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La masificación es una tendencial estructural, intensa y global que persistirá. Ha sido catalogada
como “la realidad central”, la “fuerza principal” que modeló otros cambios críticos de la Educación
Superior en el último medio siglo, una “revolución académica”. También, como causa nuclear , que
genera unos cambios sobresalientes, como la aparición de sistemas académicos diferenciados, con
una mayor variedad de instituciones, y el ascenso del sector privado, que absorbe una porción
considerable de la nueva demanda.
Una primera hipótesis, la masificación franquea el ingreso a sectores de población antes
excluidos, conlleva otra tendencia estructural, medular: altas tasas de deserción. Otro
fenómeno global, de gran alcance.
Caso de EEUU: masificación temprana en la década del ’60. Ello abrió las puertas a un movimiento
académico poderoso, que tuvo origen a inicios de los años ’80. Un movimiento integral, que
engloba tanto estudios e investigaciones, con una producción muy vasta, cuanto dispositivos para
esto, diseñados para primer año. Un movimiento apuntalado por un soporte sólido. Un movimiento
de alcance nacional, que adicionalmente puso y todavía coloca un acento muy fuerte en la
deserción, al punto que la dupla persistencia y abandono fue y es eje del movimiento, con una
investigación empírica abundante teórica sustancial.
Caso de América Latina: la deserción en la Educación Superior fue animada por el Banco Mundial
con una óptica de mercado en la década de los ’90. Con políticas como la limitación de acceso, con
el aliento de ingresos selectivos y la eliminación de la gratuidad, con el fomento de cobro de
aranceles y de cotos a la inversión pública.
Hipótesis clave: en ese ciclo de masificación la deserción universitaria entraña una
desigualdad social intensa y creciente, tanto en América Latina como EEUU, fue un proceso
macrosocial, de alcance continental, global.
En EEUU, los alumnos de primera generación sufren desventajas fuertes y variadas: una
preparación académica más baja, mayores dudas sobre sí mismos y un menor conocimiento de la
vida universitaria. Una experiencia difícil y hasta amenazante. Un conjunto de obstáculos que
vulneran la permanencia y la terminación del grado.
El ciclo de masificación de la Educación Superior en América Latina, que comenzó fines de los
’80, comporta brechas agudas en las tasas de graduación según estatus socioeconómico. Una
inclusión excluyente, socialmente condicionada. Una tendencia estructural.
En EEUU, el ingreso fue un proceso que benefició a estudiantes de bajos recursos y de un estatus
desfavorecido.
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En EEUU, según algunos investigadores, la relación es directa y lineal: a menor estatus, menor
preparación.
La preparación académica en el punto de partida es un factor decisivo en la permanencia y en la
deserción. También opera como factor causal y conforma un resultado de condiciones sociales de
producción. Es producto de la escuela media, de su intensidad y calidad, que a su turno se ensambla
con el estatus social.
a) Más allá de las innovaciones en los márgenes. Una reforma sistemática y crítica
Los Seminarios de Primer Año, como también servicios de información y programa de orientación,
tutores y seminarios de escritura tuvo un impacto limitado esto se debe a:
Agregados a los cursos regulares y poco conectados con ellos;
Focalizados sólo en algunos estudiantes necesitados de asistencia (económica, académica) y
considerados en riesgo;
Dirigidos a los alumnos y no a los docentes;
Y que se reducen a funciones de información, orientación y apoyo académicos.
Las innovaciones en los márgenes podrían mitigar las presiones sobre el establecimiento para
promover un giro más medular en la enseñanza.
Una reforma educativa que comparte una ruptura con el habitus académico dominante, una reforma
sistemática. Frente a la aproximación “hundirse o nadar”, propia de aquel habitus, se ha de oponer
una política de compromiso con los estudiantes, con su logro. Los establecimientos son
considerados responsables de asegurar a los alumnos tengan la oportunidad de desarrollar los
conocimientos y habilidades suficientes para afrontar las demandas académicas de la institución.
Hay que alentar una “pedagogía racional”, fundada en una sociología de las desigualdades
culturales (Bourdieu, 2005); una enseñanza critica. Un compromiso institucional, sí, pero con el
alumnado real y con población que sufre límites de preparación académica.