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1. Introducción
«Take Harmony to be the Highest value and take cooperation to be what is most
honored» (Ames; 2011:36).
El estudio de la identidad nacional se encuentra indisolublemente unido a toda
una serie de riesgos. Uno de ellos es el de enfatizar la unicidad en una oda a la quin-
taesencia de una nación. Para el caso japonés, ya advierte Robert N. Bellah1 que existe
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el patrimonio cultural japonés: identidad, valores, símbolos, funciones sociales
usando el concepto iitokodori (a grosso modo adoptar elementos foráneos) como ca-
talizador. Para escapar de esta tendencia, el término en cuestión no se circunscribe
únicamente al territorio nacional de Japón. Lo particular y lo general se imbrican. Es
decir, el punto de partida es Japón, donde el uso de iitokodori viene avalado por su
tradición filosófica y su rápida modernización. Sin embargo, el punto de llegada es glo-
bal. Esta práctica es algo extendido a nivel universal, útil y anhelado. Al fin y al cabo
la hegemonía cultural de Estados Unidos2 no ha implicado el fin de las particularidades
nacionales. Más bien se ha integrado más o menos armoniosamente en el seno de las
culturas nacionales a lo largo del mundo.
A nivel particular, este elemento, calificado aquí de identitario, ha permitido man-
tener viva la esencia o ethos autóctono. Siguiendo a Bellah, durante la antigüedad,
el pueblo japonés consiguió mantener intactos los valores autóctonos y pre-axiales
mediante la introducción de patrones de pensamiento axiales. A nivel global o general,
la extensión del soft power desplegado por Japón mediante la cultura del anime de-
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muestra que esta labor sintetizadora, sincrética y/o combinatoria es demandada por un
alto porcentaje de una sociedad posindustrial. La carencia de comunidad y la preocu-
pación por el predatorio sistema capitalista son dos de los grandes problemas. Es más,
es precisamente la preocupación por el consumismo y el materialismo, fuertemente
arraigados en la sociedad actual, uno de los rasgos compartidos entre los seguidores
del fenómeno cultural japonés (Napier; 2007).
Otra problemática, también advertida por Bellah (Bellah; 2003:4-5), es la del uso
de términos como tradición y modernidad. En este estudio bastará asentar una somera
distinción entre ambas realidades basada en la dinámica histórica. El mote tradición se
referirá a lo autóctono, es decir, la cultura existente en Asia previa entrada de Occiden-
te, calificada de sinocéntrica al ser China la cultura de referencia. Como contraste, la
modernidad es asociada a Occidente. Su entrada se produce como un producto más de
importación, es decir, mediante la gun boat policy.
Esta presentación dual responde a un esfuerzo de simplificación. Se toman como
meros conceptos que responden a la dinámica histórica. Pese a que esta polaridad lleva
implícito el riesgo del reduccionismo y el orientalismo, no se puede negar el cambio
brusco de paradigma que supone la entrada de Occidente, sin por ello menospreciar los
procesos internos que ya empujaban hacia el desarrollo de la modernidad.
2. Esta hegemonía cultural es especialmente importante en la cultura popular, tal y como ilustra el
empleo del término “adolescentes clónicos” en Klein (2000), al referirse a adolescentes tan separados
como los estadounidenses y los chinos, pero que, sin embargo, por la cadena MTV y las marcas,
tienen los mismos gustos y visten de forma similar.
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El estudio del concepto iitokodori consta de tres apartados. En primer lugar, a modo
introductorio, se realiza una aproximación a esta seña de identidad japonesa que se asienta
en las raíces del ethos japonés. Con una idea clara de lo que implica este mote, se ofrece la
modernización japonesa como paradigma del proceso asociado a iitokodori, en el que se
considera la era Meiji como una primera fase de modernización exterior que desemboca en
Anjhara Gómez Aragón [editora]: Japón y Occidente. El patrimonio cultural como punto de encuentro.
2. Iitokodori
«The very fact that Japanese Confucianism had a significant admixture of Shin-
toism, Buddhism, and other doctrines indicated the important strain of eclecti-
cism that runs through Japanese cultural history»
(Scalapino; 1964:95).
ethos japonés. Esta idea del pueblo japonés como importador de elementos foráneos es
respaldada por Edwin O. Reischauer (Reischauer; 1988:48) y Kawai Hayao (Kawai;
1985:75). Ambos defienden la importancia de los préstamos culturales externos en la
historia de Japón sin que esto haya menoscabado la identidad japonesa.
