje porque la aprendían de sus
hermanos, los llamados fiscales o mandones, formados por los misioneros.
Órdenes religiosas como los jesuitas mantuvieron esta política lingüística que favorecía su labor evangelizadora.
Pero la necesidad de imponer la lengua española en América alentó presiones desde España y hacia España —
virreyes, audiencias, obispos y arzobispos— y fue uno de los motivos que precipitó la expulsión de los jesuitas; en
1767 fueron literalmente arrancados de sus reducciones y colegios, se cuestionó el uso de las lenguas indígenas y
por la Cédula de Aranjuez se resolvió que en los dominios de América solo se hable el castellano.

El castellano se impone oficialmente durante el siglo XVIII, en todas las regiones de América conquistadas
por España.

16. Nuevos aires


Son los que comienzan a respirarse en América: el interés por la investigación científica se acrecienta, las colonias
inglesas de América del Norte se independizan. Ya en los comienzos del siglo XIX surgen, sobre lo que fuera la Amé-
rica española, nuevas repúblicas que luchan por su independencia.
La lengua, sin la presión unificadora de España, manifiesta modalidades nuevas que progresivamente se reflejan en
el habla.
Hubo reacciones tradicionalistas que hablaban de “vicios del lenguaje”, de “provincialismos”, y hasta se llegó a
proponer la práctica constante de los fonemas “s”, “c” y “z” para que no se perdieran; el voseo rioplatense fue
considerado, hasta ya entrado el siglo XX, un vulgarismo que convenía desterrar.
En la posición opuesta, surgieron propuestas para promover una lengua propia en América; la reforma ortográfica
de Sarmiento —supresión de los grafemas que en la práctica no se pronunciaban en nuestra lengua— fue una de
ellas, y cada tanto, sin demasiado éxito, resurge por iniciativa de escritores, como la de García Márquez en 1997.
El movimiento modernista —iniciado con la publicación en 1888 de Azul, de Rubén Darío— significó, al desarrollar
una lengua creativa, nueva, una posición equidistante entre la purista y la de franca ruptura.
La fragmentación política que sucedió a la independencia no tenía por qué significar un final catastrófico para el
español de América y así, ya en el siglo XX, se vio la conveniencia de una participación de todos los países en la
formación de una lengua común.

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Es fundamental partir de esta premisa: no todos hablamos igual. La sociolingüística ha sistematizado las distintas
variedades de lengua —dialectos, sociolectos, cronolectos, registros y también el uso de jergas, arcaísmos, neolo-
gismos— que cada hablante, según sus competencias, usa de acuerdo con el lugar, el interlocutor y la circunstancia
comunicativa.
Las diferencias léxicas, sintácticas y fonológicas enriquecen la lengua y no impiden la comprensión, aunque a veces
el esfuerzo por entender sea parte del anecdotario de los viajeros.
Que se diga desbande en lugar de desbandada y guajalote por pavo, ananá por piña, cacahuate por maní, balacera
por tiroteo, y que unos usen el tú y otros el vos, y la y por la II, y que en lugar de “enseguida lo llevo” nos contesten
“luego lo llevo”, no impide la comunicación y sí manifiesta la posibilidad expresiva de cada pueblo. Y además esto
se refleja en la rica literatura latinoamericana.

El castellano en América tiene variedades lingüísticas que no impiden la comunicación entre los distintos
pueblos.

La unidad del castellano está asegurada en la medida en que la lengua escrita, regulada por la Real Academia Espa-
ñola y las Academias de los distintos países americanos, mantenga una ortografía unitaria, común.
“Pluralidad de normas en la lengua hablada y unidad fundamental en la lengua escrita”: así sintetizó Ángel Rosen-
blat esa posición que es la que resulta en la actualidad más razonable y enriquecedora.

17. “Es maravilla...”


maravilla...”
Otra vez hay que volver en el tiempo porque esa expresión que Colón repetía en sus diarios de viaje no sola hacía
referencia al clima, si paisaje, al color de la piel de los nativos, a su vestimenta (o a la falta de) sino también a las
lenguas que le parecían incontables además de extrañas. El asombro sobrevino también porque los españoles en-
contraron aquí increíbles imperios, llenos de poder y de grandezas.
Estos grandes imperios, aunque parezca extraño, fueron los primeros en caer, pues a ellos dirigieron los españoles
sus mayores esfuerzos de conquista; por otra parte, con el tipo de organización que tenían les bastaba con derrocar
a los grandes jefes y a los jerarcas de la aristocracia para controlar todo. En cambio, las tribus menores que se
agrupaban, se dividían o emigraban sin demasiado orden, creaban mayores dificultades para ser dominadas.
Hay también otras razones que tienen que ver con las relaciones humanas, las traiciones o las venganzas:
...en el momento de la conquista, el continente americano está sólidamente estructurado en imperios de
tipo feudal que dominan rígidamente a las poblaciones. Para estas últimas, al menos en los primeros mo-
mentos, no representa un gran cambio la sustitución del tributo pago al inca, por ejemplo, por el tributo
pagado al conquistador español. En esta actitud indiferente de las masas es donde hay que ver la causa que
hizo posible el triunfo español en América. Una prueba de ello, además, es el hecho de que, en algunas
regiones, los españoles encuentran colaboradores para proseguir su obra de conquista precisamente entre
los indígenas, que creen haber encontrado un aliado para reconquistar su independencia de un yugo que
les parece demasiado pesado. [...] Un poco más al sur de la parte central de Chile, los indios, que habían
resistido antes al inca, resistirán con igual bravura a los españoles, hasta el siglo XIX, e incluso hasta comien-
zos del XX; en la llanura argentina el indio pampa se defenderá durante siglos, y algo semejante ocurrirá
con los charrúas.
R. Romano y A. Tenenti, Los fundamentos del mundo moderno, Madrid, Siglo XXI, 1971.

18. Un balance sin anestesia


Los españoles llegaron a América y se encontraron con una realidad que no pudieron entender. Empezaron por
bautizar genéricamente como “indios” a todos sus habitantes sin reparar en diferencias culturales y étnicas, usaron
métodos de trabajo muy duros con ellos, los desarraigaron de sus ámbitos familiares, sofocaron su rebeldía con
castigos y matanzas; finalmente, enfermedades desconocidas hasta entonces como la viruela terminaron de diez-
mar a la población indígena.
En La Española había en 1500, cuando se colonizó la isla, unos 100 000 indios; setenta años después sólo quedaban
500.

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Y si bien hubo voces y hechos que denunciaron esa barbarie, lo cierto es que la mayoría de los conquistadores
españoles no reconocieron en América la valiosa riqueza del “otro” que habitaba ya y desde siglos en estas tierras.

19. Las lenguas indígenas


Como vimos, para asombro y desaliento de Colón hubo muchas y con distintos grados de complejidad. Actualmente
han quedado algunas y sus hablantes son bilingües y usan una u otra según la situación comunicativa. De entre esas
lenguas indígenas el guaraní es, junto con el quechua de la zona andina, la que mayor cantidad de hablantes con-
serva.
19.1. ¿Por qué el guaraní?
guaraní?
 En el Paraguay y en el noreste argentino, durante la época colonial, había pocos hablantes primarios del espa-
ñol; la pobreza mineral de la zona hizo que la Corona desviara su atención de esta región, que fue una suerte
de puente o de granero en el paso hacia el Alto Perú.
 Esta escasa presencia de los españoles hizo que los mestizos que hablaban las dos lenguas fueran por más de
dos siglos los que transmitieran la española, y ésta estaba necesariamente interferida por el guaraní.
 La colonización de la zona fue más bien pacífica quizá por esa minoría de hablantes de español que favoreció
una concertación armónica entre ambos grupos.

El uso del guaraní y del castellano constituye un caso de bilingüismo.