Reischauer describe a los japoneses como «race of borrowers» (Reischauer;
1988:44). Por su parte, Kawai, basándose en la mitología japonesa, propone para
la mentalidad nipona un «hollow center balanced model» (Kawai; 1985:71-76), un
centro vacío, inactivo, débil y que puede ser fácilmente invadido. En él se encuentran
los elementos foráneos en el proceso de “japonización” antes de ser integrados en la
cultura japonesa. Puesto que un objeto invasivo puede ocupar ese centro sin dificul-
tad, el paso siguiente es el procesado, tras lo que es enviado a la periferia donde se
incorpora al ethos dejando de nuevo el centro libre a la espera de otro elemento útil
para el avance de la civilización.
El inicio de esta práctica se documenta en la “Constitución de los Diecisiete Ar-
tículos” de principios del siglo VII y se atribuye a la figura semi-legendaria del empe-
rador Shōtoku Taishi. Esta constitución integra el budismo y el confucianismo en la
cultura japonesa, que se unen armoniosamente al sintoísmo autóctono. En palabras de
Bellah, se usan religiones calificadas de axiales como el budismo mientras se perma-
nece como una civilización pre-axial, «using the axial to overcome the axial» (Bellah;
2003:13). Por lo tanto, mantiene las características autóctonas pese a la adquisición de
nuevos elementos ajenos y opuestos a sus principios.
Esta constitución supone un punto de referencia en todos los sentidos. Por ello,
su importancia como documento vinculado a la identidad japonesa no debe ser pasada
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el patrimonio cultural japonés: identidad, valores, símbolos, funciones sociales
por alto. En primer lugar, se la considera como la primera muestra de filosofía japonesa
(Heisig, Kasulis, Maraldo; 2011:5). Y dado que «the model of philosophizing here is
that one can borrow ideas and values from outside, but the goal is to integrate them into
something new, a system more suitable to the Japanese cultural context» (Ibíd.; p. 7), la
conexión con el concepto de iitokodori es clara. Tres son los elementos que se asocian a
Anjhara Gómez Aragón [editora]: Japón y Occidente. El patrimonio cultural como punto de encuentro.
esta constitución: la filosofía japonesa, iitokodori como algo asociado a su tradición más
antigua y finalmente el mantenimiento de la civilización japonesa como pre-axial.
Esta práctica amalgamadora supone un leitmotiv en la literatura sobre la civiliza-
ción japonesa, siendo la modernización de la época Meiji el paradigma de esta prác-
tica. Sin embargo, tradicionalmente, el centro vacío al que hace referencia Kawai lo
ocupan elementos culturales procedentes del “País del Centro” (China), que durante la
regencia del príncipe Shōtoku se incrementan de forma considerable.
Tanto el budismo como el confucianismo viajan de China a Japón. Y ambos son
sintetizados en esta constitución siguiendo el modelo de iitokodori, es decir, toman-
do lo que más conviene o se adapta a la civilización japonesa. Si el pensamiento bu-
dista supone un riesgo para la legitimidad del emperador, el confucianismo respalda
la lealtad y la obediencia como virtudes de los hombres de más alta valía. De esta
forma, el centro combina una serie de elementos foráneos que al huir a la periferia
se solidifican junto con el autóctono sintoísmo. Se crea entonces el pensamiento
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japonés que tiene como fuente esta tríada. Según el aforismo atribuido a Shōtoku,
«Shinto is the trunk, Buddhism is the branches, and Confucianism is the leaves»
(Davis, Ikeno; 2002:128).
Por lo tanto, esta obra supone las raíces de la fusión presente en el ethos japonés,
donde elementos diversos de diferentes pensamientos se han amalgamado y depurado
de la forma más conveniente a los intereses de la élite. Además, inaugura esta caracte-
rística consustancial al pueblo japonés siendo protagonista durante la fulgurante mo-
dernización japonesa. Por lo tanto, la identidad cultural japonesa es imposible asociar-
la a un compartimento estanco, más bien se trata de un sistema de vasos comunicantes
en el que el líquido que penetra acaba siendo teñido del color autóctono.
3. Iitokodori y modernización
«Japan received its higher culture from China for most of the past two millen-
nia: and from the West, only in the last two centuries. To embrace this new Wes-
tern Culture as advanced, the Japanese first had to reject time-honored Eastern
learning as backward»
(Tadashi Wakabashi; 1998: 2).