El resultado fue que las dos lenguas se usaban en ámbitos diferentes pero sin conflictos porque comunitariamente
se había llegado a una decisión acerca de dónde se hablaba el español y dónde el guaraní. Tanto el castellano como
el guaraní se interfirieron recíprocamente. Por ejemplo, el guaraní sufrió transformaciones internas que lo alejaron
del guaraní propiamente indígena. Y en el español se sustituyó la entonación interrogativa por la intercalación de
la partícula “pa”:
¿Isabel lo conoce? → Esa Isabel le conoce pa.
Como el guaraní no tiene variación morfológica para el género, el castellano de las zonas interferidas muestra esa
falta de concordancia en expresiones como esta:
...pero las criaturas no son míos; la mayor y la Ángela...
En el Paraguay las dos lenguas han sido reconocidas como nacionales y se autorizó su uso en el nivel primario de
educación. El español es la lengua gubernamental, pero el guaraní es el medio de comunicación de la comunidad
paraguaya.
En la provincia argentina de Corrientes también son numerosos los hablantes de guaraní, pero por ahora no se han
implementado políticas que contemplen la inserción de esa lengua en el ámbito de la escuela que utiliza exclusiva-
mente el castellano.
La provincia de Misiones, donde la franja de hablantes de guaraní es menor, mantiene la misma política lingüística
que Corrientes. En las zonas de frontera se habla el guarañol que se acepta entre los alumnos, por ejemplo durante
el recreo, pero no oficialmente.
Tras siglos de contacto, las lenguas indígenas han dejado distintas influencias en el español americano. Casi sin
discusión es la presencia en el sustrato de la entonación y el ritmo de nuestro castellano, porque la población indí-
gena y mestiza de los siglos XVI y XVII habló seguramente el español con la tonada de sus antepasados, la que se fue
acentuando en algunas regiones y atenuando en otras.
Otras presencias se manifiestan en sufijos (azteca, guatemalteco, viditay que significa ‘mi vidita’), la pronunciación
de e como y, de o como u (mantica por manteca, pulvo por polvo) en algunas zonas de Ecuador y Bolivia y también
la anulación de diptongos (convenente por conveniente).

20. Los americanismos


El mayor aporte está en el léxico, en la formación de americanismos. Son palabras que se usan en América o que
surgieron aquí por la necesidad de dar nombres a los objetos que se descubrían en esta realidad.

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Se llama americanismo al léxico que se usa en América o que es de origen americano.

Se forman con distintos procedimientos:


 Creación: se parte de una base española para designar algo americano que carecía de nombre: armadillo (de
armadura)
 Ampliación: se usa una palabra del español para designar algo que es parecido:
broma → ‘termita que atacaba la madera de los barcos’
↘ ‘burla’ (cf. embromar)
cimarrón → ‘marinero rebelde’
↘ ‘caballo salvaje’ (y, en la actualidad, ‘mate amargo’)
 Incorporación directa de vocablos indígenas.
Lengua quechua: quirquincho, vinchuca, papa, zapallo, palta, coca, quina, vicuña, alpaca, choclo, pampa, pirca
tambo (que en su origen eran refugios para abastecerse), achura, guasca, mate, chiripá, vincha, ojota, humita,
Andes, puma, china, Chaco, chacra, opa, cancha.
Lengua taína: huracán, macana (arma), canoa, maíz, cacique, tabaco, enaguas, caimán, tiburón, caoba, chicha,
guayaba, tuna.
Lengua guaraní: ombú, tucán, mandioca, tapera, ñandú, Paraná, Paraguay, Uruguay, matete.
Lengua náhuatl: jacal, petaca, malacate, galpón, jícara, hule, tiza, chocolate, cacao, tamal, chapulín (insecto o
niño pequeño), cuate, coyote, aguacate, chile, guajolote, sinsonte.

21. Los nuevos contactos


El castellano de América, con su caudal de léxico indígena y sus voces acuñadas para nombrar lo nuevo, tuvo —y
tiene— a lo largo de los siglos otros contactos que derivan de circunstancias históricas, geográficas y políticas.
Algunas de las formas generadas son:
 El cocoliche, debido al gran aluvión inmigratorio de italianos en el siglo XIX, en la Argentina y también en el
Uruguay; en la actualidad sólo queda el registro en la literatura. El cocoliche era un híbrido entre el italiano y
el castellano que usaban los inmigrantes para comunicarse; esa función la cumplía muy bien aunque con limi-
taciones sociales y estilísticas.
 El portuñol, derivada del contacto geográfico, es mezcla del castellano y el portugués, lenguas muy cercanas
por su origen y estructura, que nacieron casi juntas y que llegaron a América también casi simultáneamente.
Uruguay fue escenario de los enfrentamientos entre hispanos y lusitanos por problemas de fronteras, lo que
ha dado como consecuencia ese bilingüismo en la zona noreste del país En la ciudad de Rivera, por ejemplo,
que es uruguaya, solo hay que cruzar una avenida para llegar a Santa Ana do Livramento, brasileña. De esa
convivencia ha resultado el portuñol que se habla especialmente en las zonas rurales y también en el ámbito
familiar de las ciudades. En la provincia argentina de Misiones también se habla portuñol en las zonas de fron-
tera con Brasil.
 El spanglish, derivada en este caso del contacto del castellano y el inglés; se formó por la inmigración de lati-
noamericanos a Estados Unidos. EI español es, en términos cuantitativos, la segunda lengua que se habla en
ese país; allí viven alrededor de 20 millones de hispanohablantes, hay una Academia norteamericana de la
lengua española y Miami es legalmente bilingüe. Los dialectos más conocidos del español en Estados Unidos
son de origen mexicano, portorriqueño, dominicano y cubano.
Pero al margen de estas pintorescas combinaciones, el castellano tiene además influencias de otras lenguas en la
medida en que los avances científicos y técnicos llegan ya con una terminología que no siempre es posible reem-
plazar por un término de nuestra lengua. Hoy, para los que se mueven en el campo de la informática, el conoci-
miento del idioma inglés parece ser una necesidad práctica ineludible.
También es importante observar cómo repercute la presencia de términos nuevos en los hablantes. Hace algunos
años la Real Academia Española propuso el término balompié para designar al deporte “pasión de multitudes’’,

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pero el mismo no pudo instalarse, por lo que se acuñó fútbol, que fonéticamente reproduce el inglés football. Esa
misma adaptación fonética se produjo con chantillí, crol, suéter, brandi, chalé, consomé, ñoquis.

22. ¿Có
¿Cómo hablamos
hablamos en América?
Cada dialecto tiene sus particularidades, pero hay algunas que son casi comunes.
 El seseo. Todos en Latinoamérica pronunciamos de la misma manera la “s”, la “c” y la “z”. Solo si tenernos
presente el contexto, sabremos si el profesor dictó “cima” o “sima”, “casa” o “caza”, “cito” o “sito”. Y aunque
eso puede hacer más difícil la adquisición de una correcta ortografía, ya es una realidad que todos los hermanos
latinoamericanos compartimos.
 El yeísmo, pronunciación de la “y” por “ll” es propio del Río de la Plata, Entre Ríos, Santa Fe, Buenos Aires, La
Pampa y toda la Patagonia; con variantes se oye en Tucumán, Salta y Jujuy, parte de México y de América
Central.
 El voseo tiene su historia; existía ya en el latín, pero con valor plural. Fue un tratamiento de respeto que se
diferenciaba del familiar “tú”. Pero cuando su uso se fue extendiendo, se desgastó ese valor jerárquico que
tenía y entonces empezó a usarse “vuestra merced” que en sucesivos cambios terminó en “usted”.
Ese “vos” tan gastado se empleó mucho en América, donde los conquistadores querían conservar las distancias
y reservaban el “tú” para los subordinados. Y quizá esa sea la causa de su permanencia en América, pero ya
para trato entre iguales. En Argentina casi no se habla de “tú”. El “vos” se usa también en Paraguay, zonas de
América Central y en el Uruguay, pero allí suelen combinarlo con el “tú”: vos venís (Argentina) ~ vos vienes
(Uruguay)