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Una de las mayores singularidades del país nipón es esta modernización. Un país
que durante más de dos siglos había seguido una política aislacionista (sakoku), gober-
nado por un gobierno militar (bakufu) donde el mayor rango lo ostentaba el líder de la
facción victoriosa de la batalla de Sekigahara (el clan Tokugawa), pasa en poco tiempo a
regirse por los patrones occidentales. Trece años después que las naves negras del como-
doro Perry entraran en la bahía de Edo, «[...] reformers overthrew the Tokugawa bakufu
and launched a crash program of cultural borrowing under imperial aegis» (Tadashi
Wakabayashi; 1998:3).
Esta entrada de Occidente en Asia y en Japón supone un cambio de paradigma.
El sinocéntrico es rechazado y sustituido por uno que prima el saber occidental. La
meta japonesa era alcanzar a las potencias occidentales y emular su cultura hegemóni-
ca. Este cambio supone un desplazamiento de la importancia de China que también
tiene consecuencias lingüísticas. El tradicional 中国 (chuugoku – país del centro)
tomado de la tradición china, es sustituido por el nombre occidental シナ (shina). El
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nuevo prisma desde el que Japón mira el mundo es el occidental y a China le toca una
posición inferior.
Las embajadas y los préstamos culturales, que en época de Shōtoku fluían a Chi-
na, se dirigen ahora a Occidente (Europa y América). Se busca la incorporación de la
modernización, integrando los elementos que más comulgaran con el espíritu japonés.
La tradición autoritaria prusiana servirá para inspirar la nueva Constitución Meiji. La
misión Iwakura3 es la más representativa de esta ansia por aprender de Occidente y
alcanzarlo.
El lema wakon yosai (espíritu japonés, técnica occidental) es el sentimiento gen-
eral de la época. Modernización en lo técnico (exterior) manteniendo el espíritu tradi-
cional japonés (interior). Este lema es la respuesta a la occidentalización vertiginosa
que se experimentaba inicialmente. El interés por mantener el espíritu tradicional
japonés generará el Reescripto Imperial de Educación (1890). En él se apuesta por la
moral confuciana, algo muy arraigado a la tradición del pensamiento, que se oponía
a valores occidentales como el materialismo o la atomización. La occidentalización
que se persigue es exterior, es decir, ocupa el centro vacío pero se encuentra allí, sin
integrarse al ethos japonés. Por ello, es muy visible, e incluso útil, para alcanzar a
las potencias occidentales. Pese a todo, la superestructura del pensamiento japonés se
mantiene intacta, al igual que su deseo de acabar con los tratados desiguales y expulsar
cualquier tipo de injerencias extranjeras.
3. De un año y medio de duración y con la participación de algunos de los más importantes miem-
bros del gobierno recién instaurado. Lo que da una idea de la importancia que tenía para el gobierno
el aprendizaje de la modernidad occidental.
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el patrimonio cultural japonés: identidad, valores, símbolos, funciones sociales
beards, and interjecting English phrases when speaking ordinary Japanese» (Suke-
hiro; 1998:92). Sin que el espíritu occidental penetrara en el ethos nipón, «the people
just borrowed things from the West and did not make their democratic spirit their
own» (Tadashi Wakabashi; 1998:21). Es la fase de préstamo, para que el proceso del
iitokodori se complete es necesario una segunda fase.
La ocupación norteamericana acaba la anterior fase e inicia una nueva de integra-
ción. El espíritu democrático occidental y los valores materialistas5, tan rechazados
anteriormente6, penetran definitivamente en el ethos japonés empujados a la periferia
por la ocupación real norteamericana. Durante este periodo, el primero en que Japón
sufre una ocupación territorial, se redacta una nueva constitución bajo la atenta mirada
estadounidense. Ello no implica que Japón se quede al margen. Sin embargo, atrás
quedan las influencias prusianas de la anterior constitución.
Ahora el sistema político se convierte en una auténtica monarquía constitucional
(Huang; 2009:64), el emperador reniega de su divinidad en público el uno de enero
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4. En su interrelación familiar interna permanece fiel a la estructura japonesa. Ver Pyle (1998: 104).
5. Es ahora cuando se produce su penetración definitiva, en Scalapino (1964:105). Además, como se verá
en el siguiente apartado, es la cultura popular una de las encargadas de difundirlos.