23. Una tarea académica


Ya se dijo que la RAE (Real Academia Española) se fundó en 1713; a su tiempo fueron surgiendo las Academias sin
corona, correspondientes a los países de habla hispana. La RAE tuvo a su cargo normalizar la ortografía de la lengua.
En 1844 publicó un Prontuario de Ortografía que una Real Orden de ese mismo año, firmada por Isabel II, impuso
como enseñanza en las escuelas. Después de algunas propuestas en contra, surgidas en América, predominó final-
mente una voluntad para lograr la unidad de la lengua escrita; según Ángel Rosenblat, “por debajo de ella pueden
convivir todas las diferencias dialectales”.
La RAE tiene una función unificadora que no es fácil, porque lo que se propone es conseguir que los cambios en el
lenguaje, producidos por necesidad y también por impulsos creativos, no destruyan la unidad lingüística del caste-
llano. Y es menos fácil si tenemos en cuenta que actualmente hay más de 400 millones de hablantes del español.
Pero las Academias plebeyas, es decir, las de los países hispanoamericanos, han sido convocadas para colaborar
con ese propósito hasta el punto de que el viejo lema Limpia, fija y da esplendor se ha transformado —según se
expresa en el Prólogo a la nueva edición de la Ortografía, 1999— y ha de leerse ahora de esta manera: Unifica,
limpia y fija.
¿Qué hacen estas Academias? Ejemplificaremos con la argentina, que es la que tenemos más cerca. La Academia
Argentina de Letras está en Buenos Aires, en la calle Sánchez de Bustamante 2663. Tiene biblioteca y publicaciones
propias.
El Boletín de la AAL se publica periódicamente; incluye crítica literaria, reseña de las sesiones públicas, crónica de
visitas y de homenajes y en el apartado “Consultas acerca del idioma” se presentan listas de palabras de uso para
sugerir su incorporación al Diccionario o para que se corrija o se amplíe el registro que esa palabra ya tiene. En el
Boletín de 1997, por ejemplo, figuran capuchino, tachero, movilero, termotanque, fosforito (esos bocaditos de masa
hojaldre con queso y jamón); en el de 1998, prepizza, cacerolazo, tarjetear, under, deschavar, control remoto (para
otros dialectos es telecomando), etc.
Y si tienen dudas acerca de cómo se escribe una abreviatura, cuándo se dice “atrás” y cuándo “detrás”, qué significa
“especie” y qué “especia”, “acecinar” y asesinar”, pueden recurrir a otra publicación de la Academia, Dudas idio-
máticas frecuentes.
En uno de los apartados de otra publicación periódica, Acuerdos acerca del idioma, se hacen consultas a especialis-
tas acerca de un término. Tomemos como ejemplo la palabra kril. Se informa acerca de su valor proteico, de las

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técnicas de captura, de la incidencia de esa alimentación en la solución del problema del hambre, etc. Después “se
sugiere” a la Corporación de Madrid la inclusión del artículo en el Diccionario:
kril. (Del noruego krill, pez pequeño) m. Nombre genérico de varias especies de crustáceos marinos de alto
poder nutritivo que integran el zooplancton.
De esta manera, el Diccionario va reflejando cada vez más la realidad lingüística de todos los hablantes con sus
distintas variedades.
Ya hemos salido del laberinto y estamos al final del siglo XX. Nuestra lengua es un dialecto del castellano, ni mejor
ni peor que los que usan los demás países hispanohablantes. Solamente es distinto.
Ya hemos visto que las lenguas crecen, se transforman, sufren influencias y las trasmiten; frente a esos cambios hay
quienes proponen una absoluta libertad, y, en la vereda de enfrente, los que sostienen un reverencial apego a las
Academias.
Jorge Luis Borges, en un artículo titulado «El idioma infinito» (en El tamaño de mi esperanza, Buenos Aires, Seix
Barral, 1993), considera esas posiciones como un “entrevero” sin importancia y hace su propuesta: Lo grandioso es
amillonar el idioma e instigar una política del idioma.
En el mismo artículo sugiere algunos puntos para esa política y termina:
Lo que persigo e despertarle a cada escritor conciencia de que el idioma apenas está bosquejado y de que
es gloria y deber suyo (nuestro y de todos) el multiplicarlo y variarlo.
Podemos pensar, con derecho, que “todos” somos cada uno de nosotros, convocados a participar en esta propuesta
que sugiere el genial neologismo de Borges.

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