6. El rechazo de estos valores es especialmente aguerrido en la década de 1920 y 1930, siendo la obra
Kokutai no Hongi de obligatorio uso en el currículo escolar la máxima expresión de esto.
7. Se usará a partir de ahora el término “cultura manga” de modo genérico para englobar el fenómeno
que comienza ahora, aunque en la actualidad se asocia a la J-pop (con un gran número de productos
culturales asociados).
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4. Iitokodori y anime
Disney. El propio Osamu Tezuka, considerado el padre del anime y del manga, fue
fuertemente inspirado por el estilo americano y sentía una sincera admiración por Walt
Disney (Kelts; 2006:44). La ocupación también repercute en el ámbito del pensamien-
to. Los valores capitalistas como el materialismo o el consumismo penetrarán final-
mente de la mano de cómics americanos traducidos al japonés, en los que se reflejaba
el opulento estilo de vida americano9.
De esta forma, la ocupación norteamericana empuja una serie de características
asociadas a la modernidad al interior del ethos japonés mediante la cultura popular.
Además, la cuestión occidental sale de los círculos intelectuales y elitistas, introdu-
ciéndose en los circuitos cotidianos y populares donde la modernidad es absorbida,
esta vez de una manera efectiva y práctica. Por lo tanto, la ocupación norteamericana
y la cultura popular del manga tienen gran influencia para “cerrar” el proceso de mo-
dernización a nivel interior.
La propia ocupación representa una entrada por la fuerza, la primera en la historia
nipona. Sin embargo, el pueblo japonés, fiel al espíritu de iitokodori, usa esta para sus
propios fines. De igual forma que la industria del juguete, el pueblo japonés «recycled,
both literally and figuratively, the U.S. occupation as fodder for its postwar recon-
struction» (Allison; 2006:38). Por lo tanto, en la génesis del fenómeno cultural del
manga, iitokodori se encontraba a flor de piel. Es más, tras una primera fase en la que
el centro del que habla Kawai es invadido por el pensamiento occidental, la posguerra
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el patrimonio cultural japonés: identidad, valores, símbolos, funciones sociales
los aficionados a este género sea precisamente la búsqueda de un refugio donde escapar
de los valores consumistas y materialistas de la sociedad actual. La cultura japonesa se
desvela como una alternativa a la corrupción de la civilización occidental. Igual que su-
cedía en el siglo XIX, Japón emerge como un Otro positivo (Napier; 2007:51-76).
No se debe olvidar que la cultura de masas del manga, como producto comercial,
se halla totalmente inmersa en esa corriente consumista. Así que, no sólo se trata que
en la narración confluyan elementos tradicionales y modernos de forma armoniosa,
sino que en la propia realidad comercial se produce esta mezcolanza de elementos
modernos y tradicionales, que en esta ocasión puede ser calificado de paradoja.
El manga es un universo donde las tradiciones del pasado se entrelazan con tec-
nologías contemporáneas (Allison; 2006:27), de la misma manera que sucede en el
proceso modernizador. Lo fantástico es consustancial a la modernidad tanto en Japón
como en Occidente, una idea que es expuesta por Anne Allison (Ibíd.; pp. 27-28), si-
guiendo la obra de Gerald Figal Civilization and Monster: spirits of modernity in Meiji
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Japan para el caso japonés, y la obra de Walter Benjamin Arcades Project para Europa.
Si en Japón la obsesión por lo sobrenatural marca la transición a la modernidad, en
el retrato de la Europa del siglo XIX que realiza Benjamin, la sociedad es presentada
como un lugar en el que la mitología, en lugar de desaparecer, se enlaza con la tecno-
logía, mezcla similar a la que realiza el manga. La modernización, pues, no se trata de
la racionalización que proponía Weber.
Por todo ello, el proceso de iitokodori no es una virtud ligada únicamente al pue-
blo nipón, pese a que aquí es muy visible, sino que se trata de una característica vincu-
lada en cierta manera a la modernidad, como proceso y como asidero al que aferrarse
cuando la atomización y la alienación amenazan con borrar las identidades discor-
dantes. Así que el fenómeno de iitokodori se desvela como algo común y demandado
por una sociedad global que no desea ver desaparecer los valores humanos tragados
por la frialdad de la máquina capitalista y globalizadora. En contra de este sistema
homogeneizador y hegemónico se han ubicado grupos de fans alrededor del globo que
celebran la unión de tradición y modernidad recreando las solidaridades colectivas
perdidas durante la modernización.
Bibliografía
